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Jacques Le Go! Pierre Nora HACER LA HISTORIA III. Objetos nuevos [MILIOTBCA CENTRAL TUUANA UUNIVERSITARIA. "TUUAMA. Bic. CP 21390 cedicidn original francesa fue publicada por Bditions Gallimard, Pa- His, con el titulo: Faire de histoire. Nouveaux objets. © by Réitions Gallimard, Paris, 1974 Versién castellana:, Jem Cabanes Primera edicién: abril 1980 : Diseflo y realizacién de cubierta: Enric Satué ea presente edicin (ncuida in traduclon y et diseo de Ia cu © Sloray torial Lala, 8A, Constuclon, 1620, Baestona Depésio legal: B, 15464-1980 suns : Timpson Tndstrias Gréfcas Mérguer, S.A. -Tanacio Telesis, 26 Balaton Carel) Printed in Spain PLAN GENERAL DE LA OBRA. Presentacién por Jacques le Goff y Pierre Nora Primera parte: Nuevos problemas La operacién histérica Lo cuantitativo en historia La historia conceptualizante Las vias de la historia antes de la escritura La historia de los pueblos sin historia La aculturacién, Historia social e ideologias de las sociedades Historia marxista, historia en construccién La vuelta del acontecimiento Michel de Certeau Francois Furet, Paul Veyne André Leroi-Gourhan Henri Moniot ‘Nathan Wachtel Georges Duby Pierre Vilar Pierre Nora Segunda parte: Nuevos enfoques La arqueologia La economia: — Las crisis econémicas — Superacién y prospectiva La demografia La religion: — Antropologia religiosa — Historia religiosa La literatura El arte Las ciencias La politica Alain Schnapp Jean Bouvier Pierre Chaunu André Burguigre Alphonse Dupront Dominique Julia Jean Starobinski Henri Zerner Michel Serres Jacques Julliard Tercera parte: Nuevos temas El clima: Ja historia de la Iu- via y del buen tiempo El inconsciente: el episodio de la prostituta en Qué hay que hacer? y en El subsuelo EI mito: Orfeo con miel Las mentalidades: una historia ambigua La lengua: lingiifstica e histo- ria EI libro: un cambio de pers- pectiva Los jévenes: lo crudo, el nifio ‘griego y lo cocido El cuerpo: el hombre enfermo y su historia La cocina: un ment siglo xx La opinién publica: apologia de los sondeos EI cine: un antiandii sociedad E| festival: bajo la Revolucién francesa is de la Emmanuel Le Roy Ladurie Alain Besancon Marcel Detienne Jacques Le Goff Jean-Claude-Chevalier Roger Charlier y Daniel Roche Pierre Vidal-Naquet Jean-Pierre Peter ¥ Jacques Revel Jean-Paul Aron Jacques Ozouf Mare Ferro Mona Ozouf TERCERA PARTE Nuevos temas ‘timos afios, de progresos Rastieauioe y Ilenos de interés. Antes de exponerlos, empezaré con algunas palabras se morandum sobre las distintas técnicas, las mas 5 de la historiografia del clima, aplicadas en el ‘alten mil nario: 1. En lo referente al final de este tiltimo milenario dos dos ultimos siglos), el historiador del clima tiene que re¢ testar, tabular y publicar... simplemente las series met légicas. Desde el siglo xvii o principios del x1x, efecto, numerosisimas. A guisa de modelo, podemos nos a las series de temperaturas dadas por Gordon y los investigadores holandeses (en Inglaterra y en los ses Bajos), de los tres ultimos siglos.’ Las series tricas procedentes de regiones préximas unas a otras pr tan la ventaja de poder correlacionarse mutuamente pues, se puede, una vez descubiertas y exhumadas ser nuevas, testarlas por correlacién, y asegurarse de este de su fiabilidad. Luego, una vez jalonado el terreno, se tectan, gracias a ellas, a escala regional, nacional o siqui europea, fluctuaciones momentaneas de calor o frio, que pi den ser de amplitud decenal, interdecenal, secular. Tampo debiera olvidarse, de cara a las investigaciones por venir, qu también existen (ademas de las lecturas del termémetro) ries antiguas de observaciones pluviométricas 0 baror cas, relativas al siglo x1x e