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Saludo a la Diócesis de San Sebastián

Queridos Diocesanos:

En el día en que se hace público mi nombramiento como obispo


de San Sebastián, deseo, antes que nada, enviaros un afectuoso saludo
a todos y cada uno de vosotros y a todas y cada una de vuestras
familias. Quisiera que sintierais desde el primer momento el calor y
la cercanía de quien pronto va a ser vuestro nuevo hermano obispo.
Un saludo expreso también a todas y a cada una de las parroquias y
comunidades cristianas de la diócesis. Saludo a los sacerdotes, a los
seminaristas, a las comunidades de religiosos y religiosas, a los laicos
y laicas, asociados y no asociados, que formamos juntos este santo
pueblo fiel de Dios. No quisiera dejar de saludar a tantos ciudadanos
y ciudadanas de bien, a tanta gente sencilla y de buena voluntad que
enriquece nuestra sociedad. Saludo en especial a tantas personas que
viven comprometidas con el bien común de nuestro pueblo, desde
diversas instancias civiles, políticas, económicas, laborales,
educativas y culturales a lo largo y ancho de toda la provincia de
Gipuzkoa. Merecen todo mi reconocimiento y el de toda la Iglesia.

El pasado 17 de noviembre, el Nuncio de su Santidad me


comunicó la decisión del Papa Francisco de nombrarme obispo de
esta querida diócesis de San Sebastián, a la vez que pedía mi
consentimiento. Tardé unas horas en contestar. Enseguida me
vinieron unas palabras del propio Francisco en una reciente
catequesis sobre el ‘discernimiento’ que decía así: “Recuerda que las
elecciones que hagas tendrán una consecuencia, para ti, para los
demás y para el mundo; puedes hacer de la tierra un magnífico jardín
o puedes convertirla en un desierto de muerte”. Después de orar un
buen rato, unas horas más tarde, con no poca sensación de vértigo,
pero lleno de confianza, envié la preceptiva carta de aceptación al
Santo Padre, mostrándole mi plena comunión con él y con la Iglesia
universal. En la misma carta, le indicaba que me abrumaba la
inmerecida confianza que ponía en mí para este servicio.
Me siento muy limitado y pequeño ante esta importante
responsabilidad que se me encomienda, pero me pongo con absoluta
confianza en las manos de Dios, que buscará la forma de hacer su
camino. En definitiva, confío en que Él es el más interesado en llevar
su plan adelante. El Señor cuenta con todos nosotros en la misión de
anunciar el Evangelio, también con este nuevo pastor diocesano.
Confío en que su gracia me ayudará a superar muchas de mis
limitaciones, a la vez que confío también en vosotros, en vuestra
oración, así como en vuestra ayuda y colaboración comprometida. No
podemos entender la vida cristiana ni la misión de la Iglesia sin el
resto de hermanos y hermanas que formamos el pueblo de Dios. La
comunión real y la cercanía afectiva entre todos es un camino que
tenemos que recorrer juntos. Un camino espiritual —como decía san
Juan Pablo II—, que hemos de hacer vida para hacer creíble el
Evangelio que queremos predicar.

En esta diócesis fui ordenado y di mis primeros pasos


sacerdotales hace ya más de 20 años. Pasado el tiempo, en ese gran
misterio de las mediaciones, el Señor ha querido que vuelva al amor
primero, al lugar donde comencé mi ministerio como joven misionero
claretiano. Eso sí, ahora desde una nueva clave misionera como
pastor diocesano. La Iglesia me pide este nuevo servicio que asumo
con respeto y también con el gozo confiado de saber que el Señor
camina con nosotros. Estos son los maravillosos tiempos que nos toca
vivir. Tiempos llenos de exigentes desafíos para la Iglesia y de no
pocas dificultades, como bien sabemos. Confiamos siempre en la
mano de Dios, que guía la historia. Él nos irá indicando el camino y
nos confortará en medio de toda dificultad.

La Iglesia de Gipuzkoa desde hace años quiere ser una Iglesia


al servicio del Evangelio. El Concilio Vaticano II, del que estamos
celebrando el 60 aniversario de su apertura, sigue siendo hoy la
brújula que nos invita a navegar en esa dirección. Ciertamente, la
misión de dar a conocer a todos el amor de Dios y la salvación que se
nos ofrece en Cristo es y será siempre nuestra razón de ser. Eso sí,
bien sabemos que no ayudaremos al Señor en esa misión sin el
testimonio de una vida evangélica real que sostenga lo que dicen
nuestras palabras. Este camino del testimonio es el que creo que hoy
se espera de nosotros como comunidad cristiana.
Iniciaré pronto mi ministerio engarzado en una rica tradición y
en una Iglesia viva que busca responder hoy a los desafíos de la
misión. Caminamos a hombros de gigantes. El testimonio de muchos
cristianos sencillos, de sacerdotes venerables y de mis predecesores
en la sede episcopal, no puede ser menos que reconocido y
agradecido expresamente en estos momentos iniciales en que saludo
a la diócesis. Recuerdo a los tres últimos: ¿Cómo no recordar el largo
y fecundo ministerio de monseñor José María Setién, en el que tanto
nos instruyó con sus enseñanzas?¿Cómo no recordar la cordial
cercanía y la sabiduría creyente de monseñor Juan Mari Uriarte?
¿Cómo no valorar la elocuencia de monseñor Munilla que llenó
tantos espacios en la diócesis y también fuera de ella con sus
innumerables catequesis y su presencia virtual? Muchas gracias,
pues, a quienes han sido mis predecesores. También gracias a D.
Francisco, administrador apostólico de la diócesis, por facilitar tanto
las cosas, por su afectuosa acogida para conmigo y por la consabida
cercanía y delicado cuidado que ha mostrado a la diócesis durante
todos estos meses.

No solo tenemos una gloriosa historia que contar, sino un gran


futuro por construir. Nos aventuramos, pues, en la tarea. Pongo esta
nueva encomienda y este nuevo tiempo que se abre para todos
nosotros bajo el amparo de la Virgen María. Ella, como figura y
modelo de la Iglesia nos enseña el camino. María es
fundamentalmente y antes que nada, una Madre. Y eso es lo que nos
enseña: que la Iglesia ha de ser para todos como una Madre. Nunca
una madrastra. Una madre con un corazón sensible y atento a las
necesidades de todos sus hijos, especialmente de aquellos que más lo
necesitan. Pido al Señor, pues, para mí y para toda la diócesis el
amparo de la Amatxo de Arantzazu. Igualmente, encomiendo mi
ministerio episcopal al patrono de la diócesis, San Ignacio de Loiola.

Con estos horizontes me preparo ahora para iniciar pronto este


ministerio entre vosotros. Tiempo habrá de conocernos más. Espero,
de corazón, que la noticia de que la diócesis de San Sebastián tiene
un nuevo obispo llegue a todos los rincones y que os colme de una
verdadera alegría: la alegría del Evangelio. Toda ayuda y contraste
serán siempre bienvenidos. Agradezco vuestras oraciones, para que
sea un pastor misionero según el corazón de Cristo. Os aseguro
también mi cercanía y mi oración por todos y cada uno de vosotros.
Con sincero afecto y cordial cercanía, os envío mi bendición.

En Donostia, a 31 de octubre de 2022.

Fernando Prado Ayuso, CMF


Obispo electo de San Sebastián

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