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Isabel Briones

Hitomi
10 de December de y

El Loco de la Línea Azul


Diálogo entre desconocidos en un tren abarrotado.

A Manolo se le había escapado el tren por unos segundos. Aquella mañana había
sufrido el trauma de llegar con el hígado en las amígdalas y ver como partía el tren de las
nueve y cuarto. Desolado, hiperventilando en el andén, se quedó mirando a aquella máquina
de los años sesenta que traqueteaba alejándose hacia el centro.
Aunque el tren de las nueve y media llegaría enseguida, siempre iba lleno hasta los
topes. Además, Manolo era el típico hombre al que le gusta tomarse un café tranquilamente
mientras lee el periódico antes de entrar a trabajar.
Sorprendente, hoy iba bastante vacío y Manolo pudo sentarse al lado de una oficinista
dormida a la que se le caía la baba y roncaba. En cuanto empezó a moverse el tren, la cabeza
de la mujer empezó a moverse de un lado a otro al ritmo del traqueteo del tren dispersando
por el camino parte de sus fluidos bucales.
- ¡Qué asco! -gruñó desde el otro lado un estudiante de instituto que sacudía sus
apuntes
- ¿Quieres que le sujete la cabeza?-preguntó Manolo haciendo ademán de agarrarla por
la coleta.
- Si lo haces se despertará, es mejor dejarla así
Dicho esto, el estudiante se levantó y se apoyó en la barra a mi lado, manteniéndose en pie
mientras comprobaba sus apuntes.
- ¿Tienes un examen importante?- preguntó Manolo interesado al ver el taco de apuntes
que llevaba el chico.
- No, qué va, lo que pasa es que en mi academia tienes que sacar como mínimo un ocho
para que te dejen volver a casa al mediodía.
- Ah, pues te dejo estudiar tranquilo...
Cuando el joven volvió a sus apuntes, el tren se paró en la estación de "La Garrocha" y las
puertas se abrieron para recibir nuevos viajeros. Unos gritos desde el exterior despertaron a

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la oficinista babosa e hicieron suspirar al estudiante. Los demás pasajeros seguían como si
nada hubiera pasado, mirando a sus teléfonos móviles, leyendo el periódico o mirando
absortos por la ventana.
Un anciano indigente entró en el vagón dando bastonazos al aire y maldiciendo.
- ¡Me insultan por que soy negro! ¡Cabrones racistas, os voy a machacar vuestros
endebles culos blancos!
Manolo se asustó pero nadie del vagón parecía hacer caso a la letanía del mendigo ni
a sus bastonazos al aire. Hizo ademán de bajarse pero el estudiante le miró negando con la
cabeza.
- Eres nuevo en esta línea ¿Verdad? Tranquilo, pronto vendrán los de seguridad.
- Pero... -balbuceaba confuso- no es negro.
- No, claro- rió el estudiante guardando los apuntes en la carpeta-, pero a él le gusta
creer que sí.
A oficinista dormilona bostezó, dirigió su mirada por un momento al indigente y se
acomodó mientras revolvía tranquilamente en el bolso.
- Remigio hoy está de buen humor, seguro que mañana le toca ser esquimal- sacó un
estuche de maquillaje con un pequeño espejito y empezó a empolvarse la nariz.
- ¿Usted lo conoce, señorita?- inquirió el estudiante que la observaba con curiosidad
mientras se llenaba de polvos.
- No directamente... Es un loco habitual de esta estación, de hecho yo me bajaba aquí
antes de que apareciera, ahora prefiero bajarme en la siguiente y andar un poco.
Dos agentes de seguridad se lo llevaron en volandas mientras pataleaba y lanzaba
improperios.
- Ahora que se lo han llevado, tiene vía libre ¿No?
La oficinista se le quedó mirando un momento mientras las puertas se cerraban sin que
nadie se bajara.
- Nadie quiere encontrarse a Remigio cabreado a la salida de la estación, prefiero seguir
hasta "La Cañada de Guzmán" antes que tener que esquivarle fuera de la estación donde no
hay seguridad.
- Entiendo... -susurró Manolo pensativo.
- Yo tampoco me bajaría si esta fuera mi parada, estoy con la señorita. Está claro que
ese fulano es peligroso.
- ¿Y por qué no está encerrado en una institución?
- Señor, qué ingenuo es usted... -rió entre dientes la señorita.

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- Con los recortes en sanidad han debido soltar a todos los locos del psiquiátrico para
montar una clínica privada de cirugía estética.
- Bueno- Manolo se encogió de hombros- cambia a unos locos por otros.
- Ah pues yo si pudiera me arreglaba la nariz y no creo que sea una locura, señor - se
levantó muy digna cuando anunciaron su parada- y a usted no le venía mal un arreglo en
esa frente, que parece un hombre cavernario.
Manolo y el estudiante la vieron salir y se miraron el uno al otro encogiéndose de hombros.
- Bueno... ¿Y tú donde te bajas?
- En "La Cuesta del Niño Jesús"
- Ah, yo también, mi oficina está encima del "Café Olé"
- Mi academia está en la calle de la derecha- miró el reloj- llegaré un poco tarde pero
dudo que me libre del examen.
Ambos se levantaron cuando el tren llegó a su parada. Manolo le dio unas palmaditas en la
espalda al chico antes de salir.
- Que te sea leve.
El sufrido estudiante sólo respondió con un suspiro.

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