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Introducción al pensamiento clínico

«Pensamiento», «clínico»: dos palabras que difícilmente


se asocian. El pensamiento habita campos de actividad di­
versos, pero hasta el presente no ha penetrado todavía el
ámbito clínico. El pensamiento puede ser filosófico, científi­
co, religioso, etc. El nivel de elaboración teórica en que se
apoya su exigencia interna no parece autorizar a la clínica a
pretenderlo. A esta última se la define, por lo general, como
la formulación descriptiva de un corpus empíricoLobediente
a metas de reconocimiento dirigidas a prescribir un trata-
niiénto apropiado, .sintomático o etiológicru El origen de la
palabra está estrechamente ligado a la medicina. Lauclínica
observa, percibe,_persigue, adivina. Resultaría dificultoso
encontrar en ella la sombra de un pensamiento; su coheren­
cia es más de una vez problemática.
Se llamó originalmente «clínico» al médico que visitaba a
los enfermos (Bloch y Von Wartburg), y el término adquirió
luego el sentido más preciso de aquello que sejonoce o_ge_ha-
ce al pie del lecho del enfermo. Aunque ese saber o esa prác­
tica se ^sistematizaron progresivamente en la historia de
la medicina, no se puede hablar de un pensamiento clínico.
Los datos extraídos del corpus médico son poco aplicables al
psicoanálisis. A pesar de que Freud hace un uso extendido
del término, es raro que los psicoanalistas califiquen de «en­
fermos» a quienes tienenen_análisjs. Los designan como
«pacientes» o, más comúnmente aún^Jígnalizantes», para
evitarñiedicaiizaf éñéxceso su práctica. El psicoanalista no
«trata» al analizante como el médico al enfermoTEn este úl­
timo caso, se insta al paciente a acatar escrupulosamente
las prescripciones del médico, sometiéndose a sus veredic­
tos. En psicoanálisis, sabemos que esa relación se invierte.
El análisis descansa primero en manos del analizante, a
quien se da la palabra, aunque hay una tendencia a exage­
rar la retracción del analista. Hoy en día se admite mucho

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más fácilmente que el análisis es unn tarca efectuada entro
psicoanálisis desdo el ángulo de una causalidad específica
dos. Esta interpretación debe ser sometida a examen. No
que da sentido a los movimientos, desarrollos y transforma­
obstante, como dijo el médico de Macbeth al responderá la
ciones ofrecidos a la escucha del psicoanalista.1 La elabora­
pregunta de su señor, quien le reclamaba un tratamiento pa­
ción puede llevarse a un nivel de reflexión que ha tomado
ra curar la locura de su esposa: «En este caso, el paciente de-
distancia respecto déla clínica; empero, aunque no haga re­
be curarse a sí mismo» («Therein. the patient must minister to
ferencia a los pacientes, ef pensamiento clínico hace pensar
himself»). En psicoanálisis se debería hablar de una práctica
siempre en ellos. Los escritQs psicoanalíticos «hablan» o «no
«a la cabecera» del diván, más que al pie del lecho del enfer- hablan» a sus lectores. Se puede ceder —reconozco que he
moTNo existe ninguna palabra para calificar esta situación. 5
sucumbido a ello en el pasado— a los encantos de una elabo-
No es necesario crear una, puesto que todos comprendemos fy i Aración teórica seductora justamente por su abstracción, in-
lo que quiere decir «clínica» en psicoanálisis si pensamos en (j cluso si se muestra desencamada. No obstante, sin duda se
la experiencia_deJa cura, cuando la hemos vivido. Es’m'ás \A l reconoce el pensamientü-clíiiico_cuando la elaboración teó-
difícil en el caso contrario. Y con frecuencia es fuente de rica despierta asociaciones que se refieren - tal o.cual_aspec-
malentendidos. Más aún cuando, hoy en día, las prácticas to de la experiencia psicoanalítica en el lector. Es decir que
psicoanalíticas se diversifican según las escuelas. el pensamiento clínico, aun cuando no hable expresamente
Sería un error considerar que la clínica es sólo una prác­ de la clínica, suscita la evocación_de un paciente, o de un
tica, un arte si se quiere, que atañe más al artesanado que a grupo de pacientes, y trae a la memoria tal o cual momento
la estética. Sobre todo, clínico se opone a teórico. El carácter deun análisis/Estas asociaciones integran el modo de ar­
polimorfo, a menudo poco inteligible, de los elementos que ticulación del pensamiento clínico. Al tratarse del psiquis­
componen el cuadro clínico lleva a considerarlos propios de mo, el pensamiento no puede faltar en ninguna de sus ma­
una coyuntura empírica supuestamente coherente. La ma­ nifestaciones, ya sea normales o patológicas.
yoría de las veces, el ideal reside en un sensato equilibrio Explícitamente ausente del discurso por momentos, el
entre teoría y clínica: la teoría debe conservar una estrecha analizante, a pesar de las apariencias, no se ausentó ni se
relación entre sus teoremas y lo que enseña la clínica, la perdió en el proceso de formulación de las ideas: sólo se es­
cual no siempre coincide con las explicaciones que se dan condió entre los pliegues de la escritura.
respecto de sus signos o síntomas; además, la clíñicadebe- Los textos dirán si el pensamiento clínico es un espejis­
ría superar sus intenciones descriptivas y elevarse al nivel mo o una piadosa expresión de deseos, o si efectivamente
de abstracción necesario para promover la reflexión. No tiene el poder .de volvemos^ensibles cLunlrabajo de pensa-
caeremos en la obviedad de discutir si el psicoanálisis es una mienjxujue opera enja relación del encuentro psicoanalítico
ciencia o un arte, o ambas cosas, o ninguna de las dos. Conoce­ —como una representación que trajera a la mente algo que
mos los argumentos que presentan los científicos para ex­ no está pero que estuvo antes y que demuestra, por su resu­
cluirlo de su cuadro elitista invocando la ausencia de rigor rrección, la prosecución ininterrumpida de un trabajo sub­
en sus razonamientos, demostraciones y pruebas. En cuan­ terráneo y silencioso—.
Todavía falta reconocer si esta representación, por defi­
to al arte, se alude a un savoir-faire, a una habilidad, que
nición interna, corresponde a algún objeto que tiene la cua­
por cierto no faltan en la-técnica del psicoanalista, pero que
lidad de una realidad. ¿Cuál es aquí ese garante de existen­
no son suficientes para definirla.
cia? Para evitar los peligros del solipsismo, el reconocimien-
Ahora bien, yo sostengo que en psicoanálisis existe no só­
to de los otros psicoanalistas, clínicos y prachcantes —sobre
lo una teoría de la clínica, sino_tamlóieñ un pensamiente clí­
nico, es decir, un modo original-y específico de racionalidad
surgido de la experienciaprácticaj^o diría que se trata, ha­ 1 Cf. A. Green, La causalité psychique, Éditions Odile Jacob, 1995 ¡La
blando con propiedad, de una lógica, aunque nos esforcemos causalidad psíquica. Entre naturaleza y cultura, Buenos Aires: Amorror-
en considerar los fenómenos psíquicos propios del campo del tu, 2005].

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todo, los ajenos al medio en el que nació la escritura—, cum­
plirá ese rol. Cesar y Sara Botella propusieron una fórrÍTüla aguardar que la ciencia ilumine los recovecos más oscuros
feliz, celebrada con justicia, «únicamente adentro, también de la vida mental, que haga reinar una claridad capaz de
afuera», para hablar de las relaciones entre la representa­ eliminar toda sombra de lo que queda oculto, y se deshaga
ción subjetiva y la percepción de la realidad. Adaptándola a de una vez por todas de la insoportable ambigüedad del psi­
la situación del pensamiento clínico,.yo diría: «únicamente quismo. Si eseideal se realizara, lo haría al precio del propio
de mí.jambién de los otros». psiquismo, deformado,-ti icionadoZacfíatado, negado?
No es fácil decir cómo delimitar este pensamiento. Ha­ Reconocer esto implica reconocer que el psiquismo sólo
blar de pensamiento clínico significa aludir, en última ms~ puede ser indagado en forma indirecta, que él «hace señas».
tancia, a las transformaciones dictadas por la angustia, el Es escuchando, estando a la cabecera del diván, como nos
Idisponemos a resonar con el inconsciente~déT analizante.
sufrimiento, el dolor; a las estrategias para negarlos o com­
'dejando vibrar el propio. Empero, esta comunicación her­
batirlos, para tratar de desembarazarse de ellos, y también
para intentar superarlos. Erpensamiento clínico forja con- mética o de circuito cerrado no basta para constituir una
disciplina, un pensamiento. Siempre hace falta un tercero
ceptos que expresan las razones del inconsciente, la diversi­
que escuche lo que los otros dos se dicen y oyen. Por eso, los
dad de respuestas reclamadas por las avanzadas de este,
analistas —y en algunos casos también los analizantes—
sus transformaciones en «realizaciones» alucinatorias, en
escriben. Al hacerlo, se escuchan entre ellos, a veces se re-
actuaciones, somatizaciones, racionalizaciones, bajo el efec­ conocen, o son impactados por éTdestello de una novedad.,
to de las contrainvestiduras, que ponen en acción la desin­
vestidura, etc. Convendrá referir la clínica no sólo a aquel Claro que todo esto tiene una historia, cuyo precipitado,
que sufre, sino también al encargado de escuchar ese sufri­ presente en los textos, se funde en lo escrito. Obligatoria­
miento gracias a_una sensibilidad particular: el analista, mente, la clínica, modo de expresión de la enfermedad, bus­
Implica, pues, examinar forzosamente las cuestiones rela­ ca su explicación en teorías etiopatogénicas que se han su­
tivas a la transferencia y a la contratransferencia. Hoy en cedido, por hablar sólo déla tradición occidental de Hipócra­
día, el psicoanálisis plantea el problema de las modificacio­ tes en su renacimiento bajo la forma moderna, en el siglo
nes y variaciones de los cuadros clínicos sobre los cuales se XIX. Foucault le consagró una obra que dejó huellas en la
edificó la obra de Freud, seguida por la de sus sucesores, reflexión.2
que introdujeron enfoques diferentes de los de él —y a me­ En medicina, las manifestaciones patológicas son escla­
nudo diferentes entre sí—, aportando innovaciones en la recidas por el conocimiento de la anatomía y la fisiología,
manera de comprender el discurso de los pacientes y de dar­ que define la normalidad y permite comprender las altera­
le respuestas ignoradas por Freud. Pero el conjunto sigue ciones y disfunciones que afectan al órgano o al sistema, se­
generando sentido, aunque sea difícil de reunificar. gún los casos. Empero, este método, válido para toda la me­
Sean cuales fueren la diversidad y la abundancia de las dicina, incluyendo la neurología, es impugnado por la psi­
soluciones propuestas, siempre quedará una «distancia teó- quiatría. El conocimiento del cerebro, de su anatomía, de su
funcionamiento, no remite a nada equivalente en psiquia­
rico-práctica» imposible de salvar. Dicho de otro modo, la
tría. Ese conocimiento fue el sueño de la psiquiatría del si­
teoría nuncapodrá.coincidir íntegramente con la clínica ni
glo XIX. Incluso el ejemplo princeps en el que parecía triun­
abarcar toda la extensión de su campo; la clínica nunca será far el método anátomo-clínico, la parálisis general —acci­
una aplicación sin resto déla teoría, ni estará completa­ dente terciario de la sífilis cuyo agente, el TYeponema palli-
mente iluminada por ella.jEl pensamiento clínico deberá te­
ner siempre presentes este hiato y este residuo imposible de
2 M. Foucault, Naissance de la clinique, PUF, 1963 ¡El nacimiento de la
eliminar, y aceptar que no pueden ser colmados integra­
clínica: una arqueología de la mirada médica, Buenos Aires: Siglo Veinti­
lmente. No hay ámbito donde el peso de la incertidumbre sea uno Editores, 2006).
Hmayor que en psicoanálisis, Debemos lamentamos de esto y
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dum. file identificado muy tempranamente—, estaba lejos
de explicar esta demencia más que de manera muy general. miento nosográfico. Por ejemplo, es el inventor de la expre­
Parecía que se había abierto una senda para la conquista sión «neurosis obsesiva» (Zwangsneurose), cuando antes de
progresiva de esas famosas enfermedades de la mente que él no existía más que el campo, muy desordenado, de las ob­
proporcionaban materia de peroraciones a los psiquiatras, sesiones, y ello, a despecho de vanas e interminables clasifi­
esos charlatanes. Esas ilusiones recibieron su merecido, y caciones.
Las primeras teorizaciones clínicas de Freud apuntarán
sin embargo, hoy en día, las otras formas de demencia, en­
a delimitar el campo de aplicación del psicoanálisis: las psi-
tre las cuales el Alzheimer ocupa el sitial de honor, susci­
coneurosis de transferencia. El psicoanálisis no podría in­
tarían muchas esperanzas similares. Pero, ¿sabemos por
fluir en el estado ni en el curso de las neurosis actuales ni de
Iqué razón esta demente dice que hay un hombre en su ca­
las neurosis narcisistas. En las neurosis actuales, la libido
ma, cuando en realidad duerme sola desde hace mucho
se estanca en el cuerpo, según aquel. Son actuales por su
tiempo?; ¿por qué tal otra seduce a la enfermera y se mas-
falta de referencia al pasado del individuo y porque actuali­
turba ante una alumna que viene a visitarla?; ¿por qué esa zan los trastornos sin disfrazarlos. En cuanto a las neurosis
madre que, con más de ochenta años, no tiene reputación de narcisistas, el repliegue de la libido sobre el yo vuelve impo­
incestuosa, confunde a su hijo con su marido o acusa a este sible cualquier transferencia. Verdadera o falsa, esta deli­
de haber tenido un hijo natural con una amante imaginaria, mitación del campo del psicoanálisis se basa en un pensa-
causante de su abandono? Está lejos el día en que se podrá 'íñiéntoclmico, aunque en esta fase todavía permanezca ig­
echar un puente entre la clínica y las correlaciones psicoló­ norante de sí mismo. Las psiconeurosis de transferencia (o
gicas supuestamente asociadas. cofrtransterencia) son merecedoras de su nombre pues de­
La clínica psicoanalítica surgió, en parte, de la clínica muestran cierta movilidad libidinal, que puede transferir­
psiquiátrica de los grandes alienistas del siglo XIX. En esa se del cuerpo al psiquismo en las relaciones con sus objetos
tradición sé formó.Ereud. En psiquiatría, la proporción de —no es el caso de las otras dos categorías—, y autorizan la
conjeturas etiopatogénicas es mucho más importante que instalación de una transferencia de los objetos primitivos de
en medicina. En la biblioteca de Freud se encontró una obra la infancia sobre la persona del analista. Hay, entonces, una
de Griesinger con abundantes anotaciones de su propie­ teoría subyacente a la constitución del campo psicoanalítico
tario, casi con seguridad de sus años de aprendizaje. Es que freudiano, y está fundada en una hipótesis teórica que su­
la psiquiatría, justamente a causa de su objeto, es decir, las pone la relativa autonomía del psiquismo, marcado por su
enfermedades de la mente o del alma, demanda una y otra infancia y por su lazo eventual con otro psiquismo. Sin em­
vez la interrogación, excita la imaginación, hace brotar las bargo, aun cuando yo sea sensible al método comparatista
que Freud utiliza en sus primeros escritos con la intención
construcciones teóricas más diversas o incluso divergentes,
de establecer relaciones coherentes e inteligibles entre his­
a veces fuertemente antagonistas, puesto que a menudo son
teria, fobia, neurosis obsesiva (e incluso, al comienzo, para­
siervas de ideologías filosóficas y también religiosas. La pro­
noia) —prueba, seguramente, de una exigencia lógica no­
porción de especulación es aquí considerable, pues el campo
table—, me parece que no ha nacido todavía un verdadero
de la experiencia en psiquiatría —maniconial en gran par­
pensamiento clínico. Ciertamente, se observa una disposi-
te, en esa época—, por más extendido que esté, es poco pro­ ción a superar el empirismo clínico, pero las hipótesis, las
fundo. Quiero decir con ello que está circunscripto a la ob­ concepciones,.son, fruto de uña experiencia que sería la.de
servación de hechos de comportamiento o a descripciones de un psiquiatra a punto de inventar el psicoanálisis, más.que
signos macroscópicos reducidos a déficits evidentes y a la de un psicoanalista reconocidñque extrae de su técnica el
desviaciones manifiestas. Encuadro clínico resultante casi material de su reflexion^Las cosas comienzan a cambiar
no es objeto de un procedimiento metodológico preciso, aten­ con los Estudios sobre la histeria (1893-1895) de Breuer y
to a los cambios finos, como lo será para el psico¿nálisis_más Freud. Aunque no se trate en rigor de psicoanálisis, sino de
tarde. No obstante, Freud se inscribe muy bien en ese movi-
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psicoterapia de la histeria (título del capítulo escrito por el
tendía a confundirlas. Yo mismo propuse, en 1975, un mode­
propio Freud), ya se advierte el comienzo de un camino ha­
lo que intentaba contribuir a la lectura estructural de esos
cia el psicoanálisis. Creo que el pensamiento clínico se inicia
casos límite, en el informe que redacté en ocasión del con­
en verdad con el informe del análisis de Dora v prosigu&con greso de la Asociación Psicoanalítica Internacional3 4 cele­
otros cuatro casos, que forman el corpus de lo que en Fran- brado en Londres.
cia recibió el nombre de Cinq psychanalyses^ (Dora, el pe- Luego —como posteriormente tuve oportunidad de seña­
queño Hans, el Hombre de las Ratas, el presidente Schre- lar—, me interesé por las correspondencias entre esos dos
ber, el Hombre de los Lobos). grandes grupos. Por ejemplo, propuse trazar un paralelis­
En estos textos se aprecia con toda nitidez la diferencia mo entre la angustia de castración (en el hombre) yja de pe-
entre la exposición de casos tal como se la efectúa tradicio­ netraCíon~(eñ la mujer) y la angustia de separación y la de
nalmente en medicina, o incluso en psiquiatría, y su versión intrusión en los dos sexos. A la amenaza que pesa sobre la
psicoanalítica, que encara a la vez la historia del enfermo. la 1 organización sexual en el primer caso se puede oponer la
historia de la enlermedad~la historia del tratamientoJa que afecta al yo en el segundo. Angustias de castración y de
comprensión de las relaciones entre el pasado y el presente penetración se observan sobre todo en la neurosis, el par se-
la aplicación de los conceptos psicoanalíticos (sexualidad in­ ,- paración-intrusión es de constatación corriente en los casos
fantil, fantasma inconsciente, complejo de Edipo) vistos 1 límite. Hoy vuelvo a estas cuestiones de manera más deta­
desde el ángulo de la especificidad de la transferencia. Asis­ llada para cada uno de los campos clínicos, aislados en el
timos al pensamiento del analista en plena tarea, pero refe­ marco de las psiconeurosis de transferencia, mostrando
rido sólo al paciente. Nace el pensamiento clínico, aunque ciertas relaciones que mantienen con los casos límite: ya sea
todavía se ignora a sí mismo como tal. encarando frontalmente la problemática planteada por una
Al releer esas reseñas se aprecia lo que este pensamiento de las entidades (es el caso de la histeria), ya sea conside­
tiene de nuevo, de único y valioso, así como no se puede de­ rando uno de los aspectos derivados de una de estas neuro­
sis cuando la estructura neurótica no llega a organizarse co­
jar de ver cómo cambiaron las cosas desde entonces. Por eso,
mo tal y origina así configuraciones que remiten a ella...
es necesario revisar nuevamente el triángulo canónico his-
por defecto5 (analidad primaria en la organización obsesi­
teria-fobia-neurosis obsesiva, para darle una luz actual.
va), ya sea otorgando, finalmente, a una de ellas una gene­
Desde la introducción de los casos límite (borderlineitn
ralidad que se aprecia en el seno del funcionamiento mental
la clínica psicoanalítica, definidos en un principio como ca­ en ciertos análisis (posición fóbica central).
sos situados en los límites de la psicosis (hoy prefiero hablar Nos situamos, definitivamente, después de Freud, pero
de estructuras no neuróticas), cuando se pudo ubicar a esos todavía permanecemos_iunto a él para preguntamos por
pacientes en los límites de múltiples organizaciones (depre­ nuestro_saber.
sivas, perversas, psicopáticas, psicosomáticas, etc.), sepen- '
só primero en relacionar las neurosis con estas estructuras Si tuviéramos que elegir un rasgo único para caracteri­
nuevas para distinguirlas de aquellas. Su delimitación clí­ zar el cambio producido después de Freud, pienso que se lo
nica es imprecisa, y sus mecanismos, oscuros. El conoci­ debería situar enja crítica deja_tecría de las pulsiones, en la
miento que tenemos de ellas se impregna fácilmente de la medida en que descuida, incluso omiteTel rolclélb que adop-
confusión, contrastando con la precisión, la nitidez y la cla­
ridad de la problemática bien delimitada de las neurosis.El 4 A. Green, «L’analyste, la symbolisation et l'absence dans le cadre ana-
esfuerzo del clínico buscaba, en especial, marcar las diferen­ litique», en La folie privée, Gallimard, 1990 [«El analista, la simbolización
cias entre las dos categorías, sobre todo porque a menudose y la ausencia en el encuadre analítico», en De locuras privadas, Buenos Ai­
res; Amorrortu, 1990],
6A. Green, Introducción a On Prívate Madness, Hoggarth Press e Insti-
3 S. Freud, Cinq psychanalyses, PUF, 1953 ICinco conferencias sobtt
tute of Psychoanalysis, 1986 [De locuras privadas, op. cit.!.
psicoanálisis, en Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu editores Wíl.
24 vols., 1978-1985, vol. 11,1979],
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rara el nombre. según las teorías, de objeto (relación de».
considerarse lo que emanaba de allí. En cuanto al analista,
Otro icen minúscula y con mayúscula', sujeto (intersubjeti­
se pensaba en él sólo para protegerlo, ponerlo en guardia
vidad''. a los que Freud no les otorga interés suficiente. No
contra las trampas de la transferencia, recomendarle firme­
retomare en detalle esta crítica.
* ’ Me contentaré con exami­ za e incluso inflexibilidad, alentarlo a adoptar una actitud a
narla desde el ángulo que me parece más esencial. La zne-
menudo autoritaria, a aplicar la persuasión en vez de dejar
tapsicokxriú de Freud puede dar la impresión de que, tanto resurgir la sugestión, a no retroceder ante una actitud pe­
en la estructuración del psiquismo como en la comprensen
dagógica (-poseducadón- del neurótico).
de las psiconeurosis y en la evolución de la. cura analítica, to­
La mayoría de los escritos técnicos de Freud son ante­
do se basa en un funcionamiento endógeno, impulsado por sn riores a 1918. En 1920 publica Más allá del principio de pla­
organización interna según un movimiento autónomo casi
cer, trabajo en el cual están desarrolladas la compulsión de
independiente de las circunstancias —ya se trate del desa­
repetición (anticipada ya en 1914) y la hipótesis de la pul­
rrollo déla sexualidad infantil o de la transferencia en la ca­ sión de muerte (tímidamente defendida en esa época, pues
ra—. que sugiere la comparación con un mecanismo de re­ Freud no estaba seguro y adquiriría sólo más tarde la certe­
lojería interno cuyo funcionamiento está-inmutablemento za sobre la legitimidad de su teoría). Por mi parte, sostengo
regulado. Por cierto, esta descripción es exagerada y carica­ que la hipótesis de la pulsión de muerte es la respuesta _teó-
turesca. porque no hay nada fijo ni establecido en la descrip­ rica de Freu t a.la misteriosa comprobación de Lk_enonne
ción teórica de estas manifestaciones psíquicas, y porque lo frecuencia de la reacción terapéutica negativa, en la que do­
que se descubre en ellas es, sobre todo, la importancia del mina una compulsión de repetición esterilizante, J
dinamismo que las anima y las conduce a incesantes trans­ Poco después, en 1924, irrumpe con Kank y Ferenczi una
formaciones —las cuales, por otra parte, son expresión, sin reflexión crítica sobre la técnica, a la que cada uno de estos
duda, de la movilidad y las transformaciones de la libido—. autores aportará una respuesta diferente, que culminará
Sin embargo, subsiste la impresión de un circuito cerrado, finalmente en su desacuerdo. Nace entonces una nueva es­
como si los cambios que se producen en el ámbito del aná­ pecie de analista: el analista-terapeuta. Cierto es que Freud
lisis fueran independientes tanto de la estructura psíquica siempre tuvo en vista la necesidad de una utilidad práctica
de los padres en lejanos tiempos como de la ecuación per­ de su técnica. Y yo sostengo que sólo había un médico, un te­
sonal del analista en el presente. En efecto, Freud siempre rapeuta, capaz de descubrir el inconsciente, inventar el psi­
tuvo encuentaelrol de la contratransferencia, peroatendia coanálisis y, al mismo tiempo, crear conjuntamente el pen­
a ella tan sólo en la medida en que dichas manifestaciones samiento clínico. Pero Freud, cuyo interés por la terapéu­
entorpecían un curso casi programado o desviaban su reco­ tica era muy moderado, se apasionaba en especial [xir lo que
rrido espontáneo. Fue necesario esperar hasta el final déla podía aprender de los pacientes sobre el psiquismo, comple­
obra de Freud, y en particular hasta-Construcciones en el tando las enseñanzas que él podía extraer de la investiga­
análisis-, para que se reconociera, un poco tardíamente,que ción en otros ámbitos: el arte, la antropología, la psicología
i efatófisis se desarrollaba en dos escenarios completamente colectiva, etc. A partir de 1924 (cuatro años después de Más
^distintos: el de cada unajjéjas_dos partesj Empero, lo que allá...), se desarrolla un interés, que para algunos hc volve-
estaba escrito estaba escrito, y era demasiado tarde como rá posteriormente casi exclusÍYO^ixjrJa .tcrjip.flltica-psico-
para revisarlo. El pensamiento clínico se había centrado analítica. ¿Cómo curar? '
hasta entonces en lo intrapsíquico del paciente. Sólo debía Seguirán explorándose otros campos, pero la preocupa­
ción principal será, a todas luces, curar.
e A. Green, Le tempe éclatÉe, Éditions de Minuit, 2000 lEl tiempo frat
mentado, * Bueno Airea: Amorrortu, 2001b Debido a esto, el pensamiento clínico se modificará: ya
7 S. Freud, * Cun«tructíonB * dan PanalyBC», en Ilénultat», ulées,probli- no se tratará de descifrar el código de la estructuración del
metí, tracL de J, La planchee/ al., vol. JI, PUF, 1985, pág. 270 [•Construcdf/
nc en el *
*

