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Los mapas movedizos de Öyvind Fahlström.

(Suely
Rolnik)
El arte también alcanza este estado celestial que ya no conserva nada de
personal ni de racional. A su manera, el arte dice lo que dicen los niños. Está
hecho de trayectos y devenires, y también hace mapas extensivos e intensivos.

Gilles Deleuze1
¿De qué China habla Miller, de la antigua, de la actual, de una imaginaria, o bien
incluso de otra que formaría parte de un mapa movedizo?

Gilles Deleuze y Félix Guattari2


Lo propio de la libido es circular por la historia y la geografía, organizar
formaciones de mundos y constelaciones de universos, derivar los continentes,
poblarlos con razas, tribus y naciones.

Gilles Deleuze3
Öyvind Fahlström: una vida entre mundos. Vida de paso. Nunca la tierra natal, el
reposo de una familiaridad: de lengua, de cultura, de gestos, de creencias.
Imprescindible la construcción de puentes sobre abismos de sentido, territorios
inventados entre paisajes. Como un patchwork infinito, que se rehiciese por
completo a cada nuevo paisaje que se agrega.4 Mapa del mundo continuamente
rediseñado. La urgencia de la creación. Una cuestión de supervivencia.

En un primer nivel, obvio y visible: entre Suecia, Brasil, París, Roma y Nueva
York. Niño sueco en el Brasil de los años treinta. Preadolescente que deja a sus
padres en Brasil para unas breves vacaciones en Suecia y a quien,
inesperadamente, ante la eclosión de la II Guerra Mundial, le resulta imposible
volver, y allí permanece hasta finales de los años cuarenta. El trauma en dosis
doble —alejamiento de la familia a los once años y la guerra como entorno— será
seguido por una sucesión de migraciones, acompañando los vientos de la
producción de sentido en el globo terráqueo, distintos paisajes culturales
imponiéndose como brújula en dos momentos de la segunda mitad del siglo: el
París de los años cincuenta y la Nueva York de los años sesenta y setenta.
Siempre volviendo a pasar por Suecia, siempre cruzando Roma. Muere
prematuramente a los cuarenta y siete años de edad, mucho antes del viraje de
los ochenta.
En este entre-países, espacial y geográfico, se crea un lugar para el artista;
mejor dicho, un no-lugar, éste sí, decisivo en su trayectoria: la condición de
extranjero en todos los lugares por donde deambuló lo colocó en una posición
desenfocada, no estableciendo jamás una simbiosis completa con mapa alguno
de realidad.
Como él mismo escribe, ya en 1953, “la cuestión no es si un sistema es El Único
Válido. Será Válido porque nosotros lo escogemos… y porque funciona”.5 De
hecho, a partir de los veintiún años Öyvind Fahlström escogerá países, culturas, y
los respectivos sistemas de sentido, en función de que se constituyan como
mapas que “funcionen” para orientarse en la existencia; y sólo los adoptará
como “válidos” mientras mantengan ese rendimiento vital. La desnaturalización
de todos los mundos, de todas las cartografías, desde siempre en su vida, le trae
la percepción precoz de su carácter transitorio y contingente. Su carácter de
invención. Juegos, games, con sus reglas, sus representaciones, sus personajes y
el lugar que le corresponde a cada uno como jugador, que como tales pueden ser
recreados. Mapas y juegos, mapas como juegos que son inventados y
reinventados, primero de los temas recurrentes en la obra de Fahlström.

En el desván, entre los escenarios configurados, donde la identificación


mínimamente satisfactoria con cualquiera de sus personajes se hace inviable, se
abre para Fahlström un espacio intersticial, intangible; aquí, no propiamente un
espacio, sino un más acá y un más allá del espacio, invisible pero no menos real.
Son las fuerzas heterogéneas del mundo vibrando en su cuerpo, produciendo
nuevos estados intensivos. Cuando el paso de un estado intensivo a otro,
expresado mediante sensaciones, no encuentra correspondencia en las
señalizaciones de los mapas disponibles, la subjetividad se pierde y se ve
convocada a un trabajo de recreación de sí misma y del mundo. Este tipo de
experiencia habrá tenido lugar en reiteradas ocasiones a lo largo de la vida del
artista, es lo que nos lleva a imaginar no sólo la presencia insistente de los mapas
en su obra,6 sino también un gran número de pasajes de sus textos que directa o
indirectamente se refieren a eso. Para mostrar apenas un ejemplo, en el mismo
manifiesto de su concretismo nada formalista, él escribe: “No basta con cambiar
el orden de las palabras; hay que amasar la estructura entera. Debido a que los
procesos de pensamiento dependen del lenguaje, cualquier ataque a las formas
lingüísticas dominantes acaba enriqueciendo los modos de pensamiento ya
gastados, convirtiéndose en un paso más en el desarrollo del lenguaje mismo, ya
que los procesos mentales siempre tienen lugar en niveles cotidianos, literarios y
académicos.”7 Amasar las reglas gramaticales del juego de la lengua, para
extraer de ella otras posibilidades de expresión, que son también otras maneras
de vivir. Una lengua que ya no es la de las palabras, una materia que ya no es la
de las formas, una afectividad que ya no es la de los sujetos.8

