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KANT (1724-1804)

EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO: EPISTEMOLOGÍA

La solución que Kant propone al problema de conocimiento ha de entenderse como


una síntesis superadora del racionalismo y del empirismo. Tal síntesis se evidencia
en el papel fundamental que desempeña en el conocimiento humano, por un lado, los
elementos receptivos (empíricos), la experiencia, y, por otro lado, los elementos a priori
o espontáneos de la razón. Para Kant, aunque todo conocimiento empieza con la
experiencia, no todo procede de ella. Lo que significa que nuestras experiencias han de
ser organizadas para que tengan un sentido y esto lo hace la razón mediante las formas
a priori (estructuras aprióricas). Y en esto consiste precisamente el denominado
“giro copernicano” de Kant: lo decisivo en el conocimiento es la mente del sujeto, que
organiza los datos de los sentidos; en otras palabras, el planteamiento trascendental
kantiano va a suponer una potenciación del sujeto y de sus funciones en los procesos de
conocer.
Kant comienza su filosofía con la pregunta ¿qué puedo conocer?, esto es, se
pregunta al mismo tiempo por los límites (puesto que la capacidad de nuestra razón no
es ilimitada: contra el dogmatismo propio de la filosofía racionalista) y por las
posibilidades (puesto que algunas tenemos: contra el escepticismo que caracteriza a la
filosofía empirista) del conocimiento humano. En su Crítica de la razón pura dará
respuesta a esta pregunta.
Para responder a esta pregunta Kant establecerá las condiciones que hacen posible la
ciencia o más exactamente, las condiciones que hacen posible los juicios científicos (ya
que la ciencia se formula en juicios). Esas condiciones son los contenidos a posteriori o
elementos empíricos (lo dado por la experiencia o condiciones empíricas) y las
formas o elementos a priori (lo puesto por el sujeto o condiciones a priori o
trascendentales), siendo estas últimas las que, según él, se deben estudiar. Así, para
Kant, preguntarse por las condiciones que hacen posible la ciencia es preguntarse por
los juicios científicos y las condiciones trascendentales o a priori que los hacen
posibles.
Kant hace la siguiente clasificación de los tipos posibles de juicios:
a. En función de la relación entre sujeto y predicado:
• Juicios analíticos. Aquellos en los que el predicado está ya contenido en
el sujeto. Ej.: “El todo no puede ser menor que sus partes”. Estos juicios
no añaden ningún conocimiento nuevo, no son extensivos.
• Juicios sintéticos. Aquellos en los que el predicado aporta un contenido
nuevo al sujeto. Ej.: “Jesús tiene una bicicleta”. Estos juicios sí amplían
el conocimiento, son extensivos.
b. En función del criterio de verdad/falsedad:
• Juicios a priori. Son aquellos cuya verdad o falsedad puede ser
conocida independientemente de la experiencia, por ejemplo, “el todo no
puede ser menor que sus partes”. Son juicios universales y necesarios.
• Juicios a posteriori. Aquellos cuya verdad o falsedad sólo es conocida a
partir de la experiencia. Ej.: “Jesús tiene una bicicleta”. De estos juicios
no se tiene una garantía absoluta y definitiva sobre su valor de verdad o
falsedad, como demostró Hume, y por tanto no son universales ni
necesarios.

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Como se puede ver mediante los ejemplos, los juicios analíticos son juicios a priori y
los juicios sintéticos son a posteriori. Pero Kant va a encontrar otro tipo de juicios, a
saber, los juicios sintéticos a priori.
Para Kant los juicios analíticos, aunque sean a priori, no resultan útiles para las
ciencias porque no son extensivos, no aportan conocimiento nuevo. Y los juicios
sintéticos, aunque si son extensivos, tienen el inconveniente de que no son ni
universales ni necesarios, por lo que tampoco sirven para la ciencia.
En cambio, los juicios sintéticos a priori constituyen los auténticos juicios
científicos porque, en tanto que a priori, son universales y necesarios y, en tanto que
sintéticos, son extensivos, es decir, amplían el conocimiento. Por tanto, según Kant, no
puede haber una ciencia que no esté constituida por los juicios sintéticos a priori.
La Crítica de la razón pura se encuentra integrada por tres partes, a saber, la estética
trascendental, la analítica trascendental y la dialéctica trascendental. En la estética
trascendental estudia la sensibilidad y como son posibles los juicios sintéticos a priori
en las matemáticas. En la analítica trascendental estudia el entendimiento y como son
posibles los juicios sintéticos a priori en la física. Y en la dialéctica trascendental
estudia la razón y si la metafísica puede o no formular juicios sintéticos a priori.