20
!'»,
análí en AE, vob 23, 1980J.

I Imundo interno sólo del paciente, sino que, fundándose en

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las enseñanzas de la cura, deberá preocuparse por el papel
que los intercambios entre el analizante y el analista tienen tersubjetivista», tan corriente en Estados Unidos, aunque
en el desenlace de la cura! Aquí, incluso entre otros, el nom­ sin muchas repercusiones en Europa.
bre de Ferenczi debe ser ubicado en primer, lugar. Su sólida No obstante, el cuestionamiento de la técnica de Ferenc­
reputación de terapeuta en el psicoanálisis de aquellos tiem­ zi no disminuirá en modo alguno el considerable interés de
pos hace que la cura con él sea muy demandada por pacien­ sus descubrimientos auténticos, originales y siempre actua­
tes y por futuros analistas. Freud no tiene particular afición les sobre la cuestión del trauma/ITescisión narcisista, la
por los enfermos difíciles, que suelen aburrirlo y suscitan en . puesta fuera de si de una parte.del funcionamiento del yo,
él la idea de que el análisis no les resulta de gran ayuda. Pa­ 1 que adopta la insensibilidad como defensa y_ la deshabita­
ra Ferenczi ocurre a la inversa: cuanto más difícil es ef pa­ ción del cuerpo por el sujeto (lo que he propuesto llamar -ex­
ciente, más acepta él el desafío. No sólo porque explorando corporación”), el deseo de arrastrar al analista en una locu­
ese campo yermo espera hacer un gran descubrimiento que ra complementaria; todos estos descubrimientos son motivo
le procure un renombre adicional. Ya goza de gran prestigio. de los escritos de Ferenczi de 1928 a 1933.
i
En realidad, a Ferenczi lo atraen como un imán esos casos
que le exigen el pago de un pesado tributo. Y es en ese mo­ Desde entonces, en el movimiento analítico, el acento se
mento cuando el pensamiento clínico cambia de rumbo. No desplaza de la elucidación de los mecanismos inconscientes
a las influencias mutuas de los dos miembros de la pareja
es válida, para darse cuenta de esto, la lectura del Diario
analítica. Con Melanie Klein (Ferenczi fue su primer ana­
clínico que redactó en 1932, de enero a octubre, interrumpi­
lista, a quien ella dejó para seguir con Abraham), la relación
do entonces por las complicaciones de su estado de salud.
de objeto (cuyo verdadera inventor fue Fairbaim) se con­
Del Ferenczi de esta época sólo se recuerda la cuestión del
vierte en el principal tema de interés de la cura. En suma,
beso, licencia autorizada por el papá Ferenczi (más bien por Freud se interesaba en la estructura del psiquismo del pa­
la fiema madre). ¡Se dejaba besar —afectuosamente— por riente, y Melanie Klein no lo concibe sino en la relación que
sus pacientes! Cuando Freud se enteró, le dirigió un firme el yo del niño muy pequeño, presente desde el nacimiento,
sermón paternal, pero el hecho tiene, en verdad, una impor­ mantiene con el objeto, objeto que se supone existente desde
tancia secundaria. Ferenczi hizo una crítica radical de la el principio. Pero, por más que se esfuerce en penetrar en
técnica de Freud, cuestionando su personalidad. Lo acusó, a las capas más profundas y antiguas de la psique, Klein man­
partir de sus conversaciones privadas, de despreciar a los tiene distancia. Difícilmente se la pueda imaginar abordan­
pacientes, de pensar que no se podía hacer nada por ellos, do sus propios conflictos infantiles con el analizante como lo
que le servían al analista sólo para aprender algo sobre la hacía Ferenczi. En Francia, Lacan reformulará la teoría y
naturaleza del psiquismo, a la vez que le permitían ganarse también él, en tanto que persigue el mismo fin que Freud
la vida. Ferenczi le reprocha al analista de entonces la frial­ —la elucidación del inconsciente— y comparte con él la
dad, la falta de sinceridad, la hipocresía. Por más justifica- mezquina opinión sobre los parientes, se siente obligado a
[dos que puedan parecer estos reproches, en los cuales no se réformular la teoría central, cuyo eje es el lenguaje, introdu­
puede negar una parte de verdad, se trata de otra cosa. Al ciendo el objeto a, el Gran Otro, entre otros conceptos nue­
•perder toda prudencia, toda distancia crítica, Ferenczi se vos, relativizando así, sin llegar a suprimirlo, el concepto de
íneja llevar no sólo por la locura de la transferencia del ana­ pulsión. Laplanche, después de él, retomará el punto de vis­
lizante, sino también por el delirio de a dos de la cura analí­ ta del primado del otro diferenciándose de Lacan.
El movimiento in tersubjetivista defenderá aún más el
tica. Pues el nuevo fenómeno mayor es el análisis mutuo,
efecto de simetría entre analizante y analista. Se considera
que conduce a complicaciones patéticas y, a veces, incluso
que el analizante sabe tanto como el analistadla neutrali­
trágicas. La lectura del Diario clínico justifica la digresión y
dad no sólo es imposible, sino casi indeseable. También se
telara pretendidas novedades, tales como la revelación de puede asociar la teoría del vínculo de Isidoro Berenstein. En
os sentimientos del analista en el llamado «movimiento in-
23
22
todas partes, la misma consigna: guerraaljolipsismo. Pare­
ce que lacura psicoanalítica, en la que ya ha salido ala luz motivo de muchas controversias hasta hoy, obligan a exami­
lalocura'dHatrañsTerenciá, tomó conciencia secundaria­ nar los casos (no neuróticos en su mayoría) en que esta dis­
mente de la locura potencial de la situación analizante. Esto tinción es casi imposible. El afecto.continúa provocando dis-
explica la desconfianza y los llamados al orden de Freud, el cusionesen las que ninguna posición es.unánime: la rela-
ción del afecto con el cuerpo y con el soma, su vínculo con el
I autoritarismo de los partidarios de la egopsicology (el yo del
inconsciente y con la represión, su culminación en la des­
\ analista, considerado más fuerte que el del analizante, for-
carga, su sensibilidad hacia los afectos de otro en la rela­
' zosamente tiene razón). De parte de Lacan, los analizantes
ción, forman una maraña_de problemas cuyas intrincacio-
reciben malos tratos: no sólo la sesión corta, sino también nes son difíciles de despejar. Se creyó encontrar una solu-
signos de desprecio hacia ellos (los mira elevando la vista cíón renovando los estudios sobre las neurosis con la refe­
desde el libro que fue a buscar ostensiblemente a la biblio­ rencia a la pregenitalidad y, al mismo tiempo, relativizando
teca y que lee de pie junto al diván, demostrando un total la importancia del complejo de Edipo. Se ponía entonces el
desinterés por las palabras del paciente, escondiéndose de­ acento en la importancia y la tenacidad de las fijaciones en
trás de un biombo, golpeando cada tanto con el bastón o con las relaciones primitivas duales, haciendo foco en las prime­
, los pies, manifestando humillaciones de diverso orden), sin ras etapas de las relaciones madre-bebé. ¿Bastaba con esto
olvidar ciertos refinamientos que alimentan el masoquismo para autorizarse a borrar el papel del tercero? ¿No era pro­
del paciente para evitar, según él, que encuentre en otra cedente ampliar el problema de la triangulación edípica re­
1 \ parte la posibilidad de satisfacer su necesidad de autocasti- mitiendo la relación ternaria a una base más fundamental,
! go, lo cual acarrearía catástrofes todavía más dañinas. Por constitutiva del pensamiento y de la semiología? Lacan se
un lado, ponerse a resguardo de la locura del paciente man­ había referido —puesto que se centraba en el lenguaje— al
teniéndose a distancia de una demanda considerada, de pensamiento de Saussure (un Saussure, sin embargo, un
cualquier manera, exorbitante; por el otro, una locura sin lí­ tanto simplificado por los editores del Curso de lingüística
mite de parte del analista, cuyo talento supuestamente lo general) y había mencionado como al pasar el nombre de C.
autoriza a todo. En este último caso, ya no hay pensamiento S. Peirce. ¿No había introducido este último, ampliando la
' clínico, sino manipulación y degradación del análisis al ni- referencia a la representación, la posibilidad de ir más allá
' vel del adiestramiento animal. ide la lingüística para estudiar el juego de los otros signos?
A veces se llega a la paradoja. No se le puede negar a Hay acuerdo en reconocer que las relaciones duales no sólo
Winnicott la condición de gran pensador de la clínica, que tienen jaZp; ticularidad de confundir la diferenciación de
llevó la imaginación teórica a extremos raramente alcanza­ las actividades psíquicas instaladas en las neurosis, sino
también la.de ser infiltradas por una destructividad que
do?antes. Sin embargo, aparece en él la misma ingenuidad
ocupa a veces el lugar más importante, eclipsando a las pro-
que en Ferenczi: la obstinación en creer que basta con en-
duccionesde la libido erótica, j
camar la imagen de la madre buena (a fin de que aparezca
La idea de pulsión de muerte que Freud introdujo en
frente al analizante apenas como suficientemente buena)
1920, experimentada primero por él como una convicción
para curarlo con esa experiencia renovadora/Los efectos no
personal que no se planteaba compartir, tomó luego una di­
se hicieron sentir en Masud Khan, dotado además de una
mensión cada vez más extendida en su obra, a tal punto que
creatividad innegable. Más que nunca, las cuestiones de en sus últimos trabajos aquel no concebía que se pudiera
técnica quedan abiertas, pues el pensamiento clínico no dudar de ella, a menos que uno se volviera ciego y sordo a
puede excluir lo que afecta al analista. J sus manifestaciones. Si bien la mayoría de los analistas, so­
bre todo quienes se consagran al estudio de las estructuras
Tbdas estas cuestiones implicaban la revisión de ciertos no neuróticas, están obligados a reconocer que Ja clínica
aspectos de la teoría freudiana surgidos del análisis de las contemporánea los confronta muy a menudo con las inci­
neurosis. De ese modo, las relaciones representación-afecto,
25
24
dencias de la destructividad en el funcionamiento jnental
(problema que se intenta resolver permanentemente en las \ las ideas simples y están ávidos de.soluciones pragmátjcasy
reacciones terapéuticas negativas), pocos son los que adhie­ de recetas fáciles de aplicar. Fracaso asegurado.
ren a la concepción freudiana de la pulsión de muerteTEs Es un buen augurio que el psicoanálisis avance, que pro-
necesario, pues, revisar el concepto, puesto que peijudica en l ceda con idas y vueltas, con teorías que se entrecrucen e in-
I cluso pugnen entre sí. René Thom afirmaba que las teorías
grado sumo el pensamiento clínico. W. R. Bion, uno de los
grandes teóricos de la psicosis, y que en esta ocasión reformu­ son como organismos vivos que luchan por su supervivencia
la el conjunto de la teoría psicoanalítica, pone los trastornos hasta el momento en que mueren, no porque se haya de­
del pensamiento entre las más importantes desorganiza­ mostrado que eran equivocadas, sino porque ya no tienen
ciones producidas por las psicosis. El pensamiento clínico de quienes las defiendan (R. Kuhn).
la destructividad responde, pues, a la necesidad de pensar el
antipensamiento en el trabajo psicoanalítico. Es lo que he in­ Son muchos aún los admiradores de Freud entre los psi­
tentado hacer, por mi parte, en El trabajo de lo negativo? coanalistas, incluso entre aquellos cuyas opciones contem­
poráneas se separan tanto de su obra —aunque se procla­
Si el pensamiento psicoanalítico sufre hoy, no es por su
men sus continuadores—, que ya no tienen mucho en común
cuestionamiento de las ideas freudianas. Esto sería más
con ella. Y, de un deslizamiento a otro, lo que hace temer la
bien el indicio de .un psicoanálisis en movimiento, y no fijado
inminencia de lo peor es la referencia cadffvéz más.predo-
ala idolatría de su creador y a su teoría. No, lo que preocupa
mmariteá"láidea de un desarrollo regido por el estudio de
es la multiplicidad de respuestas de reemplazo, la disper­ las relaciones, que minimiza cada vez más el papel de la.or-
sión de referencias fundamentales, la ausencia de un exa­ ganización psíquica .interna. ¿Retomo a Freud? No exacta­
men atento y desprovisto de prejuicios de los cuerpos doc­ mente, pues la solución que preconizamos —compartida en
trinarios que se reparten el campo del psicoanálisis. Es váli­ medida considerable— es la articulación de lo intrapsíquico
do preguntarse si, a pesar de los notables logros de la poste­ y lo intersubjetivo. Es lo que caracteriza, en mi opinión, al
ridad de Freud, algo no se perdió, o si las numerosas modifi­ enfoque_de-los-psicoanalistas. Es lo que marca su originali­
caciones aportadas a sus interpretaciones de la clínica, sus dad y hace irreemplazable al psicoanálisis, un psicoanálisis
recomendaciones técnicas, sus hipótesis teóricas, no lleva­ cuya teoría se construye sobre los cimientos.de la experien-
ron a una crisis del entendimiento psicoanalítico. Si la es­ cia. Empero, esta experiencia no puede ser invocada como
cucha del psicoanalista remite a sus juicios sobre la natu­ un dato en bruto que basta ingenuamente con reseñar. Sea
raleza del inconsciente o del ello, estos juicios ya no tienen como fuere, el relevo de la experiencia por el pensamiento
mucho en común con el núcleo de la teoría freudiana. El ci­ clínico sigue siendo la etapa previa a cualquier teoría que se
ne leHollywood, en cierta época, se interesaba humanita­ proponga lograr el consentimiento de quienes reclaman pa­
riamente en la psicopatología de sus héroes, fuesen crimi­ ra el psicoanálisis el estatus de disciplina fundamental. La
nales o perversos que llevaban el horror a límites insoporta­ teoría sólo se esclarece, se integra, se profundiza y multipli­
bles, o presentasen rasgos de carácter considerados fuera de ca sus conexiones extrayendo de la experiencia sus poten­
lo común; todos recibían una misma explicación: habían te­ cialidades, su interpretación del psiquismo,.para.acceder a
lo que, según ella muestra, permanece escondido pero_cons-
nido una infancia desgraciada. Con el tiempo, la compren­
(tantemente activo y, a veces, de manera perturbadora. Un
sión adquirió otros matices, se hizo más sutil, más afín a las
1 psicoanálisis que no se interesara por el pensamiento clíni-
contradicciones del alma humana. Temo que el psicoanáli­
Ico constituiría una disciplina mundana, ornamental y es-
sis retroceda al nivel del cine de Hollywood de aquel enton­ ■ téril. Terminaría agonizando. Hay perspectivas mejores.
ces. Ante la hipercomplejidad, los psicoanalistas prefieren Tratemos de ir más lejos para precisar la idea del pensa­
miento clínico. Hoy en día, este se aprehende de manera óp­
8 A. Green, Le travail du négatif, Éditions de Minuit, 1993 [El trabajo de tima en el espacio-tiempo definido por el encuadre psico-
lo negativo, Buenos Aires; Amorrortu, 1995],
27
26
analítico. Sin embargo, no se puede pasar por alto que el en­
cuadre varía de un país al otro y de un movimiento psico­ psicoterapia psicoanalítica hacen necesaria una redefíni-
analítico al otro, según que el psicoanálisis se ejerza en el ción de las relaciones encuadre-sueño. No basta con carac­
ámbito privado o en una institución, etc. No se puede preco­ terizar las relaciones entre el análisis clásico y la psicotera­
pia mediante las fórmulas emblemáticas diván-sillón y si­
nizar ni defender un relativismo que vacía al concepto de to­
llón-sillón. En efecto, el pensamiento clínico ejercido no es el
do contenido, ni tampoco proponer una de sus modalidades
mismo en uno y otro caso; pero, por otro lado, si estas psico­
excluyendo todas las otras. Es necesario, pues, superar esta
terapias se consideran psicoanalíticas, es porque el psico­
contradicción. No obstante, conservando el valor referencial
analista no renuncia aencontrar y ejercer su modo singular
de la cura psicoanalítica, es forzoso comprobar que la prácti­ de pensamieñtoiPara salir del atolladero propuse distin­
ca del psicoanalista tiene hoy una proporción importante de guir, eüel seno del encuadre, dos partes: una que llamo ma­
pacientes a quienes se trata frente a frente. Esta forma de triz activa, constituida por la asociación libre del paciente
práctica se llama «psicoterapia psicoanalítica». Constituye acoplada con la escucha flotante y la neutralidad benévola
una de las modalidades cada vez más frecuentes del trabajo del analista, matriz que forma el núcleo de la acción psico­
de psicoanálisis, que hemos contrapuesto al trabajo del psi­ analítica, sean cuales fueren las modalidades en que el ana­
coanalista que entra al servicio de instituciones cuyo propó­ lista se ve llevado a trabajar. Su naturaleza es de orden dia­
sito esencial no es el tratamiento psicoanalítico. lógico. Sería como la fracción constante del trabajo analíti­
El pensamiento clínico depende, pues, de las caracterís­ co. La otra parte haría, por el contrario, el papel de unajrac-
ticas del campo en el cual el psicoanalista es llevado a traba­ ción variable, constituyendo de alguna manera un estuche
jar. En la comparación que hicimos entre el modelo médico y protector de la matriz activa. El estuche correspondía a las
el modelo psicoanalítico, poniendo lo que se puede conocer y disposiciones secundarias (visibilidad o no visibilidad del
lo que se hace al pie del lecho del enfermo en paralelo con lo analista, carácter oneroso o gratuito del tratamiento, fre­
que se puede conocer y lo que se hace a la cabecera del di­ cuencia semanal de las sesiones, su duración, acuerdo acer­
ván, no hemos precisado hasta ahora que la diferencia no ca de las sesiones perdidas, etc.). De ningún modo minimizo
reside tan sólo en el reposo en cama forzado por la enferme­ las diferencias que pueden afectar a esas disposiciones prác­
ticas, pero la experiencia muestra que se trata de una parte
dad, por un lado, y el paciente recostado en el diván sin ver
variable, convencional y eventualmente revisable. Faltaría
a su terapeuta, por el otro, en una disposición diván-sillón
aún precisar cierto número de problemas técnicos funda­
que responde a un artificio técnico que supuestamente fa­
mentales: silencio o verbalización más o menos sostenida
vorece el desarrollo de la cura. Acerca de la legitimidad de
del analista, interpretación de la transferencia o abstención
este artificio técnico nos hemos explayado muchas veces, sobre este punto, medidas de urgencia eventuales, etc. Por
sosteniendo que los parámetros que rigen el encuadre psico­ ahora, los dejaremos de lado con el fin de volver a lo esencial
analítico apuntan a crear una situación análoga a la del y describir las principales características de la observación
sueño.9 El paralelo entre el modelo del capítulo VII de La in­ del pensamiento clínico.
terpretación de los sueños y las condiciones del encuadre es En cualquier caso, el psicoanálisis clásico o con variacio­
fácil de demostrar. Se trata, sin duda, de la forma óptima nes y la psicoterapia persiguen los mismos objetivos,.como
para poner a trabajar el pensamiento clínico, pero la fre­ ampliar la toma de conciencia del paciente (a través de la
cuencia de los casos en que el analista está obligado a acep­ transferencia, interpretada o no, y de la resistencia) con res­
tar variaciones de la técnica10 y el aumento incesante de la pecto a su mo.dojde funcionamiento, la naturalezgjje^sus
conflictos, sus relaciones con su propia historia y, finalmep-
9 Véase A. Creen, «Le silence du psychanalyste», en La folie privée, op. te?su relación con su propia palabra y con la.escucha.ciel
cit. [«El silencio del psicoanalista», en La nueva clínica psicoanalíticay la otrc¿. Este conjunto constituye la mira del trabajo del psico­
teoría de Freud, Buenos Aíres: Amorrortu, 1993]. analista. Debería conducir a cambios significativos que se
10 A. Green, -Mythes et réalités sur le processus psychanalytique», Re-
vue Frarqaise de Psychosomatique, n° 19, PUF, 2001, págs. 57-89.
29

28
traduzcan en una mayor libertad y, en consecuencia, estar
acompañado de una actividad psíquica de representación
más profunda y amplia. La curación, se sabe, es un benefi­
cio anexo, según la confesión de Freud.-'
El pensamiento clínico es el resultado de un trabajo mu­
tuo de observación y de autoobservación de los procesos
mentales que utilizan el canal de la palabra. Hemos escrito
> * en otra parte que el trabajo psicoanalítico transformaba el
aparato psíquico en aparato de lenguaje. Para describir la
actividad psicoanalítica hemos propuesto la fórmula de la
<9 vuelta a sí mismo a través del rodeo por el otro semejante. A
estas' formulaciones agregaremos hoy que el trabajq_del
pensamiento clínico consiste en relacionar, a partir del len­
guaje, dos formas que este mantiene con la psique. La pri­
mera es la de las relaciones entre pensamiento consciente^
pensamiento preconsciente, ambos siempre indisociables
del lenguaje. La segunda forma de relación buscaría esta-
blecer los vínculos entre pensamiento consciente y precons­
ciente, por una parte, y las conjeturas surgidas del grupo
anterior acerca del pensamiento inconsciente, que no tiene
la misma relación de dependencia con las representaciones
de palabras y se sustenta más en las representaciones de co­
sas. Tal sería, a nuestro parecer, el núcleo dinámico del pen­
samiento clínico, pero reconoceremos que, en ciertas situa­
ciones extremas, la separación entre pensamiento conscien­
te y actividad no consciente puede ser ampliada aún más.
Es lo que impulsó a Freud a reemplazar el concepto de in­
consciente por el de ello, donde los aspectos sometidos a la
interpretación del pensamiento clínico pueden tomar las
formas de lo alucinatorio, de la actuación o de la somatiza-
ción. Estamos aquí en los límites de lo analizable, es decir,
en los límites de lo concebible para el pensamiento clínico.
Al referimos al pensamiento clínico como una actividad
esencialmente caracterizada por los procesos de relación en­
tre los diversos regímenes de las instancias de la personali­
dad psíquica, anteponemos dos conceptos, uno de los cuales
ya conocemos. En efecto, hace ya mucho tiempo que intro­
dujimos los^procesos terciarios, junto a los procesos prima­
rios y secundarios. Caracterizamos estos procesos señalan-
dqque consistían en el establecimiento de lazos. Supusimos
que la actividad analítica, en su mejor nivel, consistía en un
ir y venir permanente entre datos que podían ser relaciona-

30
dos con los procesos primarios y con los del pensamiento se-
cundarizado. El concepto nuevo que nos gustaría introducir
ahora concierne a la relación de esos procesos terciarios con
lo virtual. Apreciamos las relaciones sustentadas por la red
de los procesos terciarios-terceridad-virtual. Lo virtual se
inscribe en el orden de las posibilidades ofrecidas por los la­
zos que gobiernan las relaciones y, sobre todo, las interrela­
ciones, para concebir una hipótesis que permanezca dentro
del orden de lo no especularizable, de lo posible, de lo even­
tualmente realizable y que, en todos los casos, trabaje sub­
terráneamente y no emerja sino como eventualidad. En­
contramos en este punto una de las características del pen­
samiento hipercomplejo, a saber: la curva de retroacción
entre la causa y la consecuencia (E. Morin). Aquí volvemos a
un tema que hemos tratado ampliamente y que llamamos
trabajo de lo negativo, del cual esta es una de sus formas. En
el pensamiento clínico fundado en la confianza depositada
en el dejar fluir de la asociación libre se exige un dato que
Bion subrayó: la capacidad negativa, que tomó de Keats.
Esa tolerancia~a lo negativo aplicable al paciente es tam­
bién una actitud que adopta el analista cuando trabaja. Es,
sin duda, la forma más fructífera y creativa del trabajo de lo
negativo. John E. Jackson desarrolló recientemente, en este
sentido, los aspectos concernientes a la creación poética.11 A
menudo se sostiene la comparación entre la activación del
inconsciente y la poesía. Todo analista sabe que nada es ।
más ilusorio que la instalación más o menos insidiosa en él
de un pensamiento próximo al de la traducción simultánea, •
forma sutil de robotización del vínculo escucha-palabra in- ¡
terpretante. Comparada con la precipitación interpretativa,
la elaboración es una actividad de efecto retardado.]Es de­
seable que la interpretación surja como una apertura de la
latencia en la que se mantiene. En ese momento se asiste a
una especie de positivación de lo negativo o de puesta en
forma de la virtualidad. En ese preciso movimiento, el pen­
samiento no articulado del inconsciente, al enunciarse, se
articula y de ese modo se limito. Al limitarse, es posible cir­
cunscribirlo. Quizá perdió parte de su dinamismo, pero ad­
quirió una precisión que le permite ser comunicado y mane-

11 J. E. Jackson, Souvent dans l'étre obscur, «Les Essais», José Corti,


2001.

