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TRASMISIÓN Y CREACIÓN
DE LA POESfA QUEVEDESCA
Sin embargo, hacía más de cuarenta años que era un poeta admira
dísimo, puesto que ya en 1603 Pedro Espinosa había escogido numerosos
poemas para su antología de las Flores de poetas ilustres, publicada en
Valladolid en 1605. En este mismo año figura con unos cuantos roman
ces, muy pocos, en la Segunda parte del Romancero general, de Miguel
de Madrigal, comenzando poco después a .ser editado en pliegos sueltos
y en pequeños romancerillos, «en libr1llos sabandijas que bárbaramente
brotan de ordinario para auditorio muy vulgo», como dice González de
Salas. A partir de estos años, Quevedo será un poeta explotado por todos
los editores de romances y así figura en los Romanceros de Arias Pérez,
Pinto de Morales, Pedro de Lanaja, · Antonio Díez, etc., etc. A lo cual
hay que añadir las numerosísimas copias manuscritas de romances y sáti
ras, sobre todo, que inician un curioso proceso de tradicionalización, de
un Quevedo para las masas. {No se olvide que el romance y la letrilla se
cantan, y hasta González de Salas habla de recurrir a los músicos, como
recurrieron muchos colectores de romances.)
Como es sabido, don José González de Salas publicó en Madrid, en
1648, la mayor parte de los poemas quevedescos bajo el título, bien ba
rroco, de El Parnaso español, monte en dos cumbres dividido, con las
nueve musas, que lleva al frente un indigesto prólogo, del que sólo nos
interesan ahora estas palabras : «Fácil le tuvo (el espíritu), ígneo y arreba
tado, y por esa ocasión no pocas veces se resistió a la emendación y a la
lima, remitiendo ese estudio a otra sazón y mejor ocio. Continuo fue por
muchos años el ejecutarle yo por esta diligencia, prorrogándomela siem
pre, hasta que llegado antes el término de su vida que el cumplimiento,
no sólo no se logró, sino hs poesías mesmas, que muchas había ya repe
tido de poseedores extraños y juntándolas en volúmenes grandes, se de
rrotaron y distrujeron. Summo dolor causa el referirlo. No fue de veinte
partes una la que se salvó de aquellos versos, que conocieron muchos,
quedaron en su muerte, y yo traté y tuve innumerables veces en mis
manos, por nuestra continua comunicación».
De estas afirmaciones se deduce que don Francisco fue dejando para
mejor «ocio» el corregir y ordenar sus obras poéticas, y bien puede ser
cierta esa afirmación, puesto que le vemos ya casi moribundo dar noticias;
pero no es tan seguro que no corrigiese un poco más de lo que suponía
el propio González de Salas. La otra afirmación la corrobora, si no la
copia -o se copian mutuamente- Pedro Coello, editor de don Francisco,
[ quien en 1648 también ] afirma: «Murió en Villanueva de los Infantes;
y de papeles muchos originales de sus escritos, que siempre traía consigo,
se echaron entonces menos gran suma. De manera que de sus poesías,
lo que yo pude alcanzar, con todo género de negociación, no fue de veinte
partes, una, según aseguraron los mismos que en aquella ocasión las vie
ron . . . Pero por otros medios, con la autoridad grande de vueseñoría, se
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Francisco fue quien pulió los poemas (entre otras razones porque los
manuscritos dan variantes de poemas editados en 1 670 por su sobri
no Aldrete, que confiesa no haberlos retocado), y los limó bastante
más de lo que se ha pensado. Si en algún caso el retoque es de
González de Salas habrá que convenir que era un poeta excepciona
lísimo, como en éste, por ejemplo, tan curioso, editado por Aldrete
y González de Salas (aunque Astrana Marín no lo advirtió). En Al
drete, Las tres Musas últimas castellanas, se lee este soneto :
20. - WARDROPPBR
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que cada uno de esos pensamientos, tan ceñidos, que a través del
verso de Quevedo penetran casi como materia sólida, compacta, en
nuestra inteligencia, deben al poeta su interna estructura formal. Aun
ésta misma procede muchas veces ya de Séneca, ya de Juvenal o de
Persio, ya de Marcial, ya de Epicuro o Demetrio (a través de Séne
ca), etc. [Véase p. 556 .] A veces hasta la misma forma exterior,
hasta el moldeamiento sintáctico estaba fraguado ya -y el editor
del siglo XVII, González de Salas, en algunas ocasiones lo anota-.
r. Dámaso Alonso, «El desgarrón afectivo en la poesía de Quevedo», en
Poesía española, Gredas, Madrid, 1962', pp. 497-580 (498-502, 529, 573-577,
579).
II. Pedro Laín Entralgo, La aventura de leer, Espasa-Calpe (colección
Austral, 1 .279), Madrid, 1964', pp. 16-23, 36-37, 43-44.
