You are on page 1of 14

DOCENTE RAUL JOJOA SANTACRUZ CICLO

NOMBRE AREA FILOSOFIA

MAPA CONCEPTUAL 1
LOS SOFISTAS

SUBRAYE EN CADA PARRAFO LA IDEA PRINCIPAL

En la historia del pensamiento es posible señalar ciertos momentos históricos, de


cansancio, de indiferencia, de escepticismo ante un grupo determinado de problemas
cuya solución se percibe como imposible. Estas situaciones más o menos generalizadas
de “cansancio” intelectual, son muy explicables si se acepta que el pensamiento es como
una gran fuerza interior, siempre inquieta, siempre en tensión, siempre ávida de
comprender.

Todo problema constituye un desafío, y la solución de todo problema plantea nuevos problemas,
sin que halla un momento de descanso en la búsqueda de la verdad. Es por tanto comprensible
que, en determinadas circunstancias históricas, en las cuales los grandes sistemas filosóficos y
científicos entran en conflicto, los pensadores más valientes se sientan desalentados y optan por
reconocer que los esfuerzos de las generaciones anteriores fueron inútiles, que no es posible el
conocimiento racional del mundo, que simplemente nada sabemos y nada podemos saber. Al
optimismo de los comienzos, sucede con frecuencia un mismo más o menos acentuado; sin
embargo, la situación de pesimismo o de indiferencia no se prolonga definitivamente, el
pensamiento nunca se da por vencido, nunca podemos renunciar a pensar, a buscar una
respuesta a la multitud de preguntas que se suscita continuamente la realidad.

Se intentan nuevas soluciones, entonces, con vigor creciente, se construyen nuevos sistemas
que completan o reemplazan los antiguos.

Ya desde mediados del siglo V, se enfrentan entre si dos grandes sistemas antagónicos, sin
conciliación aparente, el de Heráclito y el de Parménides. El pitagorismo, con el descubrimiento
del número y de sus leyes, toma partido definitivamente con la escuela de Heráclito. Si se toma
como base la experiencia sensible, la realidad es un continuo fluir, en donde cualquier información
se es imposible, pues aquello que “es” en un incesante determinado, ya no lo es en el instante
siguiente. Tomando una idea de un filósofo francés del siglo XIX, nuestros conocimientos serían
algo así como fotografías instantáneas de una realidad en continuo movimiento y, por lo tanto,
muy alejadas de la verdadera realidad. Un discípulo de Heráclito, Crátido, llegó hasta el extremo
de concluir que ni siquiera se debe hablar, “y se limitaba a hacer señales con el dedo”(Aristóteles).
Se llegaba así a un dilema, o a aceptar la experiencia que se pone de manifiesto la universalidad
del movimiento, del fluir continuo, de la transformación de unas formas en otras o a aceptar que
la realidad tiene que ser inteligible, ni mutable, estática, una y eterna. Si existe el movimiento, la
realidad no se puede conocer, y si se puede conocer, no existe el movimiento. Heráclito optó por
la primera alternativa, Parménides por la segunda.

El término movimiento, tomado en un significado más amplio, no hace referencia solamente al


movimiento físico de traslación, sino también, a toda clase de cambio, de transformación “de una
cualidad” en otra. El problema planteado por el movimiento de traslación está magistralmente
puesto de relieve por el discípulo de Parménides, Zenón de Elea, en sus famosas aporías.

