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EL COMPORTAMIENTO POLITICO

CONCEPTOS GENERALES
El comportamiento político es un aspecto parcial del comportamiento social. Su estudio ha
adquirido significativa importancia en los Estados Unidos como elemento de la ciencia política en
ese país. El comportamiento político (political behavior) fue estudiado en la Universidad de
Chicago en 1951, donde se llegó a la conclusión el que era un método apropiado para analizar
temas de ciencia política, estando íntimamente relacionado con la sociología social, que es la que
estudia las conductas en un grupo dado, de responder a otros individuos, de utilizar objetos
sociales, de asumir ciertas exigencias o reaccionar a ciertas sujeciones. Es decir, que su campo de
estudio es el grupo y las situaciones sociales y su influencia sobre la conducta humana. La acción
de la propaganda y de la acción psicológica, es utilizada por los partidos políticos y por grupos de
presión para lograr defender e imponer determinadas ideologías o contenidos ideológicos sobre la
opinión pública y canalizar, así, su acción en los comicios.

El comportamiento político está estrechamente vinculado con la decisión política. Decidir es


elegir una posibilidad entre varias; adoptar una resolución después de considerar una pluralidad
de alternativas, determinar una línea de conducta específica. Toda decisión política presupone un
cálculo previo de los comportamientos políticos de los miembros dela sociedad.

Tiene tres elementos: a) la situación; b) el acontecimiento y c) el temperamento.

La situación es el lugar donde un hombre está situado y de las condiciones en las cuales se
encuentra allí.

El acontecimiento es el hecho que provoca una modificación importante en el Estado. El


acontecimiento es lo que transforma la situación. Para ser clasificado como acontecimiento es lo
que transforma la situación. Para ser clasificado como acontecimiento, es preciso que el hecho
aporte un cambio mayor en el Estado como puede ser la constitución del régimen, la composición
o la orientación del gobierno. Hay pues, según su repercusión, una especie de jerarquía de los
acontecimientos.

El temperamento es el conjunto de datos sicofisiológicos que componen la personalidad de un


individuo y se encuentra en reacción permanente. En este sentido, hay tantos temperamentos
como individuos. Sin embargo, los científicos construyen modelos racionalizados. De ese modo, se
pueden realizar una clasificación de los temperamentos. En el temperamento se puede distinguir
la parte del ser corporal, los caracteres generales: edad, sexo, color raza; los caracteres
individuales: herencia, fenómenos de la vida prenatal, mecanismos reguladores de la vida y de la
salud; los caracteres resultantes de la educación.

Estos antecedentes tienen grandes repercusiones sobre la política. Así, se distinguió dos fases
en el reinado de Luis XIV: antes y después de la fístula. Del mismo modo se puede evaluar el papel
de un gran hombre antes o después de una operación. Por último, sin llegar a las exageraciones de
algunos, hay que darle su parte a la sexualidad. Se dice que del temperamento personal se deriva
una orientación política determinada. Se señala que se profesa tal o cual opinión, no en virtud de
un razonamiento intelectual o de una voluntad deliberada, sino porque se está dominado por
cierto temperamento. Así se descubren diferencias en un conservador, en un radical, en un
socialista o en un comunista.

DISTINTOS TIPOS DE COMPORTAMIENTO POLÍTICO

1. La Lealtad Política

Hay tres concepciones bastante diferentes de la lealtad ya que corresponden a distintos


criterios. Uno está basado en la adhesión personal y total; otra es una obediencia otorgada por un
compromiso y la tercera es una aceptación correcta pero a veces fría de las instituciones.

a) Lealtad personal: es un sentimiento que completa, vivifica y aún a veces transfigura a la


obediencia. Ligada por lo común a la legitimidad monárquico- aristocrático. Es personal en el
sentido de que es un asunto directo entre el sujeto, el leal servidor y Dios, el Rey, el Príncipe,
la Patria. Poco importa que los demás actúen como él o en forma diferente. Si está solo, su
deber sigue siendo el mismo, ya que la defección de los otros no podría dispensarlo de su
propia fidelidad. Es subjetiva en el sentido de que no implica obligaciones idénticas para
todos. Varía una razón de la persona en la cual el sujeto está ligado y en función de la propia
persona de éste. Su base es un intercambio y no una norma. Es espontánea ya que resulta de
un movimiento profundo de todo el ser. La lealtad no se puede imponer. Sin duda, se puede
castigar la deslealtad. Pero en su esencia, la lealtad es libre y es cosa de aquél que
compromete su fe, que prometa la obediencia. De este modo la lealtad tiene por origen el
ideal caballeresco.

