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Gargarella - Democracia Deliberativa, Justicia Dialo - Gica y Derechos Sociales
Gargarella - Democracia Deliberativa, Justicia Dialo - Gica y Derechos Sociales
y derechos sociales
Roberto Gargarella *
Abstract
This work refers to the justification of judicial review, particularly in the face
of two main objections: the first one, related to the notion of separation of powers
(«judicial activism implies an unacceptable challenge to the political branches and,
accordingly, an unacceptable challenge to the principle of separation of powers»),
and the second one, related to the concept of democracy («judicial review works
against democracy, because in a democracy substantive decisions are to be made by
the political branches and not by judges»). In particular, it focuses on the strength
of those objections in cases involving judicial activism in the enforcement of social
rights. Although generally critical of the institution of judicial review, the paper first
maintains that those important objections are obviously dependent on the particu-
lar notions of «separation of powers» and «democracy» used by the objector. Then,
the article proceeds to demonstrate that not all conceptions of «separation of pow-
ers» and «democracy» deny a place to judicial review. In addition, it maintains that
certain appropriate notions of the two are not only compatible with judicial review
but may also require judicial intervention of a certain type.
The article engages, in particular, with a deliberative notion of democracy, which
is assumed to be an attractive and fruitful approach to democracy. In that respect, it
explores the place that judges might play in a deliberative democracy, and the way
they might honour their deliberative commitments. The idea is that in a deliberative
democracy, judges could and should help political authorities to think about the proper
interpretation of the Constitution in many different ways, including, for example, the
following: providing them with arguments that they have not yet considered; moving
them to respond or decide in cases where they have an obligation to act but have not
acted; signalling to them the existence of grave violations of rights; offering them alter-
natives that are compatible with the mandates established by the Constitution, etc.
The article concludes with different contemporary, real-life examples that dem-
onstrate how a «dialogic justice» might act: it shows how judges have actually used
procedural tools and methodologies like the ones suggested in the article, which are
respectful of attractive understandings of the notions of separation of powers and
democracy.
1. Introducción
Las objeciones que han recibido los tribunales, al lidiar con derechos sociales,
han sido múltiples. Se ha dicho, por caso, que los tribunales no pueden tratar del
mismo modo a los derechos «negativos» (que requerirían la abstención de actuar
del poder público) que a los derechos «positivos» (que exigirían comportamien-
tos activos que los tribunales no tendrían la legitimidad para imponer); que los
jueces no pueden interferir con decisiones presupuestarias (que en una demo-
cracia son competencia de los ciudadanos y sus representantes en el Congreso);
que los tribunales no están técnicamente capacitados para tratar con este tipo de
cuestiones difíciles, por carecer de equipos técnicos adecuados; o que no corres-
ponde que problemas que requieren una «mirada global» sean resueltos por una
institución que actúa «caso por caso». Lo más importante de estas objeciones se
resume en dos críticas como las ya citadas, que aquí denomino las objeciones de
la separación de poderes y la basada en la democracia, y quisiera ocuparme de
ellas por separado, reconociendo el estrecho vínculo que existe entre ambas.
a) La objeción de la separación de poderes. Conforme con esta objeción, el
poder judicial no debe involucrarse en cuestiones relacionadas con la aplicación
de los derechos sociales, porque ello implicaría dejar que la justicia tomase el
lugar de los legisladores, que son los constitucionalmente encargados de resolver
cuestiones que tienen que ver con el presupuesto 1. Si el poder judicial comenza-
ra a ocuparse de este tipo de cuestiones —continúa la objeción— sus integrantes
pasarían a legislar en el área más crucial de las que se encargan al Congreso, y la
justicia se distraería así de la realización de tareas que sí le competen. Lo que es
más importante, de este modo se quebraría el principio de división de poderes,
con lo cual los riesgos de abusos de poder —que el sistema de separación quería
evitar— se incrementarían.
b) La objeción democrática. La objeción democrática, que se encuentra di-
rectamente vinculada con la anterior, refiere a la falta de legitimidad de la justicia
para resolver cuestiones relacionadas con el presupuesto o, más específicamente,
con el diseño de políticas públicas específicas. La idea de falta de legitimidad se
refiere al hecho según el cual cuestiones como las referidas deben ser organizadas
y definidas por la ciudadanía, directamente o a través de sus representantes, y
no por personas que carecen de esas credenciales democráticas. Es verdad que
el poder judicial deriva su autoridad del poder democrático, pero también lo es
que su legitimidad, en dicho terreno, resulta débil en relación con las alternati-
vas políticas disponibles, ya que sus miembros no son directamente elegidos, ni
pueden ser removidos, a partir de una votación popular. Este rasgo, relacionado
con la separación existente entre jueces y ciudadanos, puede ser valioso por una
1
Esta crítica descansa sobre premisas polémicas, como la que señala que los derechos sociales
involucran gastos cuantiosos que los tornan diferentes de los demás derechos. Por ahora, concederé
este presupuesto al que, en verdad, considero difícil de sostener.
diversidad de razones, pero al mismo tiempo justifica que se asignen ciertas ta-
reas, prioritariamente, al legislador, y no al juez, y viceversa.