Todo <cambio> supone dos términos, el término de iniciación y el término de culminación, <A>
se transforma en <B>, la semilla en árbol, el niño en adulto, lo caliente en lo frío y lo frío en
caliente, etc....; pero el árbol se seca y se convierte en abono, el adulto en anciano, y así de una
manera ininterrumpida, no es posible detenerse en el movimiento, pues de lo contrario, supuesto
un tiempo suficientemente largo, ya habría cesado, sólo existiría lo frío o sólo existiría lo caliente,
sólo la semilla o solo el árbol, solo el niño o sólo el adulto. El punto de iniciación del movimiento
es también el punto de llegada del movimiento anterior, y el punto de llegada de un movimiento
es el punto de iniciación de un movimiento posterior. <A> y <B> son dos instantes de una realidad
que es, precisamente, pasar de <A> a <B>. La realidad no es <A>, no es <B>, entonces ¿qué
<es>? ¿No llegamos así a una contradicción: la realidad <es> y no <es>? ¿No se confunden el
<ser> con el <no ser>? No es otra la acusación de Parménides contra los insensatos, a quienes
el ser u el no ser les parece lo mismo y no lo mismo. La posibilidad misma del conocimiento está
en la afirmación del principio de identidad, <el ser es, y el no ser no es>, y del principio de no
contradicción, una misma cosa no puede ser u no ser al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto.

Estos principios lógicos aún no estaban tan claramente formulados para el tiempo que nos ocupa,
sin embargo, constituyen la intuición de la que parte el razonamiento de la escuela de
Parménides. Esto no niega que la experiencia nos ponga de manifiesto el continuo fluir de las
cosas; sin embargo, la lógica ha de predominar sobre los sentidos, el principio de identidad sobre
el testimonio de los sentidos. Las cosas no son como nos dicen los sentidos, las cosas son como
nos dice la razón que deben ser. No existe el movimiento, no existe el cambio, no existe la
multiplicidad, no existe la temporalidad; el universo, nuestro mundo, es inmutable, uno y eterno,
a pesar de lo que nos digan nuestro sentidos.

¿Por cual de los dos grandes sistemas optar? ¿A favor de la experiencia, en contra de la razón
(lógica), o a favor de la razón (lógica), en contra de la experiencia? Los pitagóricos no habían
hecho más que complicar la situación con el descubrimiento de magnitudes a las cuales no
corresponde ningún número, o expresado de otra manera, con el descubrimiento de los números
irracionales. Es decir, de números diferentes a los números hasta entonces conocidos, no eran
ni enteros ni quebrados (racionales) y, sin embargo, eran números, por ejemplo,, etc.
Además, si a toda magnitud corresponde un número, y a todo número una magnitud, y siendo el
número divisible indefinidamente, ¿consta la magnitud de indivisibles o de divisibles al infinito? Y
si de indivisibles, ¿cómo se puede entender una extensión que no se puede dividir más? Y, si de
divisibles al infinito, ¿cómo es posible que la extensión finita está constituida por una multitud
infinita de partes extensas?

En este preciso momento de nuestra exposición debemos recordar lo que dijimos al principio; hay
momentos históricos en los que el pensamiento se siente desorientado ante la magnitud de los
problemas que debe explicar, y una especie de escepticismo se apodera de los espíritus más
relevantes. Los sofistas no constituyen de hecho una escuela homogénea. Se trata más bien, de
una denominación común para una multitud de pensadores individuales frecuentemente con
opiniones muy opuesta entre sí, pero con una característica común, el escepticismo ante los
problemas planteados por las generaciones anteriores.

