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Los problemas de pensar la moral en lo político

Ensayo final

Seminario de filosofía política y social

Samuel Trujillo Sánchez

La relación dialéctica que sostienen las determinaciones morales en el campo de lo político


ha sido una cuestión innegable a lo largo de la historia. El escenario de lo político ha sido
uno en el que constantemente han confluido diversas visiones sobre el mundo, expectativas
sobre cómo deberían ser los seres humanos, cómo deberían interactuar, organizarse y tomar
decisiones; lo cierto es que la mayoría de los enunciados propuestos en tal escenario se han
entendido a la luz de la noción expresada por la figura de lo correcto, lo bueno o lo
deseable. Por ello pensar en aspectos sumamente importantes e intricados para el desarrollo
sociopolítico de la vida humana como la justicia, la participación o el reconocimiento, nos
llevan a considerar cómo es que estas diferentes dimensiones sostienen dentro de sí cierto
sustrato de carácter moral.

De la misma manera, la vida practica y el mundo de la decisión han representado en este


mismo sentido histórico, la complejidad de los caminos en los que han devenido nuestros
intentos de establecernos como sociedad. Son muchos los ejemplos ofrecidos por el
recorrido que ha traído la humanidad hasta nuestros días, desde las guerras y conflictos a
gran escala, el aumento del potencial armamentístico o el desarrollo tecnológico y
científico sobre el que se erigen dilemas morales más contemporáneos como la
manipulación genética, la energía nuclear o el transhumanismo. Este tipo de
acontecimientos son algunos de los más ilustrativos en este orden de ideas, en tanto que, al
analizarlos nos es posible en cierto sentido dar cuenta de cómo en ultimas existen una serie
de arquetipos, valores o ideales que confluyen en la configuración de este tipo de hechos.

El presente texto tiene la intención de dar cuenta del relacionamiento, las tensiones y el
dialogo existente entre estas dos acepciones en particular, a saber, la política y la moral. En
este orden de ideas, el texto tiene el objetivo de formular una serie de preguntas que guíen
el discernimiento de las discusiones generadas en el marco de la problemática, así como
ofrecer la visión particular del autor.

El camino de la reflexión política

La concepción de la política del mundo griego posicionaba a esta última como la disciplina
que encaminaba al ser humano hacia el bien común. Lo político se encontraba pues
estrechamente ligado a la idea del bien y no era posible en aquel entonces establecer
tajantemente una escisión entre la experiencia de vida en la Polis griega y un derrotero de
vida encaminado a la virtud; por lo menos desde la óptica de quienes eran considerados
como sujetos políticos. Vemos entonces como desde aquí se pone de manifiesto la
tendencia de la antigüedad en occidente hacia la caracterización y la vivencia de la praxis
política en el marco de un esquema bajo el que se asientan determinados valores.

Así pues, nos es posible entrever la manera en la que en el mundo clásico no había división
palpable entre la representación de la dimensión de la legalidad y la de lo virtuoso. Con
esto en mente, dispongámonos a analizar la postura de uno de los pensadores en términos
de política más representativos de la antigüedad; de este mundo clásico occidental. El
posicionamiento ofrecido pues desde Aristóteles, se plantea igualmente bajo una línea
subsiguiente a lo anteriormente planteado sobre la ley y el bien. Su doctrina tiene mucho
que ver con la relación entre la vida buena y el estatus participativo del animal político
dentro de estos grandes grupos humanos que al día de hoy hemos optado por denominar
sociedades. La política expresa entonces la posibilidad humana de enunciarse en sociedad y
más allá de eso, de disponer y adecuar el espíritu hacia lo mejor a través de la virtud de la
prudencia (phronesis).

El entramado conceptual evidenciado desde la concepción griega de lo político, al mismo


tiempo que se articula con ciertos ideales como los de la virtud, contaba con un componente
pedagógico característico evidenciado desde la figura de la paideia. La política no tenia que
ver tanto con el conocimiento de conceptos o entidades abstractas como con la practica y la
enseñanza. Allí radicaba la promesa de los ideales de la Grecia antigua respecto a la
política.
De su parte, la transición hacia la edad media trajo consigo el ordenamiento particular
evidenciado desde el cristianismo. Desde aquí se articulan tratados como la ciudad de Dios,
de san Agustín, que pretenden evidenciar la presencia del ordenamiento divino respecto a
las cuestiones de los seres humanos. La caída de roma, así como el final de otras
civilizaciones fue un hecho significativo en este sentido, ya que la obra de San Agustín
refleja muchas de las carencias morales de los intentos políticos de la antigüedad, y para el
pensador del medioevo, fue fundamental la reconciliación de tales ideales dentro de la
formulación de un proyecto de ciudad plausible.

