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Ciclo 2010. Las impulsiones.

Centro N° 2 de Salud Mental

Lic. Silvia Cossio (SC): hola buenos días, mi nombre es Silvia Cossio les doy la bienvenida a todos,
estoy muy contenta de que estén todos acá, la idea que subyace a este ciclo es pensar el síntoma
un poquito mas allá de la versión tradicional del síntoma psicoanalítico, síntoma en todo su
territorio, por lo menos lo que entendemos a través de la clínica diaria y para eso decidimos
empezar con un ciclo , no es el único, este se va a llamar, MCNS, pretendemos seguir el año
próximo con síntoma y el siguiente con síntoma en transferencia, están invitados un año antes,
tenemos unos invitados bárbaros, que saben un montón, la idea es que cuando terminen de
exponer, se animen a preguntar para aprovecharlos todo lo posible. Los dejo con Claudia que les va
a presentar a Norberto.

Claudia Denis: hoy nuestro primer invitado es Norberto Rabinovich. El fue uno de los miembros
fundadores de la Escuela Freudiana de Buenos Aires y perteneció a ella hasta el año 1998. A partir
del año siguiente comenzó a dar su seminario anual aquí en Buenos Aires y, por un período de 6
años, también lo dictó en Santiago de Chile, donde sostiene una original lectura de la obra de
Laca . Ade ás de últiples a tí ulos ha pu li ado t es li os: El No e del Pad e. U a
a ti ula ió e t e la let a la ley y el go e. , El i o ie te la a ia o y Lag i as de lo eal . Le
agradecemos su presencia y nos disponemos a escucharlo.

Norberto Rabinovich (NR): muchas gracias por la invitación y por la presentación.

El tema de hoy es el de las manifestaciones clínicas no sintomáticas. Con ese título nos
encontramos con un campo basto y heterogéneo de fenómenos. Por ejemplo las inhibiciones y
angustias también son manifestaciones clínicas no sintomáticas. Pero nuestro tema son las
impulsiones. Las impulsiones no son síntomas en el sentido estricto que le da el psicoanálisis, pues
no son formaciones del inconciente; sin embargo constituyen un tipo de manifestaciones clínicas
que guardan muy estrecha relación con los síntomas.

¿Qué es considerado síntoma por el psicoanálisis? Un modo de gozar. Un modo que tiene el
sujeto de gozar de su inconciente, donde el sujeto, eternamente dividido, por lo general solo tiene
consciencia del sufrimiento que ese síntoma le provoca. Goza por un lado y sufre por el otro. Con
el síntoma se satisface un deseo inconciente a costa de un evento traumático en el yo. Es el
modelo freudiano simple y elemental, aunque Lacan lo formula de manera diferente. Éste dice
que el inconciente no desea, que no hay deseo inconciente porque al inconciente no le falta nada.
El inconciente es precisamente algo que falta, es la verdad del sujeto en tanto que ella falta al
saber. El inconciente insiste en repetir sus marcas cifrándolas de mil maneras, es lo que, de
manera general, llamamos síntoma.

La impulsión como fenómeno clínico, que puede figurar en diferentes estructuras clínicas, es
similar al síntoma en cuanto también pone en acto ese principio de repetición. La compulsión a la
repetición del goce es el motor de las impulsiones. A diferencia del síntoma, en la adicción el goce
no está enmascarado, es decir cifrado.

Me gusta el término impulsión para identificar este tipo de satisfacción, porque lleva adentro la
palabrita pulsión. Aunque no lleguemos fácilmente a entender que decimos cuando hablamos de
pulsión, la impulsión, por su carácter intransigente e indomable que se impone al yo, muestra
tener un vínculo innegable con lo que Freud denominó Triebes, las pulsiones que vienen del Ello.
En la impulsión, de lo que se trata es de la satisfacción de la pulsión, aquello que a partir de Lacan
se denomina goce. Recuerden que Lacan definió en el seminario 7 el concepto de goce en sentido
estricto, como la satisfacción de la pulsión. Esta referencia capital, este eje central de la categoría
del goce, ha sido profundamente tergiversada en la literatura lacaniana y por ello, en esta charla
voy a detenerme especialmente en interrogar la dimensión pulsional presente en las impulsiones.
A modo de guía mental, elegí, una de ellas, la adicción a la drogas, como ejemplo.

