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a la no-relación sexual1
Guy Le Gaufey
Si la noción de “género” es tan antigua como las lenguas en las que se arraiga marcando las
palabras con su impronta, el concepto de “género” asignado al modo de comportamiento
sexual fue mucho más tardío. Parece que hubo que esperar a los años cincuenta en los Estados
Unidos para ver aparecer esta entidad psiquiátrico-social mediante la cual se busca definir, en
un primer momento de forma demasiado estrictamente normativa, masculinidad y feminidad.
Los diversos movimientos de liberación, desarrollándose como nunca, han tomado múltiples
apoyos en esta pareja de oposición, en la medida en que cada uno de ellos pretendía
intervenir de forma activa sobre el tema, en general, para cuestionar la bipartición normativa
que se ponía en funcionamiento bajo dicha denominación.
Desde entonces han florecido los Gender Studies, produciendo, además de textos militantes,
importantes trabajos universitarios que muy a menudo crean nuevas perspectivas en sectores
demasiado clásicos. Francia, con sus muy habituales veinte años de retraso con respecto a los
Estados Unidos, se pone al día e incluso ve abrirse al medio universitario —aunque de manera
muy tímida— a este estilo de investigaciones y enseñanzas.
Es notorio que Freud, a pesar de lo que pueden decir aún hoy ciertos comentadores
obstinados y malos lectores, no tuvo éxito —¿en verdad lo habrá buscado?— al encapsular
0
masculino y femenino en definiciones restrictivas. Con todo y que la oposición activo/pasivo
podía parecerle clara, entre otras cosas, en el plano pulsional, no pudo hacerla cuadrar con la
oposición masculino/femenino.
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02/08/2021 El género como réplica obligada a la no-relación sexual - Guy Le Gaufey
Si para él no hay mas que una libido es, entre otras cosas, porque se niega a conceder una
específica a cada sexo, contrario a tantos freudianos que —como Jones— preferían mostrarse
más bíblicos sobre la cuestión concluyendo que, por un lado, hay hombres y, por el otro,
mujeres, y que esta diferencia llega a producir diferentes modos de goce. Un número
impresionante de freudianos y también de lacanianos entonan gustosos coplas de este orden,
cuidándose de separar en sus autores favoritos sólo las citas que podrían ir en ese sentido;
por ejemplo, en Lacan el “goce fálico” y el “goce femenino”.
Para concluir de forma rápida con Freud, en primer lugar, me limitaré a un punto de vista
estrictamente formal. No cabe duda de que la diferencia de los sexos es un dato
incuestionable. Sexos hay dos, y la diferencia entre ambos es clara. Esto conviene por
completo al dualismo de Freud, que se ajusta sin esfuerzo a la noción de conflicto, noción
que siempre supone una diferencia local donde se juega un enfrentamiento. Sin embargo, esta
consideración local no dice nada sobre la situación global: estos dos que se enfrentan —ya
sea hombre/mujer o el yo y el ello— ¿son dos entidades del todo distintas o se juntan entre
bastidores? ¿Cuál es entonces su relación por fuera del lugar de su diferencia patente?
Para comprender esta situación topológica basta con pensar en los tiempos de guerra en los
que, en el frente de batalla, los combates son encarnizados y se sabe a cada instante en qué
bando se encuentra uno, mientras que, en otros lugares, en algún spa en donde se reúnen los
diplomáticos, éstos se mezclan procurando llevarse bien .
He aquí un punto decisivo para cualquier lector de Freud que se ocupe de la enseñanza de
Lacan: el frenético dualismo de Freud no lo condujo a ningún maniqueísmo, a ninguna
división global ni de la psique ni de la especie humana. Al llegar a la conclusión de Análisis
terminable e interminable , Freud renueva su constatación de la diferencia de los sexos —
Ablehnung der Weiblichkeit del lado hombre, Penisneid del lado mujer— pero esta
reconducción última del dualismo se basa en… la única gewachsenen Fels, traducido de
manera abusiva como la “roca de la castración”, cuando se trata del lecho común sobre el cual
discurre el gran misterio de la sexualidad humana.
Lacan captó perfectamente esta postura freudiana llegando incluso a decir, un poco de forma
abusiva, que su “no hay relación sexual” se puede leer casi por todas partes en Freud.
Él mismo trató de radicalizar lo que en Freud se presta a muchas vacilaciones, también hay
que admitirlo. Pero sobre todo, desde principios de los años sesenta, fomentó los conceptos
de sujeto y de objeto que sería vano buscar en Freud. Para comprender la génesis no basta con
volverse sobre la noción de significante, Saussure y tutti quanti ; conviene de inicio
comprender bien el combate que libró entonces contra un hecho masivo de su época: la
psicologización de Freud. 0
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Con el pretexto de que Freud abrió como nadie antes que él los arcanos de la psique humana,
era inevitable que un número importante de freudianos de generaciones posteriores lo
inscribieran en la dimensión psicológica, que, por otro lado, él habría siempre reivindicado
como suya (carta a Fliess). No obstante, no fue tan evidente que el punto de unión de esta
anexión de la obra freudiana a una psicología general fuese la del “yo” freudiano.
La sustanciación del pronombre alemán “Ich” lo remueve, en efecto, aunque no sea mas que de
forma gramatical, de su posición de sujeto para convertirlo en una “instancia” del mismo
orden que el “Überich” o el “Es” en la segunda tópica. A partir de ahí, hay una confusión
constante de este “yo” entre la función sujeto —este yo es un agente, entre otras cosas, es el
agente de la represión— y una instancia por completo objetal: objeto de investiduras, lugar de
identificaciones, receptáculo permanente de la identidad, etcétera.
