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LA SEVlLLA DE "FlGARO" hispalenses, y presidió el 15 *


Rey Fernando lll, conquistador
emográficamente, la ciudad de Sevilla era, al finalizar el siglo de la Ilustración, la desde entonces ocupa Jugar . -

D tercera ciudad de España, con más de ochenta mil habitantes. Ciudad todavía amu-
rallada, encerrada en sí misma, dominada por nobles y clérigos, en tradicional
armonía. Si en el ámbito civil el poder lo detentaban las familias de titulación nobiliaria,
Sevilla rebosaba de júbilo. .\qui
mundo la infanta Maria AntOllllii
en 1750 llegaría a ser duq1X5a'
en el religioso la autoridad suprema era el arzobispo de la diócesis con cien mil ducados encantada con la ciudad. a~
anuales de renta. En siglos anteriores, la piedad de los sevillanos había propiciado la ins- suave dulzura de Murillo. ~

talación de cuarenta y cinco conventos de religiosos y otros treinta de monjas, de forma de felicidad para el infante dam
que alguien, en este siglo XVlll, llegó a definirla como el "Imperio de los frailes". sado con la portuguesa Bárbara
Ciudad también de grandes contrastes sociales, ya que, junto a suntuosos palacios y lla fue designado para ~ 111§,

recónditos jardines, el pueblo llano se hacinaba en viviendas miserables, como, por otra ser rey de Nápoles. y posteriorm
parte, ocurría en todas las grandes ciudades. Su riqueza era fundamentalmente agricola, Estos cuatro años fueron intftll
sobre todo desde que, en 1717, perdió el monopolio del comercio de Indias. La industria en agasajar a sus huéspedes.. Di
era escasa, pero de reconocido prestigio. A mediados de siglo contaba, por ejemplo, con cincuenta mil ducados. pero C!i

tres hornos de fundición de metales, de los mejores de Europa, con una fábrica de sali- reyes de España habían sido W!

tre para la elaboración de pólvora y con la mejor fábrica de sombreros de España. Sin río, habían contemplado sus •
embargo, nada más productivo que la acuñación de moneda y la elaboración de tabaco. premiado a sus más ilustres Ólll
El reino de Sevilla fue, en este siglo XVIII, el primer contribuyente de la Monarquía espa- llano, siempre ávido de ~
ñola, con un quince por ciento del producto nacional. para la ciudad. Felipe \ concnll
En esta época, los sevillanos eran profundamente monárquicos. Cuando, tras la muerte de Indias, dos monopolios * I;
de Carlos 11, en 1700, comprendieron que la Casa de Austria no era capaz de remontar de moneda y la fabricación y C!

la ruinosa política del último medio siglo, se entregaron jubilosamente a la Casa de Bar- dos mil operarios. lanzari<I al •
bón, aceptando como rey al jovencísimo nieto del Rey Sol francés, Felipe de Anjou. Con petencia con el polvo de ~

él renació la esperanza y la ciudad comenzó a soñar con un futuro más próspero. Pese al cambio de dinastia ) a 1
Fidelidad que Felipe V supo agradecer en 1729, cuando se instaló en Sevilla con su fami- sevillano conservó durante te*
lia y Corte, durante cuatro largos años. Venía el rey abrumado por la depresión y la impregnado de un profundo sr11
melancolía, sin haber podido superar la muerte de su primera esposa y de su hijo pri- la modificación ornamerital mi
mogénito, a intentar el restablecimiento de las fértiles y soleadas tierras de la Baja Anda- estancia de la Corte rn Snill:
lucía. Los Reales Alcázares sevillanos fueron testigos de esos años de convalecencia y feli- Paula, la iglesia jesuitica de S.
cidad familiar, entre magnolias y palmeras, naranjos y limoneros de los más bellos y antes de San Telmo. Las~ mi
ocultos jardines de la ciudad. Sevilla ofrecía a sus regios visitantes un paraíso de colores pintura lo serian. quince años•
y fragancias: la malvarrosa, el romero, el azahar, la madreselva, la dama de noche, la rosa, tínez, con los detalles roloñ5la!
el geranio, los setos de arrayán, las cascadas de jazmines y glicinas. Fuentes, estanques ta bacas conmemoró. en junilt 111
y canalillos de agua rumorosa son el espejo donde se refleja, aún hoy, el vuelo de las la pareja real formada por fftm
golondrinas, palomas y estorninos, jilgueros, mirlos y gorriones, que alegraron el silencio Máscaras festivas. carros ~
del jardín milenario. bra, el pueblo en la calle. Los~

El melancólico Felipe, en agradecimiento a tanta belleza natural y a tanto agasajo muni- tos, con espectáculos de •ggm
cipal, concedió varios títulos de nobleza, propuso para el episcopado a varios canónigos nales o procesados por la S.

