You are on page 1of 14

HORA SANTA 2020

«Quédate, Señor, con nosotros en casa»

Monitor:
Hermanos: Esta noche la Iglesia conmemora la «Última Cena del Señor» y su oración en
el huerto, en la que quiso estar acompañado de sus íntimos, aunque no podemos acudir
a nuestros templos para reunirnos en torno al Sacramento de su presencia real, Él se hace
presente este año de un modo especial en vuestras casas.
Como nos dice el libro del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta. Si alguno oye mi voz y
abre la puerta, entraré a su casa y cenaré con él y él conmigo»(Ap 3,20). En esta noche
donde muchos viven de un modo especial la angustia de «Getsemaní», abrámosle la
puerta de nuestro hogar, de nuestro corazón, dejémosle que habite en cada uno de
nosotros y comparta nuestras alegrías y penas, nuestras ilusiones y preocupaciones,
nuestras esperanzas y nuestros sufrimientos. ¡Señor, quédate con nosotros! ¡Señor,
quédate en nuestra casa!

(Si se puede, de rodillas)

CANTO:

Tú eres la luz que brillo en las tinieblas,


abrió mis ojos pude ver.
Mi corazón adora tu hermosura,
esperanza de mi vida eres tú.

Vine a adorarte, vine a postrarme,


vine a decir que eres mi Dios.
Solo tú eres grande, solo tú eres digno,
eres asombroso para mí.

Tú eres el rey grandemente exaltado.


Glorioso por siempre, oh Señor.
El mundo que creaste humildemente viviste
y pobre te hiciste por Amor.
ORACIÓN DE PRESENTACIÓN

(Todos)

Señor Nuestro Jesucristo: Como Pedro, Santiago y Juan, que oyeron tu voz angustiada en
el Huerto de los Olivos al decirles: «Velad conmigo», también nosotros en esta noche la
escuchamos y queremos estar muy cerca de ti.

Hace poco que les has entregado tu cuerpo y tu sangre, hechos «alimento para la vida de
los hombres». Por eso hoy tu presencia en medio de nosotros es una realidad. ¡Déjanos
estar contigo!

Tenemos mucho que agradecerte por tu legado a la Iglesia en la Última Cena: Institución
de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial, para perpetuar tu presencia entre nosotros;
la oración sacerdotal al Padre, en favor de tus futuros seguidores, y la promesa del Espíritu
Santo Consolador.

Necesitamos pedirte mucho, porque «el espíritu está pronto, pero la carne es débil». Y
queremos, sobre todo, acompañarte en la noche en que conmemoramos tu entrega al
sacrificio y a la muerte por los hombres. Acéptanos, Señor, en tu compañía.

Y acuérdate de todos aquellos que, en estos momentos, viven su particular «Getsemaní»


sumidos en la angustia y el dolor. Tú que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del
Espíritu Santo, y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.

(Sentados)

Monitor:

El Señor esta noche del Jueves santo nos prometió que no nos dejaría huérfanos. Y no nos
dejó. Se quedó perpetuamente con nosotros en la Eucaristía hasta la consumación de los
siglos.
Lector:

Lectura de la primera carta de S. Pablo a los Corintios 11, 23-26

Porque yo he recibido del Señor lo que os he trasmitido: que el Señor Jesús, en la noche en
que fue entregado, tomó el pan, y, después de dar gracias, lo partió y dijo: «Éste es mi
cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía». Y asimismo, después de
cenar, tomó el cáliz diciendo: «Éste cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre; cuantas
veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él
venga».

(Breve pausa)

Monitor:
Por eso nosotros hoy no tenemos por qué envidiar a la hemorroísa que tocó la orla de su
manto, ni a Zaqueo que le hospedó en su casa, ni a los hermanos de Betania que tantas
veces se sentaron a la mesa con él.
CANTO:
Necesito de ti, necesito tu amor, necesito lo que me das.
Necesito de ti, necesito tu amor, necesito lo que me das.
Tú le has dado sentido a mi vida, nada tiene sentido sin Ti.
Tú le has dado el sentido, quiero estar junto a Ti.