Aunque ambas objeciones son muy importantes, entiendo que, al mismo
tiempo, son frágiles y vulnerables frente a réplicas obvias, por lo cual no llegan
a afectar verdaderamente la idea de que los jueces tienen mucho por hacer en
torno a la efectivización de los derechos sociales. Creo, en particular, que ambas
objeciones son susceptibles de una misma y sencilla réplica, que prueba ser letal
frente a ellas. Si la réplica en la que pienso tuviera éxito, por lo demás, quedaría-
mos enfrentados a una situación curiosa, dada la constante insistencia con que
se presentan dichas objeciones, que ya llevan décadas de vida. La réplica en la
que pienso parte, muy simplemente, de una pregunta como la siguiente: ¿cuál es
la concepción que Ud. —crítico de la judiciabilidad de los derechos sociales—
tiene en mente, cuando se refiere a las ideas de «separación de los poderes» o de
«democracia»?
Según entiendo, apenas nos adentramos en alguna respuesta frente a este
tipo de interrogantes, advertimos que las objeciones del caso son mucho menos
atractivas de lo que en un primer momento parecen. Vayamos entonces por
partes.
2
R. Gargarella, Los fundamentos legales de la desigualdad, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008; hay
versión en inglés, The Legal Foundations of Inequality, Cambridge (MA), Cambridge University Press,
2010.
3
Un buen análisis sobre el pensamiento de Montesquieu en la materia, aplicado a una discusión
similar a la que se desarrolla en este escrito, en M. Barberis, Separazione dei poteri e teoria giusrealista
dell’interpretazione, in «Analisi e diritto», 1994.
y desde entonces es difícil que se piense en ella, tanto cuando se pretende descri-
bir los sistemas constitucionales vigentes en América (no es el caso en Europa),
como cuando se teoriza sobre ellos. De allí que resulte llamativo que sea ésta
la noción de «separación» que reaparezca cuando se trata de la cuestión de los
derechos sociales. Sin embargo, el hecho es que es ésta la visión que se utiliza en
la objeción bajo estudio, que sostiene que los jueces no deben «interferir» con
la actuación de los legisladores, ni «invadir» al Congreso, ni ocuparse de tareas
que están centralmente a cargo de las ramas políticas. Más aún, me animaría a
señalar que la enorme mayoría de quienes apoyan esta visión (derrotada) de la
«separación», para objetar la intervención de los jueces en materia de derechos
sociales, no tiene dudas en suscribir la visión «dominante» (en América) cuando
reflexiona sobre el sistema constitucional, los modos en que funciona, o las for-
mas en que debería funcionar.
Como resulta obvio, la concepción «dominante» sobre la separación de po-
deres no es otra que la que popularizara James Madison, en su propuesta de un
sistema de «frenos y contrapesos». Así, en los papeles de El Federalista, n. 47,
Madison comenzó su encendida defensa del sistema que había contribuido a
crear, acusado por entonces de «mezclar (los poderes de las distintas ramas) de
modo tal de, al mismo tiempo, destruir toda la simetría y belleza de formas (del
sistema institucional), y exponer a algunas de las principales partes del edificio
institucional al peligro de ser destruidas por el peso desproporcionado que se le
otorga a las otras partes» 4. La respuesta de Madison ante las críticas recibidas
fue que «a menos que los diversos departamentos se encuentren conectados y
parcialmente mezclados como para darle a cada uno un control constitucional
frente a los demás, el grado de separación exigido [...], necesario para un gobier-
no libre, no puede ser mantenido» 5.
Es decir, en el núcleo de la idea de los «frenos y contrapesos» —en su misma
esencia, expuesta por su principal defensor— se encontraba instalada la idea
según la cual cada una de las ramas de gobierno debía tener el poder suficiente
para interactuar con y contrarrestar el posible embate de las demás. La idea de
«frenos y contrapesos» significa, desde un principio, fundamentalmente eso: la
capacidad de mutua interferencia de un poder sobre otro, la idea de que cada
poder cuenta con las armas suficientes y necesarias para resistir los seguros em-
bates de los demás.
