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DON QUIJOTE DE LA MANCHA Escaneado con CamScanner 1 Que trata del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, vivia no g mK q hace mucho tiempo un hidalgo de los de ianza en astillero, escudo anti- P gs guo, rocin flaco y galgo corredor.! En si cass se comfa més vaca que carne- s y algain palomino una sobrina ro, duelos y quebrantos los sabados, | los domingos.? Tenia un ama que no llegaba a los veinte y ue o's ca todo, Nuestro hi- dalgo rondaba los cincuenta, y ezt de cv /stsuien vecia, seco de cares, enjuto de rostro,’ gran madrugador y ie la caza, Se apellidaba “Qui- jada”, o “Quesada”, pues en esto hay alguna diferencia entre los autores que escriben sobre él, aunque segiin parece se lamaba “Quejana”. Pero es- to importa poco a nuestra historia: basta con que la narracién no se salga un punto de la verdad. En los ratos que estaba ocioso, que eran los mas del afio, este nuestro hidalgo se dedicaba a leer libros de caballerias con tanta aficién y gusto, 1 ugar; aldea; astillero: estante para dejar la lanza; rocén: caballo malo, viejo o flaco. 2 El hidalgo (‘noble del més bajo rango’) de la novela no tiene mucho dinero: come car ne de vaca porque era mis barata que la de carnero, En Castilla, los cristianos se abs~ tenian de probar In carne los sibados, dia en que el protagonista come duelos y gue brantos (‘huevos con tocino’). Por otro lado, los hicalgos solian tener un palomar, pri- vilegio que les permitia regalarse de vez.en cuando con un pichén (palomino). 3. enjuto: ‘delgado’. En la época, se creia que los delgados eran coléticos y softadores, 33 Escaneado con CamScanner —S—.... prumnna PARTE! cAP{TULO UNO (1,1) 1 ejereicio de In ew ¥ Ja administracién de su hacieng atino, que vendid. algunas: tierras de sembradun’ 14 nee que mds le entusiasmaban eran ls de ree todo cuando Iefa pasajes con desafios y requiebrogs ine a sinrazon que a mi raz6n se hace, de tal man. vanbn me quejo de Ia vuestra fermosurye caballero perdia el juicio por desentrafiarles el sentido, que en a To sacara el mismo Aristoreles si resucitase sélo para ello, Pepy e, se enfrascé tanto en Ia lectura, que se le pasaban jy taro en claro® y los dias de turbio en turbios y asi ay ho leer, se le sec6 el cerebro y perdi el juicio, Sele 3 la fantasia de todos los encantamientos, batallas, desafios, herids imposibles que lefa, y ego a creer que ern Y asi, rematado el juicio, vino a daren dio loco en el mundo, y fue quele ¢ cor el mundo con susar- «© taban en los libros, de endo grandes pel- que olvidé cl igo su des tanto Tle aquellos lil comprar no de Silva,! sobre razon de | que con mo éste: “La mi razdn enflaquece, pobre dad no se Icjos de desanimars noches leyendo de poco dormir y del muc Ten amores y demas disparate verdad todas aquellas invenciones. el mis extraiio pensamiento que jamas ‘ecesatio hacerse caballero andante ¢ ir: mo las que de agravios yarecid ne mas y caballo a buscar aventuras co manera que, deshaciendo toda clase gros, ganase eterno nombre y fama. Y lo primero que hizo fue limpiar una armac=*: fe sus bisabuelos que, cubjerta de orin’ y moho, estaba olvidada desde bacia siglos en un rnc Luego convirtié el morrién en celada? atandole una visera hecha con ca tones, de manera que le protegiese el rostro de las cuchilladas. Para prob su resistencia, sacé la espada y le dio dos golpes, y ya con el primero desi zo lo que le habia costado una semana. La volvié a hacer de nuev FT niéndole unas barras de hierro por dentro, y esta vez le parecio un? ode da finisima, y quedé muy satisfecho de su fortaleza, aunque n° quiso Pe barla, 4 Feliciano de Sis continu famosa novela de caballesas Amadis de Gale requiebro: piropo, elogio de la belleza, 6 deslaroen claro: de un tir6n. 7 Es decir, Yeparndo todo tipo de ofensas 8 orn: op jin que cubre un metal oxidado. ai morrién: casco; celada: is ; i serie: as = «asco con una visera que protege la cara. Don eu ty antigua, lo que causard el asombro y la risa 34 Escaneado con CamScanner pRIMURA PARTE + CAPITULO UNO (1, 1) cid, Fue luego a'ver\su caballo, que era todo piel y huesos, aunque le i f, mejor que el Babidea del Cid. Cuatro dfas se le pasaron en im je un ¢ ; aba de niombre le habia de pones, porque un caballo tan bueno ¥ ¢6 Me tan famoso no podia estar sin nombre conocido. Después 46 He upc formé, borré y quit6, afiadié, deshizo y volvié a hacer, lo amo a" 40 de que habia ante”, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significative 36 Escaneado con CamScanner BLECCION DE NOMBRES rocin antes de lo que era ahora: cl mejor caballo del mundo, Luego tardé otros ocho dias en bi scarse un nombre a sf mismo, hasta que dio en lamar- se “don Quijote’, por lo que los autores de esta verdadera historia suponen que se Tamaba Quijana, y no Quesada, como afirman otros. Pero acordn- dose de que An aulfs"” no se habfa contentado con Ilamarse Amadis a secas, sino que habfa afiadido a su nombre el de su patria para hacerla famosa, y se lamé Amadis de Gaula, asf él quiso llamarse “don Quijote de la Man- cha”, nombre con el que a su parecer declaraba muy al vivo su patria y la honraba.” Limpias, pues, sus armas, hecho del morrién celada, puesto nombre al rocin y a si mismo, sdlo le faltaba ya una dama de quien enamorarse, por- que el caballero andante sin amores era rbol sin hojas y sin frutos, y cuer~ po sin alma. Se decia: —Si me encuentro por ahi un gigante, y lo venzo, lo enviaré a mi dulce sefiora para que le diga: "Yo soy el cliambro, sefor de la insu- la Malindrania,” a quien venei se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, Pispowss| Peni como os plazca, sefiora”. jLo que disfruté nuestro cabiiliess svande enconts a quién hacer su dama! Y es que en un lugac cercano habia una moza labradora de muy buen ver, de la que habia estado enamorado algiin tiempo. Se llamaba Al- donza Lorenzo, pero él Je buscé un nombre que tirase al de princesa, y la lamé “Dulcinea del Toboso”, porque era natural del Toboso: nombre, a su parecer, misico, peregrino" y significativo, como todos los demas que a él ya sus cosas habia puesto. 10 Amadis de Gaula era el mas famoso caballero andante de la literatura espafiola, Su his~ toria se cuenta en una novela publicada hacia 1496, 11 Recordando sin duda el nombre del caballero Lanzarote, alusivo a su lanza, don Qui- jote da en lamarse asi porque el guijote era la pieza de la armadura que cubria el mus lo, El resultado es cémico: algo asi como “don Muslerote de la Mancha”. 12 Don Quijote lama fnsulasa las islas imitando el estilo de los libros de caballerias. 13. peregrine: raro, exdtico. 37 Escaneado con CamScanner Que trata de la primera salida del ingenioso don Quijote ‘y la graciosa manera que tuvo en armarse caballero’ prdctica su Don Quijote no quiso aguardar més tiempo para p pensamiento, porque crefa que el mundo le echaba ex: £! ofensas que reparar, injusticias que enmendar v que, sin decir nada a nadie y sin que nadie amanecer, se armé de todas sus armas, subi¢ s celada, embrazé el escudo, toms la lanza y por Is resis *rasere del corral salié al campo con grandisimo contento. Nuestro flamante caballero crefa que era el azar quien debia disponer sus aventuras, asi que dejé que el caballo eligiera el camino. Pero pronto le asalté un pensamiento terrible, y fue que, segiin la ley de caballeria, no po- dia luchar sin haber sido antes armado caballero. Esta idea le hizo titubear, pero, como pudo més su locura que cualquier otra razén, decidié hacerse armar caballero del primero que topase. En el camino, don Quijote iba hablando consigo mismo: —En los venideros siglos el sabio que escriba la historia de mis famo- : “Apenas habia el rubicundo Apolo? tendido por la faz de bia muchas «puso la sos hechos, dis 1 En la Edad Media, los jévenes nobles se sometian a una ceremonia en la que el rey 0 tun guerrero prestigioso los armaba cabaleres, esto es, los declaraba aptos para el com- bate y miembros de una determinada orden de caballeria 2 En la mitologia griega, Apolo era el dios del Sol, de ahi que don Quijote lo califique de rubicundo (‘rubio rojizo’). 38 Escaneado con CamScanner LLRGADA ALA VENTA Jn ancha y espacios tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequetos y pintados pajarillos habfan saludado ne a la rosada au- 4% cuando el fimoso eaballero don Quijote de ta Mancha, dejando Ja Blanda cama, subis sobre stt famoso caballo Ro r por el antigo y conocido campo de Montiel Después, como si estuviese verdaderamente enamorado, dijo imitando el lenguaje que habia lefdo en los libros: Oh princesa Duleinea, sefio nante y comenz6 a cami- de este cautivo corazén! Acordaos de mi, que padezco tantas penas por vuestro amor, Y asi iba ensartando un disparate tras otto, todos parecidos a los que ha- bfa aprendido en los libros. Con esto, andaba tan despacio y el sol caia ya con tanto ardor que casi se le derriten los sesos, si algunos hubiera tenido. Aquel dia, que era uno de los calurosos del mes de julio, don Quijote caminé sin que le sucediera nada digno de contar. Esto le desesperaba, Porque queria probar en seguida el valor de su fuerte brazo. Anduvo todo el dia, y al anochecer su rocin y él se encontraban cansados y muertos de hambre cuando, no lejos del camino, vio sina venta! y se encamino hacia ella a toda prisa, A la puerta seb»! ~5 rameras que iban a Sevilla con unos arrieros,5 y como a nies ‘odo cuanto vefa le parecia igual a lo que habia lefdo, las r venta le pareci hondo foso. cimosas doncellas® y la +s, su puente levadizo y su un castillo con sy $ Cuando ya estaba cerca, tird de las rie das, detuvo a Rocinante y espe- 16 a que desde la almena un enano anunciase con un toque de trompeta que un caballero Ilegaba al castillo. Pero como el enano tardaba en apare- cer y Rocinante tenia prisa por legar a la caballeriza, don Quijote siguis adelante, y en esto, un porquero que andaba recogiendo una manada de cerdos tocé un cuerno,’ y al instante se le representé a don Quijote lo que deseaba, esto es, que el enano anunciaba su venida, Y asi, con extraordina~ 3 La comarca de Montiel se encuentra entre Ciudad Real y Albacete. 4 venta: posada. 5. arriero: el que transporta mercancias con mulos o caballos. 6 doncella: muchacha virgen. : : 7 cuerno: instrumento de sonido grave con el que se llama la atencién de los animales, 39 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE * cap{ruLo bos (1,2) a, Las damas, al ver un hombre arm ado de se Hogs a Ja pert a meterse cn fa venta, pero ¢ lon «de miedo, fueron mon y descubricndo su seco y polvorien les dijo: to desaguisado alguno, rio contento, aaquella manera, He Quijote, alzando Ia rostro, con gentil Non fayan, altas done Aloir que la a doncellas, cosa tan fuera de su profesion, las mn 1 las mo- zas no pudicron contencr Ia risa, lo que enojé a don Quijote. Pero en aquel Ji6 el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacific | 0. ja rara figura también estuvo 2 punto de reirse, pero di > le- instante Cuando vio aquell: cidié hablarle con prudencia: —$i vuestra merced, sefior caballero, ninguno. Todo To demas o hallaré en abundancia. busca lecho, en esta venta no hay a Escaneado con CamScanner —Para mi, sefior alcaide,* cualquiera cosa basta, porque mi descanso es pelear. El ventero sujeté el estribo y don Quijote se aped con mucha dificultad y le dijo que tuviese mucho cuidado del caballo, porque era el mejor del mundo. Mientras el ventero lo Ilevaba a la caballeriza, las doncellas se re- 8 aleaide: gobernador de un castillo, 41 Escaneado con CamScanner ranma varrns cAPErULO POS ("> 2) eraron a desarmarto, Cuando le quita- con don Quijote y em? ; Saal 5 con mucho donaire: 1 ef hidalgo recite © ban el peto y el espaldar, Nunea fuera caballero de damas tan bien servido como fuera don Quijote cuando de su aldea vino doncellas cuidaban de él; princesas, desu rocino. ¢ —afiadid—. Este es el nombre, sefioras mias, de —Rocino o Rocinant » soy don Quijote de la Mancha. Tiempo vendré en que el mi caballo; ye valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros. Las mozas no estaban hechas a semejante retdrica, asi que no respon- dieron palabra. No pudieron quitarle la celada porque Ia Hevaba muy bien atada con unas cintas verdes, y don Quijote se neg 2 «que las cortaran; de modo que se quedé toda la noche con la celada pucs>. | ego le pregunta- ron si queria comer alguna cosa. —Me vendra muy bien —contesté—, porque «) 0 de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas. Le pusieron una mesa a la puerta de la venta, al fresco, y le trajeron una porcién de bacalao mal remojado y peor cocido y un pan tan negro y mu- griento como sus armas; pero daba risa verle comer, porque, como Ilevaba Ia celada puesta y tenia que levantar la visera con las manos, no podia lle- varse nada a la boca, Una de aquellas sefioras tuvo que ayudarlo a comer, pero era imposible darle de beber. Entonces el ventero le metié una cafia hueca en Ia boca y por el cabo de arriba le fue echando vino. Acabada la cena, don Quijote llamo al ventero y, encerrandose con éd en Ia caballeriza, se hincé de rodillas, y le dijo: —Valeroso caballero, no me levantaré hasta que vuestra cortesia me otorgue un don que beneficiara al género humano. El ventero estaba confuso, sin saber qué decirle, —EI don que os pido —prosiguis don Quijote— es que mafiana me 9 Bl peto y el expaldar de la armadura protegian respectivamente el pecho y Ia espalds 42 Escaneado con CamScanner LA VELA DB LAS ARMAS arms aballero, Esta noche velaré fas armas en la capilla de este vuestro castillo," y matiana podré ir por ef mundo buscando aventuras en favor de los menesterosos. El ventero, que ya sospechaba de Ia locura de don Quijote, decidié se- guitle Ia corriente, Le dijo que en su castillo no habia capilla, porque se habia derribado para hacer una nueva, pero que podria velar las armas en el patio, Y le pregunts si trafa dinero. Ni blanca —respondié don Quijote—, porque nunca he leido que los caballeros andantes Heven dinero. El ventero replicé que los libros no lo decian porque era una cosa tan clara y tan necesaria como Hevar camisas limpias, También dijo que los ca- balleros mandaban a sus escuderos"’ llevar una arqueta con vendas y un- giientos para curar las heridas que recibian en los campos y desiertos don- de combatian. Y si no tenian escuderos, ellos mismos lo Ilevaban todo en unas alforjas® casi invisibles solire icas det caballo. Don Quijote prometis al venir» to eae Te aconsejaba y Iuego se fue aun corral grande a veis’ |.» oes sobre una pila que habia junto a un pozo, y embrazs «! ‘nz y comenz6 a pasear de~ 40 a sus huéspedes la locura de don Quijote, y todos salieron a verlo de igjos: unas veces se paseaba con sosegado ademin y otras ponia los ojos en las armas durante un buen rato. En esto uno de los arrieros decidié ir a dar agua a su recua." Al verlo acercarse, don Quijote le dijo en voz alt —Oh ti, atrevido caballero, mira lo que haces, no toques las armas del mis valeroso caballero andante que jams cifié espada, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento! El arriero no hizo caso, y, como para sacar agua del pozo necesitaba apartar las armas de la pila, las agarré de las correas y las arrojé bien lejos. Don Quijote alzé los ojos al cielo y, pensando en su seftora Duleinea, dijo: lante con gentil continente."* #1 10 Elaspirante a caballero pasaba la noche rezando ante wn altar junto a sus armas, 11 El escudero era el paje o criado que ayudaba al caballero y Ie llevaba las armas, 12 alforjas: pareja de bolsas que se echa sobre el lomo del caballo, 13. Es decir, ‘con pose elegante’, 14 recwa: grupo de mulas, 43 Escaneado con CamScanner —Socorredme, sefiora mia, en esta primera afrenta. Y diciendo esto, solté el escudo, alzé la lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que lo derribé en el suelo y lo dejé aturdido y maltrecho. Luego, recogié sus armas y volvié a pasearse con el mismo reposo que antes. Poco después, Ilegé otro arriero con la misma intencién de dar agua a sus mulos. Cuando quitaba las armas para dejar libre la pila, don Quijote solté otra vez el escudo, alz6 Ia lanza y le abrié 1a cabeza al arriero en cua- tro pedazos. Al ruido acudié toda Ia gente de la venta, y al ver a sus com pafieros heridos, los arrieros comenzaron desde lejos a lover piedras sobre don Quijote, el cual se protegia con el escudo lo mejor que podia, sin apartarse de la pila para no desamparar las armas. El ventero daba voces para que lo dejasen, porque ya les habia dicho que estaba loco, y don Qu jote también las daba, atin mayores: —Vosotzos, soez y baja canalla, venid y atacadme, que ya veréis el pago que recil is! 44 Escaneado con CamScanner I, 2, PRIMBRA PARTE» CAPITULO DOS (1, 2) Deefa esto con tanto brio que infundié un terrible temor a los que jg lea aca al ventero, dejaron de tirarle piedras, y él dejé retirar« acometfan. Y gra : : tetra Jos heridos y volvié a velar las armas con el mismo sosiego que al Principio, Para evitar mis desgracias, el ventero decidié darle enseguida la malg. tu orden de caballerfa. Se acercé a don Quijote y le dijo que ya habia esta. ; y que todo el ceremonial de quedar arma. do mis de cuatro horas en vela, ial de : do caballero consistia en Ia pescozada y el espaldarazo,* segiin sus noticias sobre esas ceremonias. Todo se lo creyd don Quijote, que ansiaba ser ar- mado caballero cuanto antes. El ventero fue a recoger el libro donde anotaba el gasto de paja y de ce- bada, y, acompafiado de un muchacho que sostenia una vela encendida y de las dos ya conocidas doncellas, volvié a donde estaba don Quijote. Le mandé hincarse de rodillas; y mientras murmuraba entre dientes como si leyese una devota oracién, alzé la mano y le dio sobre el cuello un buen golpe, y después un gentil espaldarazo. Hecho evi, mandé a una de las damas que le cifiese la espada, y la mujer, aung/. » punto de reventar de risa, lo hizo con mucha desenvoltura, diciendo: —Dios le haga venturoso caballero y le dé ver'iics en lides. Don Quijote le pregunté cémo se Hamaba. H-tia respondié que se lli- maba la Tolosa, que era hija de un remend6n'® natural de Toledo, y que le serviria y le tendria por sefior durante el resto de su vida. Don Quijote le rog6 que en adelante se llamase “dofia Tolosa”. La otra moza le calzé la es- ucla y repitié el mismo coloquio. Y como dijo que se lamaba la Moline- ra, don Quijote le rogé que se pusiese don y se llamase “dofia Molinera’. Hechas, pues, al galope y aprisa estas ceremonias, don Quijote no vio 4s hora de salir a buscar aventuras. Ensilld a Rocinante, subié en él ysabra- zando al ventero, le agradecié la merced de haberle armado caballero. El ventero, que deseaba verle cuanto antes fuera de la venta, le respondié con breves palabras y, sin pedirle el coste de la posada, le dejé ir en buena hor. 1s i i i En su investidura, el aspirante a caballero recibfa tres golpes simbélicos con la espada? Is pecozada, en la muca, y el espaldaraze, en cada une Gaon hombros. 16 remendin: persona que remendaba la ropa vieja 46 Escaneado con CamScanner 7 a De lo que le sucedié a nuestro caballero cuando salié de la venta La del alba seria! cuando don Quijote salié de la venta tan contento por verse ya armado caballero que el gozo le reventaba por las cinchas del ca- ballo.? Pero, acordandose de los para proveerse de dinero y 3 del ventero, decidié volver a casa nivas, ¥ r yor escudero a un labrador ve- cino suyo, que era pobre y con 8 vay adecuado para el oficio es- cuderil. Con este pensaniient dea a Rocinante, el cual, al vs, comenzé a caminar con tanta darse cuenta de que regresaba a s gana, que parecfa que no ponia los pies en el suelo. No habia andado mucho cuando a mano derecha, de la espesura de un bosque, salieron unas delicadas voces de queja. —Doy gracias al cielo porque ya me da ocasién de ayudar a algiin me- nesteroso! —exclamé don Quijote. Encaminé a Rocinante hacia el bosque y, nada mis entrar en él, vio a un muchacho de unos quince afios atado a una encina y desnudo de medio cuerpo arriba. Era el que daba voces, y con raz6n, porque un labrador lo estaba azotando con una correa. El muchacho deci: —jNo lo haré més, sefior mio! ;Por la pasién de Dios que en adelante cuidaré mejor el rebaiio! 1 Es decir, ‘seria la hora del alba’; bora era la tltima palabra del capitulo anterior. 2 cinchas: correas con que se sujeta la silla de montar. 47 Escaneado con CamScanner CAPITULO TRES (1, 3) PRIMERA PAR —Descortés caballero dijo don Quijote con yor, Se icémo tis asf a tin nmuchiacho indefenso? Subid vuestro caballo y tomay malt ta lanza, que yo os hare pagar vuestra cobardia. sur cana | ELlabrador, que vio por encima de él aquella figura cargada de armas y za sobre su rostro, s¢ dio por mucrto, y respondié: ballero, este muchacho es un eriado mio, y tan descuidady que cada dia me picrde una oveja Pero él dice que lo castigo porque soy tn tacafio, para no pagarle e sueldo, Por mi alma os digo que miente, —2Cémo va'a ment delante de mi, ruin villano? —dijo don Qui. te—. Pagadle ahora mismo, y desatadlo, antes de que os atraviese de Parte a parte con mi lanza. blandiendo —Seiior ci El labrador desat6 a su criado sin responder palabra. Don Quijote pre- gunt6 al muchacho cuinto dinero le debia su amo, y él dijo que nueve me- ses, a siete reales cada mes. Don Quijote mand6 al labrador desembolsar al momento sesenta y tres reales. —Pero aqui no tengo dineros —replicé el med: Andrés se venga a mi casa y yo. —dlrme con él? —protests el muchacho—. Ni usicarlo, que en cuanto me vea solo me arrancaré el pellejo. No lo haré —replicé don Quijote—, por mande. Y jurara pagarte por la ley de caballeria, —Mire, sefior dijo el muchacho—, es Juan Haldudo, el rico... —Venid conmigo, so villano—. Que © respetard lo que yo le + que mi amo no es caballero, que Andrés —dijo el labrador—, que juro por todas las Srdenes de caballerias del mundo pagaros hasta e! iltimo real. —Con eso me doy por satisfecho — plis el juramento, volveré a buscaros, y os encontraré aunque os esconddis como una lagartija. Os lo dice el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios,* Y, tras decir esto, pic6 espuclas a Rocinante y salié del bosque. Alvverse solo, el labrador le dijo al muchacho- dijo don Quijote—. Y si no cum- 3 medroso: cobarde, 4 Esto es, ‘el justiciero, el reparador de injusticias’. 48 Escaneado con CamScanner ANDRES, AZOTADO DIL NUEVO —Ven acé, que vas a cobrar la deuda.y Y, agarrindolo del brazo, to até de nivevo a la encina y lo azoté hasta dejarlo medio muerto. —Llama ahora al desfacedor de agravios le decia. Pero, al fin, lo desaté y Andrés se marché lorando y su amo se quedé riendo. Contentisimo del feliz comienzo de sus caballerias, don Quijote siguis camino de su aldea diciéndose a media voz: 49 Escaneado con CamScanner PRIMPRA PARTE © CAPITULO TRES (1, 4) —WDichosa ti, Duleinea del Toboso, la mas bella de las bellas, porque tienes rendido a tu voluntad al valiente y nombrado caballero don Quijote de la Mancha! Como a dos millas, descubrié un gran tropel d caderes toledanos cubiertos con quitasoles’ que iban a Murcia a comprar aballo y tres mozos de mulas a ¢ gente.* Eran seis mer- sedas, acompafiados de cuntro criados a pie. Apenas los divisé don Quijote cuando se imagind una nueva aventura, Y con gentil continente se afirms en los estribos, apreté la lanza, acercd el escudo al pecho y, puesto en la mitad del camino, esperd a que Hegasen aquellos eaballeros andantes. Y cuando ya podfan oirlo, levanté la vow y dij —iTodo el mundo se pare! Nadie pasara de aqui si antes no confiesa que no hay en el mundo doncella més hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.’ Los mercaderes se detuvieron y al instante adv ron la locura del ca- ballero. Pero uno de ellos, que era ingenioso y un poo *"<'An, le dijo: —Sefior caballero, no conocemos a esa seficra snosla, y si es tan hermosa como decis, confesaremos. —Si os la mostrara, no harfais mas que conte: lad evidente. Lo importante es que sin verla lo tenéis que creer y altisn a. Si no, conmi- go sois en batalla, —Sefior caballero —replicé el mercader—, no nos obliguéis a confesar uuna cosa que jamés hemos visto ni ofdo, y mis siendo tan en perjuicio de Jas emperatrices y reinas de la Alearria y Extremadura, Ensefiadnos aletin retrato de esa sefiora, que, aunque sea tuerta de un ojo y bizca del otro, es- tamos dispuestos a complacer a vuestra merced. —jCanalla infame! —dijo don Quijote encendido de célera—. No es tuerta ni bizca ni jorobada, jPagaréis la blasfemia que habéis dicho contra tamafia beldad!® 5 dos millas: unos cuatro kilometros; tropel: muchedumbre, 6 guitasol: sombrilla atada a ka silla de montar, 7 sin par: ‘incomparable’, Don Quijote imita x los caballeros que demostraban su valor impidiendo el paso por un lugar y obliganco a huchar a todo el que ve acereaba 8 Es decir, ‘contra una mujer de tan extraordinaria belleza’, 50 Escaneado con CamScanner DON QUOTE, APALEADO POR UNOS MERCADERES Y con ta lanza baja arremetis contra el atrevide mercader con tanta fu- ria y enojo que To habrfa pasado muy mal, de no ser porque Rocinante tro pezd y cays en mitad del camino. Rodé nuestro caballero un buen trecho por el campo, y aunque lo intents, no pudo levantarse por el peso y el im- pedimento de las arm —jNon fuyais, gente cobarde! —pritaba—, que no estoy aqui tendido por culpa mia, sino de mi caballo. Un mozo de mulas, oyendo decir tantas arrogancias, se acercé al pobre ido, tom6 la lanza, la partié en varios pedazos y con uno de ellos comen- 26 a dar tantos palos a nuestro don Quijote que lo dejé molido como hari- na de trigo. Sin embargo, el vencido hidalgo no cerraba la boca, amena- zando a los malandrines? que lo atacaban, por lo que el mulero entonces se picé mas y siguié moliéndolo a palos, hasta que deshizo los deméds trozos c de Ja lanza. Pero al fin se cansé y siguid su camino con los demas merca- deres. Al verse solo, don Q.. | swiarse, pero sino habia podido cuando estaba sano, hors, apalendo y casi deshecho? Pese a todo, se sentia tists. ; toda su desgracia all mal pa~ 50 del caballo. Como ne puitis sanesse, slecidié pensar en los libros de caballerias. Records el romance que Yaldovinos, el sobrino del marqués de Mantua, habia recitado cuando qued herido en el monte, y, revoleindose por el suelo, empez6 a repetirlo con un hilo de vor: Donde estds, sertora mia, que no te duele mi mal? O no lo sabes, setiora, oeres falsa y desleal. Quiso Ja suerte que pasase por alli un labrador vecino suyo, que venia de llevar trigo al molino. Viendo a un hombre tendido en tierra, se aceres y le pregunté quién era y por qué tan tristemente se quejaba. Don Quijote, que en aquel momento se crefa Valdovinos, pensé que estaba ante su tio el marqués de Mantua, y por toda respuesta prosiguié con el romance que 9 malandrin: ‘maleante, bellaco’, Es palabra propia de los libros de caballerias, 51 Escaneado con CamScanner mamma parern CAPITULO TRES (1,5) dor Carlomagno, El labrador esta- abla de los amores del hijo del emper 2 ; ee Lue quitd Ia visera medio rota y ba admirado oyendo aquellos apart cuando acabé de limpiarle el rostro cubrerto one anders inh et # mtd de esta suerte? Pero don Quijote siguié recitando su romance. : EL buen hombre le quité el peto y el espaldar, y con bastante trabajo lo Jevanté del suelo y 1o subié sobre su jumento." Luego recogié las armas, hasta las astillas de la lanza, las at6 y las colocé sobre Rocinante, y se enca- min6 a su pueblo llevando el caballo de la rienda, y al asno del cabestro." Don Quijote, de puro molido y quebrantado, apenas se podia sostener so- bre el bortico, y de cuando en cuando daba unos suspiros que legaban al ciclo. El labrador volvié a preguntarle cémo estaba, y el malherido le res- pondis: —Sepa, sefior marqués de Mantua, que lo que yo he hecho, hago y ha- 6 es por la linda Dulcinea del Toboso. El labrador se dio cuenta de que su vecino estilys de polvo, lo reconocié, 20, y le contesté: —Mire, sefior, que yo no soy el marqués de Mars», sino Pedro Alon- $0, su vecino; y vuestra merced no es Valdovinos, siow ct honrado hidalgo sefior Quijana. —Yo sé quién soy —respondié don Quijote—, y si me viene en gana puedo ser el mismisimo Carlomagno, y sé también que mis hazafias pue- den superar a las de los Doce Pares de Francia." En estas y otras pliticas* egaron al pueblo al anochecer, pero el labra- dor aguardé a que fuese de noche para que no viesen al molido hidalgo tan mal caballero, Ya a oscura, legé ala casa de don Quijote, que estaba muy alborotada. El ama hablaba a voces con el cura y el barbero, des amigos del hidalgo. que eran gran- —¢Qué le parece, sefior licenciado Pedro Pérez —que asi se Ilamaba ef cura—, la desgracia de mi sefior? Los malditos libros de caballerias le han 10 jumento: asno, burro, 11 cabestro: cuerda que se ata a la cabeza de k 12 Es decir, los doce paladines o caballeros 13 pltica: convers as caballerias para conducitlas caminando. Que protegian al emperador Carlomagno. 