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La Llama Que Nunca Se Apaga IUMEC
La Llama Que Nunca Se Apaga IUMEC
Se Apaga”
Por
1908 – 1983
“La llama que nunca se apaga” es pues el producto del trabajo que Doña Florencia con su
pluma inspiradora ha realizado. Al pasar por sus páginas Ud. querido lector va a encontrar
paso a paso la historia verídica del desarrollo de la Unión Misionera Evangélica en
Colombia desde la llegada del gran pionero Mr. Carlos Chapman, hasta el mismo año de
1.983. No hay ficción ni fantasía en esta obrita, pero por doquier Ud. puede ver la fantástica
y gloriosa mano del Señor realizando su voluntad a través de la vida de sus hijos y de su
Iglesia.
Fue por muchos años, la autora de este libro, al igual que Don Guillermo, su esposo,
copartícipe activa en forjar la historia narrada y por ello siento no equivocarme al decir que
es parte de su misma vida. Ahora los esposos Shillingsburg se han retirado como jubilados
para tener un merecido descanso después de haber entregado la mayor parte de su vida a la
obra misionera en éste nuestro caro país. Sin embargo, y este libro es testimonio de ello,
sabemos que ellos no descansan sino que viven activos cumpliendo diversos ministerios
siempre a favor de la obra misionera en Colombia.
Ha sido para mí un honor el haber sido escogido por la autora para que recibiese el escrito
original y realizase las correcciones idiomáticas necesarias y además completase algunas
ideas, más el último capítulo que había de ser añadido, ya que Doña Florencia al
permanecer en los Estados Unidos los últimos años, no tenía toda la información del
momento y ella quería ser muy fiel al relato verídico. Es altamente loable el que frente al
obstáculo de tener que usar el español en forma literaria, la autora no haya utilizado tal
razón para esquivar la tarea encargada y en cambio puso todo su empeño y todo su sentir
para entregarnos este precioso libro.
Es mi deseo y mi oración al Señor que el pequeño aporte presentado a la publicación de
“La llama que nunca se apaga” sirva, como sé que es el deseo de su autora, para que el
nombre del Señor Jesucristo sea honrado y para que las vidas de todos los lectores se
conviertan en verdaderas antorchas que irradien la luz de Cristo y así nuestros queridos
compatriotas puedan salir de las tinieblas del pecado y del mundo para poseer esa luz
admirable.
Nehemías Salazar O.
Abril de 1.983
DEDICATORIA
A nuestros hermanos con quienes nos reímos un poco, lloramos otro tanto, oramos y
luchamos hombro a hombro cuarenta años, dedicamos con cariño este pequeño libro.
PREFACIO
El 15 de marzo de 1825, se reunieron en Bogotá autoridades civiles y eclesiásticas, animadas todas por las
conferencias dictadas por un inglés, Mr. Thomson. El tema de sus discursos fue “la educación y el
mejoramiento de la vida espiritual”, y en su desarrollo indicó que es la Santa Biblia la que contiene la verdad
que libera del error.
Se resolvió aquel día fundar una sociedad Bíblica Colombiana con el fin de publicar y distribuir la Biblia y se
recibió una ofrenda de $ 1.380 (dólares) para empezar la obra.
Pero con los cambios en el mundo político, la oposición de algunos iba en aumento hasta que se extinguió la
pequeña lucecita que podía haber sido un faro de salvación para las multitudes.
En 1855 iba rumbo a Venezuela un frágil barco de vela. Los marineros luchaban con el mar embravecido,
pero frente a Cartagena el furioso Caribe venció a la embarcación.
Los sobrevivientes, llevados por la marea, encontraron hospedaje en la ciudad. Entre ellos iba el Sr. Ramón
Montsalvage, ex-sacerdote español, que ahora era un ministro evangélico ordenado.
Montsalvage había perdido todos sus libros y enseres en el mar, pero tenia un historia qué contar y tal cual el
naufrago Apóstol San Pablo, les relató a los colombianos cómo Cristo entró a su vida y les enseño lo que
Cristo podía hacer por ellos. En pocos meses, se dice, este ministro estaba pastoreando una numerosa
congregación en un convento abandonado en Cartagena.
En 1856 llegó el primer misionero evangélico a Bogotá, enviado por la Misión Presbiteriana. Otros pocos le
siguieron. Carlos P. Chapman desembarcó en buenaventura en 1908, el primer mensajero del Cristianismo
Evangélico en pisar la parte occidental, el sur y gran parte del interior del país.
Al abrir los archivos de la Unión Misionera Evangélica Colombiana y ver el desfile de hombres y mujeres
cuyas vidas hicieron la historia que tratamos de contar, quedamos confundidos. ¿Cómo poner en un solo tomo
las luchas, los quebrantos, las victorias y grandes triunfos de tantos? Sentimos que no se puede contar todo y
pedimos perdón si pasamos por alto algunos que deben estar incluidos.
Agradecemos a los que ayudaron a poner en papel nombre y datos inaccesibles a nosotros, y a Don Nehemías
Salazar quien tuvo a bien corregir y editar la obra. Pedimos a los lectores que al repasar este tomo, hagan lo
que un historiador francés pidió en cierta ocasión:
NO LAS CENIZAS.
Fuentes de pesquisa:
Por la ventanilla Carlos podía ver una faja oscura en el horizonte, de la costa del pacífico.
“Detrás de aquella faja hay gente que yace en la sombra de muerte, sin Cristo y sin la
Biblia”, decía el misionero para sí mismo.
“Yo tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellos también debo traer…” Juan 10:16.
Las palabras del Señor que conmovieron a Carlos mientras estaba en El Ecuador ya hacia
cinco años le vinieron a la memoria. “Otras ovejas… en el Valle del Cauca, aquel hermoso
valle, el clima tan suave y agradable, la gente dada a la hospitalidad, abundancia de frutas y
comida, el paisaje resplandeciente de colores, jardines y cosas amenas. Nace en mi corazón
un deseo de llegar a aquel valle para llevarles el Evangelio de la Vida”.
Era ya de noche cuando la poderosa bocina anunció que el barco se acercaba al puerto. “Y,
¿Cómo puede saber el piloto por donde guiar el barco en esta oscuridad?” preguntó Carlos
a uno de los marineros.
“Es que hay un faro que avisa que hemos llegado a la bocana. Luego el piloto busca una luz
bajita y otra más lejitos. Cuando se ve una luz directamente detrás de la otra, enruta el
barco y sigue adelante. Una tercera luz se alínea con la segunda, se vuelve a posicionar el
barco y avanza. De noche se guía siempre con luces”
“Gracias, Señor,” dijo el extranjero y comenzó a reflexionar: La mayor luz, Jesucristo, me
iluminó al puerto de seguridad y de ahí en adelante habrá luces – “lámpara es a mis pies tu
palabra”.
“Voy bien,” dijo el misionero. “Adelante con ancla levada”
Fue en el año 1908 que la Unión Misionera Evangélica con sede en Kansas City, Mo.
Resolvió enviar a un misionero a Colombia. Carlos Chapman estaba listo, dispuesto a dejar
a su esposa y al hijo de cinco años en el hogar paterno para poder viajar extensamente con
un misionero del Ecuador, Juan Funk.
Al llegar a la aduana de Buenaventura las autoridades no miraron a bien sus cajones de
libros, pero dejaron pasar todo el equipaje, diciendo: “¿Quién sabe?”
Carlos buscó un rincón en la bodega donde podía amontonar sus cajas mientras salía por las
calles a ver cómo iba la venta de sus libros. Logró vender bien hasta que las facultades de la
iglesia demandaron una inspección de su literatura.
“Sus libros,” dijeron, “no los puede vender sin permiso por escrito. Tenemos que
examinarlos para ver si su contenido pude llegar a corromper a los ciudadanos”
¿Corromper a los de Buenaventura donde dos terceras partes de todos los niños eran hijos
naturales? ¡Juzgar aquel Libro! Este bendito libro, que por siglos alrededor del mundo ha
sido el fundamento de toda moral - ¿en el tribunal para ser juzgado?
Los “inspectores” no volvieron, y bajo la cobija de la noche hombres llegaban a la bodega a
comprar libros y llevarlos a sus casas – chispas de luz dentro de las pastas que un día
prenderían un fuego en Buenaventura.
El misionero abordó el tren aunque los anofeles le habían picado durante su estadía en la
bodega y en todo el camino sufrió los dolores causados por los síntomas del paludismo. Por
la noche a una altura agradable Carlos pudo descansar en el terminal; el tren sólo recorría
cuarenta kilómetros en esos días.
Al vislumbrar la aurora del día siguiente, el delicioso aroma de arepas tostadas y chocolate,
despertó al enfermo. Los caballos estaban listos y antes de amanecer tuvieron que ponerse
en camino.
Viajando por la trocha, en fila, cada bestia levantaba una nube de polvo rojo sobre la cara
del que le seguía, pero a cada vuelta del camino los viajeros quedaban a la expectativa de
ver el deseado valle… ¡y por fin, allá estaba! ¡Tan hermoso! ¡Aquella alfombra de
esmeralda! Se aligeraron sus pasos, ya el cansancio se les apartaba, ansiosos estaban de
bajar al nivel de aquel jardín del valle.
Cuando ya los arreboles en la bóveda celeste del valle se iban apocando, las herraduras de
los caballos chispearon sobre las empedradas calles de la ciudad.
Cali en 1908 contaba con 35.000 habitantes y ni un evangélico entre tantos.
A Don Carlos no le afectó el hecho de que llegaban solo a enfrentarse con un sistema
religioso que había regido en todo pueblo y aldea en Colombia por siglos. Por una parte
sabía que no andaba solo. “Id… y he aquí YO estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo”. San Mateo 28:20. Y por otra parte en su equipaje llevaba la espada del
Espíritu, la Palabra de Dios. “Más cortante que toda espada de dos filos.” Hebreos 4:12.
Le tocó a Carlos estarse solo en Cali unos días esperando a Don Juan Funk. Lo primero que
hizo fue escribir a Bogotá pidiendo permiso para vender sus libros y repartir sus tratados.
Mientras demoraba el correo, los sacerdotes desde sus púlpitos avisaron a los caleños que
“un hereje ha llagado a nuestra hermosa ciudad. No compren de sus libros; no conversen
con él, ni le den entrada a la casa”
Una tarde agentes de policía se le acercaron mientras estaba sentado en el parque de San
Nicolás. Con toda cortesía le avisaron que en adelante no podía sentarse en el parque donde
la juventud caleña podía conversar con él.
“Pacientemente esperé a Jehová y se inclinó a mí y oyó mi clamor.” Salmo 40:1.
El día que llegó el permiso de Bogotá, Carlos tomó nuevo ánimo. Salió, llevando libros
debajo del brazo, cabeza erguida, lleno de valor y listo a enfrentarse con el enemigo.
La actitud de la Iglesia Romana hacia las Escrituras era de odio. Quemaban las Biblias a
cada oportunidad e imponían excomuniones a quienes compraban. El clero insistía que la
Biblia era demasiado profunda para la plebe entenderla y que aún “es posible enloquecer
leyéndola”. Aunque día a día el arma más usada por la Iglesia, la excomunión, iba
perdiendo su filo, los más todavía se asustaban se apartaban del extranjero. Cali no estaba
aún lista a recibir lo que el misionero ofrecía.
CAPÍTULO DOS
Al llegar Don Juan empezaron los preparativos para sus viajes. Hubo tres bestias, dos de
montar y una para la carga. Su estrategia fue llegar a un pueblo, arrendar una pieza con
mostrador hacia la calle en donde ponían sus libros de día y donde dormían de noche,
recostado a la cabeza sobre una Biblia.
Al principio de 1909 cruzaron el valle y visitaron la ciudad de las palmas, Palmira. Donde
los amables palmiranos nunca rechazaron ni sus personas, ni sus libros. Visitaron las fincas,
entraron en caseríos; así lo anotaba Don Carlos en su diario: “Muchos curiosos nos siguen
por las calles. Hay espíritu serio en algunos. Los que toda la vida han oído los nombres de
“Jesús” y “Dios” son tan ignorantes de la Gracia de Dios como lo son los paganos de
África.”
Saliendo de Santander de Quilichao, pueblo amistoso, emprendieron viaje hacia la ciudad
de Popayán donde la actitud fue “predique si quiere, pero nosotros tenemos religión y no
vamos a cambiar.” Sin embargo compraron bastantes libros y todos ellos contenían rayos
de luz.
“…antorcha que alumbra en lugar oscuro…” 2 Pedro 1:19. Volviendo a Cali reclamaron las
cajas de libros enviados de Panamá y montaron sus bestias para viajar – esta vez hacia el
norte.
En aquellos días no había carrilera, ni siquiera un callejón para carretillas, solamente una
trocha de caballo. Todo transporte de productos se hacía a lomo de bestia. Los misioneros
siguieron la trocha que les llevó de pueblo en pueblo. “Buga,” les decían algunos, “es el
pueblo más fanático del valle. Sería peligroso para Uds. ir para Buga.” Pero a pesar de las
amonestaciones Don Carlos dijo: “Yo no veo porqué tenemos que dejar este gran pueblo
sin un testimonio.” En Buga su pieza estaba llena de visitantes desde por la mañana hasta la
noche. Se turnaron los viajeros en contestar preguntas y explicar las Escrituras. Quedaron
en Buga una semana y el interés del pueblo no mermó. Al dejar Buga,” escribió Mr.
Chapman, “llevamos un peso en el corazón. Ojala que hubiera alguien que pudiera quedar
con este pueblo porque aquí hay almas para el Señor. ¿Dónde, dónde están los obreros?”
En Cartago y en Pereira encontraron los librepensadores listos a comprar el libro que
contiene el mensaje que convence a cualquiera que quiere saber.
Antioquia fue entre todos los campos el más difícil, y entre Manizales y Medellín no
encontraron amistad. Sólo pudieron dejar el testimonio silencioso, porciones que Dios
promete “no volverán vacíos”
En Medellín una bendición les esperaba. Hacía unos años un matrimonio, los esposos
Touzeau, habían levantado una pequeña congregación y los hermanos habían seguido con
sus cultos semanales. Carlos anotó en su diario, “Hemos viajado desde Popayán en el sur,
cruzando tres departamentos y hasta la mitad del cuarto, visitando de pueblo en pueblo y
ésta es la primera vez que nos encontramos con hermanos evangélicos”
En la „hoya del Quindío‟ visitaron siete pueblos donde unos pobres antioqueños habían
llegado para arrancar del fértil terreno mejor vida de la que dejaron en Antioquia. En todos
los pueblos hubo sincero interés en el estudio de la Biblia, y en Armenia aun ofrecieron
comprar una casa para los mensajeros si pudieran permanecer con ellos. Sin oposición
ninguna predicaron en la plaza central de Armenia siete noches.
Así, levantados los ánimos con algo de éxito, volvieron a Cali para empacar más libros y
salir en otra dirección.
Al tercer viaje les llevó hacia el oriente. Pasando por Santander de Quilichao y las mesetas
de la cordillera central, llegaron a Silvia, donde uno tiembla a mediodía con el frío. En el
Páramo ni siquiera crecía una espiga para los caballos. Se detuvieron en Inzá donde el
invierno les azotó cruelmente y de allí pasaron a La Plata, el primer pueblo huilense.
Siguiendo hacia el norte visitaron varios pueblos siempre dejando copias de las Escrituras
con lo que tenían a gusto recibirlas. En todo el camino gozaron de la amabilidad y cortesía
de las gentes, pero en Neiva les esperaba otra experiencia. Al salir un día a coger sus
bestias, las encontraron con la cola y la crin motiladas. Montar esas bestias era penoso para
los extranjeros y tal vez ocasión de afinar un poco la gracia de la humildad.
Luego a Natagaima, Girardot, Tocaima, Viotá, La Mesa y por fin llegaron a Bogotá donde
los misioneros Candor y Williams les dieron una calurosa bienvenida. Pero como sentían
que su misión era urgente, no demoraron en Bogotá. Dieron su mensaje a los de
Chiquinquirá, con todo valor, aunque el pueblo era tan devoto a la virgen de Chiquinquirá.
Pasaron por Socorro, Santander, y hasta Honda donde los dos partieron camino. Don Juan
volvió a su campo en el Ecuador y Carlos se embarcó en lancha para Barranquilla donde
compró su acostumbrado tiquete de tercera en un vapor, aguardando con gozo la reunión
con su esposa y con Wilbur, el hijo.