Cabe notar, por lo demás, que Madison construyó esta noción de los «frenos
y contrapesos» en diálogo con, y en crítica directa hacia, la noción «antifedera-
lista» de la «separación estricta». Para él, defender el modelo de los «frenos y
contrapesos» era una manera de dejar en claro que estaba en contra de la alterna-
tiva de la «separación estricta». De allí que resulte tan llamativo que una mayoría
de los defensores del esquema madisoniano aparezcan luego críticos del papel
4
«The several departments of power are distributed and blended in such a manner as at once to
destroy all symmetry and beauty of form, and to expose some of the essential parts of the edifice to the
danger of being crushed by the disproportionate weight of other parts».
5
«[I} show that unless these departments be so far connected and blended as to give to each a
constitutional control over the others, the degree of separation which the maxim requires, as essential
to a free government, can never in practice be duly maintained».
6
R. Dworkin, Freedom’s Law, Cambridge (MA), Harvard University Press, 1996, p. 17.
7
Conforme al texto constitucional de 1791 se estableció que, en aquellos casos en que «después
de dos casaciones el fallo del tercer tribunal fuera atacado por los mismos medios que los dos prime-
ros, la cuestión no podrá ser planteada nuevamente al tribunal de casación sin haber sido sometida al
cuerpo legislativo, que emitirá un decreto declaratorio de la ley, al que el tribunal de casación tendrá
necesariamente que ajustarse».
8
Por lo demás, alguien podría señalar, razonablemente, que una postura especialmente preocu-
pada por la intervención política activa de la ciudadanía debería asegurar, por ello mismo, procesos
de control destinados a asegurar la preservación de las condiciones de ciudadanía (condiciones que
incluyen, muy especialmente, el respeto de los derechos sociales).
9
Vid., por ejemplo, J. Waldron, Refining the question about judges’ moral capacity, en «Interna-
tional Journal of Constitutional Law», 7, 2009, pp. 69-82 o M. Tushnet, Weak Courts, Strong Rights,
Princeton, Princeton University Press, 2008.
10
L. Kramer, The People Themselves. Popular Constitutionalism and Judicial Review, Oxford, Ox-
ford University Press, 2005.
tra incorporada en dicho documento. Y, dado que la Constitución (en los Esta-
dos Unidos) no afirma derechos sociales, luego, los jueces no pueden aplicar la
misma asumiendo que los derechos sociales tienen un rango constitucional, para
desafiar, desde allí, a los legisladores que no avanzan lo suficiente en la materia.
En razones similares se apoya la crítica del juez Robert Bork, frente a aquellos
que —nos dice— quieren separar a la Constitución de su texto, historia y estruc-
tura, para vincular la misma con compromisos sociales fundamentales. En una
sintonía parecida, encontramos la postura del juez y académico Richard Posner,
cuando sostiene que la «Constitución es una carta de libertades negativas, que
le pide al Estado que deje a la gente en paz, y que no le exige al gobierno o al
Estado la provisión de servicios de ningún tipo, ni siquiera la ley y el orden». En
el mismo sentido, aparece la formulación del actual juez de la Corte, Antonin
Scalia, para quien resulta «imposible» asociar las «tradiciones constitucionales»
de su país con ningún precepto distributivo, «ni siquiera con uno tan básico
como el de proveer alimento para el indigente» 11.
Esta visión de la democracia, que descree y desconfía de la participación po-
lítica, resulta muy difícil de defender en la actualidad, y no aparece como una
buena base argumental desde la cual bloquear la justiciabilidad de los derechos
sociales. Por supuesto, y ante todo, el argumento así formulado resulta funda-
mentalmente inatractivo en el contexto latinoamericano, en donde la mayoría de
Constituciones incorporan, en su texto, una larga lista de derechos sociales. Es
decir, en dicha región —como crecientemente en todo el mundo— la Constitu-
ción no consagra meros «derechos negativos», sino que explícitamente se com-
promete con (lo que resultarían entonces, conforme a la descripción habitual)
«derechos positivos» 12. En tales contextos, es absolutamente razonable alegar
que la ciudadanía, democráticamente, le ha exigido al poder público que asegure
el respeto de derechos sociales básicos.
Por lo demás, presentaciones como las citadas suelen venir de la mano de
teorías interpretativas que otorgan un peso mayúsculo —en la interpretación
constitucional— a la voluntad original de sus creadores. Estas visiones, sin em-
bargo, resultan muy difíciles de defender 13. Teorías interpretativas diferentes
podrían decirnos, por ejemplo, que la Constitución debe verse como un texto
«abierto» al presente, e independizado de la voluntad inicial de quienes la han
11
P. Edelman, The Next Century of Our Constitution: Rethinking our Duty to the Poor, in «Hast-
ings Law Journal», 39, 1988, p. 23.