31
jndo por el pensamiento. En suma, accedió a un estatus de
lenguaje. Si volvemos a las relaciones entre encuadre y sue­
ño, la modificación del encuadre —en el frente a frente, por
ejemplo— evita dejarse engañar por el señuelo de la presen­
cia, por los signos corporales (gestos, mímicas), por la fasci­
nación hipnótica del discurso ofrecido y que, dada la posibi­
lidad que tiene el paciente de observar los cambios en el ros­
tro del analista, puede atrapar a este en las redes de sus
proyecciones «perceptivizadas». Conviene, pues, tener una
confianza limitada en la escucha de un pensamiento ágil L a
menudo narrativo, cargado a veces de fuertes emociones,
que suscita empatia en lo consciente. Sean cuales fueren las
formas de ejercicio del pensamiento psicoanalítico (sillón-
diván o sillón-sillón), sean cuales fueren las limitaciones en
la implementación de sus condiciones de ejercicio, siempre
llega un momento en que el paciente toma conciencia déTá *
/ extraordinaria libertad que le ofrece la situación. Termina
hablando de otra forma, ya sea para sacarle un provecho
que no conocía hasta entonces, ya sea para darse cuenta, al
J contrario, de que, aun cuando se le ofrezca la posibilidad de
\ beneficiarse con ella, está incapacitado para hacerlo. Expe-
l rimenta también hasta qué punto esa libertad es a la vez
) tentadora y temible, pero siente, además, cuán creadora
। puede volverse. Evitemos un malentendido: esa libertad
\ sólo puede dar sus frutos si está asociada a una coerción.
Sabemos hasta qué punto es difícil para el paciente obser­
var la regla del decir todo, y las desventuras de Ferenczi y
de muchos otros psicoanalistas nos han enseñado que no
siempre es fácil adoptar la actitud más fructífera para con el
paciente, la cual oscila entre un rechazo no siempre cons­
ciente de este y la adopción, por el contrario, de una actitud
de reparación que puede llegar a ser casi sacrificial, pues
aquí se trata del pensamiento clínico como de cualquier for­
ma de pensamiento. Tiene necesidad del afecto para ani­
marse y, sin embargo, debe mantener a este a raya para no
dejarse desbordar. Si eso sucediera, el pensamiento sucum­
biría pronto, y se vería amenazado el pensamiento clínico.
Hablar de pensamiento clínico es quizás, implícitamen­
te,revisar las fronteras que un pensamiento arrogantevÜr_
ránico.ha querido instalar de manera demasiado rígida en-
tre salud y enfermedad. En efecto, implica reconocer que el
hombre es un animal enfermo, como se ha dicho, pero tam-

32
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biéninclinarseante el hecho de que no se puede estar plena­
mente vivo ni ser plenamente humano si se pretende evitar
láFperturbaciones de existir, desear y pensar.Esta compro­
bación no basta; pues’si bien el conflicto yace en el núcleo de
la actividad psíquica, se prolonga en el combate entre la
«enfermedad», por una parte, y lo que llamamos la «salud»,
por la otra. El postulado del psicoanálisis es que el pensa­
miento no se detiene en el umbral de la clínica, sino que la
habita como anima el espíritu de quien ha decidido que su
pensamiento puede ponerse al servicio de las fuerzas de
vida contra las de destrucción. Sin embargo, Bion nos ha en­
señado que pensar es doloroso, y cuando la tarea es pensar
el dolor —como la clínica nos lo propone tan a menudo—^el
pensamiento clínico enfrenta lo insalvable. Aunque la em­
patia sea necesaria, pensar sigue siendo indispensable.
Pensar como psicoanalista. Sin dureza, sin lagrimeos, sin
cortinas de humo. Eso se llama .«psicoanalizar». / C9
Empero, psicoanalizar remite a un campo, causa del psi­
coanálisis. Un campo atravesado por fuerzas que tienen
nombre: displacer, angustia, sufrimiento, dolor. Para quie­
nes no siguen a Freud en su hipótesis de la pulsión de muer­
te, incluso el dolor más agudo sería una más entre las for­
mas extremas del goce. Lo que nos concierne no es_sab.ej.si
estamos ante el dolor o ante el goce, sino saber si el analista
puede cambiar algo al respecto, si está en condiciones de re-
r1! sistir a la tentación cte-beneficiarse a expensas del analizan-
' te. Sea como fuere, nos encontramos en la frontera de lo que,
por ser del orden del malestar, plantea la cuestión de la en­
fermedad. Por lo tanto, de la clínica. Ya sea que el paciente
esté recostado o sentado frente al analista, en cualquier ca­
so, el mal habrá hecho estragos, reemplazando el placer de
existir por un estado que parece más cerca.de la muerte que
de la vida- Ese mal flémanda,un.tratamiento, obliga a bus­
carjuna manera de tratar con.él,-incluso.de.ser tratado jor
un analista. Para deshacer ese mal, este último casi no tie­
ne elección. Mente brillante como puede ser la suya, el ana-
listajiQ_puede prescindir de ser_clínicp,_pero un clínicojque
pueda pensar como piensa la clínica. Más allá de ese viaje
con el paciente, en el que tiene a veces la suerte de volverlo
a la vida, necesita contar su odisea y transmitir a los otros lo
que ese pensamiento clínico, único en su género, le habrá
permitido entender. Tal es la razón de ser de este libro.

33
La mutación posfreudiana
1. Lo intrapsíquico y lo intersubjetivo
Pulsiones y lo relaciones de objeto

Desafíos del debate entre intrapsíquico


e intersubjetivo

Elegí tratar las relaciones entre lo intrapsíquico y lo in­


tersubjetivo porque este tema implica desafíos en múltiples
niveles. Nadie negará que el solo enunciado de este título
evoca un entrecruzamiento de problemas en el centro de la
experiencia psicoanalítica de hoy, si no de siempre. Todos
estarán de acuerdo en reconocer que el eje de la cura apunta
a iluminar lo intrapsíquico^ el mundo interior del analizan­
te, pero todos también tendrán que admitir que es la trans-
ferencia la que fuerza —empleo esteyerbo a propósito pues
pienso en el recorrido de Freud— aL analista a entrar en_el
juego, metido como está en el proceso psicoanalítico por las
proyecciones de que es objetoJMás aún: sólo el análisis de
esas proyecciones y de la respuesta que será llevado a darles
remitirá su palabra y su acción a la realidad psíquica del pa­
ciente. ¿Cómo lo lograría sin hacer participar su propia
realidad psíquica? Ese es el sentido, claramente, de lo que
se ha denominado «segunda regla fundamental», la necegi-
dad de análisis del analista. En este entrelazamiento de los
mundos interiores de ambas partes de la relación analítica,
la intersubjetividad toma cuerpo, lo cual no implica la sime­
tría de los protagonistas. Este conjunto al que son llamados
los componentes esenciales de la práctica analítica puede
también dar materia para un conflicto de interpretaciones.
Estas dos dimensiones, en lugar de articularse, pueden vol­
verse objeto de una lucha por la supremacía en la que cada
punto de vista, aunque reconoce el lugar del otro, deberá
asegurar su preeminencia o incluso instaurar su hegemo­
nía. Veremos también que estos combates tienen sus raíces
en un nivel ideológico que no es perceptible de entrada, pero
que una reflexión, incluso parcial, termina por poner en evi-

37
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dencia. Del lado de lo intrapsíquico, no tardará en recono­
cerse la hipótesis central de la pulsión; del lado de lo inter­
subjetivo, se desembocará en la perspectiva inaugurada por
la relación de objeto, que se apoya sobre todo en la idea de
una «íüJo bodies psychology», como si la invocación de la
dualidad trasladara automáticamente la problemática al
plano psicológico, que nace de la relación de un psiquismo
con el otro. La mayoría de las veces se preferirá reinterpre­
tar los efectos tributarios de cada uno de los términos en
cuestión, proponiendo una nueva manera de considerar sus
relaciones. Es lo que haré por mi parte. Mis puntos de apoyo
se esforzarán por tener en cuenta las enseñanzas de la clíni­
ca contemporánea, muy especialmente de las estructuras
no neuróticas.

El doble límite
Al proponer el modelo del doble límite1 para caracterizar
el pensamiento de los casos límite, así denominados por
considerárselos en los límites de la psicosis, tracé en un mis­
mo esquema el límite vertical entre adentro y afuera, y en el
seno del adentro, dividiéndolo por la mitad, el límite hori­
zontal entre lo consciente en el piso superior y lo inconscien­
te en el piso inferior. A partir de allí resultaban definidos
dos campos: el de lo intrapsíquico, adentro, que es producto
de las relaciones entre las partes que lo componen, y el de lo
intersubjetivo, entre adentro y afuera, cuyo desarrollo com­
prende la relación con el otro, pues el afuera, para la estruc­
turación psíquica, no es solamente la realidad sino, en su
seno, al simbolizarla y significarla, lo que se designa en psi­
coanálisis como objeto,_que.de hecho remite al otro sujeto. El
objeto, entonces, se halla en un doble lugar: pertenece a su
vez al espacio interno de los dos pisos, consciente e incons-
' ciente, y está presente también en el espacio externo como
objeto, como otro, como otro sujeto.
i
i,
7 *
1 A- Creen, «La double limite», en La folie privée, op. cit. [«El doble lími­
te», en La nueva clínica psicoanalítica y la teoría de Freud, op. cit.].

38

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Genealogía objetal y genealogía subjetal
De hecho, cuando se procede a un examen del concepto
de objeto en psicoanálisis, por poco reflexivo que sea, se des­
cubre rápidamente que bajo este término único se agrupan
multiplicidad de contenidos.2 Acabamos de comprobar que
este es el caso al oponer el objeto incluido en el montaje pul­
sional y el objeto al que apunta la satisfacción buscada, si­
tuado en el mundo exterior. Empero, las otras variantes son
numerosas: el objeto del fantasma, el objeto real, sin contar
el de la diferencia de sexos y el de la diferencia de generacio­
nes en el Edipo.
Nuestra colección se vio enriquecida con la introducción
de conceptos nuevos, tales como el objeto interno de Melanie
Klein y el objeto transicional según Winnicott. Deshecho, no
existe —y no puede existir— ninguna concepción unificada
dél objeto^ Aun que en él nazca la instauración de la diferen­
cia (con respecto al yo o al sujeto), la multiplicidad de sus as­
pectos instituye también la necesidad de diferenciación en
su interior. No se debe olvidar que siempre hay más de uri
I objeto, no sólo para subrayar la diversidad de acepciones,!
I sino también para remarcar la imposibilidad de definir uní
i' concepto que las reagrupe en su totalidad. A falta de lo cuaf
se caería en los atolladeros de la solución genética, centrada
en el objeto primario: la madre o su pecho, que hace derivar
todas las variedades de ese mundo primitivo otorgándoles
sólo el estatus de retoños que deben remitir, todos, a su mo­
delo inicial. Esta concepción plantea muchas dificultades.
En cambio, la literatura psicoanalítica de expresión fran­
cesa prefiere distinciones estructurales que no puedan fun­
dirse en una referencia genética atinente al desarrollo, sea
cual fuere la teorización que la sustente, ya se trate de la vi­
sión kleiniana de los objetos internos en el origen de la vida
o la que surge de las concepciones respaldadas por la obser­
vación sistemática. El francés distingue objectif (objetivo),
término único de la lengua corriente, y objectal (objetal),
creado por el vocabulario psicoanalítico. Por consiguiente, a
efectos de reunir las diversas figuras hablaré de genealogía
objetal.

2 Ver los cuatro capítulos consagrados al objeto en mi Propédeutique,


Éditions Champ Vallon, 1994.

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En mi informe de landres-’ consideré que se es n ai

Z talando una nueva meta psicología. que tir aba poi a >01
las distinciones freudiimas para centrarse ahora en el es­
tudio do las relaciones entre el Sel/ y el objeto. El Sclf es el
más reciente de los productos de la teoría. Muchas veces se
se interesaron más en las estructuras psicólicas y en las psi­
cosis. La represión de la realidad invocada por Freud impli­
caba la imposibilidad do aceptar informaciones proporcio­
nadas por la percepción. La alucinación positiva se arraiga­
ha señalado la insuficiencia del concepto de yo y se le ha ba en una alucinación negativa. Y aunque la renegación y la
agregado, según los contextos teóricos, otras entidades: el escisión fueron dcscriptas primero en relación con el feti­
*
sujeto, el,A'. la persona y, finalmente, el Se//', también com­ chismo, en una segunda etapa la Spaltung fue reconocida
prendido de manera diferente según los autores, desde E. en la fragmentación presente en la psicosis (Esquema del
Jacobson hasta Kohut. Self,yo, sujeto,Je: para el psicoanáli­ psicoanálisis). Y, sobre todo, era incorrecto limitar la per­
sis se abría entonces una genealogía subjetal que desde cepción a la sensorialidad, como lo hacía la psicología. Bas­
ahora estaría en correspondencia con la genealogía objetal taba con leer a Freud con un poco de atención para darse
conocida desde hacía mucho t iempo. Como se ve, la pulsión cuenta de que también hacía intervenir la percepción en, el
freudiana era la gran sacrificada en este asunto. Quisiera mundo interior, el más lejano de la psique, al percibir-esta­
aprovechar la ocasión para restablecer un equilibrio ame­ dos del cuerpo propio; a la inversa, sucede lo mismo en el
nazado por lo que temo que sea una tendencia idealizante ámbito del pensamiento, pues para Freud la función princi­
en el seno del psicoanálisis. Trataré de sostener los dos pla­ pal del lenguaje era la de hacer perceptibles los procesos de
tillos de la balanza que van de la pulsión al objeto y vicever­ pensamiento.’ Mientras que la percepción era definida por
Freud, al comienzo de su obra, sobre todo como concepto que
sa. porque lo importante no son las situaciones extremas si­
se puede oponer a la representación portadora de índices de
no el ir y venir, el recorrido, la oscilación; en suma, la diná­
realidad y utilizada para el conocimiento del presente, el de­
mica que los reúne.'
sarrollo del pensamiento psicoanalítico lo obligaría a reco­
nocer en ella mía función más compleja. De hecho, lejos de
estar al abrigo de las vicisitudes del mundo interior, la per­
cepción puede convertirse, a su vez, en sede de procesos que
Percepción y representación demuestran uñ cuestionamiento de su función de garante
de lo real. ¿No era esto lo que el saber clásico había descu­
¿Cómo ayuda el mundo exterior al mundo interior a bierto a su respecto desde hacía mucho tiempo? El caso de la
I construirse, y según qué parámetros organizadores? ¿De escisión fetichista lo ejemplificaba bien, y la alucinación ne­
qué manera el mundo interior moldea nuestra visión, nues­ gativa de la percepción del mundo exterior podía ser consi­
tra concepción del mundo exterior, en función de qué exi­ derada el equivalente de la represión para el mundo inte­
gencias? Es este un viejo problema para el psicoanálisis; di­ rior. La prueba de realidad ya no se satisfacía con el soporte
na incluso que es su problema más viejo, pues fue por él por de la percepción. La relación percepción-representación, si
donde comenzó: la relación percepción-representación. La bien conservaba cierta validez, debía ser repensada, pues
percepción perdió terreno, en los orígenes del psicoanálisis, no era suficientemente fiel a su complejidad.
desde que Freud inventó el encuadre psicoanalítico destina­ Lo sucedido con la percepción tuvo una suerte de reitera­
ción en el caso de la representación. No sin motivo, la segun­
do a favorecer y estimular la esfera de las representaciones,
da tópica le quitó en el nivel del ello el lugar que la primera
pero volvió muchos años después, cuando los psicoanalistas
le reconocía en lo inconsciente.
La representación, en cuanto opuesta a la percepción,
s A. Gneen, -L’analyste, la symbolisation et l’nbscuce dans le cadre aru-
vio extender su campo. La célula básica sigue siendo, para
Irnsue-, loe. til
• Je es -yo-, pero en cuanto entidad psíquica que ciertas escuelas ps- cualquier psicoanalista, la oposición que Freud instituye
eoüiÜticaj posfreudianas distinguen de la instancia psíquica moi. tV. i entre representación de cosa y representación de palabra
isl)
41
—es decir, en la cura, entre lo que significa el discurso del
analizante y Ió~que remite a él en el mundo interior, sin que" periencia psicoanalítica son más seguros cuando uno se li­
pueda reducírselo—, pero, de hecho, una concepción mas mita a la órbita de las neurosis. Ya sea que se tome la direc­
afinada de la representación muestra que hay que exten­ ción de la patología o la de las diferentes formas de sublima­
derla a otros datos que no han sido considerados; por ejem­ ción, la proporción de lo aleatorio y de lo especulativo será
más importante. Este reconocimiento, sin embargo, debe
plo, las representaciones de la realidad, Freud habla de
alertar contra las eventuales tentativas de dar cuenta de los
ideas y juicios que representan a la realidad en el yo. Dicho
estados «neurótico-normales» que siguen siendo el eje de las
en otras palabras, la realidad no se contenta con ser percibi­
indicaciones del psicoanálisis, según datos de inspiración
da: también está representada en el yo a través de juicios. exclusivamente «psicológica». Intentaríamos deshacemos,
Es esto aquello a lo cual el lenguaje da acceso, sin explicarlo. entonces, del rol de las polaridades biológicas, somáticas, o
En"elbtro extremo, hay que recordar lo que Freud denomi­ de los efectos del actuar que limitan la estética de nuestras
na «representante psíquico de la pulsión», concebida esta, a especulaciones y que proponén una visión más halagadora,
su vez, como un representante psíquico de las excitaciones espiritualmente más apasionante, de nuestros determínis-
nacidas en el interior del cuerpo. Se entiende, entonces, que mos psíquicos. A la inversa, la evocación de estos determi-
la idea del sentido al que Freud continúa siendo fiel depen­ nismos no podría relegar la potencialidad, incluida desde
de de un gradiente que se extiende con la fuerza que atra­ los primeros lincamientos del psiquismo, de aquel aspecto
viesa los espacios psíquicos, sufriendo transformaciones, de este que ha apelado al concepto de trascendencia. Somos
atrapada entre la salida de la descarga según varios modos presa de tendencias opuestas de diversos reduccionismos.
de expresión —somático, alucinatorio o actuado—, o partici­ El reduccionismo psicologizante no es el menos atractivo.
pando en desórdenes del sentido limitadores del despliegue Sé" vuelve evidente, por tanto, que la oposición entre el
diversificado de sus expresiones. Ala inversa, otros recorri­ adentro y el afuera va a ser objeto de una radicalización: en
dos, que introducen la actividad psíquica en los circuitos lar­ su polo más interno, que escapa más a la influencia de la
gos de la élaboración, adoptan los caminos de la representa- realidad externa, la pulsión; en su polo más extemo, el más
ción, transformando sus productos gracias a la proximidad opuesto, diríamos, a la pulsión, el otro, con toda la compleji­
de ámbitos que se prestan a lo representativo. jTodo esto en­
dad que le impide ser definido por su sola relación con la
pulsión y remite siempre, de hecho, a un sujeto; pues, como
globa un conjunto de regímenes que van desde sus precipi­
ya lo he señalado, no hay sujeto sino para otro. El objeto, re­
taciones somáticas hasta las formas intelectuales de la abs­
cordémoslo, está sometido al juicio de existencia. Hay que
tracción. Esta jerarquía implícita no debe autorizar la impo­
reconocer aquí el paso decisivo que dieron Bion y Winnicott
sición de un modelo único, pues la abstracción no tiene que
en su reformulación del problema; pero, luego de oponer es­
ser entendida en el sentido exclusivo que le da la ciencia. La
tos dos mundos, hay que articularlos. Utilizaré una fórmula
abstracción artística o filosófica corresponde a modelos dife­
de Cesar y Sára Botella, concisa y contundente: «únicamen-
rentes. te adentro, ta,mbién_afiiera». Nos topamos aquí con la tan
En lo que concierne a la práctica psicoanalítica, aparece conocida posición de Freud: encontrar un objeto es reencon­
aquí la oportunidad de abarcar un campo más vasto que el trarlo.
de la cura clásica, ya que puede incluir las somatosis y las
psicosis, incluso las psicopatías, o al menos los aspectos de
estas entidades que se prestan a la investigación del psi­
quismo comprometido en ellas, lo cual supera las perspecti­ La pulsión y el objeto
vas abiertas por las indicaciones clásicas de las neurosis. En
la dirección opuesta, la del destino evolutivo de las pulsio­ Cada uno de estos dos polos, pulsión_y_Qh)eto, demanda
nes, la investigación se extiende hasta las sublimaciones. un análisis semántico. En lo que concierne a la pulsión, el
No obstante ello, es innegable que los resultados de la ex­
43
42
conjunto, descripto de la manera más rigurosa por Freud
reúne las nociones_de concepto límite, anclaje en el soma, habla de un objeto único, un objeto que hay que reemplazar
excitación que llega al psiquismo y medida de la exigcncia a cualquier precio si llega a faltar. Se puede decir que el yo
de trabajojmpuesta a lo psíquico a causa de su lazo con lo sacrifica una parte de sí mismo para reemplazar a ese obje­
. corporal, He demostrado4 cómo la conocida definición cíe to. Es evidente que la cuestión de la sustitución y del reem­
I Freud englobaba los tres puntos de vista: dinámico (que re- plazo no concierne a una teoría unívoca o exclusiva, como
Acorre el trayecto del cuerpo a lo psíquico), tópico (por defini- pretenden hacer creer ciertas teorías inspiradas en Lacan.
¡ción de los espacios somático y psíquico) y económico (por la De hecho, este sólo puede defender la parcialidad como ca­
'medida de la exigencia de trabajo exigida por sus relacio­ rácter esencial del objeto a condición de poder disponer de
un concepto de otro que supere la idea de un objeto total co­
nes). Sin duda, esta noción de trabajo psíquicoesja más im­
mo fuente de engaños y extravíos teóricos.
portante y muestra que la idea de un psiquismo puro y ele-
Esta división entre la pulsión y el objeto nos remite a
mental no puede definir completamente a la pulsión, como
oposiciones sistemáticas que hay que corregir, refutar e in­
se tiende a pensar, sino que esta es en sí misma la sede y el vertir. He sostenido que el objeto era el revelador de la pul-
producto de un trabajo. Sólo se la puede calificar, pues, con sión. Si no hubiera falta de objeto, no sabríamos que la pul­
relación a las formas más sofisticadas de representación. sión existe, puesto que es en ese momento cuando ella se
Ahora bien: esta definición, cuya orientación intrapsíquica manifiesta de manera apremiante. A la inversa, yo diría
es ostensible, puede también ser leída según una grilla de que no hay objeto, cualquiera que sea, que no esté investido
inspiración diferente. En efecto: se puede imaginar que esta 1 । y animado por las pulsiones y, más aún, habitado él mismo
grilla describe la relación de un infans con su madre, o tam­ por sus propias pulsiones. Siempre se habla de la relación
bién la excitación nacida del estado del infans y que tiende a de objeto del niño con la madre, pero la madre también es
exteriorizarse para alcanzar el espacio psíquico materno, un ser pulsional y aún más que él, puesto que su vida pul-
trabajando sobre sí misma y obligando a la madre a traba­ | sional ha llegado a la madurez.5
jar a su vez para responder al estado de desamparo del niño. Este equilibrio pulsión-objeto que es posible observar en
Esta sería una interpretación intersubjetiva. Sin embargo,' la teoría se quebró en el curso de la historia del psicoanáli­
lo que importa es que la misma definición pueda ser leída se, sis. Hubo una acentuación del rol del objeto porque este fue
1 gún dos grillas diferentes, intrapsíquica e intersubjetiva, co subestimado en la obra de Freud. En efecto, hay en Freud
mo matriz primaria de la cual han de surgir las diferencia­ una tendencia a describir las cosas de manera solipsista, co-
ciones ulteriores de una y otra, su oposición y su complemen- mo si el desarrollo del niño se hiciera a partir de los objetos
tariedad. que él mismo crea, y no con relación a la influencia que esos
En cuanto al objeto, su definición no es más sencilla. Es objetos ejercen en él. 1
Todo investigador o, mejor aún, todo descubridor tiende
polisémica, siempre hay más de un objeto, como habíamos
a resaltar lo que sus concepciones aportan de novedoso. No
dicho, y el conjunto de ellos reúne numerosos campos y ase­
está tan interesado en dar un lugar a cada cosa como preo­
gura funciones que no pueden ser abarcadas por un concep­
cupado por ver su descubrimiento —o las consecuencias de
to único. La teoría del objeto está marcada por una contra­
él— relativizado y, por lo tanto, potencialmente subestima­
dicción observada ya en Freud y que según mi conocimiento do y hasta precarizado. Para Freud, lo que había de nuevo
no ha sido superada. Cuando Freud habla del objeto a pro­ era ese determinismo con relación a la actividad pulsional
pósito de los componentes de la pulsión, estima que es una (en cuanto opuesta a la actividad surgida de las excitaciones
de las características más contingentes de esta, la más reem­ externas y sometidas al control de la actividad voluntaria).
plazable, la más sustituible y, sin duda, la más simbolizable. La excitación pulsional demostraba ser la dueña del juego
Por el contrario, cuando elabora la teoría de la melancolía,
5 La represión de su vida pulsional no basta para anularla.
4 A. Green, La folie privée, op. cit.
45
en el mundo interior y daba cuenta de la constancia de los
factores que escapaban a las variaciones que influían en los
elementos de la realidad externa. Freud quería subrayar el menos general el curso seguido posteriormente por la teori­
rol de lo estructural contra lo_coyuntural, eLde la regulari­ zación psicoanalítica.
dad contra lo accidental. Sin embargo, había definido clara­
mente la idea de las series complementarias. No supo cons­
truir un estructural que fuera el resultado de las relaciones
Revisión de la teoría
pulsiones-objeto, cuya asimetría fuese el elemento más di­
námico e interesante. Preocupado por relacionar el psi­
Se impuso, pues, en un momento dado, la necesidad de
quismo con las leyes de lo viviente, quizá calificó en forma
revisar la teoría para incluir en ella el rol del objeto. Si to­
insuficiente la especificidad de lo humano en el seno de este, mamos como punto de partida la demanda, que se ejerce por
por lo menos en lo que concierne a sus hipótesis sobre el fun­ intermedio de la activación pulsional, el modo en que el ob­
damento del psiquismo. Por el contrario, algunos de quienes jeto habrá respondido a esta demanda contribuirá a la es­
lo sucedieron, interesados sobre todo en marcar esta última tructuración primitiva organizadora. Esto fue descuidado
especificidad, propusieron una interpretación distinta, que por el psicoanálisis durante mucho tiempo. Winnicott fue
tendía a enfatizar la delimitación con las otras formas de lo quien, en el fondo, planteó mejor el problema —en mi opi-

