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Ciudadanía Pluralista y Democracia Radical en Chantal Mouffe

La Dra. belga Chantal Mouffe es actualmente profesora de Teoría Política


de la Universidad de Westminster (Inglaterra), y miembro del College International
de Philosophie en París del que fue directora entre 1989 y 1995. Sus
investigaciones están orientadas a la naturaleza de lo político, el liberalismo, los
llamados nuevos movimientos sociales, el futuro de la democracia y la ciudadanía,
desde una perspectiva post –esencialista y antiracionalista.

Generalmente su pensamiento es incluido dentro de las teorías post


marxistas por su rechazo al determinismo económico y a la noción de “lucha de
clases” como el único antagonismo social. Su propuesta se define como democracia
radical, cuyo modelo es el agonismo pluralista que representa para ella la nueva
tarea del socialismo, ya no identificado con el comunismo soviético ni con la
socialdemocracia actual sino que implica extender la democracia liberal a otras
relaciones sociales.

Antes de abordar el tema de la democracia radical y de la ciudadanía


pluralista, me gustaría marcar algunas de las dificultades que se derivan de la
lectura de los trabajos de esta autora, fundamentalmente si deben ser presentados
de manera sistemática y ordenada; y yo encuentro por lo menos dos motivos. El
primero de ellos se debe a que gran parte de sus escritos corresponden a artículos
cortos, tanto en obras compartidas con otros autores en torno a un tema específico
(como la ciudadanía, la lucha feminista, el pensamiento de Gramsci, etc.), como en
recopilaciones de trabajos publicados previamente en revistas, encuentros,
congresos, etc. (como es el caso de El retorno de lo político y la Paradoja
Democrática). Por otro lado, la dinámica propia de su pensamiento que, como ya
advertí, se inscribe en una perspectiva post esencialista y antiracionalista no facilita
la tarea ya que, si bien nos permite comenzar una argumentación prácticamente
desde cualquier punto desde el que se derivarán los otros, presenta la dificultad de
ordenarlos tratando de no dejar cabos sueltos.

Una tercera dificultad podría ser la estrecha vinculación con la realidad


político – histórica en la que la Chantal Mouffe escribe y los debates teóricos que
esa realidad genera. En este sentido, muchos de los trabajos, no parten de una
positividad propia sino que se inscriben en críticas o contestaciones a otras teorías,
por tanto, sus escritos están plagados de intertextualidad y diálogo con otros
teóricos políticos actuales.

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Para mi exposición elegí lo que me parecía que eran las nociones más
importantes en su teoría y que se refieren a su propuesta de nuevo modelo de
democracia, estos son la definición de la comunidad política y el tipo de ciudadanía
que corresponde a esa comunidad. Ambas nociones están estrechamente
vinculadas, a tal punto que son dos modos de abordar el proyecto de una nueva
izquierda.

Pero antes de entrar en las definiciones de estos dos conceptos políticos


me detendré en la base teórica para la propuesta de una nueva izquierda, y que
está presentada en Hegemonía y Estrategia Socialista. Hacia una radicalización de
la democracia, libro que escribiera junto a Ernesto Laclau. La idea del libro se
podría entender como una incorporación del “giro lingüístico” a la reflexión teórico-
política, mostrando la centralidad del discurso en las relaciones sociales que
consideran lingüísticamente estructuradas. Además es una profundización de la
crítica al esencialismo filosófico (pensar el ser como presencia y a la pretensión de
acceso a un sentido plenamente extradiscursivo). Desde esta posición los autores
han radicalizado la deconstrucción del sujeto unitario y fundante para sostener el
descentramiento y la unificación relativa y temporal de las distintas posiciones de
sujeto.

Esta teoría se apoya en autores tan dispares como Wittgenstein,


Heidegger, Derrida, Lacan. Y tratan de presentar un nuevo proyecto de izquierda
que asume la crisis del marxismo, fenómeno que consideran comienza en la
dificultad de la 2º Internacional para dar cuenta de la nueva forma de conflictividad
social sosteniendo la centralidad ontológica de la clase obrera, la revolución como
momento político fundante y la sociedad como un orden racional y sujeto a leyes.
Es en ese momento que aparece el concepto de hegemonía en un universo político
discursivo que asistió a la retracción de la categoría de necesidad.

Una concepción que niegue todo enfoque esencialista de las relaciones


sociales, debe renunciar a la concepción de la sociedad como totalidad fundante de
sus procesos parciales –a la sociedad como espacio suturado–. Por tanto, ninguna
identidad es positiva y cerrada en sí misma, sino que poseen un carácter precario y
se constituyen como transición, diferencia o relación.