52 Escaneado con CamScanner REGRESO ALA ALDEA tocado cl juicio, Hace tres dfas que no aparecen ni él, ni el rocin, ni las armas, La sobrina deefa lo mismo: Sepa, maese Nicoli chas veces mi tio se p —éste era el nombre del barbero—,"" que mu- aba leyendo dos «fas con sus noches, al cabo de los cuales arrojaba el libro, echaba mano a la espada y andaba a cuchilladas con las paredes. Y cuando se gantes como cuatro torres. fuesen de herejes.'5 “Ansa a, deefa que habia matado a cuatro gi- stos libros merecen ser quemados como si afiadi6 el cura, En esto el labrador comenzé6 a decir a voces: —jAbran vuestras mercedes al sefior Valdovinos y al marqués de Man- tua! A estas voces salieron todos los de la casa, y cuando reconocieron al he- —Asi lo haremos rido que venia sobre el jumento, corrieron a abrazarle. El di —Cuidado, que vengo salferide, por calpa de mi caballo. Llévenme a <1 que cure mis feridas mi echo, y lamad a la sabi: Vey rigs! —exclamé el ama. inguna herida. El allo Rocinante, comba- todo era molimiento, por nabex tiendo contra diez gigantes. —Conque gigantes... —dijo el cura—, Por Ia sefial de la cruz que ma- fiana mismo quemaré los libros. Le hicieron a don Quijote mil preguntas, pero no quiso el hidalgo res- ponder a ninguna, Luego pidié que le diesen de comer y que le dejasen dormir, que era lo que més le importaba. 14 macse: ‘maestro asi se Ilamaba a los barberos, que en la época havian de médicos, 15. bereje: el que se oponia a la doctrina de la Iglesia. 16 Urganda la desconocida era la maga que protegia a Amadis de Gaula, 53 Escaneado con CamScanner El escrutinio de los libros y la segunda salida de nuestro buen caballero Atin dormfa don Quijote cuando al dia siguiente se presents en su casa el cura con el barbero maese Nicolas. El cura pidié ‘as Maves del aposento donde estaban los libros, y la sobrina se las dio de ay ‘inena gana, Entra- ron todos dentro y hallaron mas de cien libros yess, muy bien encua- dernados, y otros pequefios.' El ama se present «= un cuenco de agua bendita y un hisopo,? y le dijo al cura: —Rocie este aposento, sefior licenciado, no ande por aqui algdin encan- tador de los muchos que tienen estos libros. Se rid el cura y mando al barbero que le fuese dando los libros uno a ‘uno para ver si se podia salvar alguno del castigo del fuego. No hay que perdonar ninguno —dijo la sobrina—. Lo mejor es arto- jarlos todos por la ventana, hacer un montén y quematlos. El primero que maese Nicolés le dio al cura fue Amadis de Gaula. —Este libro fue el primero de caballerias que se imprimié en Espaiia Aijo el cura—, y por ello lo debemos condenar al fuego. —No, sefior —dijo el barbero—, porque he oido decir que es el mejor y por eso se le debe perdonar. ee 1 En el siglo xvus, una biblioteca de més de cien libros era muy considerable. 2 bisepo: instrumento en forma de mango provisto de una bola agujereada que se lent de agua bendita y se agita sobre las cosas para bendecirlay, 54 Escaneado con CamScanner EL ESCRUTINIO DE LOS LIBROS —Bien decis —asintis el cura—, asf que por cl momento se le perdona Ta vida, Examinaron muchos titulos, y unos por disparatados y otros por malos, se los daban al ama para que los arrojara al patio —Al corral con Que me place —deefa ella, Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTH + CAPITULO CUATRO (1, 6-7) El cura también salve de lh quema la Historia del famoso caballero Tiran~ te-el Blanco y el Palmertn de Inglaterra —Tirante ef Blanco es wn tesoro de contento y una mina de pasaticmpos —lijo—. Por su estilo, es ef mejor libro del mundo. Aqui los caballeros ma, no como en os otros libros de es- comen, y duermen y mueren en hac te género, que estén llenos de necedades. Aqui tengo La Galatea de Miguel de Cervantes! —dijo el barbero. —Exse Cervantes es gran amigo mio, y sé que sabe mas de desgracias que de versos —dijo el cura—, Su libro tiene buena invencién. Sacadlo de aqui y guardadlo en vuestra casa, Al final, cansados de tanto escrutinio, tiraron a bulto muchos libros por Ja ventana, En esto comenzé a dar voces don Quijote, diciendo: —jAqui, valerosos caballeros, aqui! Cuando acudieron a este estruendo, encontraron 2 don Quijote levan- tado, dando cuchilladas y reveses a todas partes. Absavéronse a él y a la fuerza lo devolvieron al lecho, y, después que se sos. tn poco, le dieron de comer y se quedé otra vez dormido, y ellos, adie... dls su locura. «cl corral y en toda Aquella noche el ama quemé cuantos libros iss Ia casa. El remedio que el cura y el barbero diero 5 echase de menos los libros fue quitar fa puerta y tapiar el cuarto donde los guardaba. A los dos dias, se levanté don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros. Como no encontré el cuarto, empezé a buscarlo por todas partes y a tantear con las manos donde habia estado la puerta. —Ya no hay aposento ni libros le dijo el ama—, porque todo se lo Iev6 el diablo. —No era diablo —replicé Ja sobrina—, sino un encantador que vino en uuna nube cabalgando sobre una serpiente y entré en el aposento, Un rato después salié volando por el tejado y dejé la casa lena de humo. jue su amigo no 3 Aunque condené en conjunto el género, Cervantes apreciaba mucho algunos libros de caballerias, como el Tirant lo Blanc, escrito por el valenciano Joanot Martorell a finales del siglo xv, y el Palmerin de Inglaterra (1545), del portugués Francisco de Moraes. 4 La Galatea es una novela pastoril que Cervantes publics en 1585, 56 Escaneado con CamScanner SALIDA DE DON QUIJOTR ¥ SANCHO —Antes de partir dijo a voces que se Hamas el sabio “Fritén” —agrego clama, —Diria "Prestén” —corrigié don Quijote. Es un sabio encantador, RrAN ehemigo mio, porque sabe que mas pronto que tarde tengo que pelear con tn caballero a quien él protege, y por eso procura hacerme todos fos sinsa hores que puede. —Pero, sefior tio, gno sera mejor estarse pacifico en casa? Mire que muchos van por lana y vuelven trasquilados. Oh sobrina mia —respondié don Quijote—, qué equivocada estas! Antes que nadie me toque un cabello habré arrancado yo cien barbas. El caso es que don Quijote estuvo quince dias en casa muy sosegado, n dar muestras de querer volver a las andada En este tiempo le pidié a un labrador vecino suyo, hombre de bien (si ese titulo se le puede dar al que es pobre), pero de muy poca sal en la mo- Hera, que le sirviese de escudero. Lo convencié con la promesa de hacerle gobernador de una insula que ganase, y Sancho Panza, que asi se amaba el labrador, dejé a su mujer ¢ hijas paras! Don Quijote, vendiendsy uss an dineros, se provey ioe rodela a un amigo y avisé a Sancho del dia y fa hors tsp «, sarnino. Le encargé que He és un asno muy bueno porque no estaba acostumbrado a andar mucho a pie, Esto dio que pensar a don Quijote, porque no recordaba a ningxin escudero montado en un burro, pero al fin decidié que lo cambiaria por el caballo del primer caballero al que derrotase. Por fin, sin despedirse Panza de su mujer e hijos, ni don Quijote del ama y de la sobrina, una noche salieron del lugar sin que nadie los viese. io otras, reunio unos de caiisa vase alforjas, y él le dijo que tle Caminaron tanto, que al amanecer se sintieron seguros de que no los en contrarian por mas que los buscaran, Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriasca,’ con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la insula prometida, 5 radela: escudo pequeno, redondo y de madera 6 Es decir, ‘con mucha comodidad, muy a gusto’. 57 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAPITULO CUATRO (I, 7) —Sefior caballero andante dijo a su amo—, no se olvide de mi insu- Ja, que yo Ta sabré gobernar, Has de saber, amigo Sancho Panza —contesté don Quijote, que los antiguos caballeros andantes hacfan a sus escuderos gobernadores de las insulas 0 reinos que ganaban, Podrfa ser que antes de seis dias gane yo un reino para eoronarte re Entone —, si yo fuese rey, mi mujer spondis Sancho Pan2 Juana Gutiérre?? seria reina, y mis hijos infantes. Quin lo duda? —respondis don Quijote. —Yo lo dudo —replicés Sancho—, porque mi mujer no vale para reina. Condesa le caer mejor. —No apoques el énimo, Sancho —respondié don Quijote—, y no te conformes con menos de gobernador. —No lo haré, sefior mio —respondié Sancho “mas teniendo en vuestra merced un amo tan principal, que me dari t's que esté bien y yo pueda llevar. 7 La mujer de Sancho recibe varios nombres en la novela: aparte Juana, se la llama Max ri, Teresa Cascajo y Sancha. 58 Escaneado con CamScanner La espantable y jamds imaginada aventura de los molinos de viento y la estupenda batalla con el gallardo vizcaino , descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en el » de Montiel. ventura guia nuestros pasos —dijo don Quijote a su escudero—. o Sancho Panza, alli hay treinta 0 més desaforados! gigantes, pienso entablar batalla hasta quitarles la vida. —Qué gigantes? —dijo Sancho Panza. Aquellos que alli ves de los brazos largos —respondié su amo—. igantes que los tienen hasta de dos leguas? “Mire vuestra merced —respondié Sancho— que no son gigantes, si- no molinos de viento, y lo que parecen brazos son las aspas. —Bien se ve —dijo don Quijote— que no sabes nada de aventuras, porque salta a la vista que son gigantes. Y si tienes miedo, quitate de ahi, y ponte en oracién, que voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla, Y pic espuelas a Rocinante, sin atender a las voces que Sancho le daba advirtiéndole de que eran molinos de viento. Pero él iba tan convencido de que eran gigantes, que no dejaba de grit —jNon fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete! 1 desaforado: desmesuradamente grande, 2 legua: unos cinco kilometros. 59 Escaneado con CamScanner cAapiruro c1Nco (1, 8) PRIMPRA PARTE + Justo entonces se levanté un poco de viento y las grandes aspas comen- zaron a moverse. Al advertirlo, don Quijote dijo: —Pues aunque movais los brazos hasta hartaros, me lo habéis de pagar. Se encomendé de todo corazén a su sefiora Dulcinea para que lo ayu- dase en tal trance, se cubrié con el escudo y a todo galope de Rocinante embistié lanza en ristse? al primer molino, dandole una lanzada en el aspa. Pero el viento la hacia dar vueltas con tanta furia, que rompié la lanza en pedazos y se levé detris al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudié Sancho Panza a socorrerlo, a todo el correr del asno, y al llegar vio que su amo no’se podia menear de tan grande como habia sido el golpe. ‘ean la Jans encajaa om el rise (pews del eto de la armadura que servia precisamente para sostener Ia lanza)’, 60 Escaneado con CamScanner =| PRIMERA PARTE + CAPITULO CINCO (1, 8) —jValgame Dios! —dijo Sancho—. No le dije yo a vuestra merced que eran molinos de viento? ancho —respondié don Quijote—, que las cosas de la Calla, amigo guerra estén sometidas a mudanza; cuanto més, que yo pienso que el sabio Frestén que me robs el aposento y los libros ha convertido estos gigantes : a en molinos para quitarme la gloria de vencerlos. Pero sus malas artes no podrin con mi espada, Sancho Panza le ayud6 a levantarse y a subir sobre Rocinante, que tam- bién estaba medio descoyuntado. Y hablando de esta aventura, siguieron camino hacia Puerto Lapice.* Iba don Quijote muy pesaroso, porque le faltaba la lanza, pero recordé haber leido que un caballero espafiol llamado Diego Pérez de Vargas, al verse sin espada en una batalla contra los moros, desgajé una rama bien gruesa de una encina y con ella machacé tantos enemigos, que le queds el sobrenombre de “Machuca”’ —Yo haré lo mismo con la primera encina o roble que encuentre. —Que sea lo que Dios quiera —dijo Sancho—. Yo me creo todo lo que vuestra merced dice, pero enderécese un poco, que va de medio lado. Debe de ser por el molimiento de la caida. —Asi es —respondié don Quijote—, pero no me quejo del dolor, por- que al caballero andante no se le permite quejarse, aunque se le salgan las tripas por una herida. —Pues yo —respondié Sancho—, me quejaré del mas pequeiio dolor que tenga, si es que eso se permite a los escuderos, Se rié don Quijote de la simplicidad de su escudero y le dijo que podia guejarse como y cuando quisiera, con o sin gana, porque nunca haba leido nada en contra. Sancho le dijo que era hora de comer y su amo le respon- di6é que no lo necesitaba, pero que él podia comer cuando se le antojase. Con esta licencia, se acomodé Sancho fo mejor que pudo sobre el jumen- ‘0, sacé lo que llevaba en las alforjas, y fue cabalgando y comiendo detris de su amo muy a sus anchas. De cuando en cuando empinaba la bota con tanto gusto que bien pudiera envidiarle el mejor bodegonero, y con aque- 4 Puerto Lépice es un paso entre dos colinas, ‘muy transitado porque comunica Castilla con Andalucia, 5 Pérez de Vargas es un personaje histérico que particips en el cerco de Jerez. en 1223. 62 Escaneado con CamScanner Los RAILES BENEDICTINOS Hos tragos se olvidaba de todas las promesas que le habfa hecho su amo y pens i a que no habia io mas descansado que el de ir buscando aventu Aguella noche ta pasaron entre unos arboles. De uno de ellos desgajé don Qu hierto de la lanza rota, En toda la noche no durmi6, pensando en su sefio- ra Dulei de agua, durmié de un tirén, Al amanecer, ni los rayos del sol del nuevo jote un ramo seco que le podia servir de lanza, y encajé en él ef nea. Sancho Panza, en cambio, como tenia el estémago Ileno, y no dia ni el canto de las aves lo desper aban. Tuvo que llamarlo su amo, y en- tonees se levanté, dio un tiento a la bota y se afligié al verla tan flaca. Don Quijote no quiso desayunar, porque le habia dado por alimentarse de re- cuerdos. Luego prosiguieron su camino hacia Puerto Lapice, adonde legaron a eso de las tres. qui, hermano Sancho, podemos meter las manos hasta los codos en eso que Ilaman aventuras. Pero tt no saques la espada para defenderme, a no ser que me ofenda gente baja y canalla, Las leyes de caballeria no te permiten ayudarme hasta que no seas armado caballero. —Obedeceré de muy buena gana —dijo Sancho—. Yo soy de natural pacifico y enemigo de meterme en ruidos y pendencias. En esto asomaron por el camino dos frailes de San Benito montados en dos mulas tan grandes como dromedarios. Llevaban puestos sus anteojos de camino, se protegian con quitasoles y les segufan un coche con una es- colta de cuatro o cinco a caballo y dos mozos a pie. En el coche viajaba una sefiora vizcaina, que iba a Sevilla, donde la esperaba su marido para pasar a las Indias’ a ocupar un honroso cargo. Los frailes no venfan con ella, pero seguian el mismo camino, “0 yo me engafio o aquellos bultos negros son, sin duda, unos encan- tadores que Hevan hurtada® una princesa en el coche —dijo don Quijote a su escudero. 6 anteojes de camino: gafas para protegerse del sol y el viento. 7 Es decir, ‘a América’. 8 burtada: secuestrada. 63 Escaneado con CamScanner capfruto cinco (1, 8) PRIMERA PAR tes benedictinos, y en el coche iré algtin via- —Mire, se jero. Yate he dicho, Sancho, es verdad, y ahora lo vers, : Y diciendo esto, se adelanté, se puso en la mitad d alta vo —Gente endiablada y descomunal, fiberad a las princ coche llevais a la fuer que no sabes nada de aventuras, Lo que digo camino y dijo en as que en ese a. Se detuvieron los frailes, admirados de la figura de don Quijote y de sus palabras. —Seiior caballero —respondieron—, nosotros somos dos religiosos de San Benito, y no sabemos quién va en el coche. —Conmigo no hay palabras blandas, fementida canalla’ —dijo don Quijote. Y sin esperar més respuesta, pic espuelas a Rocinante y con la lanza baja arremetié contra el primer fraile con tanta furia que, si el fraile no hu- biese saltado de la mula, lo habria mal herido y tal vez muerto. El segundo religioso, al ver cémo trataban a su compafiero, golped a su mula y eché a correr por la campifia mas ligero que el mismo viento. Cuando Sancho Panza vio al fraile en el suelo, se aped con ligereza del asno, se acercé al religioso y comenzé a quitarle los habitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y le preguntaron por qué lo desnudaba, y San- cho respondié que aquellos habitos le correspondian legitimamente como despojos de la batalla que su sefor don Quijote habia ganado. Los mozos, viendo que don Quijote se habia desviado para hablar con las que venian en el coche, arremetieron contra Sancho, dieron con él en el suelo y lo molieron a coces hasta dejarlo sin aliento ni sentido. El fraile, acobardado y descolorido, volvié a subir a la mula y cortié a reunise con su compaie~ 10, y los dos siguieron su camino haciéndose més cruce diablo a las espaldas. —La wuestra fermosura, sefiora mia, es libre —le decfa don Quijote a Ja sefiora del coche—, porque mi fuerte brazo ya ha derribado que si levaran al a vuestros 9. Es decir, ‘gente despreciable y mentirosa’, 64 Escaneado con CamScanner PUMERA PARTE + CAPITULO CINCO (1, 8) soberbios robadores, Y en pago del beneficio que de mi habéis recibido, quiero que volviis al ‘Toboso, y que digtis a mi sefiora dofia Dulcinea Io fecho don Quijote de la Mancha, caballero an- que por vuestra libertad ha dante y aventurero, Un escudero que acompaftaba ef coche, que era vizeaino, viendo que don Quijote no queria dejar pasar el coche adelante, se fue hacia dl y, siéndole de la lanza, le dijo, en mala lengua castellana: —Por el Dios coche, asi te matas como es- ahi vizeaino."” Si fueras caballero —dijo don Quijote—, castigaria tu atrevimiento, —o no caballero? —replicé el vizcaino—. Juro a Dios mientes. Si que criome, que, si no d lanza arrojas y espada sacas, el agua verds que al gato Ilevas.” —Ahora lo veréis —respondié don Quijote. Y arrojando la lanza en el suelo, sacé la espada, embraz6 la rodela y arremetié contra el vizcaino con determinacién de abrirlo por medio como una granada, También el vizcaino sacé su espada, tomé del coche una al- mohada para que le sirviera de escudo y avanz6 hacia su mortal enemigo. ‘Asi pues, estaban ya levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos va~ lerosos y furibundos combatientes, con todos los circunstantes!? temerosos y las damas del coche haciendo ofrecimientos a todos los santos de Espafia. Pero lo malo de todo esto es que en ese punto tan dudoso queda pen- diente el combate y destroncada esta tan sabrosa historia, porque su autor dice, y pide disculpas por ello, que no encontré mas cosas escritas. Esto le causé mucha pesadumbre al segundo autor de esta obra,! aun- que nunca perdié la esperanza de dar en algin archivo con algunos papeles que tratasen de aquel caballero que era luz y espejo de la caballerfa man- chega. Y gracias al cielo y a la fortuna, un dia que estaba yo en la calle Al- 10 A los vizcainos, nombre que soléa aplicarse a todos los vascos, se les satirizaba en el teatro de la época parodiando su peculiar manera de hablar el castellano. 11 Esto es, ‘ya vers cmo me llevo el gato al agua, ya verés cémo te venzo’. 12. Los circunstantes: los presentes. 13. Es decir, al propio Cervantes, quien, imitando a los autores de libros de caballeria, finge haber transcrito la historia de don Quijote en lugar de estar inventindosela. 66 Escaneado con CamScanner COMBATE CON BL VIZCAINO cand de Toledo" entrd un muchacho a vender papeles viejos a un sedero'* ys Como yo soy aficionado a leer hasta los papeles rotos, tomé un pliego y vi que estaba escrito en letras aribigas."* Andaba por allf un morisco y le di los papeles para que los leyese, y en cuanto ley6 un poco se eché a reir. —Aqui en el margen dice: «esta Duleinea del Toboso tenia la mejor mano para salar puereose, Yo quedé atonito, porque enseguida comprendi que aquellos pliegos contenian la historia de don Quijote. Le dije al morisco que me tradujera c, en efecto decia: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita smote Benengeli, historiador ardbigo. Procurando disimular mi o, compre al muchacho todos los papeles por medio real y contraté me los tradujese, sin quitar ni afiadir nada, por dos < fanegas de trigo.'” En poco mas de mes y medio me tal como aqui se cuenta. En un pliego estaba pintada la 1 Quijote con el vizcaino, las dos espadas en alto, y Rocinan- 0 y flaco, y Sancho Panza con su asno, sobre un rétulo que de- cho Zancas», sin duda porque la pintura lo mostraba con la barri- . el talle corto y las zancas largas. En fin, segiin la traduccién, es~ el titulo, to es lo que p El primero en descargar el golpe fue el colérico vizcaino, pero don Qui- jote consiguié desviar un tanto la espada con la suya, sin recibir mas dafto que la pérdida de media celada y la mitad de la oreja, que cayeron al suelo, Quién podra contar la rabia que entré en el corazén de nuestro man chego! Don Quijote dio una gran voz, diciendo: —;Oh sefiora de mi alma, Duleinea, flor de In hermosura, socorred a este vuestro caballero que en tan riguroso trance se halla! Entonces se cubrié con la rodela, se alz6 en los estribos y, apretando la espada con las dos manos, la descargé con tal furia sobre el vizcaino como 14 El Alcané era una calle ena de tiendas. 15 sedero: ‘el que confecciona prendas de seda’. Los papeles viejos se usuban en las tien- das para envolver las mercancias. 16 pliege: hoja grande de papel doblada una o varias veces ardbigas: abes. 17 Es decir, ‘unos 25 kilos de pasas y el grano que cabe en 100 litros de capacidad’ 67 Escaneado con CamScanner CAPErULo CINCO (1) 9) PRIMEMA PATE si cayera sobre él una montafia, Le acerté de leno sobre la cabeza, la cual empezé a echar sangre por las narices, 1a boca y los ofdos, El vizcaino se abrazé al cuello de la mula para no caerse, pero el animal, espantado por el terrible golpe, eché a correr por el campo, y tras pegar unos brincos dio con su duefio en tierra. Cuando don Quijote lo vio caer, salté de su caballo, y con mucha lige- eza se acereé al vizeaino y, poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese, pues en caso contrario le cortaria la cabeza, Estaba el vizcaino tan turbado, que no podia responder palabra; y lo pasara mal, se- gin estaba don Quijote cegado por Ia ira, si las sefioras del coche no le pi- dieran que perdonase la vida a su escudero, 68 Escaneado con CamScanner HL MIEDO DE SANCHO Loo haré, fermosas seftoras contests don Quijote—, con una con- dicisn: que este caballero vaya al 'Toboso y se presente de mi parte ante la sin par doa Duleinea. La temerosa sefiora del coche le prometié que su escudero haria todo lo que él mandase, Me fio de su palabra, asf que no le haré mas dafio. Mientras tanto, Sancho Panza, dolorido por la paliza que le habian da- do los mozos de los frailes, se habia levantado y habia estado atento a la batalla de su sefior don Quijote. Cuando se acabé la pendencia y vio que samo iba a subir sobre Rocinante, se acercé, se hine6 de rodillas delante de el y, asiéndole de la mano, se la bess y le dijo: —Seitor don Quijote mio, ya puede vuestra merced darme el gobierno de la insula que ha ganado, que yo me siento con fuerzas de gobernarla. A lo cual respondié don Quijote: —Advierte, hermano Sancho, que ésta es s6lo una de las muchas aven- turas que pasan en el camino, en las que no se gana otra cosa que la cabeza rota o una oreja de menos. Ten paciencia, que ya te haré gobernador. Se lo agradecié Sancho besindole otra vez la mano, y luego sujetd el estribo y ayudé a don Quijote a subir sobre Rocinante. El subié sobre su asno y le siguid a todo el trote de su jumento, hasta que caballero y escu- dero se adentraron en un bosque cercano. —Me parece, sefior —dijo Sancho—, que deberiamos escondernos en una iglesia, porque si el vizcaino da noticia a la Santa Hermandad, iremos a parar a Ja cdrcel."® —Calla —dijo don Quijote—, gdénde has visto ti que un caballero andante haya sido puesto ante Ia justicia? No tengas pena, amigo, que yo te sacaré de apuros. Pero dime, por tu vida: chas visto caballero més vale~ roso que yo? ¢Has leido que haya en la tierra un caballero con mis brio que yo en acometer, mas destreza en herir y mas mafia en derribar? —La verdad —respondid Sancho— es que yo nunca he leido nada igual, porque ni sé leer ni escribir; pero aseguro que en toda mi vida no he 18 La Santa Hermandad era un cuerpo armado que vigilaba los caminos y castigaba a los delincuentes. Sancho le propone a su seflor que se refugien en una iglesia porque en los templos no se podia detener a nadi 69 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAPITULO CINCO (1, 10) servido aun amo mis atre ae . ' se cure esa orga, que suelin mucha sangre. En las alors taigo trapog 5 pomads do que vuestra merced. Lo que Te ruego es gu. —Todo eso sobrari : Fierabris." Tengo la receta en la memoria. —¢Que bilsamo es ése? —pregunté Sancho Panza. —Es un b no me hubiera olvidado de hacer el bilsamo de mo con el cual no hay que tener miedo a la muerte nj a morir de una herida, Lo haré y te lo daré para que, si en una batalla me Parten el cuerpo en dos mitades, recojas del suelo la parte caida Y la colo- ques sobre la mitad que quedé en la silla, y antes de que la sangre se hiele, encajas y ajustas bien las dos partes. Luego me das a beber sélo dos tragos del balsamo y me vers més sano que una manzana. —Si eso es asi —dijo Sancho—, yo renuncio ahora mismo al gobierno de la insula prometida. Deme vuestra merced la receta de ese licor en Pago a mis buenos servicios, que yo venderé el bilsamo y sacaré bastante para Pasar Ia vida muy honrada y descansadamente, 2A qué espera para hacerlo y ensefiarme? —Calla, amigo —respondié don So ensefarte. Y por ahora, quisiera. Sacé Sancho de las alforjas trapos y ungtiento, Pero cuando don Quijo- te vio rota su celada, puso la mano en la espada ¥; alzando los ojos al cielo, di Quijote—, que mayores secretos pien- ctirame, que me duele la oreja mas de lo que yo m lor rigante rab (o Flerosbrazoy) tent un bean gee cura fs ona, lia 21 Seguin cierta historia caballere arrebaté al rey moro Mambrig muy a menudo, ca italiana, el cay allero Reinaldos de Montalbin le ‘© un yelmo encan tado del que don Quijote hablaré 2 70 Escaneado con CamScanner Los ALIMENTOS DEL CABALLERO Engiifaste en eso —replicé don Quijote—. Pero ahora mira si traes en esas alforj 8 algo de comer, que luego iremos en busca de un castillo pa- Bs 4 i ra alojarnos esta noche y hacer el bilsamo, pues voto a Dios” que me va doliendo mucho la oreja, —Agui traigo una cebolla, un poco de queso y unos mendrugos de pan —ijo Sancho—, aunque no son manjares buenos para tan valiente caba- lero como vuestra merced. —iQué mal lo entiendes! —respondié don Quijote—. Te hago saber, Sancho, que los ea alleros andantes comian lo que hallaban mas a mano y hacian todas las necesidades naturales, porque eran hombres como noso- tros, aunque no lo digan los libros. Y si estaban en selvas despobladas, co- mo no levaban cocinero, comerfan viandas riisticas,? como las que tt ahora me ofteces, y yerbas. Asi que, Sancho amigo, no quieras ti cambiar el mundo, ni sacar la caballeria andante de sus quicios.* —Perdéneme vuestra merced —dijo Sancho—, que como yo no sé leer ni escribir, no he podido conocer las reglas de caballerfa. En adelante yo proveeré las alforjas de frutos secos para vuestra merced, que es caballero, y para mi, como no lo soy, de otras cosas volatiles y de mas sustancia.® —Tampoco digo yo, Sancho, que los caballeros andantes no puedan comer otra cosa que frutos y yerbas. Sacé Sancho lo que llevaba y comieron los dos en buena paz y compafia su pobre y seca comida, Acabaron pronto, subieron luego a caballo y se dieron prisa por llegar a poblado antes de que anocheciese, pero se fue el sol y decidieron pasar la noche junto a las chozas de unos cabreros, 22 voto a Dios: juro, te aseguro, 23. viandas nisticas: alimentos del campo, propios de campesinos. 