incluso al xvi, A menudo: * Este articulo aparecié en el volumen titulado Le Territ Phistorien «Bibliotheque des histoiress. Gallimard 1973, 1. Ver Manley y LABRUN (salvo indicaciones adicionales, lag renen ata bibiogratia detalads que se encontrar a fal 10 UM MANUEL LE ROY LADURTE fiables que las lecturas termométricas, tienen, sin embargo, un valor esencial para definir los tipos de tiempos y las si- tuaciones atmosféricas del pasado. Numerosos y preciosos Jos dosiers de este tipo duermen, todavia hoy, en los archivos de los observatorios, de las academias de medicina o de pro- vincia, y de las sociedades eruditas? 2. ‘Para los perfodos anteriores al siglo xvitt, la dendro- eronologia (estudio de los anillos de crecimiento de los arbo- Jes) produce un saber de primerisimo orden, en lo referente fala sequia en los paises aridos y subtropicales; la pluviosidad en los paises templados; el frio en las regiones nérdicas. Estos tres fenémenos, en la éptica del articulo presente, se enfocan desde el punto de vista de sus fluctuaciones. 3. La fenologia, o estudio de las fechas anuales de flora- mn'y fructificacién de los vegetales, se resume, hasta el dia de hoy, en un documento casi tinico: Ia fecha de las vendi- mias, registrada por los archivos, es, efectivamente, significa- tiva én promedio, de «calor» o «ftfo», sobre el perfodo marzo- septiembre de un afio dado. A partir del momento en que estas fechas forman serie, en una localidad o en un grupo de Jocalidades, iluminan las fluctuaciones térmicas de un afio para otro, 0 de un decenio a otro, pero no, hasta nueva orden, de un siglo a otro? 4. El método acontecimiental se reduce a una acumula- cién rigurosa de observaciones empiricas y cualitativas sobre el clima, como fueron formuladas en su tiempo por los con- temporéneos, en sus correspondencias, libros de raz6n, regis- tros parroquiales, etc. El modelo ha sido dado desde 1960 por Titow en su gran articulo en «Economic History Re views, sobre el clima inglés del siglo xrv; y desde 1949 por 1D. J. Schoves en una sintesis que presenté sobre el movimien- to del clima de Europa en el siglo xvr, y sobre el enfriamiento de los inviernos desde 1540-1560 hasta 1600. 5. El método glaciolégico fue ilustrado recientemente por J, Grove, a propésito de Noruega, en los siglos xvicxvim (ar- ticulo que aparecerd en «Arctic and Alpine Research» [1972]). Implica que se combinen las investigaciones que examinan los textos (archivos de Chamonix; registros relativos a las fincas Subglaciares de Noruega; sagas islandesas...); y también las indagaciones de base geormofoldgica (estudio de las more- 2, Ancor, 1895 3, Td, 1883; Le Roy Laounte, 1967 y 1971. 4, Trrow, 1960 y 1970; Scrrove, 194. HACER LA HISTORIA uw nas): de base palinol6gica (estudio de pantanos y turberas situadas en lo bajo de los glaciares); 0 de base biol6gico- nuclear (fechamiento por carbono 14 de restos de érboles enterrados en las morenas, o arraigados en suelos rocosos descubiertos recientemente por las lenguas glaciares en quie- bra). Asf se consiguen fijar las fluctuaciones seculares ¢ i cluso multiseculares de los glaciares, que son cognoscibles gracias a tales métodos, en Occidente, a Io largo del ultimo miilenio; y constituyen un deformante revelador, pero precio- so, en cuanto a las fluctuaciones del clima, en particular en el campo términos Varias observaciones de método 0 incluso de fondo me parecen, empero, indispensables, a propdsito de las técnicas que se acaban de evocar. 