I
viviente. La consecuencia fue el alejamiento cada vez mayor nión. me.ioñque-Melauie Klein, que defendió la teoría de la
de la pulsión, que se quería hacer caer en desuso. Asistimos existencia del objeto desde el comienzo—. Tal concepción
entonces a una deriva incesante que proponía, según el ca­ puede parecer evidente y tener en su favor la confirmación
so, la promoción sucesiva del objeto, luego del Self y, final­ de los hechos a partir de procedimientos de observación cu­
mente, de lo intersubjetivo. Lo intrapsíquico, por poco que yos métodos no fueron discutidos lo suficiente.________ _
Winnicott planteó un tema esencial:¿qué efecto produce!
se continuara defendiendo esta noción, no era más que el
Ten un niño tener una madre psicótica o loca, o un padre con]
depósito de las relaciones pasadas y presentes entre «suje­
[ esas características?/Esto no fu?tratado por Freud. Si, por
tos», sin que hubiera un gran interés en darle una definición
ejemplo, releemos hoy el caso Schreber a través de la docu­
que superase la aprehensión fenomenológica inmediata.
mentación que poseemos gracias a Niederland, se plantea
Esta observación, evidentemente, no se aplica a la teoría la-
claramente un problema con respecto a las relaciones del
caniana, que propuso, por el contrario, el concepto de un su­
paciente con su padre. No se trata de establecer el rol de fac­
/ jeto del inconsciente definible únicamente de acuerdo con tores considerados exteriores al sujeto, que no dependen de
una formalización, hipótesis que amplía en grado sumo la él. Se trata de saber de qué manera el hecho de tener una
distancia con los axiomas fundamentales de Freud. El in­ madre o un padre «lo.co».puede infiniten la propia estructu-
conveniente de estas últimas posiciones estriba en que dan ración psíquica interna por medio de las identificaciones y
pie a la irrupción de las ciencias del cerebro, objetivistas y el recóñocmnentojiel deseo_por.el otro,.cQxyuntQ_que_pnede
simplificadoras. Por más que se haya querido defender el afectar.los .fundamentos-deLpsiquisnioí En este punto hay
derecho a la autonomía de las organizaciones psíquicas, la que estar alertas, porque el reconocimiento de la «locura»
teorización dejó aquí una lamentable laguna. En todos los del padre o de la madre puede ser un factor de desconoci­
aspectos, es más fructífero que construyamos este lugar miento (de sí) mucho más importante que Itfhabitual. La
nosotros mismos para oponemos a las visiones tiránicas y defensaTmpIémentada instalará la renegación del juego de
esquematizadoráFde los representantes dé las ciencias na- proyecciones y contraproyecciones recíprocas, que empobre­
turales. A ce el psiquismo para evitar compartir la psicosis del padre o
Esta digresión era indispensable para intentar explicar de la madre. Esta defensa de supervivencia tiene como con­
trapartida la ocultación de la red de relaciones intersubjeti-
la posición de Freud, la de sus sucesores y la evolución ac­
vas que afectan al mundo intrapsíquico del sujeto.
tual. No obstante, es necesario considerar de una manera
47
46
Otra razón para cuestionar la división entre pulsión y
objeto surgió del interés otorgado a los casos límite. En estos rodeo por el otro. Dicho de otro modo, originalmente hay
casos límite se asiste a una cristalización deja alienación una investidura previa n cualquier transferencia en sentido
del sujeto. Uno no se enfrenta sólo a una organización con­ estricto, y ella misma es producto do una transferencia en
flictiva interna, como en las neurosis, sino también a una sentido amplio. De hecho, esta investidura sólo adquiere
verdadera alienación en un objeto interno. Da la impresión, sentido después de haber pasado por el otro. Esto suscita co­
por inomentos, de que ya no es el sujeto el que habla, sino el^ mentarios que nos obligan a volver sobre lo que pensába­
objeto a través de la voz del sujeto. Se podría decir que a ve­ mos. En otras palabras, hay una fuente interna que empu­
ces nos hallamos ante una especie de ejercicio de ventrilo­ ja, la pulsión, pero, ¿a qué empuja?Xiñvestir un objeto, el
quia. Pienso en una vieja película de sketches que se titula­ objeto de transferencia, con mirasa un fin, con una esperan­
ba Dead ofNight (Al morir la noche). Uno de ellos, que según za de satisfaccióqTRetoiñdlírfórmula de Freud que siempre
creo era de Cavalcanti, contaba la historia de un ventrílocuo me ha parecido en extremo interesante, aunque dudo de
que se había vuelto loco porque su marioneta había tomado que haya tenido el mismo efecto en mis pares. Aparece en
las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis.
la palabra por sí sola y se había adueñado de sus pensamien­
«En el camino que va de la fuente a la meta, la pulsión ad­
tos. En la historia del psicoanálisis asistimos a un giro cru­
quiere eficacia psíquica».6 Reflexionemos detenidamente
cial en el momento en que el objeto abandonó su estatus de
sobre lo que esto quiere decir. Freud concibe la pulsión, en la
exterioridad referencial. Ya no se trataba simplemente de
fuente, como anclada en el cuerpo y dependiente de la orga­
un objeto fantasmático, como en Freud, sino de lo que Mc-
nización corporal, aunque ya posee la cualidad propia del
lanie Klein llamó «objeto interno». Ya no era simplemente psiquismo, bajo una forma que, como él mismo lo reconoce,
un objeto que se podía ver desde el ángulo del fantasma, no puede definir según los criterios vigentes en materia de
sino un objeto que formaba la base del universo interior del actividad psíquica. Empero, cuanto más se acerca la pulsión
sujeto, animado por una especie de furor destructivo que a la meta, es decir, necesariamente al objeto, más «eficacia
amenazaba'al'yo'cóñ la aniquilación, Haciéndole vivir terro- psíquica» adquiere. Esta formulación demanda aclaracio­
resde los que el niño trataba desesperadamente de liberarse- nes. Es como si durante el recorrido pulsíonal se desarrolla­
Este trabajo de destrucción del sentido impedía el desarrollo ra todo un trabajo cuyo resultado fuera hacer bascular pro­
de estructuras que permitiesen organizado bajo la influen­ gresivamente a la pulsión, nacida en las profundidades del
cia de angustias arcaicas. Más tarde aparecieron otras des­ cuerpo, hacia el lado del psiquismo, esto es, hacia un estado
cripciones bajo la pluma de autores conocidos, como Bion, que transforma la dirección del movimiento en intencionali­
que describió los <rttgQ/i£JM-Unking»r.ataques-contra los la­ dad. Uno puede preguntarse por qué. Si la pulsión está an­
zos. Por mi parte, traté de contribuir al estudio de estos fenó­ clada en lo somático, es decir, si su determinación más fun­
menos desde otro punto de vista, poniendo en evidencia pro­ damental está atrapada en la organización corporal, se pue­
cesos pertenecientes a lo que llamé trabajo de lo negativo. de pensar que en su estado de activación —que podría com­
¿Estos casos son excepcionales? ¿No nos obligan a revi­ pararse con un estado de necesidad (Freud, a la inversa de
sar nuestras posturas sobre las propias bases del intercam­ Lacan, defiende esta posibilidad)— ella funciona de un
bio analítico? modo que se podría calificar —por comparación— de abso­
lutamente narcisista. Estaría unida al cuerpo, sería su pri­
sionera. Sin embargo, dado que la pulsión —al menos, es el
caso de todas aquellas que no pueden satisfacerse autoeróti-
El intercambio analítico 6 S. Freud, -L’angolsse et la vie pulsionnelle-, en Nouvelles conférences
d’introduction a la psychanalyse, trad. de Rose-Marie Zeitlin, Gallimard,
Lo característico de la situación que se produce en un in­ 1984, pág. 130 [-Angustia y vida pulsíonal-, en Nueias conferencias de in­
tercambio psicoanalítico es la vuelta a sí mismo mediante el troducción al psicoanálisis, en AE, vot 22, 19791.