12
A pesar de ello, y como anticipaba, las decisiones judiciales resistiendo la consideración de
los derechos sociales como derechos operativos siguen siendo las dominantes. Tales decisiones suelen
alegar, como en Ramos, Marta v. Provincia de Buenos Aires (12/3/2002; JA 2002-IV-466), que la Cons-
titución «no requiere que los jueces (en lugar de los legisladores) sean los que garantizan el bienestar
general». Argentina’s Supreme Court maintained in the case Ramos, Marta v. Provincia de Buenos Aires
(12/3/2002; JA 2002-IV-466) where the Court claimed that the Constitution «did not require the judi-
ciary [but the political branches] to guarantee the general welfare».
13
En los casos que nos interesan, dicha voluntad, aparentemente, habría sido contraria al inter-
vencionismo estatal en la economía. Esto es lo que se alegó, por caso, durante la llamada Era Lochner,
en los Estados Unidos, o lo que se sostuvo desde la Corte, en la Argentina, en momentos en que la mis-
ma estuvo presidida por el Juez Antonio Bermejo. En la actualidad, sin embargo, y luego de abiertos
procesos de reforma constitucional, resultaría difícil encontrar algún apoyo mayoritario y significativo,
dentro de la voluntad de los modernos constituyentes, en contra de toda idea de intervención estatal
en la economía.
14
J. Ely, Democracy and Distrust, Cambridge (MA), Harvard University Press, 1980.
15
Vid., por ejemplo, trabajos como los de William Forbath, Robin West, Frank Michelman, Jack
Balkin o Reva Siegel en J. Balkin, R. Siegel, The Constitution in 2020, Oxford, Oxford University Press,
2009.
16
J. Bohman, Public Deliberation: Pluralism, Complexity, and Democracy, Cambridge (MA), MIT
Press, 1996; J. Bohman y W. Rehg (eds.), Deliberative Democracy, Cambridge (MA), MIT Press, 1997;
J. Cohen, The Economic Basis of a Deliberative Democracy, in «Social Philosophy and Policy», 6, 2,
1989, pp. 25-50; J. Elster (ed.), Deliberative Democracy, Cambridge (MA), Cambridge University Press,
1998, J. Habermas, Between Facts and Norms (1992), Cambridge (MA), MIT Press, 1996, C. S. Nino,
The Ethics of Human Rights, Oxford, Oxford University Press, 1991; Id., The Constitution of Delibera-
tive Democracy, New Haven, Yale University Press, 1996.
17
De todos modos, y tal como sugieren algunos autores, hay lugar para interpretar al modelo de
«frenos y contrapesos» hoy dominante, en asociación con una idea dialógica de la democracia. Vid.,
por caso, S. Holmes, Precommitment and the Paradox of Democracy, en J. Elster y A. Hylland (eds.),
Foundations of Social Choice Theory, Cambridge (MA), Cambridge University Press, 1995.
señalándole a las demás los déficits que sus decisiones conllevan. De todos mo-
dos, dicho papel especial de la justicia debe acomodarse al hecho de que sus dé-
biles credenciales democráticas —más débiles que las de los restantes poderes—
le exigen abstenerse de reemplazar al legislador, y requieren que impidamos que
los jueces se queden con la «última palabra», a nivel institucional.
3.3. Democracia
18
B. Ackerman, We the People. Foundations, Cambridge, Harvard University Press, 1991. Puede
ser cierto que el pueblo se «ponga de pie» para dejar en claro ciertos compromisos básicos sólo muy
de vez en vez, pero también lo es que ninguna comunidad se expresa de esa manera especial (en «mo-
mentos constitucionales», conforme al lenguaje de Bruce Ackerman) una sola vez en la historia. Por
tanto, y siguiendo con aquella lógica, uno debe saber balancear las expresiones populares «especiales»
de entonces, junto con las de hoy, ya sea que ellas se traduzcan luego en reformas constitucionales
formales, o no.
4.1. Proceso
19
Dicha postura proponía quitar del control judicial un amplio margen de temas —incluyendo
cuestiones procedimentales— de contenido político. Vid., por ejemplo, Luther v. Borden, 48 US 1
(1849); US 1 (1849); Baker v. Carr, 369 US 186 (1962); Goldwater v. Carter, 444 US 996 (1979); o Nixon
v. United States, 506 US 224 (1993).
