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CENSURA EN LA EUROPA ILUSTRADA FERNANDO SAVATER Universidad Complutense de Madrid Mi exposicién versard sobre Ja relacién entre Censura e Ilustracién, o si se quiere entre Tlustracién y Contra-Ilustracién. La Ilustracién es un movimiento de ideas, una guerra incruenta, al menos en sus comienzos, basada en los conocimientos, en la educacién, en la ruptura de los t6picos, en el libre examen de las ideas y de los saberes. Desde el principio el fermento revolucionario que hab{a en la Iustracién también fue entendido por los poderes establecidos como un peligro potencial, peligro que evidente- mente se revelé después muy cierto para determinadas clases y determinados grupos sociales. Y desde el principio también hubo una reaccién opuesta, es decir, un intento de cortocircuitar, de impedir la difusién de las ideas y de las actitudes, digamos, ilustradas. No fue igual en todos los pafses. Hubo naciones en que esta reaccién censora fue mucho més venial, mucho mis soportable. En otros fue de una eficacia terrible. En cualquier caso, nunca fue absoluta, nunca fue total. Por qué? Pues porque entre los propios encargados de ejercer la censura existfan personas que estaban ya, podriamos decir, envenenadas por el germen de la Tlustracién. Habfa cOmplices de la Hustracin entre los propios censores encargados de vedarla y de impedirla y, por lo tanto, al final, las ideas se abrieron paso, derrumbaron estamentos, instituciones, y crearon una convul- si6n, para bien o para mal, trascendental en la historia europea. Expondré ahora algunos esbozos, en lo que mi ciencia, que es escasisima, alcanza, de los rasgos que me parecen importantes, a modo de fresco impresio- ‘a, de la Ilustracién, empezando naturalmente por el pafs que normalmente consideramos central en las ideas ilustradas, Francia, y luego centrandonos en el nuestro, por razones que no necesitan mayor explicacién. Vamos a dejar fuera muchos aspectos de la Ilustracién en otros pafses euro peos, desde los mas liberales como Holanda o Ia propia Inglaterra, que fueror pafses mucho més abiertos y con mucho mayor movimiento de ideas y menos persecucién. Aunque hay que recordar que la mayorfa de las ideas que se difundfan. de Jos panfletos subversivos, de los manifiestos, etc., se imprimfan casi todos er Holanda o en Ginebra, lugares en que habfa una libertad de imprenta mayor que en el resto de Europa, aunque a veces llevaban pies de imprenta diferentes. nist 23 Fernando Savater También habria que tratar el caso pintoresco o significativo de Ia Prusia de Federico IT. Federico II era un autécrata ilustrado, esta especie de monstruo, de centauro curioso que padecié Voltaire personalmente, es decir, un hombre ilus- trado en muchas de sus actitudes, anticlerical, irreligioso, partidario de las ideas ilustradas, que ofrecié la posibilidad a Diderot de editar la Enciclopedia en Alemania cuando ya no la podfa editar en Francia. Pero, por otra parte, era realmente un autécrata, es decir, una persona que estaba dispuesta a imponer su poder y sus limites, que consideraba que todas esas ideas debian ser restrin- gidas para unos grupos de personas enteradas, pero que naturalmente no podian difundirse a todo el pueblo y, sobre todo, no debfan ser escuchadas por los politicos, como é1 mismo. Esta actitud provoca que algunos prusianos ilustres de la época, como Lessing, que tenfan una relacién ambivalente con Federico y con los franceses que admiraban a Federico, dijeran: «Claro, ustedes le ad- miran porque no le padecen, ustedes le admiran porque cuando van a hablar con éI les presenta su cara ilustrada, abierta, liberal, pero luego nosotros le padecemos como gobernante férreo», como efectivamente lo era. Federico real- mente era un personaje curioso, de hecho él permitia que se dijera cualquier