Iniciación forzada de Fahlström a un más acá o un más allá del cuerpo vivido, de
este cuerpo familiar de la vida ya acontecida y representada, con sus potencias
ya distribuidas en cualidades y estructuras en una cartografía instituida, con sus
sujetos, sus hábitos, sus significados, sus rutas. Iniciación por tanto al “cuerpo
vibrátil”,9 este más acá o un más allá del cuerpo vivido, atravesado por
intensidades, afectado por fuerzas que vienen del Fuera: materia informe,
portadora de diferencias, que no se confunde con la realidad del mundo externo,
en su configuración empírica. Fuerzas que piden paso, imponiéndose como signos
para ser descifrados a través de un diseño de nuevas señalizaciones de la
existencia: un nuevo World Map.
Desde muy temprano Fahlström es obligado a saber sin saber que abrir paso a las
fuerzas depende de descifrarlas, o sea, crear para ellas un plano de consistencia:
materializar las sensaciones de manera que se perciban y se hagan percibir las
fuerzas, que se vea y se haga ver lo invisible, condición para no caer prisionero
de los vacíos de sentido.10 ¿No sería la obra de arte un plano de consistencia de
este tipo? ¿No es éste su sentido? Obra que es también e indisociablemente de
existencia, creación de sí y del mundo. Del desván a los escenarios configurados,
donde la identificación mínimamente satisfactoria con cualquiera de sus
personajes se hace inviable para el artista, lo que se abrirá para él será el
desarrollo de nuevos contornos, que se produce entre las fuerzas heterogéneas,
de los medios diferentes que él recorre. “Entre las cosas no designa una
correlación localizable que va de una a otra y recíprocamente, sino una dirección
perpendicular, un movimiento transversal que las arrastra, a una y a otra,
riachuelo sin inicio ni fin que roe sus dos márgenes y adquiere velocidad por el
medio”, puntualizan Deleuze y Guattari.11 Devenires, procesos de subjetivación
y de significación, formando totalidades siempre provisionales; mapas
movedizos, ya que siempre son estremecidos por nuevas fuerzas, nuevas
sensaciones, que desencadenarán nuevos devenires. Como escribe el propio
Fahlström, incluso en el mismo Manifiesto: “Otra manera de obtener la unidad y
la cohesión consiste en extender la lógica inventando nuevos acordes y nuevas
consecuencias”.12 Unidad y cohesión que se rehacen constantemente, acordes
polifónicos entre fuerzas heterogéneas irreductibles.
Aquí ya no se trata de jugar juegos (games) formateados, sino de un juego (play)*
en el que el juego se inventa al mismo tiempo que sus reglas, sus personajes y el
lugar cambiante que corresponde a cada uno como jugador. “Jugar el juego” e
“inventar el juego”, la diferencia irremediable entre ellos, tensión indomable y,
sin embargo, necesaria; el segundo tema que podemos rastrear en el conjunto de
la obra del artista. El destino inexorable del juego, poder sobre la vida que la
organiza y estratifica, consiste en que más pronto o más tarde él habrá perdido
el sentido, desbancado por las irrupciones de la potencia de vida que acaban
imponiendo un cambio no sólo de las reglas, sino del propio juego como un todo.
Pero tal invención depende de la libertad de inventar el juego. Se explicita aquí
una afinidad entre el juego inventado y la obra de arte, entre el jugar del niño y
el crear del artista; tercero de los temas que atraviesan la obra de Fahlström
desde el principio hasta el final. La presencia de esta cuestión es tan definitoria
en la trayectoria del artista que nos lleva a abrir un paréntesis para analizarla
más atentamente, con la intención de preparar el terreno para retomarla en el
ámbito de la obra propiamente dicha.
No por casualidad, “devenir-niño” es el nombre que Deleuze y Guattari le dieron
a esta afirmación de la potencia creadora en la subjetividad. Reencontrar una
infancia como lugar de la invención, fábrica de la sensibilidad creadora,
manantial de posibles. Ellos también lo llaman “bloque de infancia”, teniendo
siempre cuidado de señalar que esto no tiene nada que ver con recuerdos de
infancia, retorno o regresión al niño real que fuimos; infancia trivial del sujeto
psicológico,13 con su “romance familiar” y los fantasmas que lo asombran,
sujeto que ve en los padres instancias personificadas, y les otorga el carácter de
referencia personal y absoluta. Paralelamente al aprendizaje de la adaptación a
los meandros de una cartografía establecida, que se hace por identificación,
representación e imitación, el niño vive otra especie de aprendizaje. Esta vez es
un aprendizaje del mundo en cuanto medio hecho de materia fluida, más acá y
más allá de su formateado definidor de sujetos, objetos, hábitos y significados.
En este ámbito, incluso los padres dejan de ser referencias personales, y menos
aun absolutas, para existir como medios entre otros cualesquiera, con la única
particularidad de funcionar como selectores de medios, ya que a través de ellos
algunas puertas se abren y otras se cierran o ni siquiera llegan a ser
vislumbradas. En la inocencia de una constante experimentación, el niño explora
los universos por donde pasa, en una actividad febril de conexiones y
desconexiones en función de los afectos movilizados por las fuerzas que se agitan
en estos universos variables. Los juegos inventados son intentos de formar un
plano de consistencia para estos pasos intensivos, que serán sustituidos más
tarde por la creación cultural.
Juegos de niño y obras de arte, desde esta perspectiva, tendrían en común su
condición de cartografías, inventadas por el niño y el artista, movidas por los
efectos intensivos de las fuerzas del Fuera en su cuerpo vibrátil: devenires a-
paralelos a sí mismos y al medio, nuevas configuraciones de los límites de la
subjetividad y su territorio. Como escribe Deleuze, “el arte también [como el
niño] alcanza este estado celestial que ya no conserva nada de personal ni de
racional. A su manera el arte dice lo que dicen los niños. Éste está hecho de idas
y venidas, y también hace mapas extensivos e intensivos”.14 Éste es el
aprendizaje de los signos, que no pasa por el reconocimiento, sino que se da por
vibración, contaminación e invención. En vista de eso, niño y artista en principio
serían, más que cualquier otro tipo de subjetividad, propensos a no restringirse
al simple aprendizaje de las reglas, para ejercer la libertad de enfrentamiento
de los signos y la urgencia de descifrarlos en un proceso de creación.

El jugar del niño y el crear así entrelazados evocan inmediatamente la figura de


Winnicott, singular psicoanalista que considera este proceso, que con Deleuze
llamamos “aprendizaje de los signos”, esencial para un desarrollo satisfactorio
del niño. Para Winnicott un buen desarrollo no tiene que ver con “salud
psíquica”, que se evalúa según el criterio de la fidelidad a un código, en
consecuencia tomando la filiación como referencia absoluta, establecida de una
vez por todas. Esto redundaría en un proceso equilibrado de identificaciones del
ego con imágenes de los personajes que componen el mapa oficial del medio,
definido por la inserción socio-económico-cultural de la familia, proceso que se
completaría con la construcción de defensas más eficientes y menos rígidas. A
diferencia de esto, para el psicoanalista inglés, un buen desarrollo tiene que ver
con la vida, su potencia de expansión, su afirmación como fuerza creadora, lo
que depende de un modo creativo de percepción; es esto lo que daría sentido a
la existencia y promovería el sentimiento de que vale la pena vivir la vida. Lo
contrario de una relación de complacencia sumisa, que provocaría un
sentimiento de futilidad asociado a la idea de que nada tiene importancia. No se
trata de que el mundo, en esta política del deseo marcada por una obediencia
estéril, deje de ser percibido, sino que es percibido apenas como aquello a que
debemos ajustarnos y adaptarnos. Esto puede desencadenar la sensación de estar
poseídos por la creatividad de alguien o de una fuerza superior trascendental,
enteramente disociados de nuestra subjetividad, de nuestras sensaciones, de
nuestro sueño.15
Este tipo de visión lleva a Winnicott a atribuir una importancia primordial a la
formación y sustentación en el niño de aquello que él llamará “espacio
potencial”, que se sitúa entre la realidad interna y el mundo externo, y no
pertenece a ninguno de los dos. En este ámbito, según él, el niño manipula los
fenómenos externos, los selecciona, los pone al servicio del sueño, confiriéndoles
así sentido. Es el juego del niño que, si todo va bien, se transforma en juego
compartido para desembocar más adelante en la experiencia cultural. De nuevo,
la aproximación entre niño y artista, aquí en torno a una cierta dimensión de la
subjetividad que estaría especialmente activa en ambos.

Y la pelota vuelve a Deleuze y Guattari, y no por casualidad. Entre estos autores


y Winnicott existe sin duda una resonancia amplia y fecunda que está por
explorar, pero por supuesto no es ésta la ambición del presente ensayo. Tal
resonancia sólo nos interesa aquí para auxiliar en la circunscripción de ciertas
cuestiones que atraviesan la trayectoria de Fahlström. Ya hemos podido
vislumbrar parte de esta resonancia: la infancia, tanto para los dos franceses
como para su vecino inglés, no sería una supuesta etapa inferior en el proceso de
maduración que caminaría en dirección a lo simbólico, su supuesto punto
culminante, región de los juegos y sus reglas con sus mapas instituidos. Desde
diferentes perspectivas ellos conciben la infancia como vector de subjetivación
coextensiva a cualquier edad, vector que aproximaría niño y artista, el jugar
inventando y el crear. Tres puntos de resonancia entre los autores, en torno a la
idea winnicottiana de espacio potencial, nos pueden ayudar a avanzar en nuestra
reflexión.

