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002717 I Jacques Le Goff Pierre Nora i; “Hacer la historia II. Nuevos enfoques Traduccién de Jem Cabanes BIBLIOTECA CENTRO DE INVFSTIGA”IONFS HISTORICAS UNAM - UABC Tuan, B Cras Editorial Laia/Barcelona Dloe 4 , 002717 ta edicion original francesa fue publicada por Editions Gallimard Paris con el ito: Fare dePastobe Nowell epproches, PLAN GENERAL DE LA OBRA © Editions Gallimard, Paris, 1974 ‘Traduecion de Jem Cabanes Diseo y realzacion de la cubierta: Enric Satué ISBN: 84.7222-495.3 Depésito legal: B. 286.1985 Impreso en Romanya/ Valls, Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona) Printed in Spain esta edicin (ineluida la traduccion y el diseno dela cublerta): Editorial Laia, SA, Guitard, 43,0801 Barcelona Presentacién por Jacques le Goff y Pierre Nora Primera parte: Nuevos problemas La operacién histérica Lo cuantitativo en historia La historia conceptualizante Las vias de la historia antes de Ia escritura La historia de los pueblos sin historia La aculturacién Historia social e ideologias de las sociedades Historia marxista, historia en construcci6n, La wuelta del acontecimiento ‘Segunda parte: Nuevos enfoques La arqueologia La economia — Las crisis econémicas — Superacién y prospectiva La demografia La religion: — Antropologia religiosa — Historia religiosa La literatura El arte Las ciencias La politica Michel de Certeau Frangois Furet Paul Veyne André Leroi-Gourhan Henri Moniot Nathan Wachtel Georges Duby Pierre Vilar Pierre Nora Alain Schnapp Jean Bouvier Pierre Chaunu André Burguitre Alphonse Dupront Dominique Julia Jean Starobinski Henri Zerner Michel Serres Jacques Julliard Tercera parte: Nuevos temas El clima: Ia historia de la Iuvia y del buen tiempo El inconsciente: el episodio de la prostituta en ¢Qué hay que ha- cer? y en El subsuelo El mito: Orfeo con miel Las mentalidades: una historia ambigua La lengua: lingiifstica ¢ historia El libro: un cambio de perspec- tiva Los jévenes: lo crudo, el nifio griego y Io cocido EI cuerpo: el hombre enfermo y su historia La cocina: un mem siglo x1x La opinién piblica: apologia de El cine: un antiandlisis de Ia so- ciedad El festival: bajo la Revolucién francesa Emmanuel Le Roy Ladurie Alain Besancon Marcel Detienne Jacques Le Goff Jean-Claude Chevalier Roger Charlier y Daniel Roche Pierre VidalNaquet Jean-Pierre Peter y Jacques Revel Jean-Paul Aron Jacques Ozouf Mare Ferro ‘Mona Ozouf SEGUNDA PARTE Nuevos enfoques La arqueologia* por Alain Schnapp Look heak, now, I've got the ‘wuhks of ‘all the old mastahs is pwobably cowwect —and co- ‘me to a conclusion. That is the scientific method. I. Asimov, Foundation.** Es la arqueologfa una ciencia? Su imagen resulta todavia rica en desorientacién. Como hasta poco ha la etnologia, sig- nifica con frecuencia una evasién, una fuga de las socieda- des en las que lo exético nada tiene de cotidiano. Una solida- ridad de fachada vincula ambas disciplinas que analizan, una y otra, diferencias en el tiempo Ia primera, en el espacio, la segunda, Esta semejanza, con todo, es més aparente que real, y el historiador, lo mismo que el etndlogo, saben que el pro- blema esté justamente en la definicién de estos conceptos contingentes y relativos que son el espacio y el tiempo. Tiem- pos largos, tiempos breves, espacio social, espacio politico, esos instrumentos ya clisicos del andlisis moderno de las sociedades parece como si perdiesen toda fuerza frente a los inmutables habitos del arquedlogo tradicional. La indagacién * La introduccién de este trabajo aparecié ya en el articulo co- lectivo Renouveau des méthodes et théorie de Varchéologie, «Annales ESC», 1 (1973), 3551. “*t "[Mira, ahora he alcanzado las obras de todos los antiguos maes- tros, los grandes arquedlogos del pasado. Los cotejo entre si, considero sus discordancias, analizo los enunelados contradictorios, decide quien esté probablemente en lo cierto, y Mego a una conclusién. EI método Glentifico es esto.) 10 ALAIN: SCHINAPP. etnolégica o histérica reclama un conocimiento relativo de la vida de las sociedades, la arqueologia tal como se entiende, por el contrario, pide, més que nada «olfato». Se confunde con el estudio del «hallazgo», cuya «antigiiedad» es por si sola objeto de estudio. El andlisis puramente Iéxico del voca- bulario arqueolégico seria al respecto rico en ensefianzas: «nuevas excavaciones en..., nuevos documentos sobre...»; el objeto se define, primero, como acumulacién, aglomera- cién de un saber preexistente. De este modo, el campo del conocimiento es infinito (siempre se hallardn objetos nuevos) € indefinido (no se sabe qué es lo que un hallazgo represen- ta). Una ciudad, un monumento, un objeto aislado no son ids que testiges residuales de una culture. Esta riqueza do ‘cument de los objetos arqueolégicos) y esa liberalidad intelectual (como no puede saberse todo, ee den conocerse més que hechos parciales y todas las hipé- tesis son igualmente legitimas ¢ inverificables) son una de Jas razones de la crisis actual, abundantemente ilustrada por un alud de obras (Heizer-Cook, 1960; Chang, 1967; Deetz, 1968; Clarke, 1968; Moberg, 1969).! El arquedlogo esta condenado, asf, a un saber fragmentario y parcelado. Este axioma es, en cierto modo, Ia profesién de fe de la emayoria silenciosa> de los arquedlogos contempordneos. Satisface a la par al es- pecialista, maestro y duefio de un saber propio —los objeto: Ja cultura material— y al historiador cuyo genio literario ve tiré debidamente la frialdad de los hechos arqueolégicos. «La arqueologia nueva» se desarrolla precisamente como reac- cidn contra esta ideologia y este reparto del trabajo. 