Es efectiva en cuanto a que la lealtad es un impulso del corazón es un sentimiento. Puede


compararse con el amor de los hijos por sus padres. Finalmente es incondicional, es decir, es
un acto de confianza en una persona. No admite reservas ni límites. La lealtad renuncia al
espíritu crítico.

b) Lealtad convencional: en este caso, la lealtad es una simple adhesión externa, una obligación
moral y jurídica resultante de una promesa, de un compromiso, es, por ejemplo, la lealtad de
los regimientos extranjeros. El vínculo entre los voluntarios extranjeros y el soberano o el
Estado no puede ser el del civismo, puesto que esos soldados no son ciudadanos, no puede ser
el vínculo del patriotismo, puesto que no son nacionales. La sumisión total resulta del
juramento de servir bien y de servir hasta la muerte. La lealtad por parte de los nacionales es
una manifestación de devoción impuesta por un compromiso de honor.
c) Lealtad institucional: más o menos claramente, los miembros de las ciudades antiguas y de los
estados modernos tienen sentimientos de que se benefician, por el hecho de la existencia de
un poder establecido, con múltiples ventajas, que se verían obligados a reconquistar si éste
desaparecerá. Ese sentimiento del Estado está oscuramente oculto en las conciencias
individuales, pero aparece claramente en la conciencia colectiva. En su conjunto, la población
considera que hay más ventajas para mantener que aspectos para cambiar. Este tipo de
lealtad se impone en las Fuerzas Armadas y en la Iglesia. El comportamiento normal del
ejército es la obediencia al poder legítimo, cualquiera sea y sin discusión. La actitud de la
Iglesia es similar. Debe obediencia a los poderes establecidos.

2. El Civismo Político
Fustel de Coulanges ha definido muy bien al civismo. El civismo, que no hay que confundir con
el amor al suelo natal, no es, como éste, un sentimiento instintivo, invencible, impuesto por la
naturaleza exterior a todas las generaciones que habitan un mismo territorio. El civismo es un
sentimiento más libre, más variable, sometido también a más condiciones.

Se ama a su ciudad, o a su nación si se ama las leyes, si se ama a sus jefes, si se está apegado a
sus costumbres. Se la ama por su educación que se ha recibido de ella, por los hermosos ejemplos
que ofrece, por las virtudes que enseña, se la ama, en fin, a condición de estar convencido de que
se le debe felicidad, de creer que no se podía prescindir de ella, que vale más que cualquiera otra
ciudad, que sus leyes son más justas sus decisiones más sanas. El civismo es, entonces, una mezcla
de agradecimiento, de respeto, de confianza y de orgullo. Si estos sentimientos llegan a
extinguirse en los ciudadanos, por el vicio de las instituciones, por las guerras civiles, por las faltas
o las desgracias de los gobiernos, entonces se intentará, en vano, despertar al civismo.

El civismo se caracteriza por cinco rasgos esenciales.

1. Es racional: el ivis o es u a sa idu ía . Resulta de u esfue zo de efle ió de


voluntad. Traduce, ciertamente, el amor a la ciudad, pero es un amor cerebral, un
matrimonio de razón.

2. Es crítico: basado en la razón, tiene a ésta como límite. La lealtad puede conducir a actos
nobles por la elevación del sentimiento pero en la práctica absurdos e incluso
profundamente al interés general. Así, la lealtad puede llevar a seguir a un príncipe o a un
jefe por caminos perniciosos. En cambio, el civismo llama a la discusión e incluso admite la
crítica.

3. Es impersonal: las actitudes de aquel que es leal hacia su soberano o su jefe son variables
según las personas en cuestión porque la lealtad es subjetiva. En el civismo, las reglas son
las mismas para todos, son normas generales, impersonales y objetivas.
4. Es una obligación moral de equidad: mientras que la lealtad es un don, el civismo reposa
sobre una deuda de reciprocidad. El civismo obliga al ciudadano a compensar con su
comportamiento los beneficios que recibe de la vida en sociedad. Su concepción
exterioriza, en el marco particular de la ciudad, las concepciones altruistas.