24 Es decir, ‘ni alterar los usos y costumbres de la caballeria andante’ 25 Con tono socarrén, Sancho dice que se alimentaré de cosas voldtiles, es decir, de aves como las perdices, que solian conservarse en adobo, 71 Escaneado con CamScanner 6 De lo que le sucedi6 a don Quijote con unos cabreros Los cabreros acogieron a don Quijote y a su escudero con muy buen dni- mo, y Sancho se fue en seguida tras el olor de unos trozos de cabra que hervian al fuego en un caldero. Luego los cabreros tendieron por el suelo unas pieles de ovejas, trajeron el caldero, se sentaron los seis alrededor y convidaron a los dos viajeros. Rogaron a don Quijote que se sentara sobre un dornajo! vuelto del revés y Sancho se quedé en pie para servirle la copa, que estaba hecha de un cuerno de cabra. Viéndole en pie, su amo le dij —Para que veas, Sancho, el bien que encierra la andante caballeria, quiero que te sientes aqui a mi lado y en compafifa de esta buena gente. Y quiero que comas en mi plato y bebas en mi copa, para que veas que la ca- ballerfa andante, lo mismo que el amor, todas las cosas iguala, —Si la comida es buena —dijo Sancho—, me da lo mismo comer de pie y a solas que sentado al lado de un emperador. Y, a decir verdad, me sabe mejor lo que como en mi rincén sin melindres n : pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas d mascar despacio, beber poco, limpiatme a menudo, ser si me viene gana. —Con todo, siéntate aqui —dijo don Quijote, porque a quien se humilla, Dios lo ensalag i respetos, aunque sea londe esté obligado a No estornudar y no to- asiéndole por el brazo—; 4 domajo ean de madera ene que 6 le pone a comida al gunad ganado, 72 Escaneado con CamScanner DISCURSO DE LA EDAD DORADA Los cabreros no entendfan aquella jerigonza* de escuderos y caballeros andantes, y comian en silencio, sin mirar a sus invitados, que con mucha gana se embuchaban unos tasajos? del tamafio de un pufio. Después de la carne, tendieron sobre Ia piel gran cantidad de bellotas dulces y medio queso duro como una piedra. No estaba quieto el cuerno de vino, pues pa- saba de uno a otro, y cada poco volvia a Ilenarse de un odre.t Con el esté- mago satisfecho, don Quijote tomé un pufiado de bellotas en la mano y, mirindolas atentamente, dijo en voz alta: —Dichosa edad y siglos dichosos aquellos que los antiguos Hamaban dorados,’ y no porque en ellos el oro se alcanzase sin fatiga alguna, sino porque los que entonces vivian ignoraban las palabras ¢uyo y mio, pues to- das las cosas eran comunes. Para el sustento ordinario no habia mas traba- jo que alzar la mano y recoger los dulces frutos de las robustas encinas. Las fuentes eran claras, y los rios, de aguas sabrosas y transparentes, y las soli- citas abejas daban a cualquiera la fértil cosecha de su dulcisimo trabajo. ‘Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia. No habia engaios, y Ja malicia no se mezclaba con la verdad. La justicia triunfaba sin que nadie la degradara por los favores ¢ intereses que hoy tanto la dafian. Entonces las hermosas pastoras andaban solas por donde querfan, con el cabello suelto y sin mas vestidos que algunas hojas verdes entretejidas para cubrir o que la honestidad requiere. Pero ahora, en estos detestables siglos, no estd segura ninguna mujer honrada, aunque se oculte en un laberinto co- mo el de Creta,* y por eso se instituyé la orden de los caballeros andantes, para defender a las doncellas, amparar a las viudas y socorrer a los huérfa- nos y a los necesitados. De esta orden soy yo, hermanos cabreros, a quie~ 2 jerigonza: jerga, lenguaje propio de un determinado oficio. 3 tasajo: tira de carne. 4 odre: cuero de cabra u otro animal en el que se guarda vino, aceite u otro Iiquido. 5 Los escritores antiguos de Grecia y Roma dividian la historia en cuatro edades: la de oro, la de plata, la de bronce y la de hierro. En cada uno de esos periodos la vida era peor que en el anterior: asi, mientras que en la edad de oro reinaba la felicidad, en la de hierro dominan la crueldad, la violencia y el egoismo. 6 El laberinto de Creta era un edificio de tan complicada estructura que los que entra- ban en él no lograban encontrar la salida. Lo construyé el rey Minos para encerrar en al Minotauro, monstruo mitad toro y mitad hombre. 73 Escaneado con CamScanner 5 (1, 11-12) 5» CAPITULO SE PRIMPRA PARTE / CAPITU amiyami spgtida que me hacéis nes agradezco el agasajo’ Y Ja buena ac ogida q cudero, qi obados y su habian exch el disurso embobades Y Suspel Los eabreros, que ha ‘incho callaba, coméa bellotas y ‘También 5: ‘d vino que estaba colgado de u sos, no respondieron palabra. menudo iba a enar el euerno del cucro ¢ uno de los eabreros dijo: acabar de agasajarle, ecuche a este rado. Antonio, canta ucro de aleomoque. AL fin, —Seiior caballero andante, para gal,’ que sabe leer y escribir, es miisico y esta enamo} nuestro huésped el romance de tus amores. —Que me place —respondié el mozo. Y sin hacerse el rabel’ y comenzé a cantar un romance. Cuando el mozo acabé, don Quijote le pidié que cantas ro Sancho Panza le advirtid a su amo: —EI trabajo que estos buenos hombres tienen durante todo el dia les permite pasar las noches cantando. —Ya te entiendo, Sancho —le respondié don Quijote—. Has bebido tanto vino que el cuerpo te pide dormir mas que oir musica. Acuéstate. de rogar, tem algo mas, donde quieras, que los de mi profesién estén mejor en vela que durmien: do. Pero, antes, Sancho, cirame otra vez esta oreja, que me duele mas lo que es menester. Asi lo hizo Sancho, pero uno de los cabreros vio la herida y dijo que él tenia = remedio con el que sanaria muy pronto. Cogié unas hojas de ro- me as a mezclé con un poco de sal; luego las aplico a la oreja, En esto, llegé de la aldea con provisiones otro cabrero llamado Pedro y dij —@Sabéis lo que pasa en el lugar, compafieros? —{Cémo lo vami 2 is 7 0s a saber? —respondié uno de ellos, —Pues fiana murié Grisésto jue mi que esta mai 16 Griséstomo. Y se murmu: i6 . ra qi uO que anda en traje de pastora por 8 zagal: pastor joven. 9 rabel: is instrumento pareci i Parecdo alld, que tenia tres cuerdas ¥ se tocab: “aba con un arco. 74 Escaneado con CamScanner s (1, 11-12) - CAPITULO SE! PRIMERA PART i: + 1 oie de la pefia donde vio a Marcela por prime- po, como si fuera moro," al pie de fa pefia donc por pi ra vez, Ma Don Quijote pregunts FI muerto era un hidalgo rico, la ciencia de las estrellas, porque nos ana vendrin a enterrarlo. ' + Pedro qquignes eran el mucrto y la pastora, que estudid cn Salamanca y vino de alli muy sabio y muy lefdo, Sabfa I del sol y de Ia luna, ‘nce, no cris —corrigi don Quijote. guid su relato: amunciaba el eris Amigo, se dice eclipse, Pero Pedro, sin reparar en nifierfas, pros! —También adivinaba cusindo el af seria abundante o estil. igo —dijo don Quijote. que todo viene a ser lo mismo, —Estéril queréis decir, —Estéril o estil —respondié Pedro—, Griséstomo hizo muy rico a su padre con los consejos que le daba: «este aiio sembrad cebada, no trigo; en este sembrad garbanzos, y no cebada». —Esa ciencia se llama astrologia —dijo don Quijote.” —Yo no sé cémo se llama —replicé Pedro—. El caso es que poco des- pués de volver Griséstomo de Salamanca, murié su padre y él heredé mu- chas fincas y casas, y gran cantidad de ganado y de dineros. Pero un dia se vistié de pastor, con su cayado y zamarra de piel,” para seguir a la pastora Marcela, de la que se habia enamorado. Escuchad, que ahora voy a deciros quién es ella. Habia en nuestra aldea un labrador atin mas rico que el pa- dre de Griséstomo, y tenia una hija tan bella que, cuando alcanzé los quin- ce afios, la fama de su hermosura y de su riqueza se extendié a muchas le~ guas a la redonda, y no habfa mozo que no se enamorase de ella nada mas verla. Murieron los padres de la bella Marcela y ella quedo al cargo de un tio, el cual le encarecia las cualidades de cada pretendiente, pero ella res- pondia que no deseaba casarse todavia, y que no se sentia preparada para Ievar la carga del matrimonio. Y he aqui que un dfa la melindrosa Marcela se fue de casa hecha pastora y decidié vivir libre en el campo, donde guar- da sus rebafios. Y en cuanto esto se supo, muchos ricos mancebos"? toma: 20 Los musulmanes y los suicidas no podfan ser enterrados en los cementerios cristianos. 11 En la época, los astrélogos se dedicaban principalmente a hacer predieciones sobre el clima, y recomendaban qué conventa sembrar dependiendo del tienpo previsto, 12. cayado: bast6n de mango curvado; zamarra: chaqueta de piel que u relator. 13. mancebo: joven soltero. que usa el pastor. 76 Escaneado con CamScanner GRISOSTOMO Y MARCELA ron también el traje de pastor y se fueron tras ella atraidos por su encanto y hermosura, Todos la requiebran! y sol funto Griséstomo, pero Maree an su amor, como hizo el di- todos desdefia y a ninguno da esperan- za, No lejos de aqui hay unas altas hayas, y en la corteza todas tienen gra- bado y escrito el nombre de Marcela, Aqui suspira un pastor, alli se queja otro; mis alli se oyen canciones de amor, y mis aca desesperadas poesias, y hay enamorados que pasan las noches Horando al pie de un pefiasco. Por todo esto, supongo que el desdén de Marcela es Ia causa de la muerte de Grisdstomo. Y asi os aconsejo, sefior, que mafiana no dejéis de ir a su en- tierro, que seré muy de ver, porque Griséstomo tiene muchos amigos. —Lo tendré en cuenta —dijo don Quijote—, y os agradezco el gusto que me habéis dado con tan sabrosa narracién. —Pero ahora —replicé el cabrero—, seri mejor que durmdis bajo te- cho, porque el sereno’ os podria dafiar la herida. Don Quijote se guarecié en la choza de Pedro, pero se pasé la mayor parte de la noche recordando a su sefiora Dulcinea, a imitacién de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomod6 entre Rocinante y su ju- mento, y durmié, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces. Apenas empezé a descubrirse el dia, los cabreros despertaron a don Quijote para ir al famoso entierro de Griséstomo. Sancho ensillé a Roci- ante y puso la albarda® al burro con mucha diligencia. Y, ya en camino, vieron a dos hombres a caballo que venfan acompafiados de tres criados. Se saludaron cortésmente y caminaron juntos al lugar del entierro. Uno de los caballeros, que se amaba Vivaldo, pregunté a don Quijote por qué iba armado de aquella manera por tierra tan pacifica. —Lo exige mi profesién —contesté don Quijote—. Yo soy caballero andante, aunque el menor de todos. "Apenas le oyeron esto, todos le tuvieron por loco. Y para averiguar qué clase de locura era la suya, Vivaldo le pregunté qué queria decir caballero 14 requebrar: piropear, decir cosas bonitas a una mujer. 15. elsereno: la humedad de la noche. 46 albarda: aparejo semejante a dos almohadas unidas que se pone en el lomo de un bu ro u otro animal para colocarle la carga encima. 77 Escaneado con CamScanner 2+ CAPITULO SEIS (1, 13) PRIMERA PARTE 1 Quijote que los caballeros andantes, ¢o- andante. cual respondié dor = a eee eee te de Hircania, iban buscando valeroso Felixma ar a los débiles y necesitados. yeeniosa y alegre, quiso darle oca mo Amadis de Gaula o el ¥ aventuras con dnimo de ayud Vi sona muy in| ms disparates, y le dijo: na aldo, que era per —Me parece, sefior eaballero andante, que vucstt profesién es una de ona tierra, Mas que lt de un file cartujo. Jas mas duras que hay 2 k . Quijote—, pues vivo mas ham- —Podria ser —respondié nuestro don briento y sediento, miserable, roto y piojoso 4 trabajosa y aporreada, aunque algunos caballero: emperadores por el valor de su brazo. —Una cosa me parece muy mal de ellos, y es que cuzndo acometen una peligrosa aventura, munca se encomiendan a Dios, como buenos cristianos, sino a sus damas, como si ellas fueran su Dios, cosa que huele a paganis- mo.” —Sefior —respondié don Quijote—, eso tiene que ser asi. Tiempo tie- nen durante la batalla de encomendarse a Dios. —Pero habri caballeros andantes que no tengan dama, porque nunca uc él. Mi profesién es mas s andantes Ilegaron a ser se han enamorado. —Eso no puede ser de ninguna manera —respondié don Quijote—. No hay caballero sin dama, como no hay cielo sin estrellas. —Entonces le suplico que nos diga el nombre, patria, calidad y hermo- sura de su dama. Aqui dio un gran suspiro don Quijote y dijo: —Su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y sefiora mia; y su hermosura, sobrehumana, pues sus cabellos son oro, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro'® su cuello, mérmol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrié la honestidad son tales, segiin pienso y entiendo, que sélo la sabia consideracién puede encarecerlas 17 Es decir, ‘cosa propia de quien no cree en Di "co enDi eae 18 alabasto: mineral de color blanco parecido al mammol 78 Escaneado con CamScanner ENTIERRO DE GRISOSTOMO Al ofr aquello, todos conocieron la falta de juicio de nuestro don Quijo- te, menos Sancho, que pensa 1 que su amo decfa verdad, aunque dudaba de la belleza de Dulcinea del Toboso porque nunca habia ofdo tal nombre. En esto vieron baj de la montafia a unos veinte pastores, todos con y coronas de ciprés y de amarga adelfa"” sobre la cabeza. 1 unas andas.”" zamarras negras Entre seis sosten —Aguellos pastores llevan el cuerpo de Griséstomo al pie de la monta- fia donde él mand6 que le enterrasen —dijo un cabrero. Se dieron prisa, y llegaron al pie de una pefia donde ya estaban cavando Ja sepultura. En las andas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, ves- tido de pastor, de unos treinta afios, de rostro hermoso. Todos los presen- tes guardaban un hondo silencio, hasta que un gran amigo del desdichado —Este cuerpo que con piadosos ojos veis es el de Griséstomo, que fue tinico en ingenio, extremo en gentileza, magnifico sin tasa. Amé y fue aborrecido. Aqui declaré por primera vez a Marcela su pensamiento, tan honesto como enamorado, y aqui lo desdefié ella por tiltima vez, y aqui puso él fin a la tragedia de su vida, y aqui quiso que lo depositaran en las entrajias del eterno olvido. De pronto una maravillosa vision se oftecié en la cima de la pefia. Era la pastora Marcela, tan hermosa que dejé a todos admirados y suspensos. Pero el amigo de Griséstomo dijo con animo indignado: 19 El ciprés y la adelfa, que es un arbusto venenoso, representaban el luto y se asociaban con los enamorados no correspondidos. 20 andas: tablero sobre el que se lleva en alto a una persona. 79 Escaneado con CamScanner ~ prinena Panta CAPITULO SEIA (I, 14) Dinos, mujer eruch, 2a qué vienes? 2A ver si con tu presencia sangran Ins heridas de este miserable a quien tu crucldad quité la vida?! Vengo —respondié Ia pastora Marcela— para que sepais que yo ng muerte de Griséstomo. Atended todos. El cielo me hizy hermosa, y todo lo hermoso merece ser amado, pero 10 sé por qué he de verme yo obligada a amar a quicn me ama. Yo naci libre, y para vivir Ibge 1a soledad de los campos, donde he luchado por conservar mi ko. nestidad, que es el adorno mas hermoso del alma. A lox que he enamorady con la vista, los he desengafiado con las palabras. Jarnas di esperanzas 2 que a Griséstomo lo maté su insistencia, no mi crueldad. Yo no soy culpable de I escogi nadie, estaba obligada a corresponderle, y en ese mismo lugar donde ahora cavdis su sepultura le dije que queria vivir en perpetua soledad. Si él insistié en navegar contra el viento, gqué culpa tengo yo de su naufragio? Que nadie me lame cruel ni homicida, porque yo nada prometo, nunca engafio y hasta ahora a nadie di palabra de amor. Yo soy libre y no quiero sujetarme anadie. Y sin querer ofr respuesta alguna, volvié la espalda y se entré por lo mis cerrado del monte, dejando a todos los presentes tan admirados de su dis- crecién como de su hermosura. En ese instante a don Quijote le parecié bien usar de su caballeria para socorrer a una doncella menesterosa, asi que puso la mano en el puiio de su espada y dijo en altas voces: —Que nadie se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de suftir mi furiosa indignacién. Ella ha mostrado con claras razones la poca 0 nin- guna culpa que ha tenido en la muerte de Griséstomo. Fuese 0 no por las amenazas de don Quijote, el caso es que nadie se movid, Acabada Ia sepultura, los pastores pusieron en ella el cuerpo Griséstomo, Ia cerraron con una gruesa piedra y esparcieron encima mu chas flores y ramos. Luego todos se dispersaron, mientras don Quijot que se habia despedido muy cortésmente de Vivaldo y de los cabreros, d&- cidié partir en busca de la pastora Marcela para ponerse a su servicio. 21 Segiin una creencia popular, el cadiver de las personas asesinadas sangraba por heridas cuando se le aceteaba su asesino, 80 Escaneado con CamScanner Donde se cuenta la desgraciada aventura de don Quijote con unos yangtieses y lo que le sucedié en una venta Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que don Quijote y su escudero buscaron a la pastora Marcela mas de dos horas por el bosque, pero no consiguieron encontrarla y fueron a parar a un prado de fresca yerba junto a un arroyo apacible que convidaba a pasar las horas de la siesta. Dejaron al jumento y a Rocinante pacer a sus anchas y ellos comieron en buena paz y compaiiia de lo que levaban en las alforjas. Ordené el diablo, que pocas veces duerme, que en aquel valle estuviera paciendo una manada de yeguas de unos arrieros yangiieses.’ A Rocinante Ie vino el deseo de refocilarse® con las sefioras jacas, y en cuanto las olié, sin pedir licencia a su duefio, tomé un trotecillo brioso y se fue a comuni- car su necesidad con ellas. Pero las yeguas tenian mas gana de pacer que de otra cosa, y lo recibieron con las herraduras y con los dientes, de tal mane- ra que pronto le rompieron las cinchas y Rocinante queds sin silla, en pe- ota. Pero lo que mas debié de sentir fue que los arrieros acudieron con es- tacas a defender a sus yeguas, y tantos palos le dieron, que lo derribaron y Jo dejaron malparado en el suelo, Al ver don Quijote y Sancho la paliza que recibia Rocinante, se acercaron jadeando, Veo, amigo Sancho —decia don Quijote—, que éstos no son caba- 1 yangieses: de Yanguas, que es un pueblo de Segovia, 2 ‘refecilarse: alegrarse, divertirse, 82 Escaneado con CamScanner DON QUIJOTE Y SANCHO, APALEADOS Ileros, sino gente socz y de han hecho a Rocinante, Qué venganza hemos de tomar —respondié Sancho—, si ellos son mis de veinte, y nosotros slo dos? Yo valgo por cien —replicé don Quijote. Y sin hacer mas discursos eché mano a la espada y atacé a los yangtieses, y lo mismo hizo Sancho Panza, incitado por el ejemplo de su amo. Don Quijote dio una cuchillada al primero que encontré y le partié en dos el sayo de cueto que vestia. Entonces los yangiieses echaron mano de sus es- ralea.) Aytidame a vengar la ofensa que le tacas y, rodeando a criado y amo, comenzaron a golpearlos con gran ahin- co y vehemencia. Al segundo repique dieron en el suelo con Sancho y don Quijote, quien cayé a los pies de Rocinante. Viendo los yangiieses la mal- dad que habian hecho, cargaron de prisa su recua y siguieron su camino. —;Sefior don Quijote? ;Ah, sefior don Quijote! —dijo Sancho Panza con voz enferma y lastimada. —,Qué quieres, Sancho hermano? —respondié don Quijote, con un tono afeminado y doliente. —Quisiera que vuestra merced me diese dos tragos de aquella bebida del feo Blas! para el quebrantamiento de huesos. —Ojalé la tuviera a mano —tespondié don Quijote—. Pero te juro, Sancho, que antes de dos dias, me haré con ella. —¥ cudntos dias tardaremos en mover los pies? —No lo sé. Pero yo tengo la culpa de todo, porque no debi sacar la es- pada contra hombres que no han sido armados caballeros. Asi que cuando vveas que gente canalla nos hace algiin agravio, tienes que castigarlos ti. —Sefior, yo soy hombre pacifico y sosegado, y sé pasar por alto cual- quier injuria, porque tengo mujer e hijos que sustentar. Asi que sepa vues- tra merced que no pienso poner mano ala espada ni contra villano ni con- tra caballero. —Si no fuera por el dolor que tengo en esta costilla, que apenas me de- ja hablar, te harfa entender el error en que estés. LT 3. Es decir, ‘gente grosera y de baja condici6n’. “| Sancho se refiere al bilsamo de Fierabrés (véase pig, 70). Al no entender la palabra Fierabris, la ha deformado asimilandola a dos palabras que conoce mejor: féo y Blas. 83 Escaneado con CamScanner SAPETULO SIETE (1, 15-16) PRIMERA PARTE © Mire vneatra merced si se puede levantar, y ayudaremos a Rogin : sipal d cinante, él fue la causa principal de este molimi, lento, aunque no te merece, porque ff cifica como yo, + Peto a persona casta® YAN p impo para conocer a las personas, pe Yo erein que Rocinante © falta mucho tie Suerte que mi jumento ha quedado libre de los eg bien dicen que ha fin, €l va bien servide igo Sancho dijo don Quijote—, que la vida de los caba. Heros andantes esti sujeta a mil peligros y desventuras, pero la desdicha siempre deja alguna puerta abierta, Y no me repliques més, Panza amigo, Saca ferzas de flaqueza, levintame y ponme encima de tu jumento, y vi- monos de aqui antes que In noche venga. Soltando treinta ayes, sesenta suspiros y ciento veinte pestes y renie- gos," Sancho se levant6, y medio doblado como un arco turco colocé la al- barda a su asno, y sobre ella atravesé el cuerpo de su amo. Luego levanté a Rocinante y lo até a su burro, y tirando de la reata se puso en marcha hacia el camino real.” A menos de una Jegua descubrié Sancho una venta, aunque don Quijo- te decia que tenia que ser castillo, y él que venta, y don Quijote que casti- Ilo, y sin acabar esta terca disputa entré Sancho por la puerta con toda su recua. Al ver a don Quijote atravesado sobre el asno, el ventero pregunté a Sancho qué le pasaba a su sefior. Sancho respondié que habia caido de una pefia abajo, y que venia con las costillas maltrechas, La ventera era mujer muy caritativa y con la ayuda de su hija, una doncella de muy buen pare- cer, acudié en seguida a curar a don Quijote. Servia en la venta asimismo una moza asturiana llamada Maritornes, ancha de cara, chata, tuerta de un ojo y no muy sana del otro, cargada de espaldas y que no media siete pal mos de los pies a la cabeza.* Entre esta gentil moza y Ia doncella hicieron Ja cama a don Quijote en un cobertizo que habia sido pajar, donde se alo~ jaba también un arriero, La maldita cama eran cuatro tablas y un colchéa tan delgado que parecia una colcha, En ella se acosté don Quijote, ¥ lueg® 5 casta: que evita mantener relaciones sexuales, 6 reniego: blasfemia, insulto ditigido contra 7 camino real: camino ancho que comunical alguna cosa sagrada, iba poblaciones im ; ; co a rtantes. 8 Esto es menos de metro y medto’, pues cada palmo equivale unos 21 centimet0> 84 Escaneado con CamScanner DON QUIJOTE Y MARITORNES Ja ventera y su hija le ur de cardenales, la venter ron todo el cuerpo de pomada. Al vérselo lleno dijo que aquello més parecian golpes que caida. No fueron golpes dijo Sancho—, sino que la pefia tenfa muchos picos y cada uno hizo su cardenal, También me duelen a mi un poco los lomos. —Entone: 's —respondid la ventera—, también vos os caisteis. No eai dijo Sancho Panza—, sino que, del sobresalto de ver caer a mi amo, me duele el cuerpo como si me hubieran dado mil palos. —Como se llama este caballero? —pregunté Maritornes. —Don Quijote de la Mancha —respondié Sancho—, y es caballero aventurero, de los mejores y mas fuertes que se han visto en el mundo. —zQué es un caballero aventurero? —replicé la moza. —Pues una cosa que en un santiamén se ve apaleado y emperador: hoy es el hombre mas desdichado del mundo y majfiana tendra dos o tres rei- nos para dar a su escudero. —Entonces —dijo la ventera—, gpor qué vos no tenéis algiin condado? —Atin es pronto —respondié Sancho—, pues hace slo un mes que andamos buscando las aventuras. ‘Toda esta plitica estaba escuchando muy atento don Quijote, que se senté en el lecho como pudo, toms de la mano a la ventera y le dijo: Hamar venturosa por haber alojado en —Fermosa sefiora, os podéi vuestro castillo a mi persona. Si cl amor no me tuviera tan sujeto a sus le- yes, los ojos de esta fermosa doncella serian duefios de mi libertad. Confusas estaban Ia ventera, su hija y la buena de Maritornes oyendo las palabras del andante caballero, que asi las entendian como si hablara en gtiego. Al cabo lo dejaron, y Maritornes acabé de curar a Sancho. La mo- za asturiana habia dado su palabra de que aquella noche acudiria a la cama del arriero para refocilarse con él, y no iba a faltar a su promesa. El duro y exiguo lecho de don Quijote era el que estaba primero en aquel estrellado establo,’ a su lado hizo Sancho el suyo, que consistia en una estera y una manta, y luego venia la cama del arriero, hecha con las al- bardas y mantas de su recua. Fue éste a dar el pienso a sus doce mulos y 9 extrellade: aqui, ‘que tenia el techo en tan mal estado que dejaba ver las estrellas’ 85. Escaneado con CamScanner (1, 16) 2» CAPITULO SE! PRIMERA PARTE + CAPITU a esperar a Maritornes. La ven, Tnego volvis y se tendid en el camastro a esper jaba cna lamps al a estaba en silencio, y no habia otra luz. que la que dabs Igada en medio del portal, ba Sancho acostado sin poder dormir En esta maravillosa quietud estaba a aera por el dolor de sus costillas y nuestro caballero tenia los ojos abiertos come una liebre."” A don Quijote le dio por imaginar que la hija del ventero era Ja hija del seitor del castillo en donde se alojaba y que i 1 a acostarse con len la cama, lo que comenzé a preocuparle y a hacerle pensar en el pelj- groso trance en que su honestidad se habfa de ver, pues en su corazén ha- bia decidido ser fiel a su sefiora Dulcinea del Toboso. A la hora convenida, asomé a la puerta la asturiana, en camisa y descal- za. Entré con pasos prudentes, buscando a tientas, con las manos hacia de- Jante, a su querido arriero, Al verla, don Quijote se senté en la cama a pesar del dolor de sus costillas, le tendié los brazos para recibirla, la asié de una munca, tird hacia sy la hizo sentar a su lado sin que ella osase hablar pala- bra. Al punto, don Quijote recibié el aliento a ensalada rancia arrojaba de la boca, y que a él le parecié olor suave y aromético. Luego le rent la camisa, que era de arpillera," aunque a él le pareci6 de seda, y al to- car sus cabellos, que tiraban a ctines, os tuvo por hilos de oro de Arabia que oscurecian el sol. Era tanta la ce; ‘guera del pobre hidalgo que ni el tacto ni el aliento ni otras cosas que harian vomitar a otro que no fuera arriero, lo de- sengafaban. Muy al contrario, la pinté en su imaginacién como las prince sas de los libros. Asi que, sujetindola bien, le dijo con voz baja y amorosa: —Alta y fermosa sefiora, aunque quisiera, no podria satisfaceros, por- que estoy molido y quebrantado, Pero hay otra imposil que debo ser fiel a mi sefiora Dulcinea del Tobose, Sin entender una sola palabra, Mariton Sj - sasirse. El arriero, que habia escuchado none ann a = resieabe ae Quijote, se acercé al lecho, ‘ ai eearg cazones de que la moza idad mayor, y es | an los tejido 4spero de estopa o cétamng, Te para dormin, 12 quijada: mandfbula, : 86 Escaneado con CamScanner 2+ CAPITULO SEIS (15 16) PRIMERA PART sangre. Y no contento con eso, se le subié encima y le pated las costillas de cabo a cabo, Pero el lecho, que ert un poco endeble, no pudo sufti el peso aftadido del artiero y se vino al suelo con gran ruido, Con el estruendo se perts el ventero y Ilamd a Maritornes y, viendo que no le respondia, se levants, encendié un candil y fue a donde sonaba la refriega. La asturiana, al ver acercarse a st amo, que era de condici6n terrible, se metié toda me- Grosica"® en la cama de Sancho, y alli se acurrucé y se hizo un ovillo, El ventero entré diciendo: —2Dénde estas, puta? Seguro que todo esto es cosa tuys En esto, Sancho se desperté asustado y, al notar casi encima un bulto de pesadilla, empez6 a darle pufiadas, y Maritornes a devolverlas, y los dos abrazados comenzaron la més refiida y graciosa escaramuza"* del mundo. des Acudié el arriero a socorrer a su dama y el ventero a castigar a la moza, a Ja que suponfa causante de toda aquella sonora trifulca, con lo que el arrie~ ro golpeaba a Sancho, Sancho a la moza, la moza a Sancho y el ventero a la moza. En éstas se apagé el candil y, como no veian nada, se daban todos sin compasién y a bulto, y con tanta fuerza que alli donde cafan sus manos no quedaba cosa sana. Al ofr el extrafio estruendo de la pelea, un guardia de la Santa Her- mandad que se alojaba por casualidad en Ia venta cogié su bastén" y entrd en el aposento gritando: —Ténganse a la justiciat El primero al que encontr6 fue a don Quijote, que estaba en su lecho boca arriba, sin sentido. A tientas le agarré de las barbas y, movia, pensé que estaba muerto, —jCierren la puerta de la venta! ;Que nadie se vaya! hombre! Esta voz sobresalté a todos y la pendencia se paré al instante, pues el ventero se retiré a su cuarto, la moza al suyo y el arriero se acosté a toda prisa en su lecho. Sélo don Quijote y Sancho no podian moverse, El cua como no se jHan matado aun 13 medrosa: temerosa. 