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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del poder popular para la Educación Universitaria

Pontificia Universidad Católica Santa Rosa de Lima

Facultad de Ciencias Humanas y Sociales

Escuela de Comunicación social

Formación Humano Cristiana VII / D09O

FINALIDAD O RAZÓN DE SER DEL MATRIMONIO

Profesor: Alumna:

José Gregorio Mansilla Riczabeth Yuruby Corvo Pérez

C.I: 29.697.503

Telf. 0412-022-69-07

Correo: riczacorvo@gmail.com

Caracas, noviembre de 2022


INTRODUCCIÓN

El matrimonio, es un sacramento que da a los esposos la gracia para amarse santamente y educar
cristianamente a sus hijos, estableciendo entre ellos una santa e indisoluble unión. Es un
sacramento instituido por Dios, permanente y genuino, siendo uno de sus propósitos la
procreación, este designio se encuentra establecido en el Génesis (1, 28) donde se menciona que
la función del matrimonio debe ser la fecundidad, el medio de asegurar la descendencia:
«procread y multi- plicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar,
sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra»

Es por ello que desde los principios se entiende al matrimonio como la unión amorosa de un
hombre y una mujer con el propósito de la procreación y la crianza de los hijos. Desde el punto
de vista cristiano, el propósito del matrimonio sirve no solo al cuidado de los hijos, sino también
a la "comunión y el bien de la pareja", así como de la familia, al ser esta la base de la sociedad
donde vivimos.

La presente investigación busca profundizar un poco más sobre la finalidad o razón de ser del
matrimonio, a través de diversos puntos como: el doble fin del matrimonio, su conexión entre
bienes y fines, su ordenación a la transmisión de la vida y la cooperación de los esposos con el
amor de Dios y la apertura de la fecundidad. A su vez se tratará cómo subtemas referentes, la
educación de los hijos como finalidad del matrimonio, como el deber-derecho de los padres.
Además, se tratan los significados del vínculo matrimonial, su unidad y la gracia del sacramento

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FINALIDAD O RAZÓN DE SER DEL MATRIMONIO

El doble fin del matrimonio

El matrimonio constituye una “íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el
Creador y provista de leyes propias”. Esta comunidad “se establece con la alianza del
matrimonio, con consentimiento personal e irrevocable” (GS 48, 1). Los dos se dan definitiva y
totalmente el uno al otro. La alianza contraída libremente por los esposos les impone la
obligación de mantenerla una e indisoluble. “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Mc 10,
9; cf Mt 19, 1-12; 1 Co 7, 10-11). El sacramento del Matrimonio hace entrar al hombre y la
mujer en el misterio de la fidelidad de Cristo para con su Iglesia.

Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de los esposos y la
transmisión de la vida, ambas significaciones no se pueden separar, ya que son valores del
matrimonio, no alteran la vida espiritual de los cónyuges ni comprometen los bienes del
matrimonio y el porvenir de la familia. Así el amor conyugal del hombre y de la mujer queda
situado bajo la doble exigencia de la fidelidad y la fecundidad. La unión y la procreación que
hoy en día parecen una decisión propia e independiente, forma parte de la unión matrimonial y
de la vida en familiar, principios que resultan totalmente aceptables en la sociedad.

La finalidad del matrimonio

En el Antiguo Testamento el matrimonio aparece originariamente como una relación ligada a la


más íntima condición del ser humano, dispuesta por Yahvé, propia de un periodo de inocencia y
desbordante alegría, que luego daría paso a la «dureza de corazón» en la que se hicieron
indispensables las reglas. El Génesis (1, 28) establece que la función del matrimonio debe ser la
fecundidad, el medio de asegurar la descendencia: «Procread y multiplicaos, y henchid la
tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los
ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra». Su propósito principal es la
comunión, compañerismo, ayuda y consuelo mutuo, es crear un hogar estable en el que los hijos

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puedan crecer y desarrollarse, en un ambiente donde se siga el buen ejemplo de valores y
creencias correctas, solo se imparta la sabiduría y el amor de Dios.