Los dos misioneros habían llevado el Evangelio a más de cien pueblos en los dos años y
sólo en uno de ellos, en Bogotá, encontraron misioneros evangélicos.
VIAJES MISIONEROS DE
P. CHAPMAN Y JUAN FUNK
1908 — 1909
PRIMER VIAJE
Palmira. Santander de Quilichao,
Popayán (no había carreteras, sino
trochas)
SEGUNDO VIAJE
Guacarí, Buga, Cartago, Pe re ira
Manizales, Medellín (muchos
pueblos)
El Quindío — Armenia — Cali.
TERCER VIAJE
Santander de Quilichao, mesetas de
la
Cordillera central, Silvia, el
Páramo,
Inzá, La Plata, Neiva, Natagaima,
Girardot, Tocaima, Viotá, La
Mesa, Bogotá.
Bogotá, Chiquinquirá, Socorro,
Santander, Honda, Barranquilla y
Los EE.UU. En dos años llevaron el
mensaje amor de Dios a más de
cien pueblos.
Primer viaje
Segundo viaje
Tercer viaje
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CAPÍTULO TRES
“Da-gua. Hasta aquí llegamos.” Así gritó el conductor del minitren que había salido de
Buenaventura. Se desmontó un caballero ojiazul de barbilla puntiaguda, con anteojos de
alambre y frente amplia. Atendía su esposa quien se portaba como una reina ostentando
como corona su linda cabellera rubia. Brincando a su lado estaba una sonriente niña
llamada Cata, con dos largas trenzas color de cabuya. Y por fin bajaron del tren dos jóvenes
altos de buen parecer – la familia Johnston.
Llegaron a Buenaventura en 1912 durante la ausencia de Don Carlos. En Dagua, donde se
paró el tren, tuvieron que conseguir tres bestias para transportar su equipaje y dos en que
montaron por turno el resto del camino.
Cuando después de viajar dos días llegaron a Cali, dejaron caer sus cuerpos rendidos en el
andén del parque Caicedo. La banda municipal tocaba, una brisa del occidente les
refrescaba; pero, sin conocer el idioma, sin conocer a nadie, sin saber para donde coger y
muertos de fatiga, solo podían orar a Dios ahí en el andén.
Al rato un alemán que hablaba inglés se acercó; les invitó a su residencia cercana y les dio
leche, “Nunca en la vida he tomado nada tan sabroso como esa leche,” contaba Doña
Catalina años después. “Si Dios premia al que da una taza de agua al sediento, cuánto más
su le da leche”
Con la ayuda de su nuevo amigo arrendaron casa y pronto se acomodaron. Don Teodoro no
demoró en salir a la calle con su literatura y sus libros. No podía hablar mucho, pero sus
ojos y su sonrisa comunicaban su espíritu de amistad, los libros contenían la llama que
alumbra la mente en tinieblas.
En los Estados Unidos aquella primavera del 1813 Don Carlos y su esposa Mamie
afrontaron una situación difícil. Teodoro Johnston necesitaba urgentemente a Carlos. El
pueblo colombiano ya despertaba y las oportunidades de comunicarles el mensaje de Dios
no alcanzaba a aprovecharlas uno solo. Pero Dona Mamie no sentía que su salud aguantara
el clima de los trópicos, ni quería que su hijo fuera allá. El corazón de Carlos se le partía.
No quería desprenderse de su familia otra vez, pero la responsabilidad de llevar el
Evangelio que daría el Cielo a los colombianos pesaba sobre su corazón. ¡Cuánto amaba a
esa gente! Por fin acordaron vivir separados por un tiempo más, esperando que de alguna
manera Dios haría posible el reunirse en el futuro.
En el viaje a Colombia Carlos se sentía solo y desconsolado. Al acercarse el barco a
Buenaventura escribió: “siento que he llegado a casa.”Si mi esposa e hijo estuvieran
conmigo, nunca más desearía dejar a Colombia hasta que el Señor me llevara”.
No fue hasta años más tarde que se dieron cuenta del costo de esa separación, pues la
reunión esperada nunca se realizó. Llegó el día en que Carlos fue llamado a su tierra,
llegando al lado de la moribunda esposa el mismo día en que expiró.
No sólo Carlos sintió esa „espada‟ que separa seres amados al coger uno el arado del Señor.
En años subsiguientes otros hermanos también secaban las lágrimas con una mano,
mientras cogían el arado con la otra. “Y cualquiera que haya dejado… recibirá…”Mateo
19:29.
“Mi vida di por ti. ¿Qué has dado tú por mí? Sí todo yo dejé por ti. ¿Qué dejas tú por mi?”
Hubo regocijo en Cali el día que llegó Don Carlos, y él mismo no podía contenerse al ver
que unos de los enemigos ya eran amigos. La semilla sembrada en sus giras de
evangelización llevaba fruto; el campo le invitaba; había oportunidades de enseñar la
Palabra de Dios dondequiera que fuese.
Don Teodoro no gozaba de salud robusta y se enfermaba en los viajes demasiado extensos,
pero él con Carlos hacían una pareja formidable al visitar los pueblos y caseríos el Valle y
en el Cauca. Ya no buscaban una pieza donde predicar a unos pocos sino que su púlpito se
encontraba en una plaza, en un parque, o en el cruce de caminos. A veces les tiraban piedra;
había desengaños y dificultades, pero el desánimo que sentían fue causado mayormente por
la poca evidencia de que su mensaje fuera comprendido; no había señas de arrepentimiento.
Abrimos otra vez un cuaderno cuyas páginas están tostadas los años y leemos: “Creo que
HABRÁ COSECHA ALGÚN DÍA. ANHELO VER AQUEL DÍA. Muchas veces siento
angustia y preocupación por mi hijo y tengo que clamar a Dios para que obre en mí y en los
míos.”
"Los Johnston y la Niña Cata con los esposos Foster, ingleses que ayu daron a penetrar al Chocó."
CAPÍTULO CUATRO
Carlos había pasado casi un año viajando por pueblos, campos y veredas y ahora al volver a
Cali sentía un gran cambio de actitud hacia su mensaje. Fue saludado con respeto y
cordialidad. Muchos ya leían la Biblia, gracias a Doña Carrie de Johnston y a su hija Cata.
Ellas mantenían un salón de lectura abierta al público, prestando libros, revistas y la Biblia
a quienes quisieran leer.
Cali estaba progresando también. Una planta eléctrica había sido construida; un tranvía
funcionaba; pronto durmientes y rieles llegarían hasta Cali, haciendo posible viajes en tren
desde el puerto. Una familia evangélica llegó de Bogotá y había interés por parte de
muchos vecinos.
Ya era tiempo de establecer servicios religiosos con horario fijo en algún salón amplio.
Y hubo adversarios. Cuando afuera todo parecía en calma, por dentro el enemigo trataba de
meterle en la ciénaga de despecho, dudas y desánimo.
El 31 de Diciembre de 1916 escribía en su diario: “Oh, Dios, esta noche al terminar un año
más, repaso los meses. Cuánto podía haber hecho por ti si hubiera sido más consagrado.
Cuántos pueblos he visitado pero cuán poco de podido hacer. ¿Qué he hecho por estos
pobres caleños? He sido tentado; casi me desmayo. Al recordar a mi querida esposa y mi
hijo tan lejos de mi lado. ¡Oh, Dios, he sido atormentado! ” Mi vida como misionero nunca
me ha parecido más fútil y sin fruto. ¿Habrá mejores días? ¿Me darás gracia para
continuar? ¡Dios mío! Por tu grande misericordia, ten mi mano para que no falle”
Aquel fin de año mientras Carlos lloraba en su alcoba, Cali estaba de fiesta. Apenas a la
media cuadra, en el parque San Nicolás la banda municipal interpretaba música folclórica,
canciones al final el Himno Nacional.
CAPÍTULO CINCO
Siendo que ya la obra en Cali había quedado organizada con obreros nacionales, la familia
Johnston busco otro campo. Los rieles cruzaron el Cauca y frecuentes visitas a Palmira
dejaron al misionero Johnston convencido que Palmira le llamaba. Desde el día que la
familia se trasladó, había amigos que se mostraron contentos y había quienes escucharan su
mensaje.
Los dos pioneros, Carlos y Teodoro, vieron que su ministerio tendría que multiplicarse,
pero los directores de la Misión foránea no estaban listos a aprobar ocupaciones que
quieran tiempo de la obra principal, la de evangelizar.
¿Dos hombres solos para evangelizar a una nación? ¡Ni en cien años! Tenían que buscar
modo de ampliar su testimonio.
Un día Teodoro se paró en medio del mangón que la familia Eder de La Manuelita regaló a
la Misión. Metido ahí entre el rastrojo Dios dio a su siervo una visión. Teodoro alzó sus
ojos y dio a Dios su palabra que haría lo posible para llevar a cabo la visión recibida: dos
colegios, uno para jóvenes y otro para señoritas – juventudes que serían obreros en la viña
del Señor. Y allí en la esquina, un hospital para los evangélicos enfermos.
Primero construyó en veintiún días una amena casita de bahareque para su familia y luego
empezó a quemar ladrillo. Levantó una casa grande y amplia, piezas para jóvenes, un taller,
otro taller, un dormitorio para señoritas – pero sólo por la fe alcanzó a ver Don Teodoro lo
que hoy ocupa la esquina del mangón – La Clínica Maranatha.
Así Don Teodoro siguió su sueño de organizar escuelas Bíblicas en su plantel en Palmira,
mientras Don Carlos escogió compañeros de plomo – letras de molde y una imprenta.
¡Multiplicarían las voces para Cristo!
Funcionó la Escuela Bíblica para Jóvenes doce años con los esposos Johnston. Teodoro fue
muy ingenioso. Solucionó el problema del sustento enseñándoles a los jóvenes a hacer pan,
el mejor pan para la venta en la ciudad. Los jóvenes lo llevaban por las calles en cajones
cargados en lomo de mula.
Después inventó maquinaria para haces escobas y cepillos superiores a los que se vendían
en le mercado, y cuando más tarde tenía competidores, invento maquinas para hacer
costales.
Año tras año llegaron jóvenes hasta llenar todos los camarotes.
"Clase de 1928"
Entre ellos estaba uno llamado Evaristo Navarrete. Era casado pero cuando aceptó a Cristo,
su esposa, disgustada, se fue y no volvió.
Evaristo quedó solo toda su larga vida. Se matriculó en la Escuela Bíblica donde tenía que
madrugar para prender el horno, amasar pan, venderlo a medio día y estudiar por las
mañanas y por la noche. Sirvió a Cristo medio siglo; le tocó ir a la cárcel en Caldas, viajó
en champa al sol y bajo torrenciales aguaceros en El Chocó, recorrió los caminos
polvorientos y candentes del Cauca como pastor itinerante de un campo extenso, y fue por
un tiempo pastor en una iglesia en Guayaquil, Ecuador.
En sus últimos días el octogenario Evaristo yacía en una cama en el hospital, su viejo
sombrero a su lado. “Déjelo aquí,” dijo. “Tengo que levantarme y coger el trabajo”.
Un día entró la enfermera y vió que Evaristo se había ido con los ángeles. Había dejado su
viejo sombrero que representaba sus bienes materiales que en tantos años de trabajo aquí en
la tierra había juntado. Pero se sabe que “cada uno recibirá su recompensa conforme a su
labor” I Corintios3:8. Y además, Dios no arregla todas las cuentas en esta vida.
Agustín Cubides y Pedro Villegas, valientes estudiantes, llevaron el Evangelio a Caldas,
visitando casas y vendiendo Biblias. En Quinchía los echaron en la cárcel donde
permanecieron veinte días. Luego al salir siguieron su obra “obedeciendo a Dios más bien
que a los hombres”.
En un viaje tocaron la puerta de Don Ramón Mejía quien había leído el Mensaje
Evangélico pero no había visto ningún obrero. Los Mejía tenían dos hijas, Julia y Rosa, y
Dios las escogió para sí. Cuando tenían edad, fueron a Palmira a estudiar y allí encontraron
sus esposos. Rosa se casó con Daniel Pinto y Julia con Pedro Noreña, ambos estudiantes de
Don Teodoro. Sarita, hija de Rosa, se casó con Josué Salazar y los dos fueron alumnas en la
formación de la UMEC por muchos años. Julia y Pedro hicieron historia en la jungla del
Chocó.
CLASE DE 1.942
De pie de Izq. a Der.; Isabel Gómez, José Rengifo, Inocencia Montero, Oliva Perea,
Emperatriz Salazar, Juan E. Gutiérrez, Petronila Casamachín, Luis Carlos Agudelo, Rosa
Viera, Antonio Rojas. Sentadas en el mismo orden: Purificación Gómez, Carmelina
Jiménez, -----------------------------------------------------------------------------------------------------------
CLASE DE 1951:
1a. fila de izq. a der.; Betsabé Benítez, Elvina Iriarte, Dámaris Mancilla, Inés Montero, Nidia
Caicedo, Rosalba Naranjo, Blanca Guevara.
2a. fila; Agripina Álvarez, Raquel Palacios, Sara Pinto, Reinela Aguirre, Dámaris Cubides, Yolanda
Rumié.
3a. fila; José A. Sánchez, Alfonso Palacios, Elíseo Iriarte, Manuel Cano, Moisés Álvarez, Alfredo
Córdoba, Ezequiel Cosme.
4a. fila; Fidel Castañeda, Simeón Zapata, Desiderio Tapasco, Melquisedec Guapacha, Antonio
Balanta, Miguel Quijano, Sofonías Peláez.
Cuando durante la „violencia‟ hubo amenazas si aquel protestante seguía sus visitas a la
casa de Solís, Agustín no dio su brazo a torcer. Seguía dando los estudios en casa se los
Carabalí. La luz penetró la negrura de aquella montaña y muchos vecinos con sus
numerosas familias creyeron y formaron la congregación de Honduras. La hermosa iglesia
que como faro testifica a la región queda hoy como monumento al fiel siervo Agustín.
Y, se pregunta, ¿Qué salario recibían los obreros? En este mundo no tenían garantía de
ningún sostén, pero voluntariamente salían confiando en que Dios había de suplir las
necesidades según las muchas promesas en aquel libro que ofrecían a las gentes,
asegurándoles que el contenido era la Verdad de Dios. Recibían pequeñas ofrendas y algo
del porcentaje de ganancia de la venta de libros.
“A trabajar os mando por el mundo, sin recompensa, fama o sostén. Para aguantar
las luchas y burlas, a trabajar os mando yo también. Como el Padre me mandó así os
mando yo. A soledad y ansia yo os mando, con corazones llenos de amor.
Abandonando hogares y amigos, para sufrir los mando yo también”
¡Valientes Soldados!
Don Teodoro fue un querido y paciente pastor y maestro. Se cuenta que un día dos de sus
estudiantes con maletas empacadas tocaron en su puerta.
“Buenos días,” les saludó su profesor.
“Buenos días,” respondieron los dos secantemente. “Nos vamos.”
“¿Me llevan?” Con su acostumbrada dulzura y suavidad, Teodoro venció.
Cuando había sucesor para encargarse de la obra en los colegios, los esposos Johnston
ocuparon una chusca casita en medio de rosales en el plantel. Habiendo terminado su obra,
el 13 de Diciembre de 1938 Teodoro pasó de esta vida a recibir su galardón.
CLASE DE 1952:
De Izq. a Der. Sentadas; Dorothy Hagerman, Carola de Zuercher, Benilda Cana-val, Sara Pinto, Laura
Villegas, Elvina Iriarte, Nohemi Granados, Elvia Chamorro y Florencia de Shillingburg. 2a. Fila: Heriberto
Cárdenas, Ray Zuercher, Miguel Usuriaga, Corona Londoño, Idida Navarrete, Elsa Suárez, Aura Rosa
Velasco, Elizabeth Chalarca, Samuel Castrillón, Guillermo Shillingsburg y Calixto Tálaga. 3a. fila; José A.
Sánchez, Josué Salazar, Nehemías Salazar, Joel Granados, Gentil Soto, Manuel Cano y Jorge Vásquez.