Director: Por eso, porque está aquí, nosotros podemos hablarle esta noche como le
hablaban las gentes de su tiempo en Palestina. Y lo vamos a hacer con las mismas palabras
que sus oídos escucharon al pasar por este mundo.

Director: Avivemos nuestra fe en la presencia de Jesús Sacramentado, repitiendo las


palabras del Apóstol Santo Tomás:

Todos: ¡Señor mío y Dios mío!

Director: Confesemos la divinidad de Jesucristo con las palabras de san Pedro en Cesaréa
de Filipo:

Todos: ¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!

Director: Digámosle con Natanael:

Todos: Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.

Director: Respondamos como Marta, la hermana de Lázaro, cuando Jesús le dijo «Yo soy la
Resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que
vive y cree en mí no morirá eternamente. ¿Crees esto?»:

Todos: Sí, Señor, yo creo, que tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo que has venido a este
mundo.
Director: Pero digamos también humildemente con los Apóstoles:

Todos: Señor, aumenta nuestra fe.

Director: O con el padre de aquel lunático:

Todos: Creo, Señor, pero ayuda tú mi incredulidad.

Director: Aclamemos a Jesús Sacramentado como los ángeles a Dios hecho hombre en la
noche de Navidad:

Todos: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Director: Como aquella buena mujer entre la muchedumbre:

Todos: Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron.

Director: O como las gentes sencillas por las calles de Jerusalén en el domingo de Ramos:

Todos: Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en
las alturas.

Director: Proclamemos nuestra dicha al saber que lo tenemos con nosotros.

Todos: Dichosos los ojos que ven lo que nosotros vemos y los oídos que oyen lo que nosotros
oímos; porque muchos patriarcas y profetas quisieron verlo y no lo vieron, oírlo y no lo
oyeron.

Director: Reconozcamos que no lo merecemos, diciéndole humildemente con el centurión:

Todos: Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para
sanarme.

Director: Y al sentimos privilegiados con la fe y la participación de la Eucaristía, digámosle


con san Pedro en el Tabor:

Todos: Señor, ¡qué bien estamos aquí!

Director: Y forcémosle a que no se vaya, rogándole con los discípulos de Emaús:

Todos: Quédate con nosotros, Señor, que anochece.

(Se hace una breve pausa)


CANTO:

¡Oh! Deja que el Señor te envuelva


en su Espíritu de amor, satisfaga hoy tu alma y corazón.
Entrégale lo que te impida y su Espíritu vendrá
sobre ti y vida nueva te dará.

Cristo, ¡oh, Cristo!, ven y llénanos.


Cristo, ¡oh, Cristo!, llénanos de ti.

Alzamos nuestra voz con gozo y nuestra alabanza a Ti,


con dulzura te entregamos nuestro ser.
Entrega toda tu tristeza en el nombre de Jesús
y abundante vida hoy tendrás en Él.

Director: Acuérdate, Señor, que nos dijiste: «Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis,
llamad y se os abrirá». Hoy te pedimos, Señor, con la fe y con las palabras de todos los
necesitados del Evangelio, por todas nuestras necesidades espirituales y materiales.

Todos: Jesús, Hijo de David, ten compasión de nosotros.

Director: Todos estamos manchados. Por eso te decimos con el leproso:

Todos: Señor, si tú quieres, puedes limpiarme.

Director: Todos andamos a tientas para ver tu verdad. Por ello, como los ciegos del
Evangelio, te rogamos:

Todos: Señor, que se abran nuestros ojos y veamos.

Director: A menudo nos cuesta trabajo entender tus enseñanzas de renuncia y sacrificio.
Te pedimos, entonces, con los Apóstoles:

Todos: Explícanos, Señor, esta parábola.

Director: Conocemos a muchos enfermos de cuerpo y alma, y pensando en ellos, como


Marta y María refiriéndose a Lázaro, te recordamos:

Todos: Señor, el que amas, está enfermo.

Director: Necesitamos el alimento espiritual que eres tú mismo, instruidos por tu Palabra,
te pedimos, como la multitud de Cafarnaúm, pero con mayor conocimiento de causa:

Todos: Señor, danos siempre ese pan.

