El pionero de Pangea
Alfred Wegener y la teoria de la deriva continental
La hipotesis, decfan los eriticos, era audaz... espectacular... imagi-
nativa... y erronea. Era, en palabras de un escéptico, una hipstesis de un
«tipo sin trabas en el sentido de que se toma una considerable libertad.
con nuestro globo, y est menos Timitada por restricciones y menos
‘amasrada por los hechos embarazosos y feos que la mayorfa de sus teo-
+ias rivales». Lo que chocaba atin més, seguta diciendo el eritico, es que
ada la impresién de haber sido escrita por un abogado y no por un in-
vestigador imparciab>. ¥ todavia peor, coincidfan los detractores, Ja hi-
potesis «no es cientifica, sino que realiza [...] un recorrido selectivo por
toda la bibliografia en busca de pruebas corroborativas, ignorando la
mayorfa de los hechos que se oponen a la idea, y terminando en un es-
tado de autointoxicacion en el que la idea subjetiva termina siendo con-
siderada [...] un hecho objetivo», Inctuso los expertos que estaban dis-
puestos a conceder a la hipétesis cl beneficio de la duda la criticaron, La
hipétesis, escribia uno, «muestra poco respeto por ideas bendecidas por
cl ticmpo y soportadas por autoridades de peso. Su cardoter audaz y es-
pectacular atrae Ja imaginaci6n tanto del lego como del cientifico. Pero
tuna idea que se refiere de manera tan directa a los principios més fun-
damentales de nuestra ciencia ha de tener una base més firme que el re-
curso a la imaginacién».
{Cudl era esta hipétesis que podia generar tanta furia y denuesto?
Se llamaba deriva continental, y Io que proponia era la curiosa idea
155de que a Jo largo de muchos millones de afios la forma de la superti-
cic de la Tierra habia experimentado una espectacular transformacisn
a medida que los continentes se desplazaban, las montafias surgfan y
cafan y los océanos invadfan territorios que anteriormente ocupaban
las tierras.
Los debates Henos de resentimiento acerca de cémo se formé la
Tierra y de si se hallaba todavia en el proceso de ser moldeada, no
eran nada nuevo en Ja historia de la geologia. La aceptacidn de una
nueva teoria y el desprestigio de otra previamente aceptada podian
arruinar carreras ¢ incluso llegar a plantear serias dudas sobre profun-
das creencias religiosas. Por lo tanto, para comprender el contexto del
debate es necesario remontatse al inicio (al menos hablando metaféri-
camente), hasta el Libro del Génesis. Durante buena parte de los si-
los xvit y Xvi, la geologfa estaba dominada todavia por la idea del
Diluvio biblico como la fuerza principal en la formacién de la super-
ficie de la Tierra, Se crefa de manera general que catistrofes ocurridas
hacfa mucho tiempo habfan producido cambios suibitos y radicales que
persistfan hasta el momento actual. En 1756, Theodor Christoph Li-
lienthal, un teélogo alemén, al observar Ia similaridad de determina-
das Iineas de costa (las de Sudamérica y Africa, en particular), llegé
Ja conclusién, basiindose en referencias biblicas, de que la superficie
de la Tierra habfa sido desgarrada como consecuencia del Diluvio, Es-
te mismo fenémeno llam6 la atencién de Francis Bacon (1561-1626),
uno de los principales ensayistas del siglo xvit y Canciller Mayor de
Jaime I, quien advirti6 asimismo la semejanza en Ja forma entre Afri-
cay Sudamérica, aunque no sacé ninguna conclusién de la correspon-
dencia entie sus costas opuestas.
Posteriormente, a principios del siglo x1x, el naturalista y explora-
dor alemén Alexander von Humboldt (1769-1859) propuso que el
Aildntico habya sido excavado por una accién catastréfica del agua
gue habia formado un «valle» gigantesco con laderas paralelas.
intento animoso de explicar la semejanza de las lineas de costa a am-
bos lados del Atlintico, otro naturalista del sigio xvii, Antonio Sni-
der-Pellegrini, sugiri6 que el Diluvio habfa levantado un gran flujo de
a
Sa un
156
material del interior de la Tierra, Ja masa continental y los continen-
tes unos de otr0s, con la formacién del Atléntico como resultado. Pa
ra apoyar su tesis, Snider-Pellegrini citaba asimismo las notables se~
mejanzas en los fésiles y en determinadas formaciones rocosas a
ambos lados del Atkintico, y fue més lejos todavia, al dibujar un ma-
pa que reunia las dos Américas, Europa y Africa como piezas de un
rompecabezas.