1, La arqueologia moderna y sus tendencias teres 62,8 recoeida de «datose, en el estatuto ambiguo del en ‘se expresa con mayor fuerza la originali de la arqueologia: ahi también es donde la evohicien de los métodos es mds aparente. La arqueologia moderna tiende a deshacerse de los hébitos de Ia recogida de datos, de la busqueda azarosa de objetos aislados, en beneficio de inves- tigaciones organizadas. Si el concepto de estratificacién se elaboré en el siglo x1x no ha pasado a ser habitual, por des- 1. Lo esencal de su informaciin, est trabajo lo debe en gran te a ia ensenanza de M, Borillo y J-C. Gardin, del Instituto de Archeo- Jogie de la Universidad de Paris I. a ee ere ‘HACER LA HISTORIA un gracia, hasta después de la Segunda Guerra Mundial (Leroi- Gourhan, 1950; Wheeler, 1954; Courbin, 1963). El estudio de la estratificaci6n, 0 sea, el estudio de los vestigios dejados por los grupos humanos en su marco geolégico ha supuesto la definicién de un método general Hamado estratigrafia. La excavacién estratigréfica tiende a la reconstitucién, lo més fiel posible, de los accidentes que afectaron a los distintos niveles de ocupacién del «suelo»: abandonos, destrucciones, reutilizaciones, etc. En otras palabras, se trata no de aislar colecciones de objetos, sino, al contrario, de estudiar las relaciones mantenidas por los objetos entre sf. Estas relacio- nes se consideran como otros tantos elementos analizables, zanjas de los cimientos, fosas, habitaciones que hay que poner en evidencia mediante la excavacién. La seccién vertical que resume la sucesién de capas es complementaria de los deses- combros horizontales que permiten comprender la funcién de los conjuntos hallados. El objetivo ultimo de Ia estratigra- fia consiste en poner en evidencia la sucesién en el espacio de estructuras sucesivas en el tiempo. Pese a un acuerdo casi general sobre el interés de estas técnicas, hay que decir que os arquedlogos hacen de ellas un empleo desigual. Por lo demis, la diversidad de reglas de publicacién no permite siem- pre hacerse una idea exacta de los métodos seguidos. Las relaciones sobre excavaciones no han sabido hallar ain la precisién, sino la simplicidad de las referencias de archivos habituales en los historiadores. El desarrollo de los métodos estratigraficos, por otro lado, ha acarreado una explosién técnica (Brothwell-Higgs, 1963; Goodyear, 1971) que afecta a todas las etapas de la excavacién y su interpretacién: iden- tificacién de los lugares por prospeccién geofisica y fotogra- fia aérea, estudio de la fauna y la flora con el auxilio del natu- ralista, determinacién cientifica de los procesos geolégico y pedolégico, datacién por procedimientos fisico-quimicos. Esta renovacién de estudio del medio ambiente tiene como conse- cuencia el desarrollo de un espejismo cientifico en el que la tecnicidad de las operaciones pasa por estrategia de investi- gacién. Solicitados por la diversidad de las técnicas que los arras- tran cada vez mas lejos, los arquedlogos son presa al mismo tiempo de las inquietudes que la historia nueva comunica a los historiadores: historia geogrifica, historia de la vida material, historia ecolégica, he ahi otros tantos puntos de encuentro, zonas de contacto. La constitucién de nuevos cam- pos histéricos no es solamente apertura de nuevos caminos, 2 ALAIN: SCHNAPP ues pone en tela de juicio los itinerarios de la historia clési (Faret, 1971)2 El encuentro entre la historia y la arqueologia moderna se define también en la relectura de las iconografias, en el estudio de los conjuntos arquitecténicos considerados como fovos sociolégicos, en la redefinicién de personajes y Paisajes clasicos como el hombre antiguo o la Francia del Antiguo Régimen (G. y M. Vovelle, 1969; «Annaless, 1970; Be rard, 1969). La historia agraria moderna (Archéologie du villa- ge déserté, 1970), la historia de la ecologia (J. Bertin y otros, 1971) se benefician sumamente de estos intercambios que, més allé de un mesianismo un tanto ingenuo en una ciencia total, atestiguan la amplitud de la renovacién. Pero esas audacias tienen también su reverso, y la complejidad de los Procedimientos, Ia minucia de las técnicas siempre dejan me. nos latitud al paso de un sector de investigacién a otro. EI crecimiento infinito de las clasificaciones arqueolégicas hace casi imposible la verificacién de los documentos, el con. trol de las cronologias, la discusién y Ia critica de los datos (Finley, 1971). La distancia se amplia entre una arqueologia descriptiva incesantemente més técnica y una arqueologia cada vez mas ambiciosa, Nada de extrafio tiene que una nueva etapa de Ia investi- gacién, complementaria de las otras dos, se pregunte sobre el paso de la descripcién a la interpretacién, sobre el costo ¥ la fiabilidad l6gica de las operaciones habituales del arqueé- logo, describir y clasificar (Gardin, s. f. 1963, 1965, 1971; Bin. for y Binford, 1968). ¢Qué es una tipologia, cuales son los criterios que permiten atribuir tal objeto a tal grupo, cual es el rigor de unas notaciones tan elementales como semejan- za, diferencia, homologia y analogia? Esta higiene conceptual no es inocente, pues conduce a explicitar objetivos y resulta- dos. En otras palabras, gcul es el lugar de la arqueologia como fuente hist6rica? 2. F. Foren, 1971, p, 68: «... el hébitat rural, la disposicién de los terrenos, la iconografia religiosa o profana, la organizacién del espacio urbano, el acondicionamiento interior de las casas; la lista serta Inter. ‘minable si quisiéramos recoger todos los elementos de civilizacién cuyo inventarioy clasiicacion minuciosa permitirtan la consttucon de 30: ries cronoldgicas nuevas y pondrian’a disposicién del historiador un ‘material inédito que la ampliacién conceptual de la disciplina cxiges HACER LA HISTORIA 2, Arqueologia y reconstruccién histérica: limites de fuentes limites de métodos ? La triple evolucién técnica, ideolégica y epistemolégica que acabamos de describir es més virtual que real. Recons- trucciones histéricas elegantes camuflan a veces la impreci- sién de los métodos de excavacién; el célculo y los procedi- mientos de clasificacién automdtica se utilizan a menudo como coartadas que ocultan la pobreza de las hipétesis histé- ricas y antropologicas; Ja renovacién es més un programa que un balance. ¥, sin embargo, la «nuevas perspectivas arrancan de una evidencia banal: la especificidad de la arqueo- logfa, la indole particular de la cultura material. Si bien la ambicién del arqueélogo es grosso modo la misma que la del historiador o del etndlogo, sus medios son @ priori mas re- ducidos. No dispone ni de archivos ni de interlocutores, y Ia lengua no puede ayudarlo a comprender los hechos. El arqueé- Jogo en accién que examina una vasija