14 escaramuza: rifia, trifulea. 15 Como signo de su autoridad, los cuadrilleros 0 ‘guardias de la Santa Hermandad lle vaban un bastén corto. 88 Escaneado con CamScanner EL SECRETO DE DON QUIJOTE drillero salié a buscar luz. para detener alos delincuentes, pero el ventero habia apaga do la Kimpara del portal, ast que el de la Santa Hermandad tu- vo que acudir a la chimenea para encender otro candi Cuando don Quijote volvis en sf del desmayo, dijo con el mismo tono doliente de antes: —Sancho ami o, eduermes? zDuermes, amigo Sancho? Qué diablos voy a dormir! —respondié Sancho, lleno de pesadum- bre. —Me has de jurar guardar un secreto hasta después de mi muerte. —Lo juro —respondié Sancho—, aunque yo soy enemigo de guardar secretos, porque se me acaban pudriendo las tripas. —Sea lo que fuere, me fio de tu amor y cortesia. Has de saber que esta noche me ha sucedido una de las més extrafias aventuras que puedan vivir- se. Te la contaré brevemente. Hace poco vino a mi la hija del sefior de este castillo, que ¢s la mas fermosa doncella que hay en gran parte de la tierra. Qué te podria decir de su belleza, de su entendimiento y de otras cosas ocultas que me callo por respeto a mi Dufcinea? La ventura la puso en mis manos y estaba yo con ella en dulcisimo y amorosisimo coloquio, pero, co- mo este castillo esta encantado, sin saber cémo, la mano de un descomu- nal gigante me asest6 tal pufiada en las quijadas, que las tengo bafiadas en sangre. Y después me molié tanto, que estoy peor que ayer, cuando los arrieros nos agraviaron por los excesos de Rocinante. —Pues a mi —respondié Sancho—, me han aporreado mis de cuatro cientos moros. Al menos vuestra merced tuvo en sus manos la incompara- ble fermosura que ha dicho, pero yo, equé tuve, sino los mayores porrazos que pienso recibir en toda mi vida? ;Desdichado de mi y de la madre que me parid, que no soy caballero andante y en todas las malandanzas me ca~ be la peor parte! —Entonces, gtambién ti estas aporreado? —dijo don Quijote. —JNo le he dicho que si? , —No tengas pena, amigo, que yo haré ahora el balsamo precioso con el que sanaremos en un abrir y cerrar de ojos. 16 candit: lamparilla portétil que funciona con aceite, 89 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAPITULO SEIS (1,17) il de aceite cn la mano, en ca- En esto entré el cuadrillero con un eandil de aceite en la en ca misa, ancho dijo: on gorto de dormig, y al verlo S Seitor, gacaso seri este el moro encantado, qu re viene a castigarnos otra ver?" —No pucde ser el moro —respondis don Quijote—, porque los en- cantados son invisibles. Aunque don Quijote estaba pilido, boca arriba y sin poder moverse, el guardia se queds suspenso de verlo vivo y en tan sosegada conversacién, y pregunts: —zCémo va, buen hombre? —2Asi se habla en esta tierra a los caballeros andantes, majadero?!* El cuadrillero, que se vio tratar tan mal, no se pudo contener y dio a don Quijote un candilazo en la cabeza que lo descalabré. —Sin duda, sefior, que el moro era encantado —dijo Sancho en Ia os- curidad cuando el cuadrillero ya se hab{a ido—. A otros guarda el tesoro,"” y los puftetazos los guarda para nosotros. —Asi es —respondié don Quijote—, pero no hagas caso de estas cosas de encantamiento, sino levantate si puedes y llama al alcaide de esta forta- leza para que me dé un poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el bal- samo de Fierabris, que ahora lo necesito mas que nunca. Se levanté Sancho con harto dolor de sus huesos y fue a oscuras en busca del ventero, que le dio cuanto quiso. Cuando volvié al aposento, don Quijote estaba con las manos en la cabeza quejindose del dolor del candi- Jazo, que le habia levantado dos buenos chichones, y palpando lo que ereia que era sangre, aunque en verdad no eran més que gotas de sudor. En pre~ sencia de Sancho y del ventero, el malherido caballero eché los ingredien- tes en una aceitera de hojalata y dijo mas de ochenta padrenuestros y otras tantas avemarias, salves y credos, y a cada palabra acompafiaba una cru, a modo de bendicién. Hecho esto, se bebié casi medio azumbre,” y apenas 17 El cuadrillero parece un moro porque va en camisa imagen de los moros con albornoz y turbante, 18 En la época, lamar a alguien buen bombre se consideraba ofensivo, 19 La figura del moro que vigila los tesoros de su sefior abundabs ent, 20 Esto es, ‘casi un litro’. yllleva un gorro, lo que recuerda la en los cuentos populares. 90 Escaneado con CamScanner EFECTOS DEL BALSAMO DE FIERABRAS Jo acabé de beber, cuando comenzé a vomitar, hasta que no le quedé cosa en el estémago; y con la agitacién del vémito le dio un sudor abundantisi- mo, por lo cual mandé que le arropasen y le dejasen solo, Asi lo hicieron, y durmié mis de tres hor: , al cabo de las cuales desperté y se sintié muy aliviado, de tal manera que se tuvo por sano y crey6 que habia acertado con el bilsamo de Fierabris, También a Sancho Panza le parecié un milagro Ia mejoria de su amo, asi que le pidio lo que quedaba en la lata, que no era poco. Se lo concedié don Quijote, y él, a dos manos y con mucha fe, se lo tragé. Pero el esté- mago del pobre Sancho no debia de ser tan delicado como el de su amo, y, asi, antes de vomitar le dieron tantas arcadas, sudores y desmayos, que pensé que verdaderamente habia legado su iltima hora, por lo que mal- decia el bilsamo y al ladrén que se lo habia dado. Viéndole asi, don Qui- jote le dijo: —Yo creo, Sancho, que este mal te viene por no haber sido armado ca- ballero. Creo que este licor no aprovecha a los que no lo son. —Si eso sabia vuestra merced —replicé Sancho—, gpor qué permiti6 que lo gustase? En esto hizo su operacién el brebaje y comenzé el pobre escudero a de- saguar por los dos canales* con tanta prisa que ni la manta ni Ia estera donde estaba echado sirvieron en adelante para nada. Y sudaba con tales agobios que él y todos pensaron que se le acababa la vida. Le duré esta bo- rrasca casi dos horas, al cabo de las cuales se quedé tan molido y quebran- tado, que no se podia tener en pie. En cambio, don Quijote ya se encontraba aliviado y sano, y ardia en deseos de partir en busca de aventuras. Asi que él mismo ensill6 a Roci- nante y puso la albarda al jumento. Luego fue a buscar a su escudero, a quien ayuds a vestirse y a subir al asno, mientras lo miraban todos cuantos estaban en la venta, que eran més de veinte. Don Quijote monté a caballo y con voz muy reposada se despidié del ventero: —Seiior alcaide, muchas y grandes mercedes he recibido en vuestro castillo. Si os las puedo pagar vengindoos de algtin ofensor, decidmelo. 21 Es decir, ‘por la boca y por el ano’. 91 Escaneado con CamScanner PRIMPRA PARTE © CAPITULO SEIS (1, 17) aller —regpondis el ventero con el mismo sosiego—, s6lg caballere a cama y la cebada de las dos bestias, enta? Seftor necesito que me pague | —Entonees, gesto es una respondid el ventero. muy honrads , —En verdad pensé que era castillo, y no malo, Pero si es venta, perdo- he lefdo en los libros que los caballe- nad por ahora el pago, porque nunc: : ros andantes pagasen posada. Al contrario: se les debe buena acogida, por- que padecen muchos trabajos buscando aventuras de dia y de noche, con calor y con frio, con sed y con hambre, a pie y a caballo. —Poco tengo que ver yo con eso —respondié el ventero—, Pagueme lo que me debe y dejémonos de cuentos. —Sois un necio y un mal hostelero! —sentencié don Quijote, y, arrean- do a Rocinante, salié de la venta sin mirar si le seguia su escudero. El ventero, que le vio ir y que no le pagaba, fue a cobrar de Sancho, el cual dijo que tampoco él pagaba, porque la misma regla regia para el escu- dero que para el caballero andante, —Pagadme si no queréis arrepentitos —le amenaz6 el ventero. Quiso la mala suerte de Sancho que entre los huéspedes de la venta hu- biera cuatro tejedores de Segovia, tres alfileteros”2 cordobeses y dos sevilla- nos, gente alegre, maleante y juguetona. Uno de ellos entré por una manta y los demas se acercaron a Sancho, lo apearon del asno y lo sacaron al co- trada, Fue entonces cuando por en muy alta, vio subir y bajar a Sanch Probé desde el caballo a subir a lo cima de la pared del © Por el aire con much; alto de la tapia para s; corral, que no era iQ gra altar 22 affletero: el que fabrica agujas 0 alfileres, 28 Mantear alos perros era una diversén habitual durante el C ‘arnaval, 92 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAPITULO SEIS (I, 17) ado que no pudo ni apearse, asi que empez6 a Janzar tantas injurias y palabras ofensivas contra los manteadores, que no se pueden escribir, Estos no dejaban de reir, y Sancho de mezclar quejas con ruegos y amenazas. Cuando se cansaron de mantearlo, lo montaron en su asno y lo arroparon con su gabén.* La compasiva Maritornes, viendo a Sancho tan fatigado, lo socorrié con un jarro de agua fria recién sacada del pozo. El escudero se lo llevé a la boca, pero se paré a las voces que su amo le dabaz —jHijo Sancho, no bebas agua! ;Hijo, no la bebas, que te matara! Aqui tengo el santisimo bilsamo —afiadié, ensefiandole Ia ata del brebaje—, que con sdlo dos gotas te sanara. estaba tan molido y quebr: Sancho volvié los ojos con enfado, y dijo con mayores voces: —ZSe ha olvidado vuestra merced de que no soy caballero? O quiere que vomite las entrafias que me quedaron de anoche? ;Guarde su licor con todos los diablos! Dio un trago, pero como era agua no siguié bebiendo, y le rogé a Mari- tomes que le trajera vino. Ella se lo trajo, y Sancho lo pagé con su dinero. Después de beber, el escudero arreé el asno con los talones y, como ya ha- bian abierto la puerta de par en par, salié de la venta muy contento de no haber pagado nada, aunque hubiera sido a costa de sus espaldas, Verdad es que el ventero se quedé con sus alforjas, pero Sancho no las eché entonces en falta, de tan turbado como iba. 24 gabén: chaquetén con capucha. 94 Escaneado con CamScanner 8 La batalla contra los polvorientos ejércitos, el cuerpo muerto y la aventura de los batanes Sin fuerzas para arrear a su jumento, Sancho Panza Ilegé hasta donde es- taba su amo. Al ver a su escudero tan marchito y desmayado, le dijo don Quijote: —Ahora, Sancho bueno, estoy seguro de que el castillo o venta estaban encantados. Digo esto porque soto podian ser fantasmas los que tan atroz~ mente se han divertido contigo, y porque yo no pude apearme de Roci- nante para vengarte de aquellos follones y malandrines.? —Pues yo digo, sefior, que los que me mantearon no eran fantasmas ni encantadores, sino hombres de carne y hueso como nosotros. Oi sus nom- bres cuando me volteaban, y uno se Ilamaba Pedro, otro Tenorio Hernan- dez y el ventero Juan Palomeque el Zurdo... De todo esto saco en limpio que estas aventuras nos traerdn tantas desventuras, que no sabremos cual es nuestro pie derecho. Seria més acertado volver a casa, ahora que es tiem- po de la siega, y dejarnos de andar de Ia ceca a la meca. Qué poco sabes de caballerfas, Sancho! —contest6 don Quijote—. Calla y ten paciencia, que ya vendré el dia en que veas qué honroso es an- dar en este ejercicio. —Es posible —dijo Sancho—, pero desde que somos caballeros an- dantes todo ha sido palos y més patos. 1 follones y malandrines: traidores y malvados. 95 Escaneado con CamScanner ON PRIMERA PARTE + CAPITULO OCHO (1, 18) f ‘os iban los dos, cuando nuestro caballero vio veni En estos cologuins than los dos, cuando nuestro ea © venir por y espesa polvareda, Se volvid a Sancho y le dijo: dle . joh Sanchol, en ef que se ha de mostrar el valor de mj que quedarin escritas en el libro de la fama por log 1 polvareda, Sancho? Pues es un gran ej. el camino una g ste es eld brazo, Hoy haré ob de los siglos. ¢Ves aquel siglos cito que por alli viene marchando. —Pues serin dos —dijo Sancho—, porque por alli se levanta otra pol- vareda igual. Se volvié don Quijote y vio que era verdad. Se alegré sobremanera, pensando sin duda alguna que eran dos ejércitos que venian a embestirse en mitad de aquella espaciosa lanura, porque tenia a todas horas Ia fanta- sia lena de las batallas, los encantamientos, desatinos, amores y desafios que en los libros de caballerias se cuentan. La polvareda que habia visto la levantaban dos grandes manadas de ovejas y carneros que se dirigian al mismo camino desde dos sitios diferentes. Y con tanto ahinco afirmaba don Quijote que eran ejércitos, que Sancho se lo creyé. —Seiior, ahora qué hemos de hacer nosotros? —dijo Sancho. —cQué? Ayudar a los necesitados y desvalidos. Este ejército que viene de frente lo conduce el gran emperador Alifanfarén, sefior de 1a isla Tra- pobana; y este otro que marcha a mis espaldas es el de su enemigo, el rey de los garamantas, al que Haman Pentapolin del Arremangado Brazo por- que siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo? —Y gpor qué se quieren tan mal estos dos sefiores? —Porque Alifanfarén es un furibundo pagano? y esti enamorado de la hija de Pentapolin, que es una cristiana muy hermosa, y su padre no se la quiere entregar hasta que Alifanfarén deje la ley del falso profeta Ma- homa. —iPor mis barbas —dijo Sancho— que hace muy bien Pentapolin, ¥ yo le tengo de ayudar en lo que pueda! sDénde dejamos a este asno, part que lo encontremos después de la reftiega? 2 Cervantes atribuye a los caballeros nombres que don Quijote considera majestuosos pero que en verdad resultan ridiculos. En la época, Trapobana era el nombre que s¢ © daba a la lejana isla de Ceilén (Sri Lanka). Los garamantas vivian en el sur de Libis. 3 pagano: aqui, ‘musulman’, 96 Escaneado con CamScanner LOS EERCITOS DE OVEJAS —Dgjalo correr a sus enturas —dijo don Quijote—, Da lo mismo que se pierda, porque después de la victoria tendremos tantos caballos que Rocinante corre peligro de que lo cambie por otro. Pero subamos a aquella Joma, que quiero ver mejor a los caballeros principales de los dos ¢jércitos. Asilo hicieron y, aunque las nubes de polvo que levantaban los rebatios le cegaban la vista, don Quijote sefialab: —Aguel caballero que trae en el escudo tres coronas de plata es el te- mido Micocolembo, gran duque de Quirocia, y el otro de miembros gi- gantes que esti a su derecha es Brandabarbarin de Boliche, sefior de las tres Arabias. Pero vuelve los ojos a esta otra parte, Sancho, y vers al frente de su ejército al jams vencido Timonel de Carcajona, que trae pintado en el escudo un gato de oro con un lema que dice «Miau», que es el principio del nombre de su dama, la sin par Miulina, hija del duque Alfefiquén del Algarbe. Y aquel otro poderoso caballero es Espartafilardo del Bosque. Estaba Sancho Panza colgado de las palabras de su amo, sin decir nada, y de cuando en cuando volvia la cabeza a ver si veia los caballeros y gigan- tes que don Quijote nombraba; y como no descubria a ninguno, dijo: —Sefior, yo no los veo. Debe de ser encantamiento, como los fantas- mas de anoche. Cémo dices eso? —respondié don Quijote—. {No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los tambores? —Yo no oigo més que balidos de ovejas y carneros —dijo Sancho. Y asi era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebafios. —EI miedo, Sancho, hace que ni veas ni oigas nada a derechas, porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son. Si tanto temes, apartate y déjame solo, que yo solo me basto para conquistar la victoria. Y, diciendo esto, picd espuelas a Rocinante y, lanza en ristre, bajé de la Joma como un rayo, Sancho le daba voces: —Vuélvase, sefior don Quijote, que son carneros y ovejas las que va a embestir! ;Qué locura es ésta? Mire que no hay gigantes ni caballeros. Qué es lo que hace? ;Pecador de mi! Pero don Quijote no atendié a razones, y se metié en medio del escua- drén de las ovejas, y comenz6 a alancearlas con mucho coraje. Los pasto- 97 Escaneado con CamScanner 1.0 ocHo (1, 18) primera parte CAPT res le da ese el cro, C 0 No -. 11 vores para que no iciese aquello, pero, como no Tes hacta eq. rojaron piedras como el putio. Don Quijote 80, sacaron Tas hondas! y le sin preoeuparse de las pedradas, deefa: Dende estis, soberbio Mifanti solo soy En esto una peladilla de arroyo* le dio en un costado y le sepulté dos cos- tillas en el cuerpo. Viéndose tan ma Itrecho, don Quijote se crey6 muerto 9 malherido, asi que samo, la Mev a Ia boca y comenz6 a echar licor en el estémago. Pero antes de que acabara, Hegé otra almendra que le dio tan de Heno en la mano que hizo pedazos Ia aceite- ra, le machacé dos dedos y Ie llevé de paso tres o cuatro dientes y muelas. Los dos golpes fueron tan fuertes, que el pobre hidalgo se cayé del ca- ballo. Se acercaron los pastores y creyeron que le habian matado, asi que con mucha prisa recogieron el ganado, se hicieron cargo de las reses muer- Gn? Vente a mi, que un caballero 6 In aceitera que contenia el ba tas, que pasaban de siete, y se fueron. Durante todo este tiempo Sancho habia mirado desde la loma las locu- ras de su amo, y se arrancaba las barbas, maldiciendo la hora en que lo ha- bia conocido. Cuando se fueron los pastores, bajé de la cuesta y hallé al caballero con muy mal aspecto, aunque no habia perdido el sentido. —No le decia yo, sefior don Quijote, que no eran ejércitos, sino ma- nadas de carneros? —Sabete, Sancho, que el maligno encantador que me persigue envidia la gloria que yo iba a alcanzar y por eso ha cambiado los escuadrones de enemigos en rebafios de ovejas. Pero ahora, Sancho, necesito tu ayuda. Mira a ver cusntas muelas y dientes me faltan. " Sancho se acercé tanto que casi le metia los ojos en la boca, y sucedi6 que justo entonces el bilsamo obré su efecto y el estsmago de don Quijote arrojé de si, como un escopetazo, cuanto tenia dentro, y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero. —jSanta Maria! —dijo Sancho—, zqué es esto? Sin duda mi amo esti herido de muerte, pues vomita sangre por la boca, 4 honda: tira de cuero o trenza de esparto para lanzar 5 Es decir, ‘un guijarro’. Se trata de una metifora ed por ‘piedra’. piedras con gran fuerza. mica, como mas adelante a/mendnt 98 Escaneado con CamScanner ad primnra PARTE © CAPITULO OCHO (1, 18) eché de ver en el color, sabor y olor que no Pero, reparando an poco, ' ! Y fue tanto el asco que fe dio ern sangre, sino ef bélsamo: de Ia aceitera ; : aque ae Te revolvid el estimago y vomité las tripas sobre st sefior, y qued,. non entrambos como de perlas. / ar de las alforjas con qué limpiarse y con qué curar a 1 punto de perder el juicio. Se maldijg Vue Sancho a siamo, y como no las hallé estuvo y deeidis dejar a don Qu diese el salario de lo servido y Ia insula prometida. Entretanto se levants don Quijote y, con Ia mano izquierda puesta en Ia boca para que no se le acabasen de salir los dientes, asié con la otra ma- nante, que nunca se habia movido de junto a su amo ote y volverse a su aldea, aunque per- de no las riendas de Ro (asi era de leal), y se fue a donde estaba su escudero. Lo vio tan triste, e pecho apoyado sobre el asno, y la mano en la mejilla, como muy pensativo, que le dijo: —Sabete, Sancho, que todas estas borrascas son sefiales de bonanza, porque no hay bien ni mal que no se acaben, y si ha durado tanto el mal, el bien esta ya cerca. Asi que no te acongojes por las desgracias que me suce- den, porque a ti no te tocan. —Cémo que no? —respondié Sancho—. Al que ayer mantearon, era otro que el hijo de mi padre? 2Y dénde estén mis alforjas con todas mis al- hajas® — Que te faltan las alforjas, Sancho? —pregunté don Quijote. —Si que me faltan, —Entonces no tenemos qué comer hoy. —Vuestra merced tiene hierbas de ese prado, que para algo es caballero andante —replicé Sancho, —Ahora preferiria una hogaza de pan y dos sardinas ahumadas. Pero, en fin, Sancho el bueno, sube a tu jumento y vente detris, que Dios provee- 14, como provee a los mosquitos, a los gusanillos Ya los renacuajos, y & tan piadoso, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y llueve sobre tos ¢ injustos.” 6 albajas: aqui, ‘cosas necesarias 7 Son frases procedentes del Evangelio de san Mateo, 100 Escaneado con CamScanner DON QUIJOTE, DESDENTADO —Vuestra merced —dijo Sancho— seria mejor predicador que caballe- ro andante. —De todo han de saber los caballeros andantes, Sancho. Pero dame ac la mano, y técame con el dedo, y mira bien cudntos dientes y muelas me faltan de este lado derecho, que es donde tengo el dolor. Metié Sancho los dedos en la boca de su amo, y mientras tanteaba le dijo: —;Cuantas muelas tenia vuestra merced en esta parte? —Cuatro, y la del juicio, todas enteras y muy sanas. —Mire bien lo que dice, sefior. —Digo cuatro, o cinco —respondié don Quijote—, porque en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca. —Pues en esta parte de abajo tiene dos muelas y media; y en la de arri- ba, ni media, ni ninguna, que esté rasa como la palma de la mano. —jDesventurado de mi! —dijo don Quijote—. Mejor me hubieran de- rribado un brazo, porque la boca sin muelas es como molino sin piedra, y hay que estimar un diente mds que un diamante. Sube a tu asno, amigo, y guiame, que yo te seguiré. Asi lo hizo Sancho, y se encaminé hacia donde esperaba encontrar re- fugio, sin salirse del camino real. Iban poco a poco, porque a don Quijote el dolor de las quijadas no le daba sosiego. Y asi fue que la noche se les eché encima en mitad del camino. Como no tenia alforjas, Sancho iba hambriento, y su amo con ganas de comer. De pronto vieron en la oscuridad una multitud de luces como estrellas que se movian. Se pasmé Sancho y tir6 de la cuerda del burro, y don Qui- jote de las riendas de Rocinante, y los dos se quedaron quietos, observan- do las luces que se les iban acercando, hasta que Sancho empez6 a temblar como un azogado,* y a don Quijote se le erizaron los pelos de la cabeza, —Esta, Sancho, debe de ser grandisima y peligrosisima aventura. —Desdichado de mi! —respondié Sancho. ;Pobres costillas mias, si esta aventura es de fantasmas! —Ten buen 4nimo, que no consentiré que te toquen ni un pelo de la ropa —dijo don Quijote. 8 Es decir, ‘como un envenenado por ingerir o inhalar mercurio (azogue). 101 ~~ Escaneado con CamScanner Mera partis CA 0 OCHO (1, 19) BR descubrieron que era una veintena de enca AL acerearse mis las Ince r* cacendidas en los manos, oe cha misados. todos eal yan ache!” ence 2 baja y compasiva, murmuraban entre sf con vor baji y ¢ : Ie aciajinetes enlutados bases una litera" cubierta de patio negro rodeada de seis j a pezuna de las mulas, : os arn tales horas y en aquel despoblado, end de miedo Tan extrana vision, a tales : an extr tuviera Detras del cortejo venig 5 jiente c iente, como el coraz6n de Sancho, que empez6 a dar diente con di : i scalotrios de fiebre. Don Quijote, en cambio, se figuré que Ga la — : r ebia vengar, asi que se ende- nia un malherido o muerto caballero al que debfa veng j ie s le. Ila, enristré la lanza y, bien plantado en mitad del camino, ales rez6 en la la voz y dijo: — hon. —iAlto, caballeros! Dadme cuenta de quién sois, de dénde venis, adén- de vais y a quién lev: : —Vamos de prisa y no nos podemos parar —dijo ci primer encamisa- do. Y picd ala mula para pasar de largo, pero don Quijote agarré al animal por la brida, mientras replicaba: —O me dais cuenta de lo que he preguntado, o conmigo sois todos en batalla. Como la mula era asustadiza, se espants de manera que, alzindose so- bre sus patas traseras, dio con su duefio en el suelo. Entonces un mozo co- menz6 a insultar a gritos a don Quijote, el cual, ya encolerizado, arremetié lanza en ristre contra uno de los enlu viéndose contra los demas, desbarataba, pues en aquel i tados y dio con él en tierra, y revol- era cosa de ver con qué rapidez los atacaba y 9 Don Quijote confunde a los caminantes con encamisados, los ataques nocturnos, se ponian las camise sobi . curidad de la noche y distinguirse de 10 aca velas de cera, grande y grucen 11. tera: vehiculo cubierto, con unas le y BS varas se trasladaba a una persona, ‘los Indos para transportarlo, en el qué €sto es, los soldados que, en re la coraza para reconocerse en la 0s los enemigos, 102 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE « CAPITULO OCHO (1, 19) a todos, y todos creyeron que aquél no era hombre, sino un diablo del infierno que venfa a Hevarse el cuerpo muerto en la litera. Todo esto lo miraba Sancho, admirado del atrevimiento de su amo. —Sin duda mi sefior es tan valiente y esforzado como dice —se decia, Don Quijote se acereé al primero que habia derribado y le puso la pun- ta del —Rindete, o eres muerto. —Rendido estoy, y con una pierna quebrada —dijo el aterrorizado caf- do—. Suplico a vuestra merced que no me mate, si es caballero cristiano, pues soy hombre de Iglesia. —Pues, squién diablos os ha traido aqui? —Mi desventura, sefior. Vengo de Baeza” con otros once sacerdotes y voy a Segovia acompafiando a un cuerpo muerto que va en la litera. Allile janzon en el rostro. daremos sepultura. —2Y quién lo mats? —Dios, por medio de unas fiebres. —Entonces no tengo que vengar su muerte, porque siendo El hay que callar y resignarse, pero sepa que yo soy don Quijote de la Mancha, y mi oficio es andar por el mundo enderezando tuertos" y desfaciendo agravios. —Pues no sé yo cémo se puede enderezar esta pierna tuerta, que me la habéis quebrado, y no volver a estar derecha en todos los dias de mi vida. Sefior caballero andante, ayiideme a salir de debajo de esta mula. Don Quijote dio voces a Sancho para que viniese, pero el escudero an- daba desvalijando una mula grande cargada de comida. Después de reco- ger lo que pudo en su gabin y ponerlo sobre su jumento, hizo caso a las voces de su amo y ayudé a sacar al herido de la opresién de la mula y 4 montarlo en ella. —Si le preguntan quién le ha puesto asi —dijo Sancho—, diga que el valeroso don Quijote de la Mancha, también llamado el Caballero de la Triste Figura. Se fue el encamisado y don Quijote pregunté a su escudero por qué lo habja llamado asi ahora, y no antes. 12 Baeza es una ciudad de Jaén. 13 ‘wert “injusticia’, aunque el clérigo lo usa enseguida con el sentido de ‘torcido!. 104 Escaneado con CamScanner EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA —Porque —respondid Sancho— a ja luz de aquel veldn tiene vuestra merced la mas mala figura que jamais he visto, bien sea por el cansancio 0 por la mala cara que le ha puesto la falta de muclas y dientes. —No es eso, sino que el sabio que escribe mis hazafias te ha dictado ese nombre de Caba lero de la Triste Figura, que es como pienso Hamarme en adelante, Y para que mejor me cuadre el nombre, pintaré una muy triste imagen en mi escudo. —No hay por qué gastar tiempo y dincros en eso. Basta con que descu- bra su rostro y todos le llamaran el de la Triste Figura. Se rié don Quijote, y luego dijo que queria ver el cuerpo que venia en la litera. Sancho, sin embargo, no lo consintié. —Serior, esta aventura ya esta acabada. Y esta gente, aunque vencida y desbaratada, podria volver para vengarse si se da cuenta de que los vencié un solo caballero, Marchémonos cuanto antes y, como dicen, vayanse el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Don Quijote y Sancho Panza siguieron adelante y pronto Ilegaron a un valle tan espacioso como escondido. Se apearon, y, tumbados sobre la ver- de hierba, desayunaron, comieron, merendaron y cenaron de una sola vez, Menando sus estémagos con més de una fiambrera que levaban los clérigos del difunto, que, como todos los clétigos, suelen cuidarse bien. Pero les ocurrié otra desgracia, y es que no tenfan vino ni agua que Ile- varse a la boca. —Serior mio —dijo Sancho—, estas yerbas dan testimonio de que de- be de estar cerca alguna fuente, asi que seré mejor que vayamos mis ade- lante. Le parecié bien a don Quijote, y levando de la rienda a los animales caminaron por el prado arriba a tientas, porque la oscuridad de la noche no les dejaba ver cosa alguna. No habian dado doscientos pasos, cuando llegé a sus ofdos un gran ruido de agua que se despefiaba, y se alegraron mucho pensando que podrian saciar Ia sed. Pero de pronto oyeron otro es- truendo que les agué el contento del agua, sobre todo a Sancho, que era hombre de natural medroso. Era un ruido de golpes dados a compis, con un crujir de hierros y cadenas que pusieran pavor a cualquier otro corazén que no fuera el de don Quijote. 