Aunado a esto, el relacionamiento cada vez mas estrecho de la figura del estado con la
iglesia, fue el escenario propicio para la fundamentación de un código moral ampliamente
mas arraigado. Los valores cristianos pasaron a ser el derrotero univoco y fundacional de
occidente durante esta época. El orden de lo natural encarnado por el estado, se encontraba
subordinado al orden de lo sobrenatural simbolizado por esa ciudad divina; el ideal del
orden y estructura de todo lo terreno. La ciudad de Dios significo la representación del
estatus moral ante el entramado político presentado por la edad media, cuestiones como la
idea de pueblo y la noción de justicia permeada por la concepción divina fueron la
manifestación del sustrato judeocristiano de tal estatus moral.

“Y si no puede haber pueblo, tampoco cosa de pueblo, sino de multitud, que no


merece nombre de pueblo. Y, por consiguiente, si la república es cosa del pueblo, y
es pueblo el que está unido con el consentimiento del derecho y no hay derecho
donde no hay justicia, sin duda se colige que donde no hay justicia no hay república.
Además, la justicia es una virtud que da a cada uno lo que es suyo. ¿Qué justicia,
pues, será la del hombre que al mismo hombre le quita a Dios verdadero, y les
sujeta a los impuros demonios? ¿Es esto acaso dar a cada uno lo que es suyo?” (San
Agustín, 2011, p.606)

Para la modernidad, la situación epistemológica que dispuso el antropocentrismo y el


desarrollo de las ciencias positivas representaron un cambio de paradigma considerable.
Las pretensiones de un esquema moral que diese cuenta del mundo fueron reemplazadas
por un afán de conocimiento sobre el mismo. Los ideales morales y la latente búsqueda del
derrotero adecuado fueron sustituidos por otra promesa: la de la seguridad y el orden ante la
amenazante naturaleza humana. Esta promesa de seguridad fue traducida en la búsqueda de
un orden establecido a partir de una normatividad adecuada, discernida a partir de
principios y que fuese capaz de dar cuenta de la esfera de la legalidad separada de las
determinaciones internas de lo humano.

Las implicaciones de moralizar la política

Vemos entonces que no es un problema simple el que se postula al concebir la forma en la


que política y moral participan una de la otra. La forma en la que los seres humanos lo han
entendido a lo largo de la historia nos ha mostrado que las condiciones del contexto son
determinantes a la hora de concebir y analizar tal relación, en días como los nuestros, vale
la pena de la misma manera preguntarnos cuáles son esas condiciones particulares. En
cierta medida tal vez una respuesta provisional a esto podría radicar en el hecho de que
hemos pretendido encontrar en la política cuestiones morales que esta no puede brindarnos.

Primeramente, hemos de analizar lo referente a la dificultad de definir hasta qué punto


resulta plausible o no moralizar la política. Por un lado, podría pensarse que sería esperable,
y mucho más, deseable, que existiesen una serie de postulados o normas que guiasen de la
mejor manera posible el discernimiento y el accionar humano respecto a los otros; al mismo
tiempo, que los individuos contasen con las características adecuadas para seguir tales
lineamientos establecidos moralmente dentro de sí, en aras de garantizar el bienestar
común; y que además, el estatus de representatividad de quienes se erigen como
mandatarios en un modelo democrático, por ejemplo, se vea reflejado en la intención de
gobernar con benevolencia absoluta. Escenarios como este nos invitan a pensar en una
posible articulación y dialogo entre la moral y la política, habla igualmente de una relación
en la que esta última es el sujeto sobre el que actúa la primera. Esta noción de una u otra
manera nos lleva al punto de consideración en el que el relacionamiento se da bajo la
siguiente lógica: “la política es moralmente legítima como sujeto de la moral, nunca como
un atributo que la determina para ponerla a su servicio. La política debe aspirar a ser moral;
la moral no debe condescender ante los condicionantes de la política” (Camps, 1997, p.181)
Lo anterior se condice en últimos términos con lo que sería la concepción de un ideal
moral de bien, lo que, en cierto modo, no es una cuestión despreciable de entrada, sin
embargo, de aquí que hayamos de figurarnos algunas interrogantes pertinentes sobre este
aspecto referente al direccionamiento moral de lo político. Hemos de preguntarnos pues en
este sentido ¿Cuáles serían estos criterios morales adecuados? ¿Es posible reducir al marco
de lo moral la experiencia humana de lo político? Y en este orden de ideas ¿Cómo llegar a
una concepción universal de la moral sobre la que tome lugar el ideal antes planteado?