La hegemonía se instala en un campo teórico dominado por la categoría de


articulación, entendiendo a ésta como el modo de reconducción de elementos
hacia una unidad en la que la organización es contingente (en ese caso se distingue
de la mediación, en la que la organización se entiende como momentos necesarios
de una totalidad que trasciende). La articulación es la práctica entre elementos en
la que la identidad de éstos resulta modificada por tal práctica y al resultado de esa

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práctica articulatoria la llaman discurso. La unidad del discurso es entendida como
sistema diferencial o, -tomando el concepto de Foucault de formación discursiva-
una regularidad en la dispersión. Por tanto, la constitución del sentido discursivo
pasa por la articulación de posiciones diferenciales de modo que no hay unidad que
pueda hallarse en un a priori trascendental, sujeto fundante o experiencia originaria
del sentido sino en el mismo discurso.

En esta perspectiva, es imposible totalizar la “sociedad”, nos está vedada


cualquier fijación ultima del sentido de lo social porque toda identidad socio-
discursiva es únicamente relacional y diferencial, solo hay articulaciones parciales
de los significantes sociales. El resultado de las prácticas articulatorias es la
construcción de puntos nodales –cualquier significante social clave– que fija
parcialmente el sentido; y el carácter parcial de esa fijación procede de la apertura
de lo social, resultante a su vez del constante desbordamiento de todo discurso por
la infinitud del campo de la discursividad, terreno de constitución de toda práctica
social que se caracteriza por el exceso de sentido.

El concepto de sujeto es definido como posiciones de sujeto en el interior


de una estructura discursiva, por tanto, la posición de sujeto es abierta y no logra
fijar totalmente dichas posiciones en un sistema cerrado de diferencias. La
categoría de sujeto tiene entonces, el mismo carácter polisémico,
sobredeterminado, ambiguo e incompleto de toda identidad discursiva.

Para terminar de definir el contexto teórico del uso del término hegemonía
y su uso en la radicalización de la democracia nos queda explicar dos conceptos, el
de antagonismo y el de equivalencia. Habíamos dicho que no es posible una
fijación última de sentido apoyada en un concepto de sociedad como un sistema
cerrado y objetivo, sino que lo social es una superficie discursiva en donde el
sentido es fijado temporalmente a través de puntos nodales. La forma discursiva
que muestra la imposibilidad de una objetividad permanente es el antagonismo.
La relación antagónica no es una relación objetiva entre dos elementos cuyas
identidades son plenas sino que es la imposibilidad de constitución de las mismas.
Si lo social es el intento de instituir un sistema objetivo y cerrado, el antagonismo
es el límite de lo social dado que constantemente subvierte el sentido que pretende
clausurar el espacio.

La presencia plena implica que cada momento diferencial sea considerado


un momento fijo y objetivo de un espacio cerrado. El antagonismo, que impide la
sutura (la objetividad) de dicho espacio, subvierte el sentido disolviendo la
especificidad de cada momento diferencial. La relación de equivalencia crea un
sentido en el que las diferencias de los elementos equivalentes se anulan en la

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medida que son usadas para expresar algo que subyace a todos. Pero si todos los
rasgos positivos se anulan, lo que la equivalencia expresa es una identidad
negativa: algo que el objeto no es.

Volvemos a la definición de hegemonía. Evidentemente, ésta solo es


posible es dentro del campo de las prácticas articulatorias, pero no es suficiente el
momento articulatorio sino que es necesario que la articulación se verifique a través
de un enfrentamiento con las prácticas articulatorias antagónicas. Pero tampoco el
mero antagonismo es condición suficiente sino que se necesitan puntos nodales que
fijen parcialmente el sentido de lo social a través de un exterior que articula. Esa
exterioridad que articula no es ya ontológica sino que es la existente entre
posiciones de sujeto situadas en el interior de ciertas formaciones discursivas. Es
decir que, la hegemonía es cierto momento de estabilidad en el sentido, de un
espacio discursivo, a través de puntos nodales, que se conforma como práctica
articulatoria frente a otra práctica articulatoria antagónica.

El proyecto de la radicalización de la democracia supone la creación de un


nuevo imaginario político (una nueva hegemonía que se enfrente antagónicamente
a la hegemonía actual y en esta definición no hay mucha diferencia con el sentido
gramsciano de hegemonía) Sin embargo debe recoger la indeterminación y la
pluralidad de lo social, en este sentido se rechaza el carácter privilegiado de los
agentes sociales entendidos como clases y también rechaza el principio
antropológico según el cual la resistencia a cualquier tipo de subordinación es
inevitable (y aquí se marca la ruptura con el marxismo).

