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ECONOMIA

El adiós a la hiperinflación en medio de la hipoxia económica

POR Tamara Herrera

30/12/2021
Este es el último texto de una serie de artículos en la que
varios economistas venezolanos exponen sus
perspectivas sobre la economía venezolana en 2022
(#Economía2022). Tamara Herrera es economista y
directora de la firma consultora Síntesis Financiera.

Dos buenas noticias marcaron en lo económico al 2021: el fin


de un ciclo hiperinflacionario de cuatro años y la interrupción
de la caída en barrena en la actividad económica. Para 2022
se avizoran modestas mejoras en materia de inflación y
crecimiento.
2021: Se fue la híper
En los primeros días de enero, con seguridad el BCV
publicará, esta vez oportunamente, la cifra de inflación de
diciembre, la cual estimamos será de 5% y la más baja del
año. Con ello habrán transcurrido 12 meses sin consignarse
una inflación mensual de 50% y se declarará derrotada la
hiperinflación. La inflación del 2021 será de 520%, viniendo
de 2.500% en 2020, de 10.000% en 2019 y de casi 400.000%
en 2018.
Dos cosas es menester señalar respecto a este logro. En
primer lugar, la tarea no ha concluido. Una salida firme de la
hiperinflación implica alcanzar, o al menos, encaminar
certeramente al país a una inflación anual de 2-4% interanual.
En segundo lugar, este punto de la desaceleración
inflacionaria se alcanzó tras un severo ajuste económico de
cuya duración quien escribe no conoce precedentes. De
haber habido un plan de estabilización enmarcado en un plan
macroeconómico integral capaz de revertir las expectativas
negativas para la inversión y rescatar la demanda de dinero,
no habría sido necesario recurrir a la asfixia financiera que ha
agobiado al país a lo largo de tres años y medio, desde el
cuarto trimestre del 2018.
Incapaz de generar expectativas que recuperaran la demanda
de dinero, es decir, la disposición de la población a mantener
bolívares en sus haberes, la política anti-inflacionaria se
focalizó en crear una demanda forzosa (y artificial) de dinero
para contener la subida en el precio del dólar por la vía de la
escasez de bolívares. La idea ha sido disminuir la capacidad
de comprar dólares e inducir su venta a cambio de bolívares.
En otras palabras, esta es una política anti-inflacionaria
focalizada casi exclusivamente en estabilizar el tipo de
cambio y no en crear las condiciones económicas que
promuevan de manera inequívoca, consistente y permanente
la recuperación de la producción y la productividad a través
del ahorro y la inversión.
Para ello se actuó por dos vías. Una fue la política monetaria
marcadamente recesiva que aniquiló el crédito bancario (la
cartera de crédito cae de 20% del PIB en 2017 a 0,9% en
2021) y pone a riesgo la viabilidad del sistema bancario
mediante requerimientos de encaje descomunalmente
elevados que están hoy en 85% habiendo tocado 100% en
2018 y 2019.
La otra vía ha sido la política de intervención cambiaria con la
cual el BCV influye sobre el tipo de cambio y esteriliza
bolívares, y en el camino genera pérdidas a la banca. La
intervención cambiaria contribuyó decisivamente a contener
la inflación este año, al producir una apreciación real del
bolívar que abarata las importaciones y que amenaza con
corregirse abruptamente en algún momento. En 2021 la
apreciación real del bolívar fue 20% y desde diciembre 2018
acumula una apreciación de 48%.
El diseño de las operaciones de intervención impone pérdidas
a la banca. El BCV vende a la banca divisas en efectivo en
montos que decide discrecionalmente, los cuales la banca
debe vender al público al mismo precio al que las compra al
BCV, sin poder resarcir los costos financieros y no financieros
inherentes a las operaciones cambiarias. Además, debe
revender a pérdida al BCV el remanente de las divisas que no
haya logrado vender a sus clientes. En 2021, alrededor de
$500 millones fueron revendidos al BCV con un descuento
del 5,24%, imponiendo a la banca una pérdida de $26
millones.
Las ventas de divisas en efectivo tomaron fuerza en el
segundo semestre de 2021 y se hicieron más intensas aún a
raíz de la incertidumbre surgida durante la torpe pausa
bancaria impuesta con motivo de la re-expresión monetaria
del 1º de octubre. Calculamos que en el cuarto trimestre del
año se vendieron cerca de $600 millones y a lo largo del año
el BCV habrá vendido a la banca aproximadamente $1.500
millones, de los cuales el mercado cambiario sólo logró
absorber $1.000 millones. En 2019 y 2020, las ventas netas
de divisas fueron del orden de unos $500 millones por año.
Esto ha sido posible gracias a la recuperación de los ingresos
petroleros por exportaciones cercanas a los $10.000 millones,
prácticamente duplicando el valor del nefasto 2020. Vale
recordar que no hay información oficial sobre la gestión de
nuestra industria petrolera desde hace cinco años.
Esta política anti-inflacionaria ha contribuido a reducir el
dinero en circulación a un mínimo sin precedentes de 3% del
PIB (62% en 2017 y 18% en 2018), cediendo espacio a la
dolarización, pero sin poder (ni querer) permitir que la