La impulsión es un fenómeno emparentado íntimamente con el síntoma psicoanalítico, porque


cualquier formación del inconciente es también una vía de satisfacción pulsional. Desde que Lacan
emparentó el síntoma con la categoría de la verdad, y explicó que el síntoma dice a medias la
verdad del sujeto, parecería que el síntoma hubiera alcanzado un estatuto de nobleza
descontaminado de la impureza pulsional. Pero el goce del síntoma, o también llamado el goce de
la verdad, viene de la mano de la pulsión. El síntoma analítico lleva en este punto, la misma
impronta que la impulsión. La impulsión sería como un síntoma sin verdad.

Las impulsiones están estructuralmente más ligadas a las formaciones del inconciente, que otros
modos de gozar con los que habitualmente se los confunde, como por ejemplo, el de las
perversiones. No quiero decir que en los modos llamados perversos de gozar, como el fetichismo,
la homosexualidad, el masoquismo, etc., la pulsión no intervenga. Si, pero la pregunta es si la
condición de goce llamada perversa es una facilitación de la descarga pulsional o bien se trata de
una construcción adicional que sirve como defensa contra algo que porta la pulsión. Las primeras
aprehensiones que tuvo Freud acerca del campo de las perversiones lo llevó a concluir que ellas se
organizaban para alcanzar el goce pero gracias a un desvío que servía de defensa narcisista. Dijo
que el camino de la perversión estaba comandado por la Verlegnung de la castración, como si el
de la genitalidad heterosexual contuviera algo traumático. Precisamente esto lo diferencia de los
actos sintomáticos e impulsivos propiamente dichos, ya que en ellos la meta de goce es
inseparable de la repetición de un trauma narcisista.

Hay otro término parecido, que tiene una larga historia en el psicoanálisis, que es el término
compulsión. En alemán el término compulsión no lleva pulsión como en castellano, se dice Zwang.
Freud se refirió inicialmente con ese vocablo a los actos obsesivos, pero luego abarcó el conjunto
de los actos sintomáticos en el sentido que vengo definiendo, pero luego utilizó Zwang para
nombrar los actos impulsivos del tipo de las adicciones. En todo este extenso y complejo campo
donde intento situar un grupo de fenómenos donde podemos reconocer a la pulsión como su
causa última, hay un concepto freudiano que puede tomarse como referencia mayor, la
Wiederholungszvang, el concepto de compulsión (Zwang) a la repetición (Wiederholung). Los
actos sintomáticos y los actos impulsivos, son hermanos de un mismo padre, la
Wiederholungzsvang, el agente de la ley de repetición del goce troumatique. Quiero decir que en
este grupo de fenómenos, el factor traumático del goce alcanza a realizarse, es decir que fracasa la
barrera de protección narcisista.

Recién empleé para nombrar las dos variantes de la descarga directa de la pulsión, la palabra acto.

Para Freud la palabra acto no designa un comportamiento cualquiera o una conducta adecuada a
un fin determinado, etc. Freud define como acto a todo proceso psíquico que conlleva una
descarga pulsional. Por ejemplo un sueño es un acto, tributario del automatismo de repetición,
que comporta el atravesamiento de la barrera de la censura para alcanzar su realización. Lacan
retomó el concepto de acto así definido, subrayando que todo acto, en sentido estricto, no es sin
el atravesamiento de un límite. Ese límite, interno al sujeto, esta dado por su sujeción al Otro, a la
demanda del Otro y por detrás al deseo del Otro y esa referencia imaginaria que es el goce del
Otro. En este sentido, en el acto el sujeto se queda sin el Otro y ya que estoy apuntado al terreno
de las adiciones, diré que por medio del goce de la adicción el sujeto se arranca de su atadura al
goce del Otro. Y ésta sería la clave oculta por la cual el goce pulsional es goce traumático. Se muy
bien que esta afirmación no acuerda con gran parte de las explicaciones que adscriben la adicción
al goce del Otro. Intentaré transmitir mis razones.