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Nuestra imaginación, en esos cuatro versos, pasa por toda una serie
de vueltas y recodos, pertenecientes a esferas muy distintas, polarizadas
entre bella mitología y granujienta hampa:
Primer verso (vívidamente colorista): berme;azo, «rojo», con el aumen-
es distinta según se mire a una u otra luz. Versos enteros giran sobre el gozne
sutil de una palabra o una expresión disémicas. La nariz sayón del tercer verso
nos ofrece el primer caso de vario sentido; la nariz se convierte en una saya
grande; y, por tanto, en un objeto de gran tamaño que baja acampanadamente
hacia el suelo; alude, además, al mundo judaico; y un tercer sentido se acumula
a los dos anteriores: el de feroz y rebelde ("pues tiene de sayón la rebeldía",
había escrito en un soneto contra Góngora). El segundo sustantivo apuesto,
escriba, comporta otras dos notas alusivas: la primera, al evocar la actitud in
clinada del que escribe, reitera el carácter descendente de la nariz (como en
el verso sexto: "érase una alquitara pensativa"); la segunda, apunta al judaís
mo (como en los versos once y catorce). Todas estas insinuaciones han cabido
en un verso, en dos palabras mejor, sobre las que Quevedo ha acumulado todo
su formidable sentido del idioma. El cuarto verso nos ofrece un primer equívoco
con pe¡e, que juega sus dos sentidos: 'pez' y 'hombre astuto'. El verso puede
correr, pues, por dos caminos. El sentido inmediato es el siguiente: 'aquel
peje, de barba y espada al cinto, poseía una gigantesca nariz que le hacía ase
mejarse a un pez espada'; pero la intención de Quevedo era que entrásemos
por una segunda vía: 'aquella nariz era como un pez espada dotado de grandes
aletas anteriores o barbas', en suma, 'una larga nariz, por cuyos orificios salen
abundantes mechones de pelo'. El efecto cómico gira, pues, sobre la dilogía de
barbado, que se dice, a la vez, de 'quien tiene barbas en el rostro' y del 'pez
dotado de las aletas o cartilagos llamados barbas'. El quinto verso está también
lleno de sugerencias. La alusión al reloj de sol evoca en seguida un largo
gnomon, es decir, la nariz hiperbólica; y mal encarado alude a la vez a dos,
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tativo afectivo -azo, que alude al tamaño del astro, pero que anuncia
todo el tono social y moral en que se desenvuelve el soneto; pla tero, por
que dora las cumbres. Es un estupendo verso: ¡que lo mejoren! Verso
segundo: Evocación de ambiente (diría Bally), casi de milieu, fondo go
yesco, dos siglos antes que Goya, capricho dibujado en once sílabas:
mano maestra. Verso tercero: Nos describe cómo la ninfa huye; pero el
término afufa, evidentemente próximo a la germanía (aunque no lo señale
Verso cuar
como tal el diccionario), es una nueva evocación de ambiente.
to: Enorme condensación. para el chiste: no alumbres, ¿cómo la vas a
gozar con todo tu golpe de luz?; paga, has equivocado el camino, porque
el amor se conquista por el dinero.
pero que era imposible en 1613». «Se trata simplemente de una imagen tópica
en la poesía de su tiempo para indicar que todo es perecedero, hasta los más
fuertes y bizarros muros. Todo obedece al tiempo en muerte fría: la muralla,
el arroyo, la luz, la espada y la casa.» Por su parte, R. M. Price (1963, también
en Sobejano [ 1978]) advierte que «la fuente de la imagen de la casa ruinosa, en
este soneto al menos, es Séneca, Epistulae morales ad Lucilium, XII. El co
mienzo de la epístola describe la visita del autor a su quinta, donde comprueba
que el tiempo está destruyendo tanto a ésta como a él mismo. En los dos
versos finales del soneto Quevedo recuerda sin duda alguna dos frases: "Quo
cumque me vertí, argumenta senectutis meae video", y "Debeo hoc suburbano
meo, quod mihi senectus mea, quocumque adverteram, apparuit". La idea tiene
una resonancia a lo divino en el psalmo VII del Heráclito: "¿Dónde pondré,
Señor, mis tristes ojos / que no vea tu poder divino y santo?". El tema y el
lenguaje del soneto entero se repiten en el Sueño del infierno, 1608 (Las za
húrdas de Plutón): "¿A qué volvéis los ojos, que no os acuerde de la muerte?
Vuestro vestido que se gasta, la casa que se cae, el muro que se envejece, y
hasta el sueño de cada día os acuerda de la muerte, retratándola en sí"».]
LA LÍRICA AMOROSA 603
Salta a la vista que el soneto está dividido en dos partes bien sepa
radas en las que una misma idea se ex;presa de dos maneras diferentes.
