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COLABORACIONES

Vol. 94 (2022) MANRESA pp. 377-390

Ejercicios con arte: un nuevo modo


de hacerlos
Bert Daelemans

RESUMEN

Se usan pocas imágenes de arte en los Ejercicios. A lo más se


emplean para ilustrar un discurso previo, pero no como el ámbito y el
lenguaje mismo de la oración. Aquí se presenta un nuevo modo de dar
y hacer los Ejercicios: a partir de la pausada contemplación de obras de
arte. Con algunas referencias al libro de los Ejercicios comprobaremos
cómo esta propuesta nueva va en la línea de lo que san Ignacio quiso
que fueran: una transformación entrañable en lo hondo, en el nivel de
los sentidos espirituales, por medio de encuentros y coloquios afectuo- 377
sos con el Señor. Además, esta propuesta evita dos atolladeros mayo-
res que dan demasiado peso al esfuerzo mental y a aquel que da los
Ejercicios.

PALABRAS CLAVE: Arte, Contemplación, Dar Ejercicios, Obras de


arte, Sentidos espirituales.

D
esde hace años ofrezco los Ejercicios partiendo de la contempla-
ción de obras de arte. A esta propuesta acuden grupos y ejercitan-
tes individuales muy diversos, de edades y procedencias distintas
y de diversa afiliación a la Iglesia, a veces gratamente sorprendidos por la
fecundidad de una experiencia que resulta ser brisa de aire fresco, a la vez
suave e intensa, para quien se deja llevar.
La dinámica es muy sencilla: contemplamos una obra por la mañana
y otra por la tarde. Solemos recoger el día en un cuarto de hora senci-
llo, contemplando en silencio las imágenes rezadas durante el día: para
muchos suele ser el momento cumbre de la experiencia. Mi gran sor-
presa es que, cuando se acompaña bien el proceso, estamos ante un
enorme tesoro, un campo todavía poco transitado en el cual cada obra
es como un manantial inagotable cuando en ella dejamos que Dios hable
de tú a tú.
Bert Daelemans

En la siguiente contribución, que profundiza mis anteriores reflexio-


nes sobre el tema1 y expone su vertiente más práctica, reflexiono sobre
esta experiencia y analizo algunos de sus frutos. Se vislumbra un modo
nuevo de hacer Ejercicios en creativa fidelidad a la tradición: unos cien
años después de que el mismo Ignacio soñara con la inclusión de imá-
genes en los Ejercicios, se publicó en Roma su primera versión ilustra-
da, inaugurando una larga tradición cuya fecundidad hasta hoy no se ha
agotado.
Esta propuesta es tan intrínsecamente ignaciana que evita los habituales
atolladeros de algunas tandas: siendo los más obvios el de que la persona
no reza por sí misma, sino que se deja llevar por lo que dice el predicador,
en contra de la advertencia de no interponerse entre el Creador y su criatu-
ra, dejando que el Señor se comunique directamente, «abrazándola en su
amor y alabanza» [Ej 15]. O el escollo de quedarse en la copiosa reflexión
mental, el «mucho saber», sin «sentir y gustar de las cosas internamente»
[Ej 2].
Este artículo tendrá tres partes. Primero, destacaremos un modo igna-
ciano de acercarse al arte, descartando tres modos insuficientes. Sobre esta
base, recogeremos diez frutos sorprendentes de la experiencia. Finalmente,
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presentaremos brevemente nuestra propuesta concreta para rezar con el
arte.

1. Un modo ignaciano de acercarse al arte

Antes de todo, cabe responder a una objeción que frecuentemente se


pone al arte: que aleja de la realidad. Uno de mis oyentes en una conferen-
cia sobre el tema criticó el arte por dulcificar y distorsionar la realidad, a
menudo brutal y violenta, creando un mundo imaginario incapaz de ofrecer
terreno seguro para acercarse al Dios de Jesucristo.
Esta objeción sirve de valioso criterio para distinguir el arte digamos
‘auténtico’ de expresiones edulcoradas que ya no provocan nada, mante-
niéndonos encerrados en nuestra comodidad y devolviéndonos única-
mente la imagen que tenemos de nosotros mismos (la misma objeción
vale para distinguir la oración auténtica de la falsa). De este arte empa-
lagoso obviamente no hablo y no creo que sirva para una dinámica igna-