Uno de los obstáculos que nos presenta la observación clínica para identificar los actos impulsivos
o sintomáticos, es que hay un grupo importante de fenómenos que también presentan el carácter
compulsivo de éstos pero tienen una significación estructural diferente. Me refiero a los
comportamientos compulsivos de distinto orden que están al servicio de evitar la descarga
pulsional traumática. Muchas veces se torna imperceptible la transición de un acto compulsivo de
descarga en otro de carácter compulsivo pero que sirve a la defensa. Esto sucede con regularidad
en las obsesiones. Cuando un sujeto se lava compulsivamente las manos, está esforzándose por
borrar las marcas de un goce traumático, digamos haber experimentado un goce que considera
sucio. Aquí el comportamiento obsesivo de lavarse las manos no realiza la descarga sino la defensa
y nos lleva a plantear una discusión teórica acerca de si deberíamos o no llamarlo acto. Pero si
miramos más de cerca, observamos que lavarse las manos compulsivamente siempre tiene para el
sujeto la función de protegerlo ante un peligro, evitar una situación traumática. Es bien diferente a
la situación donde el acto compulsivo lo conduce directamente a realizar lo temido, aunque no sea
transparente la razón porque es traumático. Por ejemplo, la exigencia de poner una piedra en
mitad de la calle y luego la obligación de sacarla, ambos presentan exteriormente una misma
forma compulsiva pero poseen una significación estructural opuesta, puesto que la segunda
apunta a borrar la mancha del goce pulsional. En medio de estos deslizamientos confusos, que
también encontramos en el campo de las adicciones, es preciso reconocer de que lado algo que se
impone como compulsivo responde a un mandato del superyó y cuando responden a las
exigencias del Ello. Hoy en día se habla de la adicción a la sexualidad e incluso hay grupos de
autoayuda del mismo tipo que el de otras adicciones. Yo pienso que es un campo un poco más
complejo. Recuerdo por ejemplo, el caso de una mujer que no podía contener el impulso a tener
relaciones sexuales con ciertos hombres que se le cruzaban. Pero al poco de andar pudo
reconocer que no era el goce sexual lo que ella buscaba o alcanzaba en esos encuentros, que por
otra parte estaban sobredeterminados por una serie de condiciones acerca del compañero sexual,
las circunstancias etc. El erotismo era lo de menos, lo que ella estaba impulsada a recrear era una
escena donde se hacía la niña ilusa seducida por las palabras de amor y las falsas promesas del
partenaire de turno. Por supuesto, cada una de estos encuentros terminaba en una profunda
decepción, detalle que no es menor cuando se trata de investigar la presencia o no del factor
traumático. En todo caso lo que cabía descartar es que buscara la gozosa petit morte interna a la
lógica del acto genital. Para no hacer larga la historia, les cuento lo que yo pude entender acerca
de la significación de la escena. De chica había sido abusada sexualmente por su cuñado, un
hombre mucho mayor que ocupaba un lugar de autoridad indiscutida y era el soporte económico
dentro de su familia. Podía suponer que sus padres y hermana mayor, hacían la vista gorda, como
sucede tan a menudo en estas situaciones. Hasta el momento de la consulta, más de 10 años
después del final silencioso de esos encuentros, ella nunca pudo denunciar la situación.
Conservaba intacta en su mochila, para decir así, el peso y el deber de preservar el digno orden
familiar. En cierto modo me hacia acordar a la historia de Dora, entregada sutilmente por su padre
a los brazos del Sr. K. para que él pudiera disfrutar a su vez de la deliciosa Sra. K. ¿Dónde situó
Lacan la dimensión del acto, del pasaje al acto de Dora? Cuando le pega al Sr. K una bofetada y ella
misma termina así, cayendo de la escena. Aquí está la dimensión traumática del fading del sujeto;
se expulsa del circuito donde funcionaba como objeto de intercambio de su padre. En cambio, mi
consultante parecía reproducir una y otra vez la escena fantasmática, donde se veía a sí misma
como una pieza insustituible para salvar el honor de su padre impotente o incompetente. Como si
todo su comportamiento estuviera destinado a afirmar que si papá lo quiso así, así debe ser; una
buena hija debe ser usada sexualmente por un Sr. poderoso. Y se dedicaba a convertir el pecado
del padre en la regla de su vida. El sentido de esta puesta en acto, era indudablemente sacrificarse
compulsivamente para salvar al padre, algo que entra en el rubro del goce del fantasma. El acto,
en tanto descarga pulsional o atravesamiento del límite del fantasma, no estaba articulado en
todo eso.

