You are on page 1of 6

Chile: la crisis migratoria que desbordó

al Gobierno

Con el anuncio de un estado de excepción en provincias fronterizas del norte y una


nueva ley de migraciones, el Gobierno de Chile intenta enfrentar la crisis. Pero
analistas ponen mala nota a esta gestión gubernamental.
Una explosiva combinación de factores ha incrementado la tensión en el norte
de Chile, al punto de que el Gobierno saliente del presidente Sebastián Piñera
anunció unestado de excepción en cuatro provincias fronterizas con Bolivia y Perú,
como parte de un acuerdo para inducir al gremio de los transportistas a poner fin a
una paralización y bloqueo de carreteras en la región.
La muerte de un camionero, en la que presuntamente estuvieron implicadas tres
personas, entre ellas dos venezolanos, fue el detonante inmediato de esta nueva
crisis, que en realidad no es nueva, porque ha venido fraguándose y
manifestándose con bastante claridad desde hace tiempo. Brotes de xenofobia,
protestas contra los migrantes y fuerzas del orden desbordadas han sido las
expresiones más visibles.
"Hemos venido advirtiendo hace ya más de un año que esta una variable que iba a
estallar alguna vez. Y las autoridades fueron absolutamente indolentes", dice a DW
el analista político Gabriel Gaspar, quien conoce muy bien la región.
"En los últimos años han entrado al país, según los datos oficiales, cerca de 1,5
millones de inmigrantes legalmente. Si les sumamos los que han entrado de
manera ilegal, tenemos que a Chile ha entrado, en los últimos años, más o menos el
equivalente a un 10 por ciento de la población", explica.
Y pide imaginar qué habría sucedido, por ejemplo, en Alemania, si hubieran
llegado 8 millones de inmigrantes. Grafica así las dimensiones del problema,
puntualizando que "se está llegando al límite de la capacidad para poder
asimilarlos con relativa comodidad, como siempre había sido".
La pandemia ha vuelto a poner ‘la migración como problema’ en los discursos
públicos y medios de comunicación, plantea la autora de esta columna. Hoy se
menciona a la población migrante al hablar de hacinamiento, enfermedad e
Informalidad, situaciones que también afectan a chilenos, mientras sus
contribuciones a la economía y la ciudad tienden a silenciarse. Siguiendo a Van Dijk,
la autora recuerda que el prejuicio y la discriminación no son innatos, sino que se
aprenden principalmente en el discurso público. Aquí es clave el rol de quienes
pueden hacerse escuchar “sea en un matinal, noticiero o rueda de prensa
ministerial”. Ellos “tienen el deber de estar a la altura de estos tiempos, siendo
conscientes de que en sus manos hay una enorme responsabilidad y también una
oportunidad”.

En medio de la pandemia, la migración vuelve a ocupar un lugar en la opinión pública.


Durante el ‘estallido social’ y la crisis de gobernabilidad que lo acompañó, la figura de las
personas migrantes perdió su habitual prominencia como ‘chivo expiatorio’ para explicar
los males sociales y económicos del país. El popular lema ‘no son 30 pesos, son 30 años’
evidenció persistentes falencias estructurales, cotidianamente traducidas en problemas de
calidad y acceso a la vivienda, educación, salud, previsión y empleo, y en una amplia
sensación de mal trato e injusticia social. La moderación de la figura del migrante cedió
paso a la responsabilización de otros actores más visibles. Los jóvenes, ‘la primera línea’,
el ‘lumpen’ y el manifestante, fueron figuras relativamente abstractas que los medios y
autoridades muchas veces presentaban de manera intercambiable para hablar de un
supuesto ‘enemigo poderoso’ – un gesto reduccionista en sintonía con la criminalización de
la protesta social.

Hoy, en un contexto global de crisis sanitaria, esta táctica estigmatizante se reconfigura. El


foco gira selectivamente hacia aquellos (o más bien hacia algunos) ciudadanos y
ciudadanas que faltarían a nuevas normas de civilidad, a saber, distanciamiento físico,
disminución de la movilidad cotidiana, quedarse en casa y medidas de cuidado personal. Lo
que Michaela Benson llama ‘el “buen ciudadano” en tiempos de pandemia’[1].