1
B. DAELEMANS, «Tres claves ignacianas para orar con el arte»: Manresa 92 (2020) 337-357;
«“Sentir y gustar” [Ej 2]. Sensibilidad estética», en R. MEANA PEÓN (dir.), El sujeto. Reflexiones
para una antropología ignaciana, Universidad Pontificia Comillas-Sal Terrae-Mensajero,
Madrid-Bilbao 2019, 553-574.
Ejercicios con arte: un nuevo modo de hacerlos

ciana. Ahora bien, solo cabe descartar esas obras que «no me ayudan
para el fin para el cual soy creado» [Ej 23]: si a otros ayudan, quién soy
yo para juzgarlos.
Romano Guardini afirma que todo arte merecedor de ese nombre no nos
devuelve simplemente la realidad tal cual, como lo
haría un espejo o un periódico, sino que la celebra
con una nota de esperanza, mostrando en esa reali- Rezar con el arte trata
dad también los gérmenes del Reino de Dios: de tal
modo, puede hacer presente la violencia sin violen- más bien de contemplar
tar, activándonos para el bien (cf. el sentirse «agita- el arte por sí mismo y
do» para comprobar que está habiendo ejercicio descubrir un trasfondo
espiritual [Ej 6]). Obviamente, ni para Guardini ni
para nosotros, el arte que logra esto tiene que ser de espiritual en él.
temática religiosa2.
Para exponer un modo ignaciano de acercarse
al arte, conviene poner en guardia contra tres modos de usar el arte no
totalmente ignacianos, pero que tal vez hayamos empleado en nuestras
tandas: usar el arte con fines religiosos o como ilustración de un discur-
so y observar el arte como espectadores. Son modos ciertamente legíti-
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mos y tienen su lugar en los Ejercicios, pero ahora quisiera poner de
relieve un modo realmente nuevo e ignaciano en su médula, en que el
arte ya no es un mero parche o una aplicación, sino el lugar y la letra
misma de la oración.

a) Usar el arte con fines religiosos

En primer lugar, hemos de descartar el ‘uso’ (y abuso propagandístico)


del arte con fines religiosos. Un modo de hacerlo sería leer en él solamen-
te lo que uno quiere ver, lo que uno ha determinado o establecido de ante-
mano, de modo dogmático o no: si se puede separar el mensaje de la obra,
no se valora el arte por sí mismo.
Rezar con el arte trata más bien de contemplar el arte por sí mismo y
descubrir un trasfondo espiritual en él, allí mismo y no alejado de él, o sea,
de modo sacramental. Porque la espiritualidad no se aleja del mundo y de
la materia, como tampoco Dios, y encuentra allí mismo un terreno fértil
donde la gracia asume la naturaleza, revelando sus tonos latentes de alegría
y de vida, sin destruir nada.

2
R. GUARDINI, «La esencia de la obra de arte», en Obras de Romano Guardini, vol. I, Cris-
tiandad, Madrid 1981 [original 1948], 308-331.
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b) Emplear el arte para ilustrar un discurso

Otro modo muy parecido sería usar el arte de modo secundario, para
ilustrar un pensamiento previamente expuesto. El arte viene ensegundo
lugar, a lo mejor como aplicación de los sentidos, tras un buen trabajo de
las células grises.
Ahora bien, sería muy distinto ofrecer primero la imagen como compo-
sición de lugar, como espacio que se nos abre, ya no por medio de palabras,
sino con «palabras visibles», para decirlo con una expresión de san Agus-
tín, es decir, por medio de colores, líneas, volúmenes, luz, espacio, gestos,
miradas y manos que nos hablan sin necesidad de palabras.
Es cierto, las palabras ayudan, pero más como subtítulos y notas al pie,
aclarando más que explicando, desplegando más que cerrando el espacio
abierto por la obra. En este sentido, las palabras, las ideas y los conceptos
son en realidad necesarios, porque aquí no se trata de mero sentimentalis-
mo ni de vagar sobre emociones, sino de entender con todas las facultades
mentales y desde una concepción holística de la razón y de la inteligencia,
incluyendo lo emocional y la imaginación.
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c) Observar versus rezar con el arte

