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R alf Dahrendorf
v /s a a
SOCIEDAD
Y
LIBERTAD
Hacia un análisis sociológico
de la actualidad
EDITORIAL TECNOS
MADRID
Los derechos de la versión en castellano de la obra
GESELLSCHAFT UND FREIHEIT
Zur soziologischen Analyse der Gegenwart
editada por © R. P ip e r & Co., de Munich, en 1961,
V/n ;
i Traducción por
JO SE JIM EN EZ BLANCO
y
(o
Pag.
S ociología e Ideología
Conflicto y Cambio
El problema alemán
Pag.
C o n f o r m is m o y A u t o n o m ía
E l Futuro de la L ib e r t a d
A LA EDICION ESPAÑOLA
ganzl912
J o s é J im én ez B lanco
Catedrático de Sociología
PROLOGO
sobre todo, para evitar que puedan aprovecharse por terceras per
sonas, contra la Asociación o contra la Ciencia, las notables dife
rencias de opinión que sin duda han de esperarse” Seguidamente
chocaron las opiniones apasionadas de unos y otros: Max Weber
y Sombart por una parte, Grünberg y seguramente la mayoría de
los presentes por la otra, se enzarzaron en la discusión, hasta que
por fin —siempre siguiendo el informe inevitablemente partidista,
redactado en 1939, del que era entonces secretario de la Asociación,
Franz Boese— Max Weber “se levantó para contestar con palabras
fuertes, que daban a entender con excesiva dureza a los contrin
cantes que no comprendían lo que él (Max Weber) quería decir”,
abandonando luego, “molesto”, la sesión *8.
Si hemos de creer estos informes, la discusión sobre los juicios
de valor terminó con la derrota de los “sociólogos científicos puros”.
Siete años más tarde, tras la primera guerra mundial y el falleci
miento de Max Weber, había de constatar Paul Honigsheim: “Sin
embargo, nada de cuanto Max Weber ha hecho, dicho y escrito, se
ha comentado tan tendenciosamente, entendido tan mal y zaherido
como su doctrina de la inhibición valorativa en la ciencia socioló
gica” 9. Pero la "victoria” de los “sociólogos políticos” fue efímera.
La “retirada de los cuadros valoristas subjetivos a la caja de herra
mientas” (como lo expresó hace poco el economista hamburgués
Schiller)10, es decir, el camino de la “política social” a la “ciencia
social”, o, por mejor decir, su separación consecuente ha avanzado
desde entonces sin interrupción. El que se hayan dejado de lado,
antes que solucionado, las cuestiones que tanto apasionaron a los
asistentes a “la discusión de los juicios de valor” supone una ne
gligencia que hoy resulta preciso remediar.
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III
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han agotado todos los aspectos del tema estudiado con teorías par
ciales. Así, por ejemplo, si Parsons tuvo al principio la intención de
analizar sólo los aspectos normativos de la integración social, afirma
luego de repente que la integración de las sociedades se realiza ex
clusivamente en ese mismo plano normativo. En esta ampliación de
las teorías de un campo específico, para el que han sido utilizadas,
a otros campos ajenos, se esconde realmente un fallo, que habremos
de discutir inmediatamente como el problema de la desfiguración
ideológica. Pero no debe confundirse éste con el problema aparente,
aquí tratado por separado, de la psicología de la investigación, de
la selección influida por una valoración como impulso de la forma
ción científica de teorías.
Y1
Recordemos por un momento el ejemplo del sociólogo de ten
dencia conservadora que se ocupa de la posición del obrero indus
trial en la sociedad moderna. Vamos a suponer que estudia, en pri
mer lugar, la situación del trabajador en la fábrica. Aquí comprue
ba que uno de los factores que influyen en que el trabajador se halle
a gusto es su pertenencia a grupos pequeños, “informales”. Cuanto
más fuertes son los lazos que unen al individuo a estos grupos in
formales mayor es su rendimiento y también sus vivencias de satis
facción. Es ésta una presunción bien concreta y comprobable. Pero
ahora, el sociólogo de nuestro ejemplo, inducido a ello por su orien
tación conservadora, da otro paso más: generaliza repentinamente
su presupuesto, bien fundamentado por investigaciones de tipo em-10
10 M. W eber : D er Sinn... (En sen tid o...), op. cit., pág. 517.
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VIII
17 M. W eber : D er Sinn... (El sen tid o ...), op. cit., pág. 496.
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“ T.
P a r s o n s : T he S ocial System , pág. 25. Es interesante notar aquí que
P vuelve a comprobar — como y a lo hizo en e l sistema de referencia
a rso n s
Pero las reflexiones de Parsons sobre esta teoría del cambio ape
nas son una contribución. El capítulo del “Social System” titulado
“Los procesos de cambio de los sistemas sociales” no sirve a la
formulación de categorías para el análisis del cambio social, sino
para demostrar la tesis de que “en el momentp actual de la ciencia
es imposible una teoría general de los procesos de cambio de los
sistemas sociales” ". Parsons aduce especialmente dos motivos o
razones: 1. La convicción de que la teoría del cambio exigiría una
“síntesis de todas las restantes ramas del sistema teórico conjun
to" ”, para lo cual falta todavía el instrumento; y 2. Las limitaciones
inmanentes a una teoría estructural-funcionál que ha nacido del
dilema de la ausencia de conocimiento de “las leyes que determinan
los procesos dentro del sistema” ". Así se limita Parsons a proponer
algunas generalizaciones empíricas y una variable traída “ad hoc”
como importante para la teoría del cambio.
más amplío que ésta. De ahí que introduzca la acción como sistema
de relación. La implicación de esta operación consiste en que los
elementos de la teoría sociológica pueden deducirse directamente de
este sistema de relación y en el que el sistema social —el objeto del
análisis sociológico— representa una entre otras formas de integra
ción de las categorías de este sistema referencial de la acción. La
intención de este argumento es en sí convincente. No es, sin embargo,
evidente en la exposición de Parsons que puedan deducirse de un
modo verdaderamente necesario los elementos de la teoría socioló
gica de este marco de referencia de la acción, y que no puedan pen
sarse como elementos de la teoría sociológica sin esa deducción
del sistema dicho. Parece que ha de contestarse negativamente a
ambos puntos.
Las categorías elementales de la teoría sociológica son, para
Parsons, el “status” y el “rol”. Hemos mencionado ya antes el lugar
significativo del “Social System” en que Parsons introduce estas ca
tegorías. Habla allí primeramente —de un modo consecuente y apli
cando realmente la teoría de la acción del “actuar” o de la “acción”
en concreto, como unidad de los sistemas sociales. Pero luego añade
(“en segundo lugar”, como sorprendentemente añade Parsons) otra
cosa: “Para la mayor parte de los fines del análisis preferentemente
macroscópico de los sistemas sociales resulta, sin embargo, conve
niente emplear una unidad de mayor orden que el acto, a saber, el
“status-rol” ". En primer lugar es de destacar que al hablar de “la
mayor parte de los fines del análisis preferentemente macroscópico”
y del hecho de que es algo “conveniente” se nos da a entender que
no hay paso lógico necesario de una categoría a otra. Si se ha de
creer lo que asegura Parsons, las categorías fundamentales de la teo
ría estructural-f unción al se deducen directamente de las del marco
de referencia de la acción. Pero si se pregunta si “status” y “rol”
pueden reducirse efectivamente a “acción” y “actores”, “situacio
nes” y “orientaciones”, la respuesta ha de ser negativa: el complejo
conceptual “status-rol” no representa un caso especial de la acción,
sino que es una unidad categorial independiente, que suplanta a la
acción como sistema de relación porque es “más conveniente”.