CAPÍTULO SEIS
Cuando en 1917 una herencia hizo posible la compra del equipo, Carlos no demoró en
instalar su imprenta. Desde su escritorio en Cali ministraba a su congragación de cerca de
cinco mil personas por medio de un periódico. En sus viajes había guardado los nombres de
amigos, agentes, dueños de talleres, alcaldes, etc. Tenía sus lectores regados por todo lo
largo y ancho del país.
El tema que más aparecía en las páginas de su periódico era La Biblia. La defendía, la
explicaba, recomendaba su lectura y publicaba todo ataque contra el divino Libro.
El Mensaje no fue atractivo – en papel de imprenta, siempre en tinta negra, sin dibujos ni
cuadros, pero la lectura era otra cosa. Fue leído con interés.
Estudios de edificación y sermones evangelísticos llenaban algunas páginas. Los seis tomos
grandes que contienen estas revistas (1918-1975) es un tesoro histórico del desarrollo de
una comunidad cristiana evangélica que brotó del suelo oscuro donde se asentaba una
religión desvestida de la vida divina.
Por su revista Don Carlos se dirigía a los problemas de la nueva obra: el matrimonio civil y
el cementerio libre. Con la realidad de que ahora se goza es difícil comprender la lucha que
tuvieron nuestros progenitores para obtener un cementerio y, al tener uno, poder enterrar a
sus muertos en él.
Decía la ley (Octubre 18 de 1893): “se fundarán cementerios para cadáveres que no pueden
sepultarse en sagrado, especialmente en poblaciones en donde sean más frecuentes las
defunciones de no-católicos. Para tal objeto se destinará un lugar profano obteniéndolo con
fondos municipales.” En 1918 los hermanos en Puerto Tejada, basándose en esta ley
pidieron su lote para cementerio. En Palmira el terreno fue regalado por la familia Eder,
dueños de La Manuelita. Poco a poco las iglesias tenían donde sepultar a sus muertos y
cesó la molestia por parte de los curas.
Cinco meses después de echar al correo el primer número de su periódico, el escritorio del
misionero estaba lleno de cartas y tuvo que avisar en el próximo número: “… por falta de
espacio no podemos publicar las protestas que hemos recibido de varias partes de la
República contra ultrajes sufridos por los hermanos.” Pero cada número a lo menos llevaba
un caso como el que sigue:
De Puerto Tejada, escrito por José Tomás Zapata G. “se enfermó una señora, la esposa de
Adriano Zapata. L llamó a un sacerdote para que confesara a su esposa, pues ignoraba la
palabra de Cristo quien dice „Venid a mí todos los cargados y trabajados que YO os haré
descansar.‟ Buscó su consolador en un hombre, y no lo encontró. El párroco estaba poco
dispuesto para ir a cumplir con su misión y dijo que por tres pesos iría. Don Adriano no
tenía tanto dinero pero prometió traerle ese valor en maíz y arroz. El avispado hombre de
sotana no convenía, alegando que sufría de fiebres, pero que iría si le daba el dinero. No
hallando el pobre Adriano la plata, tuvo que regresar al lado de su afligida esposa. Gracias a
Dios, hemos hallado por los estudios en las Sagradas Escrituras que no es un hombre lo que
necesitamos en tales horas que prueba sino una fe viva en él que murió por nosotros,
Jesucristo”.
Hubo también casos en que un sacerdote ejercía su influencia en la política, cosa que alejó
a algunos de la Iglesia Romana. Ismael Palacios Celís escribió desde La Tulia diciendo que
cuando oyó decir: “todo liberal está ya condenado a las llamas del infierno desde en vida,”
dio su espalda a su religión tradicional. Luego encontró la felicidad y la paz en Cristo.
Segundo Vivas Valencia (padre del obrero David Vivas) es otro que perdió su fe católica
por ser el cura político. Luego Don Segundo como compañero de Don Carlos Chapman
ayudó a evangelizar en Florida, Cabuyal, Tamboral y Miranda.
Caloto, 23 de Agosto de 1930
Cúmpleme el honor de saludar a usted ya su digna familia, ofrecerle mis servicios de amigo y de Párroco en
lo que a bien tenga ocuparme; considerarme como miembro de su familia, como verdadero padre que ama de
corazón a todos sus hijos sin distinción y a la vez pedir de su generosidad y probado catolicismo una limosna
ya sea en dinero o en semovientes para la obra del altar en honor del Santo Ecce-Homo, que se hará en la
Iglesia y para el enmosaicado de la capilla de la Niña María.
Dejo a su arbitrio la respuesta favorable a esta esquela y me subscribo como siempre afmo. Amigo y amante
Párroco.
Respetado Señor:
Esta para dar respuesta a su muy digna esquela la cual tuvo a bien dirigirme, en la cual me ofrece sus
servicios como Párroco y como un Padre que ama a sus hijos y al mismo tiempo pedirme una limosna.
Ahora bien, con el debido respeto que Ud. merece, me permito decirle lo siguiente:
Primero: Yo, José Santiago Saldaña C. fui feligrés de la llamada Iglesia Católica Romana por (33) años, es
decir que en este lapso de tiempo me encontré sometido a la senda o religión de mis mayores, en cuya fe mi
alma no encontró nunca la paz espiritual; por lo contrario toda mi vida fue llena de temores y engaños. Pero
gracias a Dios que me mostró una senda verdadera, el Evangelio, y esto hace cinco años. Ahora puedo decir
con toda verdad que disfruto de un gozo, paz y tranquilidad en mi alma.
Hoy, dígase lo que se dijere y hagan todo lo que a bien tengan, soy uno de los afiliados por la Iglesia
Evangélica. “Porque no me avergüenzo del Evangelio, y esto es por la fe que he puesto en aquel que dio su
vida por mí.
Segundo: le agradezco sus servicios que me ofrece como Párroco, y le diré: en cuanto los asuntos de fe no
puedo aceptarlo. “porque así ha dicho el Señor”. Maldito el varón que confía en el hombre y pone carne por
su brazo y su corazón se aparta del Señor. Y bendito el varón que se fía en el Señor. Jer.17:5,7”
Tercero: en cuanto al amor fraternal estoy listo para servirle. Mateo 19:19 y
Cuarto: Que tocante a la limosna que me pide tengo que decirle que no puedo. “Porque El Dios que hizo el
mundo y todas las cosas… no mora en templos hechos de manos. Ni es honrado con manos de hombres
necesitados de algo… Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado, el corazón contrito y humillado esto
es lo que agrada a mi alma. Salmo 51:17”
CAPÍTULO SIETE
En el país donde por cuatro siglos sólo una minoría podía leer, estaban despertando. Antes
no había tanta necesidad de alfabetización porque un pan espiritual les era proporcionado
por el „curita‟ local según veía éste la capacidad o la necesidad, y siempre a su antojo. Pero
ahora en muchos hogares había un libro nuevo y estaban ansiosos de conocer el contenido.
Era el libro de Dios; sus páginas hablaban sobre el camino al Cielo y querían conocer aquel
Camino.
En manos de la Iglesia Católica Romana estaba el sistema de educación y todos los
alumnos en escuelas públicas, tanto rurales como urbanas, tenían que confesar la religión
del Estado. Ahora se presentaba el problema para los hijos de no-católicos. Necesitaban sus
propias escuelas.
En 1925 tres señoritas empezaron estudios en la casa de Don Carlos en Cali con el fin de
aprender algo sobre el magisterio. Las Srtas. Cora Bruner e Ida Danielson eran sus
profesoras. El siguiente año Cora Bruner y sus estudiantes se trasladaron a Palmira al
plantel de Don Teodoro. Las niñas como jóvenes tenían que trabajar para su propio sostén y
Catalina Johnston les enseño a tejer, coser y bordar. Cada año el número de niñas iba en
aumentando y en la rústica aula de clase se formaban maestras que podían enseñar y
predicar el mensaje del amor de Dios.
Y ¿de dónde llegaban estas señoritas? De los centros en el Valle, en Cauca, en Caldas y
hasta de Nariño. Un llamado “hereje” llevó Biblias a un pueblo nariñense donde el cura las
recogió para quemarlas en una fogata. Unos niños que pasaban esa tarde jugando por la
calle de la quema, rescataron de entre las cenizas un Testamento medio consumido y lo
llevaron a su casa. Ese chamuscado libro contenía la luz divina que iluminó el corazón de
la niña Claudia Vergara y su familia. Ella fue la primera nariñense en llegar a Palmira se
casó con Pedro Villegas, primer estudiante de Don Teodoro – una pareja abnegada en la
Obra del Señor.
Don Carlos visitaba el Colegio de Señoritas con frecuencia y a las profesoras no les era de
agrado sus visitas. Siempre decía lo mismo: “Señorita Cora, aquí tengo una carta…” ¡Sí,
una carta pidiendo maestra! Y nunca había una maestra preparada.
“¿Qué de Tulia Cruz? “Preguntó el misionero en una visita” “Ella puede muy bien enseñar
en Carminales. Vengo el lunes a llevarla yo mismo.”
Tanta la necesidad… Una congragación donde podrían leer la Biblia – querían leer – había
muchos niños…
Y Don Carlos Vencía siempre.
Tulia Cruz, llena de temor hacia lo desconocido, pero a la vez gozosa, ¡Voy a ser maestra!,
medio escuchó los consejos de las profesoras. Con una cajita de tiza, unos libros viejos y su
ropita en una caja de cartón, se despidió de sus compañeras; todas anegadas en lágrimas
despidieron a „maestra‟.
Gilberto Duque los esperaba con bestias en Mediacanoa hasta donde llegaron en un
estrepitoso bus. Cabalgaron y emprendieron la pedregosa trocha encaramándose por la
montaña, destino a Carminales.
El otro día llegaban los chicos de los cuatro vientos, descalzos, con mejillas y piececitos
rojos del frío. El corredor era el salón de clase en donde el viento gélico les obligaba a
apretarse el uno contra el otro en la larga banca. Cogiendo por primera vez los lápices en
sus manitas tiesas, hacían sus garabatos en cuadernos delgados.
Y, suspirando, Don Carlos dejó allí a los preciosos niños con Tulia y con Dios. Después de
unos meses al volver un obrero a visitar el grupo en Carminales, los chicos se levantaron
para saludarlo con un “Buenos Días” y luego en dulce armonía cantaron:
“Con gran gozo y placer nos volvemos hoy a ver
Nuestras manos otra vez estrechamos
Se contenta el corazón ensanchándose de amor
Todos a una voz a Dios gracias damos”
Una de las reformas del Dr. Olaya Herrera fue obligar a todos los niños a estudiar,
exceptuando los con impedimento físico. Se impulso una multa a los padres si los hijos no
estudiaban. Según la ley, el niño debía estudiar hasta tener los once años, y al cumplir los
once el gobierno daba constancia de que había cumplido con la ley y ya podía trabajar.
Como no daban abasto las escuelas existentes, se dio permiso para enseñar en las casa
particulares y estas escuelitas también fueron reconocidas por el gobierno.
“Levantémonos,” escribió Don Carlos en su periódico, “a ayudar a abolir la ignorancia.” Y
decía: “tenemos personal, la fábrica de maestras funciona.”
Jóvenes y señoritas de los dos colegios en Palmira – Juventud valerosa, que marchaba por
los llanos y cordilleras; heraldos para Cristo, enseñando no sólo a la niñez sino a los
aldeanos, un mejor modo de vivir.
Aviso en El Mensaje Evangélicos: “Las maestras de nuestras escuelas dan cuarenta horas
por semana a la sala de clase. Están encargadas de dirigir la Escuela Dominical; predican
cuando no hay otro que lo haga, informan a la „junta‟ sobre la marcha de la escuela, visitan
las casas en la vecindad para evangelizar.” ¡QUE JUVENTUD!
Las maestras contribuyeron a mejorar las condiciones ambientales de comunidades rurales.
La profesora Cora enseñaba una clase llamada Salud y Sanidad, material provisto por el
gobierno. Los peligros de enfermedades tropicales, los insectos y parásitos, medidas
preventivas y el tratamiento fueron tratados con cuidado. Muchas veces una maestra
llegaba a su destino para encontrar que no había sanitarios de ninguna clase. Todos
buscaban el cafetal en el recreo para atender sus necesidades fisiológicas. Esta falta de
higiene fue la mayor causa de tantas enfermedades en la niñez. Preciosos chicos barrigones
y con ojos hundidos, pálidos y flacos, estaban demasiado enfermos para asistir a las
escuelas. Las maestras llevaban el croquis de una letrina rústica y en el paisaje andino
empezaron éstas a aparecer.
Había algo de crítica, por parte de algunos, porque las maestras no eran bien preparadas
para encargarse de una escuela. No se negaba el hecho de que su conocimiento era bastante
escaso y los directores de las instituciones se lamentaban de que ellas no podían quedarse
hasta terminar el curso. Pero por los llanos y por las montañas había una niñez que no sabía
leer, con padres analfabetos, deseosos de poder leer aquel Libro recién llegado a su hogar.
Había afán. Y sólo Dios comprendía aquel afán, porque El sabía que dentro de pocos años
esta gente se enfrentaría con el poder de las tinieblas. ¿Tendrían algo de defensa?
En los años de persecución cruel para los evangélicos, esos niños de escuela, ya hechos
hombres y mujeres, se encararon con una fanática oposición y algunos de ellos murieron
mártires, pero con una fe basada en versículos aprendidos en una rústica escuelita con una
maestra sin escalafón oficial, pero sí con una comisión divina.
CAPÍTULO OCHO
Dos corrientes fuertes se sentían en el año 1929. Por una parte el pueblo estaba más listo
que nuca a escuchar el mensaje; por otra, hubo más oposición a los esfuerzos de propagar el
Evangelio. La condición en el país era precaria. Existía una inquietud y un presentimiento
de tragedia.
¿Se apagaría la luz que empezaba a alumbrar en tantos contornos del país?
Guacarí, situado entre Palmira y Buga había aceptado la introducción de una nueva religión
desde la primera visita y en este pueblo se formó una nutrida congregación. Construyeron
su capilla de bahareque y un salón para escuela. José Saavedra, un jovial moreno, obrero
del Señor, vivía en Guacarí.
Un domingo, 22 de Agosto, era la fiesta espiritual para la pequeña grey. Por la noche el
servicio apenas había principiado, cuando la serenidad fue interrumpida por una ruidosa
gritería que provenía de la plazuela. Pronto el motín cayó sobre los indefensos cristianos.
Piedras, palos y terrones cayeron dentro del salón. Algunos lograron escapar en la
oscuridad, pero otros junto con los esposos Johnston fueron víctimas del ataque. El alcalde
pasó por la calle y le pidieron socorro.
“No puedo hacer nada” contestó aquella autoridad, “estamos fuera de horas de oficina.” Las
víctimas, unos cincuenta en total, lograron encerrarse en dos pequeños cuartos al fondo del
patio donde, sudando con angustia, oían los estruendos de la destrucción de su propiedad.
Las Biblias, tableros, bancas, púlpito – todo lo movible fue llevado a la calle y quemado.
En la madrugada al salir de su escondrijo era una congregación abatida la que observaba las
ruinas Don Teodoro apeló al Cónsul Británico y al Cónsul Norteamericano y fue atendido.
Doña Carrie de Johnston sufrió ataques nerviosos por meses a cauda de esta experiencia
traumática.
Por la providencia de Dios llegó el día de un cambio. Por primera vez, después de largos
años, un presidente liberal fue elegido. Después de que el Dr. Olaya Herrera tomó el mando
se abrieron de par en par las puertas de la Obra, y la UMEC tenía predicadores por docenas.
Respirando el ambiente nuevo con gran satisfacción, Don Cornelio Klaassen aceptó una
invitación para dictar una conferencia a unos políticos liberales en Bugalagrande.
Concluída la oración, con el entusiasmo que el cambio del poder produjo, le dijeron: “Don
Cornelio, pida a su Misión permiso y promulgaremos el Evangelio como la religión del
Estado.”
“Gracias, gracias, amigo,” Les dijo el misionero, “pero hay que entender que el Evangelio
no es una política. La religión y el estado deben siempre estar separados.”
Hasta aquí la Palabra de Dios fue sembrada y regada con lágrimas y oraciones de un cabo
del Valle hasta el otro en las cordilleras occidental y central, especialmente en el Cauca y
en Caldas. Ya dada cierta confianza por el gobierno, como hongos en tierra húmeda se
levantaban grupos de personas con vidas cambiadas, llenas de celo. Se construyeron
capillas bien amplias, escuelas y casas pastorales. En los llanos y en los paisajes Andinos se
levantaban edificios testificando al mundo que el Santo Evangelio había echado raíces. El
pueblo en general, las comunidades rurales especialmente, recibía el mensaje sin hacer
mucho caso a la campaña del opositor.
