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Al día siguiente, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que
pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y
siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?».
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y
veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la
hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y
siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado
al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».
«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida
y, con ello, una orientación decisiva». (Benedicto XVI)
Solo gracias a ese encuentro - o reencuentro con el amor de Dios, que se convierte en
feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad.
Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le
permitimos a Dios que nos lleve más alla de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser
más verdadero?.
Esta es la razón precisa de que la misión evangelizadora no sea obra humana, sino del
Espíritu que opera en nosotros y nos hace colaboradores de Dios.
A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no
es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria,
no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es
algo mucho más profundo, que escapa a toda medida.
Quizá el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo
donde nosotros nunca iremos. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y
donde quiere; nosotros nos entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos.
Solo sabemos que nuestra entrega es necesaria. Aprendamos a descansar en la ternura de
los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante,
démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a
El le parezca.
Observemos ante todo -sin especular demasiado que el fin último de la pastoral
juvenil es realizar una verdadera y auténtica iniciación de los jóvenes al
discipulado y al apostolado cristiano.
Si la generación de los discípulos del Señor es tarea insustituible de la gracia y eso
sucede ante todo mediante la acción sacramental-, el desarrollo, el crecimiento y el
acompañamiento para una acogida siempre más plena de este don es tarea de la acción
pastoral de la Iglesia en su conjunto:
Una expresión fácil y frecuente revela el objetivo que se proponen las comunidades eclesiales en su servicio
de pastoral juvenil: ayudar a los jóvenes a acoger el don de la salvación de Dios que es
Jesús. Las fórmulas pueden cambiar, pero queda la sustancia. [.] Parece todo resuelto y, sin embargo,
una mirada al pluralismo actual manifiesta que precisamente a este nivel nacen muchos problemas
prácticos en los que se fundan razones de diferencia no solo formal. Por eso es urgente, en un proyecto de
pastoral juvenil, comprender cuál es en definitiva su significado práctico, en nuestra situación cultural y
social. De ahí el tremendo trabajo que nos espera: repensar con calma el significado del objetivo de la
acción pastoral partiendo de la sensibilidad teológica actual y, sobre todo, tratar de replantearlo desde la
provocación de la actual situación juvenil y cultural. (TONELLI)
A primera vista, el término «discipulado» supone dos aspectos que no se excluyen, sino
que tienen que integrarse: la presencia de un «maestro» que tenga autoridad y que
su manera práctica de vivir sea reconocida y apreciada como vinculante, por su
capacidad de dar coherencia a su propia existencia; y la historicidad de un camino
personal de «seguimiento» que no se limita a una mera reproducción o una simple
repetición, sino que implica autenticidad en la asunción de un singularísimo proyecto
personal de vida que responda con fidelidad creativa al don de la vocación recibida.
No se puede ni se debe pensar la pastoral juvenil como si no fuera más que una
especie de pastoral del hombre, sin más. Se ocupa de una edad peculiar de la vida, que
hay que definir trazando algunos límites: la juventud. Tiene tras de sí la experiencia de
ser niño, muchacho y adolescente; tiene ante sí la figura del adulto. La figura del niño
presenta cierta ambigüedad: es la imagen pura del recibir, a la que Jesús se refiere como
modelo insuperable; pero si el adolescente, el joven y el adulto se detienen
patológicamente en esta figura, convirtiéndola en narcisista y defendiendo que la vida es
solo recibir, esto lleva a la negación del crecimiento humano. El recibir del niño exige
que exista siempre otro que dé; y pasar a la edad adulta significa entrar en este rol de
donante, precisamente para honrar el principio de la vida que ha engendrado y hecho
Traumática edad, de hecho, la adolescencia juvenil, dado que tiene que darse,
por así decir, la inversión del vínculo: el primado debe estar en el dar, no solo en el
recibir. Si no sucede esto, nos encontramos con una vida adulta fallida y una
desfiguración del principio de la vida, que es precisamente el del don. Aquí radica el
sentido del dicho de Jesús según el cual «el que pretenda guardar su vida, la perderá; y el
que la pierda, la recobrará»" y que ciertamente «hay más dicha en dar que en recibir»",
porque cuando se da, se alcanza la mayor adecuación con el Padre que está en los cielos,
del que hemos de buscar sin descanso su misericordia hasta la perfección: «Por tanto, sed
perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecton», «Sed misericordiosos como
Puestro Padre es misericordioso»l. Es muy acertado insertar la pastoral juveni emo
ambito de los procesos evolutivos de la vida contra la perspectiva cultural vigente que
fija toda la existencia dentro de una adolescencia infinita que nunca legadala
"adultez»- donde del recibir hay que pasar al dar, al donar, a la entrega. Solo asi la
pastoral juvenil da en el blanco y se mantiene fiel a su tarea: engendrar adultos para la
vida y para la fe; propiciar el discipulado cristiano. En términos teológicos, esto significa:
hacerse como Jesús, conformándonos a su existencia eucarística, entrar en la lógica de la
donación incondicionada que nos viene del Padre de todos.
Es tarea propia de la juventud facilitar el paso de la infancia (en la que uno es ante todo
objeto pasivo de una donación recibida) a la edad adulta (en la que uno es ante todo
sujeto activo de una donación dada): uno se hace adulto solo cuando está en grado de
realizar este verdadero y propio «segundo nacimiento». En ello consiste el corazón de la
vida cristiana, que ciertamente no es ajeno a lo humano, sino que, en cambio, es su
cumplimiento intrínseco y absolutamente necesario.
En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que
también nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano;
Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el
Zelote; Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Después de bajar con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de
discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y
de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los
atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de
tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.
Vivir significa aventura, riesgo, limitaciones, desafíos, esfuerzo, salir del pequeño
mundo que controlamos y encontrar la belleza de dedicar nuestra vida a algo que
es más grande que nosotros, y que llena con creces nuestra sed de felicidad.