Una gran diferencia que encontramos en los actos impulsivos, particularmente las adicciones,
respecto a los actos sintomáticos, es que en los primeros la dimensión del goce aparece en la
superficie de la conciencia. El sujeto sabe cuál es el objeto o la sustancia que le dispensa la
satisfacción buscada y busca repetir la satisfacción ya experimentada alguna primera vez. El
impulso a provocar la descarga se presenta como una exigencia ciega e incontrolable. El yo,
aunque pueda intentar refrenarla, suele terminar empleando todos sus recursos para obtenerla. El
acto no se impone de manera automática e involuntaria como sucede en los síntomas neuróticos,
y por sobre todo, el sujeto es conciente del goce que procura su acto y lo experimenta como tal.
En un ataque de pánico, por ejemplo, el sujeto ignora que su angustia manifiesta encubre el
encuentro con algo que opera de procurador de goce, que no es una sustancia sino un significante.
Quiero decir que si por ejemplo, el pánico lo desencadena la súbita visión de una mancha de
sangre, allí lo que oficia de transportador de goce es el significante sangre. En el síntoma clásico la
pulsión no se alía con las letras del inconciente para hacer pasar al acto su goce. El goce del
cifrado, que es el goce del inconciente no juega un papel central en el acto impulsivo, aunque a
veces puede ensamblarse también al objeto de la adicción, aunque no desempeña el mismo papel.
Por ejemplo, una adicción a las drogas pudo haber empezado con la ingesta de marihuana, donde
el significante mari estaba cargado de profundas resonancias en el sujeto. Entonces sucede que al
goce de ingerir ese significante se le suma el goce que produce la ingestión de la sustancia
adictiva. Ésta puede luego ser sustituida por otras sustancias equivalentes sin la determinación de
las relaciones significantes.

En el síntoma neurótico, es la letra quien se comporta como la causa real del goce. Este es un
detalle importante para entender, como dijo Lacan, que el síntoma es algo que viene de lo real; y
el imprevisto encuentro con lo real desencadena una reacción de orden alucinatorio. Lo que Freud
llamó realización del deseo inconciente, fue equiparado por él a una experiencia alucinatoria. Allí,
en el momento del encuentro del sujeto con algo que está más allá de la realidad fantasmática,
por un instante, la consistencia del yo se desborda dando lugar a la experiencia subjetiva de
desvanecimiento o fading del sujeto. El fading del sujeto, comparable con una pequeña muerte,
es la estación terminal o el punto de llegada del recorrido de la pulsión y contiene la clave del
factor traumático que caracteriza el goce que le es propio.

Estas consideraciones pueden orientarnos en la comprensión de la significación del acto impulsivo


que está en el centro de las patologías que estamos interrogando.

Dije recién que en el acto impulsivo la dimensión del goce está a la vista y sin disfraces. Uno se
droga para gozar. ¿Porque éste tipo de goce entraría en el carril del goce traumático? Un
drogadicto puede llegar a arriesgar su vida o su situación laboral o su libertad de ciudadano a fin
de conseguir la preciada sustancia. Todo esto tiene una connotación traumática, autodestructiva.
Sin embargo estas son cuestiones secundarias por relación al acto mismo. Lo traumático del goce
pulsional debemos buscarlo en el acto de descarga. Así como Freud hubo de distinguir el beneficio
primario y los beneficios secundarios del síntoma, aquí también podemos distinguir estos dos
registros. De todas maneras no resulta fácil comprender el alcance de aquello que estoy poniendo
en el platillo de los efectos secundarios de una adicción. El camino que conduce a la ruina
económica o a la marginalidad social o las quiebre de las relaciones familiares, por ejemplo
¿forman o no parte del fin traumático que está presente en el acto impulsivo mismo? ¿Pero
donde reconocer el factor traumático del goce pulsional en el acto de drogarse, si suele
presentarse como el colmo del deleite y de la paz espiritual?