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hispalenses, y presidió el 15 de mayo de 1729 el solemne traslado del cuerpo del Santo
Rey Fernando lll, conquistador de la ciudad, a la nueva y suntuosa urna de plata que
desde entonces ocupa lugar preferente en la Capilla Real.
Sevilla rebosaba de júbilo. Aquí se firmó un Tratado Internacional en 1731; aquí vino al
mundo la infanta María Antonia Fernanda, la octava persona real nacida en Sevilla, que
en 1750 llegaría a ser duquesa de Sabaya. Su madre, la reina Isabel de Farnesio, estaba
encantada con la ciudad, alegremente rendida a sus múltiples encantos y prendada de la
suave dulzura de Murillo, cuyos cuadros adquiría para la Real Casa. Además, fueron años
de felicidad para el infante don Fernando, que aquí vivió su luna de miel, recién despo-
sado con la portuguesa Bárbara de Braganza, y para el infante don Carlos, que en Sevi-
lla fue designado para regir los destinos de varios ducados italianos, llegando después a
ser rey de Nápoles, y posteriormente de España, con el nombre de Carlos lll (1759-1788).
Estos cuatro años fueron intensos para la vida de la ciudad, que gastó lo que no tenía
en agasajar a sus huéspedes. Dicen las crónicas que la deuda ascendió a más de ciento
cincuenta mil ducados, pero esto no fue motivo suficiente para invitar al ahorro. Los
reyes de España habían sido vecinos de Sevilla, habían paseado por sus calles y por su
río, habían contemplado sus monumentos, asistido a sus más solemnes actos litúrgicos,
premiado a sus más ilustres ciudadanos, satisfecho las más íntimas ilusiones del pueblo
llano, siempre ávido de manifestaciones de grandeza. Pero hubo algo más sustancioso
para la ciudad. Felipe V concedió a Sevilla, triste aún por la pérdida de la contratación
de Indias, dos monopolios de la mayor importancia económica: la exclusiva acuñación
de moneda y la fabricación y comercio del tabaco indiano. Esta industria, con más de
dos mil operarios, lanzaría al mercado europeo la moda de los cigarros puros, en com-
petencia con el polvo de tabaco (rapé), de origen francés.
Pese al cambio de dinastía y a la creciente invasión de novedades extranjeras, el pueblo
sevillano conservó durante todo el siglo de la llustración su tradicional espíritu festivo,
impregnado de un profundo sentido barroco de la vida y del arte. Lo más que aceptó fue
la modificación ornamental, más sensual y refinada. Tres famosos estrenos realzaron la
estancia de la Corte en Sevilla: el retablo del convento de monjas jerónimas de Santa
Paula, la iglesia jesuítica de San Luis y la fachada principal de la Universidad de Mare-
antes de San Telmo. Las tres máximas expresiones del arte rococó de la época. Como en
pintura lo serían, quince años más tarde, los ocho cuadros realizados por Domingo Mar-
tínez, con los detalles coloristas de la Máscara, o Víctor de gala, con que la Fábrica de
tabacos conmemoró, en junio de 1747, la exaltación al trono de los "novios sevillanos'',
la pareja real formada por Fernando Vl y Bárbara de Braganza.
Máscaras festivas, carros alegóricos, paradas militares, desfiles procesionales, en una pala-
bra, el pueblo en la calle. Los sevillanos, ayer como hoy, disfrutaron con ver y con ser vis-
tos, con espectáculos de "gran teatro'', incluso cuando se trataba de ajusticiar a crimi-
nales o procesados por la Santa Inquisición, en la plaza de San Francisco o en el