dolarización avance en el ámbito bancario.
En paralelo, la política fiscal se encaminó a reducir el déficit y
disminuir el uso del financiamiento monetario del BCV. El
gasto público se desaceleró de manera consistente,
reduciendo el tamaño del Estado principalmente a expensas
del ingreso real de los trabajadores, los pensionados y los
beneficiarios de los bonos del sistema Patria. La presión
tributaria nacional aumentó y la presión tributaria municipal se
desbocó. En agosto 2018, con ocasión de la segunda
reconversión monetaria, el Fisco se protegió de la
hiperinflación estableciendo un régimen tributario “temporal”
que aumentó la frecuencia de la recaudación de mensual a
semanal, y calcula el impuesto a pagar sobre ingresos no
realizados, pulverizando el flujo de caja de las empresas y
creando mayores costos operativos para cumplir con los
requerimientos fiscales.
La mortandad de empresas, reducción de líneas de
producción y pérdidas de puestos de trabajo de este shock
tributario, en conjunción con una corrección descomunal de
los salarios (+5.900%), fue una importante contribución a la
contracción económica del 2018 y 2019 cuando el PIB se
contrajo en 20% y 28%, respectivamente. El único alivio
tributario concedido desde el establecimiento de ese régimen
“temporal” fue pasar en septiembre del 2020 del pago
semanal a quincenal. De resto, ni en pandemia hubo alivio
tributario para personas naturales o jurídicas y la Unidad
Tributaria se mantiene ridículamente baja, aumentando
desproporcionadamente la base imponible de personas
naturales y jurídicas.
2021: Se fue la recesión
La “victoria” anti-inflacionaria ha sido obra de una política
económica que durante tres años y medio retiró el oxígeno a
la economía, la cual, en estado de hipoxia, logrará finalmente
presentar este año un minúsculo crecimiento de 2,5%. Se ha
profundizado la desigualdad, y la informalidad es la vía de
supervivencia tanto a nivel de las personas como de las
empresas.
Es sabido que el PIB cayó 75% del 2013 al 2021 y no
siempre se comprende lo que esto representa. Equivale a que
un organismo pierda las tres cuartas parte de su masa
muscular, que deje atrás el tejido económico representado
por líneas de producción cerradas, construcciones
suspendidas, infraestructura abandonada, puestos de trabajo
perdidos, remuneraciones precarias, malnutrición, demanda
de consumo débil, reticencia a invertir…
Se trata de una economía que ni siquiera después de haber
prácticamente expulsado al 15% de su población, tiene hoy el
tamaño necesario para darle calidad de vida a su población
actual, ni como trabajadores ni como consumidores. Es una
economía que no logra proveer niveles de ingreso regular que
se aproximen a la media de las remuneraciones mínimas en
América Latina. Si el más afortunado de los empleados
públicos recibiera los nueve bonos de la patria que quincenal
y mensualmente se distribuyen (en promedio de $2 cada
uno), además de los que le corresponden por ser empleado
público ($18), tendría un ingreso equivalente a $35 al mes
que equivale al 40% del salario mínimo de Cuba ($87). La
pensión mensual equivale a $1,5 por mes, lo cual alcanza
para 15 días del más barato tratamiento anti-hipertensivo. Y
el ingreso mínimo legal (salario mínimo + bonos de
alimentación) que equivale a $2,2 tampoco alcanza para
nada.
El crecimiento económico del 2021, por demás desigual a lo
interno de la economía, recibió el empuje de la permisividad
en la dolarización transaccional que estalló en el 2019 y ha
venido llenando las deficiencias del sistema de pagos,
aunque de manera ineficiente. Además, refleja el amainar de
la pandemia, con la reducción del confinamiento y las tardías
pero bienvenidas mejoras en la vacunación, la recuperación
de las remesas de migrantes en países cuyas economías se
han recuperado, y el desahorro en moneda extranjera. Esto
explica la reanimación del consumo que estimamos en 4,3%
para este año.
2022: con el techo bajo
Estamos lejos de reabrir líneas de producción cerradas en
años anteriores o de entrar en una fase generalizada de
inversión. Se trata de una economía débil que continuará
creciendo a la medida del músculo y la resiliencia del sector
privado, porque las autoridades lucen satisfechas con el statu
quo y no parecen dispuestas a abandonar el peligroso
propósito de apreciación real del bolívar a expensas de la
veda al financiamiento bancario en bolívares o en dólares.
Bajo la actual orientación de la política económica, el 2022
ofrece una perspectiva de crecimiento económico modesto
cercano al 5% y una nueva desaceleración de la inflación a
un rango de 140% -220%.
Proseguir por esta senda implicará mantener importantes
inhibidores de la producción: la ausencia de financiamiento
bancario, en bolívares o en dólares, y la creciente
sobrevaluación del bolívar. Dicha política tendrá a favor el
aumento de los precios del petróleo que se predice a nivel
global para el 2022, que permitirá al BCV mantener una
activa intervención cambiaria.
***

https://prodavinci.com/el-adios-a-la-hiperinflacion-en-medio-
de-la-hipoxia-economica-a/

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