Martiniano Fajardo llevó el mensaje a la región de Belén, Sabaletas, y fue también recibido.
Cuando Don Esteban Van Egdom trepó esas montañas, alforjas al hombro, los vecinos se
regocijaron.
En cierta ocasión un cacharrero dejó una copia de San Mateo en manos de Alejandrino
Loaiza. Lo leyó con cuidado. “Esto tiene que ser un libro de los protestantes,” dijo el joven
Loaiza. “Y es buena lectura.” Lo mostró un día a su amigo José Viera y a él le gustó. Tres
años más tarde apareció en El Mensaje Evangélico lo siguiente:
“Estimado Don Carlos: Hemos estado estudiando la Biblia por tres años y sentimos motivación para dar a
conocer nuestras convicciones y protestar de nuestra religión anterior. Nacimos católicos y fuimos criados en
la religión del país, pero hoy con las palabras de Cristo en nuestros corazones, negamos nuestra afiliación con
la vieja creencia y confirmamos nuestra fe en Cristo como nuestro Salvador único y Redentor, sin ningún
merito nuestro. ”
(Firmando Alejandrino Loaiza y Familia, Luis Angel, Angel María y Familia, Marco Antonio y Familia,
Jesús María Loaiza, Miguel Antonio y Efraín Mondragón.)
Tres de los hermanos Loaiza tenían haciendas grandes y cada uno destinó un salón amplio
en su casa para cultos. Así resultaron las congragaciones de La Primavera, La Estrella y El
Otoño.
Lo mismo hizo José Viera. Proveyó salón de prédica en su hacienda, luego aula para
escuela y un cementerio. Todo el local fue cercado de flores de varios colores y con razón
este punto se llamaba: El Jardín.
Estos patriarcas, como tantos otros eran padres de numerosos hijos. Al conocer a Cristo
establecieron cultos a diario en sus casas, para la familia, obedeciendo Proverbios 22:6. Los
hijos al casarse generalmente establecieron sus hogares en una parcela de la hacienda y sus
familias se levantaron alrededor de la capilla y la escuela evangélica. Hacemos entender
aquí que la salvación no se hereda. “Dios no tiene nietos.” Uno no puede ser cristiano
verdadero por tradición. Cada pecador que busca la salvación que ofrece Cristo, nace por
obra del Espíritu Santo y así se hace miembro de la familia de Dios, miembro de una orden
nueva.
Gracias a Dios, aquellos padres, patriarcas de la fe, lograron ver al pasar los años, la obra
de Dios permanente en muchos de sus hijos y nietos.
Por muchos años Alejandrino Loaiza andaba predicando. Un amigo y compañero de él fue
Pedro Aguirre, político liberal de sangre caliente. Pedro se consagró al Señor con la misma
dedicación que había demostrado para su partido. Su influencia en su familia llevó fruto en
la vida de sus descendientes.
A pesar de que el ambiente era mejor para los evangélicos, había peligros. A veces se
contaba en el periódico evangélico: “Tres hermanos están en la cárcel en La Celia y uno en
Cartago. Cuatro fueron arrestados en Buga. Hubo nueve bautizados en Tuluá y en la misma
semana la capilla fue atacada. Un obrero está en prisión en Quimbaya. Julio Cardona está
en la cárcel en Caicedonia por repartir tratados. En Montenegro el hermano Pazmiño fue
golpeado y llevado a la cárcel.”
José Saavedra había gustado de la vida mundanal pero encontró la paz y verdadero gozo
cuando conoció a Jesucristo. No podía menos que dar el bendito mensaje a otros.
Predicaban en veintiocho puntos rurales que visitaban con frecuencia además de pastorear
la congregación en Guacarí. No había como José – con sus muecas, sus ademanes, su
drama y su voz de trueno.
Una noche en El Castillo predicaba: “Mi texto es Proverbios 26:13. El león está en el
camino; el león está en las calles. Animaba a los hermanos a no tener temor a los „leones‟
sino a confiar en el Señor”
¿Sabría José que en la calle esa noche había veinticinco vecinos armados con machete
esperando que el predicador saliera para matarlo?
Pero algo hizo escurrirse a los „leones‟ dejando sólo amenazas para José. Hernán Bautista
trabajaba en el Quindío con buen éxito. El presbítero Sr. Castaño, de Armenia, era feliz
cuando podía arrancar un ejemplar del Evangelio de las manos inocentes de algún
campesino y prenderle fuego. Pero el pueblo seguía ávido leyendo y meditando los libros
que los colportores llevaban.
En el Valle, Marcelino Valencia visitaba pueblos donde los misioneros habían sembrado las
primeras semillas. Marcelino encontró campo despejado para vender sus libros.
CAPÍTULO NUEVE
La herencia preciosa de los que aman a Jesucristo en la confraternidad. El gozo era mutuo
cuando un misionero u obrero visitaba una de las congregaciones aisladas por allí en la
montaña. Rafael Blackhall y Haraldo Barber llegaron un día a la pequeña grey llamada La
Florida, cerca de Darién. María Varela de Duque estaba enseñando su clase de niños y su
esposo Daniel actuaba como pastor de la región. Observaron los visitantes que en la pared
de su cuarto estaban dos diplomas del Instituto Bíblico enmarcados.
Esa noche se realizó un servicio animado de canto y testimonio, luego Rafael invitó a los
bautizados a la mesa del Señor. Dejaron sus bancas para formar un círculo alrededor de la
mesita cubierta con un lindo mantel blanco bordado a mano, mientras cantaban:
“Señor nos recordamos de tu pasión aquí
Cual substituto santo, sufriendo tu alma así
El cáliz de amargura, con plena sumisión
Tú mismo lo agotaste, Señor. ¡Qué redención!”
En el silencio de aquel momento sagrado dijo el predicador: “Existe una separación entre
nosotros esta noche. Amigos, ¿Quién quiere entregar su alma a Jesucristo? Venga, acepte a
Cristo y tome su puesto aquí con nosotros.” Varias personas se levantaron y se acercaron al
círculo aquella noche.
A horas avanzadas los dos americanos se acostaron en las bancas del templo y allí en la
oscuridad dirigían sus plegarias al cielo por la congregación de La Florida.
De ese lugar viajaron al otro día hacia La Primavera donde la congregación se componía
del patriarca con sus hijos, sus nietos, sus peones, amigos nuevos. Terminado el culto
alguno decían: “Hay que pasar a nuestra casa. Mañana vengan a enseñarnos a nosotros en la
casa nuestra.” ¡Más casas, más amigos, más caminos, más puertas abiertas! “¡Dios en el
Cielo, el campo es tan grande. Envía más obreros!”
Fuera de estas visitas los creyentes siempre estaban pensando en la convención anual con
gran gozo. Temprano en el desarrollo de la comunidad evangélica, las convenciones
jugaron un papel importante en la vid de la Iglesia.
Su realización se inició en Palmira en el año 1923 cuando los esposos Johnston invitaron a
todos los evangélicos a asistir a la dedicación de la capilla, fiesta que duró cinco días.
Llegaron ciento cincuenta personas. Doña Carrie y su hija Catalina se encargaron de las
ollas en su propia cocina. ¡Cómo se animaron los hermanos que llegaban de caseríos donde
sentían el desprecio de sus vecinos, al encontrarse con tan buen número de personas de la
misma fe! El patio repercutía con cantos:
“La mujer samaritana a sacar el agua va…”
Las Olivas, Cauca, era un lugar de fiestas anuales. Contó uno de los asistentes: “Nos
maravillamos de la facilidad con que Doña Irene asistió a tanta gente (350). No nos faltaba
nada y terminamos la convención con alabanzas a Dios por haber levantado tanta gente
para su gloria donde hace poco no había luz divina”
¿Cómo fue que tantos se convirtieron? Según sus testimonios los caucanos habían
estudiado la Palabra de Dios que es la ley de Dios, perfecta, que convierte el alma. Salmo
19:7.
Iglesias en Caldas
Llevado por curiosidad, Roberto Castaño un día preguntó a su esposa: “¿Qué edificio será
ese que iluminado por el sol resplandece en aquel pico de la montaña?” Roberto y su
familia vivían en Los Ceibos, entre Río Sucio y Ansermaviejo.
“Es la escuela Bíblica de Naín,” explicó un trabajador que se encontraba cerca. “Allí se
predica el Evangelio.”
En esos momentos algo comenzó a ocurrir en la vida de aquel constructor de carreteras.
“Quisiera conocer el Evangelio,” dijo.
Ese deseo le impulsó a dirigirse una noche a Naín donde se celebraba la primera
convención de Caldas. Aquella noche fue transformado Don Roberto. Con la Biblia y unos
tratados debajo de la ruana llegó a casa donde su esposa lo aguardaba preocupada por la
tardanza. Con el tiempo la numerosa familia, viendo el cambio de vida del esposo y padre,
se entregó a Cristo.
La historia de la Obra en Caldas empezó en 1911 cuando Don Carlos y Don Juan hicieron
su correría de exploración. Entregando algo de literatura a Faustino y Emilio Lugo,
peluqueros, y a Luís Orozco, persona influyente y político del partido liberal en Supía. Se
dieron más cuenta del movimiento en Cali y en el Valle y Cauca cuando empezaron a
recibir El Mensaje en 1918.
En cierta ocasión el Sr. Douglas, de Medellín, bajó a Supía y fue alojado en la casa de Luís
Orozco donde también pudo celebrarse un culto. Cuando empezó a presentar fotobandas
con un proyector de carburo, los vecinos asustados gritaron: “¡A Don Luís se lo va a llevar
el diablo!” “¡el diablo está en esta casa!” Sin embargo su curiosidad salió ganando y se
quedaron para mirar las vistas y escuchar el mensaje.
Don Juan de Dios Trejos, abogado en Quinchía, aunque nunca abrazó la fe evangélica,
repartía un buen número del periódico de Cali, lo mismo hacía José Becerra en Naín y José
Gutiérrez en Guerrero. En estos tres lugares, Supía, Naín y Guerrero, se venían formando
grupos que luego pidieron Biblias de Cali. Pronto apareció Marcelino Valencia con alforjas
llenas de hermosas Biblias y cuando él vio los grupos, les animó a permanecer mientras
pudiera llegar Don Carlos.
En Naín un grupo esperaba la visita, y como el caso de Cornelio y Pedro en la Biblia, se
respiró la presencia del Espíritu Santo, pues Dios confirmó su Palabra, los oyentes fueron
edificados y las dudas recién sembradas por unos adventistas se desvanecieron. Se fundó la
escuela Evangélica y pronto llegó el maestro – predicador, Moisés Gonzales. Con treinta y
cinco alumnos, entre ellos Germán Becerra, dio principio a una obra que prosperó por
mucho tiempo hasta que se reunió Naín con la congregación llamada Buenavista. Al año
llegó la Srta. Ida P. Danielson con la maestra Josefina Saavedra (más tarde „de Cubides‟) y
a la vez llegó Claudia Vergara para encargarse de una escuela grande en Guerrero.
Cuando Ida Danielson se trasladó a Quinchía, éste llegó a ser el centro de la UMEC en
Caldas. Aunque los asistentes a los cultos venían de los puntos en el campo. El pueblo
resistió muchos años el mensaje de la Gracia de Dios en Cristo.
Llegó el día de la visita esperada. Becerra, Gutiérrez y Ramón Mejía salieron a Tulfor, el
último campamento de la carretera en construcción entre Cali y Medellín donde esperaron
hasta avanzadas horas de la noche. Por fin llegó el carro en medio de un fuerte aguacero.
Terminados los saludos, Don Ramón ofreció un tabaco a Don Carlos: “Aquí, tenga, amigo,
pa‟ espantar el frío”.
Allí en el campamento pasaron la noche y al otro día llegaron a casa de los Mejía, la
Bendecida, Anserma.
Se llevó a cabo en 1934 aquella primera convención en Naín en que Roberto Castaño y
otros se convirtieron al Señor.
Fue un festín verdadero a donde llegaron muchos desde Supía y Anserma. Un hermano
regaló un novillo, y había comida para quien llegara. ¿Predicadores? Pedro Villegas,
Manuel Gutiérrez, Evaristo Navarrete, Roberto Salazar, Aníbal Aguirre, Carlos Chapman,
Guillermo Shillingsburg y Juan Serna. Pasaron dos años y los hermanos de Guerrero
pidieron una convención. Terminada esta convención el ex-sacerdote Roldán en Compañía
de Shillingsburg fueron a la Florencia donde Guillermo fue apedreado.
Dos simpatizantes hicieron frente a la furia de las piedras y con ruanas protegieron al
misionero; así fue liberado.
Aquí ofrecemos el testimonio de un caldense, líder de la obra: “Naín, Caldas… las pasiones
de este mundo me llevaban; mis amigos eran mi consuelo. Decía yo que tenía derecho a la
vida y debía disfrutar de mi juventud. Pero Dios tocó mi corazón y me hizo sentir que un
terrible fin aguarda a todo el que muere inconverso. Me hizo pensar en la salvación, pero
¿Cómo conseguirla? No la encontraba en mi Iglesia, ni en las confesiones y demás
prácticas religiosas. Una vez encontré entre los libros de mi padre un librito viejo sin pastas
y se le habían caído muchas páginas. Leí y me maravillaba. No había parte que no llenara
mi alma de gozo…” “el justo por la fe vivirá.” Así pasaron los días y los años, brillando la
luz de aquel pequeño libro en medio de mis tinieblas hasta que un día un amigo me prestó
su Biblia y cuál fue mi sorpresa al ver que lo que leía en el Nuevo Testamento ya lo había
leído en aquel viejo libro sin darme cuenta que era la doctrina de nuestro bendito Salvador.
Leía hasta altas horas de la noche y la lectura de este precioso libro arrojado, pisoteado y
escupido por representantes (decían) de Cristo, cambió mi vida por completo. La Biblia es
mi deleite.
José María Becerra”
Un episodio en El Valle
Aníbal Aguirre, un joven lleno de celo para predicar fue el „Timoteo‟ de Cornelio Klaassen,
pastor en Tuluá. Los dos viajaban continuamente por los campos. Cornelio consiguió una
buena mula y le puso por nombre Rosa. Rosa tenía la naturaleza de todas las mulas y
aquellas tendencias „mulares‟ le quedaban aunque era ella una mula evangelizadora.
La primera vez que Aníbal salió en la mula Don Cornelio le ofreció las espuelas. “No, no,
no, Don Cornelio,” dijo Aníbal. “Cuando el Señor me cambió, me cambió por completo.
No puedo ser cruel con los animales.”
“Muy bien,” dijo Cornelio. Y guardó las espuelas.
Al mes volvió Aníbal y no se quejó de la mula, pero cuando le tocó salir otra vez en viaje le
dijo a Cornelio: “¿Dónde están las espuelas?”
Cornelio y Aníbal visitaron veintiún lugares al
mes. Andinápolis fue el pueblo que dio más
fruto. La mitad del caserío se convirtió a Cristo;
la otra mitad, bastante fanáticos, se apegaron a
la tradición.
Andinápolis, situado entre las nubes, en la
cordillera occidental, quedaba a cinco horas de
Río Frío. En 1942 Don Aníbal como pastor de
la Iglesia vivía con su familia en la casa
pastoral. Había buen templo y aula de escuela.
Pero se sentía un ambiente antagónico
producido por la propaganda del cura.
Un día en 1924 la neblina descendió sobre el
pueblo, envolviéndolo todo en una cobija fría a
horas tempranas del anochecer. Los fieles llegaban a la capilla, dos, tres y familias
completas, dando promesa de una buena asistencia a pesar del frío. Era la última noche de
una campaña en que Dios había obrado en muchos corazones.
De repente, se oyó el repique de las campanas en la plaza; una llamada a la ciudadanía.
Cuando una procesión se dirigió hacia la pequeña capilla todos tenían el presentimiento de
algo desagradable. Por lo general al acercarse una procesión, todos permanecían sentados
en silencio, orando. Pero en esta ocasión, un señor algo indiscreto se paró en toda la puerta.