Los autores se apoyan en la idea de que no hay nada natural o necesario


en el surgimiento de las distintas luchas contra el poder, es por tanto necesario
explicar las razones de su emergencia. Estos autores toman de Foucault la idea de
que en todo lugar donde hay poder, hay resistencia, aunque las formas de
resistencia son variadas y solo en algunos casos adquieren el carácter de político,
es decir que están encaminadas a poner fin a dichas formas de subordinación.
También distinguen entre relación de subordinación: donde cada sujeto es
identificado positivamente según sus diferencias y relación de opresión: donde el
carácter diferencial positivo es subvertido, los distintos caracteres diferenciales
positivos se articulan equivalencialmente para expresar la negatividad y se
transforma en sede de antagonismos.

Creo que con lo antes expuesto contamos con la base teórica necesaria
para comprender el pensamiento de nuestra autora aplicado a problemas concretos
que se define como el proyecto para la nueva izquierda. El contexto en el que se
ubica la reflexión sobre la comunidad política y los sujetos políticos es el del

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“triunfo” del modelo de democracia liberal, como única forma legítima de gobierno,
después del fracaso de la Unión Soviética y a la vez, el incremento gradual de los
descontentos frente a dicho modelo que se expresa en la multiplicación de
conflictos étnicos, religiosos, identitarios. Frente a esto es necesario replantear la
naturaleza de la democracia moderna y la naturaleza de lo político. Comencemos
por lo que Mouffe entiende como democracia liberal moderna.

La diferencia fundamental con la democracia antigua la encontramos en el


nuevo marco simbólico configurado por el discurso liberal. El viejo principio
democrático de la soberanía del pueblo emerge en un marco que enfatiza el valor
de la libertad individual y los derechos humanos. Por lo tanto, la democracia
moderna debe ser entendida como una nueva forma política de sociedad cuya
especificidad está dada por la articulación ente dos tradiciones diferentes, la
tradición liberal (imperio de la ley, defensa de los derechos humanos, y respeto a
la libertad individual) y la tradición democrática (igualdad, identidad entre
gobernantes y gobernados y soberanía popular). La relación entre estas dos
tradiciones no es necesaria, sino contingente e histórica y corresponde al siglo XIX.
Pero la tendencia dominante en nuestros días identifica casi exclusivamente a la
democracia liberal con el estado de derecho y la defensa de los derechos humanos
creando un déficit democrático.

Es necesario comprender que estas dos lógicas son irreconciliables, es


decir, hay una tensión constitutiva entre sus respectivas “gramáticas”, que sólo
puede estabilizarse mediante negociaciones pragmáticas que establecen la
hegemonía de una de las fuerzas. Cuando desaparece la idea de alternativa al
poder existente, desaparece la posibilidad de expresión de las resistencias y el
statu quo se naturaliza. A nivel político, la autora sostiene que esto es lo que está
sucediendo en la actualidad con el neoliberalismo y la posición de la tercera vía –
capitulación de la socialdemocracia a la hegemonía neoliberal- que no ve o no
quiere ver ninguna alternativa a la presente disposición hegemónica y que
pretenden situarse mas allá de la izquierda y la derecha creando un consenso de
centro. Es por esto, que a nivel teórico, también va a cuestionar el ideal de la
democracia como realización de un consenso racional del modelo de democracia
deliberativa expuesto en dos teorías distintas, Rawls y Habermas. La dificultad de
los teóricos y los políticos de la democracia para entender la paradoja tiene su
fundamento en su perspectiva racionalista, individualista y universalista que los
lleva a sostener, equivocadamente, la posibilidad de erradicar el antagonismo
político.

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La propuesta de la democracia radical es más bien desactivar el
antagonismo potencial creando instituciones que lo transformen en agonismo
político. Esto se vincula con lo que entiende por político, y ligado a la dimensión de
antagonismo y de hostilidad y diferente de la política que apunta al establecimiento
de un orden, es por eso que reconoce la doble raíz de político/a: polis pero también
pólemos. Es aquí donde, provocativamente, echa mano a conceptos de Carl Schmitt
para definir a lo político, a la lógica de la democracia, a la lógica del liberalismo,
alejándose de este autor en el momento en el que supone que democracia y
liberalismo son radicalmente incompatibles.