cosa sobre sf mismo, eso le trafa absolutamente sin cuidado. En una ocasién, cuenta Voltaire, que los enemigos del Rey habfan colocado un pasquin, un cartel difamatorio contra el monarca, en un rincén de la ciudad, al no atreverse a colocarlo en un lugar més céntrico; Federico, entonces, mand6 descolgarlo y ponerlo en el centro de la plaza principal. Cuando Voltaire le pregunté «hombre jcémo usted favorece...?», Federico II le respondié: «yo y mis stibditos tenemos un pacto, les dejo decir lo que quieran y yo hago lo que me da la gana». Esta era un poco la actitud general de este gobernante singular. Naturalmente, te- niendo esto en cuenta, el tema de la Censura y de la Ilustracién en Prusia resulta ser algo diferente. Y lo mismo cabrfa decir, por ejemplo, de Rusia, donde existia una pequefia corte ilustrada en torno a Catalina la Grande, amiga y corresponsal de Voltaire, amiga de Diderot, a quien le compré su biblioteca, y de otros muchos ilustrados de la época; pero, al tiempo, un pafs sometido a normas autocraticas y sin ningtin tipo de atisbo ilustrado en ningtin orden. Nos centraremos, pues, en el caso francés. Francia fue el pafs, dentro de los paises verdaderamente grandes e importantes, en que hubo mayor apertura. Porque, claro estd, como siempre ocurre en estos casos, no es lo mismo ser liberal en Holanda, pais mintisculo y potencia poco importante en Europa, no digamos ya en Ginebra que era una ciudad mas o menos aislada del resto del mundo, que serlo en Francia. Porque Francia, desde Luis XIV, era el verdadero centro de gravedad de toda Europa. Tras la muerte de Luis XIV, que no era precisamente un gobernante liberal, con la Regencia se inicié un proceso de movimiento ideolégico mas abierto, en el que se imprimieron cosas muy dis- pares, comprometedoras, satfricas, etc., al que intentaron poner freno luego Luis 24 Censura en la Europa ilustrada XV y Luis XVI queriendo poner orden en una situacién que de hecho ya habfa penetrado en todas las clases sociales. Se nombraba un Ministro de Libreria, que era como una especie de ministro de cultura de nuestros tiempos, pero que se encargaba también de la Censura gubernamental al ser el encargado de dat el placet a todos los libros que se podfan editar o no en Francia, Hay que indicat, al respecto, un par de circunstancias caracterfsticas de la época en relacién a la edici6n del libro. En primer lugar, que éstos eran editados por los libreros (de ahi el nombre de Ministro de Librerfa), ya que no existfan las editoriales en el sentido moderno, sino que eran los propios libreros los que editaban los libros Por otra parte, en segundo lugar, précticamente s6lo los libreros de Paris, en toda Francia, tenfan derecho a editar. Es decir, los libreros de provincias editaban muy rara vez, solamente si estaban ligados a algiin tipo de institucién religiosa © universitaria. Habfa, pues, un control bastante estricto en este sentido. Naturalmente hab/a una demanda mayor de obras, a pesar de que, por su- puesto, el ntimero de lectores era infinitamente menor que en nuestros dias. Tomando como paradigma la Francia ilustrada, incluso alli, el ntimero de lo que hoy entendemos por «lectores» era muy bajo. Estaba formado por un nticleo de profesionales liberales, educadores, militares de graduacién media ilustrados, damas de buena sociedad que habfan recibido una educacién que las mujeres normalmente no tenfan en Europa, y poco mas. Estos formaban un ptiblico importante, selecto, pero por supuesto muy reducido en numero. La mayor parte de la gente que lefa, en torno al 99% de la poblacién lectora, preferia las historias de bandidos, las historias piadosas, y literatura similar. Luego todavia habia la poblacién que no lefa ni eso. Con todo, en un sector relativamente reducido, existfa una demanda real de libros, lo cual obligaba a las