El primer punto de resonancia es la importancia atribuida a este “entre” la


subjetividad y el mundo, que Winnicott llama “espacio potencial”. Si nos
situamos en la perspectiva de los autores franceses para vislumbrar lo que el
psicoanalista inglés circunscribe bajo este nombre, antes que nada debemos
reconsiderar los polos entre los que tal espacio se sitúa. En lugar de una
“realidad interna”, concebida como interioridad psíquica, lo que veremos
entonces es el invisible cuerpo vibrátil; y en lugar de un “mundo externo”,
concebido como exterioridad espacial, lo que veremos es el invisible “Fuera
intensivo”, o sea, el mundo como materia informe. Ahora bien, entre las fuerzas
del mundo y el cuerpo vibrátil que las recoge no es propiamente un espacio lo
que se dibuja, sino una “zona de indeterminación o inseguridad”, en la cual se
producen devenires “potenciales” de la subjetividad y del medio. Si tiene sentido
pensar lo que Winnicott llama espacio potencial como este manantial de
devenires, sería ciertamente más riguroso encontrar un nombre para designarlo
que no implicase una noción espacial, algo así como un “entre intensivo
potencial”. Continuando la conversación con su propia forma de hablar,
Winnicott diría: “La investigación, la creatividad que uno tiene de sí mismo sólo
pueden surgir de la experiencia informe, de un estado no integrado de la
personalidad. […] La experiencia informe, los impulsos creadores, motores y
sensoriales son la trama del juego del niño, y es en la base de este juego donde
se edifica toda la existencia experiencial del hombre.”16
El segundo punto de resonancia sería la idea de que es en el acceso a este “entre
intensivo potencial” cuando niño y artista se aproximarían. Es ahí donde ambos
ejercerían su poder de otrarse,17 a través de la creación: juego inventado, en un
caso, y obra de arte, en el otro: dos modos de actualización de las sensaciones,
dos tipos de trazado de un plano de consistencia.
El tercer punto de resonancia sería la idea de clínica que, para los tres
pensadores, ya distantes de la tradición psicoanalítica dominante, tendría como
objetivo dejar expedito ese acceso al entre intensivo potencial. Eso volvería la
clínica indisociable de la crítica, en cuanto reactivación de la fuerza que
problematiza y transforma la realidad. Una clínica/crítica como una posibilidad
abierta de invención de devenires, contra el poder de las fantasías/fantasmas
que mantiene la subjetividad bajo el dominio exclusivo de un juego cualquiera
establecido y sus reglas correspondientes, regida por tanto fundamentalmente
por un principio moral. Lo que estaría siendo apuntado, en última instancia, en
esta concepción de “cura”, es un modo de subjetivación regido por un principio
estético: la existencia como obra de arte que se crea y recrea a través de
devenires. Principio que es también ético, ya que aquí es la vida la que atribuye
valores, teniendo como única referencia su afirmación y su exposición; a
diferencia de lo que ocurre bajo el dominio de un supuestamente saludable
principio moral, cuando es el ego el que atribuye valores, tomando como
referencia el mapa de valores vigente.
Entendidas desde esta perspectiva, arte y clínica tendrían una tarea mucho más
importante, en la medida en que en el modo de subjetivación dominante en el
capitalismo contemporáneo, la potencia de creación, dimensión esencial de la
vida, tiene un destino dudoso. Examinar brevemente este destino, así como sus
vicisitudes en los diferentes periodos de la segunda mitad del siglo, nos ayudará
a situar la problemática desarrollada por Fahlström en torno a esta cuestión, y su
posición en el panorama del arte de su tiempo.
La subjetividad en el régimen capitalista se convoca para conquistar agilidad de
desidentificación con las cartografías establecidas: no sólo para absorber la
mezcla de repertorios que la atraviesan venidos de todas partes todo el tiempo,
lo más obvio, pero también y fundamentalmente, para conseguir abrirse
continuamente al cambio de repertorio exigido para acompañar la creación
ininterrumpida de nuevas órbitas del mercado, sea como productora o como
consumidora. Entonces se lanza la subjetividad a las fuerzas del Fuera y a la
constante experiencia de pases de estado intensivo en el cuerpo vibrátil, lo que
en principio estaría favoreciendo un aprendizaje de los signos y, además, la
creación, que sería requerida para realizar un nuevo mapa de la realidad, su
juego, sus reglas. Pero no es del todo así, pues en este proceso de subjetivación
es el juego el que somete la creación y no al contrario: lo que domina, por tanto,
es el aprendizaje del juego. Es parte de la lógica del mismo sistema que estas
subjetividades que están desenmapadas (sea como fuerza de trabajo abstracta,
sea como fuerza de consumo abstracta) reconstituyan lo más rápidamente
posible un mapa a través del cual ganen concreción. Esta reconstitución, no
obstante, no deberá realizarse a través de una creación singular que dé cuenta
de la nueva realidad sensible que se produce cada vez. En lugar de eso, para ser
admitida en el mercado, deberá realizarse obligatoriamente a través del
consumo, no el consumo de un mapa cualquiera, sino el de identidades prêt-à-
porter. Tales identidades están hechas con los personajes que acompañan cada
nueva órbita del mercado que se crea, con los scripts y las escenografías
correspondientes. Éstas se propagan en cualquier parte del mundo donde esta
órbita se estuviera implantando, y sólo tienen sentido mientras la misma dure;
tienen, por tanto, fecha de caducidad. Especie de kit para montar territorios de
existencia: instrucciones de uso destinadas a las subjetividades que pretendan
ser admitidas por la esfera de mercado en cuestión, que deberán reenmaparse
necesariamente según este patrón, independientemente del contexto cultural en
el que hayan estado insertas.
Las estrategias dominantes para subyugar la creación al juego, así como las
estrategias de resistencia a este destino de la creación, han ido variando a lo
largo de las décadas. Los años sesenta-setenta, durante los cuales Fahlström
vivió en Nueva York, fueron la época de la reacción frente al modo de
subjetivación entonces dominante, el tipo de familia burguesa de la triunfante
American way of life de la posguerra. En esta especie de configuración que tuvo
su apogeo en los años cincuenta, la vibración del cuerpo ante las fuerzas del
Fuera, estaba anestesiada hasta tal punto, y la potencia de creación de sí y del
mundo hasta tal punto trabada, que este cuadro pasa a producir en la generación
de los años sesenta una imposibilidad total de identificación, un verdadero
horror. La forma de resisitir fue la afirmación ostensiva de la potencia de jugar
inventando/crear, convocatoria colectiva de “bloques de infancia”, lanzados
como paralelepípedos contra la cultura de la infantilización a que estaba
reducida la subjetividad. Este movimiento abarcaba no sólo a los artistas, sino a
todo un sector de la juventud que experimentaba otro modo de vivir, al margen
de las cartografías establecidas y transgrediéndolas; no por casualidad el
movimiento se autodenominó “contracultura”. La potencia creadora, en esta
estrategia, se realizaba así en un supuesto mundo fuera de aquel mundo
empobrecido, exterioridad idealizada como natural o pura, por oposición a la
realidad, su juego y sus reglas, que los hippies demonizaban por completo. Por
tanto, la disociación entre jugar inventando y jugar el juego se mantenía en esta
forma de resistencia, invirtiendo apenas las señales: el jugar pasaba de un
estatuto negativo a uno positivo, y viceversa. Tal vez porque en aquel momento
todavía era imposible una asociación entre estos dos vectores de subjetivación:
el jugar inventando estaba tan prohibido en la realidad vigente que era
inconcebible reactivarlo directamente; sólo se podía hacerlo proliferar en una
especie de zona franca, que después llegaría a contaminar el resto. Aquel mundo
aún no había perdido su sentido lo suficiente como para romperse por dentro;
fue preciso constituir una especie de mundo paralelo, marginal y maldito.