“Quítese el sombrero”, gritó el sacerdote. El desafiante llevaba un sombrero de ala ancha
estilo gaucho.
“No me lo quito”. La respuesta fue lo que estalló la bomba. Palos y piedras como lluvia
cayeron sobre la congregación indefensa.
En gran confusión se lanzaron hacia las puertas que daban al patio; algunos fueron heridos.
Corrieron al cerco de guadua bastante alto; por donde hombres, damas y niños, sin saber
cómo, pasaron por encima.
Los atacantes dieron machete a puertas, ventanas y muebles por dos horas y la capilla
quedó en ruinas. Gracias a las autoridades, fueron llevados a la cárcel veinticinco de los
culpables y Don Aníbal quedó con su valiente congregación. Restauraron su Iglesia y
pudieron seguir hasta el año 1949 cuando no quedaron ni ruinas, ni congregación.
La Causa del Conflicto.
El tema que más se discutía por todas partes era aquel libro, La Santa Biblia. Desde que
Don Carlos llegó a Buenaventura, había los que la odiaban con todo su ser creyendo que
era un libro malo, y había los que al abrirlo encontraban el remedio para las tres grandes
opresiones – el pecado, el sufrimiento y la muerte.
Doña Genoveva V. de Gómez, la primera creyente evangélica en Sevilla, Valle, regaló una
Biblia a sus tres nietas que vivían en el campo con padres fieles a la religión tradicional.
Las niñas tuvieron que leer su libro a escondidas porque era prohibido en su familia. Pero
llegó el día en que su padre descubrió a sus niñas con el odiado libro. Enojado, echó la
hermosa Biblia en las llamas del fogón, diciendo: “Ya se acabó esa bobada.” ¡Pero no! Al
salir él para su trabajo, las tres niñas – Luzmila, Graciela y Mariela, sacaron su tesoro de
entre las ascuas. Estaba chamuscada y la pasta medio quemada, pero se podía leer.
Las niñas volvieron a esconder su libro, pero con el tiempo el padre las encontró en su
escondrijo leyendo las historias de Jesús. “Ya no más.” Cruzó el patio y echó el tesoro en la
letrina mientras las tres valientes muchachas miraban con asombro.
Como la otra vez, al ausentarse el padre, las niñas buscaban unos palos y fueron al rescate.
Sacaron la Biblia, la lavaron en la sequia, la pusieron al sol, pero esta vez no había remedio.
Con el tiempo las niñas, ya señoritas, se prepararon en el Instituto Bíblico y enamoradas del
Autor de la Santa Biblia, dieron años de vida en su servicio. Sus padres, leyendo el mensaje
en la vida de sus hijas, también hicieron su paz con Dios.
Amador Salazar empezó a leer la Biblia en 1919. Escribió: “Oh, qué diferencia tan grande
hay entre las dos religiones. La una conduciéndonos por el sendero luminoso de la felicidad
eterna y la otra guiándonos por las tinieblas.”
Muchas veces una hoja suelta recibida en algún mercado despertaba en interés o la
curiosidad, pero era cuando uno tenía el Libro en sus manos oyendo la voz del Señor
directamente de las páginas inspiradas por el Espíritu Santo, que las tinieblas en el corazón
se disipaban ante la Luz del mundo, que es Jesucristo.
Así sucedió con Francisco Viáfara. Recibió un tratado en la calle de Santander, un día. Al
llegar a su finca, cerca de Villarrica, sacó la hoja del bolsillo y leyó: “Jesucristo viene otra
vez.” Como asustado, Francisco se dijo a sí mismo: “Yo no estoy listo para eso”
Montó su caballo y regresó al pueblo donde ante el Padre hizo una buena confesión.
Escuchó el tradicional „te absuelvo‟ y volvió a su finca tal como había ido, con su carga de
pecado.
Pasando unos días, Francisco pudo prestar una Biblia y luego por seis meses leía y
meditaba; Dios le reveló sus maravillas. Francisco dedicó una parte de su finca a Dios, se
paso a construir una capilla, aula para escuela y piezas de visitas. Invitó a sus vecinos,
compartía con todo el mundo lo que había comprendido de aquel libro sagrado, La Biblia.
Así tuvo su principio La Iglesia de las Unidas.
CAPÍTULO DIEZ
En 1937 los esposos Shillingsburg, dejando su congregación en Sevilla con la Sr. Eda V. de
Bautel, se trasladaron a Palmira donde con la ayuda de las Srtas. Cora Bruner y Velma
Coffey, derribaron la pared de separación construida entre sexos y se abrieron matrículas en
el Instituto Bíblico de Palmira para una enseñanza co-educación mixta.
Creyendo la facultad que los estudiantes necesitaban todo el día para estudiar, suspendieron
los trabajos manuales y a cada uno le tocó pagar cinco pesos al mes por la alimentación. El
Instituto gozaba de completa cooperación por parte de las Iglesias que mandaban
semanalmente por ambulancia (tren de carga) racimos y bultos de comida para alimentar a
sus hijos. En ese tiempo había mucha comida, pero los centavos eran bastante escasos.
Año tras año había más solicitudes de una juventud deseosa de estudiar, y en 1943 llegaron
cien jóvenes y señoritas al plantel donde encontraron un dormitorio nuevo de veintiocho
piezas. Aquel año los jóvenes ocuparon aquel nuevo edificio con los esposos Van Egdom
actuando como sus „padres‟. El comedor había sido renovado dos veces. Un nuevo
comedor construido de tablas se había desplomado un día, y por fin se edificó uno
suficientemente grande, y de ladrillo, donde en años futuros se alimentaron hasta
seiscientas personas que llegaban para las convenciones.
¿De dónde llegaban los jóvenes y señoritas? De El Jardín llegaron los Viera; de La Estrella,
los Loaiza, de Toro los Salazar. Los Alvarez, Viáfara, Valencia y muchos más procedieron
de Cauca. Muchos que habían estudiado en las escuelitas de Caldas se matricularon. Había
chocoanos que se habían propuesto volver a trabajar entre sus paisanos – Alba Moreno,
Nimia Cuesta, Alberto Córdoba y otros. Indígenas llegaron. Federico Ramos (el primer
Páez en recibir el bautismo) y Francisco Quiguapumbo, nieto del jefe que pidió escuela a
Don Teodoro. Dios formaba de ellos los labradores para trabajar en Su viña.
De Betania llegó el risueño José Rengifo. La familia Rengifo fue evangelizada por Pedro
Villegas. Una noche Josecito, leyendo la Biblia entregó su corazón a Cristo y enseguida
sintió el deseo de ser un obrero de Jesucristo. Pero, ¿de dónde sacar dinero para ir a
Palmira? Todos sus esfuerzos de juntar platica eran en vano, hasta que un día cavando en
una guaca indígena encontró piezas de oro que Dios tenía guardadas allí para él.
En el Instituto José dijo un día a su profesor: “Aquí traigo los centavos que me restan. Me
hace el favor de guardarlos y aunque yo se los pida, no me los dé si la necesidad no es
MUY grande.” Don Guillermo echó la plata en un sobre y escribió en él, „José Rengifo‟.
Llegó el día cuando José fue a pedir su plata. “Mire, se descosió mi zapato. ¿Me da $ 1.50
para zapatos nuevos?”
“José,” Dijo Don Guillermo, “debe ir a la pieza a orar. Dios le enseñará si los necesita.” El
estudiante fue a orar y luego siguió al taller donde había herramienta para remendar
zapatos, pero no había tachuelas. Encontró un alambre y se sentó a remendar el zapato,
luego salió como siempre, con una sonrisa.
La primera graduación formal fue en 1942. De
los catorce que recibieron sus diplomas dos de
ellos murieron en la juventud; los demás dieron
años a la Obra del Señor. Unos, aún hoy no han
soltado el arado – Inocencia Montero, Petra de
Muñoz, Antonio Rojas y José Rengifo.
Siempre se preparaba con esmero la clausura del
Instituto y de la Escuela de Enfermería. En 1948
el fondo al respaldo de la plataforma fue
convertido en un bosque y por encima un letrero:
SOLO CRISTO SALVA. Los graduandos, todos
vestidos de blanco marcharon por los pasillos al
ritmo de “El Conflicto de los Siglos”, sin pensar
que en el primer año de vida como obreros de
tiempo completo, aquel „conflicto espiritual‟ se manifestaría reciamente en su patria.
Aquella noche, después del discurso final, el Dr., Irurita pidió la palabra y subió al
escenario. “Hasta ahora,” dijo el médico, “me he burlado de sus himnos y de su prédica. Me
he mofado de su religión, pero en esta noche he aprendido a respetarla. No soy evangélico.
No tengo religión, pero si me tocara escoger una, seria el Evangelio que aquí se predica. He
escuchado con interés esta noche y quisiera poder cantar los himnos tal como vosotros los
cantáis”
Haciendo señas a los más retirados, les aconsejo a no perseguir los evangélicos. A la
juventud sentada en las primeras bancas se dirigió: “Juventud cristiana, buscad las almas en
Palmira, en los campos y aun en todo el país.” La capilla estaba llena; muchos
profesionales por invitación especial habían llegado. Había gente en las ventanas, en las
puertas y aún en la calle, y reinaba un silencio único y espíritu de reverencia.
El doctor fue el buen amigo de los evangélicos y muchos debieron su vida a él. En 1954
enfermó de cáncer y durante los meses de dolor y angustia las enfermeras de Maranatha le
asistían, le leían la Biblia y cantaban los himnos que tanto le gustaba escuchar. Antes de
morir hizo una profesión de fe en Jesucristo, diciendo con lágrimas: “Oh, ¿Por qué no lo
hice antes?” Al pasar los años había en las filas de los evangélicos unos hijos y nietos del
amado Dr. Domingo Irurita.
Visión misionera
En 1930 los obreros visitaban sesenta y tres lugares cada mes, y a la vez sembraron
campos nuevos hasta que en 1940 había ciento cincuenta y dos centros de prédica. Don
Carlos ofició en el primer servicio de ordenación el 26 de septiembre de 1935 cuando en
Sonsito se reunieron muchos hermanos y Don Luciano Pizarro fue ordenado al santo
ministerios.
El programa de las iglesias estaba repleto de actividades, y en medio de tanto crecimiento
en sus caseríos y cercanías, Dios dio a sus hijos otra responsabilidad. “Levantad los ojos –
mas allá de vuestros maizales y de vuestros cafetales…” La tribu Páez vivía a la puerta,
también a ellos convenía traerles a Cristo.
Dos indígenas, enviados por el Jefe Quiguapumbo, tocaron un día en el portón de la Misión
en Palmira. Les salió al encuentro un hombre ojiazul con una sonrisa bondadosa para darles
la mano y ofrecerles su amistad. Se tomaron confianza al momento.
“Queremos maestra,” dijeron. “Nos dijeron que Ud. es amigo de los indios.”
Don Teodoro y su hija Cata hicieron visitas a la región de Corinto adentro y satisfechos de
que los indios estaban listos a recibir un obrero, enviaron a Pedro Alvarez a empezar una
obra entre ellos. No había caminos por esos montes porque decían: “no queremos que los
blancos lleguen a llevarse a nuestros niños.” (Costumbre que era común entre los ricos).
En 1932, una pareja que estudiaba en el Instituto mostró
interés en ese campo misionero virgen. Pastor Muñoz y
su esposa Petronila Casamachín de Muñoz tomaron el
yugo de Cristo y fueron a Media Naranja, Río Negro,
donde han permanecido ya por más de medio siglo. Un
joven misionero recién llegado a Colombia les acompañó.
Doña Petra empezó una escuela con sólo tres muchachos,
y los mismos tres llegaban para la Escuela Dominical,
pero el cariño y la paciencia vencieron. Dentro de pocos
años la obra tomó proporciones grandes. Centenares de
niños han pasado por las aulas de la Escuela La Heroica y
muchos de ellos siguieron estudios en Palmira. Al
principio Don Teodoro, de su peculio escaso sostenía esta
obra, pero cuando las iglesias se dieron cuenta,
empezaron a contribuir y sostuvieron la misión hasta que
a Iglesia de Río Negro podía sufragar sus propios gastos.
Fue la hija de los Muñoz, Gene, que empezó el ministerio de enfermería entre los Páez.
Muchas veces, aún de noche, Gene y su madre montaron los caballos para correr a atender
un caso den la montaña; Gene aplicaba la ciencia médica mientras su madre oraba. Así se
extendió el testimonio del amor de Dios más y más entre esta gente.
La UMEC, compró y amobló un edificio como dispensario cerca de la capilla, donde varias
enfermeras por turno sirvieron al pueblo. Entre ellas nombramos a Amelia Molina y Janet
Troyer.
El vínculo de amor se hizo fuerte entre el pueblo y su amado pastor. En una ocasión Pastor
se enfermó gravemente con una infección del riñón que decían no tenía remedio. Lo
llevaron a la ciudad donde todo lo que los médicos podían hacer se hizo, pero sin resultado.
Lo llevaron a casa a morir. La congregación estaba afligida, quebrantados de corazón sus
miembros ¡Empezaron a hacer planes para su túmulo; trajeron mármol, subieron piedras del
cauce del río, harían para su pastor un monumento digno!
Mientras los miembros de la grey permanecían en oración las veinticuatro horas del día,
Doña Petronila preparaba manojos de hierbas frescas, cogidas de la gran farmacia que Dios
plantó en el campo a favor de los enfermos, y Pastor se alivió.
Se preguntó a Petronila acerca de aquellas hierbas; “No fueron las hierbas que ayudaron a
mi esposo,” dijo ella. “Fue Dios obrando por medio de su pueblo quebrantado y
arrepentido, confesando sus pecados, y volviéndose a El, que Dios sanó a mi esposo, según
II Crónicas 7:14”
Pastor se levantó para volver a meter los pies en las botas evangelísticas para trepar por las
alturas y descender por las quiebras de las montañas. La Iglesia, frustrada por un tiempo,
tomó ánimo y un avivamiento fue seguido por crecimiento, excitación y victoria.
La UMEC felicita a Don Pastor. ¡No son muchos los pastores que pueden permanecer
cincuenta años con su congregación!
Los convencionistas en 1942 se mostraron cien por ciento a favor de sacrificarse para dar
principio a una clínica. Prometieron dinero, ganado y gallinas. Y cuando llegó una carta de
Medellín de parte de Margarita Siemens, enfermera Rusa que había oído del proyecto,
ofreciendo sus servicios, había la seguridad de que había llegado la hora de empezar. Se
colocaron ocho camas viejas de madera en el edificio, se blanquearon las paredes, y ¡ya
estaba listo todo! El 15 de marzo de 1943 llegó el pastor de Puerto Tejada, Manuel
Gutiérrez con su esposa Débora y el hijito Daniel – todos picados por los anofeles gigantes
del Cauca, portadores del paludismo.
La mayoría de los hospitales misioneros tienen su origen en la Misión foránea, pero La
Maranatha, no. Desde el principio ha sido una obra colombiana, propiedad de la UMEC.
Abril, 1943, (El Mensaje Evangélico) “– La sala para operaciones está lista con su suelo de
mosaico, un lavamanos y silla con ruedas para los enfermos.” ¡Ay! ¡Tan pobre y tan rústica
aquella pequeña casa de misericordia! Pero allí habitaba un gran Dios.
Mirtela Bunker ofreció su ayuda a la enfermera Margarita Siemens mientras llegaba
Amelia. Un día Margarita llamó a Mirtela: “Afánese, traiga una vasija.” Mirtela entró en la
pieza con la vasija, pero cuando vio que el enfermo estaba vomitando lombrices, dio la
vuelta y salió corriendo con la vasija en las manos.
Gladys Jamison llegó en noviembre de 1943, y aunque no hablaba el idioma, vigilaba a los
enfermos de noche para que Margarita no tuviera que estar las veinticuatro horas en la
clínica. Hubo gran regocijo cuando el primero de enero de 1944 Amelia Molina tomó
posesión. El Comité Administrativo, reconociendo que merecía buen sueldo le ofreció el
mismo sueldo que en ese tiempo recibían las misioneras, quince pesos al mes. La clínica no
podía pagarle, pues los enfermos pagaban un peso al día, de modo que algunos individuos
ofrendaron para juntar el sueldo. Al mismo tiempo contrataron una muchacha para el aseo y
para atender la ropa. Guillermo Shillingsburg quien era Director del Instituto Bíblico, servía
como mandadero, contabilista y „hombre orquesta‟, así el personal estaba completo.