1. El objetivo de la historia climética no esta en explicar Ja historia humana, ni dar cuenta, en un estilo simplista, de tal 0 cual episodio grandioso (crisis del x1v o xvii, auge del xvmt...). Por mas que este episodio estimule, por razones vé- lidas, la reflexién de los arrobados por la historia. El «obje- tivo», en primer anélisis, es totalmente otro: consiste, prt ‘mero en dibujar las lineas generales de un devenir meteoro- l6gico, en el espiritu de lo que Paul Veyne llama una «histo- ria cosmoldgica de la naturalezas. Claro que esta «cosmologia cronolégica>, modestamente limitada al estudio de un clima de regién, puede servir de disciplina de espera, cara a Un proyecto muy otro y més ambicioso, que apunta a la historia humana: las «reiteraciones» de la historia del clima intere- san, en efecto, a la cronologia del hambre y quiz también a la de las epidemias; pero no se trata més que de conse cuencias derivadas: por importantes e incluso apasionantes que sean, no dejan de ser marginales. Mas alld de las técticas del momento, parece, en realidad, que Ja estrategia del his- toriador del clima consista en situarse en primera linea, con los hombres de las ciencias de la naturaleza, en un codo a codo de colaboracién interdisciplinar; estos hombres, al prin- cipio, gacogen como a un intruso, que nada les dice que valga Ja pena, al profugo de Clio? Peor para ellos. El historiador fen este caso devora Ia humillacion y se esfuerza por hacer admitir la contribucién especifica que él es el tinico en po- der aportar. Pierre Chaunu decfa, no hace muchos afios, que el historiador de la economia tenia que proporcionar pri- mero, modestamente, materiales de base a los economistas 5. Le Roy Lavunir, ibtd, WMMANUEL LE ROY LADURIE fosionales. De igual modo, el historiador del clima est4, ite todo, ah{ para avituallar a Jos especialistas de las cien- elas de Ja tierra 0 del aire (meteorologistas, glaciologistas, | Glimatologistas, geoftsicos, etc.), con materiales de archivo. Jas razones de una divisién semejante de trabajo son eviden- tes y prosaicas: por su formacién (paleografia, conocimiento del latin y, sobre todo, dominio del «oficio de historiadors) €l profesional de Ia historia es el tinico que esté en condicio- nes de acceder a ciertos datos que se consignaron, hace pocos ‘siglos, en ilegibles papeleos. En cuanto a los meteorologis- tas, hace tiempo que dejaron de ser latinistas, y nunca fueron (iy nadie se lo reprocharé!) paleégrafos, ni «cliometristas». Una segunda observacién concierne al trasfondo, nece- sariamente climatolégico, de toda investigacién efectuada en estas direcciones. So pena de entregarse al relato puro y ‘simple de las intemperies, el historiador de Ia Iluvia y el ‘buen tiempo tiene que inscribir su trabajo en una compren- ssién de conjunto del dato de base, relativo a las masas de aire y a la circulacién atmosférica. Las teorias y sintesis ge- neraics que afectan este dato existen; incluso estén en desa- rrollo constante. La ms up to date es la de HH. Lamb; ya di, en 1970, un resumen de su obra* que no dispensa al lec- tor de enfrentarse con el original? 6. Le Roy Lanorse, 1970; sobre todo, H. Lau, 1966, 7. H. H. Law, The Changing Climate. Londres, Methuen, 1966. Re- ‘cordemos ave para H. H, Lamb las fuctuaciones climéticas’sccuiares Iiacia cl calor © hacia ‘el frfo que se han conocido en el curso del tk timo o tltimos milenarios pueden reducirse en lo esencial a dos, mo- elos. De un lado, el modelo T: tipo de eireulacién abierto hacia el fur, debilitado en’ cuanto a. su energia intrinseca; con un espaciado Imehor y un estrechamfento hacia el oeste de Ia estructura 14,8, Faun, Cing psychanalyses, Paris, 1968, Observaciones paleo analiticas sobre’ ia autobiogratia de un caso de baranole HIACER LA HISTORIA 7 in mas Ia esclavitud incomprensible y enfebrece el resen- timiento. Cuando el hombre de El substelo anda de una parte otra frente a los comensales cuya atencién intenta captar Vanamente, sabe «que era