5. Es participante: en la lealtad, los poderes que se veneran y a los cuales uno se somete,
pueden seguir exteriores. Indudablemente, la sumisión y la adhesión no son
necesariamente pasivas. Pueden ser lúcidas e inteligentes, pero no podrán volverse
críticas. El carácter personal del poder soberano excluye que el leal súbdito reclame
desempeñar un papel, la participación solo puede serle solicitada como un servicio de
ayuda y de consejo, en las formas de las monarquías antiguas. En cambio, el civismo
implica la participación, ambicionada por los ciudadanos y asegurada por las instituciones.

3. La Oposición Política
Para ser auténtica, la participación no debe ser una adhesión permanente e incondicional. Es
preciso que haya, por derecho, libertad y de hecho, posibilidad de crítica. La primera tarea de la
oposición es la explicitar las diferencias. En efecto, por su naturaleza éstas son individuales. Se
manifiestan en forma difusa y contradictoria y, por eso mismo, difícil de aprehender. La oposición
organizada concentra las críticas de la Nación. Las reduce a algunas grandes quejas, a las que el
poder establecido estará en condiciones de responder. Lo hará con más o menos fortuna, con
mayor o menor éxito; pero ya no tendrá frente a sí ese tono indeciso, incierto que tienen los
rumores.

El segundo papel de la oposición es valorizar la confrontación. En la medida de lo posible, la


formulación de las quejas debe corresponder a una alternativa válida y no a un despropósito.
Elegir argumentos de calidad, ordenarlos, expresarlos es plantear los preliminares necesarios al
diálogo o al debate.

La tercera función de la oposición es moralizar la discusión. En principio, deberá obtenerse de


ciertos procedimientos discutibles o incluso francamente nocivos, por ejemplo la obstrucción
ilimitada que en la jerga parlamentaria norteamericana se llama el fili uste is o . Los diputados
o senadores conservan la palabra el mayor tiempo posible, de modo de llevar el debate tan
lentamente que prácticamente no se puede llegar a un resultado en el curso de la sesión. Ante sí
misma y también ante la mayoría la oposición debe guardar una actitud digna. Debe comportarse
como gobierno del mañana. Por su parte, la mayoría debe conducirse frente a la oposición como
ella misma desearía ser tratada cuando se convierta en minoría.

La oposición debe saber superarse a sí misma. Es, por supuesto, competitiva, porque sin eso
no sería oposición, pero también debe ser cooperativa, es decir debe aceptar la organización del
trabajo en común. En cambio, no se le debe imponer exigencias exorbitantes.
Por último, la oposición debe aceptar que haya limitaciones a la discusión en lo que concierne
a la política exterior. Así, ciertos países que aceptan el bipartidismo realizaron en ciertos
momentos una política exterior en común. Para enfrentar circunstancias dramáticas, durante la
primera y la segunda guerra mundial, Inglaterra, contrariamente a su tradición, formó gobiernos
de coalición.

Cuando la oposición cumple las condiciones que acabamos de indicar es una expresión de
civismo. Se debe considerar como un servicio público. Pero no se le pueden pedir a la oposición
semejantes virtudes sino asegurándole que ella misma se beneficiará el día que esté en el
gobierno. No podría haber oposición semejante virtudes sino asegurándole que ella misma se
beneficiará el día que esté en el gobierno. No podría haber oposición política razonable sin
término posible. Puede ser privada del poder, pero no puede ser privada de la esperanza del
poder.

Todos los regímenes de oposición tienden a permitir la alternativa a través de la cual se


manifiesta la dialéctica fundamental de las potencias y del poder. Una potencia que crece material
y moralmente se impondrá inexorablemente, porque ningún partido representa la ortodoxia ni
está dotado del monopolio.

La práctica de la alternativa reposa sobre procedimientos complejos. Deben ser manipulados


no sólo con habilidad sino también con honestidad. No deben ser la máscara de maniobras
insidiosas, ya que de lo contrario la realidad de la alternancia se vuelve artificial.