razona como sigue: el perfil y la decoracién de la vasija indican una fecha precis Ja forma, un destino; el modo de fabricacién, una determinada organizacién de la produccién. El conjunto de estos elemen- tos considerados en sus relaciones mutuas precisan estas pri- meras constataciones. Decoracién y destino (por ejemplo, vaso para beber) hacen de él un vaso mercancia diferente de un recipiente de tamafio més importante y cuya forma (un 4nfora) y la falta de decoracién lo designan como vaso reci- piente (Vallet-Villard, 1963). A partir de esta distincién, el especialista puede deducir una politica comercial (productos de lujo/productos corrientes), circuitos comerciales, modos de destinacién opuestos (embalaje, almacenaje). Vemos pues, Ja red de relaciones que la inferencia arqueolégica permite te- jer. ¥ vemos también el margen dejado a la arbitrariedad, Las propiedades fisicas de los objetos estudiados, tamatio, textura, permiten construir un sistema de oposicién: recipien- tes pequefios y medianos opuestos a los grandes, cerémica tosca y resistente, opuesta a una cerémica fina y fragil. Pero estas oposiciones no tienen consecuencias econémicas unfvo- cas; podemos muy bien imaginar la distribucién de produc- tos diferentes por los mismos agentes comerciales; también es igualmente posible distinguir entre circulacién y distribu- cién, etc. La ruta de exportacién de un anfora y de un vaso para beber es la misma? gEs diferente el importador? ¢La opusicién entre los dos tipos de mercancfas es comercial (ven- dedores diferentes), social (compradores diferentes), funcio- "4 ALAIN. SCHNAPP nal? Este ejemplo limitado, no obstante, plantea el problema de fondo: geémo pasar de ia descripcién de propiedades per- ceptuales de los objetos a la restitucién de sus caracteristicas sociales? La respuesta de Ia arqueologia tradicional, la rest. men cruelmente Binford y Binford (1968, p. 16): «La recons- truccién de los modos de vida ha pasado a ser un arte del que no se puede juzgar més que a través de la estima que luno tenga por la competencia y honradez de la persona res- ponsable de la reconstruccién.» El argumento principal invo- cado en favor de esta opinién corriente es el de los limites de la informacién. El vestigio arqueolégico es, por naturaleza, residual y lacunar. Los grupos de objetos analizados por el arquedlogo han sufrido dos alteraciones sucesivas: 1. Los vestigios dejados por una poblacién no represen- tan mds que una parte de lo que los hombres produjeron y utilizaron; 2. La evolucién geolégica y los accidentes diversos no dejan subsistir més que una parte de esos vestigios. Desde el ‘sueco Montelius (1885) se ha demostrado sobradamente que estas evidencias admitian algunas restricciones, oponien- do, en particular, los hallazgos definidos exclusivamente por el primer punto (vestigios no manipulados) a los que respon- den a los puntos 1 y 2 (vestigios manoseados). Es corriente distinguir entre objetos procedentes de conjuntos cerrados, como las tumbas 0 los fosos de detritos, y los objetos hallados en conjuntos abiertos, suelos de habitat, por ejemplo. Estas notaciones, basadas en estratigrafias precisas (reutilizaciones, a violaciones de tumbas, incendios), permiten medir la repre. Limina 1. Exeavaclones francopoleces ergaizades por la Escuele Précticn sentatividad del material recuperado: una tumba saqueada no ‘tos Estudios en Saint-Jeande-Fraid (Aveyron). forma ya un conjunto cerrado, pero un suelo de habitacion sn oie bruscamente incendiado puede dar la expresién casi fotogré- lsu fica de un amueblado interior. Por poco que las examinemos, Sierras nea foo, es muy liza on roe ocr ore ers ‘estas series de informaciones desigualmente lacunares apenas representa om jertione Slates n.Ceee a ie ere eae son diferentes de las que estudian los historiadores, por 10 fon enratgnsecs). Queda cls gue esta téoniea no’ es exclusiva hallare- ‘menos hasta la época moderna. Las contabilidades del Antiguo thos elemplos may ditintos en la‘obra de Moberg (1968). Régimen son por Io habitual discontinuas, por mas que ven. gan aclaradas por el cardcter cerrado de ciertas series, fondos notariales 0 registros parroquiales, El procedimiento metodo. Igico que permite reconstituir una circulacién econémica mediante la cartografia de hallazgos cerdmicos no es diferen- te de las indagaciones que permiten delimitar la difusion de Ia filosofia de las Luces a través de los fondos de bibliotecas ‘mencionadas en las actas testamentarias: la informacion ar- trarca supone un registro exacto de ls informaciones I tren. Ua teciea propueta por Wheslr cay sper 16 ALAIN SCHINAPP ‘ueol6gica no es més fragmentaria que la informacién his- rica anterior al periodo estadistico. ‘Tomemos «1 ejemplo de la cerémica griega masaliota del siglo v1 al siglo v a.C. El recuento efectuado por Francois Villard (1960) indica una fuerte disminucién de las importa. ciones Aticas a fines del siglo vr. Este tope queda evidenciado Por el estudio de la totalidad de las vasijas halladas en las excavaciones de Marsella. Ni que decir tiene que la poblacién considerada no es exhaustiva, pero esta ruptura (que no coin- cide con una inflexién del comercio ateniense, como demues- tran recuentos similares en Italia) corresponde a una evolu. cién de Ja politica comercial de Marsella. La comparacién con otras series, vasos de bronce, monedas, permite precisar este andlisis. Es posible, pues, a partir de ‘un conjunto resi- dual, poner en evidencia un hecho de orden estadistico y pro. Poner explicaciones pertinentes del mismo. Pero entonces surge otra critica, mas radical. Aun consi- derada como representativa de una cultura, una serie arqueo- J6gica no permitiria comprender esta cultura en términos de Proceso. La arqueologia seria, por esencia, una disciplina des- criptiva que no podria conducir a la reconstitucién de una sociedad pretérita; ni aunque se conociera, por algin medio extraordinario, la totalidad de la cultura material de esta so. ciedad. En la perspectiva tradicional las relaciones entre la cultura material y el proceso social no son inteligibles mds que con el auxilio de fuentes de informacién diferentes: textos iterarios, testimonios etnograficos. En