Muchos ejercitantes que acuden a una propuesta de este tipo, es la pri-


mera vez que rezan con el arte. Rezar con el arte es mucho más que sim-
plemente observar o admirar el arte como lo haría un espectador externo, a
distancia. Incluso cuando visitamos un museo, raramente dejamos a una
obra el espacio y el tiempo, el silencio y la escucha necesarios para que nos
comunique todo lo que tiene que decirnos (aquí: lo que el Espíritu nos
pueda decir en ella).
Igual que en la vida, nuestro afán consumista nos impele a pasar de una
cosa a otra, engullendo solo los primeros efectos superficiales. Así dejamos
sin saborear a fondo muchos ‘banquetes’ suculentos, dejando unas cuantas
migajas y sobras todavía sabrosas sin sacarles todo el jugo que contienen
(de ahí el valor de la repetición ignaciana).
Por eso es tan beneficioso hacer Ejercicios de vez en cuando, para ver
nuevas todas las cosas vividas y recapitularlas en Cristo, para apreciar y dar
tiempo a esas ‘migajas’ y ser un sencillo «cuenco de mendigar que acepta
hojas caídas», según un célebre haiku de Taneda Santoka, con el cual suelo
abrir el tiempo de los Ejercicios. Acompañado por la obra Acumulación
(2016) de la escultora madrileña Cristina Almodóvar, hace sorprendentes
maravillas, ayudando a más de un ejercitante a hacer silencio y a «preparar
Ejercicios con arte: un nuevo modo de hacerlos

y disponer el ánima» [Ej 1] como caja de resonancia y cuenco que toma su


tiempo para no despreciar esas migajas u hojas caídas, valorándolas por lo
que son, pequeñas gracias caídas del cielo, y simplemente «mirar cómo
todos los bienes y dones descienden de arriba» [Ej 237].
El tiempo de Ejercicios, aún cuando no nos
ofrezca ningún ‘contenido’ nuevo, al menos puede
ser un tiempo de gracia en que veamos con ojos Rezar con el arte es
nuevos, desde la perspectiva de Jesús, las cosas entrar en el espacio
vividas que traemos a Ejercicios. En este sentido, abierto por él «con
las cosas de la vida que irrumpen en nuestra ora-
ción no necesariamente son distracciones: pueden grande ánimo y
ser sobras de banquetes, migajas que todavía recla- liberalidad con su
man nuestra atención, sobre todo en el tiempo en
que hacemos silencio y damos espacio a la escucha
Criador y Señor».
de Dios. Puede que el Dios de las migajas todavía
nos llame desde lo vivido a medias: tal vez no para que alumbremos una
nueva ‘idea’ o experiencia, sino para que lo vivido con Dios se enraíce y se
grabe mejor en nuestro ser.
Creo que ésta es precisamente una interpretación posible de lo que canta
381
la Virgen en el Magníficat: «Él despide a los ricos vacíos». Para los ricos
que somos nosotros es una gracia ser despedidos como cuenco de mendi-
gar, espacio vacío y vaciado: a menudo llegamos a los Ejercicios cansados
y ricos en experiencias, sobrecargados de mucha vida velozmente vivida,
sin haberla saboreado a fondo, en ese fondo donde habita y nos espera
Dios. No necesitamos, pues, nuevas cosas/ideas/experiencias, sino espacio
y silencio para acoger y saborear lo vivido y sentirlo y gustarlo interna-
mente bajo la mirada de Cristo, con el cual se dialoga amistosamente al
final de cada tiempo de oración.
Es muy contracultural y valiente quedarse y satisfacerse con una cosa
sola, una migaja, una hoja caída: poco tal vez para quien lo mira desde
fuera, pero, para los sencillos y atrevidos, migaja capaz de nutrir hasta la
saciedad e incluso de ablandar el corazón de Jesús (cf. Mt 15,21-28). Es, tal
vez, la sabiduría de los ancianos y del amor maduro (madurado no por que-
dar inmaculado tras todos los aprietos y desiertos posibles que se cantan en
el himno del amor, sino por haberlos atravesado con heroísmo: 1Co 13).
Rezar con el arte, por lo tanto, es entrar en el espacio abierto por él «con
grande ánimo y liberalidad [disponibilidad] con su Criador y Señor, ofre-
ciéndole todo su querer y libertad» [Ej 5]: dispuestos a ser tocados, con-
movidos, interpelados, desplazados y tal vez descolocados, provocados y
alguna vez indignados como los profetas. Entre la multitud de obras de arte
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existen obras maestras que con asombrosa facilidad logran hablar a mucha
gente del encuentro con Dios de modo inmediato, casi sacramental: son
vehículos de la Palabra de Dios que hacen presente al Verbo encarnado.
Por lo tanto, para que la observación se convierta en oración hace
falta, en primer lugar, tiempo, silencio, atención y disponibilidad para
dejarse interpelar, para dejar que el objeto (la obra de arte) sea la voz del
Sujeto: es decir, que hable en la obra Dios, que tiene la iniciativa en la
oración. En segundo lugar, es imprescindible exponerse uno mismo
como caja de resonancia de esa voz que nos sale a través de la obra, para
escuchar en el interior de uno mismo lo mínimo de resonancia o resis-
tencia que provoque lo contemplado: «Notando y haciendo pausa en los
puntos que he sentido mayor consolación o desolación o mayor senti-
miento espiritual» [Ej 62].
Un modo ignaciano de acercarse al arte es, en esta línea, «reflectir para
sacar algún provecho» [Ej 108] de lo contemplado, ser caja de resonancia
para lo contemplado, escuchar en uno mismo las mociones y las agitacio-
nes [cf. Ej 6] que podrían ocurrir, sin descartar ninguna. Es decir, dejar que
el misterio contemplado literalmente se refleje en nosotros como ‘espacio’
liberado, como si fuéramos un espejo.
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Para eso es imprescindible «preparar y disponer» [Ej 1] el espacio que
somos, que no significa tanto eliminar manchas y arrugas en un perverso
afán de ser inmaculado y puro, sino ordenarlas, poniendo las preocupacio-
nes, las dudas de fe, las faltas de caridad y de esperanza donde tienen que
estar: no ocupando todo el espacio, sino orientándolas en su orden relativo
a Cristo que, recapitulándolas, nos «consagra en el amor» (Ef 1,4.10).
En definitiva, se trata de disponerse como espacio abierto y receptivo,
pero de ningún modo pasivo y atontado, sino alerta y con astucia como una
serpiente (cf. Mt 10,16) y activando todas las facultades mentales, no para
que hable Dios, sino para poder escuchar lo que dice. La contemplación, en
efecto, es un ejercicio de escucha. Observar el arte y usarlo con fines reli-
giosos o para ilustrar un discurso no dejan de ser aún sino acercamientos
externos (mirar, entender, acumular información sobre la obra o su autor),
mientras que rezar con el arte implica esencialmente contemplar y escuchar
lo que Dios dice en nuestro interior.