La misma conclusión puede demostrarse de otra manera. Se pue
de preguntar si la teoría estructural-funcional sería imposible o no
tendría sentido sin el marco de referencia de la acción. De nuevo la
respuesta sólo puede ser negativa. Hay obras de sociología que utili-
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82 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
por un estudio más útil y realista, con el fin de analizar las estruo
turas y procesos sociales.
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pero está hoy menos muerto que antes. Ya en el año 1926 había
resucitado Malinowski al Spencer estructural-funcional en su famo
so artículo “Anthropology” de la Enciclopedia Británica. Radcliffe-
Brown y otros antropólogos aceptaron prontamente esta idea y, no
en último lugar, gracias también a Parsons, penetró el funcionalis
mo, ya en los años 30, en la teoría sociológica, donde puede consi
derarse hasta la fecha como la doctrina oficialmente reconocida.
A pesar de diferentes artículos críticos en los últimos años’ y del
intento de Kingsley Davis de declarar al funcionalismo como un
mito inexistente *, las categorías de “estructura” y “función”, y en
eran parte también un modelo de sociedad relacionado con dichas
categorías, como sistema social, dominan en los análisis de los
sociólogos americanos, ingleses, holandeses, escandinavos y, en nú
mero creciente, de los franceses y alemanes. A la vista de este desa
rrollo parece lógico susjñrar, muy en contra de la prematura decla
ración de fallecimiento parsoniana: ¡si por fin hubiera ya muerto
Spencer!
Merton nos ha mostrado en un estudio luminoso e importante
acerca de las “Manifest and Latent Functións” cuántos significados
tiene el concepto de función, tanto en el lenguaje corriente como
en el científico3456. Nosotros solemos decir: “Se ha hecho cargo de
una función directiva”. “El barco de vela ha perdido su función”.
“El precio está en función de la oferta y la demanda”. “La funció :
educativa está en la socialización del hombre”. En cada una de estas
frases —y sin ninguna dificultad podrían encontrarse muchas más—
posee la palabra, es decir, el concepto de función, un matiz de sig
nificado distinto. Pero en la antropología y sociología modernas se
ha impuesto claramente el significado que se presenta en el último
ejemplo aducido. Con analogía al concepto biológico la “función”
designa aquí siempre la referencia de una parte a un todo, o más
exactamente; las consecuencias de una institución o valoración para
II
III
que signiñcaría la renuncia total a afirmar algo— , sino que dice que
los conflictos contribuyen al no-funcionamiento de los sistemas. Por
consiguiente, el concepto de disfunción nos dice algo sobre los con
flictos. Pero no nos dice bastante, pues continúa sin solución la pre
gunta decisiva: ¿qué es, en realidad, el no-funcionamiento de las
sociedades? ¿Es una “enfermedad” de la sociedad, una desviación
de la norma social? ¿O es, a su manera, otro “estado normal" en
que reinan desde luego leyes completamente distintas? Puesto que
esta pregunta queda sin respuesta me inclinaría a ver en el concepto
de disfunción, a la postre, una renuncia a manifestaciones concre
tas, es decir, una categoría residual. La “disfunción” no pasa de ser
una etiqueta, que se puede pegar sobre los fenómenos cuya expli
cación se considera posible, pero que hasta la fecha no ha podido
darse aún; pues con sólo comprobar que una huelga o una revolu
ción son “disfuncionales”, es decir, que contribuyen a que no fun
cionen los sistemas sociales en cuestión, no se ha explicado evi
dentemente demasiado.
La dificultad de combinar el funcionalismo y el análisis del con
flicto queda por ello especialmente al descubierto allí donde Merton
se ocupa en particular de los fenómenos de conflicto. En su “tipo
logía de los modos de adecuación individual” a las estructuras so
ciales — lo que en el lenguaje del análisis estructural-funcional quie
re decir: a “metas culturales” y “medios institucionales”— distingue
Merton cinco modos de adecuación. Los cuatro primeros son en sí
correctos y pueden describirse con los medios del análisis funcio
nal: “la conformidad", como reconocimiento de los valores y medios
vigentes; “la innovación”, rechazando los medios institucionales vi
gentes en cuanto normas culturales aceptadas, es decir, con “pro
testantismo" en sentido estricto; “el ritualismo”, como conformis
mo meramente externo con los medios prescritos en la sociedad,
sin reconocimiento simultáneo de los valores vigentes; y la desig
nada como “actitud de retirada" (“retreatism”), susceptible de inter
pretación errónea, que representa el desprecio, tanto de los valores
vigentes como de los medios institucionales por los “auténticos
extraños” de la sociedadls. Ahora nota Merton que en este último
grupo, que consta para él de “psicóticos, autistas, parias, expulsa
dos, vagos, vagabundos, maleantes, alcoholizados e intoxicados por
drogas” 156 debería incluir también a los revolucionarios políticos, en
cuanto que los fines y medios empleados por éstos contradicen por
M Aun cuando esto no dice en favor del hilo lógico de sus reflexiones ha
subrayado también L. C o s e r la relación existente entre conflicto y evolución,
aquí indicada, en un artículo publicado después de haber aparecido su libro:
S ocial C onflict and Social Change, British Journal of Sociology, VIII/3 (1957).
11957).
120 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
VI
i
81 E. K a n t : R eflex ion es so b re una historia gen eral c o n in ten cion es d e
ciudadanía universal, en Kants Popularen Schriften (Berlín, 1911), pági
nas 210 y sigs.
I
í
i
CONFLICTO Y CAMBIO
BURGUESES Y PROLETARIOS *
LAS CLASES SOCIALES Y SU DESTINO
dad enteramente nueva. Esto, como hemos dicho, sucedía hace ape
nas treinta años. ¡Cómo han cambiado estos conceptos desde en
tonces! Hace algún tiempo dio la prensa diaria la noticia de que
un gran periódico demócrata-social de un estado federal había pre
sentado demanda judicial contra la competencia porque ésta se
designaba a sí misma como “el periódico más importante” de aquel
estado federal. “¿Es que nosotros no somos burgueses?”, pregunta
ba indignado el periódico social-demócrata, que tenía mayor tirada.
El "no ser burgués” se ha convertido de la meta de todos los deseos
en un insulto. Y al preguntar el sociólogo de Hamburgo, Kluth,
a trabajadores jóvenes si se sentían como "proletarios”, éstos no
sabían siquiera lo que significaba dicha palabra. “Un criminal”,
o “uno que no come carne”, creían estos obreros que significaba
ser un proletario. La palabra “proletario” ha perdido tanto valor
en el lenguaje de los que en un tiempo se adornaban orgullosos
con ella, que en el mejor de los casos se puede emplear todavía
como un insulto.
El cambio social del significado de la palabra “burgués” y “pro
letario” es lo que en la ciencia se llama un hecho crítico, un hecho
que llama la atención y precisa de una explicación. Desde luego,
no resulta del todo fácil dar de ello una explicación satisfactoria.
En su aspecto negativo el hecho crítico del significado transforma
do de las palabras “burgués” y “proletario” tiene fácil explicación:
la antigua división de la sociedad en los que lo quieren cambiar todo
y aquellos otros que no quieren alterar nada, no existe ya eviden
temente en esta forma. Nadie trata hoy de destacarse como prole
tario frente a los burgueses —a no ser que le obligue a ello una
orden totalitaria sobre el lenguaje—; al contrario, el ser un burgués
cuenta hoy como una característica natural de todo hombre. Al
menos una categoría para la comprensión de la sociedad, quizá tam
bién una especie de estructura, social, ha desaparecido. Pero ¿qué
significa este hecho en su aspecto positivo? ¿Qué cosa ha ocupado
el lugar de la antigua imagen social y de la antigua estructura
social?