otras palabras, se con. sidera que la arqueologia tiene que buscar en otra parte las informaciones que es incapaz de hallar por s{ misma. La con. Secuencia tdcita de este postulado consiste en afirmar que no se da conocimiento real del fenémeno social mas que por mediacién del lenguaje. Los objetos materiales no permiten més que una aproximacidn lacunar e imperfecta de la reali- dad social. De este modo se justifica la pobreza de las recons- trucciones permitidas por la arqucologia, la tautologia de las clasificaciones. Inversamente, la carqueologia nuevas (Binford y Binford, 1968) rechaza Ja distincién entre elementos materiales y no materiales de una cultura. Desde este punto de vista, 1a in- formaciones sociales estan inscritas tanto en los objetos como en el lenguaje. Los Ifmites de la arqueologia son producto de Jos métodos utilizados y no de la indole del material: «Los Ii mites practicos de nuestro conocimiento del pasado no son inherentes a la indole de la informacién arqueolégica. Estos HACER LA HISTORIA 7 limites dependen de nuestra ingenuidad metodolégica y de Ia falta de principios que permitan evaluar, con relacién a Jos vestigios arqueol6gicos, la pertinencia de proposiciones sobre los procesos y acontecimientos del pasado (Binford y Binford, 1968, p. 23). Es sumamente notable que nunca se haya inten- lado’ evaluar Ja representacién que la cultura material nos da de una sociedad: la experimentacién podria tener luga analizando de forma tipolégica un producto industrial (coche, por ejemplo) para intentar inducir de él proposiciones sobre cl modo de fabricacién, cantidades producidas, redes de dis- tribucién, ete. Una indagacién as{ serfa, en cierto modo, simé- ica a los estudios levados a cabo por los prehistoriadores ue quieren explicar una técnica cualquiera (corte del sles, por ejemplo) observando la forma cémo procede una pol Cién contempordnea de nivel cultural comparable. + las eritcas aducidas hasta ahora definen , 26 ALAIN. SCHLNAPP 1. Cada objeto define una clase; 2, Todos los objetos considerados definen una clase. La tipologia no es mas que la eleccién operada dentro de estos limites segtin la intuicién del especialista. Se ve Ia rela- tividad de las tipologias y el esfuerzo necesario no para hallar Ja mejor (2) tipologia posible, sino para explicitar y hacer demostrable lo que era implicito e intuitivo. Es el camino seguido por las diferentes tentativas de formalizacién del ra- zonamiento arqueolégico apoyadas en los principios de la clasificacién automética (Gardin, 1970). Se trata de sustituir en Ia prictica empfrica un conjunto de operaciones definidas. El objetivo apuntado no es ni la claridad ni la elegancia, sino el establecimiento de un proceso riguroso: Se trata de una aproximacién en la que Ia demostracién toma el relevo de la intuicién y la completa, en la que cada Proposicién sélo se tiene por valida esi va acompafiada de todos los datos de donde procede y de los cdlculos que la Justifican y que permiten a cada erudito apreciar esta justifi- cacién, por cuanto posee realmente los elementos que funda- Ton la decisién» (Borillo, 1969, p. 21). El problema no esta en saber cudl es a utilidad del célculo en arqueologfa, sino cud- Jes son las condiciones que autorizan su empleo; ¢cémo pasar de una formulacién discursiva de los problemas arqueol6gi cos a una formulacién calculable? La «arqueologia nueva» tiene, pues, esencialmente una funcién terapéutica. Se esfuerza por desmontar los paralogis- mos de los procedimientos tradicionales, por explicitar lo que era implicito. La ascesis légica que reclama no queda, sin embargo, sin resultados tangibles; un ejemplo preciso, el estudio llevado a cabo por B. Soudsky del pueblo neolitico de Bylany (Checoslovaquia), permitiré verlo mejor. La exca- vacién clisica de un habitat neolitico acaba tradicionalmente en una publicacién que presenta sucesivamente la situacién de las estructuras descubiertas, el examen tipol6gico del ma- terial, una conclusién cultural sobre la civilizacién estudiada. He aqui cémo termina una obra recientemente consagrada ‘aun lugar alemén de esa época: «Parece que para diferenciar los complejos, el anélisis cua litativo de los rasgos distintivos operado hasta ahi no baste por s{ solo: por el contrario, las relaciones cuantitativas de Jos diferentes elementos parecen significativas. Unicamente el anilisis global del material y la recensién sistematica de todos los rasgos distintivos podrian conducir a hipétesis plausibles sobre la microtipologia de la cermica listada. En el estado HACER LA HISTORIA oy actual de Ia investigacién, tenemos simplemente Ia posibilidad tleatribuir de forma general el material de Middersheim a la corimica lineal listada reciente» (K. Schietzel, 1965, p. 126). Luego: : 1. La tipologia requiere ser precisaday 2. No es posible entregarse a inferencias histéricas a par- tir de la excavacién en el estado actual; 3, Sern. precisas, pues, nuevas excavaciones. — ‘A partir de un lugar del mismo tipo, la estrategia desarro- Mada por B. Soudsky conduce a un resultado radicalmente diferente. El autor considera el conjunto de las estructuras que la excavacién pone de manifiesto como grupos de infor- thacidn que poseen, cada tno de ellos, propiedades definidas. Los agujeros de postes asociados a las fosas rellenas de vesti- tio de habitat delimitan conjuntos de base definidos como unidades de habitacién. Estas unidades de habitacién poseen propiedades fisicas (forma, seccién, etc.) y propiedades es- tructurales que son el conjunto de los criterios atestiguados sobre el material cerémico (y dems) que ocultan. Las carac- teristicas de este material se estudian con relacién al espacio y al tiempo en su vinculacién con la estratigrafia vertical y horizontal. El autor experimenta asf un cierto ntimero de hipotesis Pproposicién: Ja decoracién cerémica varia de una casa a otra; Induccién: la casa corresponde a una unidad de produc- cién de cerémica. El método procede por una serie de feed-backs que aso- jan constantemente el conjunto de las relaciones atestigua- das sobre el lugar a los criterios adoptados sobre el material. ‘A cada relacién esta asociada una funci6n: + una variable a de la