Ya en los años ochenta, poco después de la muerte de Fahlström, la potencia


para crear/jugar inventando gana terreno y deja de ser maldita. Por el contrario,
la fuerza creadora pasa a ser celebrada y patrocinada, pero no para producir
sentido, una cartografía de un nuevo mundo para una nueva sensibilidad, forjada
en una nueva constelación de fuerzas. La potencia de crear/jugar inventando es
aquí prioritariamente promovida para producir capital: sea por la creación de
nuevas esferas de mercado, con sus productos y sus identidades prêt-à-porter,
sea por una plusvalía de prestigio y glamour que se agrega al valor de un nombre
cuando éste queda asociado al arte. El nombre, que tanto puede ser de una
marca o de su propietario, gana en esta asociación el estatuto de cult brand, lo
que aumenta su valor de mercado. Ambigüedad constitutiva del capitalismo de
final del siglo xx, que incidió y aún incide especialmente en la cultura, ya que
ésta es por definición un campo rico en potencia de creación. En los primeros
momentos de esta transformación, aún en los ochenta, tal ambigüedad atrapa a
los artistas: muchos de ellos se someten sin crítica al proxenetismo del sistema,
e incluso lo desean, fascinados por el inédito prestigio, tanto más glorioso cuanto
cada vez más mediatizado, llegando algunos incluso a crear ya sometidos a las
reglas de juego del mercado de arte.18 Son los yuppies que se dispersan también
por el terreno de la cultura. Aprender a jugar el juego es lo único que importa:
conocer las reglas y manipularlas con competencia, intentando salir vencedor. Ya
no es posible concebir la resistencia por oposición a la realidad instituida, pues
quien no juega el juego no es mediatizable y, por ello, es violentamente expelido
de toda órbita, no pudiendo tampoco sobrevivir al margen, puesto que éste ha
dejado de constituir un territorio de existencia respirable, compartido y
legitimado colectivamente. Impera el cinismo.
La década siguiente, los años noventa, encuentra el campo de creación casi
totalmente sometido al juego, lo que se verifica en gran parte de las
instituciones consagradas al arte. Es cuando, por ejemplo, comienzan a proliferar
las exposiciones muy mediatizadas que se evalúan en función de una contabilidad
de taquilla, inmediatamente identificable por la extensión de sus colas, vigilada
y celebrada por los medios de comunicación. Pero, precisamente por el hecho de
que esta situación haya llegado al paroxismo, la ambigüedad del estatuto de la
creación comienza a ser problematizada, ya que ninguna estrategia del arte
digna de este nombre sobrevive si se evita su enfrentamiento. Una nueva
cuestión aparece: ¿cómo mantener la fuerza disruptiva del Fuera intensivo, en
este nuevo espacio que ya no es el de una exterioridad marginal respecto al
sistema dominante, sino de una posición en el espacio de circulación social y de
consumo, además ultra-investida? ¿Tal vez esta nueva situación no ayudaría a
separar Fuera intensivo y marginalidad? ¿Creación y transgresión? ¿Creación y
negación? ¿Ayudándonos así a alejarnos de verdad de la oposición entre creación
y jugar el juego, a salir lo más radicalmente posible de la dialéctica entre
opuestos, en dirección a la inmanencia y a los devenires?19
Comienza a esbozarse una nueva forma de resistencia que se da en el propio
seno de la ambigüedad del sistema. Se trata de inhibir el vector perverso de esta
ambigüedad a favor de la potencia creadora: jugar el juego para, desde dentro
de él, inventar el juego, trazar una línea de fuga. Es la figura del artista la que
se beneficia de la oportunidad de realización que el mercado de arte le ofrece,
pero intentando hacer valer en esta negociación su fuerza problematizadora.
Artista que resiste al proxenetismo del capital, sin caer en el noman’s land de la
marginalidad. Artista que juega el juego e inventa el juego simultáneamente: no
sólo la obra de arte realiza un devenir de las cartografías dominantes, sino que
todo acto de resistencia es un acto de creación, y ya no de negación. En suma,
resistir ya no es oponerse, sino singularizar; crear es producir ya no un supuesto
otro mundo fuera de este mundo, sino aquello que hace de este mundo otro,20
tarea interminable.
Jugar el juego e inventar el juego; estos dos tipos de relación con la vida, que
implican en el privilegio de dos dimensiones diferentes de ella, pasan a ser vistos
y vividos como complementarios y necesarios. Una particularidad de la lengua
griega para designar la vida21 nos puede ayudar a circunscribir la diferencia
entre jugar el juego y jugar inventando, y la importancia de ambos: los dos
términos designan una dimensión específica. Zoé es la vida en cuanto simple
hecho de vivir: dimensión de la utilidad, del hábito, indispensable para que se
pueda integrar a un colectivo y situarse en su mapa vigente, sin el que una vida
se hace inviable. Ésta sería la dimensión privilegiada en el juego inventado. Y Bio
es la vida en cuanto potencia de variación de formas de vivir: dimensión de la
creación, indispensable para que la vida encuentre canales de expresión para sus
movimientos, y no sucumba en puntos de estrangulamiento que la debilitan y
empobrecen. Ésta sería la dimensión privilegiada en el juego.
La diferencia entre jugar el juego e inventar el juego, la necesidad de existir de
estas dos formas, las estrategias para hacer viables estas dos políticas de la
existencia, persiguen a Fahlström durante toda su vida, imprimiendo las
direcciones de su modo de vivir y también de su trayectoria como artista. Tema
recurrente en sus textos y en sus trabajos visuales (tanto en el contenido
expresado como en la estrategia para expresarlo), preocupación especialmente
presente en su posición en el panorama del arte, la indisociabilidad entre jugar
el juego e inventar el juego hace de Fahlström un artista que anticipa un futuro.

Como todo joven de los años sesenta que siguiese los vientos contraculturales de
aquel periodo, Fahlström sabía que quedarse sólo en el juego era reducir la vida
a la monotonía del puro automatismo: “Vivir no es sobrevivir”, decía un eslogan
de la época estampado en los muros del 68 parisiense. El artista conocía la
importancia fundamental del jugar inventando, y enfatizó esto en toda su obra.
Para él era evidente la necesidad de hacer lo que él llamaba una “revolución
psicológica”, a la cual “la revolución política (material) soviética nunca llegó a
ser”.22 Revolución de la subjetividad en que se reactivaría la potencia de jugar
inventando/crear, el aprendizaje de los signos más allá de la obediencia ciega a
los mapas establecidos, tanto si eran los pesados mapas de la revolución
proletaria de la Unión Soviética estalinista, investidos como absolutos y eternos,
como los mapas volátiles de las identidades prêt-à-porter descartables del
capitalismo posindustrial. La importancia política del jugar inventando aparece
de múltiples formas en el ideario y en la obra de Fahlström. Por ejemplo, su
propuesta de hacer “casas de placer”, una infinidad de ellas, aprovechando
edificaciones abandonadas, en lugar de sólidas y correctas Casas de Cultura,23
apunta hacia su concepción de arte asociado al ejercicio de inventar el juego y,
por tanto, a un cambio de actitud en la vida que incluye lo lúdico, el deseo y el
placer, arte como micropolítica.
Algunos ejemplos de esta concepción en sus obras son sus Variable Paintings,
estrategia que él repetirá hasta el final de su vida. Se trata de pinturas en las
que algunos elementos se encuentran yuxtapuestos a la tela mediante imanes, lo
que permite moverlos, modificando así la composición del todo, haciéndose
cambiante, siempre provisional. El artista llamaba a tales elementos “órganos
pictóricos”, y decía que eran “partes de una maquinaria para hacer pintura”. El
espectador era invitado a participar en esta composición, pudiendo también
mover tales órganos pictóricos, creando otros conjuntos orgánicos efímeros,
activando a través de su actuación el ejercicio del jugar inventando en su propia
subjetividad.