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canwnte— está forzada a desplegarse alejándose de esa
fuente somática, como una bestia que, en busca de la presa, te caso, la pelota queda en el campo del futuro sujeto. Ella
sale de su guarida, se ve obligada, pues, no a abandonar su explica la mutación que permite pasar del empuje de un
fuente somática, sino a salir a la búsqueda de lo que puede cuerpo en busca de lo que le falta al de un proceso de crea­
aliviar su tensión. Adquirir «eficacia psíquica» quiere decir ción, de una incorporación objeta! y de una apropiación sub­
estimular los recursos, sin duda muyjnnitados pero_exis- jetiva, matando de esta manera dos pájaros de un tiro. Pos­
tentes, de una actividad de significación. Recordemos la teriormente, estas dos operaciones condensadas en una se
idea de concepto límite, que implica la potencialidad psíqui- diferenciarán.
Volvamos a la fórmula de Freud, más intrapsíquica que
ca. Al sostener que el psiquismo se activa en proximidad del
intersubjetiva. Recordemos la definición de la que hablába­
objeto, Freud quiere decir, sin duda, varias cosas. La prime­
mos poco antes; «Las excitaciones originadas en el interior
ra es que, como el objeto se encuentra al alcance, el psiquis-
del cuerpo y que llegan al psiquismo». La fecundidad de
mo redobla la actividad pñraalcanzarlo con la esperanza de esas definiciones de la pulsión en Freud reside, como ya di­
acercarse a la satisfacción, ya sea que la obtenga directa.
jimos, en que pueden ser entendidas desde el ángulo de lo
* •• mente o que se procure indirectamente el medio de alcanzar intrapsíquico y también como una interiorización de la in-
\ su meta. Empero, de todas maneras, el objeto encarna esta tersubjetividad. Cuando Freud hace referencia a la pulsión
\ anticipación y excita su realización virtual. «¡Un esfuerzo de manera solipsista, puede pensarse que, en su opinión,
i más!». Esto quiere decir también que la proximidad del_ob- hay una necesidad que surge en el cuerpo, y que el cuerpo
jeto, dotado por su parte de un psiquismo desarrollado, infa- envía señales para que la «mente», el pensamiento, encuen­
• libléménte da origen a una relación que es la característica tre los medios de satisfacer esa necesidad, sin olvidar la
p. / misma del psiquismo. Relación entre un psiquismo elemen- destinación deseante de esa condición inicial. Esto es expre­
/ tal amenazado por la desorganización, en fuerte demanda sión de una concepción cerrada, de una visión interna que
de satisfacción, y un psiquismo desarrollado que responde a no implica al objeto, pero también se puede retomar la mis­
/ esta demanda, de manera necesariamente desfasada—per- ma definición y decir que, indirectamente, alude por un lado
cibida empáticamente—, ofreciendo lo que posee para res­ al niño y por el otro a la madre, es decir, al niño que emite
ponder a la situación. Una vez más, esta formulación puede señales para que la madre suprima la situación de angus­
aclararse si en lugar de la pulsión ponemos al infans, y en tia. Si se acercan las dos interpretaciones, la solución apare­
lugar del objeto, a la madre y/o su pecho. Deberemos recono­ ce en el modelo intrapsíquiCQ_aJtavés_deJa estimulación de
cer, entonces, que para que el sistema funcione hay que su­ la mente del infans, y en el modelo intersubjetivo, por el so­
poner una comunidad de metas: el deseo de satisfacción en corro de la madreZLas dos soluciones son insatisfactorias.
el niño, al que hace eco el deseo de la madre de satisfacer al La primera, porque no tiene ninguna posibilidad de éxito si
el objeto no llega a tiempo luego de los mensajes enviados
niño. Se puede agregar, en efecto, que la satisfacción mata
por el infans-, la segunda, porque si la solución corresponde
dos pájaros de un tiro, al obtener como resultado la incorpo­
a la madre, la mente del niño no tiene ninguna razón para
ración de lo que provee el objeto y, por transferencia metoní-
desarrollarse. De cualquier manera, el progreso sólo puede
mica y metafórica, del objeto en sí. No obstante, esto no hace
provenir del par pulsión y objeto o infans y madre, reunidos
más que reforzar el doble lugar del objeto incorporado, den­ en una tensión óptima, suficiente para confiar en la solu­
tro y también fuera del cuerpo. Winnicott verá aquí la oca­ ción y mejorar la eficacia de los mensajes del lado del infans,
sión de defender lo que consideró una paradoja ineluctable. y suficientemente imperfecta para no aportar la solución de
A esta descripción se puede añadir que el acto de incorpora.- la madre más que de manera imperfecta. De todos modos,
ción no supnmeuínicamente la.tensión de_la insatisfacción, existe esta fuente que trata de investir un objeto y que deja
así como tampoco se contenta con proveer las impresiones el campo más libre posible a las transformaciones y adas ex-
agradables que lo acompañan. Este placer confiere retroac­ présíoñes de la pulsión; tal es el sentido del destino de las
tivamente a la incorporación el valor de una creación. En es­
51
50
pulsiones, la explicación de la necesidad de las defensas. Sin
embargo, dentro de esa misma libertad, la pulsión eñcuen.
ficultades teóricas, debemos recurrir a un pensamiento dia­
tra obstáculos en la comunicación. Tenemos un ejemplo con
léctico. De otro modo, tendremos sólo una idea en la cabeza:
el problema de las dos censuras implicadas en la situación
desembarazarnos déla pulsión porque no sabemos qué ha­
analítica; censura moral, pero también censura racional. cer coñ“ella.|
Por una parte, la amenaza de la transgresión de lo prohibí-
do, con sus sanciones de parte del superyó; por la otra, la
amenaza de desorganización, que reduce al yo a la impoten­
cia y conmina con hundirlo en el caos bajo el imperio del ello. El doble tiempo
Es lo que formulamos como regla fundamental, para quie­
nes siguen enunciándola: «Diga lo que le pase por la cabeza, Anteriormente, para describir la situación analizante
aunque le parezca absurdo». No es sólo una cuestión de pu- utilizábamos una secuencia que era aceptada por el conjun­
) dor: es también una cuestión de emancipación con respecto to de los analistas. Se partía de un discurso en el que se ex­
"y a la lógica racional, cosa que olvidamos muy a menudoj presaban la transferencia y la resistencia, ante el silencio
Por lo tanto, ¿qué decir con respecto al objeto? El objeto del analista; en el momento pertinente se enunciaba la in­
| es, por su esencia, desconocido y polisémico, despierta el de- terpretación, y luego comenzaba un nuevo ciclo.
De hecho, creo que esas descripciones, por útiles que ha­
I seo, es inaccesible; el contacto con él es a la vez imposible,
yan sido, han adquirido un carácter un tanto esquemático.
A prohibido (al menos en la situación analítica); siempre está Lo característico en la transferencia es que se trata de una
huyendo y, al mismo tiempo que se expone, se esconde. Por
doble transferencia en una sola operación, es decir, una
un lado, el analista se ofrece ala transferencia y, por el otro, transferencia sobre la palabra y una transferencia sobre el
no responde a las demandas de satisfacción que en ella se objetó/Transferencia sobre la palabrajquiere decir que todo
expresan. Másjrecisamente, no responde en acto: res r—— ,f £ ! acontecimiento que se produce en la esfera psíquica, todos
isponde
escuchando la demanda y; eventualmente, interpretándola, ; i los movimientos que la animan, todos los afectos, todos los
lo cual significa que la ha «escuchado» y que este reconocí- ^fantasmas, todo lo que pasa justamente en lo intrapsíquico,
miento vale como satisfacción —en parte-7.] jdebe ser verbalizado. Por supuesto, me objetarán: «¿Qué
Esto permite ver quedas relaciones entre objeto y pul­ hace usted con lo preverbal?». Un análisis de lo preverbal
sión son tales que el objeto es preconcebido, proyectado, re­ sólo puede hacerse apoyándose en la verbalización a través
presentado, construido, mientras que la pulsión es activa­ de una traducción, de una traslación a la palabra. Lo pre­
da, dinámica, autoorganizada (en el sentido de Atlan) y su­ verbal existe, como la pulsión, pero, como ella, sólo es inteli­
jeta a la transformación. Temo que, por no especificar las re­ gible por medio de sus representaciones. A menudo, esta re­
laciones mutuas entre el objeto y la pulsión, se simplifiquen presentación se referirá a un estado hipotético del desarro­
mucho las cosas. llo del niño.
f.a construcción del objeto lleva retroactivamente a la Laqtransferencia sobre el objeto/es, precisamente, la
construcción de Igjpulsión.que construye_al objeto. Lácons- transferencia sobre el analista. Aquí nos encontramos en la
trucción dcTobjeto no se concibe sino a partir de que es in­ relación intersubjetiva. Estas dos operaciones constituyen
vestido por la pulsión. Sin embargo, cuando el objeto se ha una sola, y”es por eso que las teorías de la transferencia a
construido en la psique, esto conduce a la construcción de la menudo son confusas. En ciertos análisis —pienso especial­
mente en los casos límite—, los pacientes manifiestanla im-
i pulsión aposteriori, en tanto que la falta de objeto origina la
' posibilidad_de-decir. Ello no significa queháya una censura
concepción de la pulsión como expresión inaugural del
activa, como en los neuróticos, que retienen lo que piensan
sujeto. Apartir de allí, surge la posibilidad de concebir el de­
porque está mal. No, aquí no se trata tanto de prohibición
seo o la toma de conciencia de la animación pulsional que
como de imposibilidad. Sin embargo, no se puede excluir la
dio nacimiento al deseo y al objeto. Para libramos de las di­
53
52
idea de censura, aunque esta no puede ser definida sólo por
la referencia moral. Y aun cuando la moral no estuviera au-
sente del cuadro, sus efectos no se manifestarían de la mis­ que me ha hecho a mí mismo no puede olvidar la parte que
habrá ocupado el otro semejante. El conceptorespectivo de-
ma manera', La dificultad, incluso la imposibilidad, de estosí
\ be ser superado para hacer posible la diferencia, pero debe
analizantes para expresarse verbalmente, es decir, para seguir presente en cuanto a que el trato que infligiré al otro
traducir sus acontecimientos psíquicos en palabras, parece tendrá siempre su limite, ya que no deja de ser un semejan­
provenir de mecanismos oscuros que ponen en juego al' te. Lo que se revela a través de estas transformaciones, en
pensamiento. La red representativa que incluye el mundo I definitiva, es la escisión constitutiva del yo.
de las cosas y el de las palabras está cortada a nivel del pen­ Volvamos al otro semejante y a su función en el análisis.
samiento, el pensamiento que circula entre las cosas y las 1 La función del otro no es sólo la de ser aquel a quien uno se
palabras. Estos pacientes.se.quejan de que su pensamiento / dirige para hacer escuchar una demanda que hay que satis-
está vacío, por lo cual nohay nada para decir. Sin duda, son A í Ifacer. En otras palabras, el hecho de decir los pensamientos
entonces presa de un pensamiento-cosa, fijado sin media­ 1 ja otro es lo que los transforma, porque en ese momento la
ción al cuerpo o al actuar, (Tbien la relación entre pensa­ palabra se refleja en ella misma. «¿Qué dije? ¿Por qué dije
miento y palabra es desviada por la actividad alucinatoria, eso?». Y puede suceder que el analista permanezca callado o
que hable. En todos los casos, la palabra enunciada vuelve
a menudo acompañada de una especie de síndrome de in­
al sujeto, transformada por el hecho deque ha sido enuncia-
fluencia silencioso. Vemos, por consiguiente, que aun cuan­
da'para otro y, dcTalguna manera, ha efectuadouñatravesía
do aquí está enjuego la censura, es ante todo del ámbito de
por el otro semejante, o sea, el analista, sin alcanzarlo^ple­
lo impensable. namente, y está obligada a~clesañdar el camino. Adivinamos
Si se consideran los dos aspectos que acabo de describir la analogía con la activación psíquica de la pulsión en proxi-
—transferencia sobre la palabra y transferencia sobre el ob­ midad del objeto. En esas condiciones, se ve cómo intrapsí- -
jeto—, se los puede aplicar a la fórmula que propuse antes, Jquico e intersubjetivo son dimensiones que en la práctica
que caracteriza el proceso activo en el análisis como vuelta a /analítica están imbricadas y que el análisis descompone, en
sí mismo a través del rodeo por el otro. Agregaré ahora una (¡sentido lógico, para comprender lo que sucede en la relación
observación. Debemos a Lacan la introducción de la refe­ (consigo y con el otro. En laxura, esas dos dimensiones, aun
rencia al otro (con minúscula y con Mayúscula) en el psico­ cuando en ciertos momentos puedañoscila£coñ~predomimo~.„
análisis. De él procede, pues, mi propia formulación. No obs­ de un aspecto sobre el otro, son efectivamente indisociables. , r.
tante, en lo que a mí concierne, quiero precisar que califico_a_ Cuando laque prevalece ésla dimensión narcisista, el obje-
este otro como otro semejante. Además, todo acceso a la alte- to nunca está totalmente ausente. Y cuando la que predomi-
I ridad del otro como otro lo subordino a la existencia previa na es la dimensión objetal, siempre hay un reducto narcisis- „ -7
de un otro semejante, es decir, de un otro bastante cercano ta no alcanzado por la relación.
como para poder identificarse con él y así ayudarlo en la En el transcurso de la sesión, esa palabra dirigida a otro —
Hilflosigkeit. La diferencia, el otro como diferente (ya sea descansa en un ciclo de excitaciones mutuas, instituidas.
intrapsíquicamente, el otro en cuanto es inconsciente; ya Dicho de otro modo, el inconsciente es excitado por el ejerci­
sea intersubjetivamente, el otro en cuanto es un yo fuera de cio de la regla fundamental que empuja a la verbalización. A
mí), es a la vez desarrollo del otro semejante y apertura ha­ la inversa, cada vez que yo hablo libremente, alimento a
cambio los circuitos de excitación inconsciente sobre mi dis­
cia una destinación nueva: lo que fue semejante ya no lo es,
curso. Es un ciclo que se retroalimenta. Quien dice «excita­
es otro. Puedo concebirlo porque ya no necesito el sostén que
ción inconsciente» dice necesariamente «puesta en relación
_ provee la similitud; la_conciencia de la separación con res- con la fuente pulsional». El hablarje_a_limenta de esa exci­
LA pecio al otro ya no amenaza mílugar en cuanto yoTPuedo
tación inconsciente y pulsionafque la vectorización del psi-
pensar al otro porgue puedo seguir siendo yo mismo, coñci- qmsmó^ansfor^íá^rr^^^
biéndome como falto dé otro y en busca de él. Mas aquello
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54
nerar sentido dirigido al otro que supuestamente escucha.
Esta excitación pulsional va a reinvestir el circuito de la pa­
cia a lo «intra» en cuanto sería opuesta a lo -ínter-,porgue lo
labra enriqueciendo su flujo, impidiendo que se agote. Si esa
más intra no puede pensarse independientemente de la me­
investidura se debilitara, el analista sólo escucharía una diación de lo más Ínter. Además, el pensamiento de lo -ín­
palabra sin vida apenas dirigida a él. Sin embargo, no hay ter» en psicoanálisis no puede limitarse a lo que se desa­
palabra dirigida a alguien que no incluya su respuesta, ima­ rrolla sólo entre ambos miembros de una pareja, sino que
ginaria o real. Es un punto en el que Lacan insistió con jus­ remite a otro orden de determinación, que escapa a la obser­
ticia. Aquí también lo intrapsíquico y lo intersubjetivo re­ vación de sus relaciones. Lo que sucede en cada intrapsíqui­
suenan entre sí. co, y en el momento de la vinculación entre dos sujetos, re­
vela que la relación intersubjetiva está, de alguna manera,
por encima de ambos polos. Y ello, con el fin de poder apre­
ciar a la vez las semejanzas y las diferencias que surgen en
la pareja y que pesarán en la concepción que se construirá
Para sí mismo y para el otro de sus intercambios. Larelación intersubjetiva tiene la pro-
piedad de crear una plusvalía de sentido con respecto a la
Se comprende inmediatamente la conexión entre la di­
significación que ella cobra para cada uno dejosuniembros.
mensión interna de lo psíquico y el vínculo de alteridad que Ya sélo puede suponer cuando se estudian las relaciones in-
entabla el sujeto con el objeto, como si se entendiera por esto trapsíquicas, pero en el caso en que dos sujetos están reuni­
que la psique fuera para_sí mismo y el sujeto para el otro. dos ello pasa a ser una evidencia. No obstante, esta plusva­
. En el análisis, la intersubjetividad se convierte en la me­ lía tendrá validez sólo a condición de que se refiera a cada
diación necesaria para arribar a la toma de conciencia de lo polo intrapsíquico. Es evidente que el conjunto de estas con­
intrapsíquico. Esto es coherente con la idea de la división sideraciones introduce una duda acerca de la posibilidad de
del sujeto, tanto en su interior como en su relación con el arribar a resultados verdaderamente significativos-median­
otro. Su heterogeneidad interna y su dependencia de los te la sola observación. Tal es el privilegio deja escucha, que
efectos producidos por el otro semejante han marcado con al no poder referirse a informaciones sensoriales está^bli- rv
su sello los orígenes de su organización mental. gada a construir eTsentido a partir de la interpretación de la
Nada fundamental que concierna a lo intrapsíquico po­ palabra, incluyendo también lo no dicho. J
drá sortear los efectos de larelación intersubjetiva. Esta da He aquí otra manera de recordar el papel del rodeo que
acceso a la construcción hipotética de lo intrapsíquico de un he tratado de poner en evidencia. En la referencia a lo intra
sujeto, desde el momento en que se toman en cuenta jos no podemos sustraemos de los efectos de las organizaciones
efectos de resonancia inducidos por lo intrapsíquico de otro biológicas, así como la referencia a lo ínter remite a los efec­
sujeto. Insisto en este punto pues, por lo común, está ausen- tos del socius', empero, ya se trate de una o de otra, el en­
te en las teorizaciones que hacen hincapié en la dimensión cuentro con el psiquismo exige el recurso al rodeo. En suma,
I intersubjetiva tal como en general se la entiende. Esta remi- lo intrapsíquico necesita el rodeo por lo intersubjetivo, pero
I te necesariamente a lo intrapsíquico de cada uno de los suje- el otro, implicado por lo intersubjetivo, remite al modelo de
' tos que ella pone en relación. su constitución, que comparte con aquel al cual está unido,
incluso su propia dependencia de las organizaciones biológi­
Concebir este vínculo como una simple relación entre un
cas. Como su par, deberá transformar lo que se origina en
sujeto y otro es desconocer que allí se juega algo más que el este anclaje. Hay que tener en cuenta una particularidad de
efecto de transferencia que ella supone. Es necesario pensar ciertas funciones biológicas dél humano que deben incluir al
en lo que la relación entre uno y otro introduce como enri­ otro ensu proyecto: la sexualidad, el erosj
quecimiento suplementario de cada polo considerado aisla­
damente, que no sigue siendo el mismo en el contexto de sus
relaciones. Y ello obliga a una profundización de la referen­
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56