En la cobertura de los medios, centrada en la Región Metropolitana, comunicadores,


‘rostros’ y autoridades apuntan especialmente hacia quienes viven en comunas de menores
ingresos, siendo menos sentenciosos ante las faltas cometidas en las zonas más
acomodadas. Personas migrantes, particularmente aquellas racializadas y pobres, aparecen
especialmente sujetas a estereotipos, formas de control social y sanción moral.

Por ejemplo, gran exposición mediática ha tenido el caso de dos cités donde hubo focos de
contagio por COVID-19. Estos cités estaban ubicados en Quilicura y Estación Central,
donde vive el mayor porcentaje de personas migrantes haitianas (INE y DEM 2019).
La población migrante tiene un nivel
educacional y de empleabilidad superior al
de la población chilena, no obstante, tiene
una probabilidad mayor de emplearse en
trabajos precarios e irregulares. Muchos de
estos empleos demandan salir al espacio
público.
Rápidamente cámaras de diferentes canales de televisión se aglomeraron en el lugar,
recabando material sensacionalista para noticieros y matinales. Medios de prensa
presentaban titulares que hablaban del brote del virus en una “comunidad de migrantes
‘haitianos”. No sería la primera ni la última ocasión en que se racializaría la ubicuidad del
virus, presentando una suerte de fusión entre enfermedad, etnicidad y lugar. Tratamiento
similar han tenido los campamentos, donde el 27,1% de los residentes son migrantes
(MINVU 2019).

Durante el episodio en Quilicura, el intendente de Santiago señalaba ‘lo que ha sido más


complejo es entenderse culturalmente con ellos [en referencia a migrantes haitianos/as].
Aquí no hay una mala voluntad de parte de nadie, sino que hay un entendimiento de lo que
es la higiene…, lo que es el cuidado de la salud, lo que es ser portador de un virus como
este. Fue complejo hacerlos entender.’ Sus palabras aludían a que varias personas
rehusaban trasladarse a una residencia sanitaria por miedo a sufrir el robo de sus
pertenencias en el cité y a ser deportados.

En diversas instancias vemos surgir un discurso que, aunque parece bien intencionado, es
discriminatorio, pues degrada e infantiliza a las personas sin dar crédito a sus legítimas
aprehensiones. Al explicar el foco de la enfermedad y prácticas de cuidado a partir de
supuestas ‘diferencias culturales’, se sugiere que hay formas de ser y habitar la ciudad que
son inherentes a la etnicidad y condición migrante –un discurso culturalista,
que  problematiza a quienes comparten una identificación étnica.

En el caso de Quilicura, enfatizando la otredad, el discurso de la autoridad omite que el


problema radica en las trabas de acceso a la vivienda y en el hacinamiento propio de
los cités; un tipo de residencia que, por lo demás, existe hace más de un siglo en Chile y es
también habitado por chilenos/as.
El impacto de la llegada de migrantes al
norte de Chile
"Allá hay bolsos botados, comida botada porque el aire, la tierra asfixia. Entonces
lo que uno decide es renunciar a lo que uno trae", dice Carolina, una inmigrante
venezolana.
Pero ni las temperaturas extremas ni mucho menos la pandemia de covid-19 han
detenido el flujo de migrantes.
Colchane es solo el punto de partida ya que muchos migrantes tienen como meta
final llegar a Santiago. La segunda parada de su periplo es la ciudad de Iquique,
de cerca de 200.000 habitantes, a 1.758 km de la capital.

