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Baltasar Gracián
Baltasar Gracián
de la conducta humana:
preciso, breve y satírico
Adolfo Hernández Muñoz
De Marcial a Gracián
Situada en fértil llano regado por ríos de aguas claras y rápidas, como el Jalón y el
Jiloca, Calatayud (primitivamente Castillo de Ayub, por su fundador) se ostenta
heredera de la Antigua Augusta Bilbilis, cuyas ruinas, a pocos kilómetros sobre los
estriberones de la Sierra de Vicor, nos recuerdan el nacimiento del padre del epigrama,
Marcial. Preciso, breve, satírico, sacudió a Roma. A pocos andares de Calatayud, en su
distrito judicial, hay un pueblecillo llamado Belmonte, a orillas de un afluente del Jalón:
el Miedes. Estamos en tierras de Baltasar Gracián, remoldeador, junto con el genial
Quevedo, del conceptismo. Preciso en su decir, sacudió esta vez a España y Europa.
Así, las mismas lomas pardas, los mismos ríos claros y rápidos, acunaron a los dos
latinos y ambos juzgaron sus escenarios históricos y destilaron razones válidas para la
eternidad humana. Marcial y Gracián: dos patrias y un mismo horizonte. Al establecer
la ligazón, el acucioso Adolphe Coster nos dice que Calatayud, respondiendo a los votos
sentidos del poeta latino, ha dado el nombre de Marcial a una de sus calles y añade:
“Acaso un día dispondrá el mismo honor al ‘Marcial cristiano’: Baltasar Gracián.”
El mundo de Lastanosa
Para 1619 estaba de vuelta en Aragón. Turbios sucesos políticos alteraban los ánimos
españoles. Felipe III, heredero de un Imperio (Carlos V y Felipe II) gobernaba. Pero, de
hecho, lo hacía Francisco de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y después duque de
Lerma, quien estaba a punto de perder el favor real. Era una Europa celosa, apenas
contenida por matrimonios de conveniencia.
Es más, puede sospecharse que muchos de sus aciertos los ideó en presencia de los
distinguidos compañeros, recogiendo al vuelo las respuestas que se escapaban en estas
reuniones íntimas, como lo acusan sus escritos. Así se explica la prodigiosa cantidad de
juegos de vocablos, de chanzas de trazos acerados, algunos poco eclesiásticos, de que
llenó su Criticón, y que, ciertamente, sobrepasan la fecundidad de un solo cerebro.
Quizás esa sea la clave del inmenso universo gracianesco, que podría aplicarse a
Shakespeare, Cervantes y otras cumbres de ingenio.
Y más adelante apuntará:
Parece que el librito cayó bien hasta en las esferas reales. Felipe IV se ‘dignó’ comentar:
“Este brinquiño está lleno de gracia y encierra grandes cosas.” Así pues, se puso en
boga y las ediciones se sucedieron. El fondo humano que alienta en la obra gracianesca
se pone de manifiesto en el Primor IV del libro cuando indica: “¿Qué importa que el
entendimiento se adelante, si el corazón se queda…?” No sólo sus libros sino sus
acciones atestiguan una bondad de corazón que desdice juicios apresurados o malévolos
de algunos ensayistas que lo acusan –gratuitamente– de deshumanizado intelectualismo.
El caso del padre Tonda pondría en evidencia lo que decimos y llamaría la atención de
su general en Roma. Como antecedente del asunto que nos ocupa deberemos referirnos
a la oposición de la Compañía de Jesús a los privilegios que, en materia de confesión,
concedía la Bula de la Cruzada a las comunidades religiosas. Data del 25 de febrero de
1587 la ‘Instrucción para informar a su Majestad y a los de su Consejo en lo de la Bula
de Cruzada’, enviada por el general Aquaviva, pidiendo que sus privilegios no fuesen
válidos en la Compañía. Su sucesor, Vitelleschi, opinó igual y así lo hizo saber al padre
Ribas, provincial de Aragón: “Que no permita opiniones relajadas en razón del uso de la
Bula de la Cruzada…” Al respecto, Gracián hizo uso, al parecer indebido, de la
mencionada bula y absolvió en nombre de esas facultades al padre Tonda acerca de lo
liviano de su conducta religiosa, pues se le conocían “algunas flaquezas con mujeres”.