En una tcorfa todavia mAs temeraria, se arrancé a la Luna del cie-
lo (al menos sobre el papel) para explicar tanto el Atléntico como e}
Pacifico, Seguin esta teoria, propuesta por primera vez por George
Darwin (1845-1912), matematico y astrénomo (e hijo de Charies), la
Luna habfa sido expulsada de la Tierra mucho tiempo atrés, cuando
la rotacién de nuestto planeta era mucho més répida que en la actua-
lidad. La violencia que caus6 soltar el lastre que era la Luna, afir-
maba Darwin, dej6 una gran cavidad, a continuacién ocupada por el
Pacifico, y, al mismo tiempo, el flujo de material necesario para le-
nar Jicha cavidad arrastr6 a las Américas y las separé de Europa y
Africa.
‘Otros cientificos buscaban en el interior de la Tierra la explicacién
de lo que podia observarse en su superficie. Humphry Davy, un qui-
ico inglés del siglo x1x, el primero en aislar varios elementos qui-
micos, dijo que habia «fuegos» continuos en el interior de la Tierra,
en esencia un proceso ineesante de oxidacién que proporcionaba una
fuente sostenible de calor, una teoria que posteriormente éi mismo re-
chaz6 como imposible. Pero ,qué hacia que estos fuegos ardieran a
perpetuidad? Al parecer, no habia respuesta.
El dilema de Davy se resolvi6 con el descubrimiento de la radiac-
tividad a finales del siglo xtx, Result6 que en muchos tipos de rocas
se encontraban elementos radiactivos, tales como el uranio, el torio y
tuna forma radiactiva de potasio, cuya desintegracién lenta para for-
mar otros elementos generaba calor. Y aunque cuando Hega a la su
perficie de la Tierra este calor se disipa tan rapidamente que précti-
camente es inobservable, se acurula en las grandes profundidades de
Ja Tierra, donde produce una fuente continua de energa
157Ammediados del siglo xix, William Thomson, lord Kelvin, dijo que,
aunque en su nacimiento la Tierra habia estado tan caliente como la
superficie del Sol, no podfa tener més que unos pocos cientos de mi-
llones de afios de edad, por lo que todavia posefa mucho calor interno,
como era el caso." Esto fue una mala noticia para los gedlogos. Su es-
tudio de las formaciones rocosas les decfa que la Tierra tenia que ha-
beer estado ahi durante cones si se querfan explicar las estructuras geo-
logicas complejas que ellos observaban. Que grandes cordilleras de
montafias surgieron y después se desmoronaron era algo que estaba
bien establecido, pero las montaitas requerfan mucho més tiempo que
unos pocos cientos de millones de afios para alcanzar sus elevadas al-
turas y verse después reducidas a colinas poco impresionantes.
A principios del siglo xx, la fascinacién por las catéstrofes del pa-
sado, ya fueran biblicas o de cualquier otra indole, para explicar la si-
tuaci6n actual de la Tierra, empez6 a desvanecerse, dando paso a una
nueva teoria, cuyo nombre era casi un trabalenguas: «uniformitaris-
mor. Segtin esta teorfa, propuesta por el gedlogo, del siglo x1x, Char-
les Lyell, todas las fuerzas que pueden verse actuando en la Tierra en
a actualidad, que operan a lo largo de extensos periodos de tiempo,
tendrfan que ser adecuadas para explicar lo que ha ocurrido en el pa-
sado.
Pero a medida que se disponfa de més pruebas cientificas en forma
de fésiles, la teorfa del uniformitarismo empez6 a ser puesta en cues-
tidn. A todo esto, Tos gedlogos descubrieron que los casquetes de hie-
Jo polares podrian haber rivalizado con las islas del Caribe en clima,
flora y fauna tropicales. En 1908, un cientifico norteamericano, Frank
Bursley Taylor, propuso una teorfa que hizo que George Darwin le
prestara atenciéa. A su entender, durante el perfodo cretéceo, hace 100
millones de afios, la Luna pasé tan cerca de la Tierca que fue captura-
da por la gravedad de nuestro planeta. La atracciGn mareal resultante
arrasir6 a los continentes hacia e] ecuador. En este proceso se crearon
1, Se debe a lord Kelvin ia medida de la temperatura absoluta queen ts actalidad lleva
su nombre
158
las grandes cadenas montafiosas del Himalaya y de los Alpes. Mirar al
cielo para explicar fenémenos terrestres estaba de moda. Otro ameri-
cano, Howard B. Baker, propuso que una aproximacién cercana de
Venus hace cientos de millones de aftos arrancé suficientes rocas de la
‘Tierra para formar la Luna y, poner, al mismo tiempo, los continentes
en movimiento. Con la legada del siglo xx, surgié una nueva teorfa
que sostenfa que los continentes separados habfan estado conectados
por puentes continentales, en fa actualidad hundidos.