Pues bien, tales preguntas se postulan en la problematización de la formulación moral


dentro de la praxis política. Y si bien pueden pensarse en las posibilidades que otorga esta
formulación para erigir la sociedad a partir de una idea tan ponderada y esperada por
muchos individuos en épocas diferentes, como la del bien o lo correcto, tal y como se ha
mencionado, hemos de revisar nuevamente la historia y evidenciar la manera en la que esta
misma figura (la del bien) se ha entendido de muy diferentes maneras y muy diversas entre
sí. La consideración en este punto regresa a la pregunta por la posibilidad de universalizar
los ideales morales.

Al mismo tiempo, dentro de toda esta dinámica opera un elemento a analizar y es el de los
extremos a los que puede propender la misma acción humana en el campo de la defensa de
sus propios ideales, tradiciones o preceptos en el sentido moral. Sin importar si estos se
corresponden con un universal de bien, o si obedecen al desarrollo particular de la tradición
o la costumbre, incluso si desarrollan a partir del sentido critico o del desencantamiento del
proceder político de turno; lo cierto es que la humanidad ha llegado a vivenciar una serie de
hechos que pueden llegar a dar cuenta de lo problemática que puede resultar la
participación moral dentro del proceder político.

Son de considerar los casos que se han evidenciado desde los enfrentamientos y las guerras
a gran escala. Países enteros con sistemas políticos abanderados por la defensa de nociones
como la libertad o la igualdad, e inscritos en sistemas de creencias establecidos desde la
figura del amor, la familia o la cooperación, disponen todo su poderío en la imposición y la
dominación sobre otro. ¿Qué tan suficiente es la moral en este sentido? la presencia y la
latencia de aspectos como la violencia y especialmente de los hechos presentados hacia el
principio del pasado siglo; hechos que encarnan un potencial destructivo nunca antes visto,
y que ponen en consideración ya no la pregunta sobre si la moral resulta conveniente en la
comprensión de la esfera política, sino que tan útil sería de considerarla como tal. La
discusión ha transcendido a la esfera del relacionamiento entre estas dos acepciones y nos
ha puesto a figurarnos por las implicaciones verdaderas que esto tendría para el desarrollo
subsiguiente de nuestras sociedades.

¿Qué podemos esperar de la moral en lo político?

El relacionamiento humano pues, en toda su complejidad expresa de cierta manera una


necesidad para hallar en su accionar y proceder algún orden, o por lo menos, una
justificación que dote de sentido aquello que hace. Pensar en lo moral, significa pensar
tambien en la forma en la que lo humano relata sobre sí mismo, sobre las tensiones que
sostiene el individuo ante la presencia del otro y la narrativa que utiliza para enunciar estas
tensiones. Actuar en el terreno de lo político, la mayor parte de las veces implica actuar por,
para o sobre alguien más, y las repercusiones e implicaciones que estas acciones tienen son
en alguna medida imposibles de desligar por entero de determinaciones morales.

La concepción arendtiana de la moral en cuanto a lo político, por ejemplo, expresa en este


