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Una mirada del Kolectivo de Komunikación Popular El Andarín

al cuento de la paz

Desde el Kolectivo El Andarín nos detenemos un instante para mirar por la ventana y
echarle un vistazo al cuento de la paz. Cuento porque se mueve entre lo que soñamos y lo
que es real. Nuestra lectura de contexto es en relación a los espacios en los que nos
movemos en la ciudad de Cali y en territorios indígenas del Cauca.

Lectura del contexto.


Parece que soplan vientos de paz en la Colombia actual. Al menos, ese es el ambiente que
viene propagando el gobierno de Santos desde hace 2 años y su empeño en este período
presidencial es lograr la negociación política del conflicto por medio de los diálogos en la
Habana, Cuba, con la guerrilla de las Farc. Aunque por momentos este proceso esté
cubierto por un manto de dudas e incertidumbre generado por las declaraciones de parte
y parte, al igual que los comentarios malintencionados de quienes se oponen a la salida
política del conflicto armado colombiano, es innegable que es el proceso que más ha
avanzado camino a la terminación del mismo.

En los últimos tiempos, Colombia ha vivido una gran paradoja, pues tiene la democracia
más antigua de Latinoamérica al tiempo que mantiene el conflicto armado más viejo de la
región y uno de los que ha dejado más víctimas en comparación con las de las dictaduras
de América Latina entre las décadas del 60 y 80. Este es un conflicto que involucra
directamente a organismos de inteligencia, fuerzas militares y de policía del Estado en
confrontación bélica con distintos grupos guerrilleros, pero donde también ha intervenido
el paramilitarismo -financiado por políticos, empresarios, ganaderos, terratenientes y
empresas multinacionales-, así como el narcotráfico.

En este contexto, sectores populares, comunidades campesinas, afrodescendientes e


indígenas han quedado en medio del conflicto armado, siendo la mayoría de víctimas
directas de esta guerra. Además de esto, son revictimizadas a través de la estigmatización
y el señalamiento como colaboradores de la guerrilla o del ejército.

Por ello, la posibilidad de terminar con el conflicto armado se ha vuelto una esperanza
para casi toda la población, especialmente para quienes viven en las zonas donde se ha
agudizado e intensificado mucho más la guerra, por ejemplo, en municipios del Cauca
como Toribío, Jambaló, Suárez, Corinto, Caloto, Caldono, Belálcazar, entre otros. Sin
embargo, negociar en medio de la confrontación armada sigue dejando víctimas en la
población civil, como el profesor Joaquín Gómez Muñoz, quien fue asesinado a principios
de septiembre en el resguardo de Huellas, Caloto.

Creemos que el conflicto armado colombiano tiene tanto de viejo como de complejo. Por
eso no se puede pretender que en dos o tres años se resuelva en unas negociaciones que
se hacen por fuera del país y sin la participación de organizaciones sociales y comunidades
que han sido afectadas pero que también tienen propuestas. Ese ha sido el sentir y el
planteamiento de las comunidades indígenas organizadas en el Cauca, como la ACIN y el
CRIC, quienes desde hace más de 5 años vienen proponiendo diálogos regionales con las
insurgencias en el sentido de detener la guerra en los territorios y aportar a una propuesta
de país con vida digna.

Además, es difícil confiar en la voluntad de paz del gobierno nacional cuando se continúa
entregando el territorio a multinacionales y transnacionales a través de concesiones de
exploración y explotación minero energética, al tiempo que se instalan batallones de alta
montaña para proteger megaproyectos y empresas extractivistas. Pero ante esta situación
las comunidades han venido emprendiendo acciones directas en defensa de la vida y el
territorio; como las mingas de armonización territorial y la expulsión de actores armados
de los lugares donde históricamente han tenido presencia las farc y el ejército.

Por otro lado, las comunidades indígenas también desconfían de la voluntad de paz de la
guerrilla de las Farc porque en los territorios siguen vinculando al conflicto a menores de
edad, continúan los señalamientos y amenazas contra líderes de las organizaciones
indígenas, así como los atentados y asesinatos en contra de algunos comuneros que hacen
parte de los cabildos indígenas del norte del Cauca, el financiamiento de la guerra por
medio del uso de la planta sagrada de la coca para el narcotráfico y la minería ilegal que
viene deteriorando el ambiente y las relaciones sociales al interior de las comunidades.

Sumado a lo anterior, cuando las protestas y propuestas de las organizaciones indígenas


se plantean en el marco de la movilización y la ocupación de vías para exigirle al gobierno
atención a sus necesidades aparecen señalamientos de ministros en medios masivos de
comunicación, en los que deliberadamente afirman que las protestas están infiltradas por
la guerrilla lo que pone en riesgo la integridad y la vida de líderes y comuneros de las
organizaciones, ya que en seguidilla aparecen panfletos de grupos paramilitares (águilas
negras y bacrim) donde amenazan de muerte a la gente.