autoridades a mantener un control sobre la edicién, mediante el mecanismo del permiso real previo para la impresi6n. Esto, claro esta, produce dos efectos: por un lado, empiezan a aparecer libros prohibidos, es decir, libros que se editan sin permiso o que s editan en otros pafses y se distribuyen en Francia. Este hecho tenfa su interés porque los libros prohibidos, como todo lo prohibido, tenfan un enorme presti- gio, es decir, eran libros muy buscados,a la gente les interesaba conseguirlos (como puede ocurrir hoy con el fenémeno de la droga). Eran libros que circulan, pues, por efecto del morbo, En segundo lugar, estaba el efecto politico. Los libros estaban controlados por las autoridades y organismos pertinentes ante la posibilidad 0 temor de que contuviesen doctrinas subversivas que pudiesen cuestionar el orden establecido. El caso del regicida o magnicida Damian habia alertado al sistema en este sentido. El objetivo era impedir que nadie se sintiera escudado ideolégicamente, en base a lecturas o ideas proscritas, para atentar contra las personas que ocupaban importantes puestos politicos. La religién parecfa tener menos importancia, aunque Ilegé a tenerla en la contienda entre jansenistas y clero normal, sobre todo jesuitas, ya que los 25 Fernando Savater jansenistas se mostraron muy capaces de crear focos sublevatorios, especial- ‘mente en provincias 0 parroquias en fas que tenfan gran eco sus ideas y en las que se distribufan escritos contra la pompa de los grandes sefiores, los nobles, etc, Sdlo por esta raz6n, la contienda jansenista, que habfa empezado como un problema teolégico y adquirié con el tiempo gran virulencia, leg a convertirse en un problema de orden piiblico, despertando por esta raz6n Ja atencién de la Censura, arrastrando con ello otros escritos de tipo teolégico. Por Io tanto, en Ifneas generales, el libro que preocupaba era el que podia alterar Ia realidad politica. Se prestaba especial atencién a los lugares de im- portacién (por ejemplo los Pafses Bajos) y se vigilaban muy estrechamente los lugares o circuitos de distribucién (zonas urbanas, especialmente, y dentro de ellas, los barrios universitarios, en Paris la propia «Cité», ete.). Los libreros se convirticron entonces en un gremio hiperpolitizado e hiperpolicializado, es decir, ser librero ya era una actividad sospechosa, era una posibilidad de estar dentro de este trafico. Naturalmente los libreros aprovechaban esta circunstancia para sacar dinero de los libros prohibidos: primero, porque los libros prohibidos se vendian bien, luego, porque los libros prohibidos a veces se los inventaban ellos. Se advierten, procesos de adulteracién de 1a produccién del libro. Por poner un ejemplo, se tomaba un pedazo de una obra de Voltaire y se vendia como libro de Voltaire lo que eran cuatro hojas de Voltaire, cuatro de Rousseau y un refrito de no se sabe bien quien. Precisamente una causa de permanente indignacién de Voltaire eran estos procesos de adulteracién de sus escritos por causa de Ja Censura, Como él no podia admitir la paternidad de muchos de sus escritos, por razones de seguridad, tampoco podfa desmentir estas falsificaciones; y entonces se comfa los pufios de rabia viendo como corrfan adulteradas muchas de sus obras. Todos estos principios, la adulteracién, el tréfico ilegal, la subida disparatada de los precios, la introduccién de confidentes policiales en el gremio de libreros, el convertir la profesién de librero en un oficio extrafio al que se ligaba con el juego, la prostitucién, etc., al estar todo ello dentro del mismo mundo de la ilegalidad, tenfan que ser admitidos por el hecho de que se mantenfa la demanda de tales libros, y no se puede prohibir naturalmente aquello cuyas supuestas victimas piden a gritos. A las autoridades, entonces, s6lo les quedaba el recurso de intentar en lo