Cuando Dios creó a la primera pareja, lo hizo en un ambiente ideal: hombre y mujer capacitados
física, emocional y espiritualmente; un ambiente perfecto, con transparencia de vida, seguridad y
admiración. Ambos en una comunión perfecta con su Creador y con propósitos claros:
reproducirse, cultivar el Edén, gobernar sobre toda criatura. Siendo el ideal original, vivir en
familia con fe, obediencia, humildad y amor, hacia Dios nuestro creador. La unión matrimonial
de un hombre y una mujer es el reflejo de la unión de Cristo con la Iglesia, la cual es, en
principio, indisoluble, pues son “una sola carne” y “un mismo espíritu”. Es una unión “hasta que
la muerte los separe”, y el Señor advierte que “lo que él ha unido ningún hombre se atreva a
separar” (Mateo 19.4-6).

Según la formación civil, la finalidad del matrimonio es muy similar al religioso, en esta se
establece el vivir juntos, procrear, y asistirse mutuamente. Con el debido respeto de convivencia,
el hogar común debe ser determinado libre, sin embargo, la procreación, no es una obligatoria,
pues hoy en día puede haber matrimonios sin hijos, ya que no es un requisito primordial de la
unión, es una decisión voluntaria y consensuada entre ambos esposos, donde deben existir las
capacidades, voluntad y el deseo de traer un niño al mundo.

La conexión entre bienes y fines del matrimonio

San Agustín acertó creando una frase que define las bondades del matrimonio; bona matrimonii
o bienes del matrimonio: «Hæc omnia bona sunt, propter quæ nuptiæ bonæ sunt: proles, fides,
sacramentum». Agustín expone en esta frase todos los bienes por los cuales las nupcias o el
matrimonio es bueno para la vida del cristiano y para la iglesia, como lo es: la prole, la fidelidad
y el vínculo indisoluble.

 Proles (la prole): los hijos son la corona del matrimonio, enriquecen la personalidad de
los cónyuges, y aumentan el Pueblo de Dios (la Iglesia).
 Fides (la fidelidad): la fidelidad conyugal mantiene la exclusividad del amor entre los
dos cónyuges.

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 Sacramentum (la indisolubilidad): la indisolubilidad garantiza la fortaleza del hogar
como lugar adecuado para la educación de la prole.

Estos argumentos de carácter religioso-moral, con el paso del tiempo fueron establecidos por los
canónicos como elementos esenciales del concepto jurídico del matrimonio, identificados como
"bienes del matrimonio". De ahí se concluye que cuando alguien contrae matrimonio y excluye
alguno de estos bienes el matrimonio sería nulo. Por otra parte, también es bien sabido que el
dominio de los bienes comunes en el matrimonio, reside en ambos cónyuges, lo cual se
encuentra establecido en la proporción de las capitulaciones; donde se indica que los bienes
adquiridos durante el matrimonio son propiedad de ambos cónyuges en partes iguales, ya que
como es bien sabido, el matrimonio supone la mutua entrega total entre los dos contrayentes.

Según Jesús los bienes fundamentales del matrimonio “desde el principio”, son la fidelidad, la
unidad, indisolubilidad y la donación total al otro para ser con Dios. El amor es el fundamento
de todo y el primer bien del matrimonio, se define como comunidad de vida y amor. Es una
alianza de amor por la que los esposos se dan y se reciben con una aceptación incondicional.
Signos de los desposorios de Cristo y la Iglesia. El modelo del matrimonio es “la unión inefable,
el amor fidelísimo y la entrega irrevocable de Jesucristo, el esposo, a su esposa la Iglesia”. A las
propiedades fundamentales se unen otros bienes del matrimonio como la procreación y
educación de los hijos, la complementariedad y el bien de los cónyuges.