105 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE * capfTULo OCHO (1, 20) i ¢ la noche, el ruido de La soledad del sitio, In oscuridad de la noche, ¢ | agua : todo salté sobre Rocinante y, Nel aba horror y susutro de las hojas de los arboles, jusaba h ¥ €SPanto, Par, don Quijote, con intrépido coraz6n, embrarand, el escudo, dijo: i —Sancho amigo, yo soy aquel para quien estén suardadas las grande, 5 y los valerosos hechos. Ast que aprieta un poco las cinchas a Rog. ante, y espérame aqui, aunque no mas de tres dias, y sino volviere, vere 4 incomparable sefiora mia Dulcinea que su cautivg ¢,. ballero murié por ser digno de ella. Cuando Sancho oyé las palabras de su amo, comenzé a llorar con fy mayor ternura del mundo y a decirle: —Seiior, mejor seria desviarnos del peligro, aunque no bebamos en tres dias. Y como no nos ve nadie, nadie nos tendra por cobardes, pues yo he oido predicar al cura de nuestro lugar que quien busca el peligro perece en 1. Asi que no est bien tentar a Dios. Yo sali de mi tierra y dejé hijos y mujer por servir a vuestra merced, creyendo aleanzar aquella malhadada insula que tantas veces me ha prometido; pero la codicia rompe el saco. No me deje solo en este lugar tan apartado. Aplace al menos esta temerosa aventura hasta que llegue el dia, que de aqui al alba no hay ni tres horas. —Filte lo que faltare —respondié don Quijote—, ni ligrimas ni rue gos me apartarin de mi deber de caballero. Y asi te mando, Sancho, que calles. Aprieta las cinchas de Rocinante y quédate aqui, que yo volver pronto, vivo o muerto. Viendo, pues, Sancho Ja resolucién de su amo, decidié valerse de algu- na industria para hacerle esperar hasta el amanecer. Y para ello, mient8 apretaba las cinchas al caballo, até sin ser sentido el ramal!® de su asno los dos pies de Rocinante, de manera que, cuando don Quijote se quis? partir, no pudo, porque el caballo no se podia mover sino a saltos. —Ea, sefior —dijo Sancho—, el cielo se ha conmovido con mis kigri- mas y ha ordenado que no se mueva Rocinante, Si es asi, Sancho —replicé don Quijote, desesperado por no pode! acometer aquella aventura—, yo esperaré contento a que ria el alba. 14 industria: estratagema, ardid, 15 ramak: cabestro, cuerda que se ata ala cabeza de un animal para tirar de él o dirigitlo- al Toboso, y di 106 Escaneado con CamScanner EL CUENTO DE LAS CABRAS —Y yo contaré cuentos para entretenerle, a no ser que prefiera apearse y dormir un poco sobre Ia verde yerba para hallarse mas descansado cuan- do llegue el dia. —¢Soy yo por ventura de aquellos caballeros que toman reposo en los | peligros? Duerme ti, que naciste para dormir, o haz lo que quieras. No se enoje vuestra merced, sefior mio —respondié Sancho, abra- zindose al muslo izquierdo de su amo por miedo a los golpes que todavia sonaban—. Esté atento, que ya comienzo la historia. Erase que se era... El cuento de Sancho hablaba de un cabrero enamorado de una pastora Uamaba Torralba, que era una moza rolliza, arisca y bigotuda. Como ella no le hacfa caso, el cabrero, desengafiado, la aborrecié tanto que, para no verla, decidié irse a Portugal con su rebafio de trescientas cabras. Cuando llegé al rio Guadiana tuvo que atravesarlo en una barca en Ia que sdlo ca- bia una cabra cada vez. una cabra —prosiguié su cuento Sancho—, y volvié por otra cabra, y luego por otra, y por otra, y pasé otra y volvié por otra... —Haz cuenta que las pas6 todas —dijo don Quijote—, no andes yen- do y viniendo de esa manera, que no acabards de pasarlas en un afio. —,Cuéntas cabras han pasado hasta ahora? —dijo Sancho. —aY yo qué diablos sé? —Pues si ha perdido la cuenta, aqui se acabé el cuento. —zCémo puede ser eso? —pregunté don Quijote—. {No puedes se- guir adelante con la historia? —No, sefior, porque si vuestra merced olvidé contar las cabras, a mi se | me fue de la memoria lo que me quedaba por decir. —No me maravillo, pues estos golpes que no cesan te deben de haber turbado el entendimiento. —Todo puede ser —respondié Sancho. —Veamos ahora —dijo don Quijote— si se puede mover Rocinante. Pero estaba muy bien atado y no dio ni un paso. En esto, porque Sancho habia cenado algunas cosas que ablandan el vientre, o porque fuese cosa natural, le vino deseo de hacer lo que nadie po- dia hacer por él. Pero era tanto el miedo que habfa en su coraz6n, que no osaba apartarse ni una ufia de su amo. Y asi, lo que hizo fue soltar la lazada 107 a Escaneado con CamScanner a 1, 20, A parte + CAPITULO OCHO ( ) PRIMER a ics, como grilletes;17 liza de los ealzones," que cayeron a los pies, g ees ic es 5 al aire entrambas posaderas, gu, alz6 la ecamisa lo mejor que pudo, echo al aire er mb i den, gum alz6 la camisa 1 vaciar el vientre sin hacer estrépito nj Tuido, 1 y para vacia eran muy peque' recogiendo el aliento, Pero, fue aprets los dientes y encogié los tomes Grek dou Oeics ae tan desdichado que hizo un poco de ruido. Oy 1 Qué rumor es Hh —No sé, sefior —respondid él. |. Torné otra vez a re ventura, y esta vez sin mas ruido ni alboroto se hallé libre de la carga que tanta pesadumbre le habia dado. Pero don Qui- jote tenia el olfato tan vivo como el ofdo y Sancho estaba tan cosido a 4, que casi por linea recta subfan los vapores hacia arriba, y legaron a sus na tices. El hidalgo se las apreté entre los dos dedos, y con tono gangoso dijo: —Me parece, Sancho, que tienes mucho miedo. —Si tengo —respondié Sancho—. En qué lo nota? —En que ahora hueles mas que nunca, y no a mbar." Bien podra ser, pero yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a deshora y por estos lugares extraviados. —Retirate tres 0 cuatro Pasos, amigo —dijo don Quijote sin quitarse los dedos de las narices—, y de aqui en adelante ten mas respeto a mi persona. ésc, re, 2 a dar manotadas. Al ver don Quijo bia llegado el momento de acometer Acabé de amanecer, 6 espuelas a Rocinante hacia donde venia el ruido. Le seguia Sancho aunque no era nada brioso, comen- te que ya se movia, decidié que ha- aquella temible aventura. '© sosegs, y se fue acercando a las oe 16 calzones: pantalones anchos 17 grilletes aros de bietro que sles ponta nh 18 Esto es, y no a perfume’. El dmb cee 198 tobillos para sujetaros Escaneado con CamScanner 4 cHto (1, 20) 2 CAPITULO OF A PARTE * PRIME 1a su sefiora. No sc apartaba San. sorav6t todo corazo} a Jc Rocinante para ver lo que casas, encomendindose de 2 las picrnas cho de su lado, mirando entre tanto Ie atemorizaba. | sans ; ct ei cran seis 7 Anduvicron otros cien pasos ¥ entonces vieron que mazos de Iternativos golpes, a cabeza sobre cl pecho Con muestras en cambio, tenia los carrillos hincha- ‘ ijote lo vit dos, con ganas de reventar de risa. Cuando don Quijote !o vio, sele conta- con lo que Sancho pudo soltar con gran impetu fa paré de reir y cuatro veces le vol- aquel estruendo form un atin! los que, con sus aq ‘aban, Don Quijote enmudecié ¢ incliné | de estar muy avergonzado, Sancho, giaron las ganas de refr, risa que Ie Ienaba la boca, Cuatro veces vi6 la risa, y en medio, repetia burlén aquellas palabras de su amo: —«Has de saber, joh Sancho amigo!, que yo soy aquel para quien estén guardados los peligros, las hazafias grandes, los valerosos fechos...» Viendo don Quijote que Sancho se burlaba de él, se enojé tanto, que levants el lanzén y le asenté dos palos en las espaldas. —Venid aca, sefior alegre —dijo don Quijote—. Desde cuando los hi dalgos debemos distinguir e! ruido de los batanes? T, por ser villano ruin que has nacido entre ellos, estabas obligado a conocerlo. Y si no, haz que estos seis mazos se vuelvan seis gigantes, y échamelos a las barbas uno a uno 0 todos juntos. —Basta, sefior mio —replicé Sancho—, que yo confieso que he andado risuefio en demasia. Y le prometo que de aqui adelante solo abriré los la- bios para honrarle como a mi amo y sefior natural, —As{ debe ser, que en todos los libros de caballerfas que he leido, ja- més encontré a ningtin escudero que hablase tanto con su sefior como ti conmigo. Escaneado con CamScanner a La rica ganancia del yelmo de Mambrino y {a libertad que don Quijote dio a muchos desdichados De alli a poco, descubrieron un hombre a caballo que traia en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro. —Paréceme, Sancho —dijo don Quijote—, que no hay refran que no sea verdadero. Y muy en especial el que dice: «Donde una puerta se cierra, otra se abre». Te lo digo porque si anoche se nos cerré la puerta de una aventura, ahora se nos abre otra de par en par. Y lo digo porque viene ha- cia nosotros uno que trae en la cabeza el yelmo de Mambrino, del que juré aduefiarme algiin dia. —Mire vuestra merced bien lo que dice y no se engafie —dijo Sancho. —jQue el diablo te eve! —replicé don Quijote—. ;Cémo me puedo engafiar, traidor escrupuloso? {No ves aque! caballero sobre un caballo ru- cio! que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro? —Lo que yo veo es un hombre sobre un asno pardo, como el mio, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra. —Pues ése es el yelmo de Mambrino —dijo don Quijote—. Apirtate y déjame con él a solas: verés qué pronto me hago con el yelmo. El caso es que el caballero que don Quijote vefa no era sino el barbero de un pueblo que iba a otro mas pequefio a lomos de su asno para sangrar” 1 rucio: de color pardo claro, 2 En la época, a algunos enfermos se les cortaba una vena para extraerles sangre, pues se consideraba que asi mejoraba su salud. Las sangrias las practicaban los barberos. 111 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAPITULO NUEVE (I, 21) aun enfermo y hacer la barba a otro, y al empezar a Hover se habia puesty una baciat de latén en la cabeza para no mancharse el sombrero, y como estaba limpia, rehimbraba desde media legua. Pero, dado que don Quijote acomodaba todas | 5 que vela A SUS desvariadas caballerias, el asno |e allo y la bacfa yelmo. Y eando vio que el pobre barbero estaba todo correr de Rocinante, dispuesto a atravesarlo de parte a parte con el lanzén, y le dijo, sin detener la furia de su carrera: parecié ¢ cerca, Ie atacé a —jDefiéndete, misera criatura, 0 entrégame lo que se rne debe! EI barbero, que vio venir aquel fantasma sobre si, salt del asno, se le- vanté mas ligero que un gamo y comenzé a correr por la Hanura més rapi- do que el viento. En su fuga, dejé la bacfa en el suelo, con la cual se con- tenté don Quijote. Sancho la recogié y dijo, entregandosela a su amo: —Por Dios que la bacia es buena. Don Quijote se la puso en la cabeza, dandole vueltas para encajarla bien, pero, como no lo conseguia, concluyé: —Sin duda que el primer pagano que usé esta famosa celada debia de tener grandisima cabeza. Y eso que falta media pieza. Cuando Sancho oyé lamar «celada» a la bacia, no pudo tener Ia risa, pero recordé la célera de su amo y callé a la mitad. —2De qué te ries, Sancho? —dijo don Quijote. —De la gran cabeza que tenfa el duefio de este yelmo, que parece una bacia pintiparada. —¢Sabes qué voy a hacer, Sancho? Llevaré a un herrero este encantado yelmo que algin ignorante transformé en bacia, y me lo arreglari. Pero, mientras tanto, bien puede servir para defenderme de alguna pedrada. —Y ahora digame vuestra merced qué haremos con este caballo rucio que parece asno pardo, que dejé aqui desamparado aquel Martino que, tras ser derribado por vuestra merced, puso los pies en polvorosa. ;Por mis barbas, que es bueno el rucio! —No acostumbro yo a despojar a los que venzo, ni es uso de caballeria quitarles los caballos. Asi que, Sancho, deja ese caballo o asno o lo que th quieres que sea, que ya vendra su duefio por él. 3. bacta: ‘cuenco semiesférico en el que se remojaba la barba de la Ta que s© afeitaba’, La bacfa tenfa una muesca para ajustarla al cuello, Persona a la q 112 —_—_—_—— Escaneado con CamScanner EL YELMO DE MAMBRINO. —Por lo menos podia cambiarlo por el mio, que no me parece tan bue- no. Hay que ver qué estrechas son las leyes de caballeria, pues no dejan trocar‘ un asno por otro. ¥ los aparejos* tampoco? —En eso no estoy muy seguro —respondié don Quijote—. Y en caso de duda, digo que los trueques. Sancho hizo el cambio y puso su jumento a las mil lindezas. Hecho es- to, almorzaron con lo que el barbero llevaba en su asno, bebieron del agua del arroyo de los batanes y volvieron al camino real. —Sefior, aquiere vuestra merced darme licencia para que diga una sola cosa que ahora tengo en el pico de la lengua? —Dila —dijo don Quijote—, pero sé breve. —Digo, sefior, que como se gana poco en buscar aventuras por estos de~ siertos y caminos, serfa mejor que nos fuésemos a servir a algiin emperador, 4 trocar: cambiar. 5 Es decir, ‘las correas y la silla de montar del caballo’. 113 Escaneado con CamScanner {rULO NUEVE (1, 22) PRIMERA PARTE * CAP. le remunerar a cada cual segtin sus méritos, y alli en Seguro que él nos ha di : ae vaiias para perpetua memoria, scribing vuestras ha —No dices mal, Sancho, pero antes ¢s menester andar por el mundg as, para que cobre tal nombre y fama, que cuando ya. conocido por mis obras, y me reciban dicien su palacio alguien buscando las aventu yaa la corte sea un caballero do: «Aqui viene la flor de la caballerial».* Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arabigo y manchego de esta gravisima y altisonante historia, que, nada més decir aquello, don Quijote o venian hasta doce hombres a pie, en- alzé los ojos y vio que por el camin sartados por los cuellos en una gran cadena de hierro y con esposas a las manos. Con ellos venian dos hombres a caballo con escopetas y dos a pie con espadas. —Esta es cadena de galeotes’ —dijo Sancho— tos va a servir al rey en las galeras.ala fuerza, —¢Quieres decir que los llevan contra su voluntad? —Asi es —dijo Sancho. ; —Pues aqui encaja mi oficio: socorrer a los desgraciados. gente que por sus deli 6 Esto es, ‘el mejor de todos los caballeros andantes! : A c 7 galeote: delincuente castigado a remar en las galeray (grandes barcos de guerra). & P 114 Escaneado con CamScanner Saal LA CADENA DE GALEOTES —Advierta vuestra merced —dijo Sancho— que la justicia los ha casti~ gado por sus delitos. Llegé en esto la cadena de los galeotes y don Quijote con muy corteses razones pidié a los guardias que le informasen de los delitos de cada uno. —Traemos aqui el registro de las sentencias —dijo el comisario—, pero no hay tiempo de pararse a leerlas. Pregiinteles vuestra merced, que se lo diran, porque a esta gente le gusta hacer y decir bellaquerias. Con esta licencia don Quijote se acercé al primero de los presos y le pregunté por qué lo habjan condenado. —Por enamorado —dijo el galeote, que tendria unos veinticinco afios. —¢Por eso no mas? —replicé don Quijote—. Pues si por enamorados hace mucho que yo tenia que estar remando en ellas. enamoré de una canasta de ropa blanca y Ia abracé tan fuer- 1s de gurapas. echan a pudo quitérmela la justicia. Cien azotes y tres :Qué son gurapas? —pregunté don Quijote. son galeras —respondis el preso. te, qu —Gurap Don Quijote pregunté lo mismo al segundo de Ia cadena, el cual no respondié palabra, porque iba triste y melancélico. Pero el compafiero ha bl6 por él: —Este va por cantor. —Pues :e6mo? ;Por cantores van también a galeras? —Si, sefior. Le dieron tormento y canté, es decir, confesé su delito, que era ser ladrén de bestias. Va condenado a seis afios de galeras y doscientos azotes. 115 Escaneado con CamScanner ™ r gaente, que era un hombre de venerable rosto, <5 PRIMPRA PARTE + CAPITULO NUBVE (1, 22) Pacando al te ert una barba blanca que le Hlegaba al pecho, don Qu le pregunts lo mic y no respondié palabra, pere mo, Entonces ef preen ce echo a Hor cuarto condenade dijo: Fste hombre honrado va euatro afios a galeras por corredor de org, aleahuete y algo hechicero.? Any ales Ihetes diseretos y honrados, que no hacen snal a nadie ye, plies don Quijote—. La pena que me causa ver estas blancas canas y este rostro venerable me la quita, sin embargo, el que sea hechicero, Aunque no hay yerba ni hechizo que fuercen la voluntad. —Asi ex —dijo el buen viejo, echindose a llorar—, y en verdad, setioe, que en lo de hechicero no tuve culpa, y en lo de alcahuete, no hacia mala nadie, pues mi intencién era que todo el mundo se holgase y viviese en paz, Tras éstos venia un hombre de unos treinta afios y muy buen parecer, aunque algo bizco, con una cadena al pie que se le liaba por todo el cuer. Pos y dos argollas a la garganta, de las que descendian dos hierros hasta la cintura, en los cuales se asfan dos esposas cerradas con un grueso candado alrededor de sus manos. Pregunté don Quijote por qué iba aquel hombre con mis prisiones que los otros. —Porque tiene mis delitos que todos lo: guarda—. Y porque es tan gran bellaco, escape. —Qué delitos puede tener —d mas pena que echarle a las galeras? —Va por diez aiios —replicé el guarda—, que es como la muerte. Este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte, que por otro nombre Ikt man Ginesillo de Parapilla, s demés juntos —respondié el que tenemos miedo de que se nos ijo don Quijote—, sino ha merecido —Métase en sus asuntos, sefor comisario —teplics enfadado el galeo- te—. Y vuestra merced, caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya Aas 8 dar tormento: toxturar. 9 corredor de orga: aqui, ‘chlo, el que “torsiona a las prostitutas’; alcabuetet ‘persona que intercede entre otras dos rein es aBtengan una relacién amovoen iets El ‘MAB, que era perseguida Por la Inquisicién. 116 Escaneado con CamScanner NES DE PASAMONTE. yacon Dios, que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas. ¥ si quiere saber la mia, sepa que yo soy Ginés de P, monte, cuya vida esta escrita por estos pulgares en un libro que le da cien vueltas al Lazarille de Termes. como se titula ese libro? —pregunts don Quijot é La vida de Gines de Pavamonte —respondid el galeote. 2 esti acabado? —Como va a estar acabado, si atin no esté acabada mi vida? Lo que esta escrito es desde mi nacimiento hasta esta dltima vez que me echaron en galeras —Entonces, zya habéis estado otra vez en ellas? —Para servir a Dios y al rey, ya he estado cuatro afios, y no me pesa volver, porque alli podré acabar mi libro. —Hiabil pareces —dijo don Quijote. desdichado —respondié Ginés—, porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio. —Persiguen a los bellacos —dijo el comisario. —Ya le he dicho, sefior comisario, que se meta en sus asuntos, o le va a pesar mucho. El comisario respondié a la amenaza de Pasamonte alzando la vara en alto para darle, pero don Quijote se puso en medio y le rogé que no lo maltratase. Y, volviéndose a todos los presos, dijo: —De todo lo que me habéis dicho, hermanos queridisimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, vais a galeras contra vuestra voluntad, y que podria ser que por falta de dinero o por error del juez no se os haya hecho justicia, El cielo me hizo profesar la or- den de caballeria para favorecer a los necesitados, asi que, sefior comisario, le ruego que dé orden a los guardianes de desatar a estos infelices y dejar- Jos ir en paz, porque me parece duro hacer esclavos a los que Dios y la na~ turaleza hizo libres, Y si no lo hacéis, esta lanza os obligara por fuerza. —iGraciosa majaderfa! —respondié el comisario—. ZY quién es vuestra merced para ordenarnos eso? Viyase, seiior, camino adelante, péngase bien el bacin"® que Ieva en Ia cabeza y no busque tres pies al gato. 10 bactn significaba ‘bacia’ pero también ‘orinal’ 117 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE» CAPITULO NUEVE (1, 22) —iVos sois el gato!" y el ladron y el bellaco! —respondié airado don Quijote. Y atacé al comisario tan presto, que lo derribé al suelo, malherido 4¢ una lanzada. Los demés guardas quedaron aténitos, pero al poco echaron mano a las espadas y arremetieron contra don Quijote, mientras los gale” tes, viendo la ocasién de alcanzar la libertad, procuraban romper la caden* que los mantenfa atados. Fue la revuelta de manera que los guardas no bian si acudir primero a los galeotes que se desataban, 0 contra don Qui” te que los acometia. Sancho, por su Parte, ayud6 a soltar a Ginés de Pas*” monte, que fue el primero en liberarse de los fierros y cadenas. Ya libs ladrén’, en la jerga de los delincuentes, 118 Escaneado con CamScanner LA REBELION DE LOS GALEOTES quits Ia espada y la escopeta al comisario eafdo, y luego apunté a los guar- di uno por uno, los cuales salieron huyendo por el campo. Este suceso entristecié: mucho a Sancho, pues supuso que los fugitivos darian noticia ala Santa Hermandad, la cual saldria a buscar a Jos delin- cuentes. Asi se lo dijo a su amo, y le rogé que se partiesen en seguida y se emboscasen en la sierra, —F sti bien —dijo don Quijote—, pero antes conviene hacer otra cosa. Y tlamo a los galeotes, que andaban alborotados y habian despojado al comisario hasta dejarlo en cueros. Cuando los tuvo a su alrededor les dijo: —De gente bien nacida es agradecer los beneficios que se reciben. Asi que, en pago del bien que os he hecho, quiero que vayais al Toboso carga- dos de esa cadena que os quité del cucllo y alli os presentéis a la sefiora Dulcinea y le digdis que os envia su caballero, el de la Triste Figura, y le contéis punto por punto esta famosa aventura. Luego podéis ir a donde querai Ginés de Pasamonte respondié por todos: —Lo que vuestra merced nos manda, sefior y libertador nuestro —di- jo— es imposible cumplirlo, porque no podemos ir juntos por Jos caminos, sino solos y divididos, para que no nos encuentre la Santa Hermandad. Si queréis, podemos rezarle a vuestra sefiora unas avemarias y credos, pero pensar que vamos a ir al Toboso es lo mismo que creer que ahora es de no- che y no de dia. —Pues voto a tal —dijo don Quijote, ya puesto en célera—, don hijo de la puta, don Ginesillo de Paropillo, 0 como os laméis, que iréis solo, con el rabo entre piernas! y con toda la cadena a cuestas. Pasamonte, que no era nada sufrido, vigndose tratar de aquella manera, guitié el ojo bizco a los compaferos y, apartindose, empezaron a lover piedras sobre don Quijote y el pobre de Rocinante. Sancho se puso tras su asno y de ese modo se defendié del pedrisco que cala, pero don Quijote, a pesar de taparse con el escudo, recibié tantos guijarros en el cuerpo y con tanta fuerza, que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caido el hidalgo, un galeote le quité la bacta de la cabeza y le dio con ella tres © cuatro gol- ‘vencido y avergonzado’ 119 Escaneado con CamScanner CAPITULO NUBVE (I, 22) PRIMERA PARTE * pes en las espaldas, y otros tantos en la tierra, hasta que Ia hizo pedazos. A Sancho le quitaron el gaban y lo dejaron en camisa, y a don Quijote le arrebataron la ropilla y hasta las medias calzas" le habrian quitado de ha- ber podido sacarselas. Luego cada galeote se fue por su lado, corriendo pa- ra apartarse cuanto antes de aquel lugar. El jumento, cabizbajo y pensativo, sacudia de cuando en cuando las orejas como si la borrasca de piedras atin no hubiera cesado; Rocinante, que también vino al suelo de otra pedrada, quedé tendido junto a su amo; Sancho, medio desnudo y con miedo a la Santa Hermandad; y don Quijo- te, tristisimo de verse tan malparado Por los mismos a quienes tanto bien habia hecho. ee 13 ropilla: chaqueta corta; medias calzas: medias, 120 Escaneado con CamScanner 10 De la rara aventura que le sucedié al famoso don Quijote en Sierra Morena Alverse tan malparado, dijo don Quijote a su escudero: —Siempre he ofdo decir, Sancho, que hacer bien a villanos es echar agua en la mar. Si te hubiera hecho caso, habriamos evitado este dafio, pe- ro ya esta hecho: paciencia, y escarmentar. —;Ojalé escarmiente! —le respondié Sancho—. Pero sepa que con la Santa Hermandad no sirve de nada ser caballero andante. —Eres de natural cobarde, Sancho, aunque esta vez quiero seguir tu consejo. Vamos a ocultarnos, pero no digas a nadie que me oculté por mie- do, sino por complacer a tus ruegos. —Sefior —dijo Sancho—, retirarse no es huir, y de sabios es guardarse hoy para mafiana. Ast que suba a Rocinante, si puede, y si no yo le ayuda- ré, y sigame. Subié don Quijote sin replicarle mas palabra, y se entraron por Sierra Morena.! Como de Ia refriega con los galeotes se habja salvado la comida que venia sobre el asno, Sancho calculé que podian esconderse algunos dias en aquellas asperas montajfias. Apenas don Quijote se metié en ellas, se le alegré el corazén, porque le parecia un lugar propicio para las aventuras que buscaba. Sancho iba tras su amo, sentado a la mujeriega? sobre su ju- a 1 Como se sabe, Sierra Morena sirve de frontera natural entre La Mancha y Andalucia. 2 Es decir, ‘con las dos piernas hacia ¢! mismo lado’ 121 Escaneado con CamScanner RIM srg + CAPITULO DIF! 1, 23, RA PAR A z (1, 23) RIME) aly embaukindola en su panza? En gs in cost ado, levantando con Ia punta 5 sos y vio que su amo estaba par to, alzé los ojos y vio que su tt e ! nam i Pe saba tanto, que fue nece del lanzén tuna maleta medio podrida, Pero pesaba : 1 satio y aunque estaba cerrada con una cadena y i camisas de fina holanda* y en un pa- su candado, por un roto vio cuatro camisas de fi y N pa: finelo halls un montoncillo de escudos de oro. —Bendito sea el cielo! —dijo Sancho. —Guiardate ese dinero, Sancho, que bien lo mereces. El escudero besé las manos de su sefior y siguid buscando en la maleta, hasta hallar un librillo de apuntes que entregé a don Qui —Paréceme, Sancho, que algiin viajero descaminado pas6 por esta sie- tra, y los malandrines lo asaltaron, lo mataron y lo enterraron por aqui. —Eso no puede ser —respondié Sancho—, porque si fueran ladrones no se dejaran este dinero. —Verdad dices —dijo don Quijote—, asi que no adivino qué pudo pa- sar. Pero veamos este librillo. Lo abrié y lo primero que hallé en él fue un soneto de amor desenga- fiado, escrito con muy buena letra. Lo ley6 en alto para que Sancho tam- bién lo oyese, y al terminar coment —A fe que no es mal soneto, 0 yo sé poco del arte. —Es que vuestra merced también entiende de trovas?® —Mis de lo que ti piensas, Sancho. acando comida de U mento, que Sancho se apease a coger!, Ya Jo vers cuando Ieves una car ta, escrita en verso de arriba abajo, a mi sefiora Dulcinea del Toboso. Por- que quiero que sepas, Sancho, que los caballeros andantes de la edad past- da eran grandes trovadores y misicos, —Lea mis, sefio cosas de amores. —Esto parece una carta de amor —dij . 5 : voz—: «Me desechaste, joh foe oe ae oe Por uno mis rico, vale a , pero que no V mas que yo. Quédate en paz, causadora de wi pero que: i guerra. Quiera el cielo que t —dijo Sancho—, que a mi me gustan mucho estts 3 costal: saco; embaular. tragar con rapider, 4 bolanda: tela fina de lino, " 5 trova: poema, 122 Escaneado con CamScanner BL DESDENADO AMANTE no descubras los engaiios de tu esposo». Por los versos y Ia carta se saca que quien los escribié fue un desdeftado amante —afiadié don Quijote. Mientras su sefior hojeaba el librillo, Sancho repasaba a fondo la male- ta, Como los de la manta, el vomi udos: aban de cien, dio por bien empleados los vuelos nitar del brebaje, los estacazos, las pufiadas del arriero, s alforjas, el robo del gabin y toda el hambre, sed y cansan- la pérdida de | cio que habia pasado en servicio de su buen sefior. Como por aquel lugar inhabitable no aparecfa nadie que pudiera dar noticia del desdeftado amante, don Quijote se dejé llevar de su cabalgadu- ra. Un buen rato después vio en lo alto de una montafiuela a un hombre que saltaba de pefia en pefia y de mata en mata con extraordinaria ligereza. Le parecié que iba desnuda, Ia barba negra y espesa, los cabellos muchos, los pies descaizos, y los calzones hechos pedazos, descubriendo las carnes de los muslos. Supuso don Quijote que aquel era el duefio de la maleta, y propuso a Sancho ir a buscarlo. —Seri mejor no hacerlo —respondi6 Sancho—, porque si es el duefio del dinero, claro esta que se lo tengo que devolver. Pero don Quijote picé a Rocinante, y Sancho no tuvo més remedio que seguirle en su jumento, y, habiendo rodeado parte de la montafia, hallaron en un arroyo una mula muerta, medio comida de perros y picada de gra- jos,¢ con la silla de montar puesta, lo cual les confirms la sospecha de que el que hufa era el duefio de la mula y de la maleta, En esto oyeron un silbi- do de pastor, y a mano izquierda vieron una buena cantidad de cabras, y por la cima de la montafia al cabrero, que era un hombre anciano. Diole voces don Quijote para que bajase, y cuando el hombre legs, les dijo: —Esa mula muerta hace seis meses que esta en este lugar. (Han encon- trado a su duefio? —No hemos topado a nadie —respondié don Quijote—, sdlo una ma- letilla. —También yo la he visto, pero nunca la he querido coger para que no me acusasen de hurto. —Eso mismo pensé yo —dijo Sancho—, y alli la dejé. 6 grajo: péjaro semejante al cuervo, pero més pequefio. 