En el mundo de la droga circula una forma común de nombrar la experiencia subjetiva que genera
el pla e o gá i o ue dese ade a la susta ia. Ellos ha itual e te ha la de viaje . Es
conocido el placer que siente mucha gente en viajar, pero este es un viaje que reviste
características singulares, un viaje que se desarrolla en medio de extrañas sensaciones corporales,
alucinaciones visuales o auditivas, un sentimiento de desrealización o despersonalización, etc.
Todo dice que se trata de un viaje al más allá. ¿Más allá de qué? ¿Del Principio del Pacer?
Seguramente, porque el Principio del Placer trata de morigerar el placer de la descarga dentro de
los parámetros conocidos, más o menos controlados por el yo. Pero la experiencia de éxtasis es
justamente eso: estar afuera de sí mismo o bien, para decirlo de otro modo, es un modo de
encuentro con cierta extimidad: algo fuera del moi y de la realidad fantasmática que él habita,
pero en contacto con algo real del sujeto. Para apresar el concepto de fading del sujeto es preciso
entender que lo que desaparece de la escena es el propio ser, la identidad imaginaria del sujeto,
aún cuando pueda estar representado por una pelotita, como la del nieto de Freud que la
expulsaba Fort, afuera de su campo perceptivo donde él mismo podía verse en el espejo, digo el
espejo de la mirada del Otro. El expulsaba de la escena esa parte de sí, donde su yo imaginario
simbolizaba un objeto parcial de la madre.

En el fantasma neurótico el sujeto se imagina un apéndice del Otro e instrumento del goce del
Otro y hace todo lo posible por conservar ese lazo imaginario. Esta ligadura forma parte de una
mitad del sujeto, pero la pulsión viene de otro lado, viene de lo real, del campo central del goce
do de La a u i ó el a . ¡Có o se ha llegado a o fu di ta tas ve es ese go e del Ot o o el
goce pulsional! Si los psicoanalistas entendieran mejor que el factor traumático del goce pulsional,
incluso lo que puede llamarse su factor letal, apunta a borrar al ser del sujeto del espacio donde
permanece alienado al deseo del Otro, entonces podrían aprehender a servirse de ella en la cura
en vez de condenarla y combatirla como sucede tan a menudo.

Desde los primeros pasos de la estructuración del sujeto, la pulsión es un instrumento que el
sujeto dispone para poner un freno al goce del Otro. . Les traigo al respecto un pasaje del
seminario 4 de Lacan donde define con claridad el alcance de la pulsión: Lo ue esta e juego e
la pulsión se revela por fin aquí; el camino de la pulsión es la única forma de trasgresión, permitida
al sujeto con respecto al Principio del Placer. El sujeto advertirá que su deseo es solo un vano rodeo
que busca pescar, enganchar el goce del Otro, por cuanto al intervenir el Otro advertirá que hay
u go e ás allá del P i ipio del Pla e . Aún cuando ésta cita pertenece a uno de los primeros
seminarios, puede observarse que Lacan ya articulaba la diferencia y oposición entre el goce de la
pulsión – que transgrede el Principio del Placer- y el goce del Otro, que acontece dentro de sus
límites, los del Principio del Placer.

No creo que sea demasiado difícil reconocer que el viaje extático que aporta la droga pone en acto
la salida subjetiva de los límites de la escena del fantasma. Allí estaría repetido el goce traumático,
aunque el viajante, en este caso, parece que se ahorra pagar el costo de la pérdida narcisista que
esta separación conlleva. A veces el sentimiento de angustia esta presente en la experiencia
misma, pero mayormente no se asoma. En todo caso, después de consumado el acto puede
sobrevenir la angustia o la culpa.

¿Con esto estoy alentando las bondades desalienantes de la droga? No. Tampoco preferimos que
el analisante haga nuevos síntomas o se aferre a los viejos, y sin embargo debemos reconocer que
el síntoma lleva en sus entrañas la cifra de una verdad, algo que dice no al goce del Otro. En los
productos de la compulsión a la repetición se hace presente una falla que no debe curarse sino
ser empleada como brújula en la cura. Quiero decir que no se trata de acotar ese goce más allá del
goce del Otro sino saber hacer con eso algo mejor que un viaje autista y de tiempo limitado como
el que aporta la droga. Si por medio de complejos malabarismos teóricos, terminamos
identificando la dimensión traumática o autodestructiva que conlleva el acto impulsivo, con una
suerte de sumisión del sujeto al goce del Otro, situamos los dos polos de la spaltung del sujeto del
mismo lado, y lo que queda es tratar de que el sujeto siga las eruditas y sanas recetas del analista.
Pueden encontrar esta postura teórica, a veces entrelíneas y a veces con total claridad, en gran
parte de las producciones dentro del millerismo.