El incidente llegó a oídos del general en Roma, quien escribió al padre Ribas una carta
donde dice:
Resultados: el padre Franco quedó separado de la rectoría del colegio y fue sustituido
por el padre Gabriel Domínguez, alarmado y aleccionado no solamente de la actuación
del padre Gracián en el caso Tonda, sino de los éxitos de nuestro escritor en el círculo
lastanosino y de la aparición, bajo seudónimo, de un libro. Ese “Lorenzo Gracián,
infanzón” no engañaba a nadie y la imprenta de Nogues en Huesca podía, fácilmente,
ser espiada. No obstante, Gracián, en aras a la amistad, un año después de estos sucesos
acudió en auxilio de un hijo del jesuita descarriado. Alguien lo informó a Roma y la
respuesta no se hizo esperar:
El discreto
Son días de mayo y pronto ocurrirán sucesos sombríos. El conde duque de Olivares
imponiendo nuevas gabelas a Cataluña estaba ‘cargando la mano’ y dando pie al drama.
Por esos años, Gracián da a luz El político, basado en la figura de Fernando el Católico
y dedicado precisamente a Nochera. Finalmente, aparece El discreto, donde surgen
críticas y alabanzas por la clemente actitud de España en el problema catalán. Siempre
bajo el amparo de su notable amigo Lastanosa, pero enfrentado a la Compañía de Jesús
(en especial al padre Goswin Nickel, quien comentaba que las alusiones a la guerra
catalana “podían poner en entredicho las relaciones entre la Corona y la Compañía de
Jesús”). Así, Nochera y Gracián quedaban unidos en la historia de los tiempos, ambos
por una amistad a toda prueba.
En diciembre, libre ya de los afanes épicos del mes anterior, Gracián trabaja, alentado y
protegido por Lastanosa, en un proyecto ambicioso. En la misma casa del prócer
oscense revisa libros, espiga citas y extrae conclusiones para refundir su viejo Arte e
ingenio en una nueva obra: Agudeza y arte de ingenio.
En ésta, y cabe pensar en una petición de Lastanosa, van incluidos algunos de los
epigramas de Marcial, traducidos por el canónigo doctor Manuel de Salinas y Lizana,
pariente de don Vincenzo. Un año tardó en aparecer, siendo a principios de 1648 cuando
se inicia su distribución y en 1649 ya salía una segunda edición. ¿Tomó la idea del
tratado de un original del italiano Peregrini (Matteo) titulado: Fuente de ingenio? Varias
razones se barajan en torno a ello. No obstante, en definitiva, difieren notablemente. En
efecto, mientras Pellegrini (o Peregrini) censura el uso excesivo de la agudeza, Gracián
la defiende como legítimo recurso literario. Pero lo medular es si hay una frontera ancha
o estrecha entre la agudeza y el pensamiento. Depende de cómo se emplee; así, Séneca
y Plinio (el joven) son felices representantes de una agudeza: la de penetración
(perspicacia) y la del artificio. Una, verdades difíciles; la otra, belleza sutil; aquélla es
más útil; ésta, más agradable. En síntesis: la única diferencia entre las dos obras en
aparente pugna sería la inclusión de muchos ejemplos de los escritores aragoneses de
aquellos tiempos y la traducción de los epigramas de Marcial por Salinas.
Considerada como tratado clásico del estilo, para terminar como máximo ejemplar de
conceptismo. Curtius es benigno juzgándola al decir:
Gracián nos dio una suma de agudeza. Fue ésta una proeza
nacional; la tradición española, desde Marcial a Góngora, quedó
así integrada a una perspectiva universal.