2. Frutos de la experiencia

Rezar con el arte representa una enorme ventaja con respecto a una
manera más tradicional de ofrecer los Ejercicios: evita los atolladeros de
interponerse entre el ejercitante y su Creador y de perderse en elucubracio-
Ejercicios con arte: un nuevo modo de hacerlos

nes mentales. En este sentido, es más intrínsecamente ignaciano que otros


modos de dar los Ejercicios, a los cuales tal vez un cierto tipo de ejercitan-
te se haya malacostumbrado. Para Ignacio, los Ejercicios eran una ayuda
para ir a lo profundo, desde la mente hasta las entrañas, ahí donde nos habla
Dios y donde nace la vida, lugar mucho más profundo que la mente y el
corazón. Enumeremos diez de sus ventajas, que constituyen regalos sor-
prendentes y resultados recogidos de la práctica.

1. El arte permite un contacto más inmediato y amplio que la mente

Las palabras ayudan, pero también a veces impiden. Deberían dar lugar
y llevar al silencio y a la contemplación. El arte permite un contacto más
inmediato con el misterio que los discursos de la mente. Amplía las ideas
mentales hasta incluir lo emocional, lo afectivo, lo sentido y lo corporal. El
modo de rezar con el arte no deja de lado la razón, al contrario: la activa
aún más, sobre todo sus vertientes menos aprovechadas. No es, por lo tanto,
una experiencia irracional, sino profundamente reflexiva y reflexionada.
Cuanto más hago y doy los Ejercicios, más me doy cuenta de que lo que
Ignacio tenía en mente era una schola affectus: más contemplativo y menos
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mental, más del orden de los sentidos espirituales, del sentir y gustar, de los
coloquios amorosos y de las repeticiones que son, realmente, condensacio-
nes afectivas.
En este sentido, el arte ofrece una gran ventaja: es capaz de «habitar»
las cosas (Merleau-Ponty); y rezar con el arte hace habitarlas internamen-
te. Es el «quedaos» al cual nos invita Jesús cuando nos acogen en una casa
(Mc 6,10); o, en lenguaje ignaciano: «En el punto en el cual hallare lo que
quiero, ahí me reposaré, sin tener ansia de pasar adelante hasta que me
satisfaga» [Ej 76]. Es lo contracultural de no ir de una cosa a otra sin tomar
el tiempo de terminar bien una sola: «Sola una cosa es necesaria» (Lc
10,42).

