You are on page 1of 17

Baltasar Gracián (I) Cronista

de la conducta humana:
preciso, breve y satírico
Adolfo Hernández Muñoz

De suerte, mi cultísimo Vincencio, que la vida de cada uno no es otra que


una representación trágica y cómica, que si comienza el año por el Aries
también acaba en el Piscis, viniéndose a igualar las dichas con las desdichas,
lo cómico con lo trágico. Ha de hacer uno solo todos los personajes a sus
tiempos y ocasiones: ya el de risa, ya el de llanto, ya el del cuerdo y tal vez el del
necio: con que se viene a acabar con alivio y con aplauso la apariencia…
El discreto, BALTASAR GRACIÁN

De Marcial a Gracián

Situada en fértil llano regado por ríos de aguas claras y rápidas, como el Jalón y el
Jiloca, Calatayud (primitivamente Castillo de Ayub, por su fundador) se ostenta
heredera de la Antigua Augusta Bilbilis, cuyas ruinas, a pocos kilómetros sobre los
estriberones de la Sierra de Vicor, nos recuerdan el nacimiento del padre del epigrama,
Marcial. Preciso, breve, satírico, sacudió a Roma. A pocos andares de Calatayud, en su
distrito judicial, hay un pueblecillo llamado Belmonte, a orillas de un afluente del Jalón:
el Miedes. Estamos en tierras de Baltasar Gracián, remoldeador, junto con el genial
Quevedo, del conceptismo. Preciso en su decir, sacudió esta vez a España y Europa.

Curioso paralelismo, el de los ingenios mencionados, ambos hijos de la cuenca del


Jalón. Marcial y Gracián. Ambos universales; ambos muy españoles. Los dos de
brevedad sustantiva. El primero, celtíbero, lo proclama con orgullo: “Es Iberis et Celtis
genitus.”

Sus epigramas, escalofrío de noble inspiración y de


desvergüenza, la grande humana comedia de la Roma de
Domiciano, andaban en las ávidas manos de todos, hasta en los
de la ruborosa Lucrecia cuando no la veía Bruto. El hecho es que
estos hispanos imponían a Roma nuevas maneras de pensamiento
y de arte. Marcial desarrolla un género nuevo, el epigrama, bien
diverso de la sátira itálica totalmente, quedándose tan apartado de
Horacio como de Juvenal. Suma de singularidades…

En cuanto al hombre nacido en Belmonte, Gracián, estrella del barroco español,


proclama su aragonesismo en función de español universal. Su prosa de conceptos
breves, apretados, acerados, a veces angustiados, tiene la médula del razonamiento. El
dios de Gracián es exigente: “Todo lo has de ocupar con el conocimiento tuyo.” El
escenario del hombre es el mundo; pero este mundo no es fácil de asimilar. No sólo hay
que verlo; hay que entenderlo. Nuestro escritor será quien lo precise hondamente: “Va
grande diferencia del ver al mirar, que quien no entiende no atiende; poco importa ver
mucho con los ojos si con el entendimiento nada, ni vale el ver sin el notar.”
Conocimiento, diremos nosotros, vale por razonamiento.

Así, las mismas lomas pardas, los mismos ríos claros y rápidos, acunaron a los dos
latinos y ambos juzgaron sus escenarios históricos y destilaron razones válidas para la
eternidad humana. Marcial y Gracián: dos patrias y un mismo horizonte. Al establecer
la ligazón, el acucioso Adolphe Coster nos dice que Calatayud, respondiendo a los votos
sentidos del poeta latino, ha dado el nombre de Marcial a una de sus calles y añade:
“Acaso un día dispondrá el mismo honor al ‘Marcial cristiano’: Baltasar Gracián.”

Con diferencia de dieciséis siglos, dos agudos cronistas de la conducta humana


encuentran su camino bajo el mismo paisaje. Su común preocupación, la criatura que
piensa, dará fuerza a sus plumas.

Las glorias del cielo y de la tierra

El 8 de enero de 1601 nace Baltasar Gracián en Belmonte. Familia numerosa paridora


de clérigos, donde el ingenio no parece ausente. Sus padres: Francisco Gracián, de
Sariñena –no sabemos si era médico o licenciado–; su madre, Ángela Morales, de
Calatayud. Sin destacar por nobleza o fortuna, todos gente honrada. Del padre de
Baltasar decían sus hijos que era hombre de profundo buen sentido y mucha
experiencia; de su madre no sabemos nada y parece que la perdió a temprana edad. Sus
hermanos: Magdalena, fue priora de las carmelitas descalzas en Calatayud; Felipe,
clérigo menor, muy alabado por el escritor quien lo califica de “gloria y corona mía más
que hermano”; al parecer, teólogo y
predicador de importancia, asistente de
España en Roma. Aún hay más: un Pedro,
trinitario, y un Raimundo, carmelita
descalzo. Otro Raimundo, primo, a su vez
religioso dominico. Tal parece que la
familia de don Francisco nació para
alcanzar las glorias del cielo y de la tierra,
puesto que en España vivir sirviendo a la
religión era lo más acertado para no pasar
penurias y lograr cierta impunidad.
Baltasar debió seguir el cristiano camino
de la familia y fue enviado a criarse con
su tío, capellán en Toledo, de la capilla de Baltasar Gracián (1601-1658).
San Pedro de los Reyes. Así, Gracián Foto: Antonio Alatorre, Los 1001 años de la
llega a un espléndido escenario: Toledo, lengua española, Bancomer, México, 1979.
una ciudad imperial que parece aspirar “a
taladrar las estrellas”. Nuestro hombre  
cursa sus primeros estudios –‘taller de discreción, escuela del bien hablar’– en la
señorial población, ceñida por el Tajo, admira “el tan celebrado artificio de Juanelo”,
que subía el agua del río hasta el Alcázar. Por lo demás, asilo de las artes, de las letras.
Un pintor cretense, Doménico Theocópuli, llamado el Greco, electrizaba a los españoles
con sus cuadros, mientras el jesuita Pedro Sanz y el trinitario fray Hortensio Félix
Paravicino y Arteaga ponían en el joven Gracián la primera simiente del conceptismo.
Extraña el silencio de Gracián acerca del pintor mediterráneo, mientras para Paravicino
el elogio nunca es escatimado. Conocemos la figura del singular fraile por un cuadro
que el célebre pintor cretense le hizo en 1609, en el que destacan la prestancia, viveza y
espiritualidad del trinitario. Así las cosas, nuestro joven escritor cosecha hallazgos en
Toledo. Es una ciudad mágica, de mágica gravedad poblada de ilustres fantasmas que
acechan en las esquinas: Tirso de Molina, Góngora, Cervantes. Sortilegio, leyenda, luz
piramidal. Carlos V edifica el Alcázar. Andan cerca los Reyes Católicos, la judería, San
Juan de los Reyes; sinagogas como el Tránsito, Santa María la Blanca. Ciudad de
concilios y batallas. Santos, poetas y comuneros duermen su sueño eterno. Su catedral
“urna cineraria de las grandezas españolas”, mezcla de gótico primitivo, plateresco,
churrigueresco, árabe. Se juntan las espadas de los Alfonsos, de los Padilla, de los
Mendoza. Y rodeando la ciudad, los álamos “nobles, serios y negros de Castilla” y en
dulce estado de independencia: lilas, azucenas y lirios. Ésta es la Toledo de ayer, de
hoy, de siempre, la Toledo que aspiró e impregnó a Gracián. Nunca la olvidaría.