Son los mejores años del escritor. Surge el Oráculo manual, cuya primera edición
parece que fue publicada en Huesca (1647); empero, la más conocida surgió en Madrid,
en 1653, bajo la generosa protección de Lastanosa, al cual se debería también alguna
indicación prudente para reformar partes del texto. Como apunta Coster, las máximas
que contiene el volumen, aunque originales en la forma, no presentan nada en la
sustancia. Pero era un tratado necesario en tiempos en que la moral y la bajeza se
cobijaban, confundiéndose, bajo falsos palios cristianos. Páginas de sabiduría mundana
que no parecen trazadas por mano religiosa, como igual ocurriría en otras de sus obras,
hacen pensar en un Gracián más llevado a las realidades del cotidiano acontecer con sus
eternas miserias humanas, que por éxtasis divinos. Su propia vida fue una lucha
constante con restricciones en la orden, con envidias y politiquerías de baja estofa. Un
constante combate por afirmar su personalidad en un medio que tiende a anularla. Su
diario vivir fue una terrible contradicción y ello apresuró su fin. Es el Oráculo manual
ramillete de máximas expresadas en idioma rico y conciso que harán meditar en más de
una ocasión y que constituyen cabecera de prudentes y dique contra necios y necedades.
Por usar uno de sus aforismos, su lectura nos haría conducirnos con galantería de
condición. Hay consejo para todo, menos para la bajeza. De ahí su condición clásica.
Empero, nuevamente llevó la contraria a la Compañía con la aparición del Oráculo
manual porque intentó ‘engañarla’ indicando en la primera página: “Sacada de los
aforismos que se discurren en las obras de Lorenzo Gracián.” Según él no había
menester permiso porque era una especie de ‘refundición’ elaborada por Lastanosa.
Pero los jesuitas no opinaron igual y sus malquerientes anotaron la hazaña en el libro
negro, de forma que pronto se cobrarían la deuda entintada en envidia.
Mientras tanto, el Oráculo corrió con suerte y la fama de Gracián se extendió. Con el
tiempo esta obra sería traducida y reeditada en varios idiomas europeos y tenida por
maestra.
Su amistad con Uztarroz, cronista del reino en Zaragoza, con el obispo Esmir, en
Huesca (a quien dedicó una recopilación de sermones del padre Continente, en
encendida alabanza), y con el provincial de la orden Franco palió los ataques de los
enemigos y le valió una inesperada victoria: Profesor de Escritura en el Colegio de
Zaragoza. Pronto aparecerían nubes.
Notas
Baltasar Gracián (II)
Cronista de la conducta humana:preciso,breve y satírico
Adolfo Hernández Muñoz
Así, el problema estaba planteado y solamente faltaban los personajes que interpretaran
su visión del hombre. Critilo y Andrenio están en el horizonte, un horizonte en el que,
desde hace unos años, se abrían paso nuestro señor Don Quijote y su setencioso
escudero Sancho Panza. Más adelante nos ocuparemos de todo esto.
El 13 de abril, Nickel dirigió una carta terrible al provincial interino Jacinto Piquer,
manifestando:
Pese a su dureza, todavía había rendijas de escape. El generalato tenía algunas dudas,
pero el dardo había dado en la diana. Los enemigos del belmontino se movían con
diligencia. No obstante, le quedaban amigos, entre ellos Alastuey y Esmir.
Gracián indica a Don Vicencio en junio que el cerco se estrecha en torno a su persona:
"Me impiden que imprima y no me faltan envidiosos; pero todo lo llevo con paciencia y
no pierdo la gana de comer, cenar, dormir, etcétera." Nuevas cartas de Nickel a
Alastuey. Gracián aplaca la ofensiva con un libro llamado El Comulgatorio, que
consiste en descubrir similitudes entre la Sagrada Escritura y el comulgador. Desde
luego, el menos importante de sus escritos. En realidad, era un prudente trampolín para
cubrir las etapas finales de su trabajo máximo.
La galopante crónica gracianesca nos indica que, protegido por fieles amigos a finales
de 1652 estaba en el Colegio de Graus -"invierno helador; abrasador estío"-, lugar de
destierro muy diferente al acogedor ambiente zaragozano. Allí se enteraría del final de
la guerra de Cataluña y de la prudencia del rey al pactar la rendición de Barcelona sobre
la base del perdón y olvido general. Era como un póstumo homenaje a su gran amigo el
duque de Nocera.
Logra la gracia del provincial de nueva cuenta y vuelve a Zaragoza; además de escribir
El Comulgatorio (del que ya hicimos mención) compila poesías, se muestra activo en
los círculos intelectuales de la capital
aragonesa y con la generosa
complicidad de varios y eruditos amigos
prosigue, febrilmente, la confección de
la tercera parte de El criticón. Se sabía
vigilado y su correspondencia violada.