Como mínimo son tres las categorías que compiten aquí por su
reconocimiento, tanto en el campo científico como en el público.
Una de estas teorías afirma que al desaparecer la antigua división
en burgueses y proletarios han desaparecido también todas las cla
ses y diferencias de clases. Según esta concepción vivimos en una
sociedad a-clasista, en la que todos los hombres son burgueses con
un nivel de vida relativamente uniforme, con intereses y estilos
parejos. “Los burgueses” y “los proletarios” se han encontrado
C O N F L IC T O Y C A M B IO 129
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VI
DICOTOMIA Y JERARQUIA *
tingue, con perfecta lógica, entre estratos sociales, así como entre
las correspondientes imágenes “estáticas” y “dinámicas” de la socie
dad. Esta es, desde luego, una afirmación de tipo teórico, que pre
cede al estudio de su material. Pero las investigaciones de Popitz
y Willener demuestran que esta afirmación se reproduce en las imá
genes efectivas de la sociedad que poseen los individuos. "Los es
tratos (o niveles) —afirma Willener— omplican una imagen de “con
tinuidad”..., mientras que las clases señalan grupos “antagónicos”, y
añade que a razón de los resultados de su cuestionario demoscópico
sobre esta diferenciación “no puede haber duda alguna que hay
diferencias fundamentales entre la imagen de aquellos que se en
cuentran en cabeza de la escala social y aquellos otros que se hallan
al pie de la misma”. Más exactamente: “Las categorías inferiores
de los interrogados contestan con preferencia no en el sentido de
estratos, sino de clases; por el contrario, los interrogados que per
tenecen a las categorías superiores tienden a hablar con más fre
cuencia de estratos que de clases” '. Esta conclusión tiene un gran
parecido con la de Popitz, que emplea los términos “dicotomía” y
“jerarquía” en lugar de “clase” y “estrato”: “Todos los trabajadores
con los que hemos conversado y que poseen una imagen de la
sociedad en el sentido aquí propugnado consideran la sociedad
como una “dicotomía”, irremediable o remediable, imposible de supe
rar o capaz de relaciones “sociales”. El empleado, en cambio, tiene
conciencia de un Arriba, que se halla por encima de él, y de un
Abajo, inferior al mismo. Se considera a sí mismo en una posición
intermedia y desarrolla una aguda capacidad de diferenciación y una
gran sensibilidad para gradaciones sociales. Se puede suponer, por
ello, que no considera la sociedad de un modo dicotómico como el
trabajador industrial, sino “jerárquico”” \
En estas explicaciones vuelven a aparecer dos imágenes de la
sociedad que conoce también la teoría sociológica. La continuidad
de un sistema jerárquico de estratificación connota orden e integra
ción. En una sociedad así imaginada pueden surgir problemas y difi
cultades, pero no hay cortes profundos ni oposiciones violentas.
Por el contrario, los antagonismos de una estructura clasista dico-
tómica evocan la idea de conflicto, discusión y coacción. Pero a
diferencia de la teoría sociológica estas concepciones, encuadradas
en los resultados empíricos de Popitz y Willener, no son algo com
plementario del mismo objeto. Es cierto que no se presentan aquí67
menos veces, pero con idéntico significado” 11. También Popitz sub
raya la “alternativa estereotipada de poder-impotencia” pero cree
que hay otra características de igual importancia: la dicotomía entre
trabajo manual y no-manual. Esta dicotomía está, para Popitz, es
trechamente emparentada con la “fórmula” que Willener encontró
entre sus preguntados: “Incluso trabajadores muy inteligentes, que
juzgan de los empleados de un modo francamente ponderado y reco
nocen que también debe haber esta clase de personas, son escép
ticos en un aspecto: les parece sumamente dudoso que los em
pleados trabajan efectivamente” 123*15. A la actividad del empleado le
falta “publicidad”, pues no se puede controlar del mismo modo
en que se controla el trabajo manual; y entre los que realizan un
trabajo “visible” y los que lo realizan “invisible” se distingue con
gran claridad.
En esta cuestión de los criterios de dicotomía social es también
significativa la investigación de Centers. Aun cuando no era ésta
en absoluto su intención encontró Centers realmente que también
para la mayor parte de los norteamericanos constaba su sociedad
sólo de dos clases: la clase media y la clase obrera u. El 94 por 100
de los encuestados se agrupaban en uno de estos dos estratos. Entre
las características distintivas de estos estratos encontró Centers
como los de más importancia las de “convicción y criterios”, “fami
lia” y “dinero”. Pero Centers subraya como Willener: “Para los
miembros de la clase obrera, después del dinero o de los ingresos, el
criterio más importante de pertenencia a la clase media está en la
posesión de un pequeño negocio, de un despacho o de una firma
comercial; en resumen, de cualquier forma de trabajo independiente”.
Frente a esto “debe considerarse como sumamente significativo que
la característica más clara que se aduce para la pertenencia a la cla
se obrera es el “trabajar para ganarse el sustento diario” ls. No
23 Popitz h a lló q u e e l 20 p o r 1 0 0 d e la s p e r s o n a s in te r r o g a d a s n o te n ía n
u n a im a g e n s o c i a l a u t é n t i c a (o p . c i t . , p á g . 233); el 24 p o r 1 0 0 d e lo s p r e g u n
ta d o s p o r W il l e n e r c o n te s ta r o n d e u n m o d o n e g a tiv o , p o c o c la r o , o n o c o n
t e s t a r o n e n a b s o l u t o (o p . c i t . , p á g . 1 6 1 ) ; e n c o m p a r a c i ó n c o n é s t o s p a r e c e m u y
b a jo el n ú m ero del 2 por 100 de a q u e llo s que “no te n ía n o p in ió n ” o “no
c r e í a n e n la s c l a s e s ” d e l a n á l i s i s d e C e n t e r s ( o p . c i t . , p á g . 7 7 ) .
R. C en ters : Op. cit., pág. 208.
H. Po pit z : Op. cit., pág. 247 y ss.
O. G l a n t z : “Class Consciousness and Political Solidarity”, A m erican
S o.iolog ical Review , XXIII/4 (1958), p á g . 378. Esta conclusión, lo mismo que
C O N F L IC T O Y C A M BIO 161
JUECES ALEMANES *
sí, del mismo modo ven todos los que están arriba a otros que se
hallan por encima. El director gerente de una gran empresa se
compara con el catedrático de Universidad, el catedrático se fija
en el ministro, el ministro en el gran empresario, y todos creen que
el otro está realmente más arriba: gana más, tiene más influencia,
goza de mayor prestigio y consideración. Al menos en las socieda
des liberales de nuestra época se han diluido las escalas de estra
tificación social. Unos ingresos fabulosos no suponen necesaria
mente el máximo poder, el poder no va unido siempre a un gran
prestigio. La clase superior se desintegra en una serie de grupos en
competencia, que se miran siempre en el espejo y a la sombra de
los competidores. El catedrático conoce las.medidas de los grados
académicos, el ministro las del influjo político, el financiero las del,
crédito y del peso económico; pero viven en mundos en compe
tencia y nadie podría decir con razón que se halla en la cumbre de
la escala social. Tal vez esta capa superior pluralista sea una con
dición funcional del Estado liberal. Pero en cualquier caso, una
clase superior de esta especie se escapa a toda interpretación uní
voca y a cualquier clara delimitación por los sociólogos.