El mundo de Lastanosa

Para 1619 estaba de vuelta en Aragón. Turbios sucesos políticos alteraban los ánimos
españoles. Felipe III, heredero de un Imperio (Carlos V y Felipe II) gobernaba. Pero, de
hecho, lo hacía Francisco de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y después duque de
Lerma, quien estaba a punto de perder el favor real. Era una Europa celosa, apenas
contenida por matrimonios de conveniencia.

Gracián termina sus estudios en 1635. Su noviciado en Tarragona y Calatayud


transcurre entre pugnas jesuíticas. Los jesuitas de Valencia y Barcelona resentían que
una misma provincia, Zaragoza, tuviera tres colegios de teología. Estos resabios
regionales traían de cabeza a Roma y eran incubados por envidias y política mezquinas.
Gracián aprendió esto pronto. A partir de entonces nuestro escritor viviría dos
existencias: una oficial, otra semianónima.

Enseña teología moral (1628) y da cátedra de filosofía en Gandía. Hay cambios en su


ánimo: de frío y reservado se vuelve destemplado y melancólico. Hay cizaña entre
catalanes, valencianos y aragoneses; el general de la Compañía Vitelleschi alarmado
comunica sus preocupaciones al provincial, padre Continente: “Poca caridad me dicen
hay entre los nuestros en este colegio (Gandía) por este vicio de las naciones: una gran
cosa haría V.R. si desterrase esta peste.” Por fortuna para nuestro pensador, en 1636 es
trasladado al Colegio de la Compañía de Jesús en Huesca, cuyo rector, el padre Franco,
lo acoge con amistad que le permite desplegar sus dotes y sus inclinaciones con cierta
independencia y, por si fuera poco, Gracián encuentra amistad y abrigo en el seno de
una ilustre familia oscense: los Lastanosa.

Vincencio Juan de Lastanosa y Baráiz de Vera es un magnífico señor. De familia de


diplomáticos, él preferirá las ocupaciones sendentarias en su solar nativo, y de esas
ocuparán lugar preferente las que se refieren a las bellas artes, aunque, a veces, también
las cívicas, con tintes de abnegación; así, en mayo de 1640 corrió en socorro de la plaza
de Monzón con tropas equipadas en Huesca y defendió con éxito contra los franceses
los pasos del río Cinca; en 1652, como administrador del hospital oscense, combatió la
peste con mucha dedicación. Pero el Lastanosa que ha dejado huella en las crónicas
aragonesas es el mecenas del ingenio y de lo bello. Su palacio, situado frente al colegio
de la Compañía en la calle del Coso fue una de las maravillas de Europa, no sólo desde
el punto de vista arquitectónico, sino por las colecciones que albergaba y que el dueño
gene-rosamente exhibía y dejaba para estudio. Monedas, camafeos, medallones griegos
y latinos alternaban con cuadros de Rubens, Caravaggio, Tiziano, Ribera, Durero y
otros muchos celebrados pintores flamencos y españoles. Instrumentos científicos,
mapas y libros, todos los clásicos en hermosas y raras ediciones. De Platón a Virgilio,
pasando por Vecellio, Ortelio, Juvenal, Marcial. Pero junto a todo ello, lo más
importante: sus tertulias literarias eran gran cosa por reunir asiduamente a los mayores
ingenios de la provincia, y del reino en ocasiones. Allí, Gracián gustó de la
conversación placentera e ilustrada. En su biografía, Coster menciona:

Agrada imaginarse a los académicos reunidos en una de las cinco


salas de la biblioteca, en el segundo piso de la casa de Lastanosa,
teniendo a mano los elementos (libros, medallas, estampas) de la
discusión que seguía siempre a la lectura de los trabajos…

Es más, puede sospecharse que muchos de sus aciertos los ideó en presencia de los
distinguidos compañeros, recogiendo al vuelo las respuestas que se escapaban en estas
reuniones íntimas, como lo acusan sus escritos. Así se explica la prodigiosa cantidad de
juegos de vocablos, de chanzas de trazos acerados, algunos poco eclesiásticos, de que
llenó su Criticón, y que, ciertamente, sobrepasan la fecundidad de un solo cerebro.
Quizás esa sea la clave del inmenso universo gracianesco, que podría aplicarse a
Shakespeare, Cervantes y otras cumbres de ingenio.

El ‘circulo lastanosino’ propició, prohijó sus primeras obras: El héroe, El político, El


discreto, el Oráculo y la Agudeza, producto de un atesoramiento silencioso, continuado,
fecundo. Cabe pensar que algunas de estas obras estaban muy adelantadas cuando su
autor llegó a Huesca, mejor dicho: estaban en sazón. El empujón lo dio el paso
frecuente de su autor “del rígido religiosismo de la Compañía a la mundanidad barroca
de la morada lastanosina”. Pero las leyes jesuitas eran estrictas: en 1638 estalló la
bomba en forma de carta. La envía el general Vitelleschi al provincial de Aragón, Luis
de Ribas. “Convenía mudar al padre Baltasar Gracián porque es cruz de sus superiores y
ocasión de disgustos y menos paz en dicho colegio.” ¿Cuál era esa cruz?