Maranatha era un hospital sin presunciones, sin lujo y sin muchas cosas que se necesitan en
una institución de este tipo. Pero sobresalía el amor y atención a los enfermos, y la estricta
disciplina de Amelia produjo enfermeras con aptitud y conciencia. Pronto llegaron
enfermos católicos y recibieron el mismo trato y consideración que recibían los
evangélicos.
Gladys Jamison y Amelia Molina
Clínica Maranatha
Cuando el “Nuncio Papal” excelentísimo Sr. Zamora llegó de Roma para visitar a
Colombia. Hizo llamar a las altas personalidades de Palmira para una conferencia. Les dijo
que entendía que el elemento de más oposición en la ciudad era el hospital protestante. Se
turnaron para expresarse los doctores. Cuando llegó su turno, con ironía, el Dr. Irurita dijo:
“Sólo tengo una cosa en contra de esos protestantes. ¡Son necios! ¡Son necios! Aquellas
enfermeras cuidan de los heridos y de los enfermos sin interesarse en la política y la
religión del paciente. Se dejan calumniar, son atacadas y sus adeptos hasta se dejan matar
sin injuria a otros. Y además, NO COBRAN POR SUS SERVICIOS RELIGIOSOS. ¡Son
necios!”
La Maranatha hizo más para disolver el antagonismo del pueblo, que las otras instituciones.
Desde el principio la vecindad se despertaba en la madrugada oyendo el dulce canto de
enfermeras en su culto: “Por la mañana yo dirijo mi alabanza a Dios que ha sido mi única
esperanza…” Al anochecer los enfermos escuchando se veían un desfile de enfermos en sus
mañaneras blancas caminando por los patios hacia la capilla, para sentarse en las primeras
bancas. Cuando se pudo conseguir un equipo, el mensaje fue transmitido al hospital y la
peregrinación por los patios cesó.
Cuando el Doctor les hizo ver que también el hospital San Vicente tenía algunos pisos de
madera, se retractaron, pero siempre insistieron en que se hicieran costosas reformas sin
demora. Los misioneros apelaron a la sede de la UMEC en el exterior, en espera de algo de
recursos para remediar la situación, pero la respuesta fue negativa. (Dos décadas más tarde
esta actitud cambió y la Misión foránea respaldó el esfuerzo para hacer de la pobre Clínica
un hospital moderno.)
Hubo conflictos en esos días. Una señora estaba agonizando en cierta ocasión y la familia
llamó al párroco Jesuita de La Trinidad. Al llegar él, rehusó entrar en aquel lugar
condenado. “Llévala afuera”. Demandó. La Srta. Amelia rehusó sacarla. “Si la mueven,
muere”, les dijo. En eso llegó un coche con el Dr. Irurita y al entender el problema dijo:
“Bueno, la pueden sacar, pero no la pueden volver a la pieza. Tendrán que llevarla”. De
acuerdo los familiares, la sacaron para llevarla a San Vicente, pero murió en el camino.
“No. Soy tan católico como tú. Pero donde me necesitan, voy.”
Con la muerte del Doctor Domingo Irurita, su compañero de trabajo, el Doctor Edgar
Forero se encargó del hospital. Se identificó con la comunidad evangélica y ganó la
confianza de la clientela en corto tiempo. El Doctor Kuitems, extranjero, prestó sus
servicios por algún tiempo también y pudo invertir dinero en las construcciones nuevas.
De la pluma de Gladys Jamison: “El viernes no lo olvidaré jamás. Ocho personas del
Instituto estaban enfermos. Por la noche hubo una cesárea que duró media noche. Al mismo
tiempo se enfermó una empleada con apendicitis aguda y con inflamación de la vesícula.
Logré dormir dos horas cuando me llamaron a atender a una señora. Nacieron mellizos. A
la media mañana llegó otra y dio a luz mellizos. Cuando todo estaba tranquilo cayó un
aguacero como el diluvio de Noé. Agua entraba por las ventanas y por todas partes. A la
tarde tres de los mellizos murieron. ¡Ay no! ¡No! ¡No! La pobre Maranatha no tiene aún
todo el equipo necesario para algunos casos”
A veces el administrador no sólo tenía dificultad en cobrar la deuda que tenían algunos al
salir de la clínica, sino que a veces ni reclamaban los dolientes s sus muertos. Para tales
casos el pastor de la Iglesia Central hacía ataúdes y los tenía en el taller.
Llegó un enfermo, traído por amigos. Esos amigos no lo visitaron y cuando el enfermo
murió no fue posible encontrarlos. Alcides Rivas y Guillermo Shillingsburg resolvieron en
este caso dejar el cadáver hasta que lo reclamaran. Pero ya el segundo día cambiaron de
parecer. Trajeron uno de los ataúdes de Don Manuel, pero el cadáver no cabía en él.
Corrieron con afán al taller para hacer un nuevo cajón y aún antes de secarse la pintura
negra metieron al muerto. Colocaron el cajón en la carroza (o carromato) que Guillermo
había hecho de ciclas viejas y que Amelia había forrado con pana negra, y los dos, Alcides
y Guillermo sacaron al muerto a la calle. Por todo el largo camino hacia el cementerio, las
gentes se tapaban las narices y cerraban las puertas hasta que aquella procesión fúnebre
pasara – Alcides, Guillermo y cajón negro.
En 1955 Alcides viajó a Barranquilla para traer un quipo Rayos X. al año siguiente se
edifico una nueva y moderna cocina y un comedor. En 1965 fue inaugurado un nuevo
edificio con lugar para laboratorio y farmacia. Gran parte del dinero invertido había sido
colectado de los casos de maternidad y la puesta de inyecciones. Dios daba su bendición
durante la larga lucha contra el fanatismo. La pobreza y falta de equipo suficiente.
El Colegio Bereano
Esta institución fue establecida en 1947 para que las niñas adolecentes pudieran seguir sus
estudios al salir de la primaria y así estar listas para entrar en el Instituto Bíblico o en la
Escuela de Enfermería a la edad de diecisiete años.
Embajadores Reales
“Juventud para Cristo es el lema…” La juventud evangélica fue organizada en 1944 por
Irene de Wilder y Patricio Symes de la Cruzada Mundial. El movimiento llegó a ser
nacional extendiéndose a otras misiones. Cada sociedad tenía su pendón hermoso, sus
cursos de estudio y programas elaborados en el taller de Educación Cristiana en Palmira. La
primera convención se realizó en Palmira el mismo año, con asistencia de 330 jóvenes.
Las Hijas del Rey
En la cultura colombiana la mujer no jugaba mucho papel en la vida pública. En El
Mensaje Evangélico las cartas y artículos publicados todos eran escritos por hombres. Hubo
una predicadora evangelista, Doña Irene de Cambindo, caucana, pero su nombre no era
publicado. Las mujeres asistían a los cultos en silencio. Cuando Irene Jacobson llegó, vio la
necesidad de entrenar a las damas para que los talentos dotados por el Espíritu Santo se
usaran para la gloria del Señor.
Se organizaron sociedades de damas, Las Hijas del Rey; tenían sus hermosos estandartes y
sus cuadernos de estudio, y hoy en día son el brazo derecho de la Iglesia. Algunas, sin
dinero, ofrecían la obra de sus manos para servir al Señor. Durante los años han seguido
con sus proyectos y llevan a cabo un ministerio de misiones en el Chocó.
CAPÍTULO TRECE
El Papa Pío XII en un programa radial dirigido a los colombianos en 1952 dijo, “Colombia
es sinónimo de religiosidad – es un lugar donde nuestra santa religión se preserva en todo
su esplendor”.
En medio de tal „esplendor‟ abundaban las estatuas, las cruces, las ceremonias y
procesiones. Los pobres, los ignorantes, los blancos, los negros, los indios, la flor innata de
la sociedad – todos se postraban ante todo este conjunto de imágenes.
Pregúntese, si esto es bueno ¿Por qué vale tan poco una vida?
¿Por qué viven tantas personas con un vivo temor por sus vidas? Las autoridades ejercen
control y aún a veces se sabe que han participado en crímenes cometidos contra los
ciudadanos. Es un enigma. (Copiado)
En el mes de mayo de 1952, durante una campaña „pro-paz‟ la prensa advirtió que “sólo
puede haber paz donde hay un solo partido y una sola religión.”
A veces los estudiantes en Palmira dormían vestidos, con sus maletas empacadas, pero si
hubieran sido atacados no habrían tenido para donde correr. Dios los guardó.
E oían comentarios: “Las llamas que consumen capillas, hogares y familias crean una sed
en el corazón de los que miran desde sus emboscadas.”
“Las chispas que acabaron con sus víctimas en un cañón, prenden llamas pentecostales en
otros”
El señor Ramón García lo mataron a bala en el camino entre Las Coloradas y Cartago. Dos
días después atacaron al Sr. Gutiérrez, y Antonio Muñoz cayó también. Asustados por estas
muertes, los demás de la congregación de Las Coloradas abandonaron sus fincas y huyeron.
Había vecinos que no estaban a gusto y vigilaban la capilla de noche con el fin de asustar a
cualquier maleante. Entre estos vecinos estaba el joven José Antonio Sánchez. Una noche
cuando no había guachimán, el enemigo logro quemar la capilla creyendo que con quemar
el edificio se acababa la Obra. No entendieron que Jesús mismo dijo: “Las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella (la iglesia verdadera).”
Convencido el joven José Antonio Sánchez que su iglesia tenía parte responsable en las
maldades cometidas, empezó a asistir a las conferencias en la iglesia evangélica de Sevilla
donde un día comprendió el mensaje de la Gracia de Dios en nuestro Salvador. Inclinó la
cabeza y allí mismo Cristo entró en su vida. Don José y su esposa Benilda han dado años al
Señor trabajando en varias iglesias y en El Chocó.
En los alrededores de Quinchía se escondían unas bandas de guerrilleros que muchas veces
peleaban entre sí. ¿Quiénes eran? El joven García (no se sabe si así era su nombre o si era
un seudónimo) presenció la tortura y el asesinato de sus dos hermanos mayores. Para salvar
su propia vida el jovencito corrió y se escondió hasta que tenía edad de integrarse a un
grupo de guerrilleros. Fue adiestrado en el uso de armas y pronto logró el honor de ser el
„capitán‟ de su banda.
A pesar de los peligros las obraras de Quinchía recorrían esos caminos bajo la protección
de los ángeles. En el campo, un día Catalina V. de Blackhall logró enviar el libro „Paz con
Dios‟, escrito por Billy Graham, al Capitán García. A los pocos días el capitán le mandó a
decir que él y sus hombres habían leído el libro. “Quiero entregarme,” mando a decir. Cata
cuenta que un día García entró en Quinchía y se entregó a la policía. Al darse cuenta de
esto otra banda en el monte, su capitán, Venganza, llamó a García para una charla a la
entrada del pueblo. Allí cayó García, traicionado.
La convención anual de 1951 fue la más nutrida de todas. Concurrieron 400 delegados y
visitantes de afuera. Miembros de congregaciones desintegradas llegaron sedientos de
comunión con otros hermanos.
Esta fue la última convención a la cual asistió el gran Caudillo de la UMEC. Cuando su
viaje terrenal se aproximaba a su fin, Carlos escribió: “… un hombre puede permanecer
mucho tiempo en este mundo hasta que su vida se haya gastado por su propio óxido. Pero
aunque viva muchos años no se puede decir siempre que ha tenido una „vida larga‟. Un
barco puede estar largo tiempo en el mar pero si va y viene llevado por el viento no se
puede decir que ha hecho un viaje largo cuando por fin la marea lo hace volver al puerto de
donde salió.” La meta de Carlos siempre había sido “… que la mía sea una VIDA REAL.”
La UMEC dice que Don Carlos Chapman alcanzó la meta.
Iba a cumplir los 83 años cuando el 25 de marzo de 1952 las puertas del Cielo se abrieron y
Carlos entró a recibir su galardón. Este pionero, evangelista, pastor, director de imprenta,
autor, soñador y padre espiritual para una nación, se despidió de este mundo con una
sonrisa grabada en su rostro de marfil.
CAPÍTULO DIECISÉIS
El programa de la UMEC seguía con sus convenciones sin interrupción. Había retiros,
bautizos y aun reconstrucción de lagunas capillas. Iglesias aparecieron en lugares donde
antes de la violencia no había.
¡¿Quién puede apagar la luz perdida en el Calvario?!
Se celebró EL CONGRESO DE EMBAJADORES REALES en Palmira como siempre,
pero en el sur. Hubo 800 convencionistas en el plantel y por las noches mil quinientos
asistieron. Un trío de Quito, Jean Jordán con su marimba, violín y acordeón, Roberto
Savage y el joven evangelista Francisco Liévano. ¡Qué inspiración del Espíritu Santo! Dios
tocó muchas almas y cada noche el altar se llenaba de los que arrepentidos buscaban al
Señor. ¡Juventud cristiana! ¡Qué potencia para el Reino de Dios – aún en medio del fuego!
El Congreso de 1959 cincuenta y nueve sociedades mandaron sus delegados. Llegaron de la
Misión Cuadrangular, La Cruzada Mundial, Las Asambleas, La Unión Evangélica de
Suramérica, La Interamericana, La Metodista Wesleyana, La Alianza Cristiana, La Unión
Misionera y los Hermanos Menonitas.
Y en ese año hubo algo muy especial. En la sombra del corredor estaba un joven
escuchando los himnos y los testimonios con tristeza y remordimiento. Fue uno de los
muchos que por salvar su propia vida se había afiliado con una banda de guerrilleros donde
en vez de encontrar seguridad, encontró esclavitud. Como niño había aprendido las
Escrituras y Dios siempre le seguía buscando.
Fue mientras trabajaba en Río Negro, más tarde, que un rayo de luz penetró su negro
corazón y esa luz transformó a Abisaí Londoño. Luego estudió en el Instituto Bíblico y
Dios le dotó de don de evangelista. Predicó por un tiempo con Floyd Zuercher en campañas
al aire libre y hoy día está sirviendo al Señor, ganando almas de profesionales y estudiantes.
¿Celo o locura? En medio de amenazas “… a tiempo y fuera de tiempo…” (2 Tim. 4:2) La
Obra de Dios iba adelante.
“La Señorita Janet Troyer es cabecidura y obstinada. Es hereje extranjera que ha venido a
nuestro pueblo a destruir la fe.” Así tronaba la coz del Padre Ramón Hoyos a diario por el
altoparlante en Supía. La modista Raquel siempre escuchaba el programa del párroco, pero
no estaba a gusto con esta propaganda porque ella misma tenía una Biblia y la leía. Sus ojos
espirituales estaban medio-abiertos.
“¡La protestante busca casa. No le arrienden nada!” decía el cura. Pero la modista decía
para sus adentros. “Ella puede dormir aquí en mi casa, en la sala. Voy a buscarla”
Janet pasó a casa de Raquel donde llegaban los vecinos para aconsejar a la benefactora:
“Estás en peligro con ella en tu casa.”
El domingo, 7 de febrero, una explosión despertó al pueblo. La „zapa‟ se llevó puerta y
ventana, arrancó tablas de madera y las volvió astillas. Los escombros cayeron suavemente
encima de las dos colchas bajo las cuales dormían Janet y Raquel; pero ellas se levantaron,
se sacudieron y salieron a la calle ilesas ante los asombrados espectadores que habían
llegado. Aquel domingo hubo buena asistencia en la Escuela Dominical pues los devotos al
salir de la misa fueron directamente a la casa dinamitada y escucharon una lección de la
Santa Biblia, dictada en medio de la casa arruinada.
La obra crecía lentamente en Supía en medio de muchos contratiempos pero conoció
avivamiento bajo el ministerio de varios obreros y misioneros. Alberto Gañán, se ganó el
cariño de todo el pueblo durante su pastorado y el antagonismo desapareció.