También las instalaciones de Fahlström son, en general, variables; él incluso las


llama variable structures; en cada nueva exposición distribuye los elementos en
el espacio de forma diferente. Es el caso de su instalación de 1969 Meatball
Curtain (for R. Crumb),24 título inspirado en una historia en viñetas de Robert
Crumb25 en la que del cielo de Los Ángeles caen albóndigas, alcanzando la
cabeza de los transeúntes de todas las clases y estratos social que deambulan
distraídamente por la ciudad. Al ser alcanzados por las albóndigas, aquellos
personajes, pasivamente sometidos a las reglas del juego del American way of
life, son repentinamente dominados por la felicidad y se ponen a jugar. Un
devenir-niño, convocado en las almas infantilizadas que pueblan la realidad
vigente, anula instantáneamente su anestesia y transforma por completo el
paisaje. Es evidente la alusión a los “viajes” de LSD que Crumb comienza a
realizar a partir de 1965,26 como si las albóndigas fuesen pastillas de ácido
cayendo del cielo que al tocar el cuerpo provocasen este tipo de “visión”. Pero la
presencia del LSD va más allá, marca la propia percepción de la realidad
expresada en sus cómics a partir de este momento: una consciencia lisérgica,
que radiografía el estado variable de vibratibilidad de los cuerpos ante las
fuerzas en juego en el paisaje urbano de la época, incluso el paisaje de la propia
cultura hippy. Esta radiografía sensible permitía evaluar el grado de potencia
vital afirmándose en cada una de aquellas existencias.
Pero no es sólo el título de la instalación de Fahlström lo que remite a Crumb, o
las bolitas/albóndigas colocadas en la punta de hilos de metal que parecen estar
siendo lanzadas caóticamente hacia todos lados, como la lluvia de albóndigas que
cae sobre la ciudad en la historia que le sirvió de inspiración (con la diferencia
de que las bolitas de Fahlström saltan del suelo). También el diseño de las
esculturas-personaje de la instalación recuerda las figuras de los cómics de
Crumb, los movimientos de sus cuerpos y la dinámica que se establece entre
ellos, especialmente en uno de los cómics del propio “Meatball”, donde se ve
una panorámica de la ciudad con las albóndigas cayendo por todas partes sobre
las cabezas. Sin embargo, si los contornos de los personajes de Fahlström
recuerdan tales figuras lo hacen en cuanto formas abstractas, de las que el
artista extrae una especie de emblemas de una época, creando así una especie
de jardín de esculturas contraculturales. Como él mismo escribe en una ocasión:
“Quería que mis figuras tuviesen algo como un rasgo de exuberancia y la energía
de la vida americana y su fatalidad y su crudeza, y también esa especie de
estupidez que le es propia y la cualidad animalesca que está muy bien reflejada
en los dibujos de Crumb, al igual que la faceta de locura, el factor extático”.27

Si la incorporación no sólo de los cómics, sino de todo tipo de lenguaje de la


cultura de masas, remite inmediatamente al movimiento pop, la relación de
Fahlström con este universo es bien particular: “Yo quería utilizar, como
material vital ‘libre’ no tendencioso, acontecimientos y personalidades
contemporáneas”,28 comenta el artista en uno de sus textos. Aunque el pop
acercase la cultura de masas hacia los espacios privilegiados de la “alta cultura”,
con frecuencia lo hacía de “modo tendencioso”, en la medida en que el blanco
de su crítica era el propio lenguaje de este tipo de cultura. Los artistas pop, en
general, establecían en sus obras una especie de distancia fría e irónica respecto
a este universo cultural. Al intentar mostrar su pobreza, su estética kitsch,
muchos de ellos lo mantenían en el ránking de “baja cultura”, incorporando en
cierta manera la jerarquía de valores establecida. Para Fahlström aquéllos eran
lenguajes como otros cualesquiera, importantes por ser idiomas de su/nuestro
tiempo que pueblan lo cotidiano, utilizados para actualizar diferentes clases de
fuerzas, y no sólo la fuerza del empobrecimiento cultural. De ahí su interés por
los cómics de la tradición underground, que a través de este tipo de lenguaje
actualizaban una fuerza problematizadora de la sociedad americana. Un recorte
del universo de los cómics, así como un acercamiento a ellos totalmente distinto
de un Lichtenstein, por ejemplo. Es como si al utilizar el lenguaje de los cómics
en sus instalaciones, dibujos y pinturas, Fahlström intensificase su uso artístico
crítico, que comienza con ZAP. “He estado observando con mucha atención a los
creadores de cómics underground. He visto que tienen una especie de
exuberancia y precisión, y esa expresividad extrema de sus perfiles…”,29 escribe
el artista en la época de Meatball Curtain (for R. Crumb). Por tanto, si ese tipo
de lenguaje le interesaba no era sólo en cuanto elemento de una cartografía de
la época, ni por el hecho de que esta familiaridad de código pudiera favorecer el
acceso del espectador para apropiarse de él y construir con él su propio sentido.
Es importante señalar que este medio de expresión le atraía también en términos
formales: según él, los cómics permitían un juego con la temporalidad y la
narrativa que se situaría entre el cuento breve y la película, y que él exploraba
en su trabajo. Por estas y otras razones, en su obra se desterritorializaba el mapa
cultural que distribuía los diferentes tipos de producción entre la baja y alta
cultura se de un modo efectivo.30 Como es sabido, el propio movimiento pop
nunca incluyó a Fahlström, y él mismo jamás reivindicó tal inclusión, aunque
mantuviese relaciones de amistad con algunos de los artistas que participaron en
dicho movimiento, como Rauschemberg, en cuyo antiguo estudio vivió cuando
fue como becario a Nueva York en 1961, y con quien llegó a realizar algunas
obras.31

Sin embargo, si por un lado es notoria la sintonía de Fahlström con el ideario


contracultural de su tiempo, privilegiando el inventar el juego “en oposición a”
jugar, también hay en él una importante diferencia respecto a sus
contemporáneos: tal vez el hecho de haber vivido siempre en este entre-mundos,
lo que le obligaba a un nuevo esfuerzo de inserción e identificación cada vez que
cambiaba, le hiciera intuir de forma un tanto visionaria el romanticismo en cierto
modo restrictivo de la posición que defiende exclusivamente el inventar el juego,
demonizando el juego de la realidad y sus convenciones. El artista sabía que no
hay un “fuera de la realidad”, margen purificado de los conflictos y de la
crueldad: “en cuanto usted vive en un sistema capitalista, usted es parte de él,
es indiferente que usted haga arte o conduzca taxis”, escribe el artista en una
especie de manifiesto/declaración de sus presupuestos básicos.32