Aquí está el punto de apoyo —tan discreto como eficaz— para todos aquellos que, según la
expresión misma de Lacan, hacen del freudismo una psicología de la tercera persona, mientras
que él lo llama, en contrapunto, una “psicología de la primera persona”.
se supone que presida la represión, que continúa siendo una cosa activa en Lacan. Por lo tanto,
con el par lacaniano sujeto/yo, ve la luz una distribución por completo nueva, la cual no
puede absorber de ninguna manera el “Ich” freudiano.
De ahí que sea posible regresar a la cuestión del género ya que, por razones históricas, la
promoción de este concepto desde los años cincuenta fue de la mano de esta ambigüedad
decisiva en el pequeño mundo analítico.
Si, en efecto, se adopta esta concepción de sujeto, promovida por Lacan desde principios de
los años sesenta, es un poco como si uno se dotara de una suerte de trasfondo respecto al
emplazamiento freudiano; como si ahora dispusiéramos de una entidad que al mismo tiempo
poseyera propiedades eminentemente contradictorias: en suma, singular y desprovista de toda
cualidad intrínseca. Un sujeto así, despojado de toda reflexividad, no tiene nada “de sí
mismo”, porque hemos tomado la precaución de quitarle todo… “sí mismo”. No es ni hombre,
ni mujer, ni niño, ni viejo; nada de eso.
Por supuesto, una entidad tan contraria a la búsqueda general de sentido e identidad como la
que sostiene el psicoanálisis ha engendrado numerosos contrasentidos. Entre otros, el de
atraparlo entre significantes muy singulares, que serían como “los suyos”, y le asegurarían una
identidad “máxima”. Es la historia del “poordjeli” de Serge Leclaire.
Más elegante ha sido la solución que consiste en delimitar, en el progreso de una cura, el
establecimiento de una transferencia, o la lectura minuciosa de una obra, el despliegue de una
fantasía llamada más o menos “fundamental”, y que ésta, por su parte, se encargaría de
expresar la máxima singularidad de tal sujeto calificándolo de forma positiva en la fórmula
del fraseo de una determinada fantasía.
Sin decir más de este… sujeto, se presiente ya hasta qué punto el género no es el género de
cualidad que uno tiene derecho a atribuir o esperar de semejante sujeto. Pero la cosa se
agrava con Lacan cuando se propone dar paso a su “no hay relación sexual”.
Tal formulación hubiera sido inaccesible sin el prerrequisito del sujeto “representado por un
significante para otro significante”, ya que este sujeto resulta en gran parte del repudio de la
intersubjetividad .
Este abrupto cambio de registro, esta puesta a distancia de toda intersubjetividad en los
albores del seminario titulado La transferencia…, no podría haber tenido lugar sin la
promoción —en esa época: más bien la vaga gestación— de ese sujeto. Desde el momento en
que la palabra sujeto siguió siendo un agente y una instancia, la intersubjetividad no sólo
tenía derecho de ciudadanía en la enseñanza de Lacan, sino que la cura parecía ser su lugar
0 de
predilección. Su súbita expulsión señala un cambio radical de registro en cuanto al concepto
de sujeto puesto en juego por Lacan.
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Es dotado de un sujeto así, no sin razón puesto bajo el yugo de la letra “x”, que Lacan volverá
a abordar la cuestión de la diferencia sexual con las fórmulas de la sexuación que a su
manera emprenden, con nuevos costos, el posicionamiento de los valores “Hombre” y “Mujer” a
partir de esta “x” que sería común a ambos. De entrada, no estamos en el registro del “a cada
cual lo suyo”.
El “No hay relación sexual”, acompañado de algunos de sus corolarios, como “La mujer no
existe”, se sostiene esencialmente de la ambigüedad en francés de la palabra “rapport”
(relación), que flanqueada por el adjetivo “sexual”, designa el acto sexual en sí, pero que,
tomada de forma aislada, también designa la relación en el sentido matemático del término. Y
así es como la entiende Lacan cuando la atrapa en el equívoco del que hace provocación.
Es en relación con todas estas exigencias —que llamo aquí “formales”— que la noción de
“género” resulta de un empleo más que delicado en cuanto también quiere tomar apoyo de las
construcciones teóricas de Lacan, incluso de Freud. De hecho, sus orígenes psicosociológicos
la inscriben bajo otras coordenadas muy distintas.
Es evidente que con esto no confundo, por una parte, los movimientos reaccionarios que hacen
de los géneros la expresión de no sé qué “naturaleza” más o menos divina a la que urgiría
obedecer y, por la otra, la crítica militante que, desde feministas a queers, desde
homosexuales a transexuales, llegaron a combatir con convicciones seculares (a veces al
precio de un construccionismo un poco desmesurado, que, hoy en día, tiene un alto precio).
La “declaración de sexo”, a la que todos y cada uno se encuentra constreñido, muy a menudo y
de forma reiterada a lo largo de su existencia, lo precipita de una forma u otra sobre el género,
cualquiera que sea el correctivo que le aporte, lo más a menudo a través de las modernas
“comunidades” que exhiben sus singularidades. Pero la diversidad oficial de la gama de
géneros que opera hoy en nuestras sociedades no me parece que socave el binarismo que
forma la base de la oposición en torno a la cual se construye este concepto.
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