LA ORDENACIÓN DEL MATRIMONIO A LA TRANSMISIÓN DE LA VIDA

Los esposos a imagen de Dios son con-creadores de vida con Él. Cuando cumplen la función de
procrear colaboran con Dios Creador, cumpliendo su mandato: “Creced y multiplicaos” (Gn 1,
27). Es una finalidad que cumplen los esposos con responsabilidad sabiendo que transmitir la
vida es una consecuencia del amor. El bien de los hijos los compromete y los hace seguir
creciendo en el amor de Dios, al mismo tiempo, llega el compromiso de su educación. Los
padres cristianos saben que la gracia de Dios les acompaña para ir creciendo en el amor, ser
fieles, superar las dificultades, educar bien a los hijos y sentirse felices.

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Los esposos cooperadores del amor de Dios. La apertura a la fecundidad

La fecundidad se reconoce como un don, además de ser un fin del matrimonio, puesto que el
amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo, es un don recíproco del fruto y del
cumplimiento. La Iglesia enseña que todo “acto matrimonial debe quedar abierto a la
transmisión de la vida” (HV 11). Debido a la inseparable conexión que Dios ha querido entre los
dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador. Los
esposos son llamados a dar la vida, participan en el poder creador y de la paternidad de Dios (cf
Ef. 3, 14; Mt 23, 9). Es su deber transmitir vida humana y educarla, considerado como una
misión propia, en este acto los cónyuges son cooperadores del amor de Dios Creador e
intérpretes de su palabra y enseñanzas. Por eso, con responsabilidad humana y cristiana
cumplirán su misión por formar un juicio recto, atendiendo tanto a su propio bien personal como
al bien de los hijos y teniendo en cuanta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad
temporal y de la propia Iglesia.

Un aspecto a resaltar en esta responsabilidad es la ‘regulación de la natalidad’, los esposos


pueden querer espaciar los nacimientos de sus hijos, pero deben ser responsables de ellos. En
este caso, deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa
generosidad de una paternidad responsable, ya que traer al mundo a un niño trae consigo
responsabilidades, deberes y obligaciones que deben ser cumplidas, para garantizar una vida
digna, llena de amor y compresión, lo cual será expresado en las futuras sociedades. La llegada
de un hijo es una vocación maravillosa, gracias a ella, hemos nacido millones de seres humanos.
Por ello el Concilio reconoce a los esposos como cooperadores del amor del Creador y del
Salvador, quien, por medio de ellos, aumenta y enriquece diariamente a su propia familia.

El hijo como Don

La Sagrada Escritura y la práctica tradicional de la Iglesia ven en las familias numerosas como
un signo de la bendición divina y de la generosidad de los padres (cf GS 50, 2). Entendiéndose al
hijo como un don, el ‘don más excelente del matrimonio’; no es visto como un objeto de
propiedad, sino como un ser que posee derechos, al ser el fruto del acto específico del amor
conyugal de sus padres, tiene derecho a ser respetado como persona desde el momento de su

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concepción. Por otra parte, el Evangelio enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto.
Los esposos que, tras haber agotado los recursos legítimos de la medicina, sufren por la
esterilidad, deben asociarse a la Cruz del Señor, fuente de toda fecundidad espiritual. Además,
también pueden manifestar su generosidad y amor adoptando niños abandonados o realizando
servicios abnegados en beneficio del prójimo.

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS COMO FINALIDAD DEL MATRIMONIO

El deber-derecho de los padres

Corresponde al fin del matrimonio procrear y educar a los hijos. Se entiende como un solo fin,
porque la educación una necesidad de la generación en los seres humanos. Por lo tanto, se
entiende que el fin primordial del matrimonio es el hijo educado. Por ello se comprende el
derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo a sus convicciones religiosas y morales,
siendo estos pilares fundamentales en la conciencia de las sociedades venideras, que luego
esparcirán sus enseñanzas generación tras generación, viéndose desde esta perspectiva la
importancia de la educación y de los buenos valores que se deben inculcar desde el hogar. El
hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe, por eso la casa
familiar es llamada la "Iglesia doméstica", comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes
humanas y de caridad cristiana.