Acerca de El héroe y el caso del padre Tonda

En 1637 surge su primer libro de renombre: El héroe; hay disparidad de criterios


respecto a la dedicatoria de la primera edición (impreso seis veces en diferentes reinos).
Todo parece indicar que hubo una dedicación al rey Felipe IV y otra a Lastanosa. En
veinte ‘primores’ define las prendas que deben adornar a los héroes: habla en general de
ellas y destaca al ingenio, al corazón y a la prudencia, sin demeritar a la voluntad, dando
al entendimiento el lugar de mayor prenda de un héroe, cuando dice de él:

Gradúan en primer lugar los apasionados al entendimiento por


origen de toda grandeza; así como no admiten varón grande sin
excesos de entendimiento, así no conocen varón excesivamente
entendido sin grandeza...

 
Y más adelante apuntará:

Es el juicio trono de la prudencia, es el ingenio esfera de la


agudeza: cuya eminencia y cuya medianía deba preferirse, es
pleito ante el tribunal del gusto. Aténgome a la que así
imprecaba: Hijo, Dios te dé entendimiento del bueno. La valentía,
la prontitud, la sutileza de ingenio, sol es de este mundo en cifras;
si no rayo, vislumbre de divinidad. Todo héroe participó exceso
de ingenio…

Parece que el librito cayó bien hasta en las esferas reales. Felipe IV se ‘dignó’ comentar:
“Este brinquiño está lleno de gracia y encierra grandes cosas.” Así pues, se puso en
boga y las ediciones se sucedieron. El fondo humano que alienta en la obra gracianesca
se pone de manifiesto en el Primor IV del libro cuando indica: “¿Qué importa que el
entendimiento se adelante, si el corazón se queda…?” No sólo sus libros sino sus
acciones atestiguan una bondad de corazón que desdice juicios apresurados o malévolos
de algunos ensayistas que lo acusan –gratuitamente– de deshumanizado intelectualismo.
El caso del padre Tonda pondría en evidencia lo que decimos y llamaría la atención de
su general en Roma. Como antecedente del asunto que nos ocupa deberemos referirnos
a la oposición de la Compañía de Jesús a los privilegios que, en materia de confesión,
concedía la Bula de la Cruzada a las comunidades religiosas. Data del 25 de febrero de
1587 la ‘Instrucción para informar a su Majestad y a los de su Consejo en lo de la Bula
de Cruzada’, enviada por el general Aquaviva, pidiendo que sus privilegios no fuesen
válidos en la Compañía. Su sucesor, Vitelleschi, opinó igual y así lo hizo saber al padre
Ribas, provincial de Aragón: “Que no permita opiniones relajadas en razón del uso de la
Bula de la Cruzada…” Al respecto, Gracián hizo uso, al parecer indebido, de la
mencionada bula y absolvió en nombre de esas facultades al padre Tonda acerca de lo
liviano de su conducta religiosa, pues se le conocían “algunas flaquezas con mujeres”.
El incidente llegó a oídos del general en Roma, quien escribió al padre Ribas una carta
donde dice:

.Con mucha preñez me hablan del colegio de Huesca y de lo que


allí ha sucedido y que es necesario examinarlo con mucho
cuidado. Aprueban la dimisión del padre Tonda (V.R. me
informará de las causas que le han movido a ejecutarlas sin
esperar mi resolución); que el dicho afirmó que, habiendo tenido
antes de que fuese despedido algunas flaquezas con mujeres, le
habían absuelto por la bula los padres Baltasar Gracián y Bautista
Gonzalo; mal caso sería si tuviese fundamento esta relación y que
esta doctrina tuviese apoyo en alguno de los nuestros.

Resultados: el padre Franco quedó separado de la rectoría del colegio y fue sustituido
por el padre Gabriel Domínguez, alarmado y aleccionado no solamente de la actuación
del padre Gracián en el caso Tonda, sino de los éxitos de nuestro escritor en el círculo
lastanosino y de la aparición, bajo seudónimo, de un libro. Ese “Lorenzo Gracián,
infanzón” no engañaba a nadie y la imprenta de Nogues en Huesca podía, fácilmente,
ser espiada. No obstante, Gracián, en aras a la amistad, un año después de estos sucesos
acudió en auxilio de un hijo del jesuita descarriado. Alguien lo informó a Roma y la
respuesta no se hizo esperar:

Convenía mudar al padre Baltasar Gracián, porque es cruz de sus


superiores y ocasión de disgustos y menos paz en dicho colegio
por haber, con poca prudencia, tomado por su cuenta la crianza
de una criatura que se decía era de uno que había salido de la
Compañía buscando dinero para este fin…

Añadido: “…y por haber estampado un libro suyo en nombre de su hermano.” No


obstante, el caso no prosperó debido a que el padre Pedro Pons, que sustituyó al
provincial Ribas, apreciaba a Gracián desde sus días de noviciado en Tarragona.
Empieza a madurar el proyecto de un segundo libro: El político, una apología al rey
Fernando, al tiempo que recibe un nombramiento, en el que el sentido de la amistad
debía brillar de modo imperecedero. En 1640 es llamado a Zaragoza, con la aprobación
de Roma, para fungir como confesor del virrey de Aragón, Francisco Carafa, duque de
Nochera, que fue figura grande y trágica en los sucesos que se relacionan con la
rebelión dels segadors.