2. El arte ofrece una excelente composición de lugar

A veces pasamos rápidamente por un preámbulo, esencial para Ignacio,


que nos sitúa, nos implica y nos lleva a salir de la mente y a enraizar la ora-
ción en los sentidos espirituales, en lo sentido y gustado internamente.
Como «composición de lugar», el arte permite que el ejercitante entre
más fácilmente en una narración bíblica y que se haga más presente a los
personajes «mirándolos, contemplándolos y serviéndolos en sus necesida-
des, como si presente me hallase» [Ej 114].
Bert Daelemans

La composición de lugar no sirve mayoritariamente para los que tienen


poca imaginación, como en cierto momento se pudo pensar, sino para cual-
quiera, ayudándole a estar más presente al misterio contemplado.

3. El arte sorprende y ayuda a centrar la atención


Los Ejercicios son Muchas veces ocurre con textos rezados tantas
felizmente veces que ya en nada nos sorprenden, que nos
cristocéntricos, devuelven a los carriles de siempre o a lo que algún
predicador algún día nos dijo y que nos gustó. Poco
contemplativos, de ignaciano tiene esto.
icónicos En contraste, la mayoría de las veces, el arte
auténtico (no el empalagoso que solo ofrece una
e imaginativos. falsa consolación) es capaz de sorprendernos: suele
inducir a dar una mirada nueva a un texto bíblico o
algún tema de los Ejercicios bien conocido. Abre y amplía la mirada, per-
mite pensar fuera del marco habitual. Facilita el terreno al Espíritu Santo:
a que esperemos lo nuevo y nos preparemos a ser sorprendidos, sin que-
darnos con lo ya conocido.
384
Además, la mente divaga y se distrae a menudo en la oración. Contem-
plar una obra de arte ayuda a concentrarse y a estar atento. El arte es capaz
de condensar una larga narración bíblica en un momento o gesto determi-
nado, rico en significado.
Existen esculturas talladas como Andachtsbild, literalmente imágenes
para ejercitar la atención. Solían llevar la atención a su nivel más profundo
de la contemplación, por lo que esas obras (y el arte en general) van mucho
más allá del mindfulness y, además, son más concretas: concentran nuestra
atención en una Persona con un Nombre y un Rostro.

4. Jesucristo aparece más encarnado y cercano

Un sorprendente e importante fruto de esta propuesta es que Jesucristo


aparece más encarnado y cercano: su sonrisa, su mirada, su rostro, su acti-
tud o uno de sus gestos nos quedan grabados en la retina, más que podrían
hacerlo una idea o unas palabras. El arte permite contemplar y dejarse mirar
por Cristo.
Los Ejercicios son felizmente cristocéntricos, contemplativos, icónicos
e imaginativos. Por eso, suelo empezar y terminar el día y mis charlas con
una imagen de Jesús, la del Cristo sonriente del castillo de Javier o la del
Pórtico de la Gloria de Santiago, donde el Señor glorioso nos muestra tan
Ejercicios con arte: un nuevo modo de hacerlos

impúdicamente sus heridas, es decir, su vulnerabilidad como un camino de


salvación.

5. El arte lleva naturalmente a la contemplación

Lo que dice Ignacio acerca de la composición de lugar, de la aplicación


de los sentidos, de los coloquios y de las repeticiones va en la línea de la
contemplación y del sentir y gustar internamente.
Precisamente al pasar por los sentidos, la experiencia de rezar con el arte
es más encarnada que lo pueda ser meditar con la mente sola. La oración
con el arte se desarrolla más al nivel de los deseos, de los sentidos, de la
piel y del cuerpo: es más epidérmica que superficial, más orgánica que
materialista y más contemplativa que consumista. Pero necesita tiempo,
silencio y unas buenas pautas.