Director: O con la samaritana junto al pozo de Jacob:

Todos: Señor, danos siempre de ese agua, para que no volvamos a tener sed.
Director: Y porque no sabemos lo demás que deberíamos pedir, te decimos:
Todos: Enséñanos a orar.
(Se hace una breve pausa)
CANTO:
¡Oh, Señor! Tú eres mi Dios, a Ti quiero cantar.
¡Oh, Señor! Y con mi voz tu rostro acariciar.
A veces se me acaban las palabras
para expresarte cuál es mi amor por Ti.
No sé hacer otra cosa que cantarte
para decirte que Tú eres para mí
el motivo de vivir, el motivo de vivir.

¡Oh, Señor! Tú eres mi vida, sin Ti yo nada soy.


¡Oh, Señor! Sin tu presencia no sé lo que es amor.

Director: Respondamos, hermanos, ahora y siempre a la llamada de Cristo con la prontitud


de los Magos:

Todos: Hemos visto tu estrella en Oriente y venimos a adorarte.

Director: O con la generosidad del discípulo que se ofrecía a seguirle:

Todos: Señor, yo te seguiré a donde quiera que vayas.

Director: Aceptemos siempre su voluntad, aun cuando no nos guste, con las palabras de
Nuestra Señora:

Todos: Hágase en mí según tu palabra.

Director: El mundo, Señor, tira de nosotros por caminos más fáciles que el tuyo. Pero no
logrará destruir nuestra fe…

Todos: Porque tu yugo es suave y tu carga ligera.

Director: El mundo nos promete felicidad engañosa a costa de serte infieles. Pero nosotros
hoy, y siempre, ante la realidad de tu presencia eucarística, repetiremos las palabras de
Pedro cuando en Cafarnaúm nos prometiste la institución de este sacramento:

Todos: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído
y conocido que tú eres el santo de Dios.

Director: Y como el mismo Pedro, en el momento de recibir el primado sobre toda la Iglesia,
respondemos a tu generosa entrega:

Todos: Señor, tú sabes todo. Tú sabes que te amo.

(Se hace una breve pausa)


CANTO:

¡Cuánto he esperado este momento! ¡Cuánto he esperado que estuvieras así!


¡Cuánto he esperado que me hablaras! ¡Cuánto he esperado que vinieras a mí!

Yo sé bien lo que has vivido, sé también por qué has llorado.


Yo sé bien lo que has sufrido, pues de tu lado no me he ido.

Pues nadie te ama como yo. Pues nadie te ama como yo.
Mira la cruz: ésa es mi más grande prueba,
nadie te ama como yo.
Pues nadie te ama como yo. Pues nadie te ama como yo.
Mira la cruz: fue por ti, fue porque te amo,
nadie te ama como yo.

Yo sé bien lo que me dices aunque a veces no me hables.


Yo sé bien lo que en ti sientes aunque nunca lo compartes.

A tu lado he caminado, junto a ti yo siempre he ido.


Aún a veces te he cargado, yo he sido tu mejor amigo.

Director: Formulemos concretamente nuestro compromiso. Sabedores, Señor, de que tú


eres nuestro Dios y Creador, y nosotros tu pueblo y ovejas de tu redil.

Todos: Te prometemos andar por el camino de tus mandamientos.

Director: Agradecidos a tu bondad, que se ha dignado hacernos participantes de tu


naturaleza divina, miembros de tu Cuerpo místico que es la Iglesia, hermanos tuyos y
coherederos contigo.

Todos: Te prometemos permanecer en tu amor.

Director: Conscientes de que lo que hiciéramos a uno de tus pequeñuelos, a Ti te lo


hacemos.

Todos: Te prometemos pagarte en la persona de nuestros prójimos lo mucho que te


debemos.

Director: Advertidos por ti de que «no todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino
de los cielos, sino el que cumple la voluntad de tu Padre celestial».

Todos: Te prometemos querernos los unos a los otros, no de palabra, sino con obras y de
verdad.

Director: Invitados por Ti a ofrecer a todos los hombres el tertimonio de nuestra unidad
«para que el mundo crea».