sentido que la moralidad debe experimentarse partiendo desde el individuo como un acto de
conciencia. La conciencia es un elemento que nos distingue de los demás, pero que tambien
lo hace de nosotros mismos, nos hace participes de la idea de que “la diferencia que el
hombre percibe en el mundo entre los otros hombres existe también en uno mismo”
(Rodríguez, 2018, p.22) la conciencia moral es por consiguiente un hecho que le sigue a la
percepción moral de sí mismo. No se trata de que la moral se establezca desde un
solipsismo, sino que esta nace primero en el encuentro con uno mismo, antes que con los
demás sin embargo ¿Qué puede decirnos esta interpretación de la moral acerca del mundo
que se desarrolla ante nuestra mirada? pues bien, ante el paso tan vertiginoso que propone
nuestro tiempo y la poca consideración que se la da las ideas, pensar en la autorreflexión y
en la formación de una conciencia individual que sea capaz de examinar de manera critica
los elementos que participan de la realidad, puede llegar a resultar una relectura adecuada
del proceder político. Vale la pena pensar en determinado momento en trascender a la
esfera del prejuicio.
Es evidente que uno de los síntomas más latentes de lo político en la sociedad
contemporánea es el desencantamiento y el malestar respecto al proceder político, cuestión
que resulta en cuanto menos lógica cuando se tienen en cuenta elementos presentes en la
realidad como la pobreza, la desigualdad, el cambio climático y otros pormenores que son
omitidos o incluso perpetrados por el sistema político mismo. Al mismo tiempo el juego de
intereses y las demás dinámicas en las que ha devenido la concepción de lo político hacia
nuestros días, es un hecho que se postula en la profundización de esta sensación
generalizada de desapego y crítica hacia la política, además de ahondar en la crisis de la
consideración por la moralidad dentro de la misma. El panorama gris no termina ahí, y es
que es de pensarse tambien como la tensión geopolítica actual ha revivido viejos fantasmas
del pasado en el marco de enfrentamientos bélicos a gran escala de consecuencias
incalculables ¿Qué esperar entonces de la política y la moral en este sentido?

Bajo el desarrollo argumentativo de Arendt, asumir esta postura de desencanto no nos lleva
a otro camino sino a la consideración del milagro como nuestra única vía. Lo que hemos de
comprender es que el milagro no implica arrojarnos al devenir de la divinidad o a la
plegaria consciente sobre lo que desearíamos fuese diferente; la concepción del milagro se
ve representada más allá de la determinación religiosa, como la valoración de la acción
humana y del carácter inscrito dentro de la imprevisibilidad de los resultados de las
mismas.

De aquí que hallamos de pensarnos en el lugar que este tipo de determinaciones


inmiscuidas dentro del pensamiento político ocupan en nuestro particular lugar de
enunciación. En este sentido es importante comprender que existen ciertos presupuestos
morales que participan inevitablemente de nuestra vida y enunciación política como seres
humanos, no obstante, no podemos reducir esta experiencia de lo político a la moral.
Pretender esto sería pretender asimismo que la moral puede subsanar vacíos y lograr cosas
que no le corresponden y jamás nos ha prometido.
Consideraciones finales

La moral es una de las ficciones humanas que más influencia ha tenido sobre la sociedad a
lo largo de la historia. No podemos tener una experiencia palpable sobre lo que es la
justicia, la libertad, la igualdad o la solidaridad, ni ninguna de las demás determinaciones
casi infinitas que participan de esta noción de la moral. Sin embargo, figurárnosla, pensar
en ella y construir relatos sobre la misma es algo que nos afecta considerablemente y nos
hace pensar en los efectos que día a día tiene para nuestras vidas y para nuestra forma de
relacionarnos con otros.

Si bien hemos reparado en los inconvenientes de moralizar tajantemente la reflexión


política, y en algunos de los problemas presentados por el panorama político en sí mismo,
no podemos desdeñar por completo sus contenidos y su participación en la esfera social
humana, pues seguimos siendo actores en nuestros contextos y las decisiones y
determinaciones emitidas desde el poder van a seguir afectándonos bien sea que las
consideremos o no. En cierto sentido el edificio que desde la antigüedad hemos construido
desde la antigüedad ha sido derrumbado, pero de alguna manera nos corresponde a nosotros
examinar que piezas quedan.
Referencias

Camps, V. (1997). La política como moral. Isegoría, (15), 181-189.

Corredera, S. S. (2003). Los conflictos entre ética, moral y política: criterios para su
negociación. CIC. Cuadernos de información y comunicación, (8), 39-60.

Agustín, S. (2011). La ciudad de Dios (Vol. 686). NoBooks Editorial.

Quiroz, m. J. R. (2018). Moral y ética desde las perspectivas filosóficas de Hannah Arendt
y Jürgen Habermas. Revista memoralia, (15).

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