6. El arte ayuda a que el ejercitante rece por sí mismo

El arte permite que uno entre por sí mismo en el espacio del encuentro
con su Creador y Salvador, lo que es más ignaciano, según la conocida
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regla de no interponerse entre el ejercitante y su Creador y Señor [Ej 15],
que una tanda donde uno lo espera todo del predicador.
Cuando los ejercitantes comparten algo de lo vivido y rezado, suele sor-
prenderme gratamente cuántas cosas contempladas se han conectado casi
espontáneamente con experiencias personales, cuántas pistas inéditas y
para mí insospechadas han nacido en su oración, cuán fértil y siempre ina-
cabado es el campo del arte, cuánta riqueza está escondida en cada una de
esas obras que son como manantiales por donde fluye el río de la gracia y
se oye la voz de Dios.
Cuando me cuentan esas maravillas, cuando las comparten conmigo
haciendo como la Virgen que no podía quedarse sola con tanta bendición
recibida y se puso en camino para compartirlo todo con Isabel, así siento
cómo sus palabras llenas de vida y de emoción transforman mi espacio a
primera vista profano en sagrado y sacramental, un espacio aparentemente
mediocre, cotidiano y vacío en espacio habitado y lleno de la presencia de
Dios. Algo similar se puede ver en el asombroso fresco de Fray Angelico
de la Anunciación en el convento dominico de Florencia: un espacio gris se
convierte en espacio sagrado por el maravilloso encuentro que ahí tiene
lugar en ese silencio habitado por una presencia invisible, aunque no intan-
gible para quien haya ejercitado su sensibilidad.
Me asombra cómo los ejercitantes han pasado el tiempo con esas obras
Bert Daelemans

ya amigas que les han visitado y habitado por algún tiempo y que ahora,
después del tiempo de gracia de los Ejercicios, les siguen acompañando en
su camino. Sí, el arte es sin fondo, y nuestro Dios parece tener una opción
preferencial por el arte, porque nos lleva tan directa y naturalmente a los
sentidos espirituales más profundos que la mente y la emoción, al sabor, a
la contemplación y a las entrañas, allí donde nace la vida nueva que gesta-
mos gracias a Dios.
Por eso suelo reducir mis charlas a lo mínimo, ofreciendo solo unas pau-
tas posibles, no para explicar la imagen, sino para desplegarla y para que
pueda conectar mejor con la vida que trae cada uno. Entre las pistas ofre-
cidas, cada ejercitante habrá de encontrar la que le indica el Espíritu para
ese momento de oración.

7. El arte ayuda a rezar con la vida y con el cuerpo

A menudo, en una obra contemplada pausadamente, son cosas muy sen-


cillas las que nos llaman la atención y quedan grabadas en la oración: una
mirada, un encuentro, un gesto o una actitud. Nos llaman la atención por-
que nos recuerdan situaciones vividas: en este sentido, la vida no entra en
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nosotros como distracción, sino como oración. El arte, como afirmó John
Dewey, está vinculado con la vida ordinaria, la celebra y la intensifica3. El
arte permite recapitular también esas cosas en Cristo, llevarlas ante Él y
solicitar su mirada sobre ellas.
Además, siendo cosas muy humanas y corporales, hacen más de una vez
que el ejercitante adopte la misma actitud corporal en su propia oración,
para encarnarse mejor, para que la actitud de Cristo o del santo contempla-
do quede grabada en su propia vida y en su mismo cuerpo. De modo que
rezar con el arte fomenta también rezar con el cuerpo (y no solo con la
mente). Así, este proceso mistagógico permite que uno se vaya configuran-
do más con Cristo, que es en definitiva el objetivo de los Ejercicios.

8. Para todos los públicos; no solo para expertos o amantes de arte

Sorprendentemente, tanto ejercitantes veteranos como principiantes


encuentran aquí un modo novedoso de hacer Ejercicios. Para muchos vete-
ranos, ya hartos de tanta palabrería que lleva a lo mismo, la propuesta llega
a buen puerto, pudiendo acercarse al misterio de siempre por senderos poco

3
J. DEWEY, El arte como experiencia, Paidós, Barcelona 2008 [original 1934].
Ejercicios con arte: un nuevo modo de hacerlos