El avance de la teoría freudiana.
el pasaje de la primera tópica a la segunda ideas, a condición de crear un régimen de flujo de ideas
—asociación libre— que imité el régimen de flujo libre de
las imágenes en el sueñojüe ese modo, se evidencian nue­
¿Cuáles son las consecuencias de esta controversia en el
psicoanálisis moderno? ¿Qué pensar del radicalismo pulsio- vas relaciones entre la sucesión de imágenes oníricas y la de
nal de Freud? Es imposible avanzar en la discusión si no nos los pensamientos de la vigilia suscitados por ellas. Se trata
percatamos de las profundas razones que llevaron a Freud del par representación de cosa-representación de palabra. Y
se puede señalar otra particularidad de las representacio­
a oponer una segunda tópica a la primera.
nes visuales del sueño: son conscientes pero no pertenecen
Veamos por un instante la primera tópica. Está construi­
al sistema consciente, puesto que no obedecen a las coorde­
da sobre un modelo óptico, el telescopio, utilizado esencial­
nadas que lo caracterizan, la de los procesos secundarios.
mente a partir de La interpretación de los sueños, donde La conciencia,es más un sistema que una simple cualidad
predominan las representaciones visuales. Es lo que se po­ psíquica.
dría llamar la «dióptrica de Freud», del mismo modo que En estas condiciones, se comprende que se haya sosteni­
hay, como se sabe, una dióptrica en Lacan, que debe dar do que La interpretación de los sueños introdujo el corte
cuenta de lo especularizable y de lo no especularizable. de la epistemológico que permitió el nacimiento del pensamiento
imagen real y deja imagen virtual. psicoanalítico. Ese libro es el resultado de una estrategia
La primera tópica freudiana está centrada en torno a la teórica de Freud, estrategia que comenzó al tratar de con-
proposición «Psíquico no es igual a consciente»; pero psique vencer a Fliess incluso utilizando su lenguaje, el lenguaje fi-
es espejo, no lo olvidemos. Si se consideran las tres instan­ siológico, para transmitirle lo que él,_Freud,jpiería ciecir.
cias, consciente, preconsciente, inconsciente, se observa que Creo qTúTs'e'lía cometido un error al pensar que en Freud
hay una raíz común: consciente. Las otras dos se definen hubo una fase fisiológica, demostrada por el «Proyecto de
con relación a esta: preconsciente significa inconsciente que psicología». De hecho, el momento fisiológico de Freud está
puede volverse consciente, en tanto que inconsciente no destinado únicamente_a hacer comprender a Fliess su enfo-
puede jamás volverse consciente. El conjunto sólo puede ser que y sus descubrimientos..En el pensamiento de Freud ha­
pensado a partir de la experiencia de la conciencia. El mo­ bía una división de tareas: Fliess debía ocuparse de la parte
delo óptico hace aparecer en el seno de la conciencia lo que b fisiológica y orgánica, y Freud debía tratar la parte psicoló-
no está allí, mientras que lo inconsciente permanece «invi­ , I gica. Eso llevó al fracaso del emprendimiento, como se sabe.
1 Freud tuvo que renunciar a ese proyecto.
sible» para la conciencia. Incluso para decir que lo incons­
El desarrollo del proceso estratégico tuvo diversas eta­
ciente es radicalmente distinto de ella, su término de com­
pas. Luego de haberse interesado en las neurosis y de com­
paración continúa siendo la conciencia. Y lo problemático
probar que desembocaba en caminos sin salida, Freud pen­
es, por supuesto, la cuestión del estatus de la representa­
só que la única manera de conocer lo inconsciente era inte­
ción inconsciente. rrogar al suyo propio. Para ello, debía privarse de todos los re­
El lenguaje es suficientemente rico como para proveer­ cursos de la conciencia, y es por esta razón que La interpreta­
nos gran cantidad de locuciones y expresiones que demues­ ción de los sueños es un libro estratégico. Esta reclusión de
tran esta relación: «ya veo» por «comprendo»,jque por lo de­ Freud en el dormir que da cobijo a sus sueños, fuera de toda
más quiere decir «soy consciente de». Aquí, la relación con la información perteneciente al sistema consciente, le permiti­
1 imagen —es esencial destacar que en el sueño se trata de rá comprender la manera en que funciona lo inconsciente,
J I imágenes formadas fuera de todo lazo con un objeto y, por lo obligando a los procesos conscientes a interesarse en él al
I tanto, sin relación con un real, y que no pueden ser referidas despertarse. Superada esta etapa, se puede decir que ensue­
la él— es singular. Al no poder poner en relación esa imagen ' ño se convierte en el paradigma central de lo inconsciente,
éon un objeto, no hay otra solución que hacerla hablar, es aunque no es el único7Ello da ongen, en esa época, a un mo-
[decir, reemplazar el par imagen-objeto por el par imagen-'
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délo que demostrará ser relativamente eficaz para el análi­
sis de las neurosis. ______ ____ organización —por no hablar de las caractcrísticns bicnco-
.^Clínicamente, el modelo es: sueño, relato del sueño, in­ ( nocidas do los procesos primariosdgnoruncin del tiempo, do
la negación y de la contradicción—, Sobre todo, la novedad
terpretación. Dicho de otro modo, uno sueña y, a partir de lo
que Freud afirma indirectamente es que el ello no deja lu­
que soñó, relata; luego asocia y, al hacerlo, se comprueba gar a la representación,7 puesto que sólo las investiduras
cierto número de conexiones que permitirán descubrir el pulsionales buscan la descarga. Todos estos argumentos
trabajo del sueño, No olvido las otras manifestaciones délo' Í procuran justificar que la parte primitiva de la personali­
inconsciente: actos fallidos, lapsus, síntomas. En cualquier dad psíquica no pueda definirse únicamente por su cualidad
caso, el método seguirá siendo el mismo: la producción de inconsciente; dicho de otro modo, que toda referencia a la
asociaciones libres, pero en estas últimas el material de ba­ conciencia, positiva o negativamente, debe ser abandonada .*
se forma un corpus menos organizado que el sueño y, en De hecho, el abandono de la representación se justifica por
cierta medida, menos emancipado de las influencias de la la terrible comprobación de que la rememoración tropieza
conciencia. En este aspecto, el sueño no puede ser sospe­ con enormes obstáculos y de que es el actuar lo preferido por
choso. La relación representación de cosa-representación de el analizante. Ahora bien, todo sucede como si Freud hubie­
palabra está más claramente establecida aquí que en nin­ ra ligado la rememoración a la relación inconsciente-toma
guna otra parte. de conciencia. Se hacía necesario, pues, hallar un modelo
La manera de responder a la cuestión del pasaje a otra que explicara la gran propensión al actuar. Para él era evi­
tópica consiste en identificar las novedades del modelo más dente que en el comienzo fue el acto, y sin duda habría espe­
tardío que dan, a posterior!, las razones de la insuficiencia rado que la representación constituyera una mutación de­
del modelo más antiguo. El modelo de la segunda tópica di­ cisiva. De hecho, volver al acto era reencontrar el comienzo.
fiere de su predecesor en un punto esencial y muy a menudo Queda aún la cuestión del antagonismo de los dos órdenes
ignorado: en la primera tópica, las pulsiones no forman par- de pulsiones, es decir, la manera en que podemos aprehen­
te del aparato psíquico. Esa comprobación sorprende sobre- derlas cuando no disponemos, para imaginar la situación,
maneraTSin embargo, es lo que Freud da a entender al pre­ de ninguna de las propiedades del yo o de las inferencias de
cisar que una pulsión no inconsciente ni inconsciente, y que la representación. Entre pulsiones de vida y pulsiones de
sólo es accesible a través de sus represeñtañtes_Es evidente muerte no hay ninguna diferencia en cuanto a su meta: la
que sí una pulsión no es consciente ni inconsciente, está fue­ búsquedaTIela descarga. ¿En qué se diferencian, entonces?
ra de un aparato psíquico construido sobre el modelo óptico. La respuesta más clara de Freud es la que caracteriza a las
Dicho de otro modo, la pulsión está situada más acá del um­ pulsiones de vida por su tem sncia.a la.aglnuierajción, de la
bral del psiquismo, en la mayor proximidad con el cuerpo. que^Tyo en desarrollo sacará partido ulteriormente. Dicho
Este axioma es el que va a ser totalmente modificado con de otro modo, procediendo a agrupamientos más o menos
la segunda tópica, que va a incluir a la pulsión. Esto se afir­ vastos, las pulsiones de vida se encaminan a una organiza­
ción potenciaFque puéd(FñáCCir'dO'Iós lazos que se estñblc-
ma expllentamente respecto de la instancia llamada -ello».
cén erTel seno de los conjuntos así creados. Por el contrario,
El ello, dice Freud, es el reservorio de las pulsiones, pero
Ilas pulsiones de muerte tienden a prevenir esta posibilidad.
es un -reservorio- presa de una agitación que -pulsiona»,
Esta dualidad originaria demandaría desarrollos inás nm-
■ unas contra otras, mociones en conflicto. En él opera el an­
I plios, que merecen por sí mismos un estudio. A fin de cuen-
tagonismo entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte.
j tas, el último argumento de Freud para defender la pulsión
Por supuesto, tal formulación no puede ser aceptada sin dis­
cusión en Ja actualidad. No es fácil imaginar a qué remite
ese funcionamiento si se quiere permanecer en el marco de 7 Nouuclles confdrcnces d'inlroduction á la ¡¡sychanalysc, op. cit., pAg.
la lógica pulsional, es decir, despojar a esta instancia de to­ 104.
* Traducción literal del original francés. (N. de la T.)
da propiedad adjudicable al yo: personalidad, racionalidad,
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de agresión, de destrucción o de muerte es su comprobación
de la imposibilidad de erradicar el sadismo y aún más el sulta imposible una formulación que obedezca al realismo
biológico, es más elocuente intuitivamente cuando uñóse dis­
masoquismo. Corresponde agregar que ninguna concepción
pensa de esta «versión doblada» al lenguaje de los biólogos.
ha logrado proporcionar, hasta ahora, una explicación que
Hay que reconocer que este modelo se adapta mejor a la
obtenga el consenso necesario como para reemplazar a la de
relación oral y a la relación sexual genital. Cuando están en
Freud.8 Ello nos obliga a interrogar una vez más el concepto
juego las otras pulsiones —escópicas o sadomasoquistas, por
de pulsión. ejemplo— se necesita una teorización más complicada, por­
La reinterrogación del concepto más fundamental de la que es verdad que se puede objetar: ¿La excitación pulsíonal
teoría se plantea por un afán de mayor coherencia. Debe­ tienesu fuente-eme! QÍíLQ_en la musculatura? Sería demasiado
mos reconocer primero que las proposiciones teóricas de simple, y sin embargo el placer de ver (y de ser visto), de gol­
Freud pueden provocar cierto malestar. Las confusiones y pear (o de ser golpeado), es iñnegablerLá verdad obliga a de­
los malentendidos posibles acerca de las relaciones entre cir que aquí falta el lugar del fantasma/ en tanto que en la
instinto y pulsión son, a menudo, el trasfondo del debate. relación oraTeste aparece... naturalmente. Aunque, inclu­
No obstante, incluso haciendo a un lado el equívoco, el ma­ so en este último caso, las derivas patológicas nos indican
lestar persiste. Quienes se oponen a esta teoría le reprochan que la necesidad ya no tiene nada que ver. Razón de más pa­
a Freud su biologismo axiomático y subrayan que la biolo­ ra reflexionar acerca de las relaciones entre psiquismo cor-
gía misma no encuentra en sus descubrimientos nada que poral y psiquismo fantasmático.sin recurrir a la solución de
justifique el concepto de pulsión. Se propone, pues, una teo­ deshacerse deTanclaje corporal o de imaginar especulacio­
ría de reemplazo fundada en una psicología, es decir, en hi­ nes poco creíbles, que tienden a mitologizar el cuerpo.
pótesis mixtas surgidas de las ciencias cognitivas y de las Otras soluciones van a revelar, sobre todo, sus preferen­
neurociencias. En efecto: desde el punto de vista de la biolo­ cias por una concepción surgida del estudio de las relaciones
gía, el modelo de la pulsión ya no es aceptable tal cual. ¿Có­ entre el niño y su objeto primario. Las teorías diferirán en
mo ubicar los elementos del concepto límite entre el soma y cuanto a las distintas versiones de esa relación: relaciones
la mente? ¿La «mente» que trabaja estaría fuera del soma? de objeto de los kleinianos, resultados surgidos de la obser­
Por supuesto que no, pero, en lugar de quedamos con esta vación madre-bebé, acento puesto en el Selfen los kohutia-
primera lectura, tratemos de traspasar las figuras del argu­ nos, teoría de la seducción generalizada de Laplanche. etc.
mento inventado por Freud. Consideremos, pues, que todo Esta última se presenta verdaderamente como una alterna­
sucede en el interior del soma; paraserTnásrlarós; eíTér ce- tiva a la teoría de las pulsiones, al proponer la idea de un ob­
rebro. Lo que Freud'désigñaría aquí «soma» son las repre­ jeto-fuente injertado en el sujeto y que cumple una función
sentaciones del cuerpo en estado de necesidad, en qúe~el antes atribuida a una fuente pulsíonal orgánica. En un ni­
vel más alto, la «intersubjetividad» será llevada al conjunto
estado délas «fuentes«carece ría de algo y las «representa­
de las relaciones mutuas entre analista y analizante, libe­
ciones» de esos estados se inscribirían en el nivel de las es­
rándose de la molesta teoría freudiana, en un enfoque de
tructuras cerebrales, cuya organización cortical es la más de­
inspiración fenomenológica.
sarrollada. Lo que Freud llama «mente» pondría en juego
los circuitos de la corteza cerebral encargados de encontrar
soluciones para remediar el sufrimiento de los estratos sub­
corticales, movilizando representaciones en el nivel supe­ Sobre la fuerza y el sentido
rior. Tal construcción, cuyo único fin es mostrar que no re­
Lo esencial en la teoría de las pulsiones es que-nos per­
8 Véase A. Green, «Pulsión de morí, narcissisme négatif, fonction désob-
jectalisante», en Le travail du négatif, op. cit. [«Pulsión de muerte, narci­
mite no sólo concebir un psiquismo primitivo dependiente
sismo negativo, función desobjetalizante», en El trabajo de lo negativo, op- de las necesidades originadas en el cuerpo (anclaje en lo so-
cit.], e infra, cap. 7.
63
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ma ico, aunque ya psíquico), sino, sobre todo, describir un
soporte teórico adecuado para defender la idea de que el psi-
más exactamente el psiquismo_inconsciente, no puede ser
quismo está constituido por fuerzas capaces de evolucionar,
caracterizado sin recurrir a la noción de fuerza. Ella misma
pero que mantienen irreductible una parte relativamente está ligada a la de energía. Freud la considera sinónimo de~\
importante de su configuración originaria. Esta parte, se. libido. Se sabe que la energética ha suscitado muchas críti­
gún las circunstancias, permanece parcialmente rebelde a cas, quizá debido a que se la ha explicado apoyándose en la
cualquier evolución, aprendizaje o domesticación por el en­ clínica. Teóricamente, es claro el vínculo entre empuje inter-
torno inmediato o regulado por la influencia cultural, sin no de la pulsión, fuerza y energía. Dado que este conjunto
contar con que a veces esta influencia se ejerce en el sentido puede despertar objeciones, se prefieren otras concepciones,
favorable a la pulsión. Más aún que lo inconsciente, esta es que dan lugar a la teoría de referencias «mecanicistas». Se
la herida más profunda infligida a_nuestra_humanidad. Lq resaltan entonces, por medio de la dimensión relaciona!, las
)vías del sentido, en circulación a través de la intenciona­
inconsciente afecta la soberanía del yo, pero la pulsión tiene
lidad de los intercambios entre varios partícipes. Quedan
aTamente bajo su férula, pues no hay que contentarse con
cierto número de rasgos propios de la causalidad psíquica
creer que sólo es ese fondo lo que nos impide evolucionar,
tal como la concibe el psicoanálisis, que son relegados a un
sino también todas las formaciones ulteriores a las cuales
segundo término; citaré, sin detenerme: la excitación del
aportó su colaboración, donde se hallan disfrazados los as-
deseo, la atracción incoercible de su objeto, la tenacidad de
pectos considerados más primitivos según explicaciones de la fijación, la movilización que permite el intercambio susti-
tipo abiertamente psicológico y racionalizante. J*or otra par­ tutivoclFobjetos y metas, la obstinación de la fijación y de la
te, ellconcepto de fuerza tes, sin duda, el que mejor explica el resistencia, el sentimiento de impotencia de la razón y de la
dg'WsistenciaV'Á'démas, aunque una fuerza tal no pueda voluntad, el carácter caótico y contradictorio~3e las metas
$ fuMtfsé"cómpletamente en las organizaciones del sentido,
perseguidas y, last but not least, el aspecto demoníaco de la
puede, por el contrario, alimentarlas y transferirse en las compulsión de repetición. Cuando Freud recuerda que «la
t» sublimaciones más elaboradas, nutriendo así la búsqueda pulsión debe su nombre»9 a la idea de un montante de ener- i
incesante de sus metas. Empuje-resistencia: efecto y con­ gía que empuja en una dirección determinada, instituye es- ’
tragolpe de la pulsión sobre el yo e inversión de esta. Sería ta fuerza de manera indiscutible. En adelante, para desoli- /
muy largo de explicar aquí el modo en que la otra gran ins­ darizarse de esta visión del psiquismo será necesario desha-'
titución contestataria del yo, es decir, su escisión, en el ori- cerse de la pulsión.
gen del superyó, puede proceder a la negativización de la Más allá de la clínica, es puesto en tela de juicio un con­
fuerza que anima al empuje pulsíonal, ejerciendo su presión junto de axiomas respecto de los cuales no se sabe con qué se
x en nombre de una realidad y de una «conciencia» tan sorda los podría reemplazar. En el fundamento del psicoanálisis,
a la voz del yo como lo es el ello cuandoaquel acusa a_gste de Freud inserta una concepción dinámica de los aconteci­
ser incapaz de satisfacer sus aspiraciones Poco importan mientos psíquicos. El término fue tan desacreditado que
las especulaciones sobre la pulsión de muerte: todavía hay puede prestarse a malentendidos. Para restituirle algo de
que encontrar en su base la idea de fuerza. Es en vano inte­ su significación original, recordemos ciertas exigencias de
rrogarse sobre si se trata de la misma fuerza invertida o de la comprensión psicoanalítica: la regla de decir todo, que
dos fuerzas distintas. Lo esencial es no ceder a la idea de impide la selección o la argumentación según un juicio pre-
que sólo sería una defensa. Desde el momento en que la pul­ detennirradofél flujo de la asociación libre y de la atención
sión de muerte puede adquirir una independencia suficien- flotante o, también, en suspenso! Hay en esto una suerte de
te y sustraerse a la acción de las pulsiones de vida, merece intento de encontrar una modalidad originaria de investi-
ser considerada un concepto distinto.
Antes de seguir avanzando debemos preguntamos en 9 Nouuelles conférences d’introduction a la psychanalyse, op. cit., pág.
qué argumentos descansa la idea de que el psiquismo, y 130.