El duque de Nochera, la rebelión catalana y

El discreto

Dejando su amado círculo lastanosino, iba Gracián a su nuevo desempeño con


experiencias atesoradas, al encuentro del más extraordinario personaje que hubiera
conocido y que conocería en su vida; de él diría años más tarde “grande amigo de sus
amigos”. En efecto, Francisco María Carafa (Carrafa) Castrioto y Gonzaga, duque de
Nochera (Nocera) Virrrey de Aragón y Navarra, era napolitano. Benedetto Croce ha
dicho de él que construyó su vida según el ideal europeísta de defensa de la fe católica y
fiel al juramento que otorgó al rey de España. Era hombre de gran personalidad con sus
toques de poeta y cuya estirpe indicaba lazos con los reyes de Aragón en el medievo. Su
carta militar es notable y variada en defensa del Imperio: en Túnez, con el Duque de
Osuna (1611), donde recibió heridas; en 1625, en el famoso sitio de Breda y al mando
de la caballería napolitana en Lombardía, donde cinco años más tarde sería nombrado
maestre de campo de la región (el Piamonte y Monferrato). En 1633 su aportación en la
batalla de Nordlingen contra los suecos es decisiva para la victoria de las armas
españolas. Hay sombras y luces en la crónica: en Flandes, con el cardenal-infante don
Fernando y después, llamado por Felipe IV como capitán general de Guipúzcoa como
parte de un plan para penetrar en Francia, acción que fracasó y que, además, le valió un
proceso del que salió limpio de culpa en 1638 para, finalmente, ser nombrado en 1639
virrey de Aragón y Grande de España; en 1640 virrey de Navarra, y al estallar el
conflicto con Cataluña vuelta a Aragón. Gracián está con él y se vuelve su confidente.
Ambos ven el problema catalán con ojos realistas, equidistantes de la euforia
nacionalista que priva en Madrid, donde nuestro escritor acompañó al virrey para una
serie de consultas vinculadas con la grave situación que privaba en el norte de España.
Allí traba relación con ‘personajes y personajillos’ de los que se duele, al decir: “Todo
es embeleco, mentiras, gente soberbia y vana.” Frente a ellos Gracián habrá de
exclamar: “Yo soy poco humilde y zalamero.” Pero no todo son abrojos, hay instantes
gratos: la amistad con el celebrado comediógrafo Antonio Hurtado de Mendoza, autor,
entre otras, de Querer por sólo querer, y quien a su fama poética unía brillante carrera
palaciega que lo había llevado a ser secretario y ayuda de cámara del rey. Hay cosas
gratas en el viaje: encuentra un libro –suyo– en la biblioteca de palacio, como un avance
de su fama entre los notables del reino (se trataba de El héroe).

Son días de mayo y pronto ocurrirán sucesos sombríos. El conde duque de Olivares
imponiendo nuevas gabelas a Cataluña estaba ‘cargando la mano’ y dando pie al drama.

El 7 de junio de 1640, fiesta de Corpus estalla la rebelión dels segadors y es asesinado


el conde de Santa Coloma, don Dalmau de Queralt, virrey de Cataluña. Prontamente,
unos cuatro mil franceses apoyan la rebelión con anuencia de Luis XIII, feliz de crear
una cuña en España. Se le pide al rey, entre ellos el duque de Nochera, que obre con
prudencia para evitar que los catalanes se entreguen a Francia; todo inútil. En la corte se
decide el castigo de los levantiscos catalanes. El propio Nochera, a las órdenes del
marqués de los Vélez, ataca el 7 de diciembre desde Fraga. Instante fatal para Felipe IV.
Melo, en su Guerra de Cataluña, apuntilla:

Día que, por notable en el tiempo, debe ser nombrado en todos


los siglos. Fatal el año, fatal el mes y la semana. El sábado 1 de
diciembre perdió la Corona de España el reinado de Portugal; el 7
del mismo mes, el principado de Cataluña. La guerra duró 12
años y no es nuestro propósito extendernos en estos sucesos, pero
sí remarcar la amistad, hasta después de su muerte, con el duque
de Nochera, al que define Gracián como “una prodigiosa
contextura de prendas y de hazañas que bien pudo cortarla el hilo
de la suerte, pero no mancharla con el fatal licor de aquellos
tiempos”.

Por esos años, Gracián da a luz El político, basado en la figura de Fernando el Católico
y dedicado precisamente a Nochera. Finalmente, aparece El discreto, donde surgen
críticas y alabanzas por la clemente actitud de España en el problema catalán. Siempre
bajo el amparo de su notable amigo Lastanosa, pero enfrentado a la Compañía de Jesús
(en especial al padre Goswin Nickel, quien comentaba que las alusiones a la guerra
catalana “podían poner en entredicho las relaciones entre la Corona y la Compañía de
Jesús”). Así, Nochera y Gracián quedaban unidos en la historia de los tiempos, ambos
por una amistad a toda prueba.

Sigue la guerra en Cataluña y Gracián acumula valentía y devoción. También


compasión que le valen, tras tres terribles luchas, el sobrenombre de Padre de la
Victoria, junto con el esforzado Pablo de Parada. Además, cronista exitoso de la lucha.

Agudeza y arte de ingenio y el Oráculo

En diciembre, libre ya de los afanes épicos del mes anterior, Gracián trabaja, alentado y
protegido por Lastanosa, en un proyecto ambicioso. En la misma casa del prócer
oscense revisa libros, espiga citas y extrae conclusiones para refundir su viejo Arte e
ingenio en una nueva obra: Agudeza y arte de ingenio.

En ésta, y cabe pensar en una petición de Lastanosa, van incluidos algunos de los
epigramas de Marcial, traducidos por el canónigo doctor Manuel de Salinas y Lizana,
pariente de don Vincenzo. Un año tardó en aparecer, siendo a principios de 1648 cuando
se inicia su distribución y en 1649 ya salía una segunda edición. ¿Tomó la idea del
tratado de un original del italiano Peregrini (Matteo) titulado: Fuente de ingenio? Varias
razones se barajan en torno a ello. No obstante, en definitiva, difieren notablemente. En
efecto, mientras Pellegrini (o Peregrini) censura el uso excesivo de la agudeza, Gracián
la defiende como legítimo recurso literario. Pero lo medular es si hay una frontera ancha
o estrecha entre la agudeza y el pensamiento. Depende de cómo se emplee; así, Séneca
y Plinio (el joven) son felices representantes de una agudeza: la de penetración
(perspicacia) y la del artificio. Una, verdades difíciles; la otra, belleza sutil; aquélla es
más útil; ésta, más agradable. En síntesis: la única diferencia entre las dos obras en
aparente pugna sería la inclusión de muchos ejemplos de los escritores aragoneses de
aquellos tiempos y la traducción de los epigramas de Marcial por Salinas.

Considerada como tratado clásico del estilo, para terminar como máximo ejemplar de
conceptismo. Curtius es benigno juzgándola al decir:

Gracián nos dio una suma de agudeza. Fue ésta una proeza
nacional; la tradición española, desde Marcial a Góngora, quedó
así integrada a una perspectiva universal.

Para nosotros, demasiado adornar conceptos contribuye a hacerlos borrosos. El idioma


debe ser claro; cualquier exceso retórico lo aparta del uso corriente. De esto al mal gusto
no hay más que un paso. Gracián se salva por su genio. Cervantes será la receta.

