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Existió una vez un rey que adoraba 

los animales. Un día, un noble que acudió de visita al


castillo del rey, llevó como regalo dos crías de halcón. ¡Qué contento se puso el rey al
verlas! Los halcones eran realmente hermosos. Pequeños, peludos, y con unos ojitos muy
vivos.

Rápidamente llamó al cetrero. Y en nada apareció en la sala un hombre regordete y bajito,


con unos fuertes brazos. Su fama era inmensa. Todos en aquel reino sabían que era el mejor
cetrero.

– Quiero que cuides desde hoy de estas dos crías de halcón y las adiestres bien. Cuéntame
cómo evolucionan…

– Sí señor, será todo un honor- respondió el hombre, llevándose con mimo las dos aves.

Pocas semanas después, el cetrero pidió audiencia con el rey.

– ¿Qué es lo que sucede?- preguntó preocupado el monarca.

– Verá, señor. Ya llevo un tiempo cuidando las crías de halcón que le regalaron. Ambos
han crecido y están muy hermosos. Pero sucede algo extraño… Uno de ellos vuela con
destreza, y aprende rápidamente todas las técnicas de la caza. Pero el otro… no se ha
movido de la rama. No quiere volar. No hay manera…

– ¿Y por qué razón? ¿Estará enfermo?

– Lo desconozco, señor. Aparentemente, está muy sano…

– Llamaré a los mejores curanderos del reino. Tal vez ellos sepan lo que le sucede.

Los dos halcones del rey: el problema de su halcón


Y así, cerca de una decena de curanderos pasaron por el castillo para examinar al halcón
que no se movía de su rama. Ninguno encontró nada extraño. El ave estaba sana.

El rey, desesperado, decidió ofrecer una recompensa a quien consiguiera hacer volar a su
halcón.

Pocos días después, el rey se despertó una soleada mañana y abrió, como de costumbre, la
ventana. Entonces, vio que se acercaba volando hasta su repisa un hermoso halcón… ¡Era
el halcón que no se movía de la rama!

Abajo escuchó hablar al cetrero con un joven campesino. El rey bajó corriendo y contempló
al joven que acompañaba a su cetrero.

– ¿Has sido tú quien ha conseguido hacer volar a mi halcón?- preguntó el monarca.


– Sí, señor- respondió haciendo un reverencia el campesino.

– Y dime… ¿cómo lo conseguiste? ¿Con magia? ¿Alguna poción especial?

– No señor, nada de eso… solamente corté la rama.

El rey entendió entonces que lo que impedía volar al halcón era el mido a lo


desconocido. Ese pequeño empujón le sirvió para darle la fuerza necesaria que no podía
encontrar por sí misma para volar.

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