decoracién significa la funcién casa (decoracién familiar); + una variable b, la funcién pueblo (grupo de casas, deco- racién de pucblo); 4 una variable c, la funcién tiempo. También abi el razo- namiento procede en tres etap: — proposicién: una parte de la decoracién cerémica varia en el tiempo; — induccién: puede, pues, calcularse el lugar de una casa (0 de un grupo de casas) en el tiempo} — Giitaclos “Bs ‘sucesiones. verticales’ (casa. cortando HACER LA HISTORIA 29 28 ALAIN: SCHLNAPP ( nceptos donde los hechos eran (todavia son) aplas- thntes. Con elo, parece alojarse de Ia hstona para conver(r- ke en un aparato gigantesco de técnicas entre las cuales la expresién matematica desempefia un papel cada vez mas con- siderable. Esta evolucién, que afecta asimismo a las demas siencias humanas, nada tiene de arbitrario, por cuanto per- mite precisar y legitimar las operaciones que lleva a cabo € trqueslogo cuando describe y clasifica. Negar en arqueologia el lugar que corresponde ai célculo equivaldria a negar la aportacién respectiva de la econometria en economia y de otra casa) u horizontales (la proximidad entre dos casas impediria el acceso a ellas) tienen que confirmar estas clasificaciones. Al integrar progresivamente unos pardmetros externos (ecolégicos, biolégicos), el autor llega a reconstituir Ia fisio- nomia econémica del pueblo neolitico y a demostrar el cardc- ter ciclico de las formas culturales. El resultado de la demostracién es, pues, doble: eee 1. Convierte en repetible y demostrable cada una de las etapas de la operacién. 2. En lugar de proponer una tipologia nueva de Ia ce- ramica neolitica, permite inducir de forma deductiva los ras. 20s socioldgicos de una cultura neolitica, Cualesquiera que sean los niveles en los que se ejercen, los métodos de clculo transforman, pues, radicalmente el paisa. Je de la arqueologia. Las aplicaciones estadisticas, la clasifica- cién automatica, las aplicaciones documentales, la simulacion, por tomar un orden propuesto por J. C. Gardin (1970, b), intervienen en Jo sucesivo en todos los estadios de la inves. tigacién. De ello se sigue que la reflexién y la critica de la arqueologia nueva se ejercen cada vez mas én dos direcciones complementarias. La primera se sitda en la salida de la inves- tigacién y afecta de forma mds particular las relaciones de los arqueélogos con los mateméticos, 0 sea «si pueden hallarse problemas en las preocupaciones de los arquedlogos depen. dientes de un estudio o un ejercicio matematico» (B. Jaulin, en Gardin, 1970, a, p. 364). La segunda surge, mas bien, en ‘su entrada, y se refiere a la naturaleza de las operaciones lin- gilisticas y semanticas levadas a cabo por el arquedlogo. Elec. cién de los datos, eleccién de las variables descriptivas, for- mulacién: ah{ residira todo el esfuerzo de renovacién. Para saber de qué habla, el arqueslogo tiene que comprender cémo habla, poner en evidencia las reglas de su Jenguaje, «en la me- dida en que el tinico discurso de los especialistas, siquiera for- malizado, no suele bastar para comunicar una ciencia que, en lo esencial, se transmite y se adquiere todavia por la ima. gen, ya se trate de la competencia del experto en materia de diagnéstico... o del arte del falsificador en materia de simula- cién» (Gardin, 1971, p. 216). Con auxilio del calculo (y del calculador), la arqueologia se propone no sélo plantear problemas, sino responder a ellos de forma demostrable. Privilegia el andlisis y la elaboracién la historia estadistica en historia, Mas la formalizacién del razonamiento no resuelve nada, permite s6lo elecciones ex- plicitas, verificables y demostrables, sin constituir un método de interpretacién: el céleulo permite elaborar una metodolo- ws Ctondo Ia historia ya habia abandonado, progresivamente storia an , pore dation el culto del acontecimiento y del hecho singular, era normal buscar en Ia arqueologia el iiltimo refu- gio de los hechos brutos y del humanismo tradicional. La ar- ‘queologia, concebida como historia intuitiva e inspirada del arte pasaba a ser el simbolo «de esta forma de historia que estaba secretamente pero enteramente referida a Ja actividad sintética del sujeto» (Foucault, 1968, p. 12). La renovacién lenta, mas decisiva, que acabamos de describir, pone fin a es- tas esperanzas. Después de Ia historia, Ia arqueologia descubre f su vez estructuras y discontinuidades allf donde esperaba coyunturas y continuidades. Si «el historiador es como el opro de la ieyendas, el arquedlogo ya no se ve perseguido, como el zapatero de la fabula, por su tesoro. ‘La excavacién estratigrdfica supone un registro preciso de las inf for peeeencert sen eoeine ee eee ee diferentes de la misma en la obra de Moberg (1969). del siglo XIX (y por desgracia tna parte de ellos en el siglo xx) han ee ae eee eee oie a 30 ALAIN SCHNAPP. Fic, 2, La estratificacién vista por Chang (1967), fig. 1, p. 21. ial tana rr ee OR ao ade me sobre la época moderna. M6 JEAN BOUVIER se va haciendo progresivamente mis elistico y més disponi- ble para nuevos esfuerzos. Es el fenémeno de las «disparidades» econémicas (los mar- xistas dicen «las contradicciones») lo que da cuenta de los wuelcos de los procesos cumulativos en un sentido w otro. El crecimiento 0 decrecimiento econémico, en el cuadro del ciclo, no estén hechos a la imagen de una corriente homogé- nea, que fluye de un bloque, a una velocidad uniformemente igual en el interior de s{ mismo. Los rfos nos ofrecen las imagenes de las disparidades: su velocidad es mayor en la superficie y en el centro de la corriente, que en el fondo y en las orillas; se forman en ellos torbellinos, contraco- rientes: no obstante, el conjunto de la masa acuosa se des- plaza en el sentido de la desembocadura. Lo mismo puede Aecirse de los distintos procesos econémicos: a la par interde- pendientes y auténomos, no van a la misma velocidad: puede Observarse a través de los precios (agricolas, industriales; al por mayor, al detall; de fébrica, de venta); ‘de los distintos tipos de ingresos (rentas, beneficios, salarios); de los tipos de interés (de mercado monetario, de mercado financiero)... Se dan varios ritmos del tiempo en el tiempo econémico cf clico. De ahi