declaración del estado de sitio. La postura que aquí se defiende exige de los jue-
ces autorestricción o deferencia, frente al legislativo, en lo que hace a aquellos as-
pectos «sustantivos» de la legislación, pero a la vez les demanda una intervención
activa —un control estricto— sobre temas procedimentales. Esta postura es, en
su esencia, idéntica a la que defendiera en su momento el jurista John Ely 20. Para
Ely, la tarea de los tribunales en el control de las leyes les exigía concentrarse en
la protección de minorías reducidas en número y aisladas (discrete and insular),
y la obligación de «mantener abiertos los canales del cambio político». De todos
modos, y frente a dicha concepción, la que aquí se defiende impone un matiz
relevante: aquí se suscribe una propuesta como la que él expresara, pero desde
el compromiso con una visión deliberativa de la democracia. Este nuevo fun-
damento para la misma postura implica una variación menor pero significativa
sobre el modelo ofrecido por Ely. El control judicial sobre los procedimientos
debe traducirse, por tanto, y en este caso, como control judicial sobre los proce-
dimientos de la deliberación democrática. Así, y por caso, este enfoque requiere
que los jueces examinen con el escrutinio más estricto todas aquellas normas
que no hayan surgido de un debate público robusto. Decir esto no es lo mismo
que decir que cualquier norma «discutida de modo insuficiente» (un parámetro
obviamente demasiado vago) deba resultar constitucionalmente impugnada. Lo
que se quiere decir es que los jueces deben estar preparados para desafiar aque-
llas normas que aparezcan como el mero producto de presiones de grupos de
interés, o que hayan sido aprobadas de modos no transparentes, privando a la
ciudadanía del conocimiento de las razones en las que ellas están fundadas. De
tal modo, el hecho de que una decisión haya sido aprobada en el Congreso a par-
tir de una votación mayoritaria, nos otorga una razón necesaria pero no suficien-
te para considerar a la misma como una decisión legalmente válida. En definitiva,
la ausencia de razones públicas en la justificación de la ley, o la resistencia de las
bancadas mayoritarias a toda discusión genuina con la oposición, deben instar a
un escrutinio judicial más estricto sobre la norma en cuestión.
20
Ely, Democracy and Distrust, cit.
4.2. Remedios
21
A. Chayes, The Role of the Judge in Public Law Litigation, en «Harvard Law Review» 89, 7,
1976; O. Fiss, The Law as It Could Be, New York, New York University Press, 2003.
Actuando del modo sugerido, la justicia puede evitar las tradicionales y jus-
tas críticas que ha recibido por interferir indebidamente con la voluntad de
los ciudadanos y sus representantes. Cabe dejar en claro, sin embargo, y por lo
tanto, que la justificación que aquí se ofrece para ciertos modos de activismo ju-
dicial no representa una justificación plena sino condicional de dicha interven-
ción. La misma encuentra respaldo en la medida en que se respete como «última
palabra» la palabra de los ciudadanos y sus representantes en estas cuestiones
(cuestiones de moral pública); y gana peso en tanto y en cuanto transite carriles
flexibles y dialógicos como los aquí sugeridos. El problema que enfrentamos,
sin embargo (y ésta constituye una primera reserva importante frente al esque-
ma teórico que aquí se sostiene), es que no contamos con herramientas institu-
cionales para inducir o incentivar ciertas conductas judiciales, o desalentar o
clausurar otras vías posibles de su accionar. Y, como decía James Madison en El
Federalista n. 51, el sistema institucional no puede sostenerse a partir de las bue-
nas intenciones de nadie, sino recurriendo a «medios constitucionales» capaces
de combinarse con los «motivos» habituales de las personas 23. En otros térmi-
nos, nos enfrentamos con un problema si sólo somos capaces de definir ciertos
objetivos de la acción judicial como justificados o correctos, pero no contamos
con los medios constitucionales apropiados que nos ayuden a alcanzar tales
fines. Cuando ésta es la situación, quedamos dependientes del azar o la buena
voluntad ocasional de algunos jueces. De allí que, en la práctica, y tal como ve-
remos a continuación, resulte tan habitual que una Corte que se muestra capaz
de adoptar una decisión magistral y ejemplificadora en la materia aparezca, al
22
C. Fabre, Social rights under the Constitution. Government and the Decent Life, Oxford, Ox-
ford University Press, 2000, p. 148; S. Gloppen, Analyzing the Role of Courts in Social Transforma-
tion, en R. Gargarella et al. (eds.), Courts and Social Transformation in New Democracies, London,
Ashgate, 2006.
23
«(The) great security against a gradual concentration of the several powers in the same depart-
ment, consists in giving to those who administer each department the necessary constitutional means
and personal motives to resist encroachments of the others».
24
«República de Sudafrica v. Grootboom», Caso número CCT 11/00.
25
El caso involucró a Irene Grootboom y otros residentes que habían ocupado ilegalmente una
porción de tierra, en la Provincia de Western Cape. Dadas las condiciones de vida extremadamente
difíciles que padecían los ocupantes ilegales, y además, la inacción del Estado que había ayudado a
generar dicha situación de infortunio (muchos de los ocupantes ilegales habían aplicado a un programa
de vivienda pública durante largo tiempo, sin obtener respuesta alguna por parte del Estado), los ocu-
pantes comenzaron a desplazarse y a ocupar lotes de propiedad privada. El dueño de la tierra ocupada
llevó el caso a los tribunales, y en diciembre de 1998 la justicia ordenó un desalojo. Sin embargo, y
dada la resistencia de los ocupantes (quienes se mantuvieron en el sitio), estos fueron excluidos de la
tierra, por la fuerza, y sus pertenencias destruidas, en mayo de 1999. Finalmente, el caso llegó a la Corte
Constitucional en mayo de 2000 y los apelantes solicitaron que se tuvieran en cuenta dos provisiones de
la Constitución de Sudáfrica, las cuales se referían a la obligación del Estado de tomar medidas legisla-
tivas razonables para asegurar la realización progresiva del derecho a la vivienda adecuada (sección 26
de la Constitución), y el derecho de los niños a tener un lugar donde albergarse (sección 28).
