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El objetivo de la camarista es desnudar con la lente la monótona

existencia de quienes trabajan en la invisibilidad pese a lo


imprescindible de su labor.

Mabel Salinas
Reseña crítica
Película: La camarista
Filmografía: Avilés, Lila, (2019), La camarista, Canibal, México, 101mins.

Con una cámara prácticamente inmóvil, un buffet de planos fijos, así como
un contraste entre espacios blanquecinos perfectos y cuartos de lavado con
mosaicos desgastados, Lila Avilés construye visualmente su ópera prima: La
camarista, cinta mexicana ganadora en el Festival Internacional de Cine de
Morelia 2018. El objetivo primigenio de Avilés es desnudar con la lente –
desde una perspectiva voyerista– la monótona existencia de aquellas
personas que trabajan a diario en medio de la invisibilidad pese a lo
imprescindible de su labor; algo similar al caso de Cleo (Yalitza Aparicio) en
Roma.

Aquí no se retrata el mundo de la trabajadora doméstica de un hogar, sino


la camarista de un lujoso hotel de la ciudad de México. Evelia (Gabriela
Cartol) consume sus horas limpiando las habitaciones de su piso –aunque
tiene esperanza de llegar al piso 42–. La secuencia inicial la descubre
poniendo en orden un cuarto que pareciera haber sido atacado por un
huracán, sin saber que está próxima a descubrir una sorpresa. Al verla
realizar las mismas acciones y seguir los protocolos al pie de la letra una y
otra vez su perfeccionismo queda en evidencia, al igual que la monotonía de
su vida.

Evelia no sólo se representa a sí misma, sino a todas aquellos seres


humanos confinados a un trabajo que les garantiza sobrevivencia más no

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realización personal. En busca de un salario y la manutención de su familia,
se desvive atendiendo a otros –aunque muchos de esos clientes son
malagradecidos– a costa de sacrificios personales. En el caso de Eve es no
ver a su hijo de cuatro años por vivir esclavizada bajo el yugo de planchar,
lavar, doblar y tender los cuartos de almas desconocidas, de patrones
desaparecidos pero exigentes. Vive a merced de un trabajo infravalorado y
aún menos recompensado.
Eve es sin ser ella. Trabaja, pero porque quiere obtener un ascenso que
implicaría más beneficios para ella y los suyos. Se preocupa por estudiar
también. Pero, a diferencia de lo que ocurre en las películas, los ciudadanos
de a pie no obtienen premios por sus heroísmos callados, incoloros,
insípidos. Son el daño colateral de la polarización social, de la injusticia en
la distribución de la riqueza; son víctimas de una falsa idea de meritocracia.
En la vida no siempre el que trabaja duro avanza; puede creer que lo hace,
pero en incontables casos las circunstancias se empeñan en mantenerlo
dando vueltas en círculos.

Algo así ocurre en La camarista. Eve sueña con desprenderse de su estilo de


vida y aspira a los lujos, los objetos bonitos y las oportunidades que tienen
los huéspedes a los que sirve. Anhela reducir la brecha entre la disparidad
social y educacional que los separa, pero la suerte se le resiste. En este
microcosmos que sirve de radiografía de la sociedad mexicana y sus
“huéspedes” –los visitantes extranjeros–, Eve simboliza a toda una población
que a diario sale a ganarse el pan en un contexto desesperanzador, realista
y con un maquillado porvenir.

Cinepremier 02-agosto-2019 núm, 487, XXII, p.47.

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