A. Estética trascendental: sensibilidad y matemáticas

En la estética trascendental Kant estudia una facultad o fuente de conocimiento: la


sensibilidad o intuición sensible, que nos permite percibir los fenómenos.
Por tanto, el objeto de la sensibilidad es lo que Kant llama “fenómeno”. En el
fenómeno distingue dos elementos:
• La materia o multiplicidad caótica, que se da a posteriori, es decir, en la realidad,
en la cosa. Sería el elemento empírico del fenómeno. Lo dado por la experiencia.
• Las formas (vacías de contenido empírico), que se dan a priori (en el sujeto) y
pertenecen a la estructura misma de la sensibilidad. Preceden a la multiplicidad
caótica de la materia y la estructuran y ordenan. Condicionan, por tanto, el modo de
percibir la materia. Serían los elementos a priori del fenómeno. Lo puesto por el
sujeto.
Hay, para Kant, dos formas a priori de la sensibilidad: el espacio y el tiempo,
también llamadas intuiciones puras, o sea, intuiciones que carecen de contenidos
empíricos. El espacio es la forma a priori de la sensibilidad externa y el tiempo es la
forma a priori tanto de la sensibilidad externa como de la interna. Así, todas nuestras
percepciones externas necesariamente se encuentran en un espacio y un tiempo; por
ejemplo si vemos una mesa o un árbol, necesariamente tenemos que verlos en un
espacio y un tiempo. En cambio, las percepciones internas están sometidas sólo a las
relaciones temporales, esto es, se encuentran en un tiempo, pero no en un espacio; así,
por ejemplo, un dolor, un sentimiento de vergüenza o de ira, e incluso una idea, se nos
muestran en el tiempo, pero no en el espacio.
Por tanto, la materia o multiplicidad caótica se ordena y estructura mediante el
espacio y el tiempo, que son formas a priori de la sensibilidad y de ahí surgen los
fenómenos o representaciones empíricas, que es lo percibido y no la cosa en sí. Así,
para tener conocimiento sensible tan necesaria es la materia como las formas a priori.
Después de abordar en su estética trascendental las formas a priori de la sensibilidad,
se ocupará de la cuestión cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en las
matemáticas. Según Kant, la matemática es una ciencia que avanza, nos proporciona
conocimiento nuevo, por tanto sus juicios tienen que ser sintéticos. Ahora queda la
cuestión de cómo es posible que tales juicios se construyan a priori. La respuesta es ya

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evidente: se construyen a priori gracias a las intuiciones a priori del espacio y el tiempo,
esto es, las intuiciones puras posibilitan los juicios sintéticos a priori en las
matemáticas. La geometría se ocupa de determinar las propiedades del espacio, y el
espacio es una intuición a priori de la sensibilidad. La aritmética se ocupa de la serie
numérica y ésta, a su vez, se basa en la sucesión temporal, y el tiempo es la otra
intuición a priori de la sensibilidad. Es a partir de estas intuiciones como las
matemáticas (geometría y aritmética) construyen, también intuitivamente, todos sus
teoremas. Ello explica que los teoremas, construidos independientemente de la
experiencia, tengan, sin embargo, valor para el mundo de la experiencia, es decir, para
los fenómenos. Así, para Kant, al contrario que Hume, las matemáticas es un saber
aplicable a la experiencia.