Sin embargo, la tarea de reunir todas las pruebas para trastocar la
ciencia ortodoxa de su época recayé en Alfred Lothar Wegener, un
meteorélogo y explorador alemén que eliminé la necesidad de dilu-
vios bfblicos, de Venus o de la Luna para explicar lo que realmente
estaba ocurriendo en la corteza terrestre. Su genio particular residfa
en Ig manera en que abtuvo sus indicios y pruebas de varias fuentes
distintas (algo raro en la préctica cientifica de su tiempo), basndose
en Ja meteorologia, la geologia, la oceanografia, la sismologfa, el geo-
magnetismo, la paleontologfa, la evolucién, e incluso el montafismo
y la exploraci6n polar.
Alfred Wegener fue uno més de esa casta de cientificos-explorado-
res que dominaron la exploraci6n polar a principios del sigho xx. Uno
de sus colaboradores lo describié como «un hombre de altura media,
delgado y nervudo, de cara seria més que sonriente, cuyos rasgos més
notables eran la frente y su boca firme bajo una nariz recta y podero-
sa». Otro ofrecié una caracterizacién algo distinta, y lo describié co-
mo «un hombre tranquilo con una sonrisa encantadoray. Hijo de un
ministro, Wegener nacié en Berlin en 1880 y desde muy temprana
edad mostré una constitucién atlética que le servirfa bien en sus futu-
ras exploraciones. Inicialmente se dispuso a estudiar astronomia, pero
tan pronto como obtuvo su titulo de doctor abandoné fa astronomia y
dedic6 su atencién a la meteorologfa, que a principios de siglo era to-
davfa una ciencia nueva. No contento con estudiar el tiempo meteoro-
logico desde ‘el suelo, decidié realizar sus observaciones desde el aire.
Aquélla era la'mejor época de la aerostaciGn; asf que en abril de 1906
159éLy su hermano Kurt batieron el récord mundial de vuelo de larga du-
racién en un globo aerostético libre: cincuenta y dos horas a través de
Alemania y Dinamarca, por el Kattegat (el brazo de mar que separa
Dinamarca y Suecia) y de nuevo de vuelta a Alemania. Aquel mismo
afio, el joven Wegener (tenfa 26 aftos) fue invitado a incorporarse a
una expedicién danesa que se dirigia a Groenlandia, un pafs que hacfa
tiempo que lo obsesionaba. Una obsesién que un dia habria de resul-
tarle fatal
Después de una estancia de dos afios en Groenlandia realizando
observaciones meteorolégicas, Wegener volvié a Alemania para co1
vertirse en profesor de astronomfa y meteorologia en la Universidad
de Marburg, donde establecié una amistad y asociacién profesional
que habria de durar toda la vida con un estudiante de su misma men-
talidad, Johannes Georgi. Posteriormente éste accederfa a trabajar bajo
sus drdenes cuando a Wegener io nombraron director del Departa-
mento de Investigacion Meteorolégica del Observatorio Marino Ale-
man en Hamburgo.
Un dia de otofio de 1911, mientras curioseaba en la biblioteca de
a Universidad de Marburg, Wegener, que entonces tenfa 31 afios, dio
con un articulo cientifico que listaba fisiles de plantas y animales
idénticos encontrados en orillas opuestas del Atléntico. Como otros
antes que él, qued6 prendado por la correspondencia sorprendente de
algunas lineas de costa opuestas, sobre todo por la manera en que el
saliente de Brasil encajaba con la curva o seno en Ia costa de Africa, al
otro lado del Atléntico, «Es como si fuéramos a restaurar los frag-
‘mentos rotos de un periddico haciendo que sus bordes concordaran, ¥
Gespués comprobéramos si las Iineas de imprenta se extienden a tra-
vés de los bordes sin hiatos —escribié—. $i lo hacen, no nos queda-
rd més remedio que legar a la conclusiGn de que realmente los frag-
mentos estuvieran unidos de esta manera.»