posible evitar la circulacién de estos libros potencialmente subversivos, Esta Censura en Francia, por lo demas, se ejecutaba en algunos casos de un modo un tanto singular, Ahi tenemos, por ejemplo, el caso del Ministro de Librerfas el Abate de Bignon, una de las figuras mas conocidas en los primeros ailos de gobierno de Luis XV, que reunia la doble condicién de religioso y funcionario del Rey, hombre que desde luego era todo un censor en el sentido estricto del término, que parecia més interesado, cuando ejercia su funcién de 26 Censura en la Europa ilustrada censor, en reprimir y prohibir todo aquello que provocase alteracién social, subversi6n, incluidas las polémicas teoldgicas, que las puras cuestiones de dog- ma. Entonces, mientras que en Espafia se buscaba una cierta pureza ortodoxa, mantenida por la Inguisicién, en Francia lo que se trataba era de evitar aquello que causara demasiado trastorno ptiblico, Por lo tanto, al menos en Francia, a las autoridades les interesaba menos el trasfondo ideoldgico de las disputas que el mantenimiento del orden piblico y los desérdenes que aquellas pudieran acarrear. Habja en este sentido unas normas muy restrictivas de edicién. Ahora bien, como, por otra parte, de hecho entraban y se distribufan obras prohibidas, estos Ministros de Librerfas se vieron obligados a adoptar algunas medidas administrativas un tanto peculiares. Como, por ejemplo, la Hamada «permiso tdcito», creada por el mencionado Abate de Bignon. Esta medida consistia en que el Ministro otorgaba al librero un permiso encubierto, no escrito, para que ‘case un libro, y si dicho libro provocaba algtin tipo de conflicto el Ministro en cuestién negaba ptiblicamente el haber otorgado tal permiso. Esta fue, de facto, wa de las modalidades de permiso de impresién que hubo en Francia. Modalidad en la que, como es de suponer, autor y librero corrian un cierto riesgo, sobre todo a nivel econémico, ya que en aquella época editar un libro suponia un enorme gasto y podfa ser retirado de la circulacién por alguna circunstancia adversa. Asi, por ejemplo, el pobre Diderot, con la Enciclopedia, fue victima de este tipo de problematica. Sacaba un volumen de la Enciclopedia, lo que suponfa un importante dispendio o desembolso econémico, y una vez que estaba en la calle los Jesuitas, en su revista el Journal de Trevoux, empezaban a protestar, ellos y otros sectores sociales (Jos propios jansenistas, el alto clero, sectores de la aristocracia, etc.), y entonces el Abate de Bignon o el Ministro de Librerfas correspondiente se vefan obligados a indicar ptiblicamente que no habfan otorgado el permiso y ordenaban que retirasen el volumen en cuestidn. Todo ello trafa grandes problemas para autores, libreros-editores y los suscrip- tores. Uno de los sucesores del Abate de Bignon resulta especialmente interesante dentro de Ja dindmica de la Censura en Francia. Nos referimos al magistrado Christian Guillaume Lamoignon de Malesherbes, uno de los personajes espe- cialmente Ilamativos y emocionantes de la Hustracién. Malesherbes pertenecfa a una familia de gran tradicién dentro de la magis- tratura en Francia. Su padre habia sido Presidente del Parlamento francés. El mismo fue elevado al cargo de Director de Librerfas o de Censura, siendo un hombre ilustrado, un ilustrado moderado. Es decir, un hombre que era corres- ponsal y amigo de Rousseau, que incluso influy6 a través de su correspondencia en la cristalizacién de algunas de las ideas del Emilio, que cra amigo de Voltaire, aunque este tltimo le resultaba un tanto «sancandil», jaleoso, demasiado es- truendoso y, en general, mantenfa una relacidn positiva con el mundo de los 27 Fernando Savater enciclopedistas por considerar que sus proyectos resultaban interesantes y ne- cesatios, él mismo era un hombre un poco irreligioso si se quiere; pero, con