Son los mejores años del escritor. Surge el Oráculo manual, cuya primera edición
parece que fue publicada en Huesca (1647); empero, la más conocida surgió en Madrid,
en 1653, bajo la generosa protección de Lastanosa, al cual se debería también alguna
indicación prudente para reformar partes del texto. Como apunta Coster, las máximas
que contiene el volumen, aunque originales en la forma, no presentan nada en la
sustancia. Pero era un tratado necesario en tiempos en que la moral y la bajeza se
cobijaban, confundiéndose, bajo falsos palios cristianos. Páginas de sabiduría mundana
que no parecen trazadas por mano religiosa, como igual ocurriría en otras de sus obras,
hacen pensar en un Gracián más llevado a las realidades del cotidiano acontecer con sus
eternas miserias humanas, que por éxtasis divinos. Su propia vida fue una lucha
constante con restricciones en la orden, con envidias y politiquerías de baja estofa. Un
constante combate por afirmar su personalidad en un medio que tiende a anularla. Su
diario vivir fue una terrible contradicción y ello apresuró su fin. Es el Oráculo manual
ramillete de máximas expresadas en idioma rico y conciso que harán meditar en más de
una ocasión y que constituyen cabecera de prudentes y dique contra necios y necedades.
Por usar uno de sus aforismos, su lectura nos haría conducirnos con galantería de
condición. Hay consejo para todo, menos para la bajeza. De ahí su condición clásica.
Empero, nuevamente llevó la contraria a la Compañía con la aparición del Oráculo
manual porque intentó ‘engañarla’ indicando en la primera página: “Sacada de los
aforismos que se discurren en las obras de Lorenzo Gracián.” Según él no había
menester permiso porque era una especie de ‘refundición’ elaborada por Lastanosa.
Pero los jesuitas no opinaron igual y sus malquerientes anotaron la hazaña en el libro
negro, de forma que pronto se cobrarían la deuda entintada en envidia.

Mientras tanto, el Oráculo corrió con suerte y la fama de Gracián se extendió. Con el
tiempo esta obra sería traducida y reeditada en varios idiomas europeos y tenida por
maestra.

Su amistad con Uztarroz, cronista del reino en Zaragoza, con el obispo Esmir, en
Huesca (a quien dedicó una recopilación de sermones del padre Continente, en
encendida alabanza), y con el provincial de la orden Franco palió los ataques de los
enemigos y le valió una inesperada victoria: Profesor de Escritura en el Colegio de
Zaragoza. Pronto aparecerían nubes.

Había muerto el padre de la Orden, el general Piccolomini y hubo Congregación


Provincial en Zaragoza para nombramiento de delegados para la elección del sucesor,
que fueron Paulo de Rojas y Domingo Langa. Finalmente, se eligió a Goswin Nickel
como nuevo general que, a la postre, sería nuevo crítico del aragonés. Faltaban pocos
años para el fin: siete.

Notas

Éste es un compendio de mi obra Gracián (publicada en serial en Comunidad


Ibérica), y citas de Menéndez Pidal; Adolphe Coster (biógrafo); Arturo del
Hoyo Batllori; Marañón; Romera Navarro; ensayos aparecidos en la revista
Ínsula de Madrid; Ernst Robert Curtis. (Revista de Occidente); Archivum
Historicum Societatis (Roma); cartas de Goswin Nickel; Heliodoro Carpintero
Capell; Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación), y José
Antonio Maravall.

*Este texto forma parte de la serie El castellano: acerca de sus venturas y


desventuras, de la cual ya se han publicado los artículos: “Cervantes” (revista
número 59), “La lengua madre del imperio” (60), “Nacimiento del idioma
español en la roca cántabra” (62), “Canasta de ingenios” (63), “Del Marqués
de Santillana a Garcilaso de la Vega” (71), “Tirso de Molina” (73), “Lope de
Vega y Carpio” (75), “Tres rivales y un misterio” (78), “Juan Ruiz de
Alarcón” (80), “Quevedo” (85), “Calderón de la Barca” (87), “El sereno y
angélico Fray Luis de León” (89), “Incursión al misticismo. Santa Teresa de
Ávila y San Juan de la Cruz” (91) y “Las dos vertientes del barroco español”
(92). En números posteriores se continuará con la publicación de esta serie.

 
Baltasar Gracián (II)
Cronista de la conducta humana:preciso,breve y satírico
Adolfo Hernández Muñoz

Ya en su nuevo empeño y bajo constante presión, nuestro escritor se dio a su tarea


principal: un libro que ya rondaba por su mente y cuyo tema estaba esbozado en sus
obras anteriores. Se trata de El criticón. En efecto, en la parte final de El discreto
proporciona, a grandes rasgos, el programa del ambicioso libro. Una obra creada entre
tormentas internas debía provocar tormentas externas. El criticón marca el principio del
fin de nuestro personaje. De esa época se nos dice que andaba "colérico, bilioso, a
veces; melancólico en otras". Su gravedad solía dulcificarse con el trato continuado y
provechoso de su amigo Uztarroz con quien acostumbraba conversar y trabajar. No
desaprovechaba la ocasión de seguir en contacto con su círculo de Huesca.

En la parte final de El discreto, en su capítulo 'De la vida de un discreto', como anticipo


de lo que sería su novela alegórica y trabajo más afamado, nos dice:

Mide su vida el sabio, como el que ha de vivir poco


y mucho. La vida sin estancias es camino largo sin
mesones. la misma naturaleza, atenta proporcionó
el vivir del hombre con el caminar del Sol, las
estaciones del año con las de la vida y los cuatro
tiempos de aquél con las cuatro edades de ésta.
Comienza la primavera en la niñez, tiernas flores en
esperanzas frágiles. Síguese el estío caluroso y
destemplado de la mocedad, de todas maneras
peligroso, por lo ardiente de la sangre y lo
tempestuoso de las pasiones. Entra después el
deseado otoño de la varonil edad coronado de
sazonados frutos, en dictámenes, en sentencias y en
aciertos. Acaba con todo el invierno helado de la
vejez; cáense las hojas de los bríos, blanquea la
nieve de las canas, hiélanse los arroyos de las
venas, todo se desnuda de dientes y de cabellos y
tiembla la vida de su cercana muerte. De esta suerte
alternó la naturaleza las edades y los tiempos.

Así, el problema estaba planteado y solamente faltaban los personajes que interpretaran
su visión del hombre. Critilo y Andrenio están en el horizonte, un horizonte en el que,
desde hace unos años, se abrían paso nuestro señor Don Quijote y su setencioso
escudero Sancho Panza. Más adelante nos ocuparemos de todo esto.

