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La baba en la pluma

DANIEL ANIDO/ DIRECTOR de CADENA SER   17-04-2008

Cuando fluye la baba y el periodismo se acojona la tiniebla va cubriendo el espacio


vacío; un territorio abandonado que ocupan pajilleros, reprimidos, grasientos, puteros,
siniestros, cobardes y acomplejados, con nombres y apellidos.

Son de ilustres burgos, ansones, losantos, pejotas, usias y alguna que otra schlichting,
pero segregan ese líquido viscoso y corrompido por la comisura de sus parpados,
acentuando el asco que desprende su mirada.

Tenemos que mirar sus caras, seguir con atención el recorrido; ver como avanza ese
residuo pútrido que desciende por los pliegues hasta la boca, como carcome gota a gota
su lengua relamida; como la inunda y luego la desborda, para proseguir su camino hasta
la mano pegajosa que sostiene la pluma y derramar allí toda su miseria.

Cuando fluye toda esta baba compartida y el periodismo se acojona, estos mirones
clandestinos, estos fetichistas de la mugre, se proclaman profetas con derecho de
pernada, levantan púlpitos con barrocos tornavoces, apoyan sus falanges en el
antepecho, despliegan su abyección más tenebrosa y corrompen el espacio compartido.

Cuando el periodismo se acojona delante de estos usurpadores del oficio, la cloaca


extiende su dominio, se adueña de la plaza pública y construye allí su pasatiempo
favorito: el juego delictivo del insulto, donde prevalece y se premia la discriminación
por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o
circunstancia personal o social, como pueden ser la orientación sexual, la fe o falta de
ella, la ideología, la gestación, la edad, el nombre o el apellido.

Cuando el periodismo se acojona delante de estos mediocres, que confunden la baba con
el intelecto, nuestra profesión pierde el futuro; los ciudadanos, su libertad, y la
democracia, el sentido.

El periodismo tiene que hacer frente a la contaminación que desprenden estos


exhibicionistas de la baba en la pluma, a la perversión que esconden bajo el necesario
paraguas de la libertad de expresión.

Son previsibles. Se plantan delante de sus víctimas y abren con rapidez sus gabardinas,
dejando ver su desnudez intelectual. Pero, son cobardes. Si les plantamos cara, mirando
fijamente sus despojos orgánicos, señalando con el dedo su minusvalía y mostrando
nuestro desprecio con una sonora carcajada, que al tiempo alerte al resto de la
ciudadanía, salen corriendo a esconder sus complejos y sus colgajos... en el fango.

(A ellas, que sufren estos días el maltrato de quienes quieren robarnos el oficio:
disculpas.)

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