Todos: Te prometemos aspirar, como los primeros cristianos, a no tener más que «un sólo
corazón y una sola alma».
Director: Atentos a las advertencias de tu Apóstol: que «el tiempo es breve», que «pasa
como sombra la imagen de este mundo», que «no tenemos aquí ciudad permanente, sino
que vamos en busca de la futura».

Todos: Te prometemos vivir como el que va de paso, fijo nuestro corazón en ti, donde está
nuestro tesoro.

Director: Acordándonos de que instituiste la Eucaristía en la noche en que ibas a ser


entregado y nos mandaste que la repitiéramos en memoria tuya.

Todos: Te prometemos no olvidarnos de que fuiste a la muerte para darnos vida.

Director: Tú dijiste «que diéramos gratis lo que gratis habíamos recibido».

Todos: Nosotros prometemos hablar de ti a los que nos rodean, y dar testimonio con
nuestras vidas de que Tú has venido al mundo y estás en medio de nosotros.

Director: Tú nos dijiste que debíamos ser luz del mundo y sal de la tierra.

Todos: No nos olvidamos, Señor.

Director: Frente a la indiferencia y disculpas que solemos alegar a la hora de ser llamados
a la mesa del Padre para participar de la Sagrada Comunión.

Todos: Te prometemos, Señor, en cuánto nos sea posible, comulgar con frecuencia y
fervorosamente.

Director: Para que aumente el número de amigos que quieran hacerte compañía ante tu
Presencia eucarística.

Todos: Nos comprometemos a abrir una capilla de Adoración Permanente para que sea el
corazón de nuestra ciudad.

(Se hace una breve pausa)

CANTO:

Vengo a Ti, oh Señor, postrado aquí descansaré


yo sin ti no viviré eres tú quien guía mi ser.

Te necesito, Señor, te necesito Señor, para estar vivo.


Mi salvador, Jesús, mi Dios, Señor, te necesito.

Si he de pecar me sostendrás bajo tus alas me cubrirás


Y dónde estés libre seré junto a ti caminaré.
Monitor:

Tras el largo discurso de despedida, Jesús, de pie ya, pronunció en el Cenáculo su oración
sacerdotal. Fue como el ofertorio del Sacrificio de su Pasión y muerte, que la Iglesia había
de perpetuar a través de los siglos, por el ministerio de los sacerdotes instituidos por el
mismo Cristo aquella bendita noche.

En aquella oración sacerdotal, Jesús pidió por sí mismo, por los Apóstoles allí presentes, y
por toda la Iglesia futura. Escuchemos.

Lector:

Lectura del Evangelio según San Juan 17,1-26

En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, Jesús dijo: "Padre, ha llegado la hora,
glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre
toda carne, da la vida eterna a los que le confiaste. Esta es la vida eterna: que te conozcan
a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he
coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la
gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese. He manifestado, tú nombre a
los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han
guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti; porque
yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido
verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos;
no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo
y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado".

"Ya no voy a estar en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti. Padre
santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros.
Cuando estaba yo con ellos, cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado
por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la
Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos
alegría colmada".
"Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo
no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno.
No son del mundo, como yo no soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu Palabra es
verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por
ellos me consagré a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la caridad. No
ruego solo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en
mí.

"Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú
me diste, para que sean como nosotros somos uno: Yo en ellos y tú en mí, para que sean
perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que yo les he amado a
ellos como tú me has amado a mí. Padre, quiero que donde yo esté, estén también
conmigo los que tú me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que
tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer,
para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos".

(Unos minutos de silencio)

Monitor:

Señor, Jesús, sacerdote eterno y salvador nuestro, escucha benigno las súplicas que te
dirigimos, respondiendo a tus deseos y conscientes de las necesidades de tu santa Iglesia.

Director: Señor, tú has dicho. La mies es mucha, pero los obreros pocos; y nos exhortas a
rogar al Dueño de la mies, para que mande obreros a su mies.

Todos: Te rogamos que dirijas tu mirada de amor sobre nuestros jóvenes e infundas en ellos
el deseo de ser sacerdotes, respondiendo con coraje a tu llamada.

Director: Señor, tú has dicho: pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y


encontraréis; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y a quien llama se le abre.