El 13 de abril, Nickel dirigió una carta terrible al provincial interino Jacinto Piquer,
manifestando:

Avísanme que el padre Baltasar Gracián ha


sacado a luz algunos libros poco graves y que
desdicen mucho de nuestra profesión; y que, en
lugar de darle penitencia que por ello merecía, ha
sido premiado, encomendándole la cátedra de
Escritura del colegio de Zaragoza. Vuestra
Reverencia examine con diligencia si esto es así,
tratándolo antes con sus consultores; si averigua
es culpado, désele la penitencia que se juzgará ser
proporcionada a su culpa.

Pese a su dureza, todavía había rendijas de escape. El generalato tenía algunas dudas,
pero el dardo había dado en la diana. Los enemigos del belmontino se movían con
diligencia. No obstante, le quedaban amigos, entre ellos Alastuey y Esmir.

Gracián indica a Don Vicencio en junio que el cerco se estrecha en torno a su persona:
"Me impiden que imprima y no me faltan envidiosos; pero todo lo llevo con paciencia y
no pierdo la gana de comer, cenar, dormir, etcétera." Nuevas cartas de Nickel a
Alastuey. Gracián aplaca la ofensiva con un libro llamado El Comulgatorio, que
consiste en descubrir similitudes entre la Sagrada Escritura y el comulgador. Desde
luego, el menos importante de sus escritos. En realidad, era un prudente trampolín para
cubrir las etapas finales de su trabajo máximo.

El criticón o el aforismo triunfante y la oscura muerte de Gracián

La obra cumbre de Gracián, El criticón, se compone de tres partes, publicadas


respectivamente en 1651, 1653 y 1657, años tormentosos que marcan el fin del escritor.
El combativo belmontino murió en 1658. Contemplemos el denso panorama filosófico-
moral de su última obra.

¿Qué es El criticón? En primer lugar, un diálogo. Un diálogo constante, placentero, que


indaga acerca de lo humano y lo divino. Feliz mezcla de juicio e ingenio, sin que lo
último distorsione lo primero. El criticón es, pues,  una afanosa búsqueda de nuestra
razón de ser, de nuestra verdad. Para esa tarea se precisa establecer la relación hombre-
escenario, por una parte, y por la otra, desdoblar la personalidad humana para obtener,
por medio de dos personajes básicos (en realidad uno solo) una plática trascendente. Así
como don Quijote enfrenta su locura generosa al buen sentido de Sancho, en El criticón,
Andrenio, mito adánico, criado en pureza salvaje y destinado a entrar en el mundo con
ansia de aclarar su 'yo', contrastará con el juicioso razonar de Critilo. De esta forma, la
conversación entre 'hombre por formar' y 'hombre hecho' tendrá el gusto inteligente de
lo que un padre pudiera avisar a un hijo. La temeridad del uno se verá atemperada por la
prudencia del otro. Pero la empresa no es fácil. El criticón es un inmenso teatro moral y
su desarro-llo complicado. Este binomio: Andrenio-Critilo es síntesis de lo deseado: la
persona cabal, donde la razón controla el instinto, mediante la tan mencionada
prudencia. No obstante, repetimos, ser varón pleno es tarea ardua. Veamos: Andrenio,
en estado salvaje, salva a Critilo, náufrago, de perecer en las costas de la remota Santa
Elena. Naturaleza criada fuera del seno humano, Andrenio manifiesta su asombro tan
pronto es enseñado a usar el lenguaje de los hombres, por empezar a conocer "el gran
teatro del universo y la hermosa naturaleza". Pero ¿lo conocerá realmente? No hay que
pagarse de apariencias, "hállase de ordinario ser muy otras las cosas de lo que parecían",
dirá Gracián en el Oráculo manual, y será el propio compañero de Andrenio, no bien
haya puesto el pie en el Mundo, quien le advierta: "Todo es extremos en el hombre -dijo
Critilo-. Ahí verás lo que cuesta el ser persona. Los brutos luego lo saben ser, luego
corren, luego saltan; pero al hombre cuéstale mucho, porque es mucho." Y así, las
andanzas de Critilo y Andrenio estarán plagadas, a través de la obra, de encrucijadas en
las que habrá que resolver qué ruta tomar. A veces la opinión es distinta, pero las
consecuencias y el hilo misterioso que los ata los unirán al cabo. Unidos por el amor a
una hipotética Felisinda en la que uno espera encontrar a su madre, y otro, Critilo, a su
esposa. En el reino de Virtelia, candidatos a la virtud, reciben premisas para alcanzar la
felicidad: "La Justicia os dirá dónde y cómo habéis de buscar; la Prudencia os la
descubrirá; con la Fortaleza la habéis de conseguir, y con la Templanza la habéis de
lograr." A punto de rendir vasallaje a lo negativo -la maldad cubre el planeta de los
hombres-, se salvarán por el buen sentido. No olvidemos al afinador de sesos, hasta
llegar por el Mérito al centro de la Inmortalidad. En verdad, un prodigio de alegoría, un
aforismo, pero un aforismo triunfante. Partiendo de Kremers, Maravall incide
certeramente para indicar:

Gracián no nos da un contenido de sabiduría, perenne y


abstracta, sino formula leyes, normas, de maniobra con las
circunstancias, valederas en un mundo de fenómenos. Los
aforismos de Gracián son, por tanto, verdaderas fórmulas
que tienen cierto parentesco, por mucha que sea su honda
discrepancia, con las leyes del pensamiento moderno.

Es un armazón riguroso, racional, que se anticipa a las escuelas contemporáneas. Es,


ciertamente, la labor de un titán rodeado de incomprensiones y envidias. Pero, todavía,
la amistad, tan cara al belmontino, no iba a dejarlo de la mano. Siempre aletearía a su
lado aunque pareciese muerta.