64 65
^'e'cordeinas asimismo el régimen de flujo libre de |$
energía en los procesos primarias, el lugar central otorgado gidas al objeto que se vuelve demanda de significar la de-
a la moción pulsional en la segunda tópica. Finalmente, la manda-Nade-puedeconstruirse sin tomar en consideración
última teoría de las pulsiones facilitará la posibilidad de esta amalgama de la fuerza y del sentido por medio de la re­
una versión menos mitológica de las entidades postuladas presentan cia.
al darles les atributos de la energía ligada y libre, reencon.
trando así viejas intuiciones.
I En síntesis, si la dinamicidad es el argumento central
I —por no nombrar las correlaciones entre los puntos de vista ¿Una metabiología?
dinárnim, tópico, económico—, es el movimiento lo que hay
C\ que privilegiar entre todas las propiedades del psiquismo. Y
Sin duda, es necesario comprender que tenemos que dis­
tinguir entre el interés heurístico de un concepto y su inter­
sin fuerza casi no hay movimiento posible.
pretación literal.
F.^tp es el núcleo indestructible de la teoría freudiana. Si Así, del mismo modo en que Freud inventó una metapsi-
origina problemas, no es sólo porque se le opone el sentido: cología, es decir, una psicología sobre lo ove está más allá de
también es porque este se expresa bajo disfraces muy va­ la conciencia, su teoría necesita también de una metabiolo­
riados. Imaginar una fuerza totalmente ciega, absoluta­ gía, pues la biología no es sólo lo que los biólogos dicen que
mente desprovista de sentido, sería inconcebible. Esta fuer­ es. La ciencia biológica es la suma de los descubrimientos de
za necesita una mínima intención- Freud creyó encontrarla sus representantes. Los problemas que plantea el examen
en érprfñcímó’dé’placer, pero tuvo que abandonar la idea del psiquismo, y cuya solución no puede satisfacerse con
de eme tal principio pudiera responder a todas las situacio­ concepciones que prescinden de toda base biológica, pueden
nes" Más tarde haría preceder la soberanía del principio no ser abarcados por el conjunto de conocimientos de la bio­
de placer jzrr la ligazón como forma inauguraljiel sentido. logía, por razones metodológicas. La metabiología es la teo­
i erp 11rl corolario: lo que permite liberarse delado- rización que,explica esto como complemento de la metapsi-
minacián exclusiva de la fuerza.es la representación^que ad­ cología, a la espera de que el progre o lo aporte la ciencia qfi-
quiere el poder de situarse como objeto sustitutivo del objeto cial. si puede. Es posible hallar un paralelo con aquella afir-
de la pulsión- Gracias a la representaHomteiuerza'Sé'aés- macióiTde los epistemólogos según la cual las teorías de la
pjáza^se la aprovecha para mantener juntos los elementos realidad no deben ser confundidas con la realidad Lo esen­
de la representación y para fijar a esta —relativamente— cial es que esta metabiología no caiga en la ideología.
con el fin de permitir su transformací ón. Además, el sentido Ironía de la historia: se pensaba que ya se había termi­
debe ser admisible. Plantearé 1a hipótesis de que la repre­ nado con el obsoleto concepto de pulsión, que su desapari­
sentación, para establecerse, necesita una participación dd ción programada finalmente había sobrevenido, y de pronto
irrumpe en el campo social la insospechada ola de la pedofi-
cj] e o, al tiempo que la figuración de este se amalgama con
lia, que nos obliga a volver atrás y relacionar un comporta­
un modo de representación resultante de las exigenciasjel
miento psíquico bien específico (por otra parte, sin que la
cuerpo. De esta conjunción nace verdaderamente el incons­
contribución del psicoanálisis lo hiciera objeto de) menor re­
ciente. Y los avatares de este encuentro son los que esclare­
conocimiento) con su supresión por castración química. ¿No
cen sus fallos. En mi opinión, es así como se puede articular es la pulsión la que resucita? La discreción de los medios
la segunda tópica con la primera, sin renunciar a sus apor­
psicoanalíticos ante la importancia del fenómeno es más
taciones. En consecuencia, la fuerza y el sentido están jne- que llamativa. ¿Estarán afectados por una especie de retor­
diatizados por la representación: representación comojle-
no de lo reprimido?
legación de las exigencias del cuerpo en busca de satisfac- Debemos admitir que precisamos de una metabiología
ción, es decir, de objeto; representación de. satisfacción QUe en función de cierto número de exigencias lógicasconcer-
hace figurar el objeto; representación de las demandas din-
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soma. B n • j j0j6S en^* e nuestro psiquismo-y-tiuestro
-c, . ecesidad de cubrirnos contra especulaciones ps¡. con ellos se introduce la cultura. Empero, no por dar lugar a
co.ogicas también podría satisfacerse aquí. La función de la la dimensión cultural hay que desechar loTíológico, deTa
metabiología sería, pues, sacar a la luz lo impensable de la misma manera en que uno no se vuelve sordo a lo cultural
psicología, cosa que la metapsicología freudianaTiabía co- por tomar en cuenta el papél~3e lo biológico. Nuevamente,
menzado a.hacer. La segunda contribución que nos obliga a tenemos que recusar viejas ideas recibidas. La crítica de la .
reinterrogar el concepto de pulsión es la de la psicosomáti- dimensión biológica se justifica a menudo por la ideología _ ■ J.
ca. Aquí, la mutación de la actividad pulsional provocada que se adivina detrás de ella, en defensa de un fijismo quel<<; f 6'
defiende la inalterabilidad de una naturaleza humana o, £
por el proceso de somatización da oportunidad para repen­
más precisamente, de una concepción del hombre visto a^’t>’
sar las relaciones psique-soma, admitiendo que muchos
través de las ciencias naturales. No obstante, cuando se tra­
puntos permanecen todavía oscuros. Finalmente, los datos
ta del psiquismo humano, el papel de la epigénesis ya no es
apremiantes sobre la delincuencia y la criminalidad concu­
cuestionado por nadie. Más aún: al subrayar la conjunción,
rren al mismo objetivo. desde el principio, entre lo natural y lo cultural, no sólo se
Todos estos son puntos de partida para refutar las teori­ defiende la idea de su imbricación, sino que al mismo tiem­
zaciones esquematizantes de las neurociencias y proponer po se resalta la extensión y Ja profundización del campo del
una concepción que haga justicia a la complejidad, respe- conflicto, dado que es el conflicto, sin duda, lo que el examen
l tando a la vez las exigencias que pesan sobre la descripción del psiquismo humano revela en todos los niveles, y el pro-
\! I de los fenómenos. pio del nivel sociáTestá lejos de ser menos importante.que el
def nivelbiólógico] Hay que agregar que los efectos de la si­
nergia y del antagonismo entre causalidad natural y causa­
lidad cultural requieren estructuras intermediarias para
Lo cultural ser tratados adecuadamente. La creación del superyó (como
la del ellojj responde a esta exigencia. La hipótesis de esas 1
Hasta ahora sólo hemos centrado nuestra reflexión en la formaciones permite imaginar la manera en que se relacio- I
dependencia de lo psíquico respecto de nuestro cuerpo en nan unas con otras, el modo en que contraen alianzas o en- 1
cuanto este mismo depende de su organización biológica. tran en conflicto. La oscuridad de tales relaciones es la que I
El otro aspecto de la segunda tópica que no existía en la obliga a este tratamiento metafórico. El riesgo estriba, por
primera y que Freud creó en su totalidad es el superyó. Con supuesto, en tratar estas relaciones de una forma que res­
el superyó, es toda la creación del polo cultural la que inter­ ponda a lo que se desea encontrar, y no teniendo en cuenta
viene, gracias a los procesos .transgeneracionales. Se com­ su complejidad. En este punto, está claro que la posición so­
prende entonces que el aparato psíquico estáen la conver- ciológica intenta situarse, en su relación con la teoría psico-
gencia de lo biológico y lo cultural. No haremos más que uña analítica, del lado de la intersubjetividad, minimizando los
alusión mñyñestringida a ella, limitándonos a señalar su efectos de la vida pulsional. A la inversa, en el otro extremo
presencia en las teorizaciones que ponen en primer plano la —pienso en la psicosomática—, el papel de la intersubjetivi­
intersubjetividad. Hay una relativa autonomía de lo cultu­ dad está eclipsado por la insistencia en el punto de vista eco­
ral, así como hay una relativa autonomía de lo biológico. Los nómico, lo cual no deja lugar suficiente para otros procesos
intentos de los sociobiólogos de referir lo cultural a mecanis­ psíquicos, como la identificación.
El interés del modelo fundado en la segunda tópica re­
mos genéticos fueron refutados por los antropólogos. Nues­
side en que ilustra la profunda heterogeneidad del psiquis­
tra .originalidad en_cuantq_psicoanalistas radica en Hacer
mo. Ya no hay referente común, como lo era la conciencia en
emerger lo psíquico de ese.doble determinismo. Esto requie­
la primera tópica, puesto que las instancias están marcadas
re la postulación de que el superyó comienza a intervenir
por oposiciones más radicales. El ello y el superyó son pola-
desde el primer amamantamiento o el primer biberón, pues