Otra manera de dar lugar a la oposición y no llevarla a la violencia, es el del reparto del poder.
Este régimen está fundado sobre concesiones reciprocas. Puede ser una necesidad política allí
donde haya tal equilibrio de potencias que ninguna de ellas pueda verdaderamente imponerse, o
también donde la alianza de los otros partidos sea necesaria para evitar el advenimiento de un
partido totalitario. No obstante, este régimen de reparto es un sistema mediocre en su esencia,
porque el reparto del poder a la impotencia del mismo. El afán de mantener el equilibrio entre los
asociados rivales conduce a la situación de inmovilismo.

Para que los procedimientos democráticos de la alternancia o del reparto funcionen bien, es
necesaria la aceptación general de una disciplina cívica. Pero esta exige condiciones difíciles de
reunir, reclama un desarrollo material avanzado que excluye la lucha por la vida, exige la
convicción popular de que el régimen e n vigencia, incluso con imperfecciones o si es sacudido de
vez en cuando por un escándalo, es sin embargo el mejor posible y, ante todo, se lo debe
preservar. También es preciso que una minoría de la población no trate de presionar a la mayoría
mediante la violencia.

Particularmente el régimen de la alternancia exige el juego limpio. Debe ir acompañado de


una singular abnegación para dejar en el poder a un partido cuya mayoría es a veces escasa.

Esta exigencia de una excepcional disciplina cívica explica que el régimen de la alternancia.
Mantenido sin desfallecimiento en los Estados Unidos, no haya tenido éxito en América Latina
quien posee el poder quiere mantenerse en él, por diversos medios, por pronunciamiento por
golpe de Estado o por modificación de las disposiciones constitucionales. El gobernante quiere
permanecer donde se encuentra y se rehúsa a ceder la plaza al adversario, que con bastante
rapidez se transforma en faccioso. Pero lo que es frecuente en América del Sud, es también la
práctica actual en casi todos los Estados africanos. Cuando se rechaza la alternancia pacífica, se
produce una apertura para la acción de violencia (son los desvíos de los comportamientos
políticos).

LAS DESVIACIONES DE LOS COMPORTAMIENTOS POLÍTICOS

Las desviaciones de los comportamientos políticos pueden dividirse en debilidades políticas y


en rupturas políticas. Entre las primeras se encuentran la corrupción, el sectarismo y el incivismo.
Entre las segundas figuran la traición, la resistencia, la rebeldía y finalmente la revolución.

1. La Corrupción
En su forma banal, es la obtención de decisiones favorables de parte de hombres públicos,
otorgándoles ventajas materiales. Entre las formas de corrupción hay que distinguir el prevaricato
que es el abuso directo de sus funciones y el tráfico de influencia que en el abuso de autoridad
pero fuera de sus funciones.

Ciertas circunstancias favorecen la corrupción, tales como la inflación que desvaloriza los
sueldos, la economía de penuria en que se necesita obtener licencias y exenciones.

En general la corrupción directa es bastante rara y cuando se estudian más de cerca los
escándalos de este género, se nota que éstos afectan, más que a los parlamentarios o a los
agentes de la función pública a los medios parapolíticos, bastante abigarrados, que gravitan
alrededor de aquellos, existe cierto número de hombres dudosos, de solicitantes y de
intermediarios que circulan alrededor de los hombres políticos en búsqueda de actos que serán
provechosos para ellos.

Más que la corrupción directa en dinero, existen cadenas de complacencia conformadas por el
parentesco, la alianza y la amistad. Hay hombres que son incitados a tomar tal o cual actitud, no
porque sean corruptos en el preciso sentido del término, sino porque les conviene estar o
permanecer en buenos términos con ciertos medios, en particular con aquellos que disponen de
cargos en los grandes negocios o en las grandes empresas.

2. El Sectarismo
Consiste en la atribución al partido, a los amigos, a las relaciones, de las ventajas que no
dependen directamente de la ley. El poder del gobierno y administración tiene iniciativa y actúa
discrecionalmente por ejemplo, en la atribución de monopolio del tabaco, de consideraciones, de
subvenciones, de ventajas menudas. Esta forma de sectarismo es incontestablemente enojosa,
pero cuando no es llevada al extremo no afecta la independencia del ciudadano. Los que quieren
conservarla deben saber que, en ese régimen, no obtendrán de quienes poseen el poder sino su
estricto derecho y que si faltan a las leyes conocerán todo su vigor.