En lo que respecta al análisis sociológico de la capa social su
perior, esto quiere decir que habrán de encontrarse, en primer
lugar, las características que permitan una delimitación prudente
entre los estratos en pugna, a saber el superior, medio e inferior de
la jerarquía social. En este punto no se puede proceder de un modo
dogmático ni tampoco sistemático; más bien parece ser de primor
dial ■importancia el fijar los grupos sociales sobre cuya influencia
decisiva para el destino de la sociedad en conjunto apenas puede
haber dudas, que por consiguiente pertenecerán con toda seguridad
a la capa social superior, siempre que (y mientras) exista seméjarite
estrato. Estos grupos —a mi entender— se concentran en las élites
funcionales de nuestra sociedad, es decir, en los que ocupan los
primeros puestos de las grandes ordenaciones institucionales en las
que se realiza nuestra vida social: Economía y Política, Educación
y Religión, Cultura, Ejército y Derecho. Si se acepta esta división
pueden distinguirse siete elites funcionales, cuyo estudio más de
tallado sería la misión de una sociología del estrato social superior:
1. Los dirigentes de la economía, en particular los grandes empre
sarios y los presidentes de consejos de administración de las socie
dades mercantiles más importantes. 2. Las fuerzas políticas, especial
mente los miembros del gobierno, “funcionarios políticos”, jefes de
partido y miembros del cuerpo legislativo. 3. Catedráticos y profe
sores, al menos los directores de escuelas e institutos, y los funcio-
166 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
n
Según el estudio de W. Richter la característica más acusada de
la situación social de los jueces de OLG es su sedentariedad social
en el sentido de la ausencia de movilidad. Está claro que la movi
lidad o inmovilidad no se pueden predicar nunca de un grupo aisla
do, sino siempre sólo en relación con los demás. Pero en el caso de
• Cfr. op. cit., pág. 247 y ss. En el siguiente análisis hay que tener en
cuenta que, a diferencia de R ichter , he mantenido la clasificación de J a-
n o w it z , al contar al funcionario de categoría superior como miembro de la
clase media superior.
168 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
III
C uadro i
I 2 3 4 5 6 7 8
Pobla- C. me- Cate- Mtros. Esíu D ip u
Estrato social ción dia Jueces drá- prí- dian- tados
total superior ticos manos tes
T o t a l .................. 1 0 0 ,0 1 0 0 ,0 1 0 0 ,0 1 0 0 ,0 1 0 0 ,0 1 0 0 ,0 1 0 0 ,0
1 2 4 5 6 7 8
Pobla Cate Mtros. Estu Dipu
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total ticos marios tes tados
C uadro 2
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FA C U L T A D
.
Teología .................................... 5 ,0 1 2 .2 2 4 ,1 2 ,0 1 2 ,0 2 ,4 0
Humanidades.............................. 1 6 ,6 5 ,7 2 9 ,5 5 ,2 1 7 ,9 1 ,1 5
Disciplinas té cn ica s................ 2 0 ,0 5 ,5 2 4 ,9 4 ,5 2 1 ,8 1 ,0 9
Ciencias naturales..................... 1 4 ,5 5 ,6 2 9 ,1 5 ,2 1 5 ,9 1 ,1 0
Ciencias Jurídicas y E c o n ó -
micas .................................... 2 9 ,4 4 ,5 2 6 ,3 5 ,9 2 6 ,6 0 ,9 0
Ingenieros agrícolas y fores-
tales......................................... 1 ,6 2 ,4 3 0 ,7 1 2 ,8 0 ,7 0 ,4 0
Medicina .............................. 1 3 ,9 1 ,9 5 2 ,1 2 7 ,4 5 ,1 0 ,3 7
T o ta l ........................................ 1 0 0 ,0 5 ,0 3 0 ,5 6 ,0 1 0 0 ,0 1 ,0 0
IV
16 Cfr. para los valorés medios en el artículo de W. R ich ter : op. cit., pá
gina 254, tabla 7.
17 Cfr. el artículo d e W. R i c h t e r : op. cit., píg. 2 5 8 , tabla 9 .
176 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
podría argumentarse, por otra parte, que un número del 7 por 100
escaso es sorprendentemente bajo, dada la formación jurídica previa
de los jueces (ya que por lo demás sería falso acusar dé sentir sim
patías nazis, sin más examen e indiscriminadamente, a todos los
¡funcionarios jurídicos del Ejército). Yo me inclinaría más bien hacia
esta última interpretación y creería que tampoco el pasado militar
de los jueces es una señal inequívoca de simpatías nazis disemina
das entre los jueces.
Más importante e interesante que estas referencias inmediatas
de tipo político, sacadas del presente material, resultan las actitu
des que pueden deducirse de la situación social de los jueces. M. Ja-
nowitz ha probado en su estudio sobre la estratificación social y
movilidad alemanas, que los miembros de la clase media superior
(e inferior), así como también aquellos que no han ascendido ni
descendido, es decir, han permanecido estables en la escala social,
se inclinan en medida desproporcionada a dar sus votos para los
partidos del Centro y de la Derecha conservadora18. Ambas carac
terísticas,. pertenencia a la clase media superior y estabilidad, se en
cuentran en el caso de estos jueces, y combinadas significan que
también los padres de los jueces, en muchos casos, pertenecían a la
clase media de orientación más bien conservadora. Hablando en
general, la estabilidad social inclina más bien hacia una conducta
que, según las preferencias políticas, puede designarse como con
servadora y enraizada en lo tradicional o como reaccionaria, rígida
y de horizontes limitados. Quizá sea lo más adecuado aquí el tér
mino de actitud conservadora: una actitud, por tanto, que acepta
el “statu quo” político y social y lo defiende con cierta reserva, en
principio, frente a cualquier actividad política.
En el caso de los jueces de las audiencias se fortifica aún más
esta suposición por el hecho de que más de la mitad de ellos procede
de familias de funcionarios. W. Richter señala a este respecto “que
al menos en la generación precedente cumplía el funcionamiento
con sus obligaciones poseído de una auténtica ética estatal y que
también sus hijos crecieron en este espíritu” 19. Efectivamente, la
más importante consecuencia del gran número de funcionarios en las
familias de donde proceden estos jueces debería buscarse en el
hecho de que muchos jueces han crecido ya en un ambiente de
relaciones muy estrechas con el Estado, es decir, que en un sentido
muy concreto proceden de “estratos estatales”. Naturalmente, el13
II
v. Rango de
los parti- SUPERIORES
pipantes IGUALES FRENTE A FRENTE TODO FRENTE
IGUALES A INFERIORES A PARTE
Unidad \
social
Enfermos frente Familia de origen Personalidad social
a Seguros frente a propia familia frente a rol familiar
A (En el rol de médico) (como roles) Rol de soldado fren
Roles Rol familiar frente a Rol profesional frente te a obligación de
rol profesional a rol asociativo obediencia
III
Seguramente nos es lícito seguir a Talcott Parsons en su conje
tura de que el “problema hobbesiano del orden” señala el fondo de
muchas otras y quizá de todas las cuestiones sociales: ¿Cómo se
consigue —para hablar con Parsons— la integración de los moti
vos de muchos individuos en un sistema social estable? ¿Cómo
hemos de representarnos —para escoger una formulación todavía
más general del problema— la consistencia de las sociedades? ¿Cómo
nos explicamos en realidad que muchos individuos se cohesiona
ran gracias a las instituciones sociales en aquellas unidades mayo
res que llamamos sociedades? Tal vez no sea posible contestar de
un modo definitivo a todas estas preguntas. Quizá ni siquiera sea
preciso para cada problema en particular del análisis sociológico
el contestar a ellas. Pero en el caso de la teoría del conflicto parece
que la orientación de tipo general, que se esconde en una postura
determinada frente a estas cuestiones, puede llevar positivamente
a la solución del problema mismo.