La galopante crónica gracianesca nos indica que, protegido por fieles amigos a finales
de 1652 estaba en el Colegio de Graus -"invierno helador; abrasador estío"-, lugar de
destierro muy diferente al acogedor ambiente zaragozano. Allí se enteraría del final de
la guerra de Cataluña y de la prudencia del rey al pactar la rendición de Barcelona sobre
la base del perdón y olvido general. Era como un póstumo homenaje a su gran amigo el
duque de Nocera.
Logra la gracia del provincial de nueva cuenta y vuelve a Zaragoza; además de escribir
El Comulgatorio (del que ya hicimos mención) compila poesías, se muestra activo en
los círculos intelectuales de la capital
aragonesa y con la generosa
complicidad de varios y eruditos amigos
prosigue, febrilmente, la confección de
la tercera parte de El criticón. Se sabía
vigilado y su correspondencia violada.
Detrás de todo ello, Roma. Al respecto:
"No entienden ni el asunto, ni el intento
del libro", comentará con amargura.
Seguía en contacto con Lastanosa y
pedía su consejo. Por otra parte, Andrés
de Uztarroz, Francisco Diego de Sayas,
cronistas de Aragón y otros altos
personajes lo ayudaban y defendían
frente a Diego de Alastuey y Jacinto Facsimilar de la primera edición de
Piquer. Así transcurre el año 1656. La El criticón (1651).
edición, en julio del 57, de la tercera http://usuarios.lycos.es/albo/baltasar.htm
parte de El criticón bajo el seudónimo de Lorenzo Gracián, en Madrid, no engaña a
nadie. En esa sátira hay, si se lee entre líneas, muchas cosas que producen desazón al
general de los jesuitas y que pueden dar la razón a los cerrados seguidores de Jansenio
(cuya doctrina tendía a limitar el libre albedrío y que fue condenada por el Papa), y dar
vigencia a las Cartas Provinciales de Pascal. Además, era, finalmente, un reto a las
Cartas latinas que el propio Goswin Nickel había enviado ese año a los Provinciales de
Aragón. Era demasiado y la mano de la Orden cayó sobre nuestro escritor: reprimenda
pública, expulsado de la cátedra de Sagrada Escritura, desterrado a Graus de nueva
cuenta; ayuno a pan y agua, prohibición de imprimir. Además, intervenir sus papeles y
vigilarlo muy de cerca por si intenta hacer algo en contra de la Compañía. Los
comentarios de Nickel en carta fechada el 16 de marzo de 1658 desde Roma son
elocuentes.

Resentido al castigo, más moral que físico, Gracián reacciona y recuerda a Nickel los
servicios que ha prestado a la Compañía, en misiones y prestigios diversos y le pide
autorización para abandonar la Orden e ingresar en una congregación ascética o
mendicante. Al parecer, Nickel contestó a Gracián su proceder, pero sin acceder a su
petición de abandonar la Compañía de Jesús. Piquer se impresiona y ablanda y lo envía
a predicar a Alagón, cerca de Zaragoza. En julio de 1658, enterado el general de estos
postreros servicios de Gracián le recuerda a Piquer en tono ácido:

Sólo reparo en éste (se refiere a nuestro escritor) que


tratando de pasarse a otra religión, y siendo de las calidades
que no ignora V.R. no es conveniente ocuparle en
semejantes ministerios, en conformidad con lo que ordena
en el Cap. 12 Ordin. Gener. de Dimittendis. La penitencia
que se le dio la merecía por la 3a. Parte del Criticón que
imprimió contra el precepto que se le había puesto.

 
Reducido al silencio, Gracián es enviado a Tarazona, población al pie del Moncayo.
Allí, en obscuro colegio de la Orden y rodeado de silencio, junto con mediocridades
decrépitas, sin posibilidad de diálogo placentero, "noble conversación, hija del discurso,
madre del saber, desahogo del alma, comercio de los corazones, vínculo de la amistad,
pasto del contento y ocupación de personas" (Criticón). Allí, contemplando el altivo
Moncayo muy similar a él y pensando en sus amistades ("no hay desierto como vivir sin
amigos") sintió la muerte. Fue su fin, triste y solitario, agravado por los cierzos de un
clima riguroso. A los 57 años Gracián muere. Es el 6 de diciembre de 1658. No se ha
podido encontrar constancia de su muerte. La sabemos por inscripción en el retrato que
de él tiene el Colegio de Calatayud. Pero eso, naturalmente, no tiene importancia.
Porque puede suceder que a Baltasar Gracián se le haya ocurrido no morirse. Así era de
tenaz. Y así opinó Schopenhauer y al parecer Nietzche y Goethe, del que cumplió
anticipadamente su anhelo: "Si hubiera esperado a conocer el mundo para repre-sentarlo
habría hecho una representación satírica de él." En la inscripción que acompaña a su
retrato se lee: "Escritos suyos tuvieron a reyes por mecenas, por juez la admiración, por
lector el mundo, por tipógrafo la eternidad." Gracián y el Moncayo han debido sonreír.

Meditación final

Su obra y pensamiento tienen como meta la perfección humana. El hombre hecho. Su


desvelo, un constante moldear a la bestia para hacerla racional. Una lucha en pos de la
razón del ser, del existir. Y su mensaje hoy es válido. Pensar en el hombre sigue siendo,
en los actuales y dramáticos momentos, de la más imperiosa necesidad. Del hombre
necio de Gracián, al 'robot' que se perfila no hay más que pequeños matices que
ensombrece el porvenir inmediato.

Así, el inmenso mundo moral gracianesco sigue con sin igual vigencia tres siglos
después de pensado y escrito. Se puede y se debe seguir bebiendo en él. Su visión fina e
incisiva está teñida por un sentimiento religioso poco dogmático, no obstante la
condición sacerdotal de nuestro pensador. El hombre, dice Gracián, "es la criatura más
noble de cuantas vemos, monarca en este gran palacio del mundo, con posesión de la
tierra y expectativa del cielo, criado de Dios, por Dios y para Dios". He aquí las
palabras clave: 'expectativa del cielo'. La vida en el hombre debe ser un constante
hacerse para ganar la perfección. Es en El discreto donde nuestro aragonés concretará el
asunto al indicar: (acerca de los hombres) "No de repente se hallan hechos. Vanse cada
día perfeccionando, al paso que en lo natural, en lo moral, hasta llegar al deseado
complemento de la sindéresis, a la sazón del gusto y a la perfección de una consumada
virilidad." ¿Lo conseguirá? Aquí, la expectativa a la que alude Gracián. Para su normal
evolución pide el belmontino que cada cual "distinga su centro". Premisas
fundamentales: saber, para no errar, conocerse a sí mismo para triunfar; ésta es la
función primaria del saber del hombre. Conocer es conocerse: sábete, estúdiate. Hay en
cada uno lo aparente y lo real y no hay que llamarse a engaño. Gracián es el incisivo
psicológico que no perdona: realidad y apariencia. Las cosas no pasan por lo que son,
sino por lo que parecen; son raros los que miran por dentro y muchos los que se pagan
de lo aparente. No basta tener razón con cara de malicia. Aforismo clave para entender a
Gracián. No basta leerle, hay que quitar la envoltura y todo quedará descifrado. A veces
molesta este estilo conceptuoso, críptico, pero hallar el meollo nos compensa. No puede
leerse a Gracián de corrido; hay que saborearlo, hay que penetrarlo.
Fruto sazonado, ha dicho alguien. Pensamiento que no se encajona y que tiene aura de
porvenir. Confuso en ocasiones, encerrado en el conceptismo tan afectado de la época;
la prosa gracianesca se salva por el genio. Schopenhauer, entusiasta del aragonés, dirá
de él: "Conozco tres obras alegóricas de largo aliento. el incomparable Criticón de
Baltasar Gracián. amplio y rico tejido de alegorías entrelazadas entre sí, colmadas de
sentido; es como un ropaje transparente que cubre verdades morales a las que comunica
la más sorprendente evidencia intuitiva. Las otras dos obras son más embozadas. Me
refiero a Don Quijote y a Gulliver. Nietzsche, en carta a su amigo Peter Gast, dice:
"Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza
moral." Terminará hablando de la obra de Gracián como de "una sublime filigrana".