El sectarismo suele ser la expresión de un temperamento personal intransigente, pero sus


manifestaciones son generalmente colectivas. El partido político es su sede principal, en la misma
medida en que es fuerte, tiende al exclusivismo. Se convierte en un partido que se podría calificar,
si ue ha a pleo as o, o o pa tida io . “egú u a espe ie de le de arrastre mecánico, se
limita cada vez más a sus ideas y a sus hombres.

3. El Incivismo
Este término es de origen belga. Ha servido para calificar el comportamiento desleal de ciertos
ciudadanos durante las ocupaciones en las guerras mundiales. Presenta muchos matices.

El incivismo pasivo es el menos grave, a tal punto que es alegremente practicado y aún
cínicamente profesado. Se traduce en obedecer porque no se puede hacer otra cosa, porque se
arriesgaría más rehusando colaboración o absteniéndose. El incivismo pasivo se traduce por una
espe ie de ause tis o o al. Resulta de u a egativa a i te esa se por la cosa pública. Para
muchos hombres y mujeres, la vida pública es una cosa exterior a ellos, ya que estaría formado
por misteriosos e inconcebibles. Este ause tis o o al procede de razones aparentemente
virtuosas. El ciudadano que rehúsa a su familia, a su parte, a sus obras filantrópicas o culturales. A
la inversa de esas nobles actividades, la política comporta compromisos en los que no quiere verse
empañado. En segundo plano, apa e e la idea de ue u a la políti a puede se el he oso
ofi io ue su ala reputación se extiende a lo que se ocupan de ella. Se señala también que
dedicarse a la cosa pública le aporta a uno muchas dificultades y molestias. Se cosechan más
cargas que provechos. El sabio y el listo deben por su tanto obtenerse.

Otra fuente de la indiferencia, es el escepticismo. Procede de la idea confusa de que en


definitiva todos los partidos vienen a ser lo mismo, que se los ha cambiado a menudo, pero que
siempre es lo mismo, que en definitivamente, hay gente estimable en todas partes; que las
ideologías ya cumplieron su ciclo y que, en lo sucesivo, lo que importa, es la gestión técnica,
correcta y eficaz. En resumen, se dejará la política a aquellos que la han convertido en su
profesión.

La primera consecuencia del ausentismo moral es el ausentismo electoral. Si bien perjudica


moralmente a la colectividad política, el incivismo pasivo no cae bajo la condena de las leyes, es un
asunto, es un asunto de educación y de hábitos. Por lo demás, hay que preguntarse si la
indiferencia es tan profunda como lo afirman quienes la practican algunos, que proclaman su
desinterés pero son, en realidad, opositores que disimulan sus opiniones. Cuando el interlocutor
de un parlamentario comienza la o ve sa ió o estos té i os p evisi les: o o hago
políti a , a e udo es u adversario oculto.
El incivismo activo es sensiblemente más grave que el incivismo pasivo. Consiste en el
desprecio hacia los gobernantes y en el desprecio hacia las leyes.

No debe confundirse el desprecio hacia los gobernantes con ciertas formas de caricaturas o de
agudezas que son de hecho elementos de popularidad. Un hombre político que no haya sido
caricaturizado, sin dudas tiene poco relieve. Pero hay un incivismo corrosivo que es obra de ciertos
autores, de ciertos órganos, de ciertas empresas, que apuestan exclusivamente al escándalo.
Inclusive, a veces, hay toda una literatura dedicada exclusivamente a denigrar a los hombres
públicos.

Es ampliamente nociva al civismo, la publicación de trascendidos y anécdotas por órganos


especializados. No es directamente difamación, pero está muy cerca. La columna y la indiscreción
son tanto más graves cuanto que corresponden al gusto ya comprobado del público, siempre
dispuesto a creer que se le oculta algo y siempre goloso de una e pli a ió o spi ativa de la
vida pública.

El desprecio de las leyes consiste menos en la violación directa que en el hecho de esquivarlas.
Concretamente es la evasión y la elusión de las leyes. En materia impositiva es frecuente esta
alternativa.