Los dos representantes más significativos son Protágoras (480-410 antes de Cristo,
aproximadamente) y Gorgias (483-375 antes de Cristo). De Protágoras nos ha llegado un
aforismo célebre, que pone de manifiesto su posición escéptica: <El hombre es la medida de
todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son, en cuanto que no son>. El
hombre es la medida de todas las cosas, no el hombre tomado en sentido general, sino el hombre
en sentido particular, es decir, cada uno de nosotros es la medida, el criterio de lo que conoce.
Lo que para mí es falso, para ti puede ser verdadero, y ambos tenemos razón. No existe un
criterio único, universal, de conocimiento; las cosas no son simplemente verdaderas o falsas, sólo
dan opiniones, y cada uno de los que opinan puede tener razón desde su punto de vista. Dos
sujetos pueden percibir una misma cosa de maneras muy distintas, y hasta opuestas entre sí,
para uno puede estar haciendo frío, para otro no. Para el enfermo el alimento es amargo, para el
sano no ¿Quién tiene razón? ¿No está ciertamente haciendo frío para quien tirita? ¿no es
realmente amargo el alimento para el enfermo? ¿Es entonces posible el conocimiento científico
de la naturaleza dentro de esta posición relativista? No, ciertamente. La filosofía y la ciencia se
basan en afirmaciones absolutas, independientes de los individuos como tales. Sobre gustos no
se puede discutir, solamente decir. A ti te gusta algo, a mi n, no hay nada que discutir. En realidad
no existen cosas verdaderas o falsas, o cosas más verdaderas que otras, existen más bien cosas
más útiles, más convenientes que otras. No se debe hablar de verdad, se debe hablar de utilidad
y conveniencia. El alimento es amargo para el enfermo, sin embargo, sería conveniente que no
lo fuera para que este se pueda alimentar con facilidad. La labor del médico no está en convencer
al enfermo que aquello que experimenta como amargo, no lo es. Más bien, trata de <curar> el
desarreglo orgánico que lleva al enfermo a experimentar como amargos los alimentos. De una
manera semejante, el sabio. Su labor no es de convencer sobre la verdad o falsedad de una
opinión cualquiera, su labor está en crear los hábitos convenientes por medio de la palabra, el
discurso, para que sus oyentes acepten una opinión como la más conveniente para sí y para la
sociedad.
¿Qué decir, entonces, ante los problemas planteados por Heráclito, por Parménides, por los
pitagóricos? Son problemas que están más allá de las posibilidades del conocimiento. ¡Acerca
de la naturaleza nada sabemos y nada podemos saber! Si la naturaleza es un campo vedado
para la labor del sabio, no lo es así el <hombre> y sus relaciones: la ética, la política, la educación
etc. Se abren así, por primera vez en la historia de la reflexión filosófica, nuevas perspectivas.
Hasta entonces el esfuerzo de los grandes pensadores se había dedicado exclusivamente a la
consideración de la naturaleza, del mundo y de sus misterios; de ahora en adelante, lo <humano>
en toda su amplitud comienza a ser objeto de consideración. Sin embargo, el pensamiento no
admite barreras, y la naturaleza, tomando como base los problemas planteados por la generación
anterior, surge nuevamente a la conciencia; se intentará, entonces, nuevas soluciones al dilema
planteado por las dos grandes escuelas de Heráclito y Parménides.