Así las cosas, digamos de nuestro pensador que gustó de la sociedad de los hombres y
su largo trato con ellos le hizo calar las debilidades humanas de las que él, Gracián, fue
también pasto. Algo hay de indomeñable vanidad en este continuo reto hacia la Orden
para dar a luz su obra, llena de polémicas literarias, sus sermones plenos de ángulos
novedosos, audaces, escandalizantes. Hombre sociable, odiaba la soledad y prefería
pasar por loco entre los hombres que cuerdo solo. Nos hace pensar en sus veladas
oscenses y zaragozanas, en sus conversaciones con Parada y Nocera, en su larga
amistad con Lastanosa y Uztarroz. En suma, el deleitoso teatro de los hombres que tan
bien supo analizar y encuestar en pedagogía trascendente, clásica. Y claro, fue hombre
de su tiempo tanto como lo fueron Quevedo, Calderón, Cervantes y Góngora. Con todo
y su fuerte tendencia conceptista y cultista no se excedió, logrando que la gente
reflexionara. Que fue maestro del buen decir nos lo dice Menéndez Pelayo al indicar
que quien desee penetrar en los misterios del idioma debe acudir al escritor aragonés.
De todo tenemos en este árbol frondoso que es Gracián: pensamiento e idioma.
Emparentado con Quevedo, tiene, aparte, un universo moral responsable. Se siente
depositario de un mensaje de perfección y hace lo posible por cumplirlo. Y lo cumple,
incluso con la vida.

En el proemio de la III parte de El criticón


confiesa "Al que leyere": "Confieso que
hubiera sido mayor acierto el no emprender
esta obra, pero no lo fuera ya el no acabarla.
Eche el sello esta tercera parte de las otras."

Y encaminó a Andrenio y Critilio hacia la


inmortalidad. Y los conduce de una manera
descarnada, irritada, insobornable,
desengañado. "Este español desengaño,
como la soledad española, puede rastrearse a
lo largo de los siglos." Y se remacha con uno
Baltasar Gracián (1601-1658). de sus investigadores Arturo del Hoyo:
 http://usuarios.lycos.es/albo/baltasar.htm "Todo funciona en él para el desengaño; no
tiene otro objeto su obra que desengañar más
aún." En suma, aquí tenemos la contestación de un ser condenado a la soledad por
incompresión.

La respuesta de Gracián a su sociedad fue la confección de un retrato agudo,


impregnado de tristeza, pero constructivo. Un pensador sin compromisos. Los jesuitas
se lo recordaron, pero él cumplió con la posteridad. Fue uno de los últimos mensajes del
Siglo de Oro a una Europa que se sacudía la tutela hispana. Gracián es uno de sus
últimos destellos. En una España desgajada por luchas intestinas, el vacío que encontró
en su labor, su sentimiento de exclusión. todo ello "le dotó de la actitud e irritación
necesarias para situarse en permanente estado de atención y vigilancia sobre los motivos
de la conducta humana" (A. del Hoyo). Y sin embargo, su agudeza reside en que aún
alienta la fe en lo humano y aspira, a pesar de todo, a encontrar nuevos estadios
renovadores. Es como si la "expectativa del cielo" mostrara una rendija de luz: en medio
de lobregueces sin cuento. Esto hace que Gracián siga vivo en la crónica de los
hombres. Y así seguirá. Coster afirma:

Gracián no puede seducir a quienes se complacen con frases


huecas y sonoras y, a pesar de los años, apetecen aparecer
siempre jovenzuelos. Para saborearlo hay que vivir
intensamente, sufrir la bajeza humana, experimentar la fragilidad
de las amistades, el rencor espontáneo de los imbéciles hacia
toda originalidad, la vanidad de los pedantes de toda profesión y
rango. A menos de no ser 'alguien', no se llega a la edad madura
sin esta experiencia.

En el teatro de la vida y la experiencia que ella nos depara, no podemos estar ausentes
de mentores que, como Gracián, representan la prudencia buscando la razón. Su
mensaje, dique a necios, seguirá brillando a través de los siglos, sirviendo de linterna a
los confundidos y de prudente freno a los muy avisados. Éste fue, es y será Baltasar
Gracián.
Notas

Éste es un compendio de mi obra Gracián (publicada en serial en


Comunidad Ibérica), y citas de Menéndez Pidal; Adolphe Coster
(biógrafo); Arturo del Hoyo Batllori; Marañón; Romera Navarro;
ensayos aparecidos en la revista Ínsula de Madrid; Ernst Robert
Curtis. (Revista de Occidente); Archivum Historicum Societatis
(Roma); cartas de Goswin Nickel; Heliodoro Carpintero Capell;
Schopenhauer (El mundo como voluntad y representación), y José
Antonio Maravall.

*Este texto forma parte de la serie Del castellano: acerca de sus


venturas y desventuras, de la cual ya se han publicado los artículos:
"Cervantes" (revista número 59), "La lengua madre del imperio"
(60), "Nacimiento del idioma español en la roca cántabra" (62),
"Canasta de ingenios" (63), "Del Marqués de Santillana a Garcilaso
de la Vega" (71), "Tirso de Molina" (73), "Lope de Vega y Carpio"
(75), "Tres rivales y un misterio" (78), "Juan Ruiz de Alarcón" (80),
"Quevedo" (85), "Calderón de la Barca" (87), "El sereno y angélico
Fray Luis de León" (89), "Incursión al misticismo. Santa Teresa de
Ávila y San Juan de la Cruz" (91) y "Las dos vertientes del barroco
español" (92). En números posteriores se continuará con la
publicación de esta serie.
 

You might also like