4. La Traición
Mientras el incivismo es el desapego moral de la colectividad política a la cual pertenece el
ciudadano; la traición es su compromiso al servicio de una causa virtual o efectiva. Concebida
lógicamente como un doble incivismo, la noción de traición es fácil de establecer. En cambio, en lo
concreto, es difícil delimitarla, porque hay mil formas de traición.

1) La traición por codicia: el traidor es un mercenario sin conciencia, a veces un


aventurero y más frecuentemente un débil. En su traición se mezclan historias de
mujeres o juego.

2) La traición por ambición: el traidor libra al enemigo el acceso a la tierra natal, al no


poder encontrar el puesto que anhela y que cree merecer.

3) La traición por resentimiento: el traidor lleva a cabo una venganza personal. El caso es
frecuente, no solo en la antigüedad, sino también en la época actual.

4) La traición por ideología: el traidor traiciona porque su ideal no está en su patria, o


también, porque los gobernantes de ésta le piden actos que su conciencia no prueba o
que su inteligencia condena. Juzgan lo que es bien para a colectividad política y ponen
su apreciación personal por encima de la decisión regularmente adoptada por los
poderes establecidos a los cuales corresponde el derecho supremo de determinar el
amigo o el enemigo y en consecuencia definir al traidor a los intereses de la nación.
La traición tiene lugar en un clima de certidumbre con respecto a la legitimidad, no plantea
problemas políticos. Lo que provoca dificultades es que la traición se produce frecuentemente en
el momento en que las situaciones cambian. Por ejemplo: la actitud de los mariscales al abandonar
a Napoleón no ha sido considerada generalmente una traición. Sin embargo Marmont, duque de
Ragusa, que firmó la capitulación de París y dejó descubierto Fontainebleau, haciendo imposible a
Napoleón la continuación de la lucha, fue muy mal juzgado. El pueblo de París empleaba el
té i o agusa e vez del vocablo traicionar, a pesar de que no había resistencia posible. Si
Marmont hubiera hecho matar inútilmente algunos millares de hombres, tal vez había pasado por
héroe. Tuvo la sensatez de no hacerlo y por eso sufrió oprobio injustamente.

Las defecciones se producen en el momento en que el mismo régimen está debilitado y


cuando las circunstancias históricas muestran que evidentemente el destino ha cambiado de
caballo. Es, por ejemplo, el caso de los conjurados del 20 de julio de 1944 en la Alemania Nazi. Los
conjurados del 20 de julio eran traidores con respecto al régimen. No lo eran con respecto a su
Patria. Al eliminar a Hitler, hacían posible el fin de la hecatombe y una paz mejor. Muchos de ellos
querían precipitar la llegada de los norteamericanos y de los ingleses antes que la de los rusos,
trabajaban en interés de su país. Hoy son héroes nacionales. Un bloque de estampillas se ha
editado veinte años después, que los representa como tales. Sin embargo, todos pagaron con sus
vidas su anticipación patriótica.

Concretamente, las circunstancias son un elemento capital de la traición. La ley suprema de la


salvación de la patria puede hacer condenar como traición hechos reprobables y condenables,
pero que no son verdaderas traiciones.

5. La Resistencia
Se diferencia doblemente de la traición, por una parte porque está, en principio, limitada al
orden interno, en tanto que, por otra parte, es un fenómeno colectivo; en cambio la traición tiene
un carácter individual.

En toda la sociedad se encuentra descontentos, inquietos y contestarios.

Hasta los pueblos primitivos han cambiado de culto, de costumbres o de escritura, a causa de
la propaganda y de la oposición de los innovadores.

La resistencia legal deriva de la oposición, en la medida en que pide, frente al poder, la


aplicación de la ley. Es una forma lícita de la impugnación, ya que se basa en el orden establecido.
Sin embargo, se acerca a la rebeldía en la medida en que es una negativa de obediencia al poder;
en este sentido, le es exteriormente vecina y la línea de demarcación entre ambos
comportamientos es difícil de determinar.
La idea de resistencia legal parece, primeramente, contradictoria en los términos. Si
consideramos legítimo un poder, debe ser obedecido, so pena de dejar de ser un poder. Pero este
poder (que debe ser obedecido) no tiene derecho a reclamar cualquier cosa.