123 Escaneado con CamScanner z (1, 2; PRIMERA PARTE * CAP{TULO DIEZ (1, 23) 7 jjote al cabrero—, gsabéi —Decidme, buen hombre —dijo don Quijote al c Esa is vos én es stu duefio? : , quien es su duen calprero— 8 que harii unos seis meses legs ‘ en esa ja muerta y con | . Ja majada un mancebo de gentil talle” en esa mula m 7, a male. sierra, y cuando se la sefialamos, Lo que sé decir —dijo el escondida de ca mis le vimos, hasta que hace unos dias salié al ta. Busea ba la parte 1 se fue a toda prisa y nun paso a uno ms eee pastores y, sin decirle nada, le clio muchas pufiadas y coces, y luego le quits cuanto pan y queso trafa, y volvié a emboscarse en la sierra. Cuando los demis cabreros nos enteramos, lo anduvimos buscan- do dos dias, hasta que lo encontramos metido en el hueco de un grueso al- comoque. Salié hacia nosotros con mucha mansedumbre, nos salud6 cor- tésmente y nos dijo que cumplia una penitencia que le habian impuesto por sus muchos pecados. Pero no quiso descubrirnos su nombre. Le pedi- mos que no nos asaltase cuando tuviere hambre, que nos pidiese el susten- to, que nosotros se lo darfamos. Agradecié nuestro ofrecimiento y pidié perdén por los asaltos. Luego clavé los ojos en el suelo sin mover una pes- tafia durante largo rato, apretando los labios y enarcando las cejas. Pensa- mos que habia sufrido un ataque de locura, y pronto comprobamos que asi era, porque de repente se levanté con gran furia y arremetié con el primero que hall6 junto a si, con tal rabia, que si no legamos a quitdrselo de las manos le matara a pufiadas y a bocados; y todo esto hacia, diciendo: «Ah traidor Fernando! {Me pagarés lo que me hiciste, estas manos te sacarin el corazén!». Y sin decir més se emboscé corriendo por entre la maleza. Don Quijote queds tan admirado de lo metié a buscar al desdichado loco, si es que su mal tenia cura, que habia ofdo que se compro- Para Ilevarlo a donde pudiesen curarlo, i © averiguar al menos quién era y si tenia pa- rientes. Pero In suerte le ahoreé el trabajo, loco aparecié por entre una quebrada,® h saludé con una voz desentonada y bro Quijote se apes de Rocinante, tiempo entre sus brazos, como si Porque justo en aquel instante el ablando solo, y al llegar a ellos, es nea, Pero con mucha cortesia. Don se aceres al loco y le estreché un buen lo conociera desde hacia mucho. El loco, 7 majada: lugar donde se recoge el ganado gentl tale: de agradable aspecto, ”Y***betBan los pastores; mancebo: joven; dé 8 quebrada: paso estrecho, 124 Escaneado con CamScanner ERA PARTE * CAPITULO DIEZ (1, 24) PRIMERA P. 1 Roto de la Mala Figura», Io aparto un poco de oe al que podemos Hama ote, lo mits a ver si Ie 1 Tos hombros de don Qu 1, puestas sus manos ct 7 si y, purestas sus mano’ 1 gra, tale y armas de don Quijor irado de | conoeia, y queds tan admirado d como el hidalgo de verle a él. —, pero os age Fe consuelo en las desgracias hallar quien se ducla de ellas —respon. dis don Quijote—. Yo os suplico, sefior, que me ee y la cau- sa que os ha traido a vivir y a morir entre estas sole 2 jes. Y juro Por la sn de caballero andante que, si puedo, remediaré vuestra desgracia, y sino, os ayudaré a lorarla. "El Caballero del Bosque, que de tal manera oy6 hablar al de la Triste Figura, no hacia sino mirarle y remirarle de arriba abajo, hasta que dijo: —Denme algo de comer, por amor de Dios, y luego les contaré todo lo que quieran. Sancho y el cabrero le ofrecieron de lo que levaban y el Roto engullé la comida a toda prisa. Cuando acabé, les hizo sefias de que lo siguiesen, y los lev6 a un verde pradecillo, y alli se tendié en el suelo, y los demis hi- cieron lo mismo. Por fin, el Roto d —Seeiores, si queréis oir la inmensidad de mis desventuras, no inte- rrumpiis mi triste historia. Silo hacéis, en ese punto la dejo. Don Quijote se lo prometié en nombre de los dems, pues acababa de recordar el cuento que su escudero habia dejado pendient el niimero de cabras que habian pasado el rio. Y el Roto P —Mi nombre es Cardenio; mi patria, una ciudad de e linaje, noble; mis padres, ricos; tierra una doncella tan noble y que amé, quise y adoré desde adezco las muestras de cortesja, —No vs conozco —d profes @ por no acertar rosiguid: sta Andalucia; mt mi desventura, inremediable. Vivia en mi fan rica como yo, llamada Luscinda, a lt mis tlernos Afios, y ella me quiso a mi. iba a pedirsela a su padre por legis espeee oe amoral Coane seta con una carta abierta en la mano, y antes dee jue — arty et jo: “Cardenio, el duque Ricardo, que es Pan s Yo le buble, me compaiiero de su hijo mayor, Eso '¢ Espafia,® desea que se te abriré muchos caminos, asi que en dos 9 El titulo de Grande de Espafta lo tenfan Pocos nobles, uefios de inmensos dominios. 126 Escaneado con CamScanner HISTORIA DE CARDENIO. s irte”. Me quedé mudo y pesaroso. La noche antes de mi parti- la ventana y le pedi que me esperase un dias debs da, hablé a Luscinda por la reja de tiempo. Ella me lo prometié con mil juramentos y mil desmayos. »Me recibié muy bien ef duque Ricardo, pero su segundo hijo, llamado Femando, mozo gallardo, quiso que fuese muy amigo suyo, y como entre los amigos no hay secretos, me conté que amaba a una labradora, vasalla de su padre, hermosa y honesta, Don Fernando ardia en deseos, y para conquistat st virginidad le dio palabra de ser su esposo."” Yo traté en vano de impedir aquella infamia, y me mostré dispuesto incluso a contarselo to- do asu padre el duque. Entonces el astuto don Fernando me propuso que, para olvidar a la hermosa labradora, nos viniésemos un tiempo a casa de mi padre. Yo me alegré, porque era la ocasién que se me ofrecia para vol- ver a ver a mi Luscinda, Para entonces, él ya habia gozado a la labradora, y una vez satisfecho su deseo, olvidé su promesa de matrimonio. En verdad, lo que don Fernando pretendfa era estar lejos cuando su padre se enterase de la maldad que habia cometido. El caso es que vinimos a mi ciudad y mi padre lo recibié como quien era. Yo ya le habia hablado a don Fernando de mi hermosa Luscinda, y él se mostré muy deseoso de verla. Se la ensefié una noche, a la luz de una vela, por la ventana por donde soliamos hablar nos. La vio y enmudeci6, qued6 absorto y tan enamorado que ya veréis mi desventura. No hacia més que alabarla, y procuraba leer las cartas secretas que yo le enviaba y lo que ella me respondia, lo que desperté mis celos. Un dia Luscinda me pidié para leer el libro de Amadis de Gaula... Apenas oyd don Quijote nombrar aquel libro de caballerias, dijo: Asi que vuestra Luscinda era aficionada a los libros de caballerias? Pues si vuestra merced viene conmigo a mi aldea, le podré dar mas de tres- cientos, que son el regalo de mi alma. Y si me hubiera dicho que la sefiora Luscinda era aficionada a esos libros, sobraba alabar la claridad de su en- tendimiento. Y perdéneme el haber interrumpido su plitica... Cardenio lo miré fijamente sin decir palabra, muy pensativo, y, por més que don Quijote le insistié para que continuara su historia, permanecié callado, hasta que le vino el ataque de locura, porque sin més alzé un guija~ 10 El matrimonio bajo palabra tenia la validez del sacramento hasta mediados del xv, 127 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE * CAPITULO DIEZ (1, 24-25) Montafia en busca de Cardenio, pu ~Seiior don Quijote —dijo Sancho 4 st historia. ae deme licencia para volver 4 ¢” RO Se puede evar con paciencia bu” 128 Escaneado con CamScanner LA IMITACION DE AMAD{s car aventuras y no hallar mas {ue coces y manteamientos, ladrillazos y pu- fiadas. Y encima me tengo que cos mi corazon, t In boca, sin osar decir lo que tengo en —Ya te entiendo, Sancho —tespondié don Qu hibicidn de usar la lengua con libertad mientras estemos por estas sierras. Sea hable yo ahora, que después Dios dird. Sefior, ges buena re- gla de caballeria perderse en estas montafias, buscando a un loco? —Calla, Sancho, porque lo que mas me atrac hacia estos lugares es ha- cer una hazaria con Ja que he de ganar perpetuo nombre y fama en toda la faz de la tierra. —2Y es muy peligrosa esa hazaiia? —pregunts Sancho Panza. —No, si vuelves pronto de donde pienso enviarte. Quiero que sepas, Sancho amigo, que yo debo imitar a Amadis porque él fue el norte, el lu- cero, el sol de los valientes y enamorados caballeros. Cuando lo desdefié la sefiora Oriana, se retiré a hacer penitencia en la Petia Pobre y cambié su nombre por el de Beltenebros." Asi que yo haré lo mismo: me apartaré para hacer el loco furioso y desesperado. —Pero, zpor qué quiere hacer penitencias? —pregunté Sancho—. ¢Qué dama le ha desdefiado? Acaso la sefiora Dulcinea del Toboso ha hecho alguna nifierfa con moro o cristiano?” —Ahi esta el punto, y ésa es la fuerza de mi negocio —respondié don Quijote—; que volverse loco por una causa, no tiene gracia ni mérito. El toque estd en desatinar sin motivo para que mi dama piense que si en seco hago esto, equé hiciera en mojado? Asi que, Sancho amigo, loco soy y lo- co he de ser hasta que tt vuelvas con la respuesta a una carta que he de darte para mi sefiora Dulcinea. Pero dime, Sancho, gtraes bien guardado el yelmo de Mambrino, que tan bien demostré la fineza de su temple cuando aquel desalmado intent despedazarlo y no pudo?* ijote—, Te levanto la pro- 11 En provenzal, Beltenebros quiere decir ‘el bello tenebroso’ 12 Bs decir, ‘dle ha sido infiel con moro 0 cristiano”. es 13 O sea, ‘si hago esto sin tener motivo, zqué legaria a hacer silo tuviese?, 14 Aunque don Quijote presume de la calidad con que se trabajé el metal de su yelmo alegando que no se ha roto, el narrador nos dijo en la pag. 120 que uno de los galeo- tes habia hecho pedazos la bacia a base de golpes. 129 aaa Escaneado con CamScanner + CAPITULO D (1, 25) ‘N Dios, senor Caballero de Ia Triste Figura, que tod « rreinos ¢ insulas me parece cos PRIMERA PARTE —Vive a de yi el, dle aleana de vient y 8 caballeria Aer ras una patrafa, Porque costal es el yelmo de M " dj © Sancho, juro que tiene el mis corto entendimient, Mira, § Jer en el mundo, ZNo te has dado cuenta de que and: esender de encantadores que mudan y truccan toda abollada de ba Men ercer que lt bacin abolladla de batbero guy te jambrino, es tener echadlo a perder el uigig 2? © due ty 4 CNET Nose, ts S Testr28 con Ie parece a una eaterva segiin su gusto? Lo que @ ti te parece a elmo de Mambrino, y a otro le parecer otra cosa, "Llegaton en estas plitias al pie de una alta montafa, Cosia por dan manso arroyuelo, y habia por alli muchos érbolesslvestres, y plan, y flores, y un prado tan verde que daba contento a los ojos que lo miraban, © Este es el lugar que escojo —dijo don Quijote— para llorar ly e ventura que mi agobiado corazén padece. ;Oh Dulcinea del Toboso, dace mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de mi venture considera el lugar y el estado a que tu ausencia me ha conducido! ;Oh so- tarios drboles, haced compafiia a mi soledad! ;Oh ti, escudero mio, aga- dable compaiiero, toma bien en la memoria lo que aqui me veris hacer! Don Quijote se apes de Rocinante, le quité el freno y la sillay, dindole una palmada en las ancas, le dijo: —Libertad te da el que sin ella queda. Vete a donde quieras, oh abi Mo tan famoso en obras como desdichado en suerte! —Yo también daria palmadicas a mi rucio y lo lenaria de alabanasss no me lo hubieran quitado, Pero como no lo tengo y soy mal caminantt sefior Caballero de la Triste Figura, si tengo que ir con la carta al Tob” serd bien que haga el camino sobre Rocinante, ‘omo quieras — hago por Dulcinea, de barbero m mid | para estar antes de vuelta. bs n fo que Fespondié don Quijote—, pero ahora mira lo ¢ Para que se lo puedas contar. °5 cre ‘muchedurmbredesordenada | sorpre i i o e ae Sancho dice que ha perdido su asno, un episodio que ce - Ta como Gings ia oro Vist el eseritor cometid un lapsus, pues tein po? explica que don Quiemente le robaba a Sancho su rucio en un pete ic Jote ii : Propios pollinos, MME Compensar a su escudero entregindole as 130 Escaneado con CamScanner LA PENITENCIA DE DON QUIJOTE —Pues equé mis tengo de ver que lo que ya he visto? —Ahora me fa a raggar las vestiduras y darme calabazadas!? contra es tas pefias. —Por amor de Dios —dijo Sancho—, dé In calabavadas al agua, oa una cosa blanda, como el algodén, pues a fin de cuentas todo esto es cosa a sass jora Dulcinea que vuestra merced se las daba a una pefia picuda y més dura que un dia- mante. —Yo te agradezco la buena intencién, amigo Sancho —respondié don Quijote—, pero todas las cosas que hago son de veras, y las drdenes de ca- balleria nos mandan no decir mentiras. Déame algin pafiito para curar- me, pues nos falta el bélsamo que perdimos. fingida y de burla, Y no se preocupe, que yo le diré a la s —Peor fue perder el asno —respondié Sancho—, pues con él se perdid todo. Y le ruego que no se acuerde més de aquel maldito brebaje, que con solo oirlo mencionar se me revuelve hasta el alma. Y despécheme pronto al Toboso, que ya diré a mi sefiora Dulcinea las locuras y necedades que wuestra merced ha hecho y queda haciendo, que Ja pondré més blanda que un guante, aunque la halle més dura que un alcornoque. Y afiada a la carta la libranza pollinesca’® —agregé, acordandose de los asnos que su amo le habia prometido. —Como no tengo papel —dijo don Quijote—, escribiré todo en el li- brillo de Cardenio, y tt mandards a un maestro de escuela trasladarlo a pa- pel y con buena letra. — la firma? —Amadis nunca firmaba las cartas. —Esta bien —respondié Sancho—, pero si el maestro firma la libran- za, dirén que la firma es falsa y me quedaré sin pollinos. —Firmaré la libranza en este libro y, al verla, mi sobrina no pondri dificultad en cumplirla. Y, en cuanto a ta carta, poco importari la mano que la escriba, porque Dulcinea no sabe escribir ni leer, ni nunca vio letra mia, porque mis amores y los suyos han sido siempre platénicos, sin ex- 17 rasgarse las vestiduras: romperse la ropa en seital de dolor, calabazadas: cabeeazos. 18 Es decir, ‘el documento en que me hace entrega de sus burro: 131 Escaneado con CamScanner / CAPITULO DIEZ (1, 25) PRIMERA PARTE ferse ams que am honest mirar. Y aun esto de cuando en g, tenderse a4 onesto iat. | ; ae a ddoce anos que la quiere as que a la lumbre de estos ojos que aH que en doce 4 0 ar lumbre d c Ia he visto ni cuatro veces, tal es el encierto ; dle comer Ia tierra, 00H ee : el, ee pes, Lorenzo COR huclo y Aldonza Nogales, Toe Sancho. cAst que ft hija de Lorenz, exclam 20 Conch, a1 'Toboso, Hamada por otro nombre Aldona, | 7a La. han er . tal es la sefiora Duleines di renzo ve sca es —respondié don Quijote; ¥ merece ser fa reina de te universo. ye norco bien —ijo Sancho—. Tira Ia barra como el meno wis forzudo del pueblo.” {Vive Dios, que & moza de pelo en pecho! (Oh ki- Un dia desde el campanario de la aldes deputa, qué talle tiene y qué voz: Hlamé a unos zagales suyos que estaban a media Jegua y Ia oyeron coma i estuvieran al pie de la torre. Hace mucho que no la veo y debe de eur cen pinda, porque andar en el campo al sol y al aire gasta mucho la cance Inc mujeres Y yo que pensaba que la seRora Duleinea era una princes. Pero gqué le puede importar a Aldonza Lorenzo que vayan los galeotes honrarla, si ella estar trillando en la era? —Ya te tengo dicho, Sancho —dijo don Quijote—, que eres muy gra hablador y que muchas veces te pasas de listo. Para mi Dulcinea del Tobo- so vale tanto como la més alta princesa de Ja tierra. Es hermosa y hones y sino es de alto linaje, importa poco. Yo la pinto en mi imaginaciéa mo la deseo. renga la cart. ge fa ley aS elcamin | —Vuestra merced tiene razén y yo soy un asno. Pero v Don Quijote se aparté para escribirla, Cuando acabs, cho para que la aprendiese de memoria por si perdia el libro por : —Es intitil, sefior —le dijo Sancho—, porque tengo t mala mer” via, ue a veces se me olvida cémo me llamo, Pero, dfgunels a mes tard ofrla, 7 —Escucha bien —dijo don Quijote. sie una barra de a mies yfornicat 19 En los pueblos “ ao. pueblos, los mozos solian jugar a tirar lo mas lejos posible 20 Aunque friflar ipi " © una labor tipica del campo, que consiste en golPe% parar el grano, oP srano, la palabra puede tener un obsceno sentido metatorice 132 Escaneado con CamScanner LA CARTA DE AMOR Carta be Don Quyorr A Dutcines pet Tonoso Soberana y alta setioras El feride de ausencia y el Hagado de las telas del corazon, duletsima Dul- cinea del Tohoso, te envta la salud que él no tiene, Si tu fermosura me despre~ cia y st fe valor no esen mi pro, mal podré sostenerme en esta pena. Mi buen eseudero Sancho te contard, job bella ingrata, amada enemiga mta!, de qué modo que 0, Si no guisieras socorrerme, acabaré mi vida, Tuyo hasta la muerte, El Caballero de la Triste Figura —jPor vida de mi padre —dijo Sancho en oyendo la carta—, que ¢s la mis alta cosa que jamais he oido! ;Y cémo le dice cuanto la quiere! Venga, pues, escriba la donacién de los tres pollinos y firme con mucha claridad. —Que me place —dijo don Quijote, que escribié la carta y luego la le~ yo—: «Scitora sobrina, dale a Sancho Panza, mi escudero, tres de los cinco en casa. En las entrafias de Sierra Morena, a 22 de agosto asnos que dej de este aio» —Bien esti —dijo Sancho—, firmela vuestra merced. —No es menester firmarla —dijo don Quijote—, sino solamente poner mi ribrica. —Yo me confio de vuestra merced. Iré a ensillar a Rocinante, y écheme su bendicién, que en seguida me voy. —Por lo menos, Sancho, quiero que me veas hacer en cueros dos doce- nas de locuras, que las haré en menos de media hora. —Por amor de Dios, no las haga, que me dari mucha listima verle en cueros, y no podré dejar de llorar, y ya me duele la cabeza de lo que anoche lloré por el rucio. Pero ya don Quijote se habia quitado a toda prisa los calzones, y en carnes y en camisa, sin mAs ni més, dio dos saltos en el aire y dos voltere- tas, la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que Sancho no quiso ver otra vez, pues con lo visto bien podia jurar que su amo quedaba loco, 133 Escaneado con CamScanner Ad Los desdichados amores de Cardenio y Dorotea y el encuentro con la princesa Micomicona Dice la historia que cuando el de la Triste Figura acabé de dar tumbos desnudo de medio cuerpo abajo, se subié a una alta pefia y alli rez6 un ni- lion de avemarias y se entretuvo en suspirar, pasear por el prado, buscar yerbas para sustentarse y grabar en la corteza de los arboles versos enamo- rados como éstos: Hiriole Amor con su azote, no con su blanda correa; J, en tocdndole al cogote, agut Horé don Quijote ausencias de Dulcinea. Entre tanto, Sancho Panza se dirigfa por el camino real hacia el Tobe" so. Al dia siguiente llegé a la venta donde lo habfan manteado, y por aq¥4 mal recuerdo se resistia a entrat, aunque era la hora de comer y dese! Sustar algo caliente, pues hacia muchos dias que sélo comia fiambre: F* esto salieron de la venta dos hombres, —Agquel del caballo, :no es Sanch Stes, Lo reco: y dijo el uno al otro: 0 Panza? y lleva el caballo de nuestro don Quijote. Idea econocieron tan bien porque eran el cura y el barbero de laa | don Quijote, los mismos que habian hecho el escrutinio de los libros ; s ~ Amigo Sancho Panza —lo llamé el cura—, dénde qued amo? 134 Pere Escaneado con CamScanner paws SANCHO, PL CURA Y EL BARBERO Los reconocis Sancho, pero decidié ocultarles el paradero de su sefior. no nos Io decis dijo el barbero—, imaginaremos que le habéis > y mucrto, pues venis en st caballo, roba —Yo no sov hombre que robe ni mate a nadie dijo Sancho—. Mi amo queda haciendo penitencia en una montana, muy a su gusto. 1 les conté de corrido las aventuras que le habian pasado, ¥ en segui aunque se cnidd de ocultar lo del manteamiento, y explicé que Hevaba una carta a la senora Duleinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Cor- chuclo, de quien su sefor estaba enamorado hasta los higados. Aunque el cura y el barbero ya sabfan la locura de don Quijote, queda- ron admirados de Io que Sancho les contaba. Le pidieron que les ensefiase la carta, y ¢l meti6 la mano en el pecho buscando el libro, pero, aunque se palps todo el cuerpo, no le hall6, porque se habia quedado don Quijote con él sin darse cuenta. Entonces se le qued6 cara de difunto, se ech6 las manos a las barbas y se arraneé la mitad de ellas, y luego se dio media do- cena de puiadas en las narices, que se las baiié en sangre. ‘Alarmados, el cura y el barbero le preguntaron qué le pasaba. —Que acabo de quedarme sin tres pollinos, grandes como castillos. —;Cémo es eso? —replicé el barbero. —Porque he perdido el libro donde venia la carta para Dulcinea y una orden de mi sefior para que su sobrina me diese tres pollinos. Y con esto les conté la pérdida de su rucio. Lo consols el cura diciéndo- le que todo se arreglarfa, Sancho dijo que, si era asi, que no le daba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea, porque la sabia casi de memoria. —Decidla, pues —propuso el barbero—, que después la trasladaremos a papel. Se rascé Sancho Panza la cabeza para tracr a la memoria la carta, y unas veces se ponia sobre un pie y otras sobre otro y ya miraba al suelo y ya al cielo, y después de haberse rofdo Ia mitad de la yema de un dedo, dijo por fin: —Empezaba asi: «Alta y sobajada sefioras. —No diria sobajada —interrumpis el barbero—, sino sodenana seitora." nillada, manoseada’, 1 La confusién de Sancho es cdmica porque sobyjada significa “hi 135 Escaneado con CamScanner ERA PARTE + CAPITULO ONCE (1, 26) ncho—. Luego, prosegufa, si mal no me a do besa a vucstra merced las manos, in —Asi es dijo § Ueto: falto de suciio, y ¢! rat dereoncia hermosa», y no sé qué de salud y de enfermedad, f a “ Cualidades punto por punto, pero : —Ahora te disculpo, y perdéname el enojo, que yo no puedo callar lo primero que se me viene a la } —Dejémosto asi —dijo Dorotea—. Sancho, besad la man sefior y pedidle perdén. lengua, © 2 vuestro Fue Sancho cabizbajo a besar la mano a su sefion, posado continente” y le eché la bendicién. —Echemos, Sancho, pelillos a la mar. Ahora cuénta y cémo hallaste a Dulcinea cuando le diste mi carta, A decir verdad —dijo Sancho—, yo no le entregué vuestra carta —Es verdad, porque el librillo donde la escribi lo hallé en mi poder dos dias después de tu partida, lo cual me causé grandisima pena. ~Por suerte, la tomé yo en la memoria y se la pude decir a un sacris- tan, que la copié al pie de la letra. —Pero, dime, Sancho, qué hacia la reina de la hermosura cuando la viste? Estaria bordando un escudo para este su cautive caballero.... La hallé cribando trigo en el corral de su casa.2? —Pues los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos —dijo don Quijote—, i y él se la dio con re- me dénde, cuando Discreta sefioral Eso debis d con ella. Adelante, Sancho, —Nada, © ser para leerla despacio y recrearse eY qué te Pregunté de mi? : : ~©gaste junto a ella, éN0 sentiste un olor a incienso fragancia aromética? Escaneado con CamScanner ENCUENTRO CON ANDRES Jo set se CRP ins ij mM =No seria eso —respondié don Quijote, sino que tii debias de estar atarrado, 0 te olfas a ti misc porque yo sé que ella huele como una ro- mo un Tirio del campo, s, —Todo puede ser —respondié Sancho, =Y bien —prosignié don Quijote—, zqué hizo cuando leyé fa carta? fo 1a ley, porque no sabia leer, sino que la rasgé y la hizo pedazos poqueiios para que no Ta Teyera nadie, Dijo que le bastaba To que yo le ha- bia dicho de palabra acerca del amor que vuestra merved le tenia. —Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? De que sélo has tardado tres dias en ir y venir desde aqui al Toboso. Me parece que fuiste y \iniste por los aires algin hechicero amigo. —Asi seria, porque Rocinante andaba ayudado sin duda por como si volara. En esto les dio voces maese Nicolis que esperasen un poco, porque querfan detenerse a beber en una fuentecilla. Se detuvo don Quijote, con no poco gusto de Sancho, que ya estaba can- sado de decir tantas mentiras. Estando en esto, acerté a pasar por alli un muchacho, y al yer a don por las piernas y co- Quijote se acercé, lo abraz menzé a Horar con muchas ganas, diciendo: —jAy, sefior mio! No me conoce? Yo soy aquel mozo Andrés al que vuestra merced desaté de una encini Lo reconocié don Qu y volviéndose a los que alli estaban, dijo: : Pp, ijote, ara que vean Ia importancia de que haya“ caballeros andantes por 4os caminos, sepan que 151 Escaneado con CamScanner <7 PRIMERA PARTE + PITULO ONCE (1, 31) hace algunos dias hallé atado a una encina a este muchacho, desnudo de medio cuerpo arriba, y azotado por un villano, amo suyo, porque el cies Te pedia su salario, Y sepan que yo lo liberé, y obligué unre: villano a pagarle I sobre otro, ¢No es verdad todo esto, Andresillo, hijo? —Todo es verdad —respondié el muchacho—, pero cl fin fue al revés; mi amo no sélo no me pagé, sino que cuando vuestra merced se fue me volvié a atar ala misma encina y me dio de nuevo tantos azotes, que me Adcj6 desollado, y hasta ahora he estado curindome en un hospital. Y de todo tuvo la culpa vuestra merced, que, si hubiera pasado de largo, me ha- bria ahorrado Ia mitad de los azotes. —El daiio estuvo —dijo don Quijote— en fiarme de la palabra de un villano, pero ahora mismo iré a buscarlo para vengarte. Y diciendo esto se levanté muy aprisa y mandé a Sancho traer a Roci- nante, que estaba paciendo, pero Dorotea le recordé que no podia meterse en ninguna empresa hasta acabar la suya. —Esa es la verdad —respondié don to no parar hasta que el muchacho —N Quijote—. Pero a la vuelta prome- quede vengado y pagado. (0 me creo yo esas promesas —dijo Andrés— 2a, prefiero que me dé algo de comida para llegar a § Sacé Sancho un pedazo de . Mas que la vengan- Sevilla. Pan y otro de queso y se los dio. Los recogi6 cl muchacho y se marché, no sin antes decirle a don Quijote: —Por amor de Dios, sefior caballero andante, que si otra vez me en- cuentra, aunque vea que me hacen pedazos, Qued6 don Quijote muy avergonzado, y mulasen mucho la risa para no avergonzarlo Lego de comer, ensllaron las eaballeriasy al dia siguiente llegaron ala venta, donde el ventero, su mujer, su hija y Maritornes les recibieron con mucha alegria, no me socorra ni ayude. fue preciso que los dems disi- mis, 152 Escaneado con CamScanner 12 Que trata de la descomunal batalla de don Quijote con unos cueros de vino y otros raros sucesos Don Quijote pidié a la ventera que le preparase un lecho mejor que la vez pasada, y ella, como en esta ocasién esperaba cobrar el hospedaje, le adere- 26 una cama bastante razonable en el mismo camaranch6n! que la vez an- terior. El caballero se acosté, porque venia tan molido como falto de juicio. El cura, el barbero, la bella Dorotea y Cardenio comieron una buena comida que les preparé la ventera, y, ya en la sobremesa, todos los huéspe- des de la venta comentaron la extrafia locura de don Quijote. La ventera comprobé que Sancho no estaba presente y entonces conté el mantea~ miento, con gran regocijo de todos. Luego se hablé largo rato sobre los li- bros de caballerias. El ventero los defendié con entusiasmo y, sacando un. par de ellos que tenfa guardados en una maletita, agregs: —Cuando es tiempo de la siega, se alojan aqui muchos segadores, y siempre hay alguno que sabe leer, y nos sentamos a su alrededor mis de treinta y escuchamos embobados las aventuras de los caballeros andantes. Y lo que més me gusta es cuando descargan terribles y furibundos golpes. ‘A Maritornes, en cambio, lo que le encantaba de aquellos libros eran las cosas lindas que se decfan la sefiora y el caballero abrazados bajo un na- ranjo, Pero el cura y el barbero los condenaban sin remisién porque no ha- bia en ellos una sola pagina que no estuviera llena de disparates y fantasias. 