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tristemente famoso "quemadero" del Prado de San Sebastián. Juegos de azar, baños en
te año y medio en la capital de All
el río, veladas nocturnas, corridas de toros. Motivos de diversión popular no faltaron en
para la ciencia y la razón.
este siglo a los sevillanos, que fueron testigos del nacimiento del cante tlamenco y del
Cuando, al final del siglo. Go)a 41
toreo a pie en la recién estrenada Plaza de la Maestranza. A rabiar aplaudieron en este
chas con la leyenda -El sueño dr
"primer ruedo" del país a una generación de grandes toreros: Pepe-Hillo, Costillares,
dibujo su desencanto satirico dr OI
Pedro Romero y el sevillano Juan Miguel, ídolo popular del barrio de San Bernardo, la
nizar a la diosa Razón en la i:.
cuna de la fiesta nacional.
pretación, el pintor puntualizó: '"1
Pero no todo habían de ser fiestas y alegrías. También la desgracia llegó a Sevilla. Perió-
se vuelve visiones-.
dicamente, en forma de inundaciones por el desbordamiento del Guadalquivir. Sin que
Esto se escribía en 1799. 'enci*I
ésta pueda ofrecer apenas resistencia, taponando las puertas y los sumideros de las
una transformación social q¡r a
alcantarillas, como ocurrió en los años 1708, 17 58, 1784 y 1796. Tampoco pudo defen-
Todo había sido un sueño de fdic
derse la ciudad de otros enemigos, siempre alertas, como la peste o el fuego. En este
pintor-poeta trasladó al papel -
siglo, las llamas consumieron sin piedad iglesias, como la parroquial de San Roque
tico de la situación política ) smi
( 17 59 ), donde llegaron a derretirse las campanas, y conventos, como el grandioso de San
Porque el siglo XVlll fue el siglo 11
Francisco (1717), las capuchinas (1761) o Santiago de la Espada (1772). El incendio de
futuro mejor, más -razonable· y W!
la Aduana ( 1792) produjo pérdidas por valor de doscientos mil pesos.
nantes más cultos y seTISlbies OI lil!
La peste, el temido jinete del Apocalipsis, llegó a Sevilla en 1709, diezmando a la pobla-
esta actitud de renovación ideoliÍI
ción. Ya no volvió a aparecer hasta 1800, cobrándose en esta ocasión quince mil vícti-
mias de nueva constitución. e.-
mas, la misma cifra del aumento demográfico experimentado a lo largo de esos cien
aprobada en mayo de 1700. QR •
años. Sin embargo, el mayor susto, por lo inesperado, tuvo lugar el 1 de noviembre de
finalidad era el estudio) apfiaóil
1755, cuando el conocido como "terremoto de Lisboa" sacudió a la ciudad, dejando en
médica. Sus teorías quedaron o,.
ruinas más de trescientas casas y dañadas otras cinco mil. El seísmo fue de tal intensi-
caron durante este siglo. Esta ~
dad que tañeron solas las campanas de la Giralda. En recuerdo de aquel suceso, canta-
gación cientifica y de enseflanza e
do por los copleros y discutido por teólogos y científicos, se construyó un templete detrás
Semejante actividad im~
de la Lonja (hoy, Archivo de lndias) que, con el nombre de Triunfo, aún se puede con-
demia Sevillana de Buenas Le9Z
templar en la plaza de su nombre.
práctica artística fue pro~m •
En esta ocasión, como en otras similares, las Santas Justa y Rufina, tutelares de la ciu-
renovación poética se produjo m 4
dad, protegieron la torre almohade-cristiana más famosa de la cristiandad. La devoción
tarde en la Academia de l.rtr2s H
del pueblo sevillano por las santas alfareras de Triana quedaba justificada. Lo que no
este siglo por obra de una minalÍI
impedía que el concejo municipal procurase mayores garantías celestiales, reconociendo
dicional, poco inclinada a bs -
otros santos protectores contra terremotos, San Francisco de Borja, San Felipe Neri y la
Las mayores transformaciones. a•
Virgen de la Hiniesta, su patrona.
dente y Asistente don Pablo dr O
Devociones populares, propias de este siglo, fueron también la Divina Pastora, el rezo
primer plano grabado de b a.8
público del rosario por las calles y el sufragio por las benditas ánimas del purgatorio, que
