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Las cosechas de trigo son fiestas

campestres:  ya sea de la hacienda, ya de


los pequeños propietarios, arrendadores o
dueños de pequeños terrenos.
El propietario no tiene ni el número de
brazos, ni el de bestias que necesitan para
la cosecha y entonces suele hacer una
“minga” es decir, qué convida a sus
vecinos para que le ayuden a trueque de
agasajarlos con chicha y comida; diríamos
que es una cooperación de trabajo. 
Menos de lo que pudiera gastar en
salarios y bestias, gasta en hacer chicha y
comida, y así tiene la legítima utilidad que
le produce la cosecha.
Los vecinos van con sus herramientas,
como hoces, sogas, etc.  y el que menos,
lleva su yegua o su caballo para la trilla, con la condición de que sus demás animalitos
coman el rastrojo.
De manera que es fiesta para los hombres y para los animales.
Todos se regalan con la abundancia de comida, hasta las palomas torcaces y las
cuculíes que por parvadas tienen pajas para sus nidos y grano en abundancia para su
regalía. 
Cuando mi china va al agua parece un cuculí, con sus patitas rosadas y su pechito
así.  cuculí, cuculí, ¡Qué mischque es mi cuculí!
Las cosechas de trigo de la hacienda son fiestas regias, solariegas.
Desde antes que empiece la siega, sobre alguna loma que tenga planicie en la
cumbre, se construye la parva donde debe ser depositado el trigo segado para ser
pisoteado por una gran cantidad de bestias, caballares, que no hacen más que correr
en él, como en el redondel de una cancha, arreadas a látigo tronador por jóvenes,
llamados corredores y que van gritando “Guayllay, guayllay” y haciendo sonar sus
rebenques.
Para los últimos días de la trilla, los patrones invitan a los patrones de la hacienda
vecinas y aún de la población vecina, todos procuran llegar en la mañana para hacer
un día de campo, almuerzan y comen cerca de la parva, bailan hasta que cae el sol y
van después a la casa de la hacienda a pasar la noche. 
El dueño de la hacienda o alguno de los invitados lleva la banda de música del pueblo,
en cuyo caso el baile se prolonga en casa de la hacienda hasta el amanecer.
 Abelardo M. Gamarra

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