transitados. Ciertamente esta propuesta no es novedosa en su contenido (no


ofrece otro Evangelio), sino que sigue la dinámica y la estructura de los
Ejercicios.
Tal vez haya siempre algún alma más anquilosada que cuente solo con
‘lo de siempre’ y que tenga dificultad para abrirse a lo nuevo. No obstan-
te, el Dios de Jesucristo invita a salir de la comodidad en la que tan a
menudo nos instalamos. No nos exige nada más allá de nuestras fuerzas,
pero no se cansa de llamarnos al terreno de la felicidad, que no es el de la
comodidad. El esfuerzo real que piden los Ejercicios es, más que un acti-
vismo y una actividad cansina, el esfuerzo de mantener abierto el espacio
que somos y que hemos de ser. La contemplación es una acción y un
esfuerzo al cuadrado: el esfuerzo de la entrega, de dejar y de dejarse mol-
dear y modelar.
Una grata sorpresa de esta experiencia es que este modelo parece ‘fun-
cionar’ –si se nos permite usar esa palabra profana y utilitarista– también
con gente que se dice poco familiar con el arte y poco inclinada a rezar con
él, gente para la cual el arte sigue siendo un mundo desconocido al margen
de la vida real: un mundo tal vez hermoso, pero irreal y, por lo que respec-
ta al arte contemporáneo, definitivamente oscuro. Existen en sus vidas unas
387
cuantas imágenes del Crucificado y de la Virgen, pero ya no se acercan a
ellas como arte, sino por lo que representan, que es siempre lo mismo.
Ahora bien, esta propuesta, bien acompañada, llega también hasta ellos
porque el arte, cuando se lleva bien, es capaz de despertar fondos adormi-
lados en cualquiera de nosotros, fondos de cuya existencia ni siquiera nos
habíamos dado cuenta. Después de una inicial sorpresa y eventual incomo-
didad al hallarse en terreno desconocido, mucha gente felizmente se atreve
a dejar la orilla de lo más conocido y familiar y a aventurarse mar adentro.
En todo caso, es esencial acompañar bien el modo de rezar con imáge-
nes. Como me dijo una ejercitante: «Me vino bien no saber mucho de arte
porque no he venido a hacer un curso de arte». En efecto, mejor preparado
para esta propuesta está aquel que se dispone «con grande ánimo y libera-
lidad» a dejarse sorprender.

9. No es necesario que nos guste la obra para poder rezar con ella

Además, las obras de arte concretas ni siquiera deben ser vistosas o


bellas. No es necesario que nos guste una obra para poder rezar con ella:
Dios nos puede tocar en ella de modos muy diversos. Los regalos más sor-
prendentes de mi experiencia han sido obras cuya estética no es muy atrac-
tiva, pero en las cuales un ejercitante ha podido verse enganchado por un
Bert Daelemans

sencillo gesto o una mirada que le ha abierto el corazón de modo más inme-
diato que lo hubiera hecho una idea o unas palabras.

10. No solo vale el arte religioso o figurativo

No es necesario que sea religiosa o devocional la obra de arte. Para la


contemplación del mundo, del infierno, de las dos banderas, para alcanzar
el amor, el principio y fundamento… no debe tener necesariamente temáti-
ca religiosa; no tiene que ser una ilustración de un episodio bíblico para
poder entrar en ella como en una composición de lugar.
Todo eso está muy bien, pero hay tanta humanidad cobijada en la Biblia
y en los Ejercicios que cualquier arte que presente y despliegue esa huma-
nidad puede valer. Porque la dimensión espiritual que conlleva el arte
auténtico es más amplia que la temática representada.
Tampoco debe ser necesariamente arte figurativo, aunque este ayude a
reconocerse en él. Hay obras abstractas sumamente concretas porque con-
densan toda una vida. Por cierto, se ha dicho que la Eucaristía es el arte abs-
tracto por excelencia.
388
3. Una propuesta concreta

Concretamente, ¿cómo transcurre una tanda de Ejercicios con arte?


Contemplamos dos imágenes al día, una por la mañana y otra por la tarde,
y las recapitulamos al final del día. Ofrezco breves puntos de un cuarto de
hora, en los cuales intento ‘desplegar’ la obra más que explicarla, sin el
andamiaje con el cual solemos acostumbrar mal a los ejercitantes, sobre
todo a aquellos que se quedan en los andamios sin llegar al corazón de la
experiencia, que es la entrega al Señor. También entrego una hoja con pau-
tas ignacianas para organizar los momentos de oración.
No son los puntos los que van a cambiar la vida de una persona, sino el
tiempo pasado con el Señor. ¿Qué podemos decir cuando ofrecemos imá-
genes para que los ejercitantes recen con y en ellas, como el lugar donde se
‘compone’ la música de su oración? Hay palabras que más bien ‘explican’
el arte, como palabras científicas propias de historia del arte o de crítica
artística, situando la obra en su contexto y el de su autor. Esas palabras,
aunque necesarias, quedan a menudo cortas para quien quiere entrar en el
espacio abierto por la obra, un espacio con trasfondo espiritual abismal.
En lugar de palabras que intenten explicar lo que no se puede explicar,
como el misterio mismo de la vida y de Dios que ya se dicen con naturali-
dad y sencillez en nuestras vidas, en nuestros puntos hemos de encontrar
Ejercicios con arte: un nuevo modo de hacerlos