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68 (a D^OJ’CD <'
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27, T* 3r,<:; c^nplejizacíón del psíquismo. Ademán
• Sin embargo, considero que la tesis de la existencia del
aun mas afirmadoque en la primera tópica el principé
objeto desde el principio de la vida, sin .ser totalmente falsa,
de una diferenciación fundada en una jerarquía implícita
no puede implicar la conciencia de un objeto independiente
ya que toda la estructuradel aparato psíquico descansa er, del sujeto y percibido como tal. Esta independencia será ad­
la hipótesis del fundamento sobre el que se ha edificado: |a quirida con el desarrollo (reencuentro del objeto perdido,
actividad pulsíonal. Para esclarecer aún más esta hipótesis Freud).
habría que subrayar que las pulsiones de vida (o de amor; • El estatus del objeto será determinado por la pulsión.
son ellas mismas el resultácIÓUe un progreso respecto de 1& El objeto es el revelador de la pulsión, lo cual implica que la
pulsiones de muerte. No obstante, para Freud, conquista o activación pulsionalja la que llama al objeto a la existencia,
así como la adquisición de la conciencia del objeto ocurre co­
jerarquía no significan nunca que lo que se ha conquistadoo
mo consecuencia de sus inadaptaciones forzosas a las de­
superado esté vencido. En cualquier momento, el orden ob­
mandas pulsionales.
tenido puede invertirse, y las potencias de abajo pueden re­ • El objeto primario viene a cumplir dos funciones. La
cuperar su fuerza perdida. primera es la de «cubrir»Jas_necesidades del infgns. Esta
La idea fundamental es que la pulsión pasa a ser la ma­ función indispensable permite, sobre todo, establecer una
triz del sujeto. Cuando pienso en el recordado aforismo de existencia subjetiva naciente (objeto subjetivo de Winni-
Freud: «Wo es war, solllch werden», «Allí donde_eso_estaba, cott), fuente primera de. creatividad y transformación ela-

irjnY ió
yo debo advenir», según una inspirada traducción de La- borativa dejas_excitaciones pulsionales (función a de Bion).
can * me siento tentado de enunciarlo a la inversa: «Si yo La segunda función se establece de manera explícita y posi­
advine, ¿dónde estaba eso?» [«Si je suis advenu, oü done tiva en forma de objeto de la pulsión, con todas las posibili­

Cj
était-ce?»]. Esta posición articulada de Freud se fue desgas­ dades de desarrollo imaginario (el fantasma), constitutivo
tando progresivamente. Dicho de otro modo, la muertedgl del yo placer purificado.
padre desapareció bajo la renegación de lo pulsíonal. • El objeto entra, pues, en relación con la actividad pul-
sional, que él transforma por la respuesta que le da y que
conlleva, a cambio, una transformación del estatus inicial
de aquel. Llega al estatus de objeto del deseo y de la deman­
da (Lacan), para alcanzar finalmente la condición de objeto
Retomo al objeto
objetivamente percibido (Winnicott) o incognoscible en
cuanto absoluto (Bion).
Antes de cerrar esta reflexión quiero reexaminar tam­
bién el concepto de objeto. Lo hice extensamente en el pa­ • El resultado de esta evolución no suprime las etapas
sado y no volveré a examinarlo en detalle.10 Nos conforma­ precedentes y lleva al sujeto a vivir en la paradoja de la esci­
sión entre objeto subjetivo y objeto objetivamente percibido
remos con recordar algunas verdades elementales:
(Winnicott).
• El concepto de pulsión no es pensable sin el objeto. La
• La integración en el campo de lo intrapsíquico de las re-
prueba reside en que el objeto es parte del montaje pulsio- I laciones corrientes en los intercambios intersubjetivos da
nal. Además, el objeto así concebido supone siempre un ob­ I lugar a la creación de una función intrasubjetiva que se des-
jeto externo a ese montaje e independiente de él, aseguran­ I pliega en diversos niveles. Esta descripción responde a la
do funciones de supervivencia, al principio. ' concepción de los procesos de subjetivación que demuestran
• Ninguna vida psíquica, y a fortiori ningunajqda, es po­
la_aprppiacÍQn por el sujeto~~de uná~función que interviene
sible para un ser humano si un objeto no aSende a láFinsu­
en la creatividad, entendida en el sentido más amplio. La
ficiencias que Jó mai^^ébldo^laTremáHí^rióm acepción dé esta se extiende mucho mas alia délos procesos
*0Ane “ng‘"aI- ’ff dois advenir.. {N. de la T.) de creación propiamente dichos, de los cuales el arte es el te-
reen, Propídcutique, op. cit„ caps. VI, VII, VIII, IX.
71
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rreno dilecto. a7 ------ ---------- -
propia dd ¿íjau^n u¿ '* I/0%te tai ' b
*
^jstaLJÉto n« „'T-“PCMntsjjufc l-
j^rj.-,,, r a postular una Juru.Vm objeta
roníe «yo fm c menú: íntrapriqtnca ni exdurivamente ínter? .bv-ti-z? >7,0
que nace déla artículadón de >. u>. referi-me». y rzoe>.í-te recu-
50 P^^Jlares, en oójeZoz ct/nveri: dos en propj^ rrir a instancia». mediedcrarpar^prcptrci-x^rr uña imagen
oaaes del sujeto y que sustituyen a sus objetos natural^ máe^ariacéTpriqtmñzTfSñembargó te?
Tal es la interpretación que damos ¿el eras freudiano, Dxj^ teórica» contemporánea» amerán pmporterrze, una imagen
fondón encuentra su contrapartida en una función cnrr.-fr.cente de loque sucede er. la cura y, a la vez' teñéren
talúarde. La actividad de esta última se aproxima a lo? p»». cuenta formas de a.ctr.úda.d psíquica que no pueden
de d.esHgazón, cuya existencia puede presumirse p> en ella pero que no es posible dejar de con.rn.erar -i ae admi­
te que la teoría peicoanalítíca apunta a un más aZá de la cu­
loe ‘¿ízXíj?. de las pulsiones de agresión, destrucción y mué?, ra, por más que esta siga riendo su referencia capitaL
te, que hacKi intervenir intrincaciones y desmtríncaaor^
Arm.qu.e sea per un in.=tante, dejemos atrás las devíricnes
prteesuaies. teóricas antes de concluir. Pensemos en nuestra amrridad
• En cñertos sistemas teóricíe, la referencia al objeto e? de analistas, en los anahzanies que »e entregan al diScíl
reemp1 arada rz.r la relación con eljririLEl ctro.es aquí é trabajo del análisis. Cuando n.os encontramos en
* la relamer. :r.terñrimar.a e Lnauguraja rela­
d el psicoanálisis como experiencia, ¿de qué somos
ción c£n el otro e^v^-sczmdernaTfel Gran Otro, Lacas,, partícipantes? ?íi más nijnen.os que de la vida: de sus vicíri-
E‘ta Ez>éíción encuentra un eco en Preud en el concepto de • tudes, dificultadesy riquezas. Y esta es la razón principal
identificación, en sus distintas variedades ^identificación; que_me incita a jxtaífnpár defendién.dá~el concepto de pul-
primaria, secundaría, con el ideal del yo). El peligro reside sión. Porque sólo él habla de lo que nos empuja a vivir, sólo
I aquí en la tentación de eliminar toda referencia a la pulsión, r él nos adhiere a la vida, nos Dama a explorar su diversidad
cuando se puede sostener con justicia que ella es también ü . y pcnE'erTmo-.imiento nuestra capacidad de investir otros
motor de este proceso. i campos, extendiendo nuestros horizontes para descubrir
Estas mínimas observaciones resultan útiles a los efec- ~ aquello. porJojrual_eE atraído nuestro deseo. Pero no ignoro
toe de establecer una teoría que intenta superar otras ezclu- que la vida no tiene nada de una aventura soh’taria y que,
yentes y esterilizantes, y postula la necesidad de pensar bi desde el primer día, nuestra textura psíquica se teje con
nuestros lazos con los otros, a los cjue llamamos «nuestros
pareja pulzúto-objeio en sus polaridades heterogéneas, pa­
objetos^, aqueUos sin los cuales no hubiésemos sobrevivido,
reja separada por una diferencia de potencial y creadora de
sin los cuales hubiéramos estado solos e incompletos sobre
diferenciaciones ínstancíales. El fundamento de la pulsión
la tierra; aquellos a quienes, en fin de cuentas, hemos deja­
—pero no el conjunto de su actividad— participa, por su an­ do algo para que perpetúen a su manera, después de noso­
claje somático, de la causalidad biológica, a la que enriquece tros, esa fuente creadora a la que debemos todo.
con determinaciones que ya no se pueden considerar exclu­
sivamente orgánicas. Las formas primitivas del objeto in­
cluyen necesariamente determinaciones culturales que im­
pregnan el modo de satisfacción de las necesidades más na­
turales.
La causalidad psíquica no puede conformarse con una
j teona de Jas pulsiones encerrada en un solipsismo inacepta-
’ ble, como tampoco encuentra una solución satisfactoria en
i una teona de las relaciones de objeto que pretenda prescin­
dir de la fuente dinámica pulsional como motor de la inves­
tidura y del desarrollo. Dicha causalidad no es exclusiva-

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