Cualquiera que haya recibido los testimonios de un drogadicto, habrá podido advertir que
precisamente la dependencia a la droga finalmente no lo libera de su dependencia al deseo del
Otro, sino que por lo contrario, suele terminar afianzando una sujeción que el acto impulsivo
apunta a cortar. Podríamos decir que aunque en el acto impulsivo el goce sea real, solo posibilita
al sujeto un corte de corto alcance.

El camino del análisis no apunta a una domesticación del impulso, sino a la rectificación de la vía
de satisfacción. Esto significa que no se trata de retroceder ante el empuje pulsional sino de
agarrar el toro por las astas. Recuerden que la sublimación es uno de los destinos de la pulsión. En
ese sentido, la sublimación es el modelo del acto que privilegia el discurso del analista. En esta
misma línea está la propuesta de Lacan cuando plantea la salida del análisis como fruto de un
sa e ha e o el sí to a. El desa ollo del sinthome no es otra cosa que sublimar el goce ya
presente en el acto sintomático. Del mismo orden es el aforismo freudiano que define la finalidad
del a álisis: Allí do de el Ello e a, el Yo sujeto t adu e La a de e adve i . Co este o o ido
aforismo Freud se refiere al recinto de las pulsiones como la causa real del goce sublimatorio,
mientras que Lacan pone el acento en esa estación intermedia (entre la fuente de la pulsión y el
acto sublimatorio) que es la letra del inconciente. El goce de la sublimación no es sin el Otro
mientras que el acto impulsivo se realiza con el borramiento del sujeto sin dejar otra huella en el
Otro que el agujero de su ausencia.

Podemos reconocer en la satisfacción del viaje del adicto, un sustituto disimulado del goce de
morir. Subjetivamente se presenta como una salida de la escena que permite gozar por un rato del
más allá. Nos tropezamos aquí con un importante tema presente en el campo de las creencias
religiosas, , la vida en el más allá. Pero cuando una sobredosis provoca la muerte del organismo,
¿el acto impulsivo alcanza plenamente su fin? Al respecto, recuerdo una frase de Lacan que por
mucho tiempo me resultó incomprensible, donde dice que el único acto –si hubiera uno- que sería
un acto completamente logrado, o acabado, ese sería el suicidio. Porque el fin último del acto es
faltarle al Otro, y en el suicidio le falta definitivamente. Muchas veces para evitar la angustia de
fallar, el sujeto pasa al acto suicida. El sujeto se ahorraría así confrontarse con la angustia pero, al
mismo tiempo no queda quien recoger los beneficios de goce.

Conviene despejar a la pulsión de muerte del tinte instintivista, con el que Freud la introdujo en el
psicoanálisis. A mi juicio para todo ser hablante, la meta última de la pulsión está en alcanzar el
des-ser, el des-fallecimiento del ser del sujeto, y esto quiere decir de poder faltarle al Otro. Por
eso el acto de quitarse la vida aparece como un recurso privilegiado para alcanzar ese fading, y no
al revés.

Quiero subrayarlo: hay un goce fantasmático, pero no es el goce específico presente en el acto
impulsivo, aunque como ya dije, muchas veces resulta difícil distinguir cuando esta de un lado o
del otro de la banda de moebius. Cientos de detalles del fenómeno de la adicción permiten
entender que se trata de un goce que está por fuera del fantasma, y por eso también se distingue
del goce de la perversión. Lo que hace difícil rectificar esa vía de salida, es que el sujeto puede
viajar gracias a la droga sin pagar el peaje subjetivo, aunque generalmente lo paga luego en
especias.

El meollo de la adicción estriba en esta compulsión por repetir un goce que lo exilia de su escena
fantasmática. Y de lo que se trata en una cura fundada en los principios del psicoanálisis, es que el
sujeto pueda reconocer que el viaje transitorio y virtual de la droga, finalmente obstaculiza el Otro
viaje, el que está causado por la verdad.

S Chaio: esto de acotar el goce que está muy dicho últimamente, pero uno lo pensaría en la
vertiente destructiva, se alcoholiza y compromete su cuerpo, acotar el goce, cual seria porque uno
tiene la tendencia de que no tome tanto, lo que sería la política de reducción de daños, claro pero
que le digo al paciente?