los desfases en el tiempo que podrn traducirse Por desacuerdos, contradicciones entre los distintos clementos que integran el movimiento. De ahi los desfases en los drdenes de magnitud, en la intensidad y amplitud de los fenémenos econémicos, que podran desembocar en resultados idénticos. EI resultado, es la aparicin de elementos de freno (si nos situamos en proceso de expansién) en las zonas en las que se perfilan los célebres «nudos de estrangulamiento»: penu- ria de provisiones de base, de medios monetarios interiores, de divisas para los intercambios exteriores, de mano de obra. Es a nivel de eleccién entre disparidades fundamentales que las teorias de las crisis y del ciclo se reparten. «Las teo- ras son tan numerosas como las disparidades» (Henri Guit- ton). Unas privilegian las disparidades monetarias: el oro, luego los billetes de banco, luego el crédito bancario, lucgo los diversos «precios del dinero» (tipos de interés) han sido estudiados bajo este punto de mira. Otras teorfas consideran las disparidades no monetarias como mas especialmente res- ponsables: estructuras de los ingresos, estructuras de las in- versiones, eel tipo de disparidad més profundo, el més ine- luctable», dice Henri Guitton de estas uiltimas, empalmando cuando menos en este punto —el del papel fundamental de Ja distribucién del capital entre los grandes sectores— los HACER LA HISTORIA 37 trabajos de Marx... «En el fondo, escribe el mismo autor, fren- tea lo real no hay més que elegir de forma exclusiva tal © cual explicacién, La moneda, los precios, las inversiones, cada uno tiene su parte: sus influencias se conjugan en un medio que facilita més 0 menos su accién... Los factores monetarios y los. factores econémicos se entrelazan en la realidad para dar cuenta de la evolucién ciclica.» $ No seria un buen método ignorar a Marx. Una parte (no desdefiable) de la problemética marxista de las crisis, ha que- dado estéril debido indudablemente a los propios hechos: el laspecto apocaliptico, que consistia en afirmar que la profun- dizacién y agravamiento de las crisis no podia menos que conducir a la crisis suprema del capitalismo, o sea, a su desa- paricién, Pero resulta util observar que si bien el término sdisparidades» no existe en Marx, el andlisis de las disparida- des del capitalismo, si acapara su pensamiento, Su visién no estaba falta de agudeza. Se sitta del lado de los partidarios de las crisis endégenas, de base no monetaria y, sirviéndose (lel formalismo matematico, lo utiliza con mesura, empleando sucesivamente el modo racional y el modo experimental de andlisis. Marx juega, luego, con varios registros metodolégi- cos, con perspectivas especialmente amplias (no ignora en absoluto, por ejemplo, los fenémenos monetarios) y pose un sentido agudo de Ia dialéctica (interacciones) en los fené- menos econémicos, Estaba, pues, en condiciones de proporcio- nar una exposicién sustancial sobre las crisis: pues bien, esta exposicién, no la redacté de forma sistemética, ni dejé un corpus» sobre las crisis —lo que en parte se explica por el hecho de que el manuscrito del Capital quedé inacabado en cl momento de morir él. Marx, pues, se vio tirado a diestro y siniestro por cuantos elementos sobre el estudio de la crisis, elementos distintos y no conjugados, salpican sus trabajos. Pudo proporcionar argumentos a los partidarios de la tesis del , 0 en colocar‘en la miejores Condiciones posibles wal prodHiceia sea, que mezclan aspectos antiguos y aspectos nucvos de las incesantemente creciente.»® —En el marco geogrifico del crisis, en raz6n del lugar que sigue teniendo la agricultura este de Aquitania, y para el periodo 1845-1871, André Armen- en las estructuras demograficas y econémicas. De ahi las gaud llega a conclusiones idénticas. Las evariaciones bruta- diferencias de apreciacién de los historiadores que, en Ia ma- les» de los precios agricolas son un «factor esencial» (p. 169) = yoria de casos, segiin tenor principal de sus trabajos respec- de la coyuntura hasta la crisis econémica de 1857-1858. Mas (3 tivos, se han sentido inclinados a poner de relieve en sus in- Il se atentan progresivamente; en particular se bloquea dagaciones —o sea, que han proclamado la dominancia— cl «antiguo mecanismo» (p. 303) que, en la «crisis de las fora bien de los mecanismos tradicionales, ora de los elemen- subsistencias» vefa aumentar proporcionalmente mas los pre- tos nuevos de las crisis. Naturalmente, la dificultad consiste ios de los bienes menos estimados —aqui, el mafz con rela. 5 en medir las influencias respectivas y en desenredar el grado cién al trigo— porque el consumo popular se volcaba «auto. de autonomfa al mismo tiempo que las relaciones de los ele- maticamente sobre el producto menos caro». Asimismo se § mentos antiguos y los elementos nuevos, en el mismfsimo atentia, a partir de los aflos 1860, pareciendo desaparecer en corazén de las crisis mixtas del siglo x1x. Los antecedentes la década de 1870, «la antigua dependencia de los fenémenos agricolas de la crisis industrial no han desaparecido, claro demogrificos con ‘respecto a las erisis agricolas, a los precios est4. Les vemos eficazmente presentes incluso en el decenio de las subsistencias» (p. 307). El indice de natalidad esta cada ‘de. 1860, Georges Dupeux lo ha demostrado en el caso de vez menos visiblemente relacionado con el precio de los Loir-et-Cher? en particular en el momento de Ia crisis de 1866- cereales. Pero en Aquitania, como en Loir-et-Cher, y como en 1867, siempre acompafiada de ese signo caracteristico de los tiempos antiguos: la subida de los precios de los cereales. Es en pleno Segundo Imperio, en 1855, cuando, en el citado de- p. 21. 13, Les Populations de TEst aguitain au début de Yépoque con 9. Aspects de Uhistoire sociale et politique du Loirt-Cher, 1848- temporaine; recherches sur une région moins développée; vers 184S-vers 1914, Mouton, 1982. 1871, Mouton, 1961. 