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ANÁLISIS NEW YORK TIMES

El pacto entre China y Estados Unidos podría continuar con la guerra comercial

El nuevo acuerdo entre los dos gigantes de la economía mundial deja intactos los asuntos más espinosos
que los separan. Resolverlos podría llevar años.

Una granja de soya en Kansas. China acordó comprar más productos agrícolas estadounidenses, incluida la soya, como parte de un nuevo pacto
comercial.Credit...Christopher Smith para The New York Times

PEKÍN — El presidente estadounidense, Donald Trump, y China dicen que su reciente pacto comercial
solo es el inicio de una nueva relación entre las dos economías más grandes del mundo. Según la Casa
Blanca, los futuros acuerdos harán que China sea un mejor socio comercial. Pekín afirma que vislumbra
el fin de los aranceles estadounidenses y de la agotadora guerra comercial.

Tal vez los dos estén equivocados.

El pacto comercial parcial del 15 de enero, considerado por ambas partes como una tregua, podría ser el
legado perdurable de más de dos años de conflicto económico. Podría garantizar que las compras de
mercancía china por parte de Estados Unidos, que ya van en descenso, disminuyan todavía más. Y en vez
de reparar la relación, podría distanciar todavía más a estos dos titanes de la economía y transformar la
manera de hacer negocios en el ámbito mundial.
El acuerdo que firmaron el 15 de enero Trump y el viceprimer ministro Liu He, el principal negociador
comercial de China, reduce algunos de los aranceles estadounidenses impuestos durante los dos últimos
años a las mercancías chinas e impide que haya otros más. Compromete a China a comprar, durante dos
años, 200.000 millones de dólares más en granos, cerdos, aviones, equipo industrial y otros productos.
Exige que China abra más sus mercados financieros, proteja la tecnología y las marcas estadounidenses
y, a la vez, cree un foro para que ambas partes puedan limar asperezas.

Lo que no hace es atacar las causas que dieron origen a la guerra comercial. El acuerdo no aborda
los subsidios de China a las industrias nacionales ni su firme control sobre las palancas fundamentales de
su economía pujante. El acuerdo también mantiene la mayoría de los aranceles de Trump sobre la
mercancía china por un valor de 360.000 millones de dólares, un impuesto mucho más alto del que los
estadounidenses pagan por los productos procedentes de prácticamente cualquier otro lugar.

Podrían pasar muchos años antes de que se puedan resolver esos asuntos. De hecho, parecen limitadas
las posibilidades de que se llegue a un segundo acuerdo pronto. Trump ha dicho que tal vez espere
hasta después de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, en noviembre, para concluir lo que
ambas partes llaman la “fase dos” del acuerdo.

Hasta entonces, los consumidores y las empresas estadounidenses seguirán comprando menos
mercancía de China. Por su parte, el gobierno chino continuará buscando clientes en otras regiones. La
relación de Estados Unidos con China, un motor vital del crecimiento económico global durante
décadas, se debilitará todavía más.

El viceprimer ministro de China, Liu He, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmaron un acuerdo comercial parcial en la Casa
Blanca el 15 de enero.
“La guerra comercial ha desencadenado una serie de fuerzas estructurales que probablemente tengan
un efecto moderador sobre las importaciones procedentes de China durante un tiempo en el futuro”,
señaló el economista Eswar Prasad, especialista en China de la Universidad de Cornell.

Algunas circunstancias imprevistas podrían cambiar todo eso. Una crisis económica podría hacer que
uno o ambos regresen a la mesa de negociaciones. Trump ha roto acuerdos comerciales en el pasado.
Tal vez los estadounidenses elijan en noviembre a un dirigente menos agresivo en materia de comercio.

Pero hasta el momento, ambos países han demostrado que están dispuestos a alcanzar su objetivo
económico. La economía, el mercado laboral y el mercado de valores de Estados Unidos han mejorado
desde que comenzó la guerra comercial hace casi dos años, pese a que muchas personas se preguntan
cuánto tiempo puede durar eso. En el ámbito político, los demócratas han presionado a Trump para que
sea más estricto, y no menos, en el comercio con China.

En China, la guerra comercial solo ha sido uno de los factores que han provocado la desaceleración
económica y parece que Pekín se siente capaz de manejar bien ese problema.

En las últimas semanas, los asesores del gobierno de China han destacado la importancia de hablar
sobre las medidas que puede tomar Pekín —como ayudar al mercado laboral o encontrar nuevos socios
comerciales en otro lugar— y no sobre las que no puede tomar. Aunque se han reducido las
exportaciones chinas a Estados Unidos, sus ventas en otras regiones, en especial en los países pobres, se
han mantenido firmes. En los últimos meses, Pekín ha buscado con empeño abrir todavía más mercados.