Con el reconocimiento de la dimensión antagónica marca los límites del


pensamiento político clásico y su dependencia de una ontología de la presencia que
supone que todo antagonismo se reduce a una simple diferencia situado a nivel de
la apariencia. Una comunidad política debe entenderse como una superficie
discursiva donde se inscriben una multiplicidad de exigencias en las que se
constituye un “nosotros”, de acuerdo a la lógica de la equivalencia. Aquí, la noción
derridiana de “exterior constitutivo” adquiere una importancia central, según la cual
toda identidad depende de la determinación de un “otro” que sirve de exterior. Pero
cualquier identidad se transforma en político cuando se la concibe como negación
de nuestra identidad. (subverción del sentido diferencial positivo: articulación
antagónica) Dicho de otro modo, constitución de un nosotros, enfrentado a un ellos
se convierte en una relación amigo/enemigo.

Sin embargo, ese “nosotros” es hegemónico, tiene una unidad y coherencia


parcial siempre es posible subvertir. Chantal Mouffe cita a Claude Lefort para definir
a la democracia moderna, cuya característica es la indeterminación radical porque
el poder se convierte en un espacio vacío. Esto es lo que da lugar al pluralismo
como constitutivo de la democracia liberal moderna. Ahora bien, teniendo en
cuenta el pluralismo y el antagonismo, lo propio de la democracia radical es la
aceptación de un tipo de enfrentamiento distinto de la relación amigo/enemigo, la
propuesta de Mouffe es considerar dos formas de antagonismo, la relación que se
da entre personas que no tienen un espacio simbólico común (relación entre
enemigos) y la relación antagónicas que se dan dentro de un espacio simbólico
común pero que se enfrentan en su modo de ver como debe ser organizado ese
espacio.

Visto desde otra perspectiva, podemos decir que la imposibilidad de


reconciliación armónica entre la lógica democrática y la lógica liberal significa que
una libertad absoluta o una igualdad absoluta son imposibles. Una y otra gramática
de conducta –en el sentido wittgensteniano– se limitan. La paradoja de la

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democracia liberal consiste en que la soberanía del pueblo está limitada por el
marco de los derechos humanos que no son negociables, sin embargo, el modo en
que se definen e interpretan esos derechos innegociables dependen de una
hegemonía prevaleciente que puede ser puesta en cuestión de acuerdo a otra
interpretación. En esta línea la configuración izquierda/derecha desempeña un
papel crucial.

La critica al modelo de democracia deliberativo –fundamentalmente el


propuesto por John Rawls, aunque algunos de sus capítulos también critica al
modelo habermasiano– se apoya en su intención de crear las condiciones para
eliminar todo antagonismo de la vida política a través de un consenso racional. El
consenso rawlsiano determina cuales son los principios de justicia que elegirían
personas libres e iguales en condiciones de igualdad. Da por supuesta la existencia
de un interés propio racional ente los ciudadanos y que los desacuerdos solo
afectan a cuestiones religiosas morales y filosóficas, por lo tanto, si se evita estos
desacuerdos se puede llagar a un consenso.

Rawls sostiene una prioridad del derecho sobre el bien, ya que los
principios de justicia no derivan de ninguna concepción religiosa, moral o filosófica.
Lo que la autora recupera de la crítica comunitarista es el rechazo de toda idea de
bien común que hace Rawls. Para esta autora hay una imposibilidad en aceptar que
la prioridad del derecho es una consecuencia del ordenamiento simbólico de las
relaciones sociales características del régimen democrático liberal, por tanto, dicha
prioridad deriva de una idea de bien constituida por los principios que definen la
asociación política. Por su parte, el peligro de los comunitaristas, que recuperan la
tradición republicana de participación ciudadana y la idea de bien común, es no
reconocer la novedad de la democracia moderna y la contribución del liberalismo
(defensa del pluralismo, idea de libertad individual, separación de Iglesia y Estado,
desarrollo de la sociedad civil). Para evitar este peligro es necesario distinguir entre
bien común moral y bien común político, y si la democracia liberal moderna debe
ser independiente de toda concepción de bien moral (prioridad del derecho sobre el
bien) no puede ser independiente de los valores propios del régimen, la libertad y la
igualdad.

La lógica democrática y su necesidad de crear un “nosotros” que se


distinga de un “ellos”, por lo tanto requiere una idea de Bien Común. Esta idea de
bien común representa una gramática de conducta que no es más que la lealtad a
los principios éticos-políticos de la democracia moderna: libertad e igualdad para
todos. Estos principios, sin embargo, están sujetos a varias interpretaciones, por
tanto la comunidad absolutamente inclusiva no llega jamás a realizarse.