Detrás de todo ello, Roma. Al respecto:
"No entienden ni el asunto, ni el intento
del libro", comentará con amargura.
Seguía en contacto con Lastanosa y
pedía su consejo. Por otra parte, Andrés
de Uztarroz, Francisco Diego de Sayas,
cronistas de Aragón y otros altos
personajes lo ayudaban y defendían
frente a Diego de Alastuey y Jacinto Facsimilar de la primera edición de
Piquer. Así transcurre el año 1656. La El criticón (1651).
edición, en julio del 57, de la tercera http://usuarios.lycos.es/albo/baltasar.htm
parte de El criticón bajo el seudónimo de Lorenzo Gracián, en Madrid, no engaña a
nadie. En esa sátira hay, si se lee entre líneas, muchas cosas que producen desazón al
general de los jesuitas y que pueden dar la razón a los cerrados seguidores de Jansenio
(cuya doctrina tendía a limitar el libre albedrío y que fue condenada por el Papa), y dar
vigencia a las Cartas Provinciales de Pascal. Además, era, finalmente, un reto a las
Cartas latinas que el propio Goswin Nickel había enviado ese año a los Provinciales de
Aragón. Era demasiado y la mano de la Orden cayó sobre nuestro escritor: reprimenda
pública, expulsado de la cátedra de Sagrada Escritura, desterrado a Graus de nueva
cuenta; ayuno a pan y agua, prohibición de imprimir. Además, intervenir sus papeles y
vigilarlo muy de cerca por si intenta hacer algo en contra de la Compañía. Los
comentarios de Nickel en carta fechada el 16 de marzo de 1658 desde Roma son
elocuentes.
Resentido al castigo, más moral que físico, Gracián reacciona y recuerda a Nickel los
servicios que ha prestado a la Compañía, en misiones y prestigios diversos y le pide
autorización para abandonar la Orden e ingresar en una congregación ascética o
mendicante. Al parecer, Nickel contestó a Gracián su proceder, pero sin acceder a su
petición de abandonar la Compañía de Jesús. Piquer se impresiona y ablanda y lo envía
a predicar a Alagón, cerca de Zaragoza. En julio de 1658, enterado el general de estos
postreros servicios de Gracián le recuerda a Piquer en tono ácido:
Reducido al silencio, Gracián es enviado a Tarazona, población al pie del Moncayo.
Allí, en obscuro colegio de la Orden y rodeado de silencio, junto con mediocridades
decrépitas, sin posibilidad de diálogo placentero, "noble conversación, hija del discurso,
madre del saber, desahogo del alma, comercio de los corazones, vínculo de la amistad,
pasto del contento y ocupación de personas" (Criticón). Allí, contemplando el altivo
Moncayo muy similar a él y pensando en sus amistades ("no hay desierto como vivir sin
amigos") sintió la muerte. Fue su fin, triste y solitario, agravado por los cierzos de un
clima riguroso. A los 57 años Gracián muere. Es el 6 de diciembre de 1658. No se ha
podido encontrar constancia de su muerte. La sabemos por inscripción en el retrato que
de él tiene el Colegio de Calatayud. Pero eso, naturalmente, no tiene importancia.
Porque puede suceder que a Baltasar Gracián se le haya ocurrido no morirse. Así era de
tenaz. Y así opinó Schopenhauer y al parecer Nietzche y Goethe, del que cumplió
anticipadamente su anhelo: "Si hubiera esperado a conocer el mundo para repre-sentarlo
habría hecho una representación satírica de él." En la inscripción que acompaña a su
retrato se lee: "Escritos suyos tuvieron a reyes por mecenas, por juez la admiración, por
lector el mundo, por tipógrafo la eternidad." Gracián y el Moncayo han debido sonreír.