La generación es y será siempre el fin del matrimonio, el centro alrededor del cual gira la vida de
los conyugues. El hijo es el fruto bendito de esas uniones y requiere los cuidados más solícitos y
diligentes de los padres. De poco vale darles la vida del cuerpo, sino se atiende al resurgimiento
de la vida superior del alma, iniciándola en los principios de la moral y de la religión. La
educación es el complemento indispensable a la generación material. Es la obra magna a la cual
deben dedicara les padres, es el fin verdadero de su contrato.

La educación de los hijos en el hogar

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La familia posee una función esencial en la formación de las futuras generaciones, en ella
radican los valores que contribuirán al desarrollo de la sociedad saludable y virtuosa que se
necesita. La familia está presente desde la comunidad primitiva y es el lugar donde se deben
forjar los valores, para alcanzar un modo de vida más humano y saludable que posteriormente se
transmitirá a la sociedad entera. La familia cumple una función social, la cual es promover la
educación y el buen comportamiento ante el medio social, bajo valores morales y sociales, donde
debe prevalecer la armonía, la confianza, la seguridad, el respeto, los afectos, la protección y el
apoyo necesario para la resolución de problemas, a fin de que la persona misma cultive los
valores para trasmitirlos y enseñarlos a los demás.

EL VÍNCULO MATRIMONIAL

El vínculo matrimonial se entiende como la relación constituida entre los esposos mediante el
pacto conyugal. «El vínculo nace de consentimiento, de un acto de voluntad del hombre y de la
mujer; la fuerza del vínculo se funda en el ser natural de la unión libremente establecida entre el
hombre y la mujer». La palabra vínculo procede del latín vinculum, dando nombre a la argolla o
cadena, que se ponía a los soldados apresados en combate, como signo de esclavitud. El término
se utilizó, siglos después, para referirse a las situaciones derivadas de diversas relaciones
jurídicas, sobre todo a las que afectaban al estado de las personas, y para designar el efecto
jurídico del consentimiento matrimonial.

Por su parte el nombre de esposos deriva de esposados o encadenados, por esta razón, se suele
decir que los casados se entregan anillos -similares a las argollas de una cadena-, como signo de
su vinculación matrimonial. El uso del anillo constituye desde antiguo una manifestación pública
del compromiso adquirido: una relación permanente que afecta a su estado civil y canónico. La
utilización y aceptación popular del término manifiesta que la palabra significaba con propiedad
lo que ocurría a quienes se casaban: se modificaba su status, se establecía una vinculación entre
ellos, una relación permanente para compartir y establecer un nuevo hogar, una familia.

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El amor conyugal asumido por el amor divino

El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino, se rige y enriquece por la virtud
redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para conducir eficazmente a los cónyuges a
Dios y ayudarlos a fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad. Por ello
los esposos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como
consagrados por un sacramento especial. En esta participación especial en el sacerdocio común
de la Iglesia, los cónyuges pueden realizar su santidad. Con el sacramento, reciben la fuerza para
cumplir su deber conyugal y familiares, para progresar en la santificación mutua. Se ayudan
mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de la prole, y por
eso poseen su propio don, dentro del pueblo de Dios, en su estado y forma de vida.

LA GRACIA DEL SACRAMENTO

El sacramento del Matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos la
gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento
perfecciona el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el
camino de la vida eterna. El matrimonio se funda en el consentimiento de los contrayentes, en la
voluntad mutua, con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo. Dado que el matrimonio
establece a los cónyuges en un estado público de vida en la Iglesia, la celebración del mismo se
hace de modo público, en el marco de una celebración litúrgica, ante el sacerdote, los testigos y
la asamblea de los fieles. En una hermosa ceremonia que se lleva a cabo en la Santa Iglesia,
siendo una dicha forjar este lazo insoluble ante los ojos de Dios, nuestro padre creador. La
unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad son esenciales al matrimonio.