B. Analítica trascendental: entendimiento y física.

En la analítica se ocupará del entendimiento, que con sus conceptos puros a priori,
las categorías, organiza la pluralidad de impresiones espacio-temporales (los
fenómenos) que nos llegan a través de la sensibilidad. El entendimiento tiene como
tareas unificar la multiplicidad de fenómenos, llegados de la sensibilidad, mediante
conceptos y establecer leyes empíricas.
Según palabras de Kant, los “conceptos sin impresiones son vacíos e impresiones sin
conceptos, ciegas”. Esto es, hay un puente común entre sensibilidad y entendimiento, y
tienen que unir sus funciones para que se produzca el conocimiento.
En este sentido, si el percibir es la función propia de la sensibilidad, el comprender
lo percibido será la función propia del entendimiento, y esto lo realiza mediante
conceptos. Kant distingue dos tipos de conceptos:
• Los conceptos empíricos: son aquellos que proceden de la experiencia; conceptos
como “casa”, “perro”, “mamífero” son conceptos empíricos, extraídos de la
experiencia a partir de la observación de las semejanzas y rasgos comunes a ciertos
individuos.
• Los conceptos puros, a priori o categorías: son los que no proceden de la
experiencia y son, por tanto, a priori. Surgen del entendimiento de manera
espontánea sin derivarlos de la experiencia, en virtud de su tendencia a conocer.
Estos conceptos el entendimiento los aplica a las impresiones sensibles, a los
fenómenos, para unificarlos y coordinarlos. Ejemplos de categorías o conceptos
puros son “sustancia”, “causalidad”, “necesidad”, “existencia”, “unidad”,
“pluralidad”, etcétera.
Las categorías sólo pueden aplicarse a los datos provenientes de la sensibilidad (uso
legítimo de las categorías); por lo tanto solo podemos conocer lo que aparece ante mí,
los fenómenos. Si los objetos son para mí en la medida en que son intuidos y luego
categorizados por mi mente, es lógico suponer que cómo sea el objeto en sí mismo no
podemos percibirlo ni, en consecuencia, conceptualizarlo. De ahí la distinción entre
fenómeno, lo que aparece en mi mente (lo para-mí), frente a noúmeno (lo en-sí), la
cosa en sí que no puede ser intuida empíricamente, y que queda totalmente vedada al
conocimiento humano.
Noúmeno significa lo pensado. Kant utiliza esta palabra para diferenciar lo que
puede ser conocido científicamente (los fenómenos) de lo que sólo puede ser pensado.
Aplicar las categorías a aquello de lo que no tengo intuición empírica supone un uso
ilegítimo de estas. La condición para que se haga un uso legítimo de las categorías es
que se apliquen a los fenómenos. Así, por ejemplo, hacemos un uso legítimo del
concepto “unidad” cuando lo aplicamos al objeto que tengo delante (una mesa), y no

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cuando lo aplicamos a Dios; igualmente, la categoría “causa-efecto” tiene sentido
cuando la aplico a la relación existente entre fenómenos (calentar agua) y no cuando se
aplica a Dios como creador del mundo. En definitiva, los noúmenos no pueden
conocerse, sólo pensarse: son una “eterna x” incognoscible que nuestra razón jamás
podrá penetrar. Constituyen el límite de nuestro conocimiento.
En esta parte de su Crítica de la razón pura Kant estudia también cómo son posibles
los juicios sintéticos a priori en la física. Sobre su carácter sintético no es posible
dudar porque los juicios de la física son extensivos de nuestro conocimiento. Y sobre su
carácter a priori Kant afirmará que los juicios de la física se basan en la aplicación a
los fenómenos de categorías como las de sustancia o causalidad. Y como éstas son
conceptos puros o a priori, los juicios de la física basados en esas categorías son juicios
a priori y, por tanto, universales y necesarios, es decir, no pueden tener excepción. Por
ejemplo, siempre que acerquemos el agua al fuego se calentará. Así, categorías como la
de causalidad posibilitan los juicios sintéticos a priori en la física y por ello es un
conocimiento universal y necesario. De este modo, logra justificar suficientemente los
fundamentos epistemológicos de la ciencia de Newton que tanto le fascinaba.