En la historia del pensamiento social y político hay dos solu
ciones de principio al problema del orden en Hobbes. La primera
es la solución del propio Hobbes (que Parsons rechaza con perspi
cacia insospechada como la “reducción “ad absurdum” del concepto
de sistema social”, es decir, de su propia imagen social)2: La cohe-
IV
VI
VII
mún que las otras dos, cuya insuficiencia puede probar la teoría so
ciológica del conflicto.
Es seguramente algo muy conocido por los grupos dominantes
que puede reprimirse la oposición. Aun cuando — cosa compren
sible— la represión del conflicto ha sido pocas veces recomendada
en la historia de la filosofía política como algo proporcionado, han
seguido muchos este consejo hasta nuestros días. A pesar de ello,
la represión no es sólo un método inmoral, sino también inefectivo
para tratar conflictos sociales. En la misma medida en que se inten
tan reprimir los conflictos sociales aumentan éstos en potencia viru
lenta, con lo cual provocan una represión todavía más violenta, has
ta que finalmente no hay ningún poder en la tierra que sea capaz
de mantener a raya las energías de conflicto privadas de su mani
festación al exterior: a través de toda la historia de la humanidad
nos proporcionan las revoluciones amargas pruebas de este aserto.
Claro está que no todos los sistemas totalitarios son efectivamente
sistemas de represión, y una represión perfecta se encuentra rara
mente en la historia. La mayor parte de las formas estatales no par
lamentarias mezclan la represión y la regulación de conflictos de
un modo sumamente sutil. Cuando esto no se da, cuando cualquier
oposición o antagonismo se ahogan efectivamente mediante la vio
lencia, sólo será cuestión de tiempo la erupción de conflictos de
extrema violencia. “A largo plazo”, es decir, para un espacio de
tiempo de varios años, el método de la represión no será capaz de
hacerse con los conflictos sociales. Pero esto mismo puede predi
carse de todas las formas de las llamadas “soluciones” de los con
flictos. Una y otra vez se ha intentado en la historia, en el campo
internacional y en el pansocial, en las relaciones entre grupos como
entre roles, hacer desaparecer de un modo definitivo contradiccio
nes y antagonismos interviniendo duramente en las estructuras vi
gentes. Bajo el término de “solución” de los conflictos habrá que
entender aquí todo intento de hacer desaparecer de raíz cualquier
oposición. También este intento va siempre mal encaminado. Obje
tos actuales de determinados conflictos —la cuestión de Corea en
el conflicto Este-Oeste, una demanda concreta de salarios en las
discusiones sobre un nuevo contrato colectivo— pueden hacerse de
saparecer, es decir, pueden regularse de modo que no vuelvan a
surgir otra vez como tales objetos de conflicto. Pero ningún arreglo
de este objeto elimina el conflicto mismo que tras él se esconde. Los
conflictos sociales, es decir, los antagonismos que sistemáticamente
van surgiendo en las estructuras sociales, no se dejan “resolver”
teóricamente en el sentido de una supresión definitiva. Quien intenta
C O N F L IC T O Y C A M BIO 203
VIII
perfecta, pero de que existen unos pocos individuos que han supe
rado esa imperfección. En su calidad de semidioses se hallan capa
citados y autorizados para decir a todos los demás lo que es exacto
y lo que es equivocado en el mundo social y político. La misión de
la política se limita, pues, a encontrar esos pocos elegidos a los que
poder traspasar toda la soberanía de la decisión.
La sociedad que es fundamento del Estado representativo concede
a sus instituciones —la economía, la iglesia, el sistema educativo, et
cétera— una vida propia. No sin razón surgieron las instituciones,
representativas en una época en que los nuevos grupos dirigentes eco
nómicos presentaban sus propias pretensiones frente a las elites más
antiguas de orientación autoritaria: la competencia de los intereses
opuestos es uno de los principios de la tradición representativa. En
la misma medida en que se fusionan diversas elites e intereses se
convierte en problemático el funcionamiento del Estado representa
tivo. Y, por el contrario, el Estado representativo funciona en la
medida en que se consigue mantener viva la multiplicidad, siempre
presente, de valores y representaciones. El Estado representativo es
un Estado sin ideología, sin cerrazón intelectual, sin pretensiones de
poder absoluto; es por ello el Estado que proporciona al individuo el
más amplio campo para el libre despliegue de sus facultades.
Aun exponiéndome al peligro de ser mal interpretado desearía re
sumir estas explicaciones en una fórmula, que seguramente causará
extrañeza: el Estado autoritario es el Estado considerado como un
padre de familia recto y bondadoso. El Estado totalitario es el Esta
do como un vigilante brutal en una prisión. El Estado representa
tivo es el Estado como un vigilante nocturno, siempre preocupado
por limitar sus atribuciones a la protección de la libertad de las per
sonas a él confiadas. Aun cuando sea quizá el padre de familia la
figura más digna de los tres, es el vigilante nocturno el que deja más
espacio para moverse a los que le están confiados.
Esta caracterización general no puede cerrarse sin una adverten
cia final. La realidad política no se identifica jamás con la teoría
política y las reflexiones apuntadas hasta aquí forman más bien
parte de la teoría política. Con ello se quiere dar a entender, sobre
todo, que ninguna sociedad realmente existente se puede caracte
rizar en todos sus detalles con una de estas tres etiquetas. En par
ticular, no quisiera ser mal interpretado, confundiendo, por ejem
plo, los tres tipos de ejercicio del poder con los tres “bloques” de los
neutralistas, los orientales y los occidentales. Se trata más bien de
tres tradiciones políticas —que se podrían designar igualmente como
la conservadora, la extremista y la liberal— que están representadas
216 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
II
m
Por otra parte hay pocos motivos para nosotros, los alemanes, de
evadirnos hacia regiones lejanas al tocar el punto del Estado repre
sentativo y sus enemigos. También nuestra propia historia y momento
presente puede incluirse en las categorías de las tradiciones autori
taria, totalitaria y representativa. Y podría darse el caso de que fue
Alemania, en cierto sentido, el primer país en vías de desarrollo; al
menos, de que en la historia alemana reciente han surgido problemas
muy parecidos a aquellos con los que nos encontramos ahora en los
países en vías de desarrollo. Alemania fue el primer país que recu
peró, con todas sus consecuencias, el tiempo perdido por la tardanza
en industrializarse y pagó por ello un precio político. De aquí que
en ninguna parte se muestre tan claro el conflicto de las tres poten
cias políticas —la autoritaria, la totalitaria y la representativa—
como en nuestro propio pasado.
Hoy en día no es ya preciso subrayar que la historia política de
Alemania durante los últimos decenios se aparta llamativamente de
aquella otra de los países occidentales, con los que cabría esperar
lógicamente una comparación. Para encontrar las raíces de este dé-
senvolvimiento especial deberíamos buscar muy atrás en el pasado
germánico. Sólo de una manera simplista y casi superficial pueden
presentarse aquí algunas reflexiones, que necesitan ser constatadas
por la investigación histórica.
Hace ya cincuenta años que el sociólogo americano Veblen señaló
el extraño hecho de que Alemania logró mantenerse en el poder, a
través de todo el proceso de la industrialización, una clase dirigente
esencialmente feudal y autoritaria o, si se quiere, pre-industrial. Aun
con el peligro de herir con ello algunas de las categorías ya introdu
cidas para la comprensión de la sociedad, me atrevería a afirmar que
hasta 1945 y a diferencia de Inglaterra y los Estados Unidos no ha
sido Alemania jamás un país capitalista. Al menos no conoce la
historia alemana aquel conflicto, tan significativo para el primitivo
capitalismo inglés, entre los nuevos grupos dirigentes económicos
220 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
IV
15
226 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
2 Cfr. S. M. Lip s e t : “Der ’Faschismus’ - die Linke, die Rechte und die
M itte” ; K oln er Z eitschrift für S oziologie, X I (1959), pág. 401 y ss.