Todos: Confiados en tu Palabra, te pedimos que concedas a nuestra Iglesia diocesana los
sacerdotes necesarios, dispuestos a empeñarse con generosidad en el anuncio del
Evangelio.

Director: Señor, tú has dicho: si dos de vosotros se reúnen para pedir cualquier cosa, mi
Padre que está en los cielos se lo concederá; porque donde están dos o tres reunidos en
mi nombre, yo estoy en medio de ellos.

Todos: Reunidos en tu nombre, Señor, pedimos al Padre que está en los cielos, el don de
santos sacerdotes para poder servir, como te agrada, a la edificación de la Iglesia y de la
civilización del amor.
Director: Señor, tú has dicho: el cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mt
24, 35).

Todos: Haznos, Señor, comprender tu voluntad y haz que las familias cristianas sean dóciles
para acoger el don de un hijo sacerdote y capaces de acompañarlo por los caminos de la
santidad y del servicio a los hombres.

Director: Concédenos, Señor, muchas y buenas vocaciones, a fin de que la grey cristiana,
socorrida y guiada por vigilantes pastores, pueda llegar segura a los pastos ubérrimos de
la eterna felicidad. Tú que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo y
eres Dios por los siglos de los siglos.

Todos: Amén.

(Se hace una breve pausa)

CANTO:

Señor, no soy nada. ¿Por qué me has llamado?


Has pasado por mi puerta y bien sabes
que soy pobre y soy débil. ¿Por qué te has fijado en mí?

Me has seducido, Señor, con tu mirada


me has hablado al corazón y me has querido.
Es imposible conocerte y no amarte,
es imposible amarte y no seguirte.
¡Me has seducido, Señor!

Señor, yo te sigo, y quiero darte lo que pides,


aunque hay veces que me cuesta darlo todo.
Tú lo sabes, yo soy tuyo. Camina, Señor, junto a mí.

Señor, hoy tu nombre, es más que una palabra;


es tu voz que hoy resuena en mi interior,
y me habla en el silencio ¿Qué quieres que haga por ti?
Monitor:

Seguidamente el Señor se dirigió con sus discípulos al Huerto de los Olivos, donde
continuó acompañado de sus tres apóstoles predilectos, y donde comenzó, con el
prendimiento, su Pasión. A veinte siglos de distancia, las palabras del Señor siguen
resonando de manera especial para nosotros. Oigámoslas.

Lector:

Lectura del Evangelio según san Mateo 26,30-56

Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Entonces Jesús les dice: "Todos vosotros os vais a escandalizar de mí esta noche, porque
está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi
resurrección, iré delante de vosotros a Galilea". Entonces Pedro interviene y le dijo:
"Aunque todos se escandalicen de ti, yo no me escandalizaré". Jesús le dijo: "Yo te aseguro
que esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces". Pedro le
dice: "Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré". Y lo mismo dijeron todos los
discípulos. Jesús va con sus discípulos a un huerto, llamado Getsemaní y les dice: "Sentaos
aquí mientras voy allá a orar".

Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse.


Entonces dice: "Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo". Y adelantándose
un poco cayó cara a tierra y oraba diciendo: "Padre mío, si es posible, que pase y se aleje
de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Y se acercó a los discípulos y
los encuentra dormidos. Dice a Pedro: "¿Con que no habéis podido velar una hora
conmigo? Velad y orad, para no caer en la tentación; pues el espíritu es decidido, pero la
carne es débil". De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: "Padre mío, si éste
cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad". Y viniendo otra vez, los
encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez
oraba repitiendo las mismas palabras.

Luego se acercó a sus discípulos y les dice: "Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca
la hora, y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos,
vamos! Ya está cerca el que me entrega". Todavía estaba hablando, cuando en esto
apareció Judas, uno de los doce, y con él un tropel de gente, con espadas y palos, mandado
por los sumos sacerdotes y los notables del pueblo. El traidor les había dado esta señal: "El
que yo bese, es él: detenedlo". Después se acercó a Jesús y le dijo: "Salve, Maestro". Y le
besó. Pero Jesús le contestó: "Amigo, ¿a qué vienes?"

Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, deteniéndolo. Y uno de los que estaban
con Jesús agarró la espada, la desenvainó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole
la oreja. Jesús le dijo: "Vuelve la espada a su sitio, quien usa espada a espada morirá. ¿O
no crees que puedo acudir a mi Padre y me mandaría en seguida más de doce legiones de
ángeles? Si no ¿cómo se va a cumplir la Escritura según la cual esto tiene que pasar?" En
aquella hora dijo Jesús a la gente: "Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como
a la caza de un bandido? A diario me sentaba y enseñaba en el templo y no me detuvisteis".
Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos
los discípulos lo abandonaron y huyeron.

(Unos minutos de silencio)

Director: Adoremos a nuestro Redentor que por nosotros y por todos los hombres aceptó
voluntariamente la muerte que nos había de salvar.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Tú que te humillaste haciéndote obediente hasta la muerte, enséñanos a


someternos siempre a la voluntad del Padre.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Haz que tus fieles participen en tu Pasión mediante los sufrimientos de la vida,
para que manifiesten a los hombres los frutos de la salvación.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Tú, que siendo nuestra vida quisiste morir en la Cruz para destruir la muerte y
todo su poder, haz que contigo sepamos morir también al pecado y resucitar así contigo
a una nueva vida.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Rey nuestro, que como un gusano aceptaste ser el desprecio del pueblo y la
vergüenza de la gente, haz que tu Iglesia no se acobarde ante la humillación, sino que
como tú proclame en toda circunstancia el honor del Padre.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Salvador de todos los hombres, que diste tu vida por los hermanos, enséñanos a
amarnos mutuamente con un amor semejante al tuyo.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Oh Señor, que aceptaste en Getsemaní el consuelo de un ángel, concédenos la


protección de tu Madre, consuelo de los afligidos, para poder nosotros consolar a los que
están atribulados, mediante el consuelo con que tú consuelas.

Todos: Santifica, Señor, con tu sangre.

Director: Otorga, Señor, a tus fieles difuntos el consuelo eterno.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.


CANTO:
Que se quiebre mi corazón, en mil pedazos de amor,
que se quiebre por los demás, mi vida quiero entregar
que se quiebre, no temo al dolor, Jesús yo ya tengo tu amor.

ORACIÓN FINAL ANTE LA PANDEMIA

Director:
Corazón de Jesucristo, médico de las almas,
Hijo amado y rostro de la misericordia del Padre,
Te suplicamos en esta singular hora de sufrimiento,

Lector:
asiste a tu Iglesia, inspira a los gobernantes de las naciones,
escucha a los pobres y a los afligidos,
enaltece a los humildes y a los oprimidos,
sana a los enfermos y a los pecadores,
levanta a los abatidos y a los desanimados,
libera a los cautivos y prisioneros

Todos: y líbranos de la pandemia que nos afecta.

Director:
Corazón de Jesucristo, médico de las almas,
elevado en lo alto de la Cruz
y palpado por los dedos del discípulo en la intimidad del cenáculo,
te contemplamos como imagen del abrazo del Padre a la humanidad,
ese abrazo que, en el Espíritu del Amor, queremos darnos unos a otros
según tu mandato en el lavatorio de los pies,
y te suplicamos en esta singular hora de sufrimiento,

Lector: ampara a los niños, a los ancianos y a los más vulnerables,


conforta a los médicos, a los enfermeros, a los profesionales de la salud
y a los voluntarios cuidadores,
fortalece a las familias y refuérzanos en la ciudadanía y en la solidaridad,
sé la luz de los moribundos, acoge en tu reino a los difuntos,

Todos: aleja de nosotros todo mal y líbranos de la pandemia que nos afecta.

Director: Corazón de Jesucristo, médico de las almas e Hijo de Santa María Virgen,
por medio del Corazón de tu Madre,
como refugio y camino que conduce a tu Corazón.

Todos: Sea Santa María Virgen,


la salud de los enfermos y el refugio de tus discípulos nacidos junto a la Cruz de tu amor.
Sea el doloroso corazón de María quien diga con nosotros:
en esta singular hora de sufrimiento,
acoge a los que perecen,
da aliento a los que a ti se consagran
y renueva el universo y la humanidad. Amén.

You might also like