C. Dialéctica trascendental: razón y metafísica.

Al igual que el entendimiento tiene conceptos puros o categorías, la razón pura


teórica tiene también formas a priori, a las que Kant llama ideas trascendentales, que
son las ideas de Universo, alma y Dios. Estas ideas se originan en la estructura misma
de la razón y conforman unidades absolutamente supraempíricas de la conciencia.
Kant afirma que “el entendimiento es un objeto de la razón igual que la sensibilidad
lo es del entendimiento”, así, la tarea de la razón consiste en producir una unidad
sistemática en todas las operaciones empíricas posibles del entendimiento, es decir,
producir la unidad de todas las leyes, igual que el entendimiento unifica la multiplicidad
de los fenómenos por medio de conceptos y los pone bajo leyes empíricas. En el caso de
la razón son las ideas trascendentales las que produce ese proceso de sistematización
de lo alcanzado por el entendimiento. La razón intenta unificar una multiplicidad
refiriéndose a un principio incondicionado, que puede ser Dios, Mundo y Yo. En otras
palabras, las ideas unifican la variedad de conocimiento del entendimiento. Esta es la
función propia y legítima de la razón pura, lo que Kant denomina el uso regulativo de
las ideas trascendentales. Este uso regulativo de las ideas está en que estas impulsan a
ampliar el campo de la investigación hacia nuevas experiencias y hacia una mayor
conexión de las mismas; en este sentido, las ideas se convierten en ideales que
estimulan a que la investigación no se detenga nunca. Esto es, en psicología resulta
práctico proceder como si los fenómenos psíquicos se relacionaran con un sujeto
permanente (Yo). Es útil para la investigación científica en general el actuar como si el
mundo fuera una totalidad de la serie de los fenómenos causados y causantes, y como si
la naturaleza fuera obra de un creador inteligente (Dios).
Las ideas trascendentales no tienen un uso constitutivo, o sea, no nos dan
conocimiento de los objetos correspondientes, ya que no son aplicables a lo dado en el
espacio-tiempo. La razón tiende siempre a subordinar cada condición a una condición
más general, y busca así establecer sintéticamente una condición incondicionada por
horror al progreso hacia el infinito, y precisamente esta tendencia nos puede llevar a
razonamientos sofísticos. Así, el único uso de las ideas es el regulativo, esto es, se
presentan como un motor para la investigación científica, unificando el conocimiento
empírico sin ser ellas mismas conocimiento. Por ello, para Kant, los límites del
conocimiento son los límites que separan el entendimiento de la razón.