palabras que, como el arte mismo, «habiten» y «hagan presentes» las cosas
más que explicarlas, según los célebres dichos de Merleau-Ponty y de
Dewey. Palabras, por lo tanto, que sugieren y evocan y no obligan a una
sola lectura o interpretación. Palabras que abren un espacio, y no palabras
que siguen una sola línea recta por la que caminar.
Por eso, prefiero acompañar cada obra de una ficha con pautas ignacia-
nas, sugerencias de textos bíblicos que puedan servir para ensanchar el
espacio, y preguntas para conectar lo contemplado con experiencias de
vida, ensanchando así la oración con la vida, encontrando ahí cómo la Pala-
bra de Dios se encarna concretamente en los encuentros y desencuentros
del día a día.
Son palabras que, más que determinar, abren un espacio por donde
entrar. Son como notas a pie de página, o subtítulos, senderos posibles en
la espera que suscitan en cada ejercitante vías propias, más personales. Se
trata de darles el gusto de emprender el camino, de ponerse a caminar y de
ver lo que ocurre. Si ya con una migaja o semilla se les ha llenado el cora-
zón, quedo más que agradecido. Porque «no el mucho saber harta y satis-
face el ánimo, sino el sentir y gustar de las cosas internamente» [Ej 2].
Durante los años que llevo en España, he podido desarrollar y compro-
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bar la fecundidad de dos itinerarios principales: el primero, siguiendo las
estaciones de un viacrucis en bronce, al que he llamado Encuentros en el
camino y que publicó en 2015 la editorial PPC. El segundo, más reciente,
se titula Abrazar al Dios vulnerable y se inspira en dos volúmenes de la
serie En el arte: un recorrido espiritual, sobre la vulnerabilidad y el abra-
zo (PPC 2021, saldrá próximamente). Allí podrán encontrar muchas imá-
genes y pautas posibles para rezar con el arte.

4. Conclusión: el arte crea espacios para escuchar a Dios

El arte ofrece un campo infinito para la oración. Quien se adentra real-


mente en este camino encuentra pistas insospechadas en sus encuentros con
Jesús; se encuentra con un Jesús más cercano, sensible e incluso corporal.
Hasta Ignacio mismo se hace más entrañable, muy distinto de la imagen
que a veces podamos tener de él.
A muchos, se les abre un nuevo y bienvenido modo de orar, y se les
regala una cierta reconciliación con esa realidad tan desconocida y desa-
provechada que es el arte. Sí, hay que entrar en la experiencia para conocer
su abrumadora fecundidad.
Nuestras referencias al libro de los Ejercicios han querido probar que
esta propuesta nueva está en línea de lo que Ignacio quiso que fueran: una
Bert Daelemans

transformación en lo hondo, en el nivel de los sentidos espirituales, por


medio de encuentros y coloquios afectuosos con el Señor. Esta propuesta
evita dos dificultades mayores que dan demasiado peso al esfuerzo mental
y al que da los Ejercicios, en detrimento de la propia oración.
Una vez bien establecida la diferencia entre observar el arte y rezar con
el arte, lo hermoso de esta aproximación ignaciana al arte es poder no solo
profundizar en lo que la humanidad ha querido expresar por medio del arte
en su lucha por entender su relación con Dios y con la transcendencia, sino
en percibir cómo Dios habla a través de esas creaciones, frutos de la tierra
y del trabajo humano, obras maestras de una humanidad en su búsqueda
por entender el misterio de la esperanza que persiste en ella, a pesar de
todo (cf. 1Pe 3,15).
Ya Ignacio soñó con incluir imágenes en los Ejercicios, seguramente por
las ventajas que ofrece el arte para la oración, ventajas que hemos enume-
rado, la esencial siendo que llega por un camino más directo, sin andamios,
a la esencia de la dinámica de conocer mejor al Señor que se ha hecho hom-
bre por nosotros, para amarle más intensamente y seguirle más de cerca [cf.
Ej 104].
Por medio de esta propuesta, los más jóvenes y neófitos descubren los
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Ejercicios a través de los sentidos y de la propia experiencia más que a tra-
vés de largos y eruditos discursos; los ejercitantes veteranos, a menudo har-
tos de tantas palabras, acogen con los brazos abiertos este modo de crear un
espacio para la escucha de Dios y para «sentir y gustar de las cosas inter-
namente».

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