realmente imposible humillarse mis a sf mismo, més deliberadamente... jOh!, si slo supie- is de qué sentimientos, de qué pensamientos soy capaz! |Si supierais lo inteligente que soy!» La sobreestimacién de S{ permite mantener a distancia la peligrosa pulsién homo- sexual. Pero cada duda sobre si confronta al héroe con el objeto prestigioso. Otra defensa seré entonces la de sobrein- stir un sistema conceptual protector del ego. El fantasma de omnipotencia se desplaza sobre la teoria infalible, elemen- tal, tan pobre y precaria como el ego del que aquella figura cs una especie de doble del que seria catastréfico dudar, Luego del banquete el héroe se presesnta en una casa de citas sin el menor deseo. Lo que apasionadamente desea es no separarse de los comensales que han decidido continuar Ja fiesta en un mal lugar. Zvérkov, en cuanto deseante, le im- pone este falso deseo, deseo segundo, mediatizado, rabiosa- mente imitado, La mujer (més all de ella, la madre) s6lo puede odiarla como rival. Pero su contacto Teactiva el com- ponente femenino de su naturaleza con la que no puede pactar y que combate con una virilidad tomada de prestado. Torturar a la mujer significa luego querer masoquistamente anonadar su propia feminidad. La prostituta, Lisa, se presenta con rostro placentero: «La habria detestado si hubiese sonreido.» Cuanto més atractiva y femenina es, tanto més se siente él amenazado y obligado ‘a mobilizar su odio. «Habja sobre este rostro una expresién inocente y buena, pero extrafiamente seria... Algo malo me mordié en el corazén y me acerqué a ella. Al mismo tiempo me vi en el espejo. Mi rostro alterado me parecié repugnantet palido, vil, rabioso, el cabello enmarafiado. Mejor, pensaba, asi me gusta, Si, me gusta parecerle repugnante.» Se protege presentando a Lisa su propia imagen especular como una cabeza de Medusa. De la «escapada no conserva recuerdo ninguno, Pero al despertarse bajo la mirada perturbadora de la prostituta (los duelos de miradas desempefian un papel tan importante como en ¢Qué hacer?), le suelta el discurso de Kirsdnov. Para em- pezar le promete la tuberculosis, le pinta su futuro de degra: dacién y, por contraste, su propia libertad. «Aqui me ensucio, me envilezco, pero no soy esclavo de nadie. Mientras td, tit ‘eres, mas que nada, una esclava. Si, una esclava, Tit lo abando- Steno: rg “a ALAIN. BESANGON ‘nas todo, toda tu voluntad.» Helo ahf adoptando la pose hombre nuevo auténomo y omnipotente, tomando facil Vancha sobre un ser débil: «Me basta con silbar y ti acu. des... No soy yo que dependo de tu voluntad, sino tt que dependes de la mia.» De Kirsdnov estén también las teorias. Acusa las circuns- tancias exteriores, el pauperismo, el desorden familiar, autén- ticos responsables de la caida. Pero la muchacha reacciona como culpable, se sumerge en légrimas, en arrepentimiento. Para Dostoyevski no hay libertad més que en el pecado. Asi exigia a los jueces humanitarios de la época, que sistemati- camente absolvian a los criminales victimas de las circuns- tancias exteriores, que les condenasen, devolviéndoles asi su dignidad de culpables. La transferencia de responsabilidad a la sociedad culpable en su lugar le parecia el colmo del ultraje a la persona humana. El narrador subterréneo entra en su casa, Fuera de la presencia de Ia mujer puede reprimir a gusto el fantasma Sidico que la concierne y sobreinvestir el fantasma opuesto: «Salvo a Lisa con sdlo hablar con ella, cuando viene a verme... La instruyo, la desarrollo.» Pero las buenas intenciones del nuevo Kirsénov se evaporan en la escena final. Como en sus ‘otras novelas, Dostoyevski compone entre mujer y hombre (Sonia y RoskéInikov, Maria y Stavroguin) una entrevista en Ja que él destino de cada