En los regímenes liberales hay límites a los poderes que estos mismos reconocen. El primero
es que el poder no se establece sino con vistas al interés general; el segundo es que ese poder está
limitado por textos o por una costumbre. Las declaraciones establecen derechos que los poderes
deben respetar y, por otra parte, existen procedimientos que constitucionalmente deben ser
seguidos. Un gobierno que actúa con vistas a los intereses particulares y no al bien común, comete
una desviación de poder. Muchas constituciones intentan prevenir esos excesos de poder
mediante la organización de un control de constitucionalidad. Otros establecen ese control
solamente al nivel de la legalidad, por medio de diversos procedimientos. Sin embargo, el sistema
de protección de las libertades sigue siendo defectuoso en ciertos casos, ya se halle trabado por
ciertas circunstancias o que la administración goce de privilegios exorbitantes. La lentitud y la
limitación de los procedimientos, la parcialidad verdadera o presunta de los tribunales y de las
administraciones, pueden llevar también a no conformarse con las vías legales. La resistencia se
vuelve entonces en una especie de legítima defensa del ciudadano que se hace justicia a sí mismo.

La resistencia invoca un derecho superior que va contra la legalidad, calificada da entonces


como formal.es lo que se considera a la resistencia basada en el Derecho Natural.

El derecho natural adquiere fundamento filosófico durante los siglos XVI al XVIII. Es la base de
la argumentación de Locke. Teórico de la revolución orangista, justifica filosóficamente la
sustitución de una dinastía por otra en virtud de un derecho del pueblo a encontrar nuevamente
su libertad original, a proveer a su propia conservación y a su propia seguridad, si sus derechos
naturales son conculcados.

Esta teoría será retomada, esta vez contra la misma Inglaterra, por los insurgentes
norteamericanos. También se la encuentra entre los franceses. Por ejemplo en la constitución de
1793 el art 35 decía: ua do el go ie o viola los de e hos del pue lo, la insurrección es para el
pue lo el ás sag ado de los de e hos el ás i dispe sa le de los de e es . U po o atenuado
este texto se halla en el proyecto constitucional francés de 1946, luego e hazado, ue e p esa a
cuando el gobierno viola las libertades y los derechos garantizados por la constitución, la
resistencia bajo todas las formas es el más sagrado de los derechos y el más imperioso de los
de e es .

El problema de la resistencia es un problema más moral que jurídico y los casuistas le han
dado soluciones prácticas muy diferentes que traducían sus preferencias de orden político o
filosófico. Pero unánimemente descartaron el uso de la violencia. Entre dos perjuicios posibles al
orden político, la injusticia o la perturbación social, es preciso elegir el menor.

Los casuistas estiman que la resistencia se justifica cuando la injusticia es más grande que el
desorden social. Si al desorden social debe ser considerable, más vale aceptar la injusticia. En todo
caso, el riesgo supremo sería la conjunción de la injusticia y la perturbación social.
Si ésta estuviera condenada al fracaso, si no hiciera desaparecer a aquella, simplemente
agregaría un mal a otro. En ese caso, la resistencia sería injustificada.

Algunos han creído poder esclarecer el problema moral, oponiendo dos especies de
resistencia, una pasiva y la otra, activa.

La resistencia pasiva consistiría en un ejecutar la orden juzgada ilegal, por ejemplo, rehusarse
a pagar una contribución o una multa, dejar acumularse las boletas de todos los colores, hasta
llegar al embargo.

Pero no obedecer las intimaciones de la policía, no dejarse dispersar, es ya pasar a una


resistencia activa. Poner obstáculos a una operación legal, mediante una aglomeración, impedir el
acceso a las iglesias; volver a instalarse en los locales de donde se ha sido expulsado, son actos en
los cuales la frontera entre la resistencia pasiva y la resistencia activa aparece incierta.

La pasividad es, en efecto, una actitud ilícita. Constriñe a los agentes del poder a recurrir a la
fuerza. Desplaza así la carga de la responsabilidad, ya que el resistente pasivo obliga a los agentes
del poder a comportarse en forma también violenta y, en consecuencia, si están en la ilegalidad,
agravan su caso.

En definitiva, los resultados de la resistencia pueden ser tres:

1) el fracaso: está marcado frecuentemente por la disminución y la terminación de las


protestas, la resistencia va desapareciendo dentro de la acción del poder establecido
y, más eficazmente aún, en la indiferencia popular.