3 T. P arsons: “Democracy and Social Structure in Pre-Nazi Germany",
Essays in S ociological T heory (Glencoe, 1958), pág. 105 y ss.
232 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
II
III
IV
un todo moral... El fin del Estado no es, por tanto, proteger al indi
viduo sólo en su libertad personal y en su propiedad..., el fin del
Estado es más bien el de colocar a los individuos, gracias a esa aso
ciación, en situación de obtener aquellos fines, aquel estudio de la
existencia, que, como tales individuos, no hubieran podido alcanzar
jamás... El fin del Estado es, por consiguiente, el de llevar al ser hu
mano al despliegue positivo y al progresivo desarrollo... Esta es, seño
res, la naturaleza propia y ética del Estado, su verdadera y superior
misión”
El movimiento obrero alemán consideró, pues, desde un principio,
que su misión consistía en llevar a la práctica los valores de la do
minante aristocracia prusiana en cierto sentido en contra de ella
misma. La democracia social alemana fue el protestantismo del Esta
do feudal prusiano. Protestando contra la enajenación de sus valores
originarios se encontraba, sin embargo, dentro del mundo propio de
este Estado. Así pudo darse el caso de que los más calificados repre
sentantes de este movimiento obrero —Lassalle, Bebel, Ebert— tue-
ran ensalzados una y otra vez por historiadores alemanes de todas
las direcciones ideológicas precisamente por aquello que parece al
menos contradecir a sus intenciones democráticas: por su conciencia
nacional, su fidelidad al Estado y su comprensión de la tradición.
“Donde fracasaron emperadores y reyes, príncipes y nobles, tuvo
que poner orden el antiguo ayudante cabestrero”, escribe el historia
dor social-demócrata Stampfer con evidente orgullo del presidente
E b e rt22. Mas esto no quiere decir otra cosa sino que el “ayudante
cabestrero” había demostrado ser mejor emperador que, por ejemplo,
Guillermo II. Esto significa que tampoco fue atacado por los de
izquierdas el primado del Estado autónomo como realidad de la idea
moral. Y significa además, por tanto, que también en las actividades
izquierdistas se mantuvo el capitalismo imperfectamente desarrollado
como un obstáculo estructural para la evolución de una democracia
alemana.
V
Hay que analizar el aspecto sociológico de la idea lassalliana del
Estado, que hasta la fecha no es ajena en absoluto a considerables*
VI
VII
VIII
38 Cfr. T he Von H assel D iaries (Londres, 1948), pág. 76. Como se sabe,
von H a s s e l fue, después del 2 0 de julio, una de las víctimas de la evolución
por él descrita.
17
258 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
Quien se ocupa hoy en día, más de quince años después del térmi
no de la Segunda Guerra Mundial, del problema alemán ha de com
probar que en el fondo no nos tomamos demasiado trabajo al in
tentar orientarnos en nuestro mundo político y social. Nuestra
auto-comprensión social no trasciende más allá de algunos térmi
nos corrientes y sentimientos más o menos exactos, lo cual se apli
ca no sólo al público en general, o incluso a los sectores más inte
ligentes del mismo, sino también a la ciencia sociológica alemana.
Hablamos de “régimen nazi”, e inmediatamente desaparece toda
inteligencia diferenciada en un juicio de valor, tan justificado como
insuficiente. Hablamos de “desmoronamiento” y apenas pensamos
en otras cosas que en la ocupación, el hambre, el mercado negro y
otras experiencias parecidas demasiado concretas. Hablamos de la
"reconstrucción” y pensamos en las casas que allí se habían levan
tado, luego fueron destruidas y levantadas de nuevo. Hablamos de
“división” y “reunificación” como si se tratara de procesos mecá
nicos, lo mismo que romper un papel y volver a pegar los trozos
rotos. Y si alguna vez nos damos efectiva cuenta de que todos
II
III
IV
dad; todos quieren ser igual de fuertes y respetados. Esta pasión ele
va ciertamente a los bajos al rango de los más encumbrados; pero
también nos encontramos en el corazón humano con una inclina
ción funesta a la igualdad, que hace que los débiles quieran arrastrar
hacia abajo a los fuertes y que los hombres prefieran la igualdad en
la esclavitud a la desigualdad en la libertad. No es que los pueblos
con un orden social democrático menosprecien la libertad por sí mis
ma; al contrario, poseen un instinto congénito de la libertad. Pero no
es la meta principal de sus deseos; de verdad y para siempre aman
únicamente la igualdad; decididos y con esfuerzo repentino tratan
de captar la libertad y... se contentan pronto si no consiguen alcan
zar la meta; pero sin igualdad nada les contentaría y se hallan firme
mente decididos a sucumbir antes que perderla.
Pero si todos los ciudadanos son iguales por un estilo, les resultará
difícil defender su independencia contra los ataques del poder. Como
nadie posee la suficiente fuerza para luchar sólo con éxito, única
mente la unión de las energías de todos podría garantizar la libertad.
Pero no siempre se logra esta unión. Por consiguiente, de un mismo
orden social pueden sacar los pueblos dos grandes consecuencias
políticas; las consecuencias son muy distintas, pero nacen de los
mismos hechos”.
Pocas dudas puede haber sobre la identidad de aquel a quien se
referían estas observaciones. Tocqueville no quería prevenir a los
americanos sobre los peligros inmanentes a su sistema político; más
bien quería confrontar con su alternativa las situaciones políticas de
América y Francia. Trazando el cuadro de una democracia sin liber
tad deseaba advertir Tocqueville a sus paisanos y no a sus hospe-
dadores. Pero la finalidad evidentemente pragmática de sus observa
ciones no desvirtúa la argumentación de Tocqueville, ni garantiza
este fin que las amonestaciones aplicables a la Francia del año 1840
no puedan atribuirse igualmente a la situación americana de 1950
o a la de nuestras sociedades contemporáneas occidentales en gene
ral. El hecho mismo de que —si podemos creer en este punto a
Tocqueville, y creo que podemos hacerlo sin temor— la misma es
tructura social puede producir resultados políticos contradictorios
hace necesario dirigir dichas preguntas una y otra vez a las socieda
des que prefieren la igualdad: ¿Es la igualdad o la libertad la que
cuenta principalmente para los hombres de esta sociedad? ¿Estarían
dispuestos a renunciar a las satisfacciones de la igualdad para con
servar su libertad o más bien se inclinarían a desprenderse de su
libertad para continuar siendo iguales, aunque hayan de ser iguales
en la esclavitud? ¿Significa para ellos la democracia que todos los
284 SO C IE D A D Y L IB E R T A D
hombres han sido creados iguales o más bien que han sido creados
libres?
Si una misma estructura social es capaz de producir resultados
políticos contradictorios, debe haber un factor que hace inclinarse
la balanza y decide cuál de las dos alternativas se realizará en una
sociedad dada. Con relación a los Estados Unidos ha intentado Toc-
queville identificar dicho factor: “los anglo-americanos, que fueron
los primeros que se encontraron ante esta grave alternativa, fueron
lo suficientemente afortunados para escapar al absolutismo. Las cir
cunstancias históricas, su origen, su formación y, sobre todo, sus
costumbres los capacitaron para crear e imponer la soberanía del
pueblo” 2. Circunstancias, origen, formación y costumbres constitu
yen una mezcla abigarrada de condiciones. Sólo en un sentido muy
vago y genérico pueden considerarse como un factor único. Pero este
“factor” complejo no resulta del todo desemejante, en algunos as
pectos, a lo que Riesman y sus colaboradores denominan el “carác
ter social”. Si se da la estructura social de la igualdad —parece decir
Tocqueville— es el carácter social de los hombres en dicha estruc
tura el que decide cuál de los dos sistemas de gobierno opuestos será
erigido y mantenido.