blecimiento del teatro l 17681. la il
contaba con numerosos retablos en las fachadas de las casas. Muy frecuentes eran las
los nuevos paseos a onlb del -..
rogativas públicas en momentos de angustia colectiva, motivada por sequías, inundacio-
nuevas ordenanzas m~ •
nes, epidemias, etc. Ninguna devoción, sin embargo, excedía a la que sentían los hijos
funcionamiento de los nue'\05 . .
de Sevilla por la lnmaculada Concepción de María, cuya declaración como Patrona de
fundación de la Sociedad ~
España en 1761 dio motivo a innumerables festejos y conmemoraciones piadosas duran-
la reactivación de la agñculna.11
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te año y medio en la capital de Andalucía. Donde mandan el corazón y la fe, no hay lugar
para la ciencia y la razón.
Cuando, al final del siglo, Goya decidió rotular la significativa lámina 43 de sus Capri-
chos con la leyenda "El sueño de la razón produce monstruos", estaba plasmando en el
dibujo su desencanto satírico de aquella llustración cultural que quiso, y no pudo, entro-
nizar a la diosa Razón en la España del siglo XVlll. Para evitar confusiones en la inter-
pretación, el pintor puntualizó: "Cuando los hombres no oyen el grito de la razón, todo
se vuelve visiones".
Esto se escribía en 1799, vencido ya el Siglo de las Luces y perdida ya la esperanza de
una transformación social que ordenara la convivencia según las normas de la razón.
Todo había sido un sueño de felicidad y bienestar, poblado ahora de negros presagios. El
pintor-poeta trasladó al papel un estado individual de ánimo, pero también un diagnós-
tico de la situación política y social de la España de su tiempo.
Porque el siglo XVlll fue el siglo de los sueños, o mejor, de la ilusionada esperanza en un
futuro mejor, más "razonable" y seguro de sí mismo, por obra de la ciencia y de unos gober-
nantes más cultos y sensibles a las exigencias del progreso económico y social. En Sevilla,
esta actitud de renovación ideológica estuvo representada, en primer lugar, por las Acade-
mias de nueva constitución, como la Regia Sociedad de Filosofía y Medicina de Sevilla,
aprobada en mayo de 1700, que después se titularía de Medicina y demás Ciencias, cuya
finalidad era el estudio y aplicación de los nuevos descubrimientos químicos en la práctica
médica. Sus teorias quedaron expuestas en los diez volúmenes de Memorias, que se publi-
caron durante este siglo. Esta Academia es considerada el primer centro español de investi-
gación científica y de enseñanza experimental en física, química, botánica y anatomía.
Semejante actividad investigadora, esta vez en el campo de la historia, realizó la Real Aca-
demia Sevillana de Buenas Letras (1751), que publicó un tomo de Memorias (1773). La
práctica artística fue promovida por la Real Escuela de las Tres Nobles Artes (1775). La
renovación poética se produjo en el seno de la Academia de los Horacianos (1788) y más
tarde en la Academia de Letras Humanas (1793). Era el fervor académico, que nació en
este siglo por obra de una minoría entusiasta, enfrentada a la mayoría de mentalidad tra-
dicional, poco inclinada a las novedades morales y culturales.
Las mayores transformaciones, a veces radicales, llegaron a Sevilla por iniciativa del Inten-
dente y Asistente don Pablo de Olavide y Jáuregui (1767-1778), a quien se debieron el
primer plano grabado de la ciudad (1771), la reforma de la Universidad (1771), el resta-
blecimiento del teatro (1768), la implantación del baile de máscaras en el carnaval (1768),
los nuevos paseos a orilla del río, la transformación urbanística del barrio del Arenal, las
nuevas ordenanzas municipales de limpieza, abastos y alumbrado público, la puesta en
funcionamiento de los nuevos diputados y síndicos populares en el Ayuntamiento y la
fundación de la Sociedad Patriótica (1775), después llamada Sociedad Económica, para
la reactivación de la agricultura, la industria y el comercio.