Pero esto no ocurre solamente con los indígenas del Cauca sino también de otros lugares
de la geografía colombiana, así como con comunidades afrodescendientes y campesinas
que han sufrido la intensidad y los rigores del conflicto armado, digamos por ejemplo, las
comunidades de paz de San José de Apartadó, las comunidades Wayúu de la Guajira en
Colombia, las comunidades negras del pacífico colombiano; especialmente Buenaventura,
las comunidades campesinas del Catatumbo y del Sur de Bolívar, entre muchas otras.

En las ciudades el conflicto armado se expresa a través de la disputa y control territorial


entre grupos de bandas criminales, paramilitares y narcotráfico. Aquí los jóvenes de los
sectores populares viven en permanente riesgo porque ante la ausencia del Estado en el
sentido de garantizar los derechos a educación, trabajo digno, recreación, vivienda, medio
ambiente sano… se ven expuestos a participar en pandillas que tienen relación con los
grupos antes mencionados. Así, aparecen las denominadas “fronteras invisibles”, la mal
llamada “limpieza social”, el microtráfico y narcomenudeo, confrontación entre pandillas,
toques de queda, muertes selectivas, desapariciones forzadas…
Algo en común entre el campo y la ciudad es que del mismo modo que las comunidades
rurales son señaladas por el ejército de ser colaboradoras de la guerrilla, los sectores
populares son estigmatizados por la fuerza pública con el argumento que son focos del
terrorismo y lugares donde se esconden milicianos de grupos guerrilleros. Por eso,
mientras que en el campo mucha gente está esperanzada en una posible salida pacífica al
conflicto armado en las ciudades están a la expectativa de lo que se puede presentar con
una posible desmovilización de tantos combatientes que hay en las filas de las Farc porque
se podrían agudizar los conflictos barriales, de pandillas y delincuencia común. Este es el
contraste que se vive en la actualidad, según lo que hemos escuchado y leído.

Finalmente, está el tema víctimas, tan complejo como el mismo conflicto armado. Por un
lado, están las víctimas de crímenes de Estado que a través de organizaciones como el
Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado -MOVICE- han venido exigiendo justicia
ante instancias judiciales de orden nacional e internacional. De otro, están las víctimas de
la guerrilla, entre quienes se cuentan a familiares de asesinados, heridos, desaparecidos y
secuestrados, incluyendo a policías y militares. Aquí el asunto resulta confuso. Se supone
que tanto las “fuerzas del orden” como las del “desorden” son actores armados en
conflicto. En ese orden de ideas, si un policía se declara víctima de la guerrilla también
podría un guerrillero declararse víctima de Estado. Ni hablar de las víctimas que han
dejado el paramilitarismo y el narcotráfico.

Este es un tema algo espinoso por donde se le mire. Incómoda a unos y otros, sobre todo
cuando se habla de perdón y reconciliación, de justicia y verdad, de reparación integral y
de no repetición. Las víctimas de los crímenes de Estado dicen: “ni perdón, ni olvido”. Las
víctimas de la guerrilla no sabemos qué dicen, pero reclaman justicia y verdad. Mientras
que los amigos de la guerra promueven el odio en la sociedad y exigen cárcel para los
comandantes guerrilleros, lo que cierra toda posibilidad de participación política en la vida
pública del país.

Lo que tenemos y nos preguntamos.


En nuestro caminar hemos ido aprendiendo a trabajar con comunidades indígenas en el
campo de la educación popular y la comunicación popular. Asimismo, en la ciudad nos
hemos juntado con otros grupos y colectivos con quienes hemos organizado algunas
actividades culturales y artísticas orientadas hacia la reflexión de nuestro lugar en este
mundo. Por eso mismo, tenemos expectativa de ver un escenario distinto al del conflicto.

Como Kolectivo de Komunikación pensamos que los medios masivos han sido actores
fundamentales en el conflicto armado y social que vive el país. Estos medios no solo han
hecho eco de las versiones oficiales e institucionales sobre la guerra y sus actores, sino
que además han creado un clima de confusión, odio y miedo alrededor del conflicto.

Comunidades, líderes, sectores y organizaciones sociales han sido estigmatizados y


violentados a través de las agendas informativas de muchos de los medios masivos, ¿cuál
es entonces el papel que cumplen estos medios en este llamado proceso de paz? ¿Qué
papel cumplirán en el posconflicto o pos acuerdo?

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