42 JEAN BOUVIER HIACER LA HISTORIA 43 otras regiones, no es siempre la carestia de los bienes Io at Se sabe que, confundiendo en el vocabulario lo que no acompafia y explica la crisis agricola; ésta también puc ba claramente diferenciado en la realidad, los contempo- nacer —tal es el caso de los afios 1848-1850— del hundimi Hineos y los economistas de los dos primeros tercios del to de los precios agricolas. gSe da un nuevo aire de las ¢ Jo x1X, denominaron crisis «comerciales» a lo que sus suce- que anuncian plétoras futuras y permanentes? Pero ocut sores, a partir de los afios 1870, se acostumbrarén a Hamar que los afios de buenas cosechas siempre alternaron en orisis. cecondmicas», en el bien entendido que por entonces pasado con el hundimiento de las producciones alimentici s ponfan en claro, fundamentalmente, los mecanismos ban- y los precios siempre se vieron solicitados en sentidos opt prolndcas de las fluctuaciones. La industria, desde el tos. En verdad, todo depende de la posicién del agricult imer cuarto del siglo xix empieza a tomar en Francia su (gen qué medida es vendedor?); 0 sea, de las estructuras propio ritmo y su propia légica. Lo mismo puede decirse de m disponible pai Ja circulacién’ del capital en el proceso industrial. Los histo- Ia explotacién, y de la parte de produccit el mercado. Persiste la importancia largo tiempo mantenidi rindores han registrado, a nivel de los archivos, las novedades de la evolucién de las rentas agricolas en la coyuntura de de la crisis actual: excedentes de inversiones mal calculadas industria, en cualquier caso de la industria ligera, la que vei que el ahorro no consigue ya alimentar; atascamiento de las de productos de consumo. La vinculacién coyuntura agricol Industrias ligeras, y Iuego del sector de fabricacién de los coyuntura industrial Je parece clara a André Armengaud bienes de produccién, cargado por la masa de sus inversiones, la crisis de 1844-1847; pero mucho menos evidente en los afios sus instalaciones, sus préstamos; atascamiento que paraliza de 1854-verano 1857, durante los cuales coexisten la carestf as industrias dependientes cada dfa ms numerosas; el paro de los granos y una «viva actividad de la industria» (p. 193). de la contruccién ferroviaria conduce al letargo industrial; La industria empieza entonces a escapar «de su dependencia aire desordenado del mercado financiero que registra a través tradicional con respecto a la coyuntura agricola» (p. 194). del alza de los cursos monetarios la fiebre de los beneficios De este modo, la importancia de los antecedentes agrarios My Ia especulacién sobre el alza; mecanismos propios de los en cuanto factores de arrastre de las crisis, se fue eclipsando Mf cracs de la Bolsa, cuyas bajas aceleradas se inscriben légica- progresivamente mediante los fenémenos’derivados de los mente en pos de los «vértigos de alza» (F. Simiand), y que modos particulares del crecimiento bancarioindustrial. En MJ se prolongan en sacudidas bancaria: un amplio marco regional —el Delfinado— Pierre Leén sitéa Importantes matices separan aqui a los historiadores. Para en la crisis, que por comodidad se llama «de 1848», «la sepa Bertrand Gille 5 desde antes de 1848 las crisis del trigo no racién entre el factor alimenticio y el factor comercial y ban- Mf tienen funcién motriz y la disparidad esencialmente respon- cario»," y ve a partir de entonces no una crisis, sino dos cri- sable de las crisis es «el exceso de las inversiones» * que im- sis paralelas —Ia antigua y la nueva— combinando sus efectos, Mf plica una relativa penuria de «capitales de circulacién»;? sefialando entre ellas ciertos desfases cronolégicos. Es posible fy por lo tanto de los fondos de circulacién de las firmas. «Son que, en tales ejemplos, nos encontremos con dos variantes las inversiones en cadena las que provocarén el exceso y la regionales de un proceso idéntico: en Loir-et-Cher y en Aqui- ruptura del equilibrio.» * La crisis Hega cuando «las inver- tania oriental en donde domina Ja agricultura, la crisis de siones cesan», y esta salida resulta inevitable: «Las inversio- tipo antiguo tiene unos rasgos pronunciados hasta muy en- Wf nes cesan porque la acumulacién del capital queda destruida trado el Segundo Imperio. En el Delfinado, en donde la indus- y no quedan ya disponibilidades; cesan porque la rareza de tria y la banca tienen otra dimension muy distinta, la domina- Mf jinero en circulacién hace subir sus intereses; porque deter- cién de los mecanismos nuevos de la crisis apareceria més temprano. Pero, en ambos casos, la marcha de las crisis va en el mismo sentido; éstas cambian de naturaleza al cam- 15, La banque et le erédit en France de 1815 a 1848, PUR, 1959. Ver biar de estructuras. cn particular, sus dos tities capitulos, estrictamente coyunturales. 16. Id. p. 373 WT, p. 314 14, La riaissance de ta grande industric en Dauphiné, fin du XVIII" 18. Ia. sidele-1869, 1. 11, PUF, 1954, p. 791. 19. Td, p. 6. 4 JEAN BOUVIER minados negocios han resultado ser malos o especulativos.»® Bertrand Gille no cree ver en estas condiciones mis que esca- sos vinculos entre dificultades industriales y coyuntura agri- cola y, en el curso de su estudio coyuntural de la crisis de 1818 1a 1847 no puede menos que insistir en este tema desde dife- rentes vertientes. ¢Llegaron las cosas —antes de 1848— hasta este grado de autonomia de los mecanismos nuevos de Ias cri- sis —cuando menos para las industrias ligeras de bienes de consumo? ¢No habra forzado el autor alguna vez los rasgos de su propio modelo? ¢Tiene que ceder la concepcién de las crisis «mixtas» su sitio'a una idea en cierto modo precozmen- te modernista de los accidentes econémicos? Tres afios antes de la aparicién de la tesis de Bertrand Gille, en un prefacio escrito para una obra colectiva compuesta de doce estudios regionales de historiadores sobre Ia crisis y la depresién en Francia de 1840 a 18512 Ernest Labrousse habfa anotado simplemente: «Se podré apreciar hasta qué punto las actua- tes investigaciones sobre las convulsiones de una economia ya intermedia revelan, 0 no, el vinculo de Ia crisis de los granos con la crisis téxtil.»