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Esperanza fruto de la Palabra

Su Santidad Juan Pablo II, nos insiste a ‘tiempo y a destiempo’ (San Pablo) que
volvamos a la lectura apasionada del Evangelio en especial y de las Sagradas
Escrituras en general.

Allí vamos a encontrar la fuerza de Cristo para luchar contra el desaliento y lograr
solucionar nuestros problemas y los de nuestra Patria.

Quizás algunos párrafos del libro ‘Testigos de Esperanza’ del Cardenal F. X Van
Thuan, nos ilumine en este sentido.

Cuenta el Cardenal que uno de sus profesores, en el seminario menor vietnamita de


Annin, le hizo comprender que nunca debía separarse del Evangelio. Este sacerdote,
convertido del budismo y perteneciente a una familia mandarina, lo usaba a la usanza
oriental, colgado del cuello, como se lleva el viático.

Qué costumbre conmovedora y acertada es ésta, ya que la Iglesia ha venerado


siempre la Palabra de Dios como Presencia de Dios entre los hombres. ‘La Palabra se
hizo carne y habitó entre nosotros’ (Jn 1, 14). La venera especialmente en la liturgia de
la misa cuando reparte el Pan de Vida que es la Palabra de Dios y el Cuerpo de
Cristo’.

‘Nosotros bebemos la Sangre de Cristo, dice Orígenes, no sólo cuando recibimos la


Eucaristía sino cuando recibimos su Palabra’, ‘porque ésta es verdadero alimento y
vida’. (San Jerónimo).

Esta realidad, fue la que ayudó al Cardenal Van Thuan, durante los 13 años de cárcel
y tortura, a superar la intensidad de sus sufrimientos. Como no tenía en su poder un
Evangelio, escribía los pasajes que recordaba en pequeños trozos de papel que se
pasaban luego, de mano en mano, a los demás misioneros para que los aprendieran
de memoria, logrando así que esta ‘maravillosa Presencia los inundara’.

Así, únicamente así, convirtiéndose en Cristo, pudieron aguantar semejante tortura de


vida.

'Palabra de Cristo, inúndanos – Pasión de Cristo, fortalécenos.

Por último recordemos el episodio de Emaús. Los discípulos, tristes, desalentados,


asustados e incluso probablemente enojados, huyen de Jerusalén hacia Emaús.

Ya sabemos que en el camino se les acerca Jesús y conversa con ellos. Como no han
comprendido las escrituras, Él se las explica. Poco a poco recorre todos los textos que
han escuchado frecuentemente pero que no han retenido ni entendido.
Sorprendentemente estos hombres ven a Jesús pero no lo reconocen

Quizás podamos imaginar lo que sucede después, si nos ponemos en el lugar de los
discípulos.
Se han de haber preguntado: ¿Quién es esta persona que sabe tanto, que nos explica
con tanta claridad lo que no comprendemos y que es tan amable y paciente? ¿Quién
será?
A esta altura de los acontecimientos, ambos sentían un gran amor por este nuevo
amigo que se les había acercado, pero no se explicaban por qué.

‘Cómo me gustaría invitarlo a casa’, pensaba el compañero de Cleofás.

Pero seguro que si se lo pregunto, se va a oponer. ¡Es muy contrera! Cuando yo


propongo algo él siempre se opone. De todos modos lo voy a invitar, a ver qué pasa.
‘Perdón Señor, se está haciendo un poco tarde, ¿no le gustaría venir con nosotros a
casa, a comer algo y a pasar la noche? Porque el día se acaba y cae la noche’. ‘Qué
buena idea’, exclamó Cleofás ante la sorpresa de su compañero, que habrá pensado
‘¿por qué está tan contento?’

Es que a Cleofás también le ardía el corazón y sentía un gran amor por este amable
personaje, que aceptó la invitación y entró con ellos a la casa.

Al tomar Jesús el pan, cada uno de los discípulos se han de haber preguntado: ¿pero
esas manos? ¿Qué me dicen esas manos?, entonces habrán recordado lo que los
apóstoles les habían contado acerca de aquella otra cena, del jueves anterior, en que
Jesús tomó el pan con ‘sus santas y venerables manos’, lo partió y lo dio a los
discípulos ‘Tomad y comed’...

Ahí en ese momento se les hizo la luz, ¡Pero si es Jesús!, ¡amado y Buen Jesús! Pero
ya era tarde, había desaparecido.

Sin embargo ambos tenían el corazón ardiente, gozoso, reconfortado, vencido el


miedo, la tristeza y la duda. La Palabra de Jesús hizo brotar en ellos el amor, la
solidaridad, la fortaleza. Nada los podía detener. ‘Vamos ya a Jerusalén’, a vencer los
tiempos difíciles con amor y fortaleza: fuente de nuestra Esperanza, que es fruto de la
Palabra.

Yo pongo mi esperanza en ti Señor


y confío en tu Palabra.

Para Compartir

Después de reflexionar acerca de lo leído, nos preguntamos si las Palabra de Dios,


ocupa el lugar que corresponde en nuestras vidas.

· ¿Qué nos enseña la experiencia del Cardenal Van Thuan?


· ¿Hemos llegado a vislumbrar la presencia de Dios en su Palabra?
· ¿Tengo alguna experiencia que compartir?
· ¿Dónde sentí la importancia de las Sagradas Escrituras con más fuerza?, ¿en
el hogar?, ¿en el colegio?, ¿en el catecismo?
· ¿Hoy en día encuentro que se le da importancia a la Palabra en las
parroquias?
· ¿Se cuida proclamación?
· ¿Se recomienda su meditación? ¿Su lectura frecuente y sistemática?
· Hacemos uso de la Palabra de Dios para progresar espiritualmente, ya que ella
tiene infinita eficacia y fuerza.

Meditemos la Palabra

(Jn 1. 1. 4 . 14)
La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios, en Ella estaba la Vida... y la
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

(Is. 55- 10-11)


‘Como baja la lluvia y la nieve del cielo y no vuelven allá, sino después de empapar la
tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla... así será mi Palabra,
que sale de mi boca, no volverá a Mí vacía sino que hará mi Voluntad y cumplirá Mi
encargo.

Compromiso

Meditar la Palabra, que es Jesús entre nosotros, y hacer lo posible para que ella llegue
a los demás.
Proponemos algunas acciones concretas:
Invitar a las charlas que se realizan en las parroquias.
Regalar Evangelios a grandes y chicos, explicando su importancia en el hogar.
Dar sobre todo testimonio con nuestra vida de su contenido

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