No sólo dice el soneto una sola cosa (como debe ser), sino que, desde el
punto de vista conceptual, dice dos veces lo mismo. Ya en los cuartetos
se afirma que a pesar de la muerte («ley severa») la llama que ardió en
la vida del poeta seguirá ardiendo, y recogida la idea en los versos 7 y 8,
nos es lanzada otra vez en los tercetos que, al parecer, sólo acumulan
palabras para reafirmar lo ya declarado. Vienen a ser, frente a la sobria
afirmación de los cuartetos, una segunda carga con que el .poeta pretende
afianzar la victoria -verbal- contra la muerte.
Claro que la última palabra del poema (enamorado), celosamente guar-
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dada hasta entonces, nos viene a informar como revelación cimera -y por
lo tanto estrictamente nueva- que la llama que no va a morir, lo que
el poeta no va a olvidar ni en fa muerte, es su amor. En cierto sentido
importantísimo y sutil, pues, el poema no sólo culmina en los tercetos,
como debe ser, sino en la última palabra, gracias a la cual sabemos (antes
de ella no hay modo alguno de saberlo) que el fuego que no podrá oscu·
recer la sombra ni apagar el agua es el amor. [ . ] . .
Lo notable de este poema, sin embargo -lo que tal vez cree su
más honda tensión-, es que, más aún que otros sonetos (forma corta,
compacta, que puede darse en una ojeada), puede leerse, quizá desde
la primera lectura, como ya leído: obra como las de arquitectura (pa
labra ésta que, junto con monumento, nos guía al centro mismo de
la visión barroca del mundo), volumen en que mucho antes que las
partes captamos el todo. Dicho a la inversa: parece surgir el poema
como ya hecho desde unas primeras palabras que llevan a la última
( que parecen estar en el mismo instante que la última} sin desvia
ciones ni distracciones de ningún género. (Nótese, por ejemplo, que
desde el primer verbo, en futuro, podrá, anticipamos lo que van a
decir los versos 5 y 6.) Ello se debe, desde luego, a que el poema se
limita a una sola idea elemental y muy clara, pero, además, una idea
lanzada por dos flancos contra el lector, o contra la «ley severa»
que el lector y el poeta conocen. Idea única; poema bloque; concep
to que, en lo racional, no avanza, no se desarrolla de verso a verso,
como si al poeta no le interesase elaborar (no necesitase ir creando),
sino subrayar; afirmar de un solo golpe, eliminando el tiempo de la
lectura entre la primera palabra y la última; casi rayo violento que
ilumina todo de una vez porque se trata, precisamente, de un poema
contra el Tiempo : de la idea es su forma el monumento.
con ·pulso firme hacia las cenizas y el polvo de los versos 13 y 14, donde
se completa su sentido al ser todo ello negado en un puro acto de vo·
!untad.
tras más nuestras sustancias- que corren por las cañas de los huesos.
Y él las evoca gloriosamente incendiadas de amor.
[Y luego, en el terceto final, la necesaria distensión. ] Peligroso mo
mento el de la distensión, cuando el arco ha sido forzado al límite de
curvatura. Un contrapeso de igual potencia ha de oponérsele en la fase
de la descarga. Quevedo ha obrado con pericia genial. Los tres versos
anteriores han llegado, en efecto, como olas sucesivas, de preñez creciente
y aupada: gramaticalmente, tres sujetos en demanda de predicado; emoti
vamente, tres apelaciones a los más encarnizados motores de la pasión.
Y ahora la distensión sintáctica se alarga con cuatro futuros, plenos de
segura determinación; y la emoción se extiende reiterada, como la lengua
de agua que se arrastra, en esfue.rzo último, por la playa, cuando la ola
ha estallado. Son tres nuevas fases en la descarga, en el esfuerzo: el alma,
las venas, las medulas - dejarán su cuerpo, serán ceniza, serán polvo.
Una simetría queda así dibujada entre ambos tercetos. Y ahora caemos
en la cuenta de que estos seis versos finales poseen una clara estructura
simétrica: tres sujetos / tres predicados; dentro de los sujetos, tres sus
tantivos / tres oraciones adjetivas ; y, dentro de los predicados, tres ora
ciones asertivas / tres oraciones adversativas. [ Sería fácil reducir a un
esquema este complejo juego geométrico. ]
LA POESfA SATfRICA
(.378-.38.3 ).
m. Pablo Jauralde Pou, «La poesía de Quevedo», en Estudios . . . al pro
fesor Emilio Orozco Díaz, Universidad de Granada, 1979, vol. II, pp. 187-20¡¡
(196-199).
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Todo ello nos está indicando, una vez más, que el poeta expre
saba de mil maneras -a veces lo hizo. directamente- su convencí-
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LA PARODIA IDIOMÁTICA
Y LA INVENCIÓN GROTESCA