Además, si China se queja del acuerdo, podría parecer débil, lo cual es inaceptable en un país donde el
Partido Comunista se presenta como el libertador de un siglo de humillaciones por parte de las
potencias extranjeras.

El 16 de enero, los medios de comunicación estatales y los economistas chinos recibieron el acuerdo
como un respiro de lo que han sido dos años de una atención casi constante por parte del gobierno y de
muchos ciudadanos en general en el asunto del comercio. El pacto del 15 de enero “ofrecerá al menos
una tregua en esta guerra comercial”, dijo He Weiwen, un destacado economista chino, especialista en
comercio y exfuncionario del Ministerio de Comercio.

Los funcionarios chinos no han sido intransigentes. En los últimos meses, incluso antes de que firmaran
el pacto comercial, relajaron las restricciones del gobierno a las empresas extranjeras en las industrias
financiera y automotriz, y se comprometieron a poner un alto a los intentos de las empresas chinas
de obligar a sus socios extranjeros a revelar sus secretos comerciales más confidenciales.

Sin embargo, con respecto al tema principal del apoyo gubernamental y el control de la economía, Pekín
se ha mantenido firme.

El gobierno de Trump y las empresas estadounidenses se han quejado de que China utiliza de manera
desleal las enormes arcas del gobierno para desarrollar industrias que competirán directamente con
entidades establecidas en Occidente. En los últimos años, China restó importancia a esos esfuerzos
cuando aumentaron las tensiones comerciales.
Parece que ahora China es menos discreta con respecto a esos esfuerzos. Al inicio de la guerra
comercial, Xi Jinping, el máximo dirigente de China, visitó una empresa china de semiconductores, una
industria a la que Pekín le ha otorgado muchos subsidios, para brindarle su apoyo. Nuevos datos señalan
que China ha acelerado su Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, un plan impulsado por el gobierno
para financiar y construir carreteras, redes de telecomunicaciones y otras infraestructuras en los países
en vías de desarrollo, lo cual allanaría el camino para más exportaciones chinas.

El precio de la actitud impetuosa de China es el reordenamiento de las cadenas de suministro a nivel


global que sus fábricas han alimentado desde hace mucho tiempo. Las empresas las han mantenido en
China incluso después de que se dispararon los salarios y otros costos durante la última década.

La guerra comercial ha detenido esa inercia, y muchas empresas han comenzado a trasladar sus cadenas
de suministro a otros lugares para evitar los nuevos aranceles o la posibilidad de que haya todavía más.
En noviembre, las exportaciones chinas a Estados Unidos se redujeron más de una quinta parte con
respecto al año anterior. Ahora, las exportaciones a Estados Unidos representan solo el cuatro por
ciento de la economía china.

Contenedores en un puerto de Shanghái. Aunque las exportaciones de China a Estados Unidos se desplomaron durante la guerra comercial, sus
ventas en otros países se mantuvieron sólidas.Credit...Lam Yik Fei para The New York Times

Sin embargo, esto no significa que los empleos que se fueron a China durante las últimas dos décadas
regresarán a Estados Unidos. Los altos costos de la mano de obra y el cumplimiento reglamentario en
Estados Unidos, aunado a la persistente escasez de mano de obra calificada, han hecho que la mayoría
de las empresas multinacionales duden en llevar su manufactura a Estados Unidos. Más bien, parece
que los máximos ganadores son los aliados de Estados Unidos como Vietnam, Taiwán, Indonesia y, tal
vez, India, adonde están llegando avalanchas de ejecutivos multinacionales que buscan alternativas a
China.

Incluso si ambas partes llegaran a la mesa de negociaciones con nuevas concesiones, es difícil que se
concluyan los acuerdos comerciales. El pacto del 15 de enero fue el resultado de más de dos años de
negociaciones que no se concretaban. Otros pactos importantes, como el T-MEC —el acuerdo comercial
entre Estados Unidos, México y Canadá—, tardaron incluso más tiempo.

Cuanto más tiempo pase, más se distanciarán esos países en términos económicos.

Sin la guerra comercial, tal vez Estados Unidos habría comprado 550.000 millones de dólares o más de
mercancía china este año, dijo Brad Setser, economista especializado en China, primero como
funcionario del Departamento del Tesoro en el gobierno de Barack Obama y ahora en el Consejo de
Relaciones Exteriores con sede en Nueva York. Señaló que incluso con el acuerdo del 15 de enero, es
muy probable que este año las importaciones a Estados Unidos procedentes de China sean de
aproximadamente 400.000 millones de dólares.

“Es evidente que los aranceles han tenido un gran impacto”, afirmó.

Keith Bradsher is the Shanghai bureau chief. He previously served as Hong Kong bureau chief, Detroit bureau chief, Washington correspondent
covering international trade and then the U.S. economy, telecommunications reporter in New York and airlines reporter. @KeithBradsher

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