El artista se esforzaba en la búsqueda de un equilibrio entre jugar el juego e


inventar el juego, indispensables ambos, según él, para la plena realización de la
vida, tanto en la existencia como en la obra. Ésta era su condición para
“manipular el mundo”, cuarto y último de los temas recurrentes en su obra que
estamos circunscribiendo. Este tema engloba los tres anteriormente apuntados:
1) los mapas son juegos, y en cuanto tales, inventados y reinventables; 2) existe
una tensión indomable y necesaria entre jugar el juego e inventar el juego; 3)
existe una sintonía entre jugar inventando y crear y, por tanto, entre niño y
artista, en torno a un cierto vector de subjetivación que los dos tienen en
común. Manipular el mundo constituye un verdadero leitmotiv del trabajo de
Fahlström, mezcla de libertad de creación y compromiso para dar paso a las
fuerzas de su tiempo, tal como se presentan en el cuerpo. En palabras del propio
artista: “Juegos. Considerados modelos realistas (no descripciones) de la
duración de una existencia, del equilibrio de la Guerra Fría, del mecanismo del
doble código para apretar el botón nuclear, o bien estructuras de reglas
inventadas libremente. Por consiguiente, adquiere importancia el hecho de
subrayar ciertas relaciones (en contraste con la “forma libre” en la que cualquier
cosa puede relacionarse con cualquier otra cosa, de modo que en principio nada
está relacionado). La necesidad de repetición para mostrar que una regla
funciona; de ahí el valor de la forma espacio-temporal y de la forma variable. La
emoción de la tensión y la distensión, de tener al mismo tiempo conflicto y no-
conflicto (en contraste con la ‘forma libre’ en la que en principio todo está al
mismo nivel).”33
Fahlström no sólo lo ejerce el derecho y el poder de manipular el mundo en su
obra, sino que también intentará transmitirlo al espectador, a través de ella,
creando las condiciones para que sea éste, y no sólo el propio artista, un
“performer” de sus obras. “El papel que desempeña el observador como
participante en la pintura-juego alcanzará su sentido en cuanto estas obras
puedan multiplicarse en gran cantidad de réplicas, de tal forma que cualquiera
que así lo desee pueda tener una máquina-pintura en su casa y ‘manipular el
mundo’ siguiendo sus propias elecciones o bien mis instrucciones,”34 puntualiza
el artista.
Son múltiples las obras del artista que implican esta tensión no resuelta entre
jugar el juego e inventar el juego. De hecho, estas obras nos permiten vivir la
experiencia de que los mapas de la realidad están ahí para ser manipulados, pues
ellos mismos son producto de la manipulación de mapas anteriores. A título de
ejemplo, me detendré en dos de sus instalaciones.
The Little General (Pinball Machine), creada en 1967,35 es la mayor de un grupo
de instalaciones escultóricas en las que siluetas fluctúan en piscinas que, a
veces, tienen el agua de colores, y cuya forma recuerda las mesas rectangulares
del juego del millón.36 Como si sus variable paintings hubiesen dejado la pared
para conquistar la horizontalidad, y tales órganos pictóricos hubiesen ganado
volumen y libertad de movimiento, y se hubiesen vuelto escultóricos. Sin
embargo, en esta ocasión basta con soplar para que se deslicen sobre la
superficie líquida de lo que antes era la tela, con la ligereza de los barcos de
vela, aumentado el poder de participación del espectador. Pero ahora tales
órganos escultóricos, que el espectador podrá impulsar soplando, son siluetas
fotográficas pintadas al óleo a partir de fuentes de la cultura popular: material
de publicidad cotidiana, fotografías de periódicos y revistas en las que los
personajes populares –desde Charles De Gaulle hasta Shirley Temple, pasando por
Lindon Johnson, Moshe Dayan o Che Guevara– conviven, por ejemplo, con figuras
del imaginario izquierdista (botella de Pepsi utilizada como cóctel molotov) o con
imágenes pornográficas (una mujer sentada, nada sexy, vestida con una bata de
ama de casa desabrochada que deja ver sus senos caídos, que se masturba con
las piernas abiertas y los ojos entornados de placer; otra mujer
estereotipadamente sexy, desnuda por completo, con un peinado de peluquería y
sandalias de tacón alto, que se apoya sobre un cartel en el que declara con
grandes letras que ha sido objeto de estupro por parte de un ser llegado del
espacio sideral). Iconos de la cultura popular fluctúan libremente en este campo
pictórico acuático, cada uno con su valor inscrito en la placa de acrílico que le
sirve de soporte.
Varias de las cuestiones clave de Fahlström se encuentran aquí reunidas. El
mundo es un vasto juego del millón, en el que a cada una de sus figuras le
corresponde un valor. Sólo que aquí nada es fijo: ni las figuras, ni la relación
entre los valores. Unas y otros dependen del soplo creador de todos y de cada
uno. El espectador se descubre participando en el acto de cartografiar el mundo,
como un pequeño general que manipula el juego con su poder de jugar. En su
subjetividad se activa, así, un devenir-niño, pero también –y simultáneamente–
un devenir-artista, al manejar una “maquinaria de hacer escultura” del mismo
modo que en los variable paintings había manejado una “maquinaria de hacer
pintura”. También se puede observar aquí la singularidad de Fahlström a la hora
de expresar su revuelta pop contra la sociedad de consumo. Esta revuelta se
construye, en este caso, a través de una crítica velada a los parques de
atracciones (al estilo DisneyWorld, etc.) en los que una infantilización masiva,
promovida por la infeliz asociación entre mercado y familialismo, asfixia el
devenir-niño en la sociedad americana. Sin embargo el artista no se queda en el
juicio, va más allá: en estas obras la crítica se vuelve, al mismo tiempo, clínica.
El artista, además de mostrar que todo está ahí para ser manipulado, crea para
el espectador, como hemos visto, la oportunidad de descubrirlo por sí mismo:
activar su devenir-niño en relación con la obra, desreificar el juego de la
realidad y desplazarse así, incluso por unos instantes, de su sumisión pasiva.
En una entrevista realizada en 1968,37 Fahlström declara: “Para mí, The Little
General (Pinball Machine) son una especie de billares eléctricos flotantes y
modificados en los que estas chapas de plexiglás numeradas y puestas en pie que
rodean la obra corresponden a esas cosas que se encienden y destellean y que
tienen diferentes reacciones cuando la bola entra en el agujero. Uno debería
empujar las siluetas flotantes o soplarles, realmente de cualquier forma posible.
Pero dado que hay estos elementos inmóviles con diferentes valores y, además,
con unas figuras diferentes, emotivas y cargadas de connotaciones emocionales,
uno puede establecer su propia relación con ellas y construir constelaciones; por
ejemplo, Johnson apuntando hacia la cicatriz de su operación y, ante él, una
mujer masturbándose y mirando hacia arriba. Hay innumerables elementos de
este tipo, diferentes y opuestos”. El entrevistador comenta: “Pero la estructura
de juego o estructura variable permite, sin embargo, percibirlo como una
realidad grotesca y absurda en la cual todas las combinaciones son posibles y, en
el todo, igualmente posibles.” Pero Fahlström contesta este “vale todo”: “Sí,
todas las combinaciones entre sí, pero Johnson está siempre cruzando…”. De
hecho, en este juego-mapa hay elementos del juego de la realidad (por ejemplo,
Johnson cruzando la escena constantemente), pero el desafío consiste en
inventar exactamente con estos elementos el juego que permitirá soñar nuevas
cartografías y manipular el mundo de forma efectiva.
Otra de las múltiples obras en que aparecen estas cuestiones es At Five in the
Afternoon (Chile 2: The Coup, Words by Plath and Lorca), de 1974. La silueta
inmediatamente reconocible del mapa de Chile es una especie de columna
vertebral a lo largo de la que se clavan alfileres de fibra de vidrio, en cuyas
puntas el artista fija hechos históricos, políticos y económicos, pero también
hechos poéticos, extraídos de la imaginación de Plath y Lorca, todos vinculados
de alguna manera al golpe militar que se apoderó de aquel país por entonces. La
imagen de los acontecimientos clavados en los alfileres, uno a uno, como
insectos muertos, nos hace recordar la mirada clasificatoria y fría de un
entomólogo, y descifra así el estado de los seres humanos bajo una dictadura que
los priva de su vitalidad, al secuestrar su potencia creadora para clavarlos en un
ilusorio mapa de sentido eterno, alucinado por las fuerzas conservadoras que
capitanean este tipo de régimen. Desciframiento indisociablemente crítico y
cíclico: al adquirir visibilidad, los alfileres que congelan la realidad y la
destituyen de su movimiento se vuelven agujas de acupuntura que, aplicadas a
estos puntos de estrangulamiento, expeditan las vías de circulación de la energía
vital, liberándola de su secuestro. Un mapa de los afectos es lo que Fahlström
nos propone aquí. A ese respecto, él comenta: “La pérdida de Chile no puede
expresarse simplemente describiendo una serie de acontecimientos.”38 Esto no
quiere decir que se trataría entonces de evocar fantasmas o devaneos subjetivos:
cosas como identificarse con Chile, experimentar sentimientos de piedad o de
simpatía. Deleuze y Guattari nos enseñan que “lo propio de la libido es circular
por la historia y la geografía, organizar formaciones de mundos y constelaciones
de universos, derivar los continentes, poblarlos con razas, tribus y naciones”;39
el Chile de Fahlström no es representativo, sino intensivo. Será preciso que el
artista trace esta cartografía poético-afectiva del golpe que truncó brutalmente
la experiencia colectiva innovadora que se había desarrollado bajo el liderazgo
de Salvador Allende, como siempre trazó sus cartografías, para dar cuenta de la
tensión de momentos especialmente traumáticos de colisión entre fuerzas
creadoras que intentan agujerear los mapas establecidos y fuerzas conservadoras
que intentan mantenerlos a cualquier precio; cartografía para atravesar un
abismo de sentido más y extraer de él una nueva potencia.
Como comenta Mike Kelley, discípulo y amigo, “en estas últimas obras […],
Fahlström proclama la ‘realidad’ del arte. Los hechos históricos son tan míticos
como las construcciones literarias; el arte en el nivel psíquico es tan real como
los datos de la tierra. A pesar de funcionar en un mundo simbólico, el artista
afecta nuestra percepción del mundo cotidiano. El problema del artista es
concebir juegos suficientemente interesantes para traspasar este hueco. El
trabajo de Fahlström pasa la prueba del tiempo porque hace exactamente
eso.”40