1 camuranchén: cobertizo de madera construido junto a una casa y que sirve de trastero, 153 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE * CAPITULO DOCE (1, 32) —Nonea hubo tales eaballeros en el mundo, ni ales havatas Fbulogy aio el cur icoclvcae —jA otro perro con ese hueso! —replicé cl ventero—. Pero, » éc6mo, que lo que explican esos buenos libros es mentira, si impresos con licencia del Rey?? a —Amigo —replicd el cura—, esos libros se imprimen para ent el ocio de la gente, pensando que no habra nadie tan ignorante que los to- me por historias verdaderas. Pero, puesto que no es asi, quiera Dios que esos libros no os sequen el cerebro como a nuestro don Quijote. Sancho, que habia entrado a mitad de la plitica, se quedé muy confuso Y pensativo al oir que ya no habia caballeros andantes y que los libros era, mentirosos. yaa hacer ere Pero decidis esperar a ver si el viaje de su amo acababa feliz- mente, y si no era asi, volveria a casa con su mt de siempre. Al mirar la maletita del ventero, muy buena letra y dijo: —Esperad, que quiero ver lo que son, Eran ocho pliegos escritos a mano, con un titulo que decia: Novela del curioso impertinente. Leyé el cura tres 0 cuatro lineas para si y luego dijo que le apetecia leer aquella novela entera.) —Pues hagalo —respondis el ventero, Todos le insistieron en que leyera, y el cura se avi novela trataba de dos caballeros ticos di desde la niftez. Uno de ellos, Anselmo, sa doncella, tijer y sus hijos y a su trabajo vio el cura unos papeles escritos con no a complacerlos. La le Florencia, amigos inseparables Se enamoré y casé con una hermo- ales familias de la ciudad, Su leal amigo Lotario espaciaba las visitas ala casa de Anselmo para no dar lugar a habladurias de la gente maliciosa, Pues no parecia prudente que un moz0 rico y apuesto como él visi ‘asa de una mujer tan bella como Cami- n __ due era gusto suyo y de Camila conservat » St que convencieron a Lotatio de que los visitase dos veces Por semana para comer juntos. Algxin tiempo después, Anselmo, qui hija de una de las princip 2 En el Siglo de Oro, todos los libro: 8 apareci de priya ue ech ee i eneabezados por un documento 3 En la época, se Hla y nba novell ces SEY ‘Sutorizaba la publicacién de la obra. 154 Escaneado con CamScanner EL CURIOSO IMPERTINENTE declaraba dichoso por disfrutar del amor de la esposa perfecta y de la amistad leal de su amigo, empez6 a sentir el deseo insensato de poner a prueba Ia fidelidad de Camila, para averiguar si en realidad era tan buena y honrada como parecia. Contuvo aquel deseo dia tras dia hasta que ya no pudo sofocarlo, y entonces se lo confess a su amigo. «Lotario», le dijo, «quiero que enamores y seduzcas a mi mujer con todas tus artes, para que ella, al rechazarte y vencer la tentacién, como estoy seguro que asi sera, acredite su virtud, y yo entonces daré por incomparable mi suerte». Lota~ tio se resistid, muy disgustado, porque decia que aquella prueba era una ofensa para Ia dama, un peligro para su larga amistad y un juego arriesga- do del que ningtin bien se iba obtener. La virtud de Camila era un finisi- mo diamante, gpara que queria colocarlo entre el yunque y el martillo y a fuerza de golpes probar su dureza? Qué mas honra iba a ganar? Y si el diamante se rompiese..., gno lo perderia todo? Pero la curiosidad enfermi- za de Anselmo era tan agobiante que, para curarla, su amigo accedié a tentar a Camila. Un dia en que habian comido los tres juntos, Anselmo salié de casa y dej6 a su mujer a solas con su amigo para facilitar el galan- teo, pero Lotario hizo como que se dormia y, cuando el esposo volvié, le conté la mentira de que Camila habfa rechazado de plano la primera insi- nuacién. Entonces el curioso impertinente planeé nuevos encuentros para dejarlos solos, y le dio a Lotario joyas para que se las regalase a Camila, insistié a su mujer en que recibiese a su amigo y lo alojara en casa con la excusa de que ella necesitaba compaiifa y proteccién durante unos dias en que él tenia que ausentarse de Florencia por un asunto de negocios. En fin, tantas facilidades dio y tanta fue su malsana insistencia, que Lotario no sélo cortejé a Camila con todas sus artes de seduccién, sino que acabé Por contemplar arrobado‘ su hermosura y desearla en su corazén y a no Poder apartarla de su pensamiento, luchando contra el sentimiento de sen- tirse mal amigo. Y asi, la alabé y agasajé,$ le ofrecis las joyas y le expresé apasionados sentimientos. Ella lo rechazaba turbada y se alejaba Para no verlo, pero él siguid su cerco de Ilantos, promesas, suspiros, stiplicas, elo- Bios y adulaciones, hasta que Camila se compadecis de él y su firmeza em- { rebado: absorto, embobado. “asgjar: tratar a alguien con carifio. 155 Escaneado con CamScanner AP{TULO DOCE (1, 34-35) PRIMERA PART! ida esposa acabé por rendir su virtud, pez6 a titubear, y al fin la honi i Cuando dias después regress Anselmo del v Estaba el cura leyendo esta parte de la novela, muy cerca ya del desen- lace, cuando entrs Sancho Panza todo alborotado y diciendo a voces: —Acudid, sefiores, ripido, y socorred a mi sefior, que anda envuclto en las mas refiida batalla que mis ojos han visto. {Vive Dios que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la sefiora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza de raiz, como si fuera un nabo! | Qué dices, hermano? —dijo el cura, dejando de leer lo que quedaba de la novela—. ¢Estdis en vos, Sancho? ¢Cémo diablos puede ser eso, si el gigante est a dos mil leguas de aqui? En esto oyeron un gran ruido en el aposento y a don Quijote que decfa a voces: —iAlto, ladrén, malandrin, follén! Ya te tengo, y de nada te valdré tu cimitarral® —y parecia que daba grandes cuchilladas por las paredes. No se paren a escuchar —dijo Sancho— y entren a ayudar a mi amo. Aungue ya no seri menester, porque sin duda alguna el gigante esti ya muerto, que yo he visto correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada, que es tan grande como un cuero de vino. ~ Que me maten —dijo el ventero— si don Quijote no ha dado algu- na cuchillada a uno de los cueros de vino tinto que estan a la cabecera de fu cama. El vino derramado debe de ser la sangre de la que habla este buen hombre. Entré el ventero en el aposento y todos tras él, y hallaron a don Quijote en camisa, la cual por delante no le cubria los muslos y por detris tenia seis dedos menos, con lo que ensef nas de vello y no muy limpias; ‘aba las piernas muy largas y flacas, Ile- ‘ Hlevaba en Ja cabeza un gorrillo colorado, Brislento, que era del ventero; en el brazo izquierdo se habia enrollado ln manta de la cama a modo de es que daba cuchilladas a todas p con un gigante. Y lo mejor es que no tenia los of. srs softando que ya habia llegado cudo y en la derecha tenia la espada, con la 156 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAPITULO DOCE (1, 35) antas cuchilladas pelea con su enemigos y habfa dado 4108 cueros Henos ' igante, que todo el cataranchyss estab enchareado, Al ver esto, el ventero tomd tanto cnojo, que arremeti¢ contra don Quijote con el puiio cerrado y estuvo dindole porrazos hasta que Car. de vino, ereyendo que Ins dal skenioy el eur lograronsujetarto, Pero ni con los golpes se habfa despens do el pobre caballero, asi que el barbero trajo un gran caldero de agua frig del pozo y se la eché por todo el cuerpo de golpe, con lo cual don Quijoe abrié los ojos espantado. Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo yoo mo no la hallaba, dijo: Yo ya sé que todo lo de esta casa es encantamiento, pues la otra vez, en este mismo sitio donde ahora estoy, me dieron muchos Porrazos, sin sa- ber quién me los daba, Y ahora pasa lo mismo, pues yo vi por aqui la cabe- za cortada y correr la sangre como de una fuente. | cQué sangre ni que fuente? —dijo el ventero—. 2No ves, ladréa, que 1a sangre es el vino tinto de estos cueros horadados? —Yo sélo sé —respondié Sancho— que si no encuentro la cabeza del Sigante me quedaré sin condado, Estaba peor Sancho despierto ho—. Yo no estaba borracho: i> ! Mi condado ests seguro! los disparates de los dos, amo y 0" te se daba a Satands. Al final, e! ba Escaneado con CamScanner DE DEL CURIOSO IMPERTINENTE sit este caballero andante! La vez pasa- y cebada. ;Y ahora rompe los cueros y ala hora entré en mi ey in pagar cena, cama, p da se fue derrama cl vino! El cara los calms, prometiendo pa 16. a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante con la prome- sade darle el mejor condado de su reino. Sosegados todos, el cura acabé de leer lo poco que faltaba de £7 curioso impertinente, para satisfacer el gus- to de los demas y su propia curiosidad. Y contaba la novela que, cuando Anselmo regresé de su viaje, Camila lo recibié con mucha ansia y le conté que Lotario le habia hecho insinuaciones deshonestas y que a punto habia estado de sacar una daga y clavarsela en el corazén para vengarse de aquel amigo traidor. A su vez, Lotario le conté a Anselmo que nada habia con- seguido rendir a la bella Camila, que era la esposa més leal, honesta y vir- tuosa del mundo. Al oir aquello, Anselmo se sintié elevado a la ms alta felicidad, sin percatarse del engafio en que vivia. Pero la Fortuna quiso que poco tiempo después saliese al descubierto toda la verdad, y, al saberse traicionado por su esposa y su amigo, Anselmo se murié de tristeza. Junto asu cuerpo sin vida, encontraron un papel que decfa: “Un necio e imperti- nente deseo me quité la vida. Si Camila leyere este papel, sepa que yo la perdono, porque no estaba ella obligada a hacer milagros”. A las pocas se~ manas, Lotario perecié en una batalla en el reino de Napoles, por lo que Camila se vio sin marido y sin amigo, y acabé muriendo de pura melanco~ lia. Y éste fue el fin que tuvieron todos por culpa de la impertinente curio- sidad de Anselmo. —La historia esta bien contada —dijo el cura—, pero nadie ha de to- marla por cosa verdadera, pues no puede existir en el mundo un marido tan necio como ese Anselmo. En esto se asomé el ventero a la puerta y dijo: —Viene una gran tropa de huéspedes. Son cuatro hombres a caballo, todos con lanza y antifaz negros, y junto con ellos cabalga una mujer vesti- da de blanco, cubierto el rostro, y otros dos mozos de a pie. Ya Ilegan. Aloir esto, la sefiora Dorotea se cubrié el rostro y Cardenio se entré en cleuarto de don Quijote, Entraron los viajeros en la venta, se apearon los caballeros, y uno de ellos tomé a la mujer en brazos y la senté en una silla, les las pérdidas, y Dorotea conso- 159 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAP/TULO DOCH (1, 36) donde Ia sefiora suspiré y dejé caer los brazos como si estuviese desmaya- da, Dorotea se compadecié de ella, se acercd y le dijo: —:Qué mal sentis, sefiora mia? Mirad si os puedo ayudar, Haba, hasta que el caballero embozado que sefora ca Pero la I parecia mandar a todos dijo: i. —No os canséis, sefiora, en ofrecerle nada, que no os lo agradecer4, Nj tampoco os responders, si no es para decir mentiras. : mas las dije —replicd la dama—. Vos sois el falso y el mentiroso, Al oir esto, salié Cardenio del aposento y dando una gran voz dijo: —jValgame Dios! Qué voz es ésta? Volvié la cabeza la sefiora, toda sobresaltada por los gritos de Cardenio, y al verlo se puso en pie muy turbada, y con el movimiento se le cayé el pafiuelo que le ocultaba el rostro, descubriendo una cara tan hermosa co- mo aterrada. El caballero embozado corrié a detenerla agarrandola por los hombros, y al hacerlo también a él se le resbalé el embozo.” Entonces Do- Totea vio su cara y lo reconocié: era su esposo don Fernando. Al verlo, arrojé de lo intimo de sus entrafias un largo y tristisimo «jay!», y se cayé de espaldas desmayada. Por suerte, estaba junto a ella el barbero y pudo reco- gerla en brazos antes de que cayera al suelo. Fue el cura a quitarle el em- bozo a Dorotea para echarle agua en el rostro, y al hacerlo don Fernando la reconocié y qued6 como muerto, pero sin dejar de sujetar a Luscinda, que queria soltarse de sus brazos, En suma, Luscinda habia teconocido por la voz a Cardenio, y Carde- nio a Luscinda y a don Fernando, y los tres quedaron mudos y espantados. Dorotea, que ya se habia recuperado del desmayo, miraba a don Fernando, don Fernando a Cardenio, Cardenio a Luscinda y Luscinda a Cardenio. Al fin, fue Luscinda la primera en hablar: : —Soltadme, sefior don Fernando, y dejadme ir con mi amado Carde- Se 7 embezo: prenda con que uno se cubre el rostro, Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAPITULO DOCE (1, 36) —La que tienes arrodillad ; labradora humilde que te abrié las puertas de su recato* y te entregs Jag Haves de su libertad. TH quisiste que yo fuese tuya, y ahora tt no puedes dejar de ser mio. Firmaste ante el cielo ser mi esposo, asi que, si eres tan istiano como caballero, quiéreme por esposa o admiteme al menos por esclava. T\i no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mio, ni ell tus pies es la desdichada Dorotea, aquella eri puede ser tuya, porque es de Cardenio. Todos los presentes se conmovieron con las amorosas palabras de Do- rotea. Don Fernando, leno de confusién y espanto, miré un buen rato a Dorotea, hasta que abrié los brazos y, dejando libre a Luscinda, dijo: —Venciste, hermosa Dorotea, venciste. No tengo 4nimo para negar tantas verdades juntas. Entonces Cardenio se acereé a Luscinda, la estreché entre sus brazos y le dijo: —Leal y hermosa sefiora mia, en ninguna otra parte hallards un des- canso mis seguro que en estos brazos que ahora te reciben y otro tiempo te recibieron, cuando la fortuna quiso que pudiese llamarte mia. Ella le miré a los ojos y lo reconocié, y sin atender al honesto respeto, Ie eché los brazos al cuello, junté su rostro con el de Cardenio, y le dijo: —Cardenio, sefior mio, vos sois mi verdadero duefio. El cura, el barbero y el bueno de Sancho Panza rodearon a don Fernan- do y le suplicaron que cumpliese su palabra de caballero y de cristiano, Y que mirase bien las lagrimas de la bella Dorotea. No querréis deshacer lo que el cielo previsor ha decidido —dijo cura, El valeroso y noble de la verdad. —Levantaos, sefiora mia —dijo, que no es justo que esté arrodillada No me reprendais por el error —ai tierno sentimiento—, Mira a Lu: que sean felices largos afios, los m pecho de don Fernando se ablandé y se dejé vencet recogiendo en sus brazos a Dorotea> a mis pies la que yo tengo en mi alm iadi6, juntando su rostro al de ella co" scinda con su Cardenio: quiera el ciel? ismos que yo deseo vivir contigo. 8 recato: honestidad, 162 Escaneado con CamScanner EL GIGANTE DE CUERO Todos los presentes Ioraban lagrimas de contento. Hasta Sancho Pan- za estaba bafiado en Ianto, aunque después explicé que HMoraba porque Dorotea no era la reina Micomicona, de quien tantas mercedes esperaba. Mientras los que estaban en Ja venta celebraban el buen fin de aquellos sucesos, Sancho entré en el camaranchén de su amo, que se acababa de despertar, y le dijo con melancélico semblante: —Duerma lo que quiera, sefior Triste Figura, y no se Ppreocupe de ma- tar gigantes ni de devolver a la princesa a su reino, que ya todo esté hecho acabado. —Eso creo yo —respondié don Quijote—, porque he tenido con el gi- gante la mas descomunal y desaforada batalla que pienso tener en todos los dias de mi vida. De un revés, jzas!, le detribé la cabeza en el suelo, y la sangre que le salié corrfa como un arroyo. —Como un arroyo de vino tinto —respondié Sancho—, porque quiero que sepa vuestra merced que el gigante muerto es un cuero y Ia sangre las seis arrobas’ de vino tinto que encerraba, y la cabeza cortada es la puta que me parié. Qué dices, loco? —replics don Quijote. —Levintese vuestra merced —dijo Sancho— y vea el destrozo hecho, yala reina Micomicona convertida en una dama llamada Dorotea. —Nada me maravilla lo que cuentas, porque ya te dije la primera vez ue en esta venta pasaban cosas de encantamiento. —Todo lo creeria yo si también mi manteamiento hubiese sido cosa fingida, —Aytidame a vestirme —dijo don Quij formaciones que dices. Mientras tanto, el cura le contaba a don Fernando las locuras de don Quijote, y el artificio para sacarlo de aquella montafia que él crefa Ia Peiia Pobre’ y levarlo a su casa. Salis en esto don Quijote, armado con Ia lanza, el escudo en el brazo y ‘labollado yelmo de Mambrino en la cabeza, y todos quedaron suspensos te—, que quiero ver las trans- 9 Esdeas « = Ti esis, ‘cerea de cin litros, pues la arrobaequivala a unos 16 Hitros, * Petia Pobre era la isla donde Amadis se habia retirado a hacer penitencia. 163 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAP{TULO DOCE (1, 37) amarillo. Pi i A al'ver sus armas y su largo rostro seco y amarillo. Puso los ojos don Quig, te en la hermosa Dorotea, y le dijo: “Mi esendero me ha informado, hermosa sefiora, que de reina os ha. béis vuelto en una doncella particular. $i esto lo ha ordenado el rey vuestro padre, digo que de historias caballerescas no sabia de la misa la media, porque no ha muchas horas que yo me vi con un sigantillo y lo maté, —Con dos cueros os enfrentasteis, y no con un gigante —corrigié ef ventero. —Digo, en fin, alta y desheredada sefiora, que si vuestro padre os ha hecho esta metamorfosis, no le deis crédito, porque en breves dias mi es- pada pondré la cabeza de vuestro enemigo en tierra y yo os pondré la coro- na en vuestra cabeza. —Valeroso Caballero de la Triste Figura —dijo Dorotea—, yo soy la misma de ayer, aunque haya algtin cambio en mi, causado por algunos afortunados sucesos. Pero no por ello he dejado de necesitar vuestra ayuda, y asi espero que mafiana nos pongamos en camino para seguir el viaje ha- cia mi tierra. —Ahora te digo, Sanchuelo —dijo don Quijote volviéndose a su escu- dero y apretando los dientes con enfado—, que eres el mayor bellacuelo de Espafia. Dime, ladron, no me acabas de decir unos disparates que me pu- Sieron en la mayor confusién que he tenido en todos los dias de mi vids? Voto a...! —Vuestra merced se sosiegue —respondié Sancho—, que podria set ue yo me hubiese engafiado en la mutacién de la sefiora princesa Mico- rnicona, pero en lo de que la cabeza del gigante era un cuero y la sangre Yr No tinto, ya lo vera cuando el sefior ventero le pase la cuenta de los dest” 20s. i —Ahora yo te digo, Sancho —concluyé don Quijote, que eres mentecato, y perdéname, y basta, ~Basta —dijo don Femando—, y no se hable més en esto. Maian® acompafiaremos todos a do e $ n Quijote i valerost# ia Quijote y seremos testigos de sus Escaneado con CamScanner EL PASAJERO VESTIDO DE MORO Vestido con tr calzoy : Figg, ny bonete” también azules; borceguies de color di ° Tras él entr Motisca, ‘aje moro: casaca™! de pafio azul, corta de falda sin cuello; il y alfanje mo- 6 encima de un jumento una mujer vestida también a la ’ con un largo velo y una tunica que la cubria hasta los pies. El ca- | pb tag ee | 12 gat*#: especie de chaqueta ete: worro de one aio o lana que queda muy ajustado a la cabeza. putes: botas de montar; afanje: sable curvo. 165 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE * CAPITULO DOCE (1, 37-38) hallero moro tomé en brazos a la mujer la apes sellin ¥ pidis un enarto para pasar la noche, pero le dlijeron que no ha ia ingino od Ja venta, Sin embargo, Luseinda, Dorotea, la ventera, su ija y Maritornes * ofiecieron a buscarle acomodo. La mora cruzé la inclind Ia cabeza y doblé el cuerpo en sefial de gra- rodearon a lt mora y manos sobre el pecho, titud, Entonces el caballero dijo: —Seiioras mas, esta doncella apenas entiende nuestra lengua. Viene de Argel y es mora cn el traje y en el cuerpo, pero en el alma es muy gran grandisimos deseos de bautizarse. Se llama Lela cristiana, porque tiene Zoraida. wo, no Zoraida! {Marfa Maria! —dijo ella al ofr su nombre. El le susurré algo en lengua arabiga y entonces ella se quité el velo y descubrié un rostro que en hermosura sélo podian igualarlo Dorotea y Luscinda. Como ya se acercaba la noche, don Fernando pidié al ventero que les preparase la cena y, legada la hora, se sentaron todos los huéspedes a una larga mesa. Dieron la cabecera a don Quijote, el cual quiso tener a su lado a la princesa Micomicona. Cenaron todos con mucho contento, menos don Quijote, que, dejando de comer, les hablé con el mismo espiti- tu que cuando cené con los cabreros, y con tan buenas razones que nadie al oirlo lo hubiera tenido por loco. —Verdaderamente, sefiores mios —dijo don Quijote—, a los caballeros andantes nos suceden grandes cosas. Si alguien entrara ahora en este casti- Ilo, zquién diria que esta sefiora es la gran reina Micomicona y yo soy aquel Caballero de la Triste Figura que anda por ahi en boca de Ia fama? No hay profesién como la de las armas, y quien diga que las letras las aventajam i sabe lo que dice, Las armas tienen por objeto la paz, que es el mayer ee las epics, se conservan los eines ee eae con cl ote a n los reinos, se guardan las ciudades, se asegu™? los caminos y se dena 4 8 tdan las ciudades, bi za, hambre y frio, y anda a la - corsarios, El estudiante past POT ’ 111 sopa boba,"* pero siempre come, aunque $° 14 Es decir, ‘vi i 7 ecir, Vive de la limosna’. En los conventos se repartia sopa a pobres y mendigo® 166 Escaneado con CamScanner LAS ARMAS Y LAS LETRAS poco y tarde, y encuentr que a muchos les faltan camisas y no les sobran zapatos, pero por este ca~ Igtin brasero junto al que calentarse. Y es cierto mino aspero y dificultoso, algunos Hegan a mandar y gohernar el mundo in desde una silla, cambiando su hambre en hartura y su desnudez en galas. En cambio, no hay estudiante mis pobre que el soldado, porque éste de- pende de una paga miserable que cobra tarde o nunca, o vive de lo que pi- Ile, con peligro de su vida y de su conciencia, Y a veces va tan roto y des- nado en invierno que sélo se calienta con el aliento de su boca, y de noche Ja cama que le aguarda es el suelo. Y a cada paso esta a pique de perder Ia vida. El dia de la batalla, en vez de borla de doctor en la cabeza," le pon- drén vendas para curarle un balazo que le traspasé las sienes o le estropes un brazo o una piemna. Y si sale vivo de los trances de la guerra, seguird tan pobre como era. ;Benditos aquellos siglos en que no habia estas espanta- bles armas de fuego y endemoniados instrumentos de la artilleria! Hoy una bala disparada por un infame y cobarde brazo puede acabar con la vida de un valeroso caballero andante. Y, asi, me pesa en el alma haber tomado es- te ejercicio de caballero andante en esta edad detestable en que vivimos, pues, aunque la pélvora no me pone miedo, quizis me quite la ocasién de hacerme famoso por el valor de mi brazo y el filo de mi espada. Don Quijote pronuncié este largo discurso mientras los demas huéspe- des de la venta cenaban muy a su sabor, aunque Sancho Panza le habia di- cho varias veces a su amo que se Ievase algiin bocado a la boca, que ya tendrfa tiempo de decir lo que quisiere. Acabada la cena, y mientras la ventera, su hija y Maritornes preparaban Ia cama de don Quijote de la Mancha, don Fernando rog6 al caballero vestido a la morisca que les con- tase su vida y la de Zoraida, pues suponia que serfan dignas de ser escu- chadas, —Lo haré de muy buena gana —dijo—, pero no estoy muy seguro que lrelato sea de vuestro agrado. Se hizo un gran silencio y todos quedaron pendientes de sus palabras. Y con voz reposada empez6 asi: 15 Al que lograba el doctorado se le investia piiblicamente con signos de su autoridad en el saber: guantes, capa y gorra con borla, 167 Escaneado con CamScanner {ULO DOCE (1, 39-40) PRIMERA PARTE + CAP! —~Yo soy Ruy Pérez de Vieda, de noble linaje, nacido en las monta- Aas de Ledn, Mi padre era un hombre generoso y gastador, que tuvo tres hij, todos ellos varones, Cuando nos Hegé me cs ra estado, un hermano mio cligié estudiar leyes, otro partié hacia as Indias y yo me decid por el cjecicio de fas armas para servir a Dios y al Rey. Embarqué en Alicante hacia Italia, me alisté en Milan, luché en Flandes con el Du- que de Alba" y luego me enrolé con el grado de capitan en Ia armada que combatié al Turco en la batalla de Lepanto, tan dichosa para la cristian- dad. En el abordaje a una nave enemiga cai prisionero y me vi con cade- nas a los pies y esposas cn las manos. Fui esclavo de un corsario turco lla- mado Uchali®” y durante muchos afios de cautiverio remé en el banco de una galera sin esperanza alguna de libertad. Cuando murié mi amo en Constantinopla, fui a parar a manos del rey de Argel, donde vivi cautivo con otros cristianos en una prisién o patio que los turcos Haman bafio” Pusiéronme una pesada cadena, pero, como era capitan, no me sacaban a trabajos forzados, porque esperaban obtener por mi un buen rescate. Mi amo era tan cruel que cada dia desorejaba a un cristiano” y ahorcaba 0 cmpalaba a otros cuantos. Un dia que estaba con tres compafieros en el patio de la prisién, apoyado contra una pared de Ia casa de un moro prin cipal, bajo un ventanuco, porque las casas de los moros tienen aguj més que ventanas, vi salir por él una mano de mujer con una caiia de gue colgaba un lienzo atado en el extremo de un hilo, Salté, recogi el 20, lo desaté y encontré diez cianis de oro, que es una moneda mora. hacia arriba y la mano con la cafia ya se habia ocultado. Unos dias di 16 Esto es, de escoger una profesisn’, 17 En 1567, Femando Alvarez de Toledo, contra los rebeldes de Flandes (P, o trcer duque de Alba, encabezd un ejéecito : ses Bajos), que reclamaban fai cia dela eién, sometidaentonees ala corona espana Meat Mt independencs 18 1a batalla naval de Ler ‘ 2 18 Laban AX Lahanto sibs el7 de octubre de 1571 y puso fin al dominio de rou dsp a amigo a PS en eco, SO E © tequierdo que le dej ano inutiliza i “d 19 Euch Ali fue un renegado calabrés que deen 8) ae La aes eee almirante de la armada rante la batalla de Lepanto, S66 como 20 EI bario era un corral o cir, una especie de 21 Al cautivo que int patio donde se levan ntaban cha isi re gaetin, ele ao prone Haba la fags le cortaban lag orejas, 168 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAPITULO DOCE (1, 40-41) estando yo en el mismo lugar, salié otra vez Ia misma mano con la cana esta vez me trafa cuarenta escudos de oro, con un papel escrito en. arab; que tenta dibujada una eruz, Deci fiarme de un renegado cristiano am mio y le pedi que me descifrara la carta a cambio de cinco cianis, yel 3) igo es «Cuando yo era nifia, tenia mi padre una esclava ctstang que me enseiié oraciones a Lela Marién,} y después de morir se me apare- cid dos veces y me dijo: “Vete a tierra de cristianos, a ver a Lela Marién, aque te quiere macho”, Pero no sé cémo hacerlo, Soy hermosa y muchacha, y tengo mucho dinero, Adivino que eres caballero: lévame a tu tierra y me casaré contigo. Zoraidas, Mirad, sefiores si no tenia yo motivos para estar admirado y contento. crito decia Hizo una pausa el senor Ruy Pérez de Viedma, y todos los oyentes que- daron con el dnimo suspenso, —Al dia siguiente —prosi medio de la cata, arébiga el mismo iguié el caballero leonés—, y por el mismo yo le envié otro papel que me habia traducido a lengua renegado murciano con esta respuesta: “El verdadero Ali *e Suarde, selora mi y la bendita Marién nos ayude. Haré por ti lo que sea, hasta mori, y en tierra cristiana seré tu esposo”, *Negocié mi libertad con el renegado cristiano, el cual buscé a un vax lenciay Escaneado con CamScanner HISTORIA DEL CAPITAN CAUTIVO viento contrario que nos obligé a soltar velas y desviar el rumbo hacia las costas de Andalucfa, navegando a ocho millas por hora. Rezaba Zorsida a Lela Marign y suspiraba de pena por haber dejado a su padre y su casa, pe- ro, puesta Ia cabeza entre mis manos, yo la consolaba con paltbra de ndo con el viento prospero esperbamos ver al riberas de Espafia, nos cl amor. Dos dias después amanecer las avisté un barco corsario francés con todas las velas tendidas, que de improviso solts dos piezas de artilleria que derribaron cl palo mayor y abricron un boquete en nuestra barca. A punto de imos a pique, nos abordaron doce franceses, nos despojaron de todo, y hablaron incluso de tirarnos al agua, aunque al cabo nos metieron en un esquife* con dos barriles de agua y unos bizcochos.* A remo y tumbo norte vimos horas después la linea de costa y, pasada la medianoche, to- mamos tierra dando gracias a Dios de estar vivos. A la mafiana siguiente nos socorrieron unos pescadores, admirados de ver cautivos libres, y tras atendernos en sus casas marché con Zoraida a Vélez Milaga,** donde com- pramos este animal en el que ella viaja sin quejarse de las incomodidades y la pobreza. Hace veintidés afios que sali de mi hogar en Leén, y ahora re- gresamos a él para ver si mi padre atin est vivo. Tras decir esto, callé el cautivo, y entonces don Fernando le dijo: —Sejior capitan, los accidentes de vuestra extrafia vida nos han lenado de asombro. Si queréis venir conmigo, mi hermano el marqués seri padri- no del bautismo de Zoraida y yo os ayudaré en lo que necesitéis para que podiis llegar a vuestra tierra con la comodidad que merecéis. El cautivo agradecié mucho el ofrecimiento, pero no quiso aceptarlo. Era ya noche cerrada, y en esto leg a la venta un coche escoltado con algunos hombres de a caballo. Pidieron posada, pero la ventera respondis que no habia en toda la venta un palmo desocupado. —Pues no ha de faltar para el sefior juez del Consejo Real, que aqui Viene —dijo uno de los de a caballo. —Seftor —respondié turbada la ventera—, es el caso que no tengo ca- mas. Pero yo y mi marido le dejaremos nuestro aposento. ba para ir de un barco a otro. 23 esque para que se conserve mucho tiempo. iguife: bote pequeio de remos que se utili 24 ‘bizcecbo: pan sin levadura cocido dos veces 95 Velez Malaga es una ciudad proxima a Malaga. 