El caso Doctors for life 27 involucra una demanda del grupo «Doctors for Life
International», destinada a impugnar la constitucionalidad de ciertas normas
26
Vale notar que este caso ayudó a Cass Suntein a cambiar su visión original sobre el judicial
enforcement de los derechos sociales. Para él, el caso demuestra la manera en que la Corte puede
honrar el cumplimiento de tales derechos sociales, sin socavar la autoridad democrática del legislativo
(C. Sunstein, The Second Bill of Rights, New York, Basic Books, 2004).
27
Doctors for Life International v. The Speaker of the National Assembly and Others, CCT 12/05,
17 de agosto de 2006.
28
Sachs agregó que «el diálogo y la deliberación van de la mano. Esto es parte de la tolerancia y la
civilidad que caracteriza al respecto de la diversidad que la Constitución demanda. El involucramiento
público de la ciudadanía (resulta especialmente relevante) en relación con los grupos que han sido
víctimas de procesos históricos de silenciamiento. Es constitutivo de su dignidad como ciudadanos
que no sólo tengan una oportunidad de hablar, sino de que puedan tener la certeza de que van a ser
escuchados. Esto es especialmente así para los que pueden sentirse políticamente desaventajados en
la actualidad, dada su carencia de educación superior, su falta de acceso a los recursos, su carencia de
conexiones políticas». Y concluyó: «Todos los interesados en la legislación deben sentir que han tenido
una oportunidad real de decir lo que piensan, de ser tomados en serio como ciudadanos, que sus opi-
niones importan y van a recibir debida consideración al momento en que puedan influir las decisiones
de un modo significativo». Vid. http://www.saflii.org/za/cases/ZACC/2006/11.html.
29
Esto es lo que ocurrió con la Traditional Health Practitioners Act y la Choice on Termination of
Pregnancy Amendment Act.
30
En una misma dirección, la opinión parcialmente disidente de los Jueces Petracchi y Argibay
en el importante caso Halabi, Ernesto c/ P.E.N. ley 25.873 dto. 1563/04 s/ amparo ley 16.986, decidido
el 24 de febrero de 2009 por la Corte Argentina, en donde los jueces tomaron como base para desafiar
la constitucionalidad de una ley (referida a la privacidad, internet y los medios de comunicación), «la
necesidad de que una norma de tales características sea motivada y fundada» (la ley en cuestión tenía
que ver con la interferencia estatal con las comunicaciones y el uso de internet por parte de la ciuda-
danía) y, sobre todo, «la ausencia de un debate legislativo suficiente en una materia tan sensible». De
modo todavía más notable, destaca la decisión de la Corte Constitucional de Colombia en relación con
la aprobación del llamado «estatuto antiterrorista», al que me refiero más abajo.
31
CORTE SUPREMA DE JUSTICIA DE LA NACIÓN M. 1569. XL. ORIGINARIO autos
Mendoza, Beatriz Silvia y otros c/ Estado Nacional y otros s/ daños y perjuicios (daños derivados de la
contaminación ambiental del Río Matanza - Riachuelo).
32
Así, el caso Verbitsky, Horacio s/ habeas corpus, CSJN del 3/5/2005; o varios casos de la Corte
de Colombia, como la Sentencia o la T-590, de 1998, sobre la protección de la vida de los defensores de
derechos humanos; la T-847 de 2000, sobre la situación carcelaria; o la T-025 de 2004, sobre la situación
de los desplazados.
rales como los que enfrentaba no podían concluir de un día para otro, ni podían
resolverse con la sola intervención de la rama judicial del gobierno 33.
Dentro de este conjunto de casos, que involucran a tribunales comprome-
tidos con procesos de decisión dialógicos, interesa resaltar también una nove-
dosa, inesperada decisión adoptada por la Corte Suprema de México, frente
a un controvertido caso sobre el aborto. En dicha ocasión, el máximo tribu-
nal decidió inaugurar un similar proceso de convocatoria a audiencias públicas.