todo, estaba convencido de que tenfa que haber unos principios de orden y un respeto a la legalidad. Respetaba, pues, a los ilustrados, aunque recelaba de sus excesos. En este contexto hay que entender la importancia de la figura de Malesherbes en la relativamente buena fortuna de la empresa de la Enciclopedia y en la edicién de muchas de las obras de la mayorfa de los ilustrados. Su importancia fue inmensa y es poco probable que sin él todos estos proyectos hubieran podido nunca llegar a buen término. Naturalmente los enciclopedistas se indignaban con Malesherbes porque era un hombre que tanteaba, que hacfa trucos, que tenia que jugar un poco con dos barajas. Por ejemplo, habfa ocasiones en que, cuando le presionaban mucho desde las altas instancias del poder, se veia obligado a prohibir algiin volumen de la Enciclopedia, bueno, decia que iba a retirar el volumen, que iba a recoger todos Ios papeles que habjan servido de base para la confeccién de dicho volumen, y, luego, la tarde anterior al secuestro avisaba a Diderot y le decfa’ «Oiga, que majiana le voy a secuestrar el volumen y todo lo que tiene usted en a»; y el pobre Diderot quedaba un poco desconcertado y le decfa: «Bueno, pero ZY qué hago yo con esto?»; entonces Malesherbes le contestaba: «Traigz melo usted a mi casa que yo creo que es el lugar donde estara més seguro, porque allf nadie lo iré a buscar». Asistimos entonces a la paradoja de ver a Malesherbes, Ministro de la Censura, escondiendo en su casa los papeles que habfa ordenado requisar en casa de Diderot. Manten{a este tipo de juego, para cierta desesperacién de los enciclopedistas que querfan una postura de apoyo més radical por parte del Ministro, que se pusiese abierta y piblicamente a su favor. Lo cierto es que esta eficacia era efectivamente grande como bien pudie- ron comprobar estos enciclopedistas cuando le falto esta comedida proteccién. Por otra parte, Malesherbes era un hombre que reflexionaba bastante sobre la idea de la libertad de prensa. Pensemos que escribié una «Memoria» sobre este tema, que hoy nos resulta enormemente sugestiva, y que creo es la primera que se publicé sobre la cuestidn en Europa, si dejamos a un lado el libro de Milton. En esta obra, por cierto, se habla de la técnica 0 mecdnica de esta libertad de prensa. Y es que Malesherbes se dié cuenta de que no solamente las autoridades 0 el gobierno ponian trabas a la edicién de determinados libros, sino que incluso muchas de las personas que escribfan y estaban supuestamente relacionadas con la Ilustracién también eran censores in pectore. Por ejemplo, D’Alembert querfa, naturalmente, que dejaran editar la Enciclopedia y como otros era partidario de que se permitiese la publicacién de libros ilustrados, pero no querfa que dejaran publicar los libros que atacaban a los ilustrados, que eran muchos, y no sélo de jesuitas. Y he aqué otra paradoja de la época: D’ Alembert cas 28 Censura en la Europa ilustrada iba un dia a pedir tolerancia para la Enciclopedia y, al dia siguiente, a pedir mano dura para los que se metfan con los enciclopedistas, Entraba aqui en juego la astucia del Director de la Censura que, en ocasiones, no permitfa la aparicin de voltimenes de aquella, dando el visto bueno a escritos que polemizaban con ella, y, en otras ocasiones, hacfa lo contrario. Sélo en el marco de estas pricticas y de esta actitud se entienden algunos comentarios bastante irénicos de esta «Memoria», asf dice: «Sé muy bien que vivimos en un siglo y en un pafs donde se ha convertido en un crimen intentar instruirse ¢ interesarse por el bien ptiblico si uno no tiene un camet para ello», y apostillaba que, en su pats, cada uno de Jos gremios querfa la libertad para ellos mismos pero no para otro sefior que no perteneciese al mismo gremio:

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