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Hasta ahora he evitado mencionar el otro concepto que me proponía
presentar, el de ciudadanía pluralista, aunque yo creo que en lo antes dicho ya
están implícitas algunas de las ideas que voy a presentar a continuación. Y es que
en el pensamiento de Chantal Mouffe la comunidad política también es definida por
el tipo de identificación política que esta genera. De la misma manera que es
necesario un consenso para evitar un déficit democrático en la concepción de la
democracia, también es necesario dar lugar a la expresión del conflicto o, dicho de
otro modo, según la lógica liberal, es necesario dar lugar a la constitución de
identidades diferenciadas, que los ciudadanos tengan la posibilidad real de escoger
alternativas reales dentro de la superficie discursiva de la democracia. LA distintas
interpretaciones de los principios democráticos son el fundamento de legitimación a
diferentes tipos de demandas, creando formas particulares de identificación. La
tendencia a la eliminación de diferencias entre la derecha y la izquierda, lejos de
mejorar las condiciones de la democracia, la pone en peligro dado que, si no se
tiene acceso a expresar las identidades colectivas, estas no desaparecen sino que
se convierten de posibles adversarios en enemigos a los que hay que destruir.

Los ciudadanos democráticos radicales luchan por multiplicar las posiciones


de sujeto según dispositivos que permiten enfrentarse en el seno mismo de lo que
reconocen como constitutivo de su espacio político común. La propuesta de la
democracia radical y pluralista implica la creación de una cadena de equivalencias
entre diversas luchas por la extensión de los principios democráticos a un vasto
conjunto de relaciones sociales. La extensión de los principios democráticos a
nuevas relaciones sociales es crear una nueva hegemonía con vistas a derechos
democráticos, entendiendo a estos por aquellos que pertenecen al individuo pero
que solo pueden ser ejercidos de manera colectiva y presuponen la existencia de
los mismos derechos para otros.

Los ciudadanos de las democracias radicales se identifican con una


interpretación de los principios del régimen democrático radical: la libertad y la
igualdad, esta interpretación tiene en cuenta las diferentes relaciones sociales y las
distintas posiciones de sujeto en que son pertinentes: género, clase, raza,
etnicidad, orientación sexual, etc. Para esto es necesario que entender que el
agente social no es un sujeto unitario sino que es la articulación de un conjunto de
posiciones de sujeto construidas en el seno de discursos específicos y siempre de
manera precaria y temporal. La identidad de los sujetos también se construye a
través de prácticas articulatorias. Pero para que una lucha no se haga a expensas
de otras, es necesario establecer una equivalencia entre las distintas posiciones
subjetivas que a la vez modifique la identidad de esas fuerzas, el punto nodal es
representado por los valores ético-políticos de la democracia liberal: igualdad y

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libertad, dado que muchas de las luchas articuladas dependen de la lógica de la
igualdad pero muchas otras de la lógica de la libertad y ninguna puede ser dejada
de lado.

En el caso de la ciudadanía ni la opción del liberalismo que la reduce a un


mero status legal y para quien la comunidad solo adquiere un carácter
instrumental, ni la opción de algunos comunitarios que pretenden recuperar el
republicanismo con la idea de participación política y bien común pero que olvidan
la distinción entre dominio publico y dominio privado. Para la autora una nueva idea
de ciudadanía debe inspirarse en ambas tradiciones tratando de conciliar la
“libertad de los modernos” con “la libertad de los antiguos”, generar una unión
alrededor de principios políticos específicos, valores ético-políticos, pero
reconociendo que el sentido depende de una interpretación hegemónica que se
haga de ellos.

La propuesta de la democracia radical persigue el proyecto no realizado de


la Modernidad, aunque separándose de la perspectiva epistemológica de la
Ilustración, citando a Richard Rorty afirma que es ilegitima la asimilación del
proyecto político y de los aspectos epistemológicos de la Ilustración es por eso que
critica a la posición de Habermas que, para salvar el proyecto político, no puede
desprenderse de la idea Universalista que guía su idea de consenso racional. En
este sentido, todo intento de definir a la democracia radical en las líneas de lo
moderno o de lo posmoderno, es estéril, dado que en la medida que los autores
considerados posmodernos reconocen la imposibilidad de una fundación ultima
están en la línea del proyecto moderno.

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