El caso en cuestión se presentó en el contexto de una Corte desprestigiada, y
coyunturalmente afectada por una decisión que le había sumado aun mayores
dosis de hostilidad pública (un polémico caso sobre pederastia). Se trataba, por
lo demás, de la segunda oportunidad en que la Corte decidía sobre el tema, a
partir de leyes aprobadas por la legislatura de la Ciudad de México (la primera
había sido en el año 2000). En esta oportunidad, estaba en juego una ley que
despenalizaba el aborto producido hasta la semana 12 del embarazo, y fijaba
pautas sobre la atención que debía darse a los casos eventuales, en los centros
de salud. La Corte debió lidiar entonces con acciones de inconstitucionalidad
promovidas —en este caso— desde la Comisión Nacional de Derechos Huma-
nos y la Procuradoría General de la República. Enfrentada a tales demandas, la
Corte optó por recuperar un recurso que había utilizado ya en un caso anterior
sobre discriminación de militares portadores de HIV 34. Fue así que el tribunal
decidió convocar una serie de audiencias públicas, que incluyeron a individuos
e instituciones con posiciones disímiles sobre derechos sexuales y reproductivos,
y que incluyó a profesionales de la salud, juristas y especialistas en bioética, por
ejemplo 35. Las audiencias fueron seis, y se desarrollaron entre abril y junio del
año 2008. Finalmente, y luego de concluido el proceso, el tribunal emitió un fallo
por mayoría, en donde sostuvo la constitucionalidad de la legislación promovida
por la legislatura de la ciudad de México. La Corte mantuvo entonces que la
Constitución nacional no incluía un derecho a la vida, y afirmó el derecho del
legislador a «despenalizar aquellas conductas» que hayan dejado de recibir, «a
juicio del legislador democrático, un reproche social».
33
En otros casos similares, en cambio (los relacionados con la situación carcelaria, por caso), ni la
Corte argentina ni la colombiana demostraron una obstinación similar.
34
K. Ansolabehere, Oportunidades y decisiones: la judicialización del aborto en perspectiva com-
parada, 2009, manuscrito.
35
Cabe notarlo, por lo demás, la nueva metodología adoptada por la Corte se inscribía en una
política decidida de la Corte, destinada a dotar de mayor transparencia a sus decisiones. Las decisiones
del tribunal son, ahora, abiertas al acceso público, y sus sesiones transmitidas televisivamente por el
«canal judicial».
36
1 s.c.r. 366 (1981).
37
P. Bhagwati, Judicial Activism and Public Interest Litigation, in «Columbia Journal of Transna-
tional Law», 561, 1985, p. 572.
38
El mayor ejemplo, en este sentido, es la llamada «jurisdicción epistolar», creada por la misma
Corte, y según la cual una simple carta —en vez de una petición formal— escrita a favor de un gru-
po desprotegido constituye una condición suficiente para activar un procedimiento ante la Suprema
Corte. Más aún, la Corte decidió que las reglas de legitimación desarrolladas junto con la jurisdicción
epistolar no eran suficientes para los propósitos que se habían fijado. La Corte consideró que también
era muy importante crear nuevos instrumentos para recabar la información requerida para decidir
sobre un caso. Para el tribunal, «no era realista esperar que los demandantes con menos ventajas,
o los activistas que trabajaban con ellos, proporcionaran la evidencia necesaria para que el tribunal
decida» (P. Hunt, Reclaiming Social Rights, Sidney, Darmouth, 1996, p. 165). Por esa razón decidió
crear «comisiones socio-legales de información» destinadas a asumir la función de «comisarios de la
Corte». Por ejemplo, en Bandhua Mukti Morcha v. Union of India (2 s.c.r. 67, 1984) la Corte creó una
comisión de investigación compuesta por miembros de la sociedad civil, con el propósito de asistirla
en la implementación de las medidas que ordenaba. En Sheela Barse v. Union of India (3 s.c.r. 443,
1986), ella organizó también un comité para asegurar el cumplimiento de sus decisiones (vid. C. Scott,
P. Macklem, Constitutional Ropes of Sand or Justiciable Guarantees? Social Rights in a New South Afri-
can Constitution, in «University of Pennsylvania Law Review», 141, 1992, pp. 1-148).
39
M. Scott, Constitutional Ropes of Sand or Justiciable Guarantees?, cit., p. 130.
40
Entre tales decisiones vid., por ejemplo, SC-013 de 1993 (M. P.: Eduardo Cifuentes); SC-386
de 1996 (M. P.: Alejandro Martínez); SC-222 de 1997 (M. P.: José Gregorio Hernández); SC-760 de
2001 (Ms.Ps.: Manuel José Cepeda - Marco Gerardo Monroy); SC-915 de 2001 (M. P.: Eduardo Mon-
tealegre); SC-1250 de 2001 (M. P.: Manuel José Cepeda); SC-688 de 2002 (M. P.: Rodrigo Escobar);
SC-801 de 2003 (M. P.: Jaime Córdoba); SC-551 de 2003 (M. P.: Eduardo Montealegre); SC-1056 de
2003 (M. P.: Alfredo Beltrán); SC-839 de 2003 (M. P.: Jaime Córdoba); SC-1152 de 2003 (M. P.: Jaime
Córdoba); SC-313 de 2004 (M. P.: Jaime Córdoba); SC-370 de 2004 (M. P.: Jaime Córdoba); SC-372
de 2004 (M. P.: Clara Inés Vargas). Tomo estas citas de L. García Jaramillo, Recepción de postulados
deliberativistas en la jurisprudencia constitucional, en «Revista Argentina de Teoría Jurídica», 10, 2008,
http://www.utdt.edu//ver_contenido.php?id_contenido=2450&id_item_menu=3555.
41
Vid., por caso, su decisión frente a la ley antiterrorista promovida por las autoridades ejecutivas,
R. Gargarella, Should Deliberative Democrats Defend the Judicial Enforcement of Social Rights?, en
S. Besson y J. L. Martí (eds.), Deliberative Democracy and its Discontents, London, Ashgate, 2007.
42
A. Yamin, O. Parra, The role of courts in Refining Health policy: The case of the Colombian
Court, 2009, manuscrito.
43
Por caso, en la decisión sobre el UPAC —el sistema de préstamos de viviendas— C-700, de
1999.
chos sociales de los que están peor 44. Doctors for life, decidido también por la
Corte Sudafricana, muestra a un tribunal argumentando a partir de los ideales
de la deliberación democrática, ingresando —desde dicho paradigma— al exa-
men estricto y detallado de una norma legislativa. En dicha ocasión, el tribunal
se preguntó si las normas en cuestión habían sido discutidas suficientemente
por aquellos que más iban a ser afectados por ellas (y su respuesta fue negati-
va). El tribunal mostró, entonces, un simultáneo interés por las dos exigencias
fundamentales de la democracia deliberativa, es decir, la discusión pública, y la
inclusión de todos los puntos de vista relevantes en dicha discusión. En otros
casos (mencionamos aquí, en nota al pie, los ejemplos de la disidencia en Halabi,
un caso decidido por la Corte argentina; o el ejemplo del estatuto antiterrorista
en Colombia), los tribunales tornaron visible su disposición a llegar lejos en el
examen de uno de aquellos requisitos (en los ejemplos citados, lo que se cues-
tionó fue la falta de deliberación que había caracterizado al proceso de creación
legislativa). La decisión del tribunal indio en Azad Rickshaw o el notable fallo
colombiano T 760/08 no miran tanto al pasado (para examinar las caracterís-
ticas propias de la decisión legislativa bajo examen, y del proceso a través del
cual se llegó a ella), como al futuro de la ley (los modos en que dicha ley podría
ganar fortaleza democrática). Tales fallos nos ilustran, en efecto, acerca de lo
que pueden hacer tribunales dispuestos a ayudar a los legisladores en su proceso
de creación normativa. Mientras tanto, fallos como el de la Corte argentina en
Mendoza, o el del tribunal mexicano en materia de aborto, nos ilustran acerca
de otras implicaciones y alcances posibles del compromiso deliberativo, en este
caso, sobre los modos en que los ideales deliberativos pueden ayudar a construir
y moldear la propia decisión judicial. El recurso a audiencias públicas represen-
ta, en tal sentido, un excelente medio para dotar de mayor grosor democrático a
la decisión judicial.
A pesar de lo dicho hasta aquí, y las notas optimistas que de allí se derivan,
es importante hacer referencia a varias dificultades que acompañan al panora-
ma presentado. Ante todo, a pesar de la existencia de varios casos notables, en
tribunales de países variados, no podemos hablar de una tendencia mundial ni
regional al respecto (es decir, de una tendencia que marque la existencia de un
compromiso generalizado o creciente de la justicia con los ideales deliberativos,
capaz de explicitarse en el momento en que los jueces se enfrentan con deman-
das en pos de derechos sociales). Más aún, dicha tendencia no parece existir
tampoco en el interior de los países mencionados, y ni siquiera en relación con
alguno de los específicos tribunales señalados. Tales tribunales pueden tomar
44
Uno de los evaluadores anónimos de este artículo apuntaba que, conforme a lo sugerido por
el texto, los tribunales iban a ver sus tareas incrementadas excesivamente: a su tarea habitual, iban a
incorporar otras nuevas, enormemente complejas. No es esto, sin embargo, lo que aquí podríamos
concluir, ya que la teoría del control judicial que aquí se supone lleva, antes que nada, a relevar a los
jueces de tareas que hoy, injustificadamente, asumen para sí. Una visión más completa de la lectura que
aquí se defiende, en R. Gargarella, La justicia frente al gobierno, Barcelona, Ariel. 1996.