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Por si no fuera suficiente actividad, el Asistente organizaba en su propio domicilio ter- también los grandes enemigos cki
tulias de amigos donde se oían escogidas piezas de música o se discutía de las últimas que esta obra hería, aparte de •
novedades filosóficas, científicas, literarias o religiosas. Gracias a estas amistosas reunio- ses sociales y las buenas costuml
nes, Sevilla pudo enorgullecerse de haber sido la puerta de entrada en España de la lite- faba el vicio, "como la razÓ11·. ali
ratura europea del momento, sea en teatro, con la traducción de los mejores dramas fran- me hacen el honor de leer eslt'
ceses, sea en poesía, con la adaptación de la poesía filosófica inglesa. Dos de esos han dicho y que la integridad •
contertulios ocuparon lugar destacado en las letras españolas del siglo XVlll: Gaspar Mel- infidelidad de las suyas.
chor de Jovellanos y Cándido María Trigueros. Así, si en El barbero de SmlM 1

Pese a tanto intento renovador, Sevilla volvió, al finalizar el siglo, a la mentalidad tradi- nuevo ensayo, más infame ~ Sl'di
cional. Frente al mensaje secularizador y neoclásico de la llustración europea, prefirió la tido esta obra, no habría quedallr
religiosidad barroca, el narcisismo cultural y el costumbrismo regionalista, que tanto atra- por los medios más insidiosos;•
ería al viajero del siglo XlX, ávido de folklore y exotismo. las timoratas damas: me grarp
Nada hay en Sevilla que recuerde el arte neoclásico puro. Lo que más se le acerca es la qué lugares, rechazaba la baja ill
arquitectura del actual Archivo de lndias, pero es un edificio del siglo XVI, costeado por peto y la obstinación de mi dad
mercaderes, la mayoría extranjeros. El espíritu de la ciudad es barroco, exuberante y dra- Este combate duró cuatro ai"ic5 I
mático. Nada tiene que ver con la frialdad, la sencillez y la poca "gracia" de la línea recta. ¿qué vieron en esta obra para ,
Diríase que el auténtico espíritu de Sevilla se resume en la "cancela" de sus patios, esa ahora? ¡Ah! Cuando fue escñla.
joya de la inventiva andaluza, que, habiendo sido creada para separar, es una constante siquiera germinado: era todo •
invitación artística al acercamiento y a la fusión del alma con la belleza interior de la Durante estos cuatro años dr OI

urbe. Y dicen que la cancela, superación mágica de la celosía, tuvo su origen en esta Sevi- ¿Qué vieron en la obra. objdD •
lla del siglo XVlll, que tanto conserva todavía de su historia musulmana, misteriosa y sen- gran señor español. enamorado 1
sitiva, pasional y seductora. esta novia, a la cual debía ~
hacer fracasar los designios dr •
y por su prodigalidad está c.-:
FRANCISCO AGUILAR PIÑAL ¡nada más! La obra está ahí. ~

¿De dónde nacen estas criticz 1


solo carácter vicioso. como d.iilll
EL FlN MORAL DE EL CASAMlENTO DE FlGARO, SEGÚN BEAUMARCHAlS solo tipo de enemigos. el aUlar !
dicho, ha formado su plan dr ...
l día loco o El casamiento de Fígaro estuvo cinco años en el portafolios, y cuan- prestigian la sociedad. PeTo ~

E do por fin los actores se enteraron de que la tenía, me la arrancaron de las


manos. Si hicieron bien o mal, es lo que hemos podido ver después; sea porque
la dificultad estimuló su afán de superación, sea porque sintieran que al público habían
todos, al aprobarla. la han ~

sido necesario sufrirla: entalmf!


escándalo, como ha dicho e.-
de dársele cosas nuevas, jamás obra tan dificil fue representada con tanta armonía, y si un insolent valer / dis¡na.Jll •
el autor (como se ha dicho) quedó por debajo de sus posibilidades, no hay un solo actor ¡Oh! ¡Cómo siento no haba 11111
en esta obra que no haya establecido, aumentado o confirmado su reputación. Pero vol- Poniendo un puñal en la m:.m. •
vamos a su lectura y a su adopción por los actores. ro, y al que, en su celoso ~