Al no encontrar oportunidades laborales ni la posibilidad de regularizar su situación


migratoria, muchos de los extranjeros terminan viviendo en las calles, en precarias
condiciones.
Y esto ha generado roces con la población local.
En este reportaje especial, venezolanos y chilenos nos cuentan como enfrentan
este fenómeno migratorio.

https://www.bcentral.cl/c/document_library/get_file?uuid=bd3c9251-57e0-669e-97ce-
d0b1dcca4242&groupId=33528
(1) Estimado, para cada grupo, en base a la población en edad de trabajar y su respectiva
participación laboral. Las cifras de los flujos migratorios son relativos a la fuerza laboral al inicio del
período respectivo. (2) Para el año 2014, descomposición según el Anuario Estadístico Nacional -
Migración en Chile 2005-2014. En el caso de Haití, se estima a partir de flujos de ingresos y egresos
registrados por la Policía de Investigaciones de Chile hasta diciembre del 2014. (3) Los años de
escolaridad, participación laboral y edad promedio de cada grupo/año corresponden a los
promedios para cada variable y país de origen del Censo 2017 (INE). (4) Años de escolaridad
promedio de la población de 25 años o más. Fuente: Banco Central de Chile en base a datos del
Instituto Nacional de Estadísticas, Departamento de Extranjería y Migración y Policía de
Investigaciones de Chile

Motivos migratorios: factores de atracción y expulsión


Los fenómenos migratorios se pueden caracterizar en función de si estos son motivados por
factores de atracción del país de destino, o de expulsión desde el país de origen. Los primeros se
caracterizan por ser graduales en el tiempo y por movilizar migrantes relativamente jóvenes y con
alta participación en la fuerza de trabajo. Como ejemplos, se podría mencionar la migración
latinoamericana a EE.UU., así como la migración peruana y colombiana a Chile. Los procesos
migratorios causados por factores de expulsión se dan ante el deterioro de las condiciones
económicas o por conflictos bélicos en el país de origen. Estos fenómenos son más repentinos y
suelen afectar a una mayor proporción de la población. Un primer fenómeno migratorio
interesante de analizar es el caso de los Balcanes Occidentales2 / que, al estar motivado por
factores de expulsión, podría tener alguna similitud con el
IMPACTO DE LA INMIGRACIÓN EN CHILE: LECCIONES DE CASOS
COMPARABLES
Los flujos migratorios hacia Chile han aumentado significativamente en los últimos años. Según
datos del INE, entre diciembre del 2014 y diciembre del 2018, la población extranjera en Chile
pasó de 490 mil personas a más de un millón 250 mil personas. Esto implicó un aumento de la
población de 4,3% y de 6,4% de la fuerza de trabajo. Es interesante notar que en los últimos dos
años este fenómeno se aceleró. Así, entre abril del 2017 y diciembre del 2018, el ingreso neto de
migrantes fue de casi 470 mil personas—2,5% de la población y 3,8% de la fuerza laboral—,
dominado por ciudadanos venezolanos (43%) y haitianos (24,3%) (tabla V.4). La magnitud del
fenómeno migratorio y sus implicancias para la economía chilena ha generado un interés creciente
por entender y cuantificar su impacto1 /. Este Recuadro revisa experiencias internacionales de
fenómenos migratorios y discute posibles mecanismos de transmisión hacia el mercado laboral, el
crecimiento y la inflación.

Posibles efectos de la inmigración: evidencia internacional


Tal como se discutió en el Recuadro III.3 del IPoM de diciembre del 2018, los impactos
macroeconómicos de una ola inmigratoria pueden ser significativos sobre el país receptor, tanto a
través de su efecto sobre la oferta laboral como la demanda agregada. Si bien el resultado
depende de la combinación de múltiples factores, hay algunas dimensiones particularmente
relevantes. Primero, la intensidad del fenómeno inmigratorio (cuántas personas en cuánto
tiempo); segundo, la permanencia de los inmigrantes en el país de destino, dado que ello
determina el carácter transitorio o permanente del shock, y sus consecuentes efectos sobre las
decisiones de los agentes; tercero, el nivel de calificación de la inmigración (educación formal,
habilidades, experiencia), que es uno de los principales determinantes de la productividad laboral.
Estas dimensiones, a su vez, dependerán de la adaptabilidad de los inmigrantes al mercado laboral
local (relacionado con restricciones legales, factores culturales, idioma).

You might also like