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Kant se cuestiona en esta parte de su Crítica de la razón pura si es posible la
metafísica como ciencia, o lo que es lo mismo, si son posibles los juicios sintéticos y a
priori en la metafísica. La respuesta tiene que ser necesariamente negativa: sus juicios
carecen del elemento material al que aplicar las ideas de la razón pura, por lo que no
pueden ser sintéticos, es decir, extensivos de nuestro conocimiento. En este sentido,
para él, la metafísica se levanta por encima de lo que enseña la experiencia y, por este
motivo, no puede encontrar la vía de la ciencia. La metafísica es descrita como un
campo de batalla, cuyo terreno siempre ha sido imposible conquistar, mientras que las
ciencias matemático-físicas las describirá como un camino. La imagen del campo de
batalla remite a la esterilidad de una lucha en la que no existe para ninguna de las partes
posibilidad de avanzar, y la del camino evoca la idea de progresión y continuidad propia
de las ciencias.
Kant rechaza la posibilidad de que la metafísica sea una ciencia, pero cree que el
impulso metafísico es un impulso inextirpable o tendencia inherente del espíritu
humano, es decir, considera la metafísica como una disposición natural. Por eso, el
ser humano ha hecho metafísica a lo largo de la historia, y lo seguirá haciendo
legítimamente, pero ahora ya sabiendo que sus resultados son pensamientos pero no
conocimientos. Podemos pensar sin límites, pero no conocer.
La crítica kantiana a la metafísica va dirigida de un modo directo al racionalismo, y
abarca todas sus manifestaciones:
• Crítica a la Cosmología racional: cuando la razón traspasa sus límites y aplica las
formas a priori del conocimiento como el espacio, el tiempo, la sustancia, la causa,
etc., a una realidad nouménica como es el Universo, el Mundo, se producen
contradicciones que Kant llama antinomias de la razón, es decir, que se puede
formular dos juicios antitéticos sin que ninguno de ellos se pueda aceptar con más
razón que el otro, como por ejemplo: el mundo tiene comienzo en el tiempo y
límites en el espacio, y su antítesis.
• Crítica a la Psicología racional: cuando se pretende demostrar la existencia del
alma y sus atributos como la libertad, inmortalidad o espiritualidad, aplicando las
categorías a algo de lo que no se tiene intuiciones sensibles como es el alma, se cae
en los paralogismos del yo, es decir, en sofismas o falsos razonamientos. El fallo
está en querer aplicar la categoría sustancia a algo que no se percibe como es el
alma.
• Crítica a la Teología racional: por último, cuando con la razón se argumenta para
demostrar la existencia de Dios, o bien se construyen argumentos ontológicos del
tipo del argumento de San Anselmo, como hizo Descartes, cuyos juicios son
analíticos y no sintéticos, o se construyen argumentos cosmológicos en la línea de
las cinco vías de Santo Tomás, en los que se exceden en el uso de la categoría de
causa al aplicarla a Dios que es una realidad nouménica más allá de los límites de la
experiencia.
Como acabamos de ver, el noúmeno (lo incondicionado) no puede estudiarse sin que la
razón caiga en contradicciones consigo misma.

EL PROBLEMA DE LA MORAL: ÉTICA. (EL FORMALISMO MORAL)

La pregunta que ahora se plantea Kant es: ¿qué debo hacer? Al ser humano no le
basta con conocer objetos (razón teórica). Necesita conocer también cómo
comportarse, y esto es tarea de la razón práctica. La razón práctica se interesa por el
deber ser, por cómo debe ser la conducta humana para que sea moral. Abordará este

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tema en dos de sus obras Fundamentación de la metafísica de las costumbres y Crítica
de la razón práctica.
Antes de exponer su propia ética, Kant hace una crítica de las éticas anteriores a él, a
las que denominará éticas materiales, por oposición a la suya que la llamará ética
formal.
Llama éticas materiales a aquellas en las que la bondad o maldad de los actos
depende de algo ajeno al ser humano, que se considera Bien supremo (felicidad, Dios,
placer, serenidad del alma, o cualquier otra cosa). Estas éticas establecen una serie de
normas que hay que cumplir para alcanzar dicho bien supremo, y que se formulan como
órdenes o imperativos. Los autores de estas éticas fijan tanto un fin como unas normas
para la consecución de dicho fin, por ello son éticas con contenido, de ahí procede su
nombre: éticas materiales. Pero las normas de estas éticas son imperativos hipotéticos
o condicionales, que sólo sirven como medios para alcanzar un fin, y hay que estar de
acuerdo en el fin para que dichas normas sean aceptadas. Tendrán siempre esta
formulación: “Si quieres realizar el Bien, entonces haz o evita tal....” (por ejemplo, en el
caso del epicureísmo ese fin y esos imperativos se expresarían como sigue: “Si quieres
que tu vida sea feliz y placentera, no comas en exceso, aléjate de la política, cultiva la
amistad...”). Son imperativos condicionales, porque depende de si aceptamos o no la
condición (vida feliz y placentera, por ejemplo).
Además son imperativos heterónomos, el sujeto o la voluntad, esto es, la razón no
se da a sí misma los preceptos, sino que son impuestos por algo ajeno a ella, sea una
autoridad exterior, Dios o los deseos o tendencias de nuestra naturaleza; dependen, por
tanto, de intereses personales o ajenos a la razón. Estos imperativos son también a
posteriori, empíricos, es decir, hace falta recurrir a la experiencia para establecerlos
(por ejemplo, por experiencia propia o ajena se averigua que dedicarse a la política
perturba al espíritu), por tanto, no pueden tener validez universal y necesaria (a priori).
La ética de Kant no fija ningún bien o fin que haya que lograr a través de la
conducta, es decir, no es hipotética o condicional; ni sus imperativos dictan lo que se
ha de hacer, de acuerdo a una instancia ajena a la razón, no es heterónoma (ni la lista
de los Diez mandamientos ni ninguna otra), sino que nos dice cómo se ha de actuar, la
forma en que debemos obrar, y además de una manera absoluta, categórica o sin
condiciones. De este modo, la ética de Kant presenta las siguientes características:
 Sus imperativos son categóricos, absolutos, incondicionales. Es una ética
desinteresada ya que sólo se obedecen esos mandatos por el deber moral de
actuar bien.
 Es autónoma, en la medida en que la ley moral proviene del sujeto mismo, que
mediante su razón práctica se convierte en legislador y súbdito a la vez.
 Es a priori, la ley moral se deriva sólo de la razón.
Así, la ética formal que Kant propone no proporciona normas morales concretas, sino
la forma que ha de tener las normas para que sean morales; en otras palabras, no
nos indica el qué tenemos que hacer sino el cómo, sería una ética sin contenido y de
carácter universal.
Kant fijará que lo único incondicionalmente bueno es la buena voluntad y que esta
se hace manifiesta cuando se cumple el deber por amor, por reverencia o por respeto al
cumplimiento del deber (la ley moral); algo así como “el deber por el deber”. Una
voluntad buena es la que actúa por deber y no motivada por el sentimiento, las
inclinaciones, deseos o promesas, o los resultados de la acción. La ética de Kant es una
ética del deber.
De acuerdo con esto, Kant establecerá que existen tres tipos de acciones: acciones
contrarias al deber, acciones conformes al deber y acciones por deber. Cuando se

