You are on page 1of 2

El obsequio

Mi abuelo fue relojero y mi padre heredó su oficio. Además de amar los relojes, mi abuelo
amaba la madera y la tallaba con mucha pericia, pero sobre todo con mucho amor. El
tiempo tenía para él un significado diferente al que tiene para la mayoría de las personas.
El trabajar todo el día con agujas, relojes, cuerdas y péndulos -creo yo- que le había dado
una noción más acaba del presente, del día a día, de lo cotidiano.

Fue alguien afortunado por muchas razones, pero sobre todo porque amó y amó mucho.
Amaba su oficio de relojero, tallar la madera, amaba a mi abuela, a mi padre, a mí y a
tantos otros. Ir a la vieja casa de mis abuelos era una fiesta similar y diferente en cada
ocasión. Sentarme a su mesa, saborear los platos que con tanta dedicación cocinaba mi
abuela y escuchar los relatos de mi abuelo, eran una celebración que tenía una música de
fondo: el reloj de péndulo de madera.

Ese reloj era muy especial. Alguien lo había dejado en la relojería de mi abuelo y él con su
infinito amor lo rescató del abandono, lo arregló, le talló algunas flores como para alegrar
un poco su vida e hizo por él lo mejor que pudo hacer, lo llevó a su casa y lo colgó de una
de las paredes del comedor. El sonido del péndulo balanceándose era siempre la música
que acompañaba nuestras conversaciones y entre balanceo y balanceo se escuchaba la
risa de mi abuelo, sus historias y sus consejos. Me enseñó mucho, infinitamente más de
lo que pudo haber imaginado. Aprendí de sus palabras y de sus silencios también.

Tal vez por su oficio y por estar tan codo a codo con el paso del tiempo, tenía una manera
de disfrutar el día a día que, aún hoy, me siguen conmoviendo. Cuando me veía abrumado
por más de un problema, cuando todo a mi alrededor parecía estar dando vueltas, siempre
tenía una palabra de alivio y nuestras charlas terminaban siempre con la misma frase
“Recuerda”, me decía “a cada día le cabe su aflicción” y así ordenaba mi cabeza y paso a
paso y poco a poquito me era más fácil resolver mis conflictos.

Mi abuelo vivía su vida casi como desarmaba un reloj que no funcionaba. Se sentaba
tranquilo frente al reloj, lo estudiaba y sin prisa, pero sin pausa, ponía manos a la obra.
Con sumo cuidado y mucho amor enfrentaba aquello que el reloj le deparaba –igual que la
vida- y más que preocuparse, se ocupaba y le daba una vida nueva a esa máquina casi
muerta.

Mi abuelo enfermó y todos sabíamos que, vaya ironía, sus horas estaba contadas. Aun así,
él siguió viviendo una vida que valía la pena ser vivida. Yo ya era un joven y mi profunda
tristeza era visible para todos, incluso para mi abuelo.

– No quiero que te vayas –Le dije un día.


– Quieras o no, me iré, pero aún estoy frente a ti. Mira hijo, el pasado es sólo eso, pasado,
el futuro es todo un enigma, sólo tenemos este momento, este presente. Vívelo como lo
que realmente es UN OBSEQUIO.

Esas palabras calaron profundo en mi alma y cambiaron en mucho mi forma de vivir la


vida. Cuando mi abuelo murió, junto con la infinita tristeza de saber que ya nunca más lo
vería, tenía la inmensa tranquilidad de haber disfrutado ese obsequio que fue nuestro
presente compartido. El primer día que volvimos a la casa de mi abuela, noté que el reloj
de péndulo atrasaba. No me sorprendió. No hubiese sido extraño que su amado reloj
tuviese el paso cansino y el ritmo lento, seguramente también él extrañaba a mi abuelo.
Fue así que cada vez que visitamos a mi abuela, yo daba cuerda a ese reloj. Parecía
esperarme para andar derechito por la vida, Parecía extrañar unas manos que se ocupasen
de él casi con el mismo amor que lo había hecho mi abuelo. Seguí visitando a mi abuela,
disfrutando sus platos, recordando a mi abuelo y siempre con la misma música de
fondo, el reloj de péndulo. Un día mi abuela partió también y para mi sorpresa mi padre
me regaló el reloj. Mis manos temblaron al recibirlo y mi voz también:

– Pensé que lo querías, es un recuerdo del abuelo – Dije como pude.

– Es más tuyo que mío, lo sabes. No puede estar en mejores manos –Contestó mi padre.

Lo guardé como lo que era, un tesoro y cuando fue el momento y el lugar justos, lo colgué
en una pared de privilegio en mi casa. Algo de mi volvió con él.

Su música era la misma, el balanceo de ese péndulo ahora me acompañaba a mí, a mis
recuerdos y a mis pensamientos. Sé que mi abuelo está conmigo y tomo el sonido del
reloj como si fuera su voz, serena y suave.

Me hace bien su compañía. No siempre me es fácil vivir como lo hacía él, pero lo intento,
por mí por supuesto, pero también por él y en homenaje a su recuerdo. Cada noche le doy
cuerda a nuestro amado reloj. Cada mañana al despertarme escucho su melodía y cada
día, recuerdo las palabras de mi abuelo e intento vivir el presente como lo que es: un
obsequio, el mejor obsequio que nos da la vida.

Fin

You might also like