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La mutua santificación de los esposos

El don de Jesucristo no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que
acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia. El Concilio Vaticano II, lo recuerda
cuando dice que Jesucristo “permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se
amen con perpetua fidelidad, como Él mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella”. Por ello los
esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como
consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y
familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad,
llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y, por tanto,
conjuntamente, a la glorificación de Dios»

LA UNIDAD DEL MATRIMONIO

Las propiedades esenciales del matrimonio son la unidad y la indisolubilidad (c. 1056). Se trata
de propiedades intrínsecas a cualquier verdadero matrimonio, lo cual además supone la mutua
entrega total entre los dos contrayentes. Esa totalidad de entrega abarca también el tiempo, como
indica el c. 1056, el matrimonio cristiano queda reforzado en virtud del sacramento.

- La unidad: significa que una unión verdaderamente matrimonial sólo puede ser
monógama (de uno con una). La poligamia, tanto en su versión de poliandria (una mujer
con varios hombres), como en la de poliginia (un hombre con varias mujeres) contradice
esta propiedad esencial. Es evidente que la poliandria dificulta tanto la generación de la
prole como su educación. En cambio, la poliginia, si bien favorece la procreación,
dificulta su educación. El varón no comparte con nadie sus mujeres, pero éstas han de
compartir entre ellas el marido. En cualquier caso, ambas formas atentan contra la igual
dignidad de los cónyuges y, por tanto, contra unas relaciones verdaderamente justas.

 La indisolubilidad: es la proyección temporal de la unidad, cualquier matrimonio


válidamente constituido es indisoluble. A esta se opone el divorcio, al ser la
imposibilidad material de los fines del matrimonio. Sin embargo, el divorcio se ha

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generalizado en las legislaciones civiles modernamente, así como el matrimonio civil
obligatorio que impusieron gobiernos anticatólicos en Italia y España en el último tercio
del siglo XIX. Antes se veía con naturalidad que el matrimonio fuera indisoluble y se
consideraba el divorcio era un mal social. Situación que hoy en día no cambia mucho, ya
que el divorcio en sí mismo no algo bueno: es señal de que el matrimonio ha fracasado.

La existencia del divorcio debilita la plenitud de las relaciones conyugales: uno puede
jugar con situaciones que pongan en peligro su matrimonio porque sabe que, en último
término, siempre cabe la posibilidad de divorciarse. Desde un punto de vista religioso, la
indisolubilidad fue solemnemente reiterada por Jesucristo al interpretar auténticamente el
pasaje del Génesis cuando concluyó: «por tanto, lo que Dios ha unido, no lo separe el
hombre»

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CONCLUSIÓN

Grande es la dignidad del matrimonio, su misión sobre la tierra, sus cargas y alegrías, con sus
inmensas responsabilidades y obligaciones, que da a la tierra nuevos habitantes y futuros
pobladores del Cielo. El matrimonio es mucho más que un contrato civil con beneficios legales.
El matrimonio es una parte esencial del plan de Dios. La Biblia nos enseña las expectativas de
Dios en cuanto al matrimonio y nos brinda consejos sobre la relación familiar, personal y de
pareja. Las cuales deben ser entendidas y puestas en prácticas por sus creyentes.

La belleza y grandeza del matrimonio se manifiesta en sus propiedades, fines y bienes que hacen
que la vida de los esposos sea una “íntima comunidad de vida y amor”. Es la comunión de
cuerpo y espíritu unidos globalmente. Dice el Concilio Vaticano II: “Este amor (humano,
interpersonal, que abarca el bien de toda la persona) es capaz de enriquecer con una dignidad
especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas como elementos y señales
específicas de la amistad conyugal” (GS 49). El designio de Dios para el matrimonio es
maravilloso pues busca la felicidad de los esposos, a su vez impartir su palabra con las
generaciones venideras, quienes se encargarán de seguir estas hermosas enseñanzas, valores y
conocimientos que nos invita a reflexionar y crear una mejor sociedad cristiana.

La clave para ser felices es vivir su vocación al amor, que es llamada vivir una donación total,
generosa, entre los esposos y la familia. La vida cristiana de fe y la práctica religiosa que pone a
Dios y a Cristo en medio del matrimonio son planes y designios para ser plenamente felices con
nosotros, nuestra familia y entorno social.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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