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actúa de forma contraria al deber, a la ley moral, se actúa moralmente mal; por ejemplo,
el comerciante que les cobra precios abusivos a sus clientes. Y cuando se actúa
conforme al deber pero no por respeto a él, sino por otra razón, entonces dice Kant que
la conducta es legal pero no moral; por ejemplo, cuando el comerciante se propone no
cobrar precios abusivos a sus clientes para asegurarse la clientela, su móvil será el
egoísmo, pero también actuaría conforme al deber cuando movido por su generosidad
hacia los otros decide cumplir el deber. Sólo actuando por deber se actúa
desinteresadamente y se trata a los demás como fines, y no como instrumentos para
enriquecerse; así, se actuaría moralmente bien, y serían las únicas acciones con valor
moral; es el caso del comerciante que no le cobra precios abusivos a sus clientes
simplemente por el amor, respeto a la norma no cobrar precios abusivos a los clientes.
Precisamente muchas de las críticas vertidas a la ética kantiana se basan en esa
distinción tan drástica que él establece entre inclinación y deber, y que se expresa en la
diferencia entre “actuar por deber” o “actuar conforme al deber”. Así, por ejemplo, las
responsabilidades que asume una madre con respecto a sus hijos no serían deberes
morales según Kant, porque es el amor maternal, un sentimiento, y no el deber moral, lo
que le lleva a actuar. La madre responsable con sus hijos no actuaría por deber, sino
conforme al deber. Es evidente que resulta casi imposible que el ser humano no tenga
motivos para actuar, y sea simplemente el deber moral el que marque su acción, de ahí
que a veces se haya calificado la ética de Kant como una ética de dioses que no está al
alcance del ser humano, porque nunca las motivaciones de nuestro actuar son tan puras
como él pretende.
El actuar por deber implica el poder, o sea, la libertad para poder elegir entre
nuestra particular naturaleza física y psíquica con sus inclinaciones y que, por cierto, no
podemos elegirla y el deber. Precisamente Kant va a explicar la existencia de la moral a
partir de la libertad, hay moral porque somos libres, así es preciso presuponer la libertad
porque sin ella no sería posible la moral, pero no podemos verificar que somos libres
porque la libertad no es un hecho empírico (es empíricamente indemostrable). Ahora
bien, cómo se hace presente el deber, el imperativo categórico. Kant considera que este
puede formularse en los siguientes términos: “obra sólo según una máxima tal que
puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal”. Máxima significa la
regla concreta de conducta (principio subjetivo de la acción) que cada uno de nosotros
aplicamos a la hora de tomar una decisión; y la formulación del imperativo dice que
para descubrir el deber en cada momento, tengo que preguntarme si se estaría dispuesto
a aceptar como norma general para cualquier persona y siempre que se encuentre en esa
misma circunstancia, la regla concreta o máxima de conducta que yo aplico, es decir,
que se universalice la máxima moral. Esto supone, por ejemplo, ponerse en el lugar del
otro y ver si yo estaría dispuesto a que ese otro actuara conmigo como yo voy a hacerlo
con él, o dicho con otras palabras: “lo que no quieras para ti no lo quieras para los
demás”. Así, por ejemplo, si miento para obtener una ventaja me he de preguntar si
deseo que el acto de mentir se convierta en ley universal, o sea, que los demás puestos
en mis circunstancias mientan también, con lo que la mentira se convertiría así en base
de la moralidad; obviamente, dirá Kant que si miento no puedo querer que sea
universalizable, porque sencillamente la comunicación resultaría imposible y esto sería
contrario a la razón, por tanto se ha de desear que todos los seres humanos digan la
verdad. Kant nos dará otra formulación del imperativo categórico, a saber: “obra de tal
manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en los demás,
siempre como un fin y nunca como un medio”, esto es, en nuestras acciones, tanto los
demás como nosotros mismos, hemos de ser siempre fines y nunca instrumentos o
medios para la consecución de objetivos, y hemos de tratar a los otros con respeto y