La búsqueda del equilibrio en la cuerda floja entre jugar el juego e inventar el


juego, la reiteración de un mundo con su respectivo mapa y el trazado
cartográfico de un nuevo mundo cada vez que fuera necesario definieron la
actitud básica de Fahlström, actitud que orienta su vida y se sitúa como una
cuestión que atraviesa su obra en conjunto, como una verdadera obsesión. Un
artista de su tiempo que practicó una gran libertad de experimentación,
extremadamente crítico con el régimen de vida dominante. Pero al mismo
tiempo, a diferencia de sus contemporáneos, Fahlström velaba por la inserción
de su obra, no sólo al absorber y problematizar las cartografías dominantes de la
época en lugar de demonizarlas, sino también al permitir que su obra fuese
gestionada por una de las galerías más importantes de la época, Sidney Janis,
responsable también de la venta de la obra de Mondrian. Esta actitud, muchas
veces no comprendida por sus contemporáneos, le llevó a ser tachado de radical
chic, ironía que él nunca aceptó, defendiéndose siempre con argumentos que
mostraban la claridad de su conciencia política y el rigor de su postura.41

Lo que los detractores de Fahlström no veían en aquella época era que,


exactamente en este punto, el artista se estaría adelantando a un tipo de
problematización que sólo se daría casi dos décadas después, a mediados de los
años noventa, y que continúa vigente en la actualidad. La tentativa de
mantenerse en la tensión entre jugar/crear y jugar/negociar, la búsqueda de
estrategias de problematización de las cartografías en el interior mismo de la
ambivalencia dominante, aún inconcebible en los años sesenta-setenta, ya
estaba presente entre las inquietudes de Fahlström, y se materializaba en su
obra.

Fahlström, un artesano de “visiones” sólo accesibles a los habitantes de


entremedios. Muchas fueron las fronteras que el artista frecuentó. Fronteras
entre diferentes países, lenguas, culturas, tiempos; entre diferentes grupos,
escuelas, tendencias; entre diferentes artes, medios de comunicación,
lenguajes;42 entre diferentes técnicas, materiales, recursos. Y en otro registro:
fronteras entre la repetición del juego y lo experimental del juego; entre la
infantilización de la sociedad de consumo y el disruptivo devenir-niño; entre la
existencia pública y la contracultura marginal; entre la macropolítica del poder
sobre la vida y la micropolítica de la vida como poder de variación.

En los desvanes, entre los mapas fijos de señalización de la existencia y los signos
intempestivos de las fuerzas heterogéneas del Fuera, apelando a la urgencia de
crear nuevas cartografias en el cuerpo vibrátil, Fahlström traza sus mapas de
virtualidades, sobreponiéndose a los mapas reales cuyos recorridos transforma su
arte.43 Soñados en éstos, sus mapas movedizos anuncian, ya en los años sesenta,
la figura del artista contemporáneo.——————————————————————————–

* Juego de palabras para aproximarse al significado de dos verbos distintos en la


lengua protuguesa: jogar (jugar), sólo empleado cuando se trata de jugar a un
juego ya existente y reglado, y brincar, empleado para designar el jugar del niño
que inventa sus juegos. Esta distinción es esencial para el desarrollo central del
texto.