171 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAPITULO DOCE (1, 42) Ya se haba apeado del coche un hombre que en el traje mosts su ay cargo. Trafa de la mano a una doncella, de unos dieciséis aftos, vestida dg el mino, tan hermosa y gallarda que a todos puso admiracién su vista, Cuando don Quij a merced cn este castillo estrecho y mal acomodado, pe- ro donde siempre habré lugar para las armas y las letras. Admirado queds el juez tanto de las palabras de bienvenida como del, figura de don Quijote. El cautivo, al que le habia dado un salto el corazin nada mis ver al juez, pregunté a un criado el nombre de su amo, y el mozo ote le dijo: vio entrar al juez, —Entre vues! le respondis que era el licenciado Juan Pérez de Viedma, natural de las montafias de Leén, recién nombrado juez en la Audiencia de México. —jEse hombre es mi hermano! —exclamé el cautivo, quien, temeroso de que su hermano se sintiera afrentado al verle pobre, no se atrevié a des- cubrirse ante él y pidié consejo al cura. Para conocer la reaccién del juez, el cura traz6 un plan y lo llevé a cabo: durante la cena, conté que habia conocido a un capitan del mismo nombre que el juez y relaté su desventurada historia, al ofr la cual el juez se deshizo en Ilanto y confesé que aquel capitan tan valeroso era su hermano. Viendo el cura el buen resultado de su ardid, fue a por Zoraida y el capitén, que estaban cenando en otro aposento, y los llevé ante el juez. Acudié el capitin a abrazar a su hermano y, pasado el primer instante de turbacién, el juez lo reconocié y lo acogié con un fuerte abrazo. —iOh, buen hermano mio! —exclamé el juez, derramando tiernas Hi grimas de contento, como todos los presentes. __ Alli se dieron cuenta de sus vidas, y el juez ofrecié su afecto y su ht" cienda a Zoraida y a su hermano, Don Quijote estuvo atento, sin hablar palabra, atribuyendo tantos & trafios sucesos de aquella noche a la andante caballerfa. Y como la hors" ya muy avanzada, decidieron todos recogerse a descansar, y don Quijote a . st ofrecié a hacer fuera la guardia del castillo, no fuese que algxin gigan® atreviese a atacarles, 172 Escaneado con CamScanner Que trata de la heroica defensa del baciyelmo con otras feroces y ruidosas batallas acaecidas en la venta Faltaba poco para el alba cuando comenzé a sonar junto al aposento de las damas una voz dulce que cantaba asi: Marinero soy de amor que por mares muy profundos navego sin esperanza de llegar a puerto alguno, Siguiendo voy una estrella que desde lejos descubro, pero nubes me la encubren cuando mds verla procuro. Dorotea pensé que el que cantaba era un mozo de mulas, y su voz le parecié tan hermosa que desperté a la muchacha que dorméa a su lado. —Perdéname, niiia, pero quiero que gustes ka mejor voz del mundo, Dofia Clara de Viedma, que asi se lamaba la hija del juez, se desperté sofolienta, sin entender lo que le decian, y apenas oy6 dos versos de la cancién, le entré un temblor tan extrafio como si tuviera fiebre. Se abrazé a Dorotea y le dijo: —jAy sefiora de mi alma! El que canta no es un mozo de mula, sino don Luis, el hijo de un eaballero muy principal del reino de Aragsn, que vivia al Jado de la casa de mi padre. El se enamors de mi, y yo, cada vez 173 Escaneado con CamScanner « CAPITULO TRECE (1, 43) PRIMERA PART gue lo veo 0 le igo cantar, tiemblo, estremecida, Pero nunca nos podre- mos easar, porque gedmo va a permitirlo su padre, que es tan rico y prince pal? Ni aun par —No digtis eso, sefior vuestro amor tenga el fin feliz, que merece. Y ahora, reposemos un poco, Cuando el mozo dejé de cantar, queds Ja venta en un gran silencio, To- dos dormian, menos la hija de la ventera y su criada Maritornes, las cuales decidieron acerearse a ver a don Quijote para ofrle decir algunos disparates y hacerle alguna burla, Miraron por un agujero del pajar que daba al cam- po y lo vieron hacer la guardia a caballo, recostado sobre su lanzén y dan- do tan dolientes y profundos suspiros, que parecia que con cada uno se le arrancaba el alma. —jOh, mi sefiora Dulcinea del Toboso, extremo de toda hermosural —decia con voz blanda y amorosa—. Estarés pensando ahora en tu cauti- vo caballero? Quiz estés paseando por las galerias de tus palacios, consi- derando qué premio me has de dar por mis servicios. Y ti, sol, sal a ver a mi sefiora, saltidala, pero no la beses en la cara, que tendré celos de ti. En este punto la hija de la ventera le chist6: —Chiss. Volvié don Quijote la cabeza y vio que le llamaban desde un agujero que en su loca imaginacién le parecié la ventana con rejas doradas de un rico castillo, y pensé que Ia hija del alcaide volvia a soli criada me querra. —respondié Dorotea—. Yo os ayudaré para que , sefior mio, acérquese. itarle su amor. Ti- 16 de las riendas de Rocinante, se acercé al agujero y dijo: —Listima os tengo, fermosa sefiora, porque este miserable andante ca- ballero no os puede entregar su amor, pues ya lo tiene comprometido. Per- donadme, y recogeos en vuestro aposento. —Caballero dijo Maritornes—, zpodriais darle al menos a mi sefior una de vuestras hermosas manos para que pueda consolar su deseo? Supuso la criada que don Quijote le tenderia la mano, asi que se bajé @ toda prisa del agujero, fue a la caballeriza, tomé el cabestro! del burro de Sancho Panza y volvié en el instante en que don Quijote, puesto de pit sobre la silla de Rocinante, alargaba la mano. 1 El cabestroes la cuerda que se ata ala cabeza o al cuello de un animal para llevalo- 174 a Escaneado con CamScanner DON QUOTE ATADO DE LA MUNECA —Tomad, setor esti mano dijo el hidalgo—, que ninguna mujer tocd, mi siquiera la que tiene entera posesién de mi cuerpo, No os la doy para que la beséis, sino para que miréis sus nervios, la trabazén de sus niisculos y' la anechura de sts venas, y nde es la fuer- { suponggtis cwin x zade mi brazo, —Ahora lo veremos —dijo Maritornes, y al instante le até Ia mufieca con una lazada corrediza, se bajé del ventanuco y amarré el otro cabo de la cuerda al cerrojo de la puerta del pajar Don Quijote, que sintis en la muiieca la aspere: Mis parece que vue cidrmela. del cordel, dijo: 4 merced me araia la mano, en lugar de aca Pero ni Maritornes ni Ia otra lo escucharon, porque ya se iban muertas de risa, dejando a don Quijote de pies sobre Rocinante, con todo el brazo metido en el agujero y bien atado, Tiré el hidalgo para ver si podia soltar- se, pero fue en vano. Bien es cierto que dio los tirones con tiento, por te= mor a que Rocinante se desviase un poco y lo dejase colgado en el aire, ya que de la paciencia y quietud de Rocinante bien se podfa esperar que esta- ria sin moverse un siglo entero. Don Quijote pensé que todo aquello era cosa de encantamiento. Deseé tener a mano la espada de Amadis, hecha a prueba de hechizos, maldijo su suerte, exageré la falta que él le hacfa al mundo y se acordé de su querida Dulcinea del Toboso. Luego Ilam6 a Sancho Panza, pero su buen escudero estaba sepultado en el suefio. Sin osar moverse, en pie sobre la silla del ca- ballo y bien asido de la muiieca, desesperado y confuso, bramaba don Qui- jote como un toro, pues suponia que tendria que estar colgado hasta que lo desencantase otro mas sabio encantador. Pero al amanecer Ilegaron a la venta cuatro hombres a caballo armados con escopetas, y en cuanto empe- zaron a llamar a golpes a la puerta, que atin estaba cerrada, don Quijote les dijo desde su puesto de centinela: —Caballeros, no Ilaméis a las puertas de este castillo, porque no se abri- r4 esta fortaleza hasta que el so! esté tendido por todo el suelo. —Qué diablos de fortaleza es ésta? —dijo uno—. Si sois el ventero, abrid. Somos caminantes y sélo queremos dar cebada a las cabalgaduras, porque vamos con prisa. 175 Escaneado con CamScanner = PRIMERA PARTE + CAP{TULO TRECE (1, 43-44) alle de ventero? —pregunté don Quijote, alle —respondis el otro—, pero decis disparate, al llamar castillo a esta venta. astillo es —replicé don Quijote—, y de los mejores. —Es una venta, y bien pequefia. —Sabéis poco del mundo —replicé don Quijote—, pues ignoriis los casos que suelen suceder en la caballerfa andante. Cansados del coloquio con don Quijote, los viajeros volvieron a llamar con tan gran furia que se desperté el ventero y todos cuantos en la venta estaban. En esto, una de las cabalgaduras de los viajeros se acercé a oler a Rocinante, que, melancélico y triste, con las orejas caidas, sostenia a su es- tirado sefior. ¥ como a fin de cuentas era de carne, aunque parecia de ma- dera, se movié un poco para recibir a la yegua que le venfa a hacer caricias, con lo que don Quijote qued6 colgado del brazo y sintié tanto dolor como si se lo arrancaran. Entonces empezé a dar tantas voces que el ventero sa- ié despavorido. Maritornes supuso lo que pasaba y corrié al pajar y desaté a don Quijote sin que nadie la viera, asi que el hidalgo cayé al suelo a la vista de todos; pero, en lugar de lamentarse, se quité enseguida el cordel de la mufieca, se levant6, subié sobre Rocinante, embrazé el escudo, entis- tr6 su lanzén y, alejindose un poco a medio galope, dijo: —Si la princesa Micomicona me da licencia, reto y desafio a singular batalla al que diga que yo he sido encantado justamente. Los cuatro viajeros quedaron admirados, pero el ventero les aclaré que don Quijote estaba fuera de juicio, y les invité a pasar dentro, Dijeron los caminantes que venian buscando a un muchacho de quince afios, de tales tales sefias, llamado don Luis, al que reclamaba su padre. El ventero los irigio al establo, y un viajero se quedé a la puerta, otro fue a la parte de atrds y otros dos entraron y encontraron al muchacho descansando junto # un mozo de mulas. —Hora es de volver a casa, don Luis Ie dijeron. —Muerto me tendréis que evar —respondié don Luis, conociendo 4 los criados de su padre—. Yo soy libre, y slo volveré cuando sea mi gust Comenzé asi una disputa, a la que acudieron todos los huéspedes de venta, entre ellos el juez.y el propio don Quijote, que ya no vefa la neces 176 Me _at Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE * CAP{TULO TRECE (1, 44) “te, El iucz reconocié en segui / dad de seguir guardando el castillo, El juez reconocié en seguida a su vec. no don Luis, y Te dijo: Pero aqné nifierias son s, don Luis? ;Qué hacéis vestido en traje tan humilde? : a Al muchacho se le Henaron los ojos de lagrimas, y no pudo Tesponder asi que el juz se lo Ievé aparte para que, lejos de los criados que n, Ie contase todo lo que sucedia. palabra, Jo importunab En esto se oyeron de nuevo grandes voces a la puerta. La causa era que el ventero habia sujetado a dos huéspedes que intentaban irse sin pagar, y éstos le respondieron con los pufios, dindole tal paliza, que el pobre vente- ro pedia socorro a voces. Su hija no vio a otro mas desocupado para ayu- darle que a don Quijote, asi que le dijo: —Socorra a mi padre, sefior caballero, que dos malos hombres lo estan haciendo papilla. —Fermosa doncella —respondié don Quijote—, no ha lugar a vuestra peticién, porque estoy impedido de meterme en aventuras hasta que la princesa Micomicona me dé licencia. —iPecadora de mi! —dijo a esto Maritornes, que estaba delante—. Pa- ra entonces mi sefior ya estard en el otro mundo. Movido por las palabras de la criada, don Quijote se fue a poner de ro- dillas ante Dorotea y le pidis que le permitiese socorrer al sefior del casti- lo. La princesa se lo concedié y él embrazé la adarga, puso mano a la es pada y acudié a la puerta de la venta; los huéspedes que traian a mal traer ventera le pedian que no se detuviese y No puedo luchar contra gente Pero, asi como Ilegé, se detuvo ante al ventero, aunque Maritornes y It socorriese a su sefior y marido. escuderil —aclaré don Quijote~ Escaneado con CamScanner PUGNA POR LA ALBARDA sf que, si no lo impedis, merced sabe la nobleza y riqueza de mis padres, a 7 Clara en mi esposa, lofia ‘a convertir hoy mismc juez queds tan admirado al ofr aquello que no supo queé responder, pero al fin dijo que harfa lo que fuese mejor para todos, 1 p los, y entonces don sé las manos y Luis le b As dejé bafiadas en lagrimas, Para entonces, don Quijote ya habfa persuadido a los huéspedes para gue pagasen la deuda al ventero, y asf puso paz. entre ellos. Sin embargo, el demonio, que no duerme, ordené que en aque! punto entrase en Ia venta el barbero a quien don Quijote habia quitado el yelmo de Mambrino y San- cho Panza los aparejos del asno. El hombre se fue a la cuadra y alli vio a Sancho y lo reconocié. —iAh, don ladrén, aqui os tengo! —dijo, arremetiendo contra él—. iVenga mi bacia, mi albarda y los aparejos que me robaste! Sancho, que se vio atacar tan de improviso, con una mano se agarré a la albarda y con la otra le dio un pufietazo al barbero que le dejé los dientes baftados en sangre. Pero el barbero se agarré a su albarda gritando: 179 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAPITULO TRECE (1, 44-45) ¢ matar este salteador de caminos! A mi la justicia, que me qu —Mentis —respondis Sancho, que yo" and mi sefior estos despojos. a cuadra, y don Quijote qued6 tan con- fa su escudero, que se propuso armarle no soy salteador de caminos porque en buena guerra f A los gritos entraron todos en | tento al ver lo bien que se defend: caballero en la primera ocasidn que se le ofreciese —Senores —decfa el barbero—, esta albarda es mia, la conozco como sila hubiera parido, y ahi esta mi asno en el establo, que no me dejaré mentir, Y también me quitaron una bacia nueva, que valia un escudo. Aaqui ya no se pudo contener don Quijote, y, poniéndose entre el bar- bero y Sancho, dijo: —Vean vuestras mercedes lo equivocado que esta este vencido cobar- dl, pues llama bacfa al yelmo de Mambrino, que yo gané en buena guerra! Y yo mismo permiti a Sancho que tomara los jaeces del caballo de este es- cudero, aunque no sé cémo se han transformado en albarda. Y para probar Jo que digo, corre, Sancho hijo, y trae el yelmo que este buen hombre dice ser bacia. —jPardiez, sefior —dijo Sancho, si no tenemos otra prueba mejor, tan bacia es el yelmo de Malino como el jaez albarda! —Haz lo que te mando —replicé don Quijote—, que no todas las co- sas de este castillo han de ser guiadas por encantamiento. Sancho trajo la bacia, y don Quijote la tomé en las manos y dijo: —Juro por la orden de caballeria que profeso que este yelmo es el mis- mo que yo le quité a este escudero. —En eso no hay duda —dijo Sancho—, porque éste ¢s el baciyelme que mi amo gané en su tltima batalla, Nuestro barbero maese Nicolis, que conocia el humor de su vecino don Quijote, quiso evar adelante Ia burla para que todos riesen, y le dijo # otro barbero: ia inmmeno dsb yo en ee riers mepaleiarne Sym movedad fui soldado, asi que ©? tan lejos de ser acta de baba tone ee Ne to como lo blanco de lo negro. Es un yelmer aunque no esta entero. i 180 Escaneado con CamScanner DISPUTA POR LA ALBARDA —Cierto —dijo don Quijote—, Le Asi es —agregs el eu falta la mitad, la babera.? AW que habia entendido fa intencién de su ami- go cl barbero Lo mismo confirmaron Cardenio, don Fernando y todos los presentes. me Dios! —exela mé el barbero burlado—, :Cémo es posible que esto no es una bacia? Si esta bacia es ez, de caballo, —Pues a mi me parece al que tanta gente honrada dig: yelmo, la albarda debe ser j 1 —dijo don Quijote—, pero yo en estos asuntos no me entremeto, porque no son de caballeria. Y en este castillo, donde ya me he alojado dos veces, suceden cosas tan extrafias que parece que todo va por via de encantamiento. Sin ir mas lejos, anoche estuve col- gado de este brazo casi dos horas, sin saber como. Asi que si es albarda o jacz, diganlo vuestras mercedes. —EI sefior don Quijote ha hablado muy bien —afirmé don Fernan- do—. Yo oiré en secreto el voto de todos y declararé el resultado. Todo esto era materia de grandisima risa, menos para el barbero, que se desesperaba. Don Fernando fue de uno a otro tomando al ofdo el voto se- creto, y cuando acabs, dijo en alta voz: —Buen hombre, sabed que todos han votado que esto no es albarda, sino jaez de caballo, y de caballo de buena raza. Asi que tened paciencia. Pero un cuadrillero de la Santa Hermandad que habia entrado poco antes y habia ofdo la disputa de si era 0 no albarda, no se pudo contener y, leno de célera y de enfado, dijo: —Tan albarda es como mi padre, y el que dijere otra cosa debe de estar borracho perdido. —Mentis, bellaco —respondié don Quijote, volviéndose y alzando el lanz6n contra el cuadrillero, que, de no haberse apartado, habria quedado alli tendido. El lanzén se hizo pedazos en el suelo, y los demas cuadrilleros se pusieron al lado de su compaiero, y el ventero con ellos, porque era de la cuadrilla de la Santa Hermandad. El barbero, viendo Ia casa revuelta, agarré su alba Sancho; don Quijote eché mano a la espada y arremetis y lo mismo hizo a los cuadrilleros, Escaneado con CamScanner a. PRIMERA PARTE + CAPITULO TRECE (1, 45) Cardenio y don Fernando acudieron a proteger a don Quijote, el cura dae ba voces, ia ventera gritaba, su hija se afligfa, Maritornes Horaba, Dorotea «1 y Luscinda, suspensa. El barbero aporreaba a Sancho; San- al barbero; don Fernando tenia debajo de sus pies a un cuadri- lero, patedndolo muy a su sabor, y toda la venta era lantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, pufietazos, pa- los, coces y efusién de sangre. Y en la mitad de este caos, don Quijote se creyé metido de hoz y coz en la discordia del campo de Agramante,} y dijo estaba confi cho molia con voz que atronaba la venta: —Ténganse todos, todos envainen, todos se sosieguen, si quieren que- dar con vida! A estas grandes voces todos se pararon, y él prosiguié, diciendo: —ZNo 05 dije yo, sefiores, que este castillo estaba encantado? {No es una gran bellaqueria que tanta gente principal como aqui estamos se mate por causas tan livianas? Los cuadrilleros, sin embargo, que no entendan el modo de hablar de don Quijote y se veian malparados, no querian sosegarse, y el ventero in- sistia en que habia que castigar a aquel loco, que a cada paso le alborotaba la venta. Pero, al fin, cesé la pendencia, se hicieron las paces y en !a imagi- nacién de don Quijote la albarda quedé por jaez, la bacia por yelmo y la venta por castillo, Reiné de nuevo el sosiego en la venta y los criados de don Luis volvie~ ron a rogar al muchacho que volviese a casa, y mientras se ponfan de acuet- do, el juez pregunté a don Fernando, a Cardenio y al cura qué debia hacer en aquel caso. Don Fernando propuso Ilevarse consigo a don Luis a Anda lucia, donde sin duda serfa muy estimado por su hermano el marqués, y# buena suerte quiso que los criados aceptaran el trato. Tres de ellos decidie- ron volver a la casa de su sefior para explicarle lo ocurrido, y el otro se dis- puso a seguir a don Luis a Andalucia hasta saber lo que ordenaba el padt® del muchacho. Y tan contenta quedé dofia Clara con aquel acuerdo que do el que Ja miraba advertia al instante el regocijo de su alma. 3. Es decir, ‘metido de leno en una batalla’ fa discordia del campo de Agramante & ©? episodio bélico que se explica en el poema caballeresco Orlando fries. 182 Escaneado con CamScanner PRIMERA PARTE + CAP{TULO TRECE (1, 45-46) Pero justo entonces uno de los cuackilleros recordé que trata ox prender a don Quijote por haber liberado a os galeotes. Sacé del papel donde Hevaba el mandamiento y se puso a Ieerlo despacio, no era buen lector, y a cada palabra miraba el rostro de don Quijote p comprobar sicoincidian ls sefias. Era él sin duda, y entonces con lama- no derecha asié a don Quijote de la camisa, y a grandes voces dec! — Favor a la Santa Hermandad! Hay que prender a este salteador de caminos. Don Quijote, viéndose tratar mal de aquel villano malandrin, eryjién- dole de rabia los huesos del cuerpo, agarr6 al cuadrillero de la garganta con las dos manos, y, si no es por sus compafieros, el cuadrillero dejara alli la ] vida antes que don Quijote la presa. Gente soez y mal nacida! —decia nuestro caballero—, amis sal teador de caminos al que da libertad a los encadenados, socorre a los mise~ rables y remedia a los menesterosos? ;Ah, gente infame, incapaz de enten- der el valor que se encierra en la caballeria andante! Venid aca, cuadrilla de Iadrones, y decidme: zquién fue el mentecato que firmé mandamiento de prisién contra un caballero como yo? ¢Qué caballero andante pagé im- puestos? gEn qué castillo se le cobré posada? ¢Qué rey no le senté a su mesa? ¢Qué doncella no se le aficioné y se le entregé rendida? Y, final- mente, qué caballero andante no tiene brios para él solo dar cuatrocientos palos a cuatrocientos cuadrilleros? Mientras don Quijote decfa esto, el cura logré apaciguar a los cuadrille ros convenciéndoles de que estaba loco y de que, por lo tanto, no debian prenderlo. También les rogé que mediaran entre el barbero y Sancho Pan” za. Y asi lo hicieron, y dejaron a todas las partes, si no del todo content a Jo menos en algo satisfechas. Hubo intercambio de albardas, aunque "° de cinchas y cabezales. Y, en cuanto al yelmo de Mambrino, el cura le 4° to ser aula camel pigs nana ee don Fernando los pags. Al tee de Tos exer y el vino <1 Bg oe Al e todas las pendencias quedaron sosega oe to, se alegraba de ver los oonbl eer maaan Clee ue Pere a de su espafiol, en quien tenia ‘in see eee coreg 4 ’ mpre puestos los ojos. 7 184 Escaneado con CamScanner LA PRINGESA MICOMICONA DELATADA Viéndose don Quijote libre, decidié seguir viaje y dar fin a la aventura Micomicona, ast que se arrodillé ante Dorotea y le dijo: —Fermosa sefiora, la celeridad es decisiva en las guerras para alcanzar 4 que al de la prince andonemos pronto este castillo, donde no encontra- ningtin provecho, remos ya La herme princes respondié con ademan sefioril y al estilo de don —Yo os agradezco, seiior caballero, el deseo que mostrais de favorecer- me en mi gran cuita, Mi voluntad es la vuestra, asf que disponed de mi a vuestra guisa y talante. —Entonces partamos de inmediato, que en Ia tardanza esta el peligro. Ensilla, Sancho, a Rocinante y apareja tu jumento, y despidémonos de es- tos sefiores. Sancho menes la cabeza de un lado a otro y dij —iAy, sefior, sefior! Si vuestra merced no se enoja, le diré, como buen escudero que soy, la verdad. Y es que esta sefiora es tan reina de Micomi- cén como mi madre, porque, de ser lo que ella dice, no se andaria morrean- do con don Fernando a la menor ocasi6n. Dorotea se puso colorada, porque era cierto que don Fernando la besa- ba a escondidas. Sancho los habia sorprendido mas de una vez, y pensaba que la reina de tan gran reino no podia comportarse como una cortesana.* —Asi que —siguié Sancho— no hay prisa en ensillar a Rocinante, y Sera mejor estarse quieto, y cada puta hile. Quiero decir que cada uno haga lo que quiera, iOh Dios, cuin grande fue el enojo de don Quijote al oft las palabras malsonantes de su escudero! Con voz atropellada y tartamuda lengua, lan~ zando vivo fuego por los ojos, dijo: —jOh bellaco villano, ignorante, deslenguado, atrevido y maldiciente! eTales deshonestidades osas poner en tu confiisa imaginacién? ;Vete de mi Presencia, armario de embustes, depésito de picardias, inventor de malda- des y enemigo del decoro que se debe a las personas regias! ;Vete, y no wuelvas a aparecerte delante de mi! 4 Es decir, ‘como una prostituta’, 185 Escaneado con CamScanner —= PRIMERA PARTE + CAP{TULO TRECE (1, 46) Y en sefial de su ira enared las ce gran patada en el suclo, Sancho qued6 tan encogido ¥ medro- que se lo tragara Ia tierra, asf que volvié las espaldas y seals dle su setior, Pero la discreta Dorotea, que conocéa muy bien el humor de don Quijote, dijo: No 0s irritéis, sefior Caballero de la Triste Figura, con vuestro buen escudero, porque, como en este castillo todas las cosas suceden por encan- tamiento, podria ser que Sancho hubiese visto por esta diabélica via lo que jas, hinche los carsillos y dio con el pg derecho ur so que d dice que vio en ofensa de mi honestidad. Eso seri —dijo don Quijote—. Seguro que una mala visién se le pu- so delante a este pecador de Sancho, pues conozco la bondad de este des- dichado, que no sabe levantar mal testimonio a nadie —Perdonadle, entonces —dijo don Fernando. El cura fue a por Sancho, el cual vino muy humilde y se hincé de rodi- las ante su amo. Don Quijote lo perdons, le tendié la mano para que se la besase, le eché la bendicién y le di —Sancho hijo, ahora estarés convencido de que en este castillo todo pasa por via de encantamiento. —Asi lo creo, sefior —contesté Sancho—, menos lo de la manta, que sucedié realmente por via ordinaria. El ventero conté con detalle la volateria de Sancho Panza, lo que caus6 mucha risa a todos. Aquella ilustre compafia levaba ya dos dias en la venta y a todos les Parecié hora de partir. Estaban de acuerdo en que el cura y el barbero lle- vasen a don Quijote a su aldea, y como acerté a pasar por el camino un ¢2 tro de bueyes, pidieron al boyero que Ilevase a don Quijote. Pero, para que no se escapase, se decidié hacer una jaula de palos enrejados en la que Piese holgadamente. Una vez hecha, don Fernando y sus camaradas, juez con los criados de don Luis y los cuadrilleros, el ventero, todos, € fin, se disfrazaron de tal manera que don Quijote no reconociese a ningu” no y entraron con grandisimo silencio en donde estaba durmiendo. S€ acercaron a él, lo asieron fuertemente y le ataron las manos y los pies: 4 5 levantar mal testimoni: hacer una acusacién falsa contea alguien. 186 Escaneado con CamScanner DON QUIJOTE ENJAULADO modo que, cuando desperté sobresaltado, no pudo menearse. En su desva- riada imaginacidn, don Quijote creyé que aquellas figuras eran fantasmas del encantado castillo, Aunque a Sancho le faltaba bien poco para tener la misma enfermedad de su amo, reconocié a todos los disfrazados, pero no os6 descoser su boca, hasta ver en qué acababa aquel asalto. Trajeron la jaula y encerraron dentro a don Quijote, luego la cargaron en hombros y, al salir del aposento, el barbero, no el de la albarda, sino el otro, simulé una voz aterradora que decia: —jOh Caballero de la Triste Figural, no te humille esta prisién, porque asi conviene para acabar antes la aventura en que tu gran esfuerzo te puso. La cual se acabara cuando el furibundo leén manchado y la blanca paloma tobosina se unan bajo el blando yugo matrimofiesco, del que saldrin los bravos cachorros que han de imitar las hazafias de su padre.* Y ti, jel mas noble y obediente escudero!, no te descontente ver asi a la flor de la caba- llerfa andante, porque presto te verds tan alto, que no defraudaran las pro- mesas que te ha fecho tu buen sefior. Y me asegura la sabia Mentironiana que tu salario te seré pagado. Y adiés, que yo me vuelvo a donde yo me sé. Quedé don Quijote consolado con la profecia de que pronto se uniria en santo matrimonio con su querida Dulcinea del Toboso, de cuyo vientre feliz saldrian sus hijos para gloria perpetua de la Mancha. Asi que, dando un gran suspiro, dijo: —;Oh ti, quienquiera que seas! Si tus promesas son ciertas, las penas de mi cércel las tendré por dichosas. Y, en cuanto a mi escudero Sancho Panza, sé que no me abandonara, y que un dia podré darle la insula que le tengo prometida. Su salario no se perderd, porque ya dejé declarado en mi testamento lo que se le ha de dar. Sancho Panza se incliné ante don Quijote con mucha reverencia y le besé las dos manos, porque una sola no podia, por tener las dos atadas. 6 El barbero profetiza que don Quijote, representado por un furioso leén de pelaje manchado, se casard con Dulcinea, simbolizada por una paloma blanca, y tendré hijos que destacarin por su valentia. 187 Escaneado con CamScanner 14 Donde se cuenta la diltima batalla en el camino y el regreso a casa del heroico caballero Los disfrazados tomaron la jaula en hombros y la pusieron en el carro de los bueyes y, cuando don Quijote se vio enjaulado, dijo: —Jamis he leido ni oido que a los caballeros encantados los Ileven en un carro de bueyes, porque siempre los llevan por los aires en una nube parda o en un carro de fuego. Pero estos son nuevos tiempos y tal vez se hayan inventado nuevas maneras de Hevar a los encantados. ;Qué te pare- ce, Sancho hijo? —No sé, para mi que estas visiones no son muy catélicas.? —

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