NR.- En el tratamiento de un adicto pienso que es fundamental que el analista no se enrole en la


lista de los que le exigen o aconsejan que abandone el goce de la droga. Es preferible que la
decisión parta del sujeto y cuando la asume y se encuentra en el duro período de la abstinencia,
que sean otros los que lo ayuden en esa difícil tarea. Si el analista se ubica como un agente más de
la de a da o al hay ue a ota ese go e o ivo , ie a la g ieta de a eso a la ve dad del
sujeto y pierde su herramienta específica. Por supuesto que tampoco se trata de compartir alguna
línea o unas copas, sino de ofrecer desde el lugar del Otro que ocupamos para él, un agujero que
no sea obturado con ninguna demanda, ningún juicio de valor, ninguna sabiduría de la vida.

Si se entiende la función separadora que tiene la pulsión en la relación del sujeto al Otro, le
costará menos, en tanto responsable de la cura, callarse en vez de condenar el acto impulsivo.
Reprobarlo implica deslegitimar un recurso de corte del sujeto. Lo que escucho acerca de esa
o sig a o alista ue e t ó de o t a a do e el psi oa álisis, hay ue a ota el go e , es ue
se termina metiendo en la misma bolsa lo que es del orden del retorno de lo real –pulsional o
sintomático- con las expresiones de sujeción al goce del Otro. Por otra parte, es desde el lugar del
Otro que el analista opera cuando interviene como juez del goce, ya sea bueno o malo.

R. Yafar: Ahora bien, el Yo puede tener más o menos recursos para lidiar con el Ello

El Yo puede responder de distintos modos y no siempre toma lo traumático del mismo modo. En
ocasiones puede acomodarse para transformar la moción pulsional en alguna satisfacción del
registro del placer. Puede ap opia se e u segu do o e to y de i esto es ío . Hay moi que
tienen cierta plasticidad para conseguir que ambas instancias devengan una sola instancia que se
funde.

Hay experiencias traumáticas y otras no tan traumáticas. Puede haber recursos yoicos maleables.
N R: Creo que hay dos aspectos que pueden diferenciarse en tu comentario. Como regla general,
el yo trata de evitar que la descarga sea traumática. Esa descarga atenuada, en cierta forma
impedida de alcanzar su meta, es como Freud define la función específica del Principio del Placer,
impedir la descarga total porque esta sería traumática. El Principio del Placer es una defensa
contra el goce, en sentido estricto, pero también una fuente de recursos para obtener el goce,
digamos, no traumático. El goce fálico es por excelencia un goce que intenta obturar la castración,
que aspira a completar al Otro. Esta habilidad del yo para eludir el más allá, por lo general tiene
patas cortas. Pero el campo del goce fálico, presenta un más allá, un límite que convertiría el acto
de descarga en traumático, es decir, un goce que implica una pérdida, una castración. Esa fórmula
que Lacan usaba en los primeros años de su enseñanza, donde afirmaba que el objetivo del
análisis es la asunción subjetiva de la castración, a mi juicio quiere decir que de lo que se trata en
un análisis es abrir las exclusas al O/tro goce, un goce más allá del Principio del Placer, lo cual
conlleva un estrechamiento de la dominancia del goce fálico. Y allí es donde entra a jugar el tema
de la permeabilidad. Esta se expresa de mil maneras. Por ejemplo, suele suceder que cuando un
analisante advierte que toda la gama de renuncias que señalaron el camino seguido en su vida, no
eran sino una manera de sentirse valioso por satisfacer las demandas familiares y sociales,
entonces no necesita abandonar todo si o ap e de a de i ue o a esas de a das, de a das
que se le imponían como exigencias superyoicas. Decir que no, antes de ese viraje, era vivido con
mucha culpa y angustia. Después de atravesar el duelo de no ser lo que creía que era necesario
ser, el yo se torna, como decía Raúl, más maleable. Por eso Freud entendía que le progreso del
análisis hacía al Yo más permeable con las demandas del Ello y que tornaba al superyó en algo
menos rígido. Si el Yo es suficientemente fuerte para evitar el goce traumático, éste toma la vía de
descarga compulsiva, sintomática o en actos impulsivos.

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