Debido al exagerado elogio que hicieron de ella, todas las sociedades quisieron conocer- habría vengado su honor utilia
la, y desde entonces me fue necesario ceder a las exigencias universales. Desde entonces habría tenido que ser. al mmas. !
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también los grandes enemigos del autor aprovecharon la ocasión para insinuar a la corte
que esta obra hería, aparte de no sé cuántas cosas, la religión, el Gobierno, todas las cla-
ses sociales y las buenas costumbres, y, en fin, que en ella se oprimía la virtud y triun-
faba el vicio, "como la razón'', añadían. Si los graves señores que tanto lo han repetido
me hacen el honor de leer este prefacio, verán al menos que repito prestamente lo que
han dicho y que la integridad que pongo a mis citas no hará más que resaltar la noble
infidelidad de las suyas.
Así, si en El barbero de Sevilla no había hecho más que atemorizar al Estado, en este
nuevo ensayo, más infame y sedicioso, lo conmovía de arriba abajo. ¡Si hubieran permi-
tido esta obra, no habría quedado nada sagrado en el mundo! Abusaron de la autoridad
por los medios más insidiosos; tramaron complots cerca de los poderosos; alarmaron a
las timoratas damas; me granjearon enemigos en los oratorios; y yo, según quién y en
qué lugares, rechazaba la baja intriga con mi excesiva paciencia, con la rigidez de mi res-
peto y la obstinación de mi docilidad; con la razón, cuando querían escucharla.
Este combate duró cuatro años [de 1781 a 1784]. Añadidlos a los cinco del portafolios:
¿qué vieron en esta obra para sacarle tantas alusiones? Y ¿qué queda de todas ellas
ahora? ¡Ah! Cuando fue escrita, todo lo que hoy florece, entonces aún no había ni
siquiera germinado: era todo un universo distinto.
Durante estos cuatro años de combate, sólo pedí un juez y se me dieron cinco o seis.
¿Qué vieron en la obra, objeto de tal desenfreno? ... La más amena de las intrigas. Un
gran señor español, enamorado de una joven a la cual quiere seducir, y los esfuerzos de
esta novia, a la cual debía desposar, y los de la esposa del tal señor, que se juntan para
hacer fracasar los designios de un dueño absoluto, el cual por su rango, por su fortuna
y por su prodigalidad está capacitado para conseguir cuanto se propone. Esto es todo,
¡nada más! La obra está ahí, ante vuestros ojos.
¿De dónde nacen estas críticas perniciosas? Únicamente de que, en vez de mostrar un
solo carácter vicioso, como el jugador, el ambicioso, el avaro, el hipócrita, provocando un
solo tipo de enemigos, el autor se ha aprovechado de esta ligera composición, o mejor
dicho, ha formado su plan de manera que ha criticado un sinnúmero de abusos que des-
prestigian la sociedad. Pero como no es esto lo que puede molestar a un juez ilustrado,
todos, al aprobarla, la han aceptado así, autorizándola para el teatro. Por lo tanto, ha
sido necesario sufrirla: entonces los grandes de este mundo han viso representar con
escándalo, como ha dicho Gudin [el editor de Beaumarchais], "cette pii'ce ou l'on peint
un insolent valet / disputant sans pudeur son épouse a son maitre''.
¡Oh! ¡Cómo siento no haber hecho de este tema moral una tragedia bien sanguinaria!
Poniendo un puñal en la mano del esposo ultrajado, al que yo no habría llamado Fíga-
ro, y al que, en su celoso furor, le habría hecho apuñalar al poderoso libertino. Y como
habría vengado su honor utilizando versos muy cumplidos y rimbombantes, mi celoso
habría tenido que ser, al menos, general de la Armada, y habría tenido como rival a algu-