Si la labor del sabio es semejante a la del médico, con la diferencia que este se sirve de
<medicina> y aquel del <discurso>, es claro que el sabio debe ser un maestro de la palabra. Su
poder radica en la persuasión, en la brillantez, en la sutileza de la argumentación. <La palabra es
una gran dominadora, que con un pequeñísimo y sumamente invisible cuerpo, cumple obras
divinísimas, pues puede hacer cesar el temor y quitar los dolores, infundir la alegría e inspirar la
piedad... Pues el discurso, persuadiendo el alma, la constriñe, convencida, a tener fe en las
palabras y a consentir en los hechos... La persuasión, unida a la palabra, impresiona al alma
como ella quiera. La misma relación tiene el poder del discurso con respecto a la disposición del
alma, que la disposición de los remedios respecto a la naturaleza del cuerpo. En efecto, tal como
los distintos remedios expelen del cuerpo de cada uno diferentes humor, y algunos hacen cesar
el mal, otros, la vida, así también, entre los discursos, algunos afligen, y otros deleitan, otros
espantan, otros excitan hasta el ardor a sus auditores, otros envenenan y fascinan el alma con
convicciones malvadas> (Gorgias). Los sofistas eran grandes retóricos, más aún, podríamos
decir, grandes <demagogos>. La experiencia es el punto de partida de la reflexión de la escuela
de Mileto y de Heráclito; la lógica, de Parménides y su escuela; los números, de los pitagóricos,
y la retórica, el arte de persuadir, de los sofistas. Protágoras se jactaba de <poder hacer de la
argumentación más débil la argumentación más fuerte>, y Gorgias, de <hacer aparecer lo más
pequeño como lo más grande y lo más grande como lo más pequeño>.
La base del <relativismo> sofista está en la identificación del conocimiento con la sensación. La
experiencia sensible es diferente para todos los individuos. La sensación de calor de un mismo
objeto es diferente para dos individuos determinados, para uno más intensa, para otro, menos
intensa. No todos vemos lo mismo, no todos escuchamos lo mimo. El hombre es la medida de
todas las cosas, en cuanto la percepción sensible se acomoda a las disposiciones especiales de
los órganos de los sentidos de cada individuo. Y si conocer es <sentir>, hay tantos conocimientos
como percepciones sensibles.
La principal importancia histórica de los sofistas, además de constituir un momento natural, dentro
del desarrollo del pensamiento, de <perplejidad> y de cierto cansancio <intelectual>, está en
haber planteado el problema de la relación entre conocimiento y sensación. Si conocemos a
través de la experiencia sensible, ¿cómo podemos afirmar algo que está más allá de esta
experiencia? ¿Con qué derecho afirmamos que la tangente toca a la circunferencia en un solo
punto, si cualquier línea que percibamos tiene anchura y, consiguientemente, la circunferencia y
la tangente se tocan seguramente en más de un punto?
El problema de la relación entre la experiencia sensible y el conocimiento va a constituir un
problema tan fundamental como el del movimiento o cambio. ¿De donde saca el geómetra sus
conceptos de punto, línea y superficie si no es de la experiencia sensible? ¿Podemos dibujar un
punto inextenso? ¡No! ¿y una línea? Tampoco. Entonces, ¿con qué derecho habla el geómetra
de puntos y de líneas inextensas? Y si las líneas son extensas, no se cortan en más de dos
puntos, y no en un solo, como afirma la geometría? ¿Existen dos líneas exactamente iguales?
¡No! Entonces, ¿por qué hay una sola geometría? Y, lo que afirmamos de la geometría, lo
podemos extender a todas las demás áreas de conocimiento que pretenden hacer afirmaciones
generales, universales, válidas para todos los individuos; a la religión, a la ética, a la física, a las
matemáticas etc.
Si el hombre es la medida de todas las cosas, entonces no son posibles las afirmaciones
universalmente válidas, y si estas no son posibles, no es posible el conocimiento científico. Sólo
se podría hablar de utilidad y de convivencia, no de verdad o falsedad.

En un comienzo, el arte de la palabra es sólo un medio, para un fin: la imposición de la propia


opinión acerca de la política, la religión, la ética etc. El filósofo, satisfecho con su propia filosofía,
quiere comunicarla a los demás, y para esto se vale del único medio posible, la persuasión. La
fuerza de la persuasión no está en la lógica, ni en la evidencia de los hechos, está más bien en
la bella disposición del discurso, en el recurso oportuno a los sentimientos del oyente, etc.
Posteriormente, el arte de la palabra se convierte en un fin en sí mismo. Ya no se trata de hacer
feliz a los demás, se trata de mostrar la propia superioridad, de juzgar con los sentimientos de los
demás, de confundir al espectador. El filósofo se convierte en un gran ilusionista de la palabra,
que hace reír o llorar a placer, que enfurece o calma las multitudes, y cuya única recompensa es
el aplauso de quienes asisten a su presentación. De esta situación decadente proviene la
definición de <sofisma> como argumento falso, que induce al error.

ESCRIBA LAS IDEAS QUE SUBRAYO Y JERAQUIZELAS EN ORDEN DE IMPORTANCIA

IDEAS PRINCIPALES
ELIMINE LAS PALABRAS INNCESARIAS EN CADA IDEA Y CON LOS CONCEPTOS SOBRANTES ELABORE EL
ESQUEMA CORRESPONDIENTE
CON TODO LO DESARROLLADO ELABORE SU RESPECTIVO MAPA CONCEPTUAL EN DOS HOJAS PAPEL
MINISTRO.

You might also like