La concordancia aparente de las Iineas de costa no fue més que el
comienzo. Cuanto més buscaba, mas pruebas enconiraba de una co-
nexiGn entre los distintos continentes separados por extensus masas
de agua. La composicién geolégica de los montes Apalaches del este
160
de Norteamérica se corespondfa con Ia de las Tierras Altas de Esco-
cia, mientras que los estratos rocosos distintivos del sistema del Ka-
100 de Sudifrica eran idénticos a los del sistema de Santa Catarina en
Brasil. También existian indicios abundantes que apuntaban a que
en el pasado debieron ocurrir grandes cambios climaticos, lo que su-
geria que masas de tierra cuyos climas son ahora muy distintos po-
dian haber estado unidas en el pasado. En Ja isla drtica de Sptisber-
gen, por ejemplo, se habjan encontrado fésiles de plantas tropicales,
como helechos y cicadaceas, y el descubrimiento de carbén en la An-
tartida confirmaba gue esta regién habia sido antaito topical. En Su-
dafrica, por el contrario, depésitos mixtos de arena, grava, guijarros y
arcilla (como los depositados por una placa de hielo que se derretia)
indicaban que en otro tiempo tuvo un clima mucho més frfo que en-
tonces. Los grandes yacimientos de yeso, formados en Iowa, Texas y
Kansas durante el periodo pérmico, hace 250 millones de aiios, seiia-
aban un clima célido y érido en estas regiones; la misma conclusi6n
podfa sacarse del hallazgo de depdsitos en localidades tan separadas
como Kansas y Europa
Wegener también descubrié relaciones misteriosamente préximas
en especies que on la actualidad se hallan ampliamente separadas.
Asi, por ejemplo, resultaba que los lémures, los primates mas primi-
tivos, se encontraban tinicamente en Africa oriental, en la isla de Ma-
dagascar y allende el océano Indico. Y siguiendo la misma pauta, et
hipopétamo también se encontraba en Madagascar y en Africa. Por lo
tanto, si se supone que los animales evolucionaron en el continente,
gc6mo podian haber nadado 450 kilémetros de mar abierto para al-
canzar Madagascar?
El argumento de los ge6logos de su época de que estas semejanzas
se debian a puentes continentales que hacia tiempo que habian desa-
parevido, no le parecfa razonable a Wegener. Entonces, ;c6mo podian
explicarse estas semejanzas? Llegados a este punto, se dio cuenta de
que ahora tenfa todas las piezas para resolver el rompecabezas. Las
pruebas fésiles eran una de ellas, las pruebas geolégicas otra, las prue-
bas correspondientes a las especies otra més, y los cambios climticos
161también, Fue como si estuviera viendo el problema desde arriba, mon-
tado en su globo, percaténdose de todos los aspectos del paisaje.
De repente, pensé que tenfa la respuesta. Todas esas piezas repre-
sentaban una parte del mismo fenémeno. Supongamos, pens6, que
los continentes hubieran estado una vez juntos y que gradualmente, a
lo largo de cientos de millones de aos, de alguna manera se hubieran
separado y desplazado por la superficie de Ja ‘Tierra, Hegando final-
‘mente a sus posiciones actuales.
La idea parecfa ridfeula, pero era cierta.
En una conferencia que dio en la Asociacién Geolégica de Franc-
fort en enero de 1912 propuso la idea de to que denominé «desplaza-
miento continental», que més adelante se conocerfa como deriva con-
tinental. Aunque su idea fue acogida con escepticismo, Wegener n0
se desanim6. «En mi mente arraigé una convicci6n de la solidez fun-
damental de dicha idea», escribié. Lamentablemente, su plan para
continuar Ia investigacién y recolectar pruebas que corroboraran st
tesis tuvo que posponerse debido al estallido de la Primera Guerra
Mundial,
‘Como joven teniente de la reserva en el ejército alemén, particips
enel conflicto, y fue herido dos veces, primero en el brazo y después en
el cuello. ¥ mientras yacia en el hospital, recuperdndose, reflexiond
sobre las ideas que habia planteado dos afios antes. Sin nada mas que
hacer mientras convalecfa, continud con su investigacién, que culmi-
1nd en 1915 con la publicacién de la primera teoria de la deriva conti-
nental desarrollada de manera general, The Origin of Continents and
Oceans [El origen de los continentes y océanos}. (En 1920, 1922 y
1929 salieron ediciones ampliadas.) En ella declaraba:
Los cientificos todavia no parecen comprender que todas las ciencias
de Ia Tierra han de contribuir con sus pruebas a desvelar el estado de
nuestro planeta en tiempos pasados, y que la verdad del asunto s6lo 86
alcanzara investigando todas esas pruebas. Sélo escudrifiando la infor-
‘maci6n facilitada por todas las ciencias de la Tierra podremos esperar
162
detecminar la «verdad» aquf, es decir, encontrar Ia imagen que exponga
de la mejor manera posible todos los hechos conocides y que, por lo tan
to, tenga el mayor grado de probabilidad. Ademis, siempre hemos de es-
tar preparados para la posibilidad de que cada nuevo descubrimiento,
con Independencia de ta ciencia que lo proporcione, modifique las con-
clusiones a las que lleguemos.