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no de esos terribles tiranos que reinan para el mal de su triste pueblo. Oído esto, tan lejos notar que, cogido en todos 5115 1
de nuestras costumbres, no habría, creo yo, herido a nadie. Al contrario, habrían gríta- pero jamás envilecido.
do: "¡Bravo! ¡Obra muy moral!" Con lo cual nos habríamos salvado los dos, yo y mi sal- En efecto, si la condesa Susana 1

vaje Fígaro. traicionarle, convirtiéndose en mi


Pero no queriendo más que divertir a nuestros franceses y no hacer verter las lágrimas de so sin rebajarlo a nuestros ojos.. L;;
sus esposas, hice de mi culpable amante un joven señor de aquellos tiempos, pródigo, petado, sería suficiente razón pmr;
bastante galante e incluso un poco libertino, más o menos como los otros señores de surables; pero nuestros juicios mi
aquel tiempo. Mas ¿qué osaríamos decir en el teatro de un señor, sin ofenderlos a todos, se cotiza tanto a los hombn.'s m
sino reprocharle su exceso de galantería? ¿Acaso no es éste el defecto menos negado por punto tan delicado. Sin embalga.
ellos mismos? Veo a muchos por aquí sonrojarse modestamente (lo cual es un noble en toda la obra es que no se quin
esfuerzo) al convenir que tengo la razón. dirle que lo haga a todo el -
Queríendo, pues, hacer culpable al mío, tuve el generoso respeto de no darle ningún defec- medios del reproche: y del solo•
to del pueblo. ¿Diréis que no lo habría podido hacer de otro modo sin faltar a todas las su marido, todas las conti.Nonc5t
leyes de la verosimilitud? Concluid, por tanto, a favor de mi obra, ya que yo no lo he hecho. guna envilecedora.
Este mismo defecto de que yo le acuso no habría producido ninguna sensación cómica Para que esta verdad parezca mil
si no le hubiese enfrentado alegremente al hombre más listo de la nación, al verdadero la más virtuosa de las m~ ,.
Fígaro, quien al defender a Susana, su propiedad, se burla de los proyectos de su señor, Abandonada por un esposo dnl
y se indigna divertido de que éste se atreva a usar astucias con él, maestro reconocido ojos? En el momento critico e11411
en este arte. puede llegar a ser una muesl:D 1
Así, de una lucha bastante viva entre el abuso de poder, el olvido de los principios, la apoya tomar demasiada impoltll
prodigalidad, la ocasión, todo lo que la seducción tiene de más entrañable, y el fuego, sentimiento del amor por el dltll:
el talento y los recursos que la inferioridad atacada en el juego puede oponer a sus ata- peligro con una nue\a muesba lli
cantes, nace en mi obra un simpático juego de intrígas en donde el esposo sobornador, movimiento dramático para xm
contrariado, cansado, fatigado con exceso, siempre obstaculizado en sus intenciones, se todas las reinas y princesas lir9I!
ve obligado, tres veces en este día, a caer a los pies de su esposa, buena, indulgente y menos. ¡Y no se permite que. m
sensible, que acaba por perdonarle: esto es lo que hacen siempre. ¿Qué tiene esta mora- menor debilidad! ¡Oh. gran..._
leja de censurable, señores? diferencia del género. se rondrllll
¿La encontráis demasiado burlona y ligera por el tono grave que empleo? Acoged una casos el príncipio es el mismo: •
más severa que hiera vuestros ojos en la obra, aun cundo no la busquéis: la de que un ¡Oso hablaros a vosotras..~
señor, harto vicioso para querer prostituir a su capricho todo lo que le está subordinado, Almavivas! ¿Podríais siempre di5li
para jactarse en sus dominios del pudor de todos sus jóvenes vasallos, debe acabar, como inoportuno, tendiendo a disilpill¡
éste, por ser la risa de sus críados. Sobre esto ha insistido mucho el autor cuando en el combatir por ella? La pena de )m
quinto acto Almaviva, furioso, creyendo confundir a una mujer infiel, muestra a su jar- timiento tan personal está muy•
dinero un gabinete, gritándole: "Entra tú, Antonio, y conduce delante de su juez a la es verla luchar tan abiertammlr t
infame que me ha deshonrado." A lo que éste le responde: "¡Hay, por suerte, una buena legítimos. Los esfuerzos que himl
Providencia! Habéis hecho tanto en el país, que hace falta también que a vos ... " dose feliz a pesar de los dos sxliil
Esta profunda moralidad se hace sentir en toda la obra, y si convenía al autor demostrar permiten más que aplaudlr su lli
a sus adversaríos que a través de su fuerte lección ha llevado a consideración por la dig- su sexo y el amor del nuestro..
nidad del culpable más allá de lo que se debía esperar de la firmeza de su pluma, les haré Si esta metafísica de la honeslilll

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