® En el modelo labroussiano, en efecto, es la crisis industrial de tipo antiguo lo que esta ante todo tela de juicio, la crisis de una estructura industrial en la que dominan los textiles, y no la metalurgia. ¢Serfa, en tales con- diciones, de mala problemética distinguir netamente en los aspectos industriales de las crisis «mixtas», intermedias, de la primera mitad del siglo xrx en Francia, Io que determina a evolucién coyuntural de la «seccién I» y la de la «sec- cién If», para adoptar el vocabulario de Marx? No queda- fan, en’tal caso, cuando no suprimidas, por lo menos reba- jadas las divergencias de interpretacién? Las péginas que Maurice Lévy-Leboyer consagré en su tesis® a las «crisis del textil» de 1833 a 1843 autorizarfan este proceder, por mas que el autor no haya determinado con demasiada claridad su posicién en las divergencias de interpretacién a las que aca- ‘amos de hacer alusién. Cuando se le lee nos damos cuenta de que resultaria dificil, para comprender la coyuntura textil, 20. Id, 21. Aspects de Ia crise et de ta dépression de économie francaise au miliow du XIX" sidcle, 18461851. (Société d'histoire de Ia Révolution de 1848; bibliothéque de la Révolution de 1848, t. XIX.) 2." Id, p. v. 23. Les Banques européennes et Y'industriatisation internationale dans ta premidre moitié du XIX* sidcle, PUF, 1964. Ver pp. 510598 (cap. VII). ACER LA HISTORIA 45 ho tener en cuenta el emercado de los cereales» —un mer- cao gue, por otra parte, no es nacional: a este tema consa. fra él, por lo demés, las primeras paginas de su estudio. Si de 1832 a 1836 «la actividad de los negocios reposa sobre luna base s6lida» es porque «Europa se beneficia de abundan- tes cosechas»; mientras que Ia subida de los precios cerea- listas en Europa a partir de 1836 hasta 1840 «es signo de una situacién rural malsana, y anuncio de una crisis industrial>.> Pero la prosperidad textil ha destruido ella misma ciertos puntos de apoyo: el alza de las materias primas, la de los productos fabricados han conducido a . G5 61 santo) radical des conelesGes Seam industria, En sus cdlculos relativos al movimiento cfclico de dios de pago respecto de los periodos anteriores del siglo. los precios del trigo en Loir- de 44%. tigacién, a no plantearse nuevos interrogantes en lo concer- iiiehee 7A los larnaventiel los’ Clatintos‘elerhentoe cia: la'citiale Del lado de las quiebras industriales en 1881, todas las ramas Coe acdisteiiek: Asf Gotiid” Ia |tensiade'loetindicen dein quedan afectadas por el crecimiento de su nivel: construccién, rés en el segundo semestre de 1881 traduce las contradicio productos quimicos, textiles y tintorerias, metal, cuero, indus” nes en las que empiezan a debatirse el mercado monetario trias de lujo... y el financiero, igualmente no puede concebirse el inicio de Pero ¢por qué las quiebras de 1881... y en particular las Ja trasmutacién de ciertos precios que se produce simult4- del segundo semestre? ¢Disminucién del poder adquisitivo eee sei cies que’ cot Valguo ‘da tas) puiincren’ iicailtddal de las capas populares a causa de la evolucién del mercado de fluidez de ciertos productos en el mercado. El historia- del empleo? Nada permite afirmarlo, claro esté. ¢Pérdidas dor se ve, entonces, remitido al andlisis del mercado —un especulativas en las capas medias del negocio, del comercio, eect es gratia pc ict into iea/eatiaieulc tanec de la industria, en relacién con el primer tambaleo de la do de productos del sector I, y de los del sector II. Bolsa que comportaron el atasco de los fondos de circulacién Etta caperiicde que) laindagecktn iatSrica sa retnode!adl y de la liquidez? Efectos inmediatos de Ia politica restrictiva bre el particular —eso es, tome en cuenta un estudio com: de eréditos bancarios? Una politica tal es aplicada rigurosa- pleto sobre la coyuntura de los afios 1870—, se habia dado mente; an,t0d0;¢880 bap ekiCrecitsL Yomosis 8s PAGE: Gta un rodeo, en la obra sobre el Krach de 'Union Générale, con- segunda mitad de octubre de 1881, como sefialamos més ade- sistente én escrutar lo més cefiidamente posible, sélo en la Jante. aglomeracién lionesa, el movimiento y Ia composicién de las Resulta imposible decir lo que, en la deterioracién de las quiebras de 1878-1889. A nivel del movimiento del nimero de quiebras lionesas de 1881 deriva de los prédromos del crac, de Guiebras en Lida, sucede, tego de la: disminucioa,de quiel Ja politica bancaria, o de la situacién del consumo popular Tray cn 1879 (aio do remonte) reapecto a 1878, una progr y del mercado del empleo. Por insatisfecho que esté, el histo- sién muy débil de este mimero en 1880, pero muy fuerte en riador tropieza con esta constatacién, a riesgo de formular la 1881 (y en 1882, claro est4) que llega a su cumbre en 18844 hipétesis, 0 tencr la impresién, de que, de los cuatro elemen- La observacién mensual del fenémeno pone en evidencia el tos evocados, los dos primeros fueron los decisivos. arranque de las quiebras en 1881, y especialmente en el se- Mas alld en el tiempo, en todo caso, eso es en 1882, las reso- gindo semestre, con dos empujes sensibles en julio y di- nancias inmediatas del crac y Ja politica restrictiva de los ciembre. bancos desempefiaron su papel pleno en el aumento de las Esta observacién, habida cuenta de lo dicho més arriba, quiebras. No obstante, ya mds adentrados en la depresién, no puede dejar indiferente al analista. ¢Aparecerfan dificul- a partir de 1883, serd la «superproduccién» industrial clasica tades econdmicas ciertas antes del crac bursdtil? Pero, luego, Ja que hard sentir sus efectos sobre el empleo, los salarios, sage itateral "en 1881? Tinto industriales cxktio!comercion- el consumo, las cifras de negocios y los beneficios, y que man. tes. Con mayor precision, en 1881, las quiebras industriales tendré a un nivel insélito, elevadisimo, hasta 1890, el nivel de conocieron un indice de crecimiento més fuerte que las quie- las quiebras lionesas. bras comerciales.” Estas tiltimas son, ante todo, quiebras de ae apariene cae cosas conguce Entnnces A Reaetea ja ey : crisis econémica de los afios 1880 tanto a escala «lionesa» cary bead shit apap etry Nae eh como a escala «nacional», como habiendo recorrido una espe- eth eiteamos gut is observaconcs, cha antes (0.27 de rach de !'Union Générale) demasiado precipitadamente. as 50. Sobre 624 quicbras industriales de 1879 a 1890 inclusive, se Quebras de comercio aumentaron en wn 324% sobre 180; las indur cuentan 207 quiebras de la «construcciGns. eee

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