“… no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder…” 2 Tim. 1:7
Encontramos una vieja carta de una de las obreras que sirvió a Cristo en el campo de
Caldas – campo infestado de maleantes. “…llovió tanto que creemos que ni los chusmeros
salían de sus cuevas, pero Reinela y yo sentimos la necesidad de visitar los hogares de
niños que asistían a la Escuela Bíblica de Vacación. En un punto yo me deslicé y rodé unos
cinco metros hacia el cañón antes de dar contra un palo de café. Reinela bajó con cuidado
para ayudarme y se aseguró contra una raíz, pero ésta estaba seca y también ella salió
rodando. Al fin quedamos las dos agarradas a un palo de café. Nos reímos, pero también
oramos. Después de largo rato un señor valiente llegó y con bondad nos ayudó a subir al
sendero. El camino a Eisleben era tan malo que nadie lo transitaba, ni bestias. Íbamos las
dos, para arriba y para abajo, cruzando quebradas y hundiéndonos en lodazales, trepando
sobre derrumbes. En el regreso a Quinchía lo hicimos a caballo, pero las bestias se hundían
hasta la barriga. La yegua de Reinela tropezó y rodó; ella aterrizó al otro lado del animal y
tenía miedo que éste le cayera encima. Pero como se hundió la cabeza de la silla en el
suelo, mientras la yegua pateaba hacia las nueves, ella pudo salirse del peligro.
Tuvimos escuelas bíblicas en varios lugares sin contratiempo. Pero la última en Quinchía,
una tarde llegó el cura con un agente. „Están quebrantando la ley,‟ nos dijeron.
„Quemaremos esta maldita casa si siguen enseñando aquí.‟ Como ya íbamos a volver al
valle, habíamos cumplido con el programa que nos tocaba, apenas perdimos dos días.”
(Janet T.)
“Mudanza y muerte veo en derredor. Conmigo sé, bendito Salvador.” Más lágrimas. Luís
Arce contaba con apenas treinta años aquel 3 de octubre de 1956. Era agricultor que vivía
sacrificándose para sostener a su esposas y a sus seis hijos, la mayor de ellos inválida. Luís
era tesorero de la congregación en Quinchía, y predicador laico.
Estaba trabajando en su finca con un hermano y un peón, cuando arrimaron hombres
vestidos de policía que les avisaron que en Bonafont querían que los tres fueran para
arreglar algún negocio. Sin sospechar nada, se pusieron en camino, pero - ¡Oh, Dios del
Cielo! Se oyeron tres tiros, y ahí cayeron los tres hombres mezclando su sangre con el
polvo de la trocha, todo por disposición de una jerarquía religiosa sedienta de sangre
evangélica. ¿Su culpa? No confesaban un la religión, ni el partido de los gobernantes.
El mismo año las Señoritas Dorothy Hagerman e Ida Danielson (ella con más de ochenta
años) fueron falsamente acusadas de tener propaganda comunista en su casa en Quinchía.
Llevadas a Bogotá prisioneras, tuvieron que comparecer ante un tribunal, pero la
intervención del Cónsul y el Embajador de los Estados Unidos valió para que fueran
declaradas inocentes. Regresaron a continuar con su ministerio en Quinchía.
A fines de 1956 Ray Zuercher escribió: “Este año ha sido un año de evangelismo y
progreso. I Cor. 4:12… padecemos persecución y la soportamos. Se celebraron campañas
en siete de las grandes ciudades. Asistieron hasta tres mil en las conferencias en Cali. La
UMEC ha tenido el privilegio de ocupar un evangelista oficial de tiempo completo en la
persona de Aníbal Aguirre, un predicador con años de experiencia. Le acompaña el joven
Ruperto Vélez, cantor y músico. Juntos sirven las iglesias de la UMEC y aún otras
misiones. Los estudiantes en Palmira han seguido el evangelismo en Pradera. Varios
hombres han dado evidencia de su conversión a Cristo. El gobierno prohíbe el uso de
tratados, es decir, el reparto en las calles, pero tiene modo de esparcirse sin embargo.”
CAPÍTULO DIECISIETE
¡SE CA-YO!
Marzo, 1958, mes de misiones. Un esfuerzo para „limpiar el país‟ se hizo, buscando Biblias
y propaganda evangélica con el fin de „destruir la mala semilla‟. En Palmira hubo dos
fogatas en la calle donde al prender basura echaron en las llamas hermosas copias de la
Biblia.
La última semana del mes de „misiones‟, a diario hubo procesiones cantando „Ave, ave, ave
María‟. En Palmira los que llegaban del campo para mercar se unían con los de la ciudad.
Llevando cruces, unas bonitas y otras hechas de dos palitos cruzados, cantaban el himno
favorito de eso días negros: „No queremos protestantes.‟ Había maestros con sus alumnos,
monjas, curas, campesinos y profesionales. Al llegar frete a la Misión se pararon y a todo
pulmón los chicos y adultos hacían su bulla. Pero los bachilleres llevaban seriedad en sus
rostros. “Nos obligan a estas aquí,” dijeron unos. “Pero no pueden obligarnos a cantar.”
Parece increíble la parte que los estudiantes aún sin armas tuvieron en el cambio de
gobierno realizado en ese mayo. Algunos fueron torturados y otros muertos por
manifestarse contra el gobierno.
El jueves reinaba una fuerte tensión en el país. Se oyó el toque de queda a las seis, como
siempre. Había soldados en cada esquina, listos a apuntar a cualquiera que sacara la cabeza
– y hubo casos en que los soldados cumplieron con la orden.
Esa noche en Bogotá hubo una elección fraudulenta y se oía por la radio oficial los votos a
favor de Rojas Pinilla, eligiéndolo por cuatro años más. Pero antes de amanecer el 9 de
mayo una junta de cinco militares dio un golpe de estado y Pinilla quedó preso.
En la madrugada de aquel glorioso día se oía por la radio las noticias, y en cada hogar el
radio se ponía a todo volumen. Salían hombres y mujeres a la calle en ropa de dormir,
gritando, dando palmadas, cantando y abrazándose. La celebración duró todo el día en todo
el país. Los carros, buses, coches, repletos con jóvenes y con viejos corrían calle arriba y
calle abajo gritando “se ca-yó, se ca-yó” Los carros pitaban lo mismo “se ca-yó, se ca-yó”.
Se hicieron grandes carteles que llevaban por las calles: “sus fincas para la venta”, y efigies
del ex-dictador cabeza-abajo que fueron despedazadas y quemadas. Por primera vez en la
historia unos muchachos pasaron por la Misión gritando: “Vivan los Evangélicos”
Uno que experimentó esta gloriosa liberación del opresor, nunca podrá olvidarlo. Fue algo
muy emocionante.
El nuevo presidente, Alberto Lleras Camargo tomó posesión en agosto de 1958. Expresó al
tomar el poder: “Controlar esta violencia que aún continúa es de todas mis
responsabilidades, la más grande.” Siempre se oía de matanzas en una parte y en otra.
Había, se decía, personas que se hacían ricas pagando chusmeros por el trabajo de echar a
los dueños de sus propiedades para luego ellos apoderarse de ellas.
Un abogado en Bogotá, Luís Eduardo Cárdenas, hizo un estudio e informó que los
atacantes a veces daban garrote y decapitaban a sus víctimas, familias enteras, para que no
quedaran testigos de sus actos. Los maleantes tenían muchas armas y en aquel tiempo se
informó que había 102.000 hombres todavía organizados bajo sus „generales‟ combatiendo
a las fuerzas del gobierno.
CAPÍTULO DIECIOCHO
NUEVA ERA.
“Muévese potente la Iglesia de Dios
De los ya gloriosos marchamos en pos… ”
No fue fácil restaurar el orden después de tantos años de caos, pero poco a poco las
diferentes misiones se recuperaron y en 1960 la estadística comprobó que mientras la
iglesia sufría, también había crecido. La CEDEC informó que „comparado con el año 1953,
hubo un crecimiento de 16% al año hasta 1960‟.
Algunos preguntaban en el umbral de esta década: “¿Qué son los planes a largo plazo para
la UMEC?” ¿Planes? La UMEC acaba de levantarse del sepulcro de terror - ¿Planes? ¡Dios
los tendrá!
¿Quién podría haber pronosticado el rumbo de la Obra de Dios en la década de los sesenta?
El Papa Juan XXIII hizo grandes cambios. Abolió el „Índice de libros prohibidos‟ que
incluía la Biblia. La Iglesia Romana había prohibido la lectura bíblica para los laicos a
través de siglos; había quemado este tesoro de los evangélicos y había perseguido a los que
poseían el precioso libro. Ahora los libros que fueron juzgados como corruptos en 1908
cuando Carlos Chapman llegó a Buenaventura, eran el tema de conversaciones por todas
partes, y ¡aprobados!
La jerarquía religiosa y el público empezaban a mirar a los protestantes como „hermanos
separados‟ en vez de herejes y desapareció el odio para sus vecinos. Las luchas que
sostuvieron Don Carlos y Don Teodoro y los demás que levantaron la antorcha del
Evangelio, aquellos días en el valle de la violencia, ya habían pasado.
Miembros de iglesias destruidas, esparcidos, predicaba por donde peregrinaban y grupos
acá y allá, leyendo la Biblia libremente formaron nuevas iglesias. Pastores preparados en
los Institutos no daban abasto y como en años atrás, los laicos tomaron las riendas de la
dirección. Se sentía un celo nuevo. La Iglesia de Cristo tomó nuevo ánimo. Las
denominaciones trabajando en unión empezaron un programa en grande. Y Dios abrió
puertas de par en par y bendecía su Obra.
La Comunicación: La presa, la radio y toda vía de comunicación estaba a la disposición de
los evangélicos con una amplitud antes desconocida.
La Educación: El país experimentaba un despertamiento, como un renacimiento. La sed de
aprender, aún entre adultos, requirió clases de alfabetización. Tanto el gobierno como las
misiones ofrecían clases nocturnas para los que de día trabajaban. Con entusiasmo y con
celo marchaban adelante.
Con entusiasmo las iglesias trabajaron y se sacrificaron para construir el edificio en La
Buitrera; la Señorita Norma Jean Esther ofreció encargarse del Colegio y hacer de Bereano
un bachillerato. Al otro año se trasladó el Colegio a su nuevo plantel aunque solamente
estaba medio terminada la construcción. Al año de haber principiado en La Buitrera, la
directora entregó la dirección del colegio y las responsabilidad pesaba otra vez obre los
hombros de la Srta. Inocencia Montero. Ella permaneció en este puesto hasta 1974.
Cuando el nuevo gobierno abrió las puertas de los colegios del gobierno para los no-
católicos, mermaron las matriculas en El Bereano y los padres optaron por una educación
reconocida por el gobierno. La juventud – hijos de padres despreciados y perseguidos-
disfrutan de los privilegios y ventajas de los demás y muchos han podido seguir estudios
aun en las universidades, sin prejuicios.
Con miras en el mejoramiento del Instituto
Bíblico, se edificó un nuevo comedor que
fue inaugurado en 1965 en memoria de
Cora E. Bruner quien había muerto en
accidente automovilístico. Un año más
tarde se cerró el Instituto por falta de
suficiente estudiantado y por la ausencia de
profesores. El plantel que había sido el eje
para toda la Misión, pasó al Hospital
Maranatha y las actividades misionales de
allí en adelante tuvieron lugar en La
Buitrera y en el campamento en El Llanito.
Uno por uno los colegios de enseñanza primaria que habían servido bien, cedieron sus
alumnos a los colegios del gobierno hasta que hoy no quedan ni media docena. Todas las
misiones tuvieron la misma experiencia.
Un nuevo sistema de enseñanza teológica apareció en el horizonte. El movimiento TEE
(Educación Teológica por Extensión) nació en Guatemala en 1963 y experimentó una
aceptación entusiasta. Al cabo de tres años funcionaba en 64 países del mundo con 27.800
matriculados. En la UMEC, al principio tenía cierto éxito con laicos, pero exceptuando
unos pocos casos no produjo pastores y se sentía la falta del Instituto Bíblico residencial.
Las publicaciones: La maquinaria para la
instalación de “La Litografía Aurora”
llegó en 1962 – a tiempo para servir en la
preparación de millares de hojas volantes
preparadas para la nueva época. Al
obsequiar los esposos Chapman su
propiedad en Cali para un centro de
publicaciones, la UMEC estaba lista a
tomar posesión de ella. La Oficina de
Educación Cristiana preparó cursos para
escuelas, estudios para las diferentes
edades, publicaciones para damas y
demás, teniendo a Sara P. de Salazar, Ana
Judit Castillo y otros, ocupadísimos en su
elaboración. Se estableció una oficina
para “La Biblia Dice”, programa radial
que ofrece cursos por correspondencia,
auspiciada por “Back to the Bible” en el
exterior, y la litografía con sus varias
oficinas para servir a todas las iglesias de
la región
La Evangelización: Floyd Zuercher consiguió un equipo poderoso para mostrar películas en
los parques y mangas, donde con la ayuda de Abisaí y Sigilfredo presentaron el evangelio a
multitudes. Un día llegaron en la camioneta a Padilla. Los cuidados parecían tener temor de
arrimar, pero cuando la noche bajó su cortina oscura, se abrieron las puertas y mil personas
estaban atentas viendo la vida de Jesucristo en aquella gran pantalla. Después de mostrar la
película, Abisaí, el evangelista, les habló del Camino de la Luz, que es Cristo, y siempre
hubo quienes deseaban andar por aquel camino.
La Cruzada Cristiana Unida: Marzo, 1966. Veintidós Iglesias de Cali se unieron teniendo a
Ruperto Vélez como presidente, y también como encargado de la dirección musical.
Santiago Garabaya, evangelista argentino y Bruce del Monte, cantante proveniente de
Quito, anunciaron la antigua historia con el poder del Espíritu Santo, en el gimnasio
cubierto Evangelista Mora. La prensa y las radiodifusoras se prestaron para invitar a los
caleños. De noche docenas de „obreros‟ de las iglesias salieron para pegar afiches, colgar
banderas y propaganda en las calles. En esas gloriosas noches se reunían unas 30.000
personas para oír el mensaje de la Gracia de Dios en Jesucristo. El último día hubo un
desfile de 4.000 evangélicos con sus estandartes, textos y pendones, todos cantando por las
calles – un verdadero espectáculo en una ciudad donde pocos años antes la vid de un
evangélico no valía gran cosa. Fueron firmadas 1.045 tarjetas por los que recibieron bien
los mensajes y resolvieron seguir a Cristo.
SEPAL
El mismo año, Eduardo Murphy y Luís Palau de
„Servicio Evangelístico para América Latina‟ Se
establecieron en Cali. Ellos dieron un gran empuje
especialmente al aspecto de plantar iglesias nuevas.
Milagro en Bogotá
El 8 de diciembre de 1966 en la Plaza de Bogotá se
verificó la más grande manifestación evangélica. El
Rev. Luís Palau predicó desde las grandes del
Capitolio Nacional ante una multitud de 20.000
personas que después de haber desfilado por la
principal avenida de la Capital, se congregó para oír el
mensaje de salvación. Así comenzó La Cruzada
Cristiana Unida en Bogotá.
Evangelismo a Fondo
EVAF tuvo su origen en la Misión Latinoamericana en Costa Rica. En 1966 llegaron
algunos consejeros a Colombia para organizar un comité nacional en preparación de una
campaña. En el país fue dividido en tres zonas con veintitrés subdivisiones, todas con sus
coordinadores. Setecientas treinta y ocho iglesias representando veinte denominaciones se
unieron, y organizaron quinientas células de oración. Durante los meses enero y febrero de
1968, quince mil líderes se prepararon en veintiocho seminarios y éstos a su turno
enseñaron a la membrecía de las iglesias locales durante los meses de abril y mayo.
El 2 de junio, 21.000 mil soldados de Cristo salieron a la calle y en un día visitaron 143.000
hogares dejando medio millón de tratados. Se celebraron campañas locales y luego las
regionales con programas para niños, adultos, damas y profesionales. Más de mil niños
hubo en las escuelas bíblicas de la UMEC en aquel año.
Al Dr. Rodríguez y a sus colegas en el exterior debemos el hermoso hospital que vemos
hay, siempre respaldado por la Unión Misionera en el exterior. El mismo testimonio se da
hoy como ayer a los pacientes y visitantes. Con cincuenta empleados, todos evangélicos, y
una capellana. El mensaje del amor de Dios se siente y se oye.
Jumcol
En el congreso de la juventud misionera colombiana en julio de 1972 se escogió el nombre
JUMCOL para un nuevo movimiento entre las iglesias. Hilda Espinosa, de Tuluá, escribió:
“El campamento fue de grande ayuda espiritual para cada uno de nosotros”.