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como lo que son, seres humanos con dignidad; y la tercera formulación del imperativo
categórico la expresa kant con estas palabras: “obra de tal modo que tu voluntad
pueda ser considerada como legisladora universal”. Así formulada, la ley moral
universal o imperativo categórico no le viene impuesto desde fuera a la voluntad
racional sino que es la propia razón práctica la que se impone la ley (autonomía
moral), sin estar determinada la voluntad por ningún tipo de intereses materiales o
espirituales, o por inclinaciones o deseos.
La ética de Kant se caracteriza, por tanto, por ser autónoma (que significa
obediencia a la propia razón), es el sujeto el que se da a sí mismo la ley, los preceptos o
mandatos de la moralidad, de un modo a priori (las normas morales han de tener la
forma de la razón y la razón es común a todas las personas), haciendo uso exclusivo de
la razón práctica, de ahí que dichos preceptos, además de categóricos (obligan y exigen
el cumplimiento sin condiciones, o sea, no hay motivos o razones que nos impulsen a
cumplirlos, tan sólo el puro deber), sean universales y necesarios.
Su ética culmina con la formulación de los tres postulados de la razón práctica,
que se corresponderían con las ideas trascendentales de la razón teórica, indemostrables
científicamente, pero necesarias en el ámbito de la moral: la libertad del sujeto (en
cuanto que el debes implica el puedes, en el sentido arriba indicado), la inmortalidad
del alma (como garantía de que, tras esta vida, será posible un progreso infinito hacia la
virtud) y la existencia de Dios (garantía de que nuestra virtud será recompensada con la
felicidad porque sería intolerable que la felicidad no coronara finalmente el deber). Así,
aunque la ética de Kant sea deontológica (ética del deber) y no teleológica, esto es, que
no debe tenerse en cuenta las consecuencias de las acciones, sin embargo, Kant termina
considerando que la felicidad es el elemento fundamental sin el cual la empresa de la
moralidad carecería de sentido.
Estos tres postulados muestran “qué puede esperar el hombre” y el verdadero
significado de las ideas de la razón; en la Crítica de la razón pura, Kant demostró que
se trata de noúmenos, impenetrables para el conocimiento científico, pero ahora
sabemos que el verdadero sentido de estas ideas no es en absoluto teórico, sino práctico
o moral.

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