uno se orienta definitivamente. En Ja entrevista de El subswelo no hay curacién. Por el contrario Se da una tiltima repeticién de la escena inicial del oficial y la escena de Zvérkov. Esta vez el narrador toca el fondo porque Su maestro, mediador y verdugo, no es mas que su valet, el Jamentable Apolo. Se ca entre ellos un duelo de una comici- dad espantosa: «Si yo seguia insurgiéndome, él se ponfa a sus- pirar miréndome, a suspirar lentamente, profundamente, pa- yeciendo medir asi toda la profundidad de mi decadencia moral, y naturalmente todo acababa con su victoria.» Al entrar Lisa, rompe a Morar: «Estaba furioso contra mi, pero era evidente que era ella la que tenfa que sufrirlo. De pronto senti un odio terrible contra ella: la habria matado alli mis- mo.» Lo que le dice es para la pobre chica una decepcién ‘atroz. Mas lo que da a la escena un final catastrofico es que incluso esta violencia es insincera. Pues la confesién que hace 4 Lisa es falsa ¢ incompleta al revelarle que se ha vengado sobre ella del oficial y de Apolo. La confesién es falsa porque constituye una maniobra ultima para ocultar un secreto por Jo demas grave, de que no es simplemente que él odie a Lisa HACER LA HISTORIA 49. Nil siquiera que sea impotente para amar a la mujer de forma soberana o subterrénea, sino que su verdadero deseo, el del subsuclo, no esté dirigido a la mujer. De ahi que «esta cruel lad, cometida a sabiendas, no venfa del coraz6n, sino de mi mala cabeza; era tan evidentemente falsa, inventada, presen- luba un aspecto tan libresco, que no la pude soportar ni yo mismo.» La teoria humanitaria, Ja omnipotencia egotista, la compasién solidarista van hundiéndose una tras otra y he ahi que incluso el odio Mega a faltarle, Detengamos aqui el paralelo y preguntemos lo que puede ensefiarnos. Hasta aqui no hemos conseguido mas que precisar la rela- cin entre ¢Qué hacer? y El subsuelo. La critica teérica esta \lubluda de critica propiamente novelesca. Dostoyevski ha aislado con toda perspicacia un episodio que Chernishevski quiso menor, de la misma manera que un psicoanalista con centra bruscamente su atencién en un accidente del discurso, La manipulacién de las situaciones, la construccién de epi. sodios «fallidos» en el relato de Chernishevski dan al com- portamiento exteriormente idéntico del héroe subterréneo un sentido radicalmente distinto e infinitamente mas coherent. Sentido que justifica una interpretacién psicoanalitica: el odio subterréneo recubre un amor subterréneo cuyas figuras suce- sivas y monétonas dibujan el complejo de Edipo negativo (homosexual) y mobiliza todo tipo de defensa (megalomania, odio a la mujer, etc.), cada uno arrastrando al sujeto a una spiral descendente por ser incapaz de llegar a término el de- seo reprimido. Claro que el sentido de El subsuelo no se reduce a esto. En la trama, Dostoyevski introduce numerosos motives que no tienen ningtin punto de referencia con ¢Qué hacer? y si Jos tienen con el resto de la obra. Motivo de Ia ciudad. Motive del agua. Motivo de la prostituta. Lisa al igual que Sonia es joven, piadosa, inocente, amorosa. Al orden de la beneficencia propuesto por el hombre subterraneo, ella opone el orden de Ja caridad, Ella forma parte de lo sagrado. Makar, en El ado- lescente no puede leer la vida de santa Maria Egipcia «sin llorar, no de ternura, sino de una especie de entusiasmo ex trafion. Todo esto puede, empero, adquirir un sentido politico y muy concreto en el debate ruso de entonces. La prostituta ¢s, en efecto, el simbolo constante de Rusia, de la tierra Tusa, Cuando el narrador le pide si es alemana, Lisa especifica cla- ramente que es musa. Buena, pecadora, refractaria a las nue:

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