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Svieta Volochay: nombre perdido pai

Aquél día Svieta se levanta sobre las siete y media de la mañana para desayunar. Había dormido
bien y se desperto de buen humor. Despertó con mucha hambre, tras un rato se puso un vestido
color lapislazuli y sandalias de terciopelo. Santiago debia ir a casa de sus abuelos.

Svieta tenia 12 años entonces, en la tarde del 26 de abril de 1986, cuando se

produjo la catástrofe.

Normalmente en casa todos tenian grandes cantidades de permeganato para la prevencion, un par

de veces ocurrieron catastrofes inferiores y todos debian entrar en cuarentena por prevencion.

aquella mañana la madre de Svieta se encontraba triste, tenia problemas en su matrimonio y su


La explosión de un reactor causó el mayor accidente nuclear de la historia.

Según los expertos ucranianos, la catástrofe se cobró la vida de más de

100.000 personas en Ucrania, Rusia y Bielorrusia, que entonces eran repúblicas

de la URSS, aunque organizaciones ecologistas, como Greenpeace, elevan los

muertos a 200.000.

Volochay reside aún en esta aldea, ubicada al borde de la zona de exclusión de 30

kilómetros a la redonda que el Ejército estableció tras el siniestro por orden del

Gobierno soviético.

En los años 90 ingresó en la asociación española Chernobil Elkartea, de la región

del País Vasco (norte), una entidad sin ánimo de lucro que organiza regularmente

programas de acogida en España de jóvenes de aquella zona ucraniana.


Tras una estancia de dos meses en España, el sistema inmunológico de estas

personas "mejora mucho", comenta la superviviente en declaraciones a Efe.

El lugar donde vive, según explica, fue uno de los más contaminados porque

los militares que trabajaban en Chernóbil iban al pueblo y ellos, "sus coches y

pertenencias estaban envenenados con radiactividad".

Sin embargo, ella tomó la decisión de no abandonar el lugar para apoyar la iniciativa

de la asociación vasca y "dar un futuro a los jóvenes, que son los que más

problemas de salud tienen por culpa de la radiación".

Recuerda que la semana posterior al accidente transcurrió "con una falsa

tranquilidad", como si no hubiera sucedido nada importante, hasta que un día en el

colegio explicaron a los alumnos en qué consistía la radiación.

Les aconsejaron cerrar las ventanas de casa, cegar los pozos y tomar pastillas

de yodo. Meses más tarde llegó la orden de que debían evacuar la aldea y

hacer una revisión médica de cada miembro de la familia.


"A mi hermana le detectaron una cantidad de cerca de 800 roentgens/hora, cuando

la dosis (de radiación) considerada normal en el ser humano es de 0,02", precisa.

A mi hermana le detectaron una cantidad de cerca de 800 roentgens/hora,


cuando la dosis (de radiación) considerada normal en el ser humano es de 0,02

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A partir de entonces, los niños empezaron a escuchar cómo los adultos les daban

una esperanza de vida de dos años: "Planeamos cómo vivir nuestros últimos días...

Yo estaba muy enfadada ante la perspectiva de que no podría terminar mis estudios

en la escuela", relata.

En cierto momento, añade, "nos acostumbramos a vivir con la incertidumbre,

sin saber cuándo nos detectarían algo malo a cada uno". Entonces, el cáncer

empezó a afectar a toda su familia.

"Primero, fue mi primo; después, mi tío; luego, mi hermano; ahora, mi hermana y yo

tenemos problemas de tiroides", cuenta la maestra.


Pero hoy, "estamos solos", porque hasta 2015 existía una subvención para apoyar a

las personas afectadas, pero en esa fecha se suspendió la ayuda.

"Solo los liquidadores de primera categoría reciben todavía 327 grivnas", unos once

euros, comenta en alusión a quienes trabajaron en lugar en los primeros momentos

para minimizar los efectos de la tragedia.

Y eso a pesar de que "en cada hogar tenemos, como mínimo, un familiar con

cáncer", pero hay personas sin dinero para pagar el tratamiento.

En la actualidad el aire de la región no está tan contaminado, pero "el problema

sigue en la tierra, sobre todo en especies como las setas", lo que imposibilita

cultivar alimentos sanos.

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