Meditación final
Así, el inmenso mundo moral gracianesco sigue con sin igual vigencia tres siglos
después de pensado y escrito. Se puede y se debe seguir bebiendo en él. Su visión fina e
incisiva está teñida por un sentimiento religioso poco dogmático, no obstante la
condición sacerdotal de nuestro pensador. El hombre, dice Gracián, "es la criatura más
noble de cuantas vemos, monarca en este gran palacio del mundo, con posesión de la
tierra y expectativa del cielo, criado de Dios, por Dios y para Dios". He aquí las
palabras clave: 'expectativa del cielo'. La vida en el hombre debe ser un constante
hacerse para ganar la perfección. Es en El discreto donde nuestro aragonés concretará el
asunto al indicar: (acerca de los hombres) "No de repente se hallan hechos. Vanse cada
día perfeccionando, al paso que en lo natural, en lo moral, hasta llegar al deseado
complemento de la sindéresis, a la sazón del gusto y a la perfección de una consumada
virilidad." ¿Lo conseguirá? Aquí, la expectativa a la que alude Gracián. Para su normal
evolución pide el belmontino que cada cual "distinga su centro". Premisas
fundamentales: saber, para no errar, conocerse a sí mismo para triunfar; ésta es la
función primaria del saber del hombre. Conocer es conocerse: sábete, estúdiate. Hay en
cada uno lo aparente y lo real y no hay que llamarse a engaño. Gracián es el incisivo
psicológico que no perdona: realidad y apariencia. Las cosas no pasan por lo que son,
sino por lo que parecen; son raros los que miran por dentro y muchos los que se pagan
de lo aparente. No basta tener razón con cara de malicia. Aforismo clave para entender a
Gracián. No basta leerle, hay que quitar la envoltura y todo quedará descifrado. A veces
molesta este estilo conceptuoso, críptico, pero hallar el meollo nos compensa. No puede
leerse a Gracián de corrido; hay que saborearlo, hay que penetrarlo.
Fruto sazonado, ha dicho alguien. Pensamiento que no se encajona y que tiene aura de
porvenir. Confuso en ocasiones, encerrado en el conceptismo tan afectado de la época;
la prosa gracianesca se salva por el genio. Schopenhauer, entusiasta del aragonés, dirá
de él: "Conozco tres obras alegóricas de largo aliento. el incomparable Criticón de
Baltasar Gracián. amplio y rico tejido de alegorías entrelazadas entre sí, colmadas de
sentido; es como un ropaje transparente que cubre verdades morales a las que comunica
la más sorprendente evidencia intuitiva. Las otras dos obras son más embozadas. Me
refiero a Don Quijote y a Gulliver. Nietzsche, en carta a su amigo Peter Gast, dice:
"Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza
moral." Terminará hablando de la obra de Gracián como de "una sublime filigrana".
Así las cosas, digamos de nuestro pensador que gustó de la sociedad de los hombres y
su largo trato con ellos le hizo calar las debilidades humanas de las que él, Gracián, fue
también pasto. Algo hay de indomeñable vanidad en este continuo reto hacia la Orden
para dar a luz su obra, llena de polémicas literarias, sus sermones plenos de ángulos
novedosos, audaces, escandalizantes. Hombre sociable, odiaba la soledad y prefería
pasar por loco entre los hombres que cuerdo solo. Nos hace pensar en sus veladas
oscenses y zaragozanas, en sus conversaciones con Parada y Nocera, en su larga
amistad con Lastanosa y Uztarroz. En suma, el deleitoso teatro de los hombres que tan
bien supo analizar y encuestar en pedagogía trascendente, clásica. Y claro, fue hombre
de su tiempo tanto como lo fueron Quevedo, Calderón, Cervantes y Góngora. Con todo
y su fuerte tendencia conceptista y cultista no se excedió, logrando que la gente
reflexionara. Que fue maestro del buen decir nos lo dice Menéndez Pelayo al indicar
que quien desee penetrar en los misterios del idioma debe acudir al escritor aragonés.
De todo tenemos en este árbol frondoso que es Gracián: pensamiento e idioma.
Emparentado con Quevedo, tiene, aparte, un universo moral responsable. Se siente
depositario de un mensaje de perfección y hace lo posible por cumplirlo. Y lo cumple,
incluso con la vida.
En el teatro de la vida y la experiencia que ella nos depara, no podemos estar ausentes
de mentores que, como Gracián, representan la prudencia buscando la razón. Su
mensaje, dique a necios, seguirá brillando a través de los siglos, sirviendo de linterna a
los confundidos y de prudente freno a los muy avisados. Éste fue, es y será Baltasar
Gracián.
Notas