Ahora bien, Riesman afirma que el carácter social de sus paisa
nos se ha transformado decisivamente en estos últimos decenios.
Habrá que ver si el diagnóstico de Riesman es exacto o no. Pues hay
argumentos convincentes y observaciones admisibles que podrían
oponerse a su afirmación de que el norteamericano actual ha per
dido su dirección interior. Mi impresión es que Riesman procede con
excesiva dureza con sus paisanos y trata con demasiada suavidad al
hombre dirigido por otros. Por otra parte, las tesis de Riesman con
tienen una suficiente apariencia de verdad con referencia a los Esta
dos Unidos y otros países comparables, lo que permite aceptarlas
por ahora como verdaderas. Presuponiendo, pues, la exactitud de su
diagnóstico habrá que ver en las páginas siguientes hasta qué punto
ha influido la evolución del carácter social, preconizada por Riesman,
en la sociedad americana (y en un sentido más amplio, en cualquier
sociedad compuesta de individuos dirigidos por otros) para escoger
una u otra de las alternativas de organización política expuestas por
Tocqueville. ¿Qué sucede con la libertad en una sociedad en la que
la conducta social de la mayoría puede describirse como dirigida
por otros? ¿Qué resistencia ofrece el hombre dirigido por otros al
totalitarismo? ¿Qué apoyo proporciona a una sociedad libre? ¿Cómo
II
8 D. R ie s m a n : O p . c it., p ág . 1 8 9 -1 9 0 .
9 D. R ie s m a n : O p . c it. (P ), p ág . 2 1 5 .
C O N FO R M IS M O Y AUTONO M ÍA 291
III
IV
22 Para una versión mucho más caracterizada de este error, cfr. K. R en-
ner : W endlungen d er m o d em en G esellschaft. (Viena, 1953.)
23 D. R iesman : Op. cit., pág. 252.
C O N FO R M IS M O Y A U TO N O M ÍA 303
hay, por otra parte, una gran masa de ciudadanos que tienen desde
luego el derecho de votar, pero a quienen se prohíbe cualquier acceso
ulterior a participar en el proceso dividido del ejercicio de dicho
dominio. Pueden surgir opiniones divergentes si extendemos el con
cepto de clase a grupos tales como la burocracia estatal o industrial,
pero puede haber pocas dudas sobre el hecho de que estos grupos
han ocupado el sitio de antiguas elites de dominio y poseen, en
conjunto, “el poder’’. Yo, al menos, no dudaría en calificarlas de clase
dominante aun cuando se trate de una clase dominante de caracte
rísticas sociales muy particulares.
Si contemplamos las características de la burocracia como clase
dominante nos revela el Estado que marcha por sí mismo posibili
dades evolutivas que ni son automáticas ni muy agradables. Hay que
reconocer en justicia que Riesman mismo había previsto esas posi
bilidades, aun cuando su descubrimiento parece haberle sorprendido:
“Paradójicamente puede ser que mientras en los Estados Unidos han
sustituido los planos elevados de los grupos de veto a los dirigentes
de las clases se ha concentrado, sin embargo, más el poder en otro
sentido, a saber, con relación a la desaparición de las antiguas divi
siones del poder, tanto desde un punto de vista constitucional como
también psicológico-social” 2‘. Riesman emplea aquí el término “para
dójicamente” porque cree que, por una parte, nadie tiene ya el poder
y que, por otra parte, aquellos que lo poseen son más poderosos que
cualesquiera de sus antecesores en la historia. Esta exposición es cla
ramente contradictoria y, sin embargo, acierta plenamente con la
situación social de las burocracias públicas y privadas. Las burocra
cias se hallan en la situación curiosamente ambigua de ser soporte
y al mismo tiempo meros representantes potenciales del dominio.
A la vez que son la sede última y real del dominio en todas las orga
nizaciones sociales, incluida la del Estado, no representan un pro
grama político concreto. Los fines, por cuya causa ejercen las buro
cracias su dominio, no tienen su origen dentro de sus jerarquías, ni
pueden tampoco tenerlo. Los burócratas pueden influir en las deci
siones políticas o modificarlas u ofrecerles resistencia, pero no pue
den tomar estas decisiones por sí mismos. En un Estado moderno no
hay nadie que esté en situación de gobernar sin la burocracia o con
tra la misma. Pero al mismo tiempo no puede gobernar tampoco la
burocracia sin una “cabeza”, sin aquellos que dan las normas direc
tivas, y según las cuales obran sus miembros. Las burocracias son,
como clase dominante, un fragmento perpetuo, un ejército de reserva
21 D. R ie s m a n : O p . c it ., p á g . 2 5 2 .
C O N FO R M IS M O Y AUTONO M ÍA 3 05
* D. R ie s m a n : Op. c i t . (P ), pág. 2 3 5 .
C O N FO R M ISM O Y AUTONOMÍA 307
II
m
Siempre que se habla de igualdad pensamos, en primer término,
en la naturaleza humana, en su uniformidad y diversidad. No es se
guramente casualidad que Heimann insista, en el mismo párrafo en
que habla de la igualdad de los hombres como hijos de Dios, en que
“los hombres no son iguales por naturaleza”; ni tampoco que Laski
acote sus exigencias de igualdad con la cláusula de que las “native
endowments of men” no son “by no means equal”; ni que Marx, al
tratar de la igualdad, añada como algo lógico que “los hombres no
serían individuos distintos si no fueran desiguales” s. Tras el problema
de la conciliación de libertad e igualdad se esconde siempre la cues
tión: ¿son los hombres, por naturaleza, iguales o desiguales? ¿Corres
ponde por ello “la igualdad” —sea cual sea— a la naturaleza humana
o no? No podemos confiar en contestar aquí plenamente a esta pre-
gunta tan general como importante. Pero puede ser útil para el pro
blema que nos ocupa el intentar sacar el tema de la igualdad de la
naturaleza humana del medio impreciso de su formulación usual
y referirlo a la tensión entre libertad e igualdad.
Al comienzo del segundo libro de su “Política” desarrolla Aris
tóteles un argumento que puede ayudarnos, mutatis mutandis, en
nuestras reflexiones. Aristóteles se ha propuesto “estudiar cuál de
todas es la mejor sociedad política (civil) para que los hombres pue
dan vivir, en cuanto sea posible, según su propia voluntad” —es
decir, puedan ser libres— y concluye a este fin: “Hemos de comen
zar con aquello que es el comienzo natural de semejante examen.
O bien todos los ciudadanos poseen todas las cosas en común, o nada,
o bien algunas de ellas” 10. De una manera correlativa deberíamos
comenzar preguntando si todos los hombres son por naturaleza igua
len en todo, o en nada, o en algunas cosas. Como esta cuestión atañe
a los fundamentos, tanto de la discusión antropológica como de la
iusnaturalista, nos contentaremos con examinar, igual que antes,
el problema de la conciliabilidad de libertad e igualdad bajo los pre
supuestos de desigualdad total, igualdad total e igualdad parcial de
la naturaleza humana.