Hace unos 300 millones de afios, hasta el perfodo carbonffero, sos-
tenfa Wegener, los continentes formaban un tinico supercontinente, al
que liamé Pangea (nombre que procede del griego y significa «toda
Ja Tierra»). Pero Pangea se habria hendido, 0 dividido, y desde en-
tonces sus fragmentos han estado alejéndose unos de otros. Incluso
Prepar6 mapas que mostraban de qué manera cada uno de los conti-
nentes actuales haba encajado con los demés en el pasado. La frag-
mentacién ocurrié en rupturas sucesivas: Antartida, Australia, India y
Africa empezaron a separarse en el perfodo jurdsico (la era de los di-
nosaurios), hace unos 150 millones de afios. En el perfodo siguiente,
el cretéceo, Africa y Sudamérica se separaron «como fragmentos de
un témpano de hielo que se parte». La separacién final dividié Bs-
candinavia, Groenlandia y Canada al inicio de las edades del hielo,
hace aproximadamente un millén de afios.
Wegener razonaba asimismo que la cordillera centroocednica, que
forma islas como Islandia y las Azores, estaba compuesta por mate-
rial continental que qued6 atrés cuando los continentes que ahora
flanquean el Atléntico se separaron. Propuso que una tierra a la que
lamé Lemuria unfa antafio India, Madagascar y Africa; si fuera asi,
80 explicaria la extensa distribucién de los Iémures y el hipopétamo,
(Ahora se cree que Madagascar se separé del continente africano ha-
ce unos 165 millones de aflos.) El hecho de que marsupiales tales co-
‘mo Jos canguros y Ia zarigileya se encuentran sélo en Australia y las
Américas impulsé a Wegener a unir Australia con Ja distante Suda-
mérica. La distribucidn de los restos fésiles de arboles y otras plantas
que prosperaron durante el perfodo carbonifero proporcionaron pébu-
Jo adicional a Ja tesis de Wegener. Dichos fésiles estaban tipificados
163por un helecho arbéreo, llamado (por sus hojas con forma de lengua)
Glossopteris, Cada regién de la Tierra, tanto en el pasado como aho-
Ta, tiende a poseer su vegetacién caracteristica. Pero los boténicos ha-
bian encontrado que la flora de Glossopteris medraba en regiones tan
separadas como India, Australia, Sudamérica y Sudéfrica. Miembros
de las expediciones de Scott y Shackleton encontraron incluso res-
tos de esta vegetacién incrustados en vetas de carbén de montafias
cereanas al Polo Sur.
Los continentes son como grandes barcazas, decia Wegener. Una
barcaza cargada se hunde y cl agua que se halla bajo ella fluye a los
lados para hacer sitio al mayor volumen sumergido de Ja barcaza
Cuando la barcaza esté descargada, el agua fluye de nuevo bajo ella
para impulsarla hasta una altura proporcionada a su peso reducido y
su mayor flotabilidad. Wegener crefa que el fondo del océano repre-
sentaba una capa mas profunda de la Tierra, formada por material so-
bre el que los continentes «flotan». E] material de dicha capa tendria
que ser més denso que las rocas continentales, del mismo modo que
el agua es més densa que el hielo de un iceberg. Si éste no fuera el ca-
80, el iceberg no flotaria,
Lo que esto significaba es que, en efecto, el fondo ocesnico esta
constituido por un material distinto al de los continentes. Si hubieran
existido puentes intercontinentales que después desaparecieron, aho-
ra deberfan formar parte del fondo oceanico. Pero si podfa demos-
trarse que el suelo ocednico tenfa una composicién completamente
distinta, la teorfa de Wegener ganaria en solidez. Sin embargo, los
medios necesarios para medir la gravedad y la densidad del fondo
ocednico, o para extraer de él mediante dragas especimenes de una
profundidad suficiente, estaban mas alld de la tecnologia de la época
para poder establecer dicha hip6tesis de manera definitiva. Wegener
asi lo reconocié cuando escribid: