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JULIANA GONZALEZ V. LIZBETH SAGOLS S. Coordinadoras EL ETHOS DEL FILOSOFO SEMINARIO DE METAF{SICA FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO SEMINARIO DE METAFISICA Juliana Gonzalez V. directora Alina Amozurrutia Cortés Mauricio Cuevas Edgardo Dromundo Crescenciano Grave Ricardo Horneffer Enrique Hilsz Ernesto Priani Saisé Victor Gerardo Rivas Lizbeth Sagols S. Cuidado de la edicién: Lizbeth Sagols Coordinacién editorial: Berenise Hernandez Alanis Disefio de cubierta: Teresa Guzman Primera edicion: 2002 DR © Seminario de Metafi y Letras de la UNAM Proyecto papurt: IN-403998 Ciudad Universitaria, 0451 Impreso y hecho en México ISBN: 970-32-0310-8 isica, Facultad de Filosofia 0, México, D. F. PROLOGO Ethos tiene diversos sentidos. Significa primeramente “cardcter’, no en el sentido de expresién emocional psicoldgica, sino del “ca- racter propio” de algo, sus caracterfsticas peculiares, su sello o marca distintiva. Ethos es asi “modo de ser”, forma de existir, y se- fialadamente manera de “estar” en el mundo; de disponerse ante la realidad. Remite a la actitud fundamental que el hombre tiene ante si mismo y ante lo que no es si mismo. Por otra parte, en su significado mas arcaico, el ethos se refiere a “guarida’, refugio o morada; acepcion que se conserva en el sentido de interioridad, de ambito interno de si mismo en el que el hombre suele encon- trar su fuerza propia, su fortaleza mas preciada. Y el ethos signifi- ca también esa especie de “segunda naturaleza” (la naturaleza moral y cultural), que el hombre construye por encima de la mera naturaleza dada (natural); expresa el poder de trascendencia que le caracteriza en su propia humanidad, de modo que el ethos co- rresponde a la humanizacién misma de la existencia. Y el ethos del filésofo, en particular, es forma eminente de todo ello; coincide con la “forma de vida’ filos6fica. E] filésofo es, en este sentido, “un caracter”, un modo distintivo de ser, creado mediante el propio ejercicio del filosofar. En el ethos filos6fico se realiza, ademas, el rasgo esencial de la autoconciencia. Esta Antologia busca destacar algunos pasajes de la historia de la filosofia (tanto occidental como no occidental) en que se ex- 7 ; Juliana Gonzélez V. presa directa 0 indirectamente el ethos filosdfico.' Se trata, desde Juego aqui, de una seleccion que, como tal, no puede evitar ser fragmentaria y, en alguna medida, personal. Obedece a las prefe- rencias que cada uno de los comentaristas ha tenido respecto de autores y de textos. La seleccién misma implica ya una cierta in- terpretacin. Los colaboradores llevan a cabo, en efecto, una lec- tura o hermenéutica filos6fica propia, pero que busca a la vez una comprensién, lo mas objetiva posible, tanto de los pasajes elegi- dos y comentados, como del acto mismo del filosofar y de su ethos. Cada comentario a los textos elegidos no pretende, por lo de- més, sino destacar su importancia, iluminandolo apenas por un instante. Su intencion no es otra que la de sugerir y hacer un lla- mado de atencion sobre la trascendencia del tema y de los auto- res que lo tratan. La lectura que realiza el comentarista no puede ser, por lo tanto, sino una incitacién a que el lector realice la suya; no es [a lectura (la tinica posible) ni mucho menos; es una invita- ciéna leer 0 interpretar por cuenta propia, a coincidir o discrepar, a generar, en suma, la genuina comunicacion filoséfica, hecha siempre de consensos y disensos. En cierto sentido, esta Antologia pudiera valer como una intro- duccién, si no a la filosofia, si al filosofar, como verbo o acci6n. Pues aquila filosofia es vista desde el sujeto que filosofa y desde la condicién vital que la hace posible. El quehacer filos6fico es con- templado en su “entrafia misma’, como lo expresa Maria Zambra- no; desde su ethos, ciertamente. Los textos seleccionados son, en 1 Entendemos aqui la filosofia lo mismo en su sentido estricto, como filosofia- episteme o ciencia (que es el que prevalece en gran parte de la tradicién occidental), que en su sentido lato, como filosofia-sophia o sabiduria (que también se da en Oc- cidente pero que es propia de las culturas no occidentales, como son las orientales 0 del mundo precolombino; aunque tampoco es posible desconocer en algunas creaciones de éstas la existencia de un pensamiento filos6fico, en ocasiones tan abs- tracto y especulativo como el que tambien se ha producido en algunas manifesta- ciones de la filosofia occidental oy Prélogo todo caso, de tal importancia y significaci6n que ellos parecen ex- presar, lo mismo cada uno que en su conjunto, una especie de “llamado” al filosofar, una invocacion (vocatio) al despertar voca- cional. Con la atencién puesta en el ethos del filosofar se hace mani- fiesto algo fundamental: su permanencia y su cambio, su mismi- dad y su diferencia. De Herdclito de Efeso a Lyotard, pasando por Boecio o por Kant, y transitando desde la filosofia occidental has- ta filosofias 0 sabidurias no occidentales (la nahuatl, la maya, la china), hay un modo de ser que persiste 0 coincide, revelando ca- racteristicas comunes. Dicho con mas precision, hay una vocacion humana universal caracterizada por una singular busqueda de lo verdadero, que pervive y a la vez se expresa en miltiples y diversas formas, lenguajes y contextos. La Antologia contiene asi “variacio- nes sobre un mismo tema’, donde son igualmente significativas y reveladoras ambas cosas: la variaci6n y la mismidad. Dicho de otro modo, el ethos se va expresando en ese movimiento historico que esel propio dela filosofia, donde no cabe hablar de progreso; don- de la misma experiencia, literalmente, re-vive con nuevas signifi- caciones, sin que lo nuevo cancele la experiencia anterior. Es una vivencia que renace en distintos tiempos y en distintos espacios culturales dentro de diferentes contextos, con nuevo rostro y nue- vo lenguaje, pero con el mismo signo del amor por el saber, de phi- lia por la sophia. El ethos del filésofo se realiza, asi, en distintos momentos his- tricos o en otras culturas, acentuando a veces alguno de sus ras- gos definitorios, pero conservando siempre su significacion comin y radical. La autoconciencia del ethos filos6fico se hace presente en casi todos los textos, desde su primera formulacién en los fragmentos de Herdclito 0 en el “momento fundacional” de la filosofia socratico-platonica —como la concepttia Enrique Hiilsz, comentarista y traductor de los pasajes de la filosofia grie- ga, hasta la posmodernidad en el presente. Se ve de este modo c6- pO i a Juliana Gonzdlez V. mo la conciencia interior se manifiesta en Sécrates y como, en otra realidad espacio-temporal, siendo “misma’ y “otra” a la vez, se hace expresa en san Agustin, para quien, incluso, en la interio- ridad reside Dios mismo. Y se hace patente también, cémo, siglos después, esa conciencia es clave, por ejemplo en Fichte —comen- tado por Crescenciano Grave—, para quien la conciencia huma- na es fuerza de suprema libertad, tanto moral como cognoscitiva, y se concibe expresamente como equivalente al ethos filos6fico. Pero ademas, en la Antologia se muestra cémo el vuelco de la con- ciencia hacia si misma y, con ella, la vivencia de interioridad, es inseparable del ethos del sabio, tanto en sus expresiones ndhuatl y maya, como en las de la sabiduria china como lo hace ver Merce- des de la Garza. Expresandose en distintos lenguajes y dentro de diferentes mundos culturales, prevalece la idea de que el ethos filosdfico es praxis, de que implica la transformaci6n interior y de que es au- to-creacion humana (autopdiesis). Es la autotransformacién la que da lugar al significado del ethos como “segunda naturaleza’, como capacidad de trascender lo dado, de elevarse por encima de la mera naturaleza natural y material para generar un mundo “moral y cultural”, donde prevalece el orden del sentido. A esta ca- pacidad de elevaci6n, de ascenso, se refiere el significado del ethos que se enfatiza particularmente en Plotino, como lo pone de mani- fiesto Alina Amozurrutia, o también en el de san Agustin, comen- tado por Victor Gerardo Rivas. Poder de elevacion y de éxtasis que sin duda es signo distintivo de las concepciones religiosas del mun- do y de la vida —a las que atiende De la Garza—, particularmente en los pasajes seleccionados de los mayas. Por otra parte, desde Sécrates también, el vuelco hacia la inte- tioridad que conlleva el ethos consiste, ciertamente, en la adqui- sicin de una singular fuerza y seguridad internas; en este sentido, el fildsofo 0 el sabio es “hombre de cardcter”, hombre de ethos, que encuentra en la busqueda del bien el eje fundamental de la Prélogo 1 existencia, su propio axis mundi, por asi llamarlo. Socrates tiene la duda, la inseguridad y la ignorancia ante lo que venga despues de la muerte, pero posee la certeza y la seguridad de que el bien éti- co de la vida es ir en pos de la sabiduria —y asi lo subraya Hiilsz. El ethos es ciertamente “morada interior’, en tanto que refugio fir- me, puerto seguro frente a los avatares de la existencia. Y ésta es la forma en que lo conciben y lo exaltan, Epicuro en su momento —comentado por Amozurrutia—, 0 Séneca en el suyo —de quien se ocupa Lizbeth Sagols. De manera singularmente expresiva, el ethos del fildsofo tiene el poder de suprema “consolacion” frente a la barbarie externa, en el texto de Boecio —seleccionado e inter- pretado por Ernesto Priani. Y es Heidegger, destacadamente, quien recobra en forma expresa, dotandolo de nuevas y originales luces, el sentido del ethos-morada, del ethos “habitacién’”. La interpreta- cién que Ricardo Horneffer realiza de Heidegger pone el acento en la significacion del ethos como logos y éste como lenguaje © “ha- bla”. El lenguaje es “la casa [ethos] del ser”, no la palabra utilitaria, sino la palabra poética. La apertura, el estado “despierto” (Herdclito), la disposicién de busqueda de la verdad y de asombro o thauma (Platén) es sin duda otro de los rasgos fundamentales del ethos filoséfico. Acti- tud de vigilia, de mirada alerta ante lo que existe; de conocimien- to desinteresado de lo que son las cosas “en si mismas”; de un ver cognoscitivo (theorein) que define a la filosofia como ciencia, se- gun lo dejaran consagrado particularmente Platon y Aristételes. La forma de vida filosdfica es la forma de vida teorética, contem- plativa, fuente de la verdadera felicidad; expresamente para el es- tagirita y después para santo Tomas. Séneca, por su parte, ya habia puesto en el “9cio” (contrario alos “negocios” utiles y publicos) la clave del ethos de la filosofia —como se expresa en el fragmento comentado por Sagols. Con significativa frecuencia en su histo- ria, el ethos implica la conciencia de que el filosofar esta mas alla de las intenciones pragmaticas, utilitarias. Modelos de esto mas > _ nD Juliana Gonzélez Vy, cercanos al presente serian, Bergson, Heidegger 0 Nicol, como se advierte en los pasajes seleccionados por sus respectivos comen- taristas. En los inicios del siglo xx, Edmund Husserl renovara con nue- vo impetu este mismo sentido de la filosofia episteme y pondré el ethos filosdfico en la vida teérica, en busca de la verdad —como lo subraya Hornetter. Y por su parte, en Jaspers —de quien se ocu- pa también Sagols— resurge con significativa fuerza la idea del ethos como thauma 0 asombro 0 azoro ante el mundo y ante la propia existencia; e incluso, si ahora el asombro es visto como Sa- berse “perdido en el mundo’, el ethos implica asumir ese estado existencial. En Schopenhauer, en especial, el asombro se habia he- cho patente —y asi lo destaca Grave— como azoro ante la finitud de todo, ante el enigma insondable del mundo, de modo que el ethos se identifica con un pathos o un “padecer” (a diferencia de las concepciones clasicas en que se contraponian el ethos y el pathos). Se trata, en general, de esa especie de transmutacion de las cosas y de la vida que produce el filosofar, por la cual las realidades de- jan de aparecer como hechos consabidos, “acostumbrados” y se revelan ante el asombro humano, suscitando la pregunta, la duda, los enigmas de su existencia. Ciertamente, la vigilia filosofica conlleva en todo momento la posibilidad de trascender el estado de lo ya conocido y habitual, de vaciar la conciencia de todo saber adquirido y acostumbrado, para hacer que las cosas surjan ante el ojo filoséfico, como por primera vez, como un estado “auroral” siempre renovado. De ahi la paradoja socratica de la sabiduria de la ignorancia y como su- prema humildad ante lo que no se sabe. Conciencia que renace intensificada en Nicolés de Cusa —como lo muestra Priani—; “docta ignorancia” ahora frente a la infinitud de Dios. Y también, aunque en otro contexto y desde una perspectiva muy distinta, el ethos filoséfico vuelve a ser, en Hume —y asf lo resalta Rivas—, profunda experiencia de la ignorancia, derrumbe de los falsos co- Prélogo B nocimientos y firme aceptacion de que la sabiduria esta puesta en la duda misma, en el escepticismo como tal. Respecto de Kant, Crescenciano Grave recuerda la idea crucial de que la razon humana se plantea preguntas que no esté a su al- cance resolver, pero tampoco evitar. Y en mantener viva la pre- gunta, sin la posibilidad de responderla, estaria sin embargo —a juicio de Grave— el “temple” en que consiste el ethos del fildsofo, el cual se lleva al extremo en la pregunta limite de Schelling: “spor qué el ser y no mis bien la nada?” —autor también comentado por Grave. En este filésofo aleman, el ethos se cifraria ademas en la posibilidad que tiene la filosofia de hacer frente a la “melancolia’, oala vanidad de los esfuerzos por obtener la verdad, y a pesar de esto ofreciendo el fildsofo aquella seguridad que proporciona “la alegria insustituible del pensar”. Y de manera extraordinaria —en evidente salto temporal y cul tural—, el fragmento del Popol Vuh de los mayas —seleccionado por Mercedes de la Garza—, habla de los hombres como quienes tienen una mirada incompleta, trunca, cortada por los dioses, que s6lo logra ver lo inmediato, pero no lo lejano; y habla asimismo d que sdlo el sabio puede empenar y sacrificar el todo de su vida par: recobrar esa mirada faltante, con plena conciencia de humildad. Y es un hecho que, en gran parte de la tradicién occidental la filosofia, si no es que en su linea toral, el ethos del filésofo, tam- bién desde la presocratica, es inseparable del logos, del ejercicio de la inteligencia humana, fuente ciertamente de felicidad. Asi la eu- daimonia de Aristteles, 0 la beatitud de santo Tomas. Y asi tam- bién la identificacion que se da, a pesar de las diferencias, entre la forma de vida filos6fica y el ejercicio pleno del pensamiento 0 de la raz6n, tanto en Descartes —visto por Gerardo Rivas—, como en Spinoza —por Jorge Linares. Y como lo destaca Crescenciano Grave, esta absoluta confianza en la razon culminard en Hegel, quien, en notable contraposicion con la humildad socratica, propia del ethos de la filosofia, piensa le ‘a o Juliana Gonzéler \, 14 ue el caracter distintivo de ésta consiste en la adquisicion de| sa ber absoluto, el cual esta puesto en la unidad pura de la idea y la realidad. El ethos hegeliano estaria expresando, en este sentido, Io que Grave concepttia como “la hybris dela razon moderna” Una consecuencia de tal hybris racionalista es el quebranto de esa fe incondicional en la razon que venia teniendo la filosofia, modernidad. q particularmente en la Es verdad que, desde los tiempos griegos, se ha dado, en el co- raz6n mismo del ethos, una significativa tension entre la razon y la vida, entre el pensamiento y la existencia. Ha sido la fuerza éti- ca, precisamente, la que ha permitido lograr la armonia, 0 al me- nos ir en busca de ella, de la conciliacién entre los que fueron, para Nietzsche, los dos instintos en pugna: el apolineo y el dionisiaco. Ya desde Pascal —de quien también se ocupa Linares—, no sdlo se tiene la idea de que el hombre es una “catia pensante” azotada por los vientos, sino de la existencia de las “leyes del corazén” desconocidas por la razon. Y sefialadamente, desde fines del siglo xix, el Xx y lo que va del actual, el ethos filosdfico se concibe mas bien inseparable de sus fundamentos pre 0 irracionales, sosteni- do en sus raices vitales, por debajo del ambito de la pura razon. Desde distintos y contrastados enfoques y contextos, el ethos del fildsofo se explica, y asi ocurre en Hume —comentado por Ri- vas—apelando alas inclinaciones de la naturaleza y las fuentes del deseo. Igualmente en Bergson —cuyo texto es seleccionado e in- terpretado por Linares—, el ethos seria un grado evolutivo de la energia vital. En Nietzsche —de quien se ocupa Lizbeth Sagols— estaria sustentado en la vida y sus fuerzas primordiales; en Scho- penhauer —visto, como se ha dicho, por Grave—, en la voluntad de vivir, la cual es por completo inaccesible a la razon. Y algo andlo- go ocurreen el texto de Maria Zambrano —que comenta AmozU- ee “ - ‘ ethos filoséfico emana de las zonas irracionales, eta lel alma, de sus “entrafias mismas” Oo bien, justo posmodernidad” el filosofar para Lyotard —segun ee at Prélogo 15 apunta Sagols— se reconoce sustentado en el deseo, y mas atin, en el “deseo del deseo”, en el amor por el ser deseante, muy lejos ya de una concepcidn racionalista o de la asimilacién metafisica del ethos y el logos. La tension entre la raz6n y las fuerzas irracionales de la vida es extrema en algunos autores, pero sobresale el hecho de que, de un modo u otro, el ethos se construye a si mismo en la busqueda del equilibrio y la conciliacion. Este es el caso del propio Nietzsche, en el que —como sefiala también Sagols—, la filosofia puede al- canzar la “interpenetracién” de los instintos. Oenel de Bergson —visto por Linares— para quien, en el ethos filosdfico, la vida se hace consciente de si misma y se concilia con el pensamiento. Y algo semejante se produce en la sintesis de “raz6n vital” propues- ta por Ortega y Gasset —también comentado por Linares—, € igualmente en la raz6n poética que Maria Zambrano toma de Heidegger y recorre por sus propios caminos. Y en correspondencia con la tension entre razon y vida, se da también la que existe entre la “individualidad” y la “comunidad”. El conflicto es ya patente en Sdcrates; reaparecera como la“rareza” del fildsofo, de su existencia literalmente extra-ordinaria como es la de Giordano Bruno —tal y como la destaca en su lectura Ernes- to Priani. El vuelco sobre si mismo del ethos filosofico remite ne- cesariamente a la soledad y, con ella, al riesgo, a la incertidumbre yal desafio que implica la tarea de “ser si mismo”. Los griegos, los latinos y los renacentistas vivieron esta experiencia, ante todo, co- mo experiencia de autenticidad, incluso de “heroicidad”, como se hace particularmente expreso en Bruno. Pero, con todo, una de las claves del ethos estaba puesta para todos ellos en la posibilidad de no romper la liga que une al hombre con su comunidad; si no la in- mediata, si con la humanidad futura; éste seria, en especial, el caso de Séneca, y también el de Jaspers —de quienes se ocupa Sagols. Sin embargo, no siempre se alcanza esta conciliacién ni se su- pera el conflicto que, en ocasiones, se traduce en desgarramiento, —Y . Juliana Gonzéiles Vv particularmente en algunos momentos del filosofar del Siglo xy, En Kierkegaard —comentado por Rivas—,, cuyo ethos filoséfico se manifiesta esencialmente como experiencia de radical soledad y vacio, de indeterminacién y, por ende, de angustia. En general, los pensadores existencialistas acenttian este sentido de soledad del ethos del fildsofo. Aunque también éste se comprende aqui como capacidad, como “caracter’, para asumir dicha soledad y angustia. En los textos seleccionados de las culturas prehispanicas, 0 de la antigua China, por el contrario, el ethos se hace expreso como equilibrio entre la autenticidad del sabio y su compromiso con la comunidad, manifiesto sobre todo como mision educativa. El sa- bio nahuatl, en especial, concibe ésta con dos signos esenciales: como capacidad de dotar de “rostro” a quien es formado por él,y de“humanizar su querer; “de trasmitir, en suma, su propio ethos, el cual es implicitamente reconocido como adquisicién de identi- dad y humanidad —segun lo interpreta De la Garza. E igualmente destaca, en una direccién semejante, y con notable originalidad, la idea del ethos del sabio contenida en el I Ching, donde se con- jugan armonicamente “la ruta interior” del sabio con el compro- miso que éste tiene con su pueblo, ya sea como educador 0 como gobernante. Y todavia, de manera mas amplia y profunda, la ar- monia ética se da en el I Ching como sabia concordancia entre el microcosmos humano y el macrocosmos, que no elimina el mar- gen de libre albedrio del sabio, puesto en su posibilidad de conocer y conducir dentro de si las fuerzas del cosmos —tal como tam- bién lo destaca en su comentario Mercedes de la Garza. Y en la filosofia occidental de nuestro tiempo, renace en fin, con nuevo aliento, la conciencia del fundamento vital de la filosofia Puesto en el amor, en la philia —que hab{a sido particularmente central, no sélo en Platén, sino en san Agustin o en el platonismo renacentista. En el amor se encuentra, para Joaquin Xirau, el fun- damento vital de la filosofia —y asi se hace expreso en el pasajé seleccionado por Jorge Linares. Pero ademés, resurge en la filoso- Prélogo 7 fia de Eduardo Nicol —cuyos textos seleccionados comenta Hor- neffer—, la concepcién platénica del eros, no ya en su significado emocional o moral, sino en su alcance radicalmente ontolégico. El ethos del fildsofo se reconoce en Nicol como “vocacién de amor’, que se va enriqueciendo histéricamente en su propio ejercicio. El ethos es, en efecto, la disposicion basica, condicién de posi- bilidad existencial, vital, del filosofar. La filosofia nace del acto de philia en que se cifra, en su raiz primordial, el ethos. Y al mismo tiempo, es la propia realizacién filosdfica la que va confirmando y enriqueciendo histéricamente el ethos mismo. Asi lo expresa Nicol: las verdades adquiridas por la filosofia “permanecen radi- cadas en el cardcter, ethos, y operan dentro de él, ensanchandolo”. Cabe confiar, en fin, en que, aun en su brevedad, estos testimo- nios del ethos del fildsofo aqui seleccionados, contribuyan a man- tener viva la memoria de esa fortaleza interior, de esa plenitud vital, esa seguridad profunda que proporciona el ethos-daimon —visto por Heraclito—, fundamento de la eudaimonia o huma- na felicidad. Que contribuya, asimismo, a mantener viva la conciencia de la excelencia humana que conlleva el cultivo de la filosofia; activi- dad particularmente decisiva en estos tiempos en que la negacién del “ocio” lo es también de la vida puesta en el desinterés del amor por el saber, ensombreciendo con ello el porvenir de esa voca- cion, por definicién humanizante, que es la filosofia. Juliana Gonzdlez V.

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