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1 Gilles Deleuze, “Ce que les enfants disent”, en Critique et Clinique. París:
Minuit, 1993; p. 86.
2 Gilles Deleuze y Félix Guattari, “ 1-Introduction: Rhizome”, en Mille Plateaux.
Capitalisme et Schizophrénie. París: Minuit, 1980.
3 Gilles Deleuze, “Ce que les enfants disent”, en Critique et Clinique, op. cit.
4 Sobre la idea de patchwork véase David Lapoujade, William James.
Empirismeet pragmatisme. París: PUF, 1997; p.72.
5 Öyvind Fahlström, “Hatila ragulpr pa fatskliaben” (1953), publicado en 1954,
publicado en Öyvind Fahlström. Another Space for Painting, MACBA, Actar, 2000.
6 Tal insistencia aparece no sólo en las obras en las que la presencia del mapa es
más evidente, como World Map, de 1972, o At Five in the Afternoon (Chile 2: The
Coup. Words by Plath and Lorca), de 1974, sino en muchas otras que son
diagramas de figuras de la actualidad: líderes de la política, de la economía o de
la cultura, u objetos de toda especie que pueblan el imaginario de la época.
Ejemplos: The Little General (Pinball Machine), de 1967-1968, World Bank, de
1971, World Politics Monopoly, de 1970, y muchas otras obras que, por el hecho
de constituirse también como juegos en los que el espectador es invitado a
intervenir, se transforman en mapas inestables cuya creación es un trazado de
cartografía.
7 Öyvind Fahlström, “Hatila ragulpr pa fatskliaben” (1953), op. cit.
8 Gilles Deleuze y Félix Guattari, “10: 1730 – Devenir-intense, devenir-animal,
devenir-imperceptible”, en Mille Plateaux. Capitalisme et Schizophrénie. París:
Minuit, 1980.
9 Concepto creado por Suely Rolnik que da título a uno de sus libros (Corpo
Vibrátil. Arte, política e subjetividade. São Paulo: Cosac & Naify, 2001).
10 Véase Gilles Deleuze. Francis Bacon: Logique de la Sensation (2 vol). París:
Ed. de la Différence, 1981. Sobre esta obra, véase especialmente David
Lapoujade, “Le Corps de la Sensation”, conferencia pronunciada en el seminario
de Suely Rolnik, en el Núcleo de Investigación de la Subjetividad contemporánea,
del Post-grado de Psicología Clínica de la PUC/SP; São Paulo, junio de 2000.
11 “1 - Introduction: Rhizome”, en Mille Plateaux. Capitalisme et Schizophrénie,
op. cit.
12 “Hatila ragulpr pa fatskliaben”, op. cit.
13 José Gil, “A infância no devir-outro”, en Diferença e negação na poesia de
Fernando Pessoa. Río de Janeiro: Relume Dumará, 2000.
14 “Ce que les enfants disent”, en Critique et Clinique, op. cit.
15 D. W. Winnicott. Playing of Reality. Cap. V. London: Tovistock Publications
Ltd, 1971.
16 D. W. Winnicott, op cit., cap IV.
17 José Gil, “A infância no devir-outro”, op. cit.
18 Véase José Gil, “A confusão como conceito”, en Os anos 80. Lisboa:
Culturgest, 1998.
19 Extracto modificado por la autora del texto de Peter Pál Pelbart “Literatura e
loucura”, en A vertigem por um fio. Políticas de subjetividade. São Paulo:
Iluminuras, 2000.
20 Idea inspirada en un pasaje del texto de Peter Pál Pelbart, op. cit.
21 Véase Francisco Ortega, comunicación oral en el grupo de trabajo
“Subjetividad Contemporánea” de la Asociación Nacional de los Programas de
Estudios Post-Grado en Psycología, del cual F. Ortega y S. Rolnik son miembros.
(Encuentro nacional de la ANPEPP en Serra Negra, abril de 2000.)
22 Öyvind Fahlström, “S.O.M.B.A. (Some of my Basic Assumptions)”, publicado en
Öyvind Fahlström. Another Space for Painting, MACBA, Actar, 2000.
23 Öyvind Fahlström, “A propos des Maisons de Plaisir”, New York, 1967; en
Öyvind Fahlström. París: Centre Georges Pompidou, Musée national d’art
moderne, 1980; pp. 55-57; publicado en Öyvind Fahlström. Another Space for
Painting, MACBA, Actar, 2000.
24 Instalación realizada en el ámbito de un proyecto del Los Angeles County
Museum of Art, que consistió en invitar a artistas para crear una obra con
materiales y técnicas de una empresa que ellos mismos escogían. Fahlström
escoge la Heath and Company, dedicada a la señalización comercial, que
fabricaba grandes paneles luminosos para gasolineras y restaurantes de comida
basura del tipo Kentucky Fried Chicken, hechos de plástico y metal. Durante su
estancia en San Francisco descubre la serie de cómics titulada ZAP, los primeros
libros de cómics de la contracultura hippy, descendientes más radicales del MAD
Magazine, famosa revista de viñetas de sátira social de los años cincuenta. Los
ZAP habían sido lanzados dos años antes, en 1967, el mismo año de la primera
exposición de cómics en el Musée d’Arts Décoratifs en París. Desafiando el
“Comic Code Authority of America”, los ZAP son los pioneros de los cómics
underground, un componente fundamental de la cultura de la época. Entre sus
autores destaca Robert Crumb, cuyos personajes más conocidos se crean a partir
de este periodo, incluso Mr. Natural, lanzado también en 1967. En una actitud
típica de la contracultura, Crumb siempre rechazó dirigir su carrera a fin de
obtener beneficios financieros o de prestigio, pues ello significaba pactar con la
cultura popular del mainstream, actitud que él despreciaba. Rechazó incluso
hacer una portada para un LP de los Stones, porque odiaba al grupo. Crumb se
convierte en un icono de la contracultura con Fritz the Cat, pero sobre todo
cuando realiza la portada de Cheap Thrills, del grupo Big Brother and The
Holding Company.
25 “Meatball”, en ZAP Comix no 0, San Francisco, octubre de 1967.
26 En esa época Fahlström también realiza experiencias con el ácido. En el
mismo 1967 el artista crea una obra, hecha con una placa de plástico de 89 x 127
x 15 cm, donde se lee “ESSO” e “LSD”, ambas palabras escritas igual que el
logotipo de la marca Esso. El título de la obra es ESSO – LSD. También entonces
escribe textos que tratan el tema, entre los cuales destacamos “A propósito del
LSD y del canabis” (Dagens Nyheter. Estocolmo, 10 diciembre 1967), “Los hippies
y la política” (Dagens Nyheter. Estocolmo, 30 noviembre 1967), el ensayo-
manifiesto “A propósito de las casas de placer” (Nueva York, 27 octubre 1967;
publicado en Öyvind Fahlström. Another Space for Painting, MACBA, Actar, 2000)
y “La oposición extática” (Dagens Nyheter. Estocolmo, 6 septiembre 1967). Este
último título evoca una idea de resistencia como oposición, pero la oposición es
entendida como introducción del éxtasis en la vida cotidiana, concepción
típicamente contracultural.
27 Citado por Jane Livingston en “Project for Art and Technology, Los Angeles
County Museum”, 1971; publicado en Öyvind Fahlström. Another Space for
Painting, MACBA, Actar, 2000.
28 Öyvind Fahlström, “After Happenings” (1965), publicado en Öyvind Fahlström.
Another Space for Painting, MACBA, Actar, 2000.
29 Citado por Jane Livingston en “Project for Art and Technology, Los Angeles
County Museum”, op. cit.
30 Tal vez esta libertad de mezcla que se expresa en la obra de Fahlström
procediese de la tradición cultural antropofágica de su remoto pasado brasileño,
pues además de haber vivido hasta los once años de edad en Brasil, donde
frecuentó las escuelas locales, etc., el artista continuó manteniendo un cierto
contacto con la cultura del país, por lo menos tras su participación en la Bienal
de São Paulo de 1959, en la cual fue premiada su obra. Sin embargo, ésta es
apenas una hipótesis que debe ser investigada, lo cual que no tiene cabida en el
contexto del presente ensayo.
31 Fahlström participó con la performance Kisses Sweeter than Wine en el evento
“Nine Evenings: Theatre and Engineering (Experiments in Art and Technology -
E.A.T.)”, una serie de performances de nueve artistas, presentadas durante
nueve noches en Nueva York.
32 Öyvind Fahlström, “S.O.M.B.A. (Some of my Basic Assumptions)”, op. cit.
33 Öyvind Fahlström, “Take Care of the World” (1975), publicado en Öyvind
Fahlström. Another Space for Painting, MACBA, Actar, 2000.
34 Öyvind Fahlström, “Manipuler le monde” [s/d], en Öyvind Fahlström. París:
Centre Georges Pompidou, Musée national d’art moderne, 1980; p. 34.
35 Al igual que varias de sus instalaciones, también ésta fue expuesta muchas
veces, montada de diferente manera cada vez; una de estas ocasiones fue la
Documenta de Kassel, en 1997.
36 Algunas de estas instalaciones son Parkland Memorial (1967), The Dante-Virgil
Skating Race (1968), Blue Pool (1968-1969) y Green Pool (1968-1969).
37 En Öyvind Fahlström – Die Installationen. The Installations. Colonia: Cantz,
1995; p. 50.
38 “Notations 1974”, publicado en Öyvind Fahlström. Another Space for Painting,
MACBA, Actar, 2000.
39 Gilles Deleuze, “Ce que les enfants disent”, en Critique et Clinique, op. cit.
40 “Myth Science”, en Öyvind Fahlström – Die Installationen. The Installations,
op. cit.
41 En varios textos el artista discute esta acusación, como es el caso de las
anotaciones siguientes, escritas en 1973: “Algunos me vienen acusando de
intentar vender mi ‘arte radical’ a personas e intituciones ricas del Oeste. Con el
mismo argumento Costa-Gravas no debería haber hecho Estado de Sitio como
película comercial, alcanzando un público mucho más amplio. O Peter Weiss
debería ser condenado por cobrar derechos de autor por sus obras sobre Vietnam
y Trotsky. El artista visual en el Oeste sólo puede alcanzar una audiencia más
amplia a través de las galerías. Únicamente después de ser conocido a través de
exposiciones en galerías aparecerá en museos, publicará ediciones y libros de
arte. Idílicamente, a mí me gustaría poder vender originales lo bastante caros
para pagar la elaboración masiva de copias, ediciones muy amplias, sin firma,
disponibles por el precio de un disco o un libro, y crear un sistema de
distribución alternativo. La primera tentativa en esta dirección es mi
reproducción (una sección del dibujo) de World Map, en newprint 80 x 100 cm,
doblado e incluido en el número de mayo de 1972 de la revista Liberated
Guardian (7.000 copias, a 25 centavos).” “Radical Chic” (New York, 1973), en
Öyvind Fahlström – Die Installationen. The Installations, op. cit.
42 El artista practicó teatro, performance, poesía, pintura, diseño, instalación,
vídeo, televisión, radio, periodismo, crítica y traducción.
43 Gilles Deleuze, “Ce que les enfants disent”, en Critique et Clinique, op. cit.

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