Supongamos, pues, en primer lugar, que todos los hombres son
completamente desiguales, por naturaleza, en todos los puntos. “La
naturaleza humana”, en singular, resultaría en ese caso una ficción
sin sentido; habría tantas naturalezas humanas como individuos. To
das las coincidencias aparentes, que la experiencia nos impone, serían
accidentales e incluso serían limitaciones de aquella desigualdad esen
cial en que consistiría la naturaleza humana. Aristóteles ha demos
trado que no es posible una comunidad (y una sociedad) bajo el
presupuesto de la desigualdad total; alguna cosa han de poseer los
hombres en común por naturaleza, para reunirse, aunque sólo sea el
instinto de autoconservación hobbesiano, como razón del contrato
social. Se puede preguntar, al menos, si es posible la libertad en el
caso de desigualdad total; incluso podría uno verse tentado a descu
brir en la desigualdad total, simultáneamente, la libertad total (en
su posibilidad), no cohibida por “dato” alguno; mas en cualquier
caso es seguro que no existe nuestro problema de conciliabilidad de
libertad e igualdad: si no hay igualdad no puede resultar un proble
ma su relación con la libertad.
12
Op. cit., págs. 64, 56.
13
Op. cit., pág. 62.
EL F U T U R O D E LA L IB E R T A D 331
IV
16
O p. c it., pág. 1 53.
EL FU TU RO DE LA L IB E R T A D 335
principio del recto orden social y que, como tal principio, había con
tinuado influyendo en la historia incluso después de más de dos mi
lenios. La igualdad del status civil es el contrato social de los hom
bres libres; por ella, y sólo por ella, se transforma la oportunidad
de la auto-realización de privilegio de unos pocos escogidos en pe
tición de derecho de todo hombre. Sin esta forma de igualdad no es
es posible pensar en una libertad universal.
Mas debemos insistir aquí en que la igualdad del status civil sólo
crea, y puede crear, la libertad problemática. Los derechos civiles de
igualdad forman, según su propia naturaleza, una base de diferencia
ción social. Su importancia se puede hacer resaltar por ello igual
mente diciendo que son la condición para hacer posible la desigual
dad: por ser todos los hombres iguales en sus derechos civiles pue
den ser desiguales en sus formas de existencia; sin la igualdad de las
oportunidades y límites no es posible la multiplicidad de las formas
y modos de vida. Si los derechos y obligaciones del rol de ciudada
no trascienden la base de la existencia social y tratan de regular tam
bién la forma del autodesarrollo humano, se convertirán en destruc
tores de la libertad en lugar de ser su condición necesaria. La liber
tad asertiva, por tanto, sólo puede crearse mediante la igualdad del
status civil, como una oportunidad: dentro de una sociedad de ciu
dadanos iguales sigue siendo un deber de cada individuo en partí:
cular, que gracias al status civil será susceptible de solución, pero no
por el hecho mismo queda ya solucionado.
mente por esta razón deseo proceder aquí, como en temas anteriores,
con una intención abierta e “ingenua”, y reflexionar sobre el proble
ma sin tener en cuenta los intentos de solución anteriores de algunos
puntos. Que semejante “ingenuidad” permita también solamente so
luciones críticas puede ser lamentable para algunos; pero corres
ponde a la intención de estas reflexiones.
Con respecto a la igualdad del status social podemos presentar
dos problemas extremos, en los que las oportunidades de la libertad
se encuentran particularmente en peligro y en los que, por tanto, se
pueden calibrar mejor las complejas relaciones entre igualdad social
y libertad individual. Son los problemas presentados por los límites
inferior y superior de la jerarquía del status social: ¿existe alguna
categoría social, por debajo de la cual no debe caer nadie, sin perder
las oportunidades de la libertad? ¿Hay, por el contrario, posiciones
sociales, cuyo status supera en tal medida al nivel general que peli
gran por su culpa las oportunidades de libertad de los otros? ¿Cómo
se presenta el problema de la conciliabilidad de libertad e igualdad
en los dos extremos, en la base y en la cúspide de la pirámide de la
posición social? Al contestar a estas preguntas presuponemos, como
única condición, las relaciones existentes en las sociedades indus
triales desarrolladas contemporáneas.
La base teóriqa de la pirámide del status social de las sociedades
modernas debería comprender, desde el punto de vista de los cuatro
factores de la estratificación social, hombres que no han gozado de
ninguna clase de formación o educación, que se hallan sometidos en
todas sus relaciones sociales y no poseen por ello ninguna autoridad,
cuyo prestigio está por debajo del de todos los demás portadores de
posiciones sociales y que no poseen propiedades ni ingresos que les
permitan satisfacer las necesidades más elementales de la vida. Está
claro que en semejante caso queda en entredicho la igualdad de la
participación del proceso social y con ello la oportunidad de la auto-
realización: la total exclusión de las recompensas (“rewards”) y
bienes (“facilities”) de la sociedad equivale a una negación de la
misma ■categoría de todos los ciudadanos; limita la misma opor
tunidad de libertad en que consiste el status civil. Por consiguiente,
un nivel mínimo del status social (y en este sentido la misma posi
ción de todos) es condición indispensable de la posibilidad de la liber
tad; y, además, én la misma medida en que los derechos fundamen
tales civiles: forma parte de la “condition” y no de las “conditions”
del individuo libre. De ahí que como eliminación de una estructura
social de las oportunidades de libertad, un mínimum de status social
resulta elemento indispensable de la igualdad del status civil.
22
338 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
19
Op. cit., pág. 153.
342 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
VI
VI I
“ VIII
del ser libre, si dentro del marco de los datos de su existencia <«e
realiza a sí mismo, sin estar sujeto ni obedecer a fines y coacciones
ajenas. De ahí se sigue que toda igualdad que persiga la nivelación
o uniformización de los modos de existir humanos no puede armo
nizarse con la oportunidad de la libertad. En este sentido, hemos
señalado como una relación contradictoria la existente entre la li
bertad e igualdad del status social con la libertad e igualdad del
carácter social. En los campos del status y carácter sociales son
condiciones necesarias para la posibilidad de la libertad la desigual
dad, el pluralismo de las instituciones, la diferenciación de estratos
y la multiformidad de caracteres. Desde luego, también es válido
en este caso que la nivelación del status y la uniformidad de carác
ter producen sin duda en cualquier aspecto la falta de libertad, pero
que la multiformidad y la desigualdad solamente fundamentan la
libertad problemática y no la asertiva. La realidad de la libre auto-
realización no es, ni positiva ni negativamente, función de la
igualdad. (
Si comparamos el resultado de nuestras reflexiones otra vez con
la teoría de Heimann, expuesta esquemáticamente en la introducción,
se descubre una dialéctica histórica de ideas políticas muy curiosa
(seguramente pretendida además por Heimann). Hemos visto que
Heimann lamenta el “fracaso” de dos movimientos políticos —los
denomina los “dos extremos de la autonomía racional”, pero quiero
prescindir aquí de esta designación— que “destruyeron la igualdad
al desarrollar la libertad” y “perdieron la libertad al conquistar a la
fuerza la igualdad”. Heimann exige frente a ésta situación la recon
ciliación de libertad e igualdad en la democracia: “Libertad e igualdad
son las dos mitades de la democracia; la misma libertad es necesaria
para la democracia” “.
Los movimientos políticos raras veces alcanzan la meta que se
han propuesto. La práctica política posee sus propias leyes, en parte
más complicadas y en parte más sencillas, quedando reducidos a un
núcleo concreto y más basto, impretendido, en comparación con ellas,
los edificios ideológicos más detallados y matizados. Con esta limi
tación puede defenderse la tesis de que el lugar histórico del libera
lismo consistió en introducir la libertad, a cualquier precio, en el
mundo resistente e incómodo de la realidad social. Es seguramente
injusto achacar a los teóricos del liberalismo que rechazaban cual
quier forma de igualdad; al menos la igualdad formal de capacidad
contractual, y con ello parte de la igualdad del status civil, tan criti-
26 O p. c it., pág. 2 1 5 .
356 S O C IE D A D Y L IB E R T A D
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