Jumcol, con sus consejeros, Floyd y Amy Dauber, organizaron varios clubes juveniles y en
marzo de 1975 se celebró un cursillo juvenil en pro de preparar líderes. El campamento
Ebenezer en Circasia, Quindío, fue el escenario de aquella gran manifestación en las vidas
de muchos jóvenes.
Se alistaron varios de ellos para llevar a cabo Escuelas Bíblicas de vacación en las iglesias.
Decían: “Tenemos una misión qué cumplir y añadiremos nuestro grano de arena en el
cumplimiento de ella”.
Jumcol organizó campamentos en Pereira, El Llanito, Honduras, Circasia, Caldas y aun en
Arquía en tierra lejana del Chocó. Dios les bendijo, pero siempre venían sintiendo una
necesidad – la de tener más estudios teológicos, mejor preparación para servir mejor al
Señor.
Llegó el día en que esta juventud entusiasta, con su caudillo, Don Floyd, reconocieron que
para ser líderes idóneos y pastores para el mañana, tenían que tomar un paso más, y por fe.
La visión de un Instituto Bíblico de residencia tenía que realizarse, y el campamento en El
Llanito fue el lugar designado para ello. Venciendo miles de obstáculos se hicieron algunas
mejoras en el plantel y se puede decir que se lanzaron sostenidos por promesas que
encontraron en el Libro de Dios.
Llegaron jóvenes y señoritas – veinte de ellos para la primera sesión en enero de 1979. La
primera clase de graduados se despidió de sus compañeros de estudios a fines del año 1982,
para tomar sus puestos en las filas de los „atletas‟ que llevan en alto la llama que no se
puede apagar.
CAPÍTULO DIECINUEVE
Progreso en El Chocó
Cuando la Misión compró la nueva lancha „El Evangelista‟ completamente equipada con
vivienda, dos señoritas ofrecieron hacer aquel barco su residencia mientras ministraban
pueblo tras pueblo en el Atrato. Gladys Jamison y Margarita Weston, acompañadas por una
obrera, dieron cinco años de su vida a esta labor. Una vez cuando Nora Gonzalía estaba con
ellas, contaron: “Hemos vivido en paz hasta ahora. Anoche sufrimos una invasión de ratas.
Un día jóvenes del pueblo mataron una equis cerca de la lancha, pero cuando arrimó un pez
espada circundando nuestra vivienda, se necesitó la ayuda de veinte hombres para vencerlo.
La espada medía un metro y su carne pesaba ocho arrobas.”
A Lida Borja le tocó la noche en que un tremendo aguacero vació el cielo sobre la jungla y
el río creció varios metros en poco tiempo. Se sintió dentro de la cabina que la lancha se
había zafado de sus amarras y saliendo en ropa de dormir, gritando “¡Socorro!, ¡Socorro!”,
las tres señoritas trataban de detenerla agarrando ramas de un árbol que se extendía sobre el
agua. El ruido de la lluvia apagaba sus gritos hasta que estando ya para darse por vencidas
en la lucha con la loca corriente llegaron unos jóvenes y lograron atajar la lancha en su
desafiante esfuerzo de aventurarse con los remolinos.
Un día en el pueblo de Mercedes, Angel María Chaverra estaba de fiesta. Nativo del Chocó,
vestía una vieja camisa descolorida, atada a la cintura, pantalones haraposos y remangados,
andaba descalzo como sus paisanos. En su champa paseaba por las calles acuáticas. Este
señor, empapado en su exterior por los aguaceros y en sus entrañas „nadando en licor‟
estaba tan feliz como nunca.
Las señoritas almorzaban, cuando Angel entró a la casa-lancha. Quitándose el sombrero
tropical, se arrodilló ante Margarita y cual político con la plaza dio prueba de su talento
oratorio, terminando con una seria de preguntas: “¿Qué están haciendo aquí, Uds.? Esta
tierra de los pobres negros chocoanos. Mujeres como Uds. no viene por aquí. Viven en
Bogotá. ¿Por qué están en el Atrato? ¿Qué están haciendo en este pueblo?”
Luego el visitante se puso en cuclillas para escuchar las razones, para que las señoritas
rehusaran las comodidades de la civilización y se sujetaran a un vida de tanto sacrificio en
el Chocó, en un río caprichoso y peligroso.
Sin comentario el chocoano se bajó de la lancha, cogió el canalete y se fue bogando calle
abajo en su champan. Varias veces durante el día volvió y siempre en tono desconsolador
se decía, “Tienen la verdad. Pero yo soy tan malo, tan malo, tan malo”.
En la Costa del Pacífico
Con misioneros y nacionales atendiendo la obra en el Atrato, Pedro Noreña y su esposa
Julia buscaban campos nuevos. Exploraron la costa del Pacifico y cinco años más tarde se
trasladaron a Jurubidá donde Pedro construyó una casa de guadua suficientemente grande
para servir de templo y escuela. Por un tiempo Velma Coffey les acompañó viviendo con su
hijo adoptivo, Ferley, en una choza edificada en la arena de la playa.
“Velma Coffey con las Cholas que oyeron el
Evangelio en Jurubidá”
Doña Julia informa: “No todo el tiempo
anduvimos viento en popa. Hubo lugar a
persecución (obra de Satanás) tratando
de derrumbar la Obra de Dios pero el
Señor nos libró de la muerte. Nos dimos
cuenta una vez que un representante del
clero planteaba nuestra muerte para
después de un viaje a Buenaventura. A
pesar de sus amenazas y los rumores, el
Señor aumentó nuestra fe en El. Cuando
ya regresaba dicho personaje para llevar
a cabo su misión, el barco en que
viajaba naufragó y sus restos al igual
que otros quedaron en lo profundo del
mar”.
Las Señoritas Margarita y Gladys visitaron a los Noreña en cierta ocasión. Al llegar el día
de regresar, como siempre, había que viajar en lo que llegara; ¡Esta vez fue una lancha
transportadora de coco cargada con dos mil de ellos!
“Y, ¿Dónde nos acomodamos?”
“Pues, encima de los cocos”. Allí encaramadas, con las piernas extendidas hacia delante
empezaron su viaje a medianoche, con una buena brisa que prometía un viaje tranquilo
aunque incómodo. ¡Pero una vez en el mar fue otra cosa! El aspecto del cielo cambió;
nubarrones les envolvieron y la luz de la luna se apagó. En esas tinieblas, sin instrumentos
científicos, se perdieron en un mar bravío. Bamboleándose encima de los inestables cocos y
bajo un aguacero falto de misericordia, a los viajeros se les olvidó la despedida de los
Noreña – “Feliz viaje”. Llegaron por fin al puerto, al otro día, para acariciar sus
madrugadas.
Bahía Solano
Con el tiempo la enfermera misionera Gladys Jamison mantenía el único centro de
evangelismo en la costa entre Buenaventura y Panamá. Los enfermos llegaban a su puerta
desde diecisiete pueblos, y los cholos llegaban de los montes a pedir remedios. Durante su
residencia en Bahía Solano Gladys tuvo por compañeras a varias maestras nacionales:
Esther Salazar, Fabiola Castro, y Marina Cáceres, entre ellas.
Al administrar los remedios para cuerpos afligidos, había algo también para iluminar el
corazón envuelto en tinieblas – cuadros, láminas, tratados, la Biblia y buenos libros.
Siempre llevaban los enfermos el mensaje de Cristo junto con sus píldoras.
Un día mientras atendía a los enfermos
hubo un alboroto en la playa frente a la
casa. Un pescador vió pasar a su enemigo y
acompañando sus acusaciones con el
machete, empezó la pelea. Vecinos
llegaban, unos con palos, otros con escobas
y hasta con remos. Gladys alcanzó a
escuchar: “¡Lo van a matar!” y en eso salió
la enfermera y metiéndose entre el motín los
separó con voz de mando: “Dejen eso.
Dejen eso.” Como si hubieran sido órdenes
de un gran general, se alejaron. Gladys curó
al herido que iba perdiendo la pelea pero
cuando todos querían entrar a la casa, dio
otra orden: “¡Váyanse para la casa!” Se fueron para sus casas.
A la hora de almuerzo Gladys suspiró diciendo: “No puedo más.” Pero en eso llegaron dos
hombres trayendo en camilla a su enfermo. Lo pusieron en el piso y la enfermera le tomó la
presión. Era tan baja que ella se puso a orar mientras su compañera le preparó una jeringa
guiada por Dios, aplicó una inyección y al rato se levantó el enfermo con nueva vida.
Siempre invisible, siempre presente, Dios obraba con su sierva. Otro día, amaneció
lloviendo. “Gracias, Señor”, oraba, “hoy podemos descansar.” ¡Pero no! ¿No sufre la gente
los días lluviosos también? Llegaron a las 7:00 a.m en canoa temblando de frío. Un
chocolate caliente servido con pan, e inyecciones para el paludismo, y luego: “Amigos,
Dios los ama. Cristo murió por Uds.”
Llegó el día cuando por la salud la enfermera no
podía permanecer en la costa; pero aún así, ella
sigue haciendo sus viajes a lo menos dos al año
con cajas de remedios y con su literatura
evangélica. Desde el momento de aterrizar el
avión, se oyen siempre las preguntas: “¿Trajo
remedios? Todos están enfermos. ¿Habrá clases
para los niños?” Y al llegar a su casa… ¡la cola de
pacientes! Una epidemia de tifoidea o paludismo,
y media docena de otras aflicciones les azotan.
Aún de noche llegan: “Señorita, mi mamá se está
quemando de fiebres. Está mala, mala. Tenga este
huevo, Señorita. ¿Puede ayudarnos?” “¿Señorita,
cuándo vuelve?” Llegará el día cuando no vuelva
más. Y, entonces, ¿Habrá otras manos de
misericordia? ¿Otras voces con el mensaje para
los esparcidos en la costa?
CAPÍTULO VEINTE
Los grandes centros eran campo bastante difícil por el odio y la humillación que sufrían los
evangélicos. De modo que la obra creció lentamente en los centros urbanos. Por años La
Unión Misionera no tenía sino una iglesia en Cali.
Pero en los campos, al cambiar la religión, uno no tenía tanto que perder y las personas
encontraban que Jesucristo añadía gozo, paz y seguridad a su vida. La cuestión de edificios
se resolvía fácilmente; una sala, un corredor o un patio servía de templo mientras podían
construir una ramada, una escuelita o una capilla. Siempre desde el principio el terreno y
las construcciones pertenecían a la congregación, nunca a la Misión foránea.
Las iglesias sufrían sus altibajos, pero Dios avivaba a su pueblo. Siempre el Espíritu Santo
puede poner carne en los huesos secos, dada la oportunidad.
Después de los años de violencia hubo un despertar en los grandes centros. Los desterrados
de los campos, llegando a los pueblos, trajeron su testimonio a los barrios y donde se
asentaron se establecieron „cultos‟ que en muchos casos luego formaron congregaciones.
En el departamento del Cauca la raza negra aceptó el mensaje del amor de Dios con su
acostumbrado fervor y celo. Nunca vivió ningún misionero de la Misión en el Cauca. Los
queridos caucanos se constituyeron en evangelistas al conocer a Cristo.
Hace diez años una octogenaria, Irene V. de Cambindo, entregó la autora de estas líneas un
papelito diciendo: “Hermana, ore por estos lugares. Son los veintiséis caseríos que yo
evangelicé cuando podía andar”.
En Medellín se organizó la Iglesia en 1975. Dos personas columnas de esta iglesia eran
procedentes de Palmira: Hortencia Loaiza, llamada la „pastora‟ por su compasión y
abnegación en el trabajo en La Maranatha, y Manuel Hernández cuya familia fue
evangelizada en 1948 por Alcides Rivas y Guillermo Iriarte, estudiantes en el Instituto
Bíblico.
Y así Dios está multiplicando el testimonio en las Iglesias, juntando su Iglesia invisible.
Hay una comisión de Evangelismo que vela por la preparación de materiales sobre técnicas
para campañas evangelísticas. Lleva a cabo las campañas y goza de tener siete evangelistas
a la orden de las iglesias.
Y el campo en el Chocó no es olvidado. Dios ha levantado manos nacionales para realizar
el trabajo allí. La iglesia de Quibdó es fuerte y tiene visión misionera. Las Hijas del Rey
(Damas de la Misión) se han hecho responsables para el sostén del obrero Feliciano Navia
trabajando en la costa del Pacífico.
Los esfuerzos para discipular a los convertidos muchas veces fue descuidado en el pasado.
Ahora una comisión de edificación presidida por Evelio García se preocupa por un
programa extensivo entre todas las iglesias para preservar los resultados del evangelismo y
preparar líderes para el futuro.
El último corredor llegó a Cali ya el sol se deslizaba por el otro lado de la sierra, pintando
la bóveda del mundo, color de rosa. La llama Olímpica, prendida en Méjico, fue llevada
desde Bogotá hasta Cali donde miles de personas esperaban verla brillar.
No sólo la ciudad se había preparado para recibir los Juegos Panamericanos aquel fin de
julio de 1971. La UMEC ya tenía listas medio millón de hojas con un mensaje especial para
los deportistas.
Cada noche mientras treinta y tres banderas flameaban al viento sobre el parque
Panamericano, Floyd Zuercher colocaba su poderoso aparato para anunciar el mensaje de
Cristo hasta los rincones. Don Ray abría cajones de Biblias para vender, mientras
Guillermo Gibson alzaba su trompeta plateada y Eliseo Iriarte se colocaba su acordeón.
Haría apenas quince años que las biblias ardían en fogatas públicas ¿Qué pasa ahora en
Cali?
“¿Este libro es la Biblia”? Hace años he deseado tener una”, dijo Sergio.
“Encontré esta hoja en el suelo. Es buena. Ahora quiero tener la Biblia”, explicó un joven
al comprar las Sagradas Escrituras.
“El fuego Olímpico, símbolo espiritual del gran evento en el hemisferio accidental, que
ardía en su pedestal desde el 30 de julio, SE APAGO hoy en un programa
impresionante. Los juegos Panamericanos, las multitudes, la competencia tan
emocionante, TODO SE ACABO”.
Durante estos setenta y cinco años en Colombia la luz divina ha sido llevada de mano en
mano y el Diablo con todas sus maquinaciones no la ha podido, ni podrá extinguirla.
CAPÍTULO VEINTIDÓS
Actualmente la Unión Misionera sigue haciendo historia que ha de servir a través de los
tiempos para que el nombre del Rey de Reyes y Señor de Señores sea glorificado. No hay
claudicación y no quiere dejar apagar la llama en la antorcha que por 75 años se ha
sostenido en alto.
Este plan tiene cuatro (4) objetivos centrales de gran importancia, los cuales son:
El plan presentado a la Convención de 1982, realizada en los primeros días del mes de
enero en El Llanito Valle, tenía un total de 17 metas u objetivos plenamente medibles, de
los cuales al hacerse una evaluación en 1983 se encontró que se había realizado plenamente
un 75% del plan.
Fue aprobado de nuevo el “Plan Máster” con sus 36 metas, en forma unánime y para el
liderazgo en la realización del plan, la Convención nombró sus designatarios y comisiones
así:
J. MANUEL BADILLO N.
Presidente de la UMEC
ENRIQUE BRACHO
Presidente de la Comisión de Evangelismo
EVELIO GARCÍA
Presidente de la Comisión de Edificación
IVAN SUÁREZ
Presidente de la Comisión de Entidades
ROY LIBBY
Presidente de la Misión U.M.E
ANSELMO ALEGRIAS
Presidente de la Comisión de Ancianos Mayores
NOHEMI DE LOAIZA
Presidente de las Hijas del Rey
OTHONIEL CASAMACHÍN
Director del Instituto Bíblico Ebenezer
MIEMBROS DE LAS COMISIONES
COMISIÓN DE EVANGELISMO
Enrique Bracho (Presidente)
Celinde Ortiz
Darío Alzate
Obed Varón
Marco Aurelio Castañeda
COMISIÓN DE EDIFICACIÓN
Evelio García (Presidente)
Judith Castillo
José Rengifo
José Sánchez
Roy Libby
COMISIÓN DE ENTIDADES
Ivan Suárez (Presidente)
Dr. Pablo Rodríguez
Othoniel Casamachín
Nehemías Salazar