2) El éxito pacifico: es el resultado del abandono de las medidas injustas.

3) La escalada de la resistencia a la rebelión: es cuando concretamente se llega luego de


la amenaza, a la acción.

6. La Rebeldía
Se distingue de la resistencia en la medida en que pone en tela de juicio al régimen
establecido. Desde la resistencia al acto injusto, llega a proclamar la ilegalidad del gobierno e
incluso la del Estado y la sociedad. Por otra parte, mientras que la resistencia rechaza la violencia,
la rebeldía la llama y la utiliza ampliamente.

La rebelión es el comportamiento político de hombres abrumados, que han tomado conciencia


de sus derechos o de lo que ellos consideran como tales. Esta idea de la conciencia de los derechos
hace que la rebeldía no pueda darse en los tiempos y en todos los países. Hay situaciones en las
cuales la rebelión no tiene sentido.

Era inconcebible para los incas; hoy, lo es todavía para los primitivos o para los parias.
Dominados por una tradición, la respuesta está en un mundo desacralizado, en un orden
humano donde todas las respuestas son humanas, es decir razonadas. Del mismo modo, la
rebelión surge raramente en una sociedad verdaderamente miserable. Es preciso que se haya
alcanzado un mínimo de bienes para poder sentir el deseo de acceder a un nivel superior.
Entonces se desencadena la rebelión contra los obstáculos que impiden el acceso a ese nivel
superior.

La rebeldía es un movimiento que parte de la experiencia individual. Sin embargo, no hay que
confundir la rebeldía con el resentimiento. El hombre resentido se instala en una negativa. Se
envenena y se debilita a sí mismo. En cambio, el hombre sublevado es impulsado por un principio
de acción. El acto indignante que es la fuente de su rebelión suscita en él una super abundancia de
energías que no queda comprimida, sino que al contrario tiende a volcarse en el mundo.

La rebeldía supera así el dominio de lo individual. Si en su punto de partida el drama se


desarrolla en la conciencia del sublevado, los valores provocadores de su rebelión son comunes a
otros hombres e incluso a todos los hombres.

Por consiguiente, la rebeldía no es en esencia egoísta. El sublevado lo es generalmente no para


sí mismo, sino para los demás. La rebelión concierne ciertamente al oprimido, pero casi siempre
nace, con mucha mayor intensidad, en el testigo de la opresión. Los mejores, que no participan de
la opresión pero que tampoco la sufren, se sientan indignados ante su espectáculo y rehúsan toda
solidaridad con ella.

Esto explica que los sublevados surjan frecuentemente de otro medio social que el de los
oprimidos. Frecuentemente, a la cabeza de los movimientos revolucionarios hay hombres, que,
por la comodidad de su existencia y por la independencia de su fortuna, deberían estar en el
campo adverso, o a l menos permanecer indiferentes. Son arrastrados por su generosidad y por su
convicción.

7. La Revolución
La revolución agrega a la rebeldía no la violencia, porque ella ya está incluida en la rebelión,
sino, el proyecto. El revolucionario quiere cambiar el mundo y construir el futuro según un orden
de valores que él inventa. La revolución supera a la rebelión en el sentido de que prolonga a ésta
cuando se impone, pero no la continúa necesariamente. A menudo es una desviación al apartarse,
en gran medida, de los principios iniciales que animaban la rebeldía.

Después de la rebelión, el segundo grado de la escalada de la violencia es la insurrección,


levantamiento popular contra el poder establecido. La insurrección es un fenómeno anónimo.
Procede de un descontento general, es de carácter irracional, afectivo, espontáneo. El azar
desempeña allí un gran papel y la insurrección tiene en sus manifestaciones mucho de
imprevisible o incluso de imprevisto. No tienen plan, se libra a actos frecuentemente
contradictorios, toma de iniciativas inútiles o peligrosas para sí mismas. Los elementos que
intervienen en la insurrección son heterogéneos. Fracciones de ellos se vuelven a menudo hostiles
unas a otras, una vez logrado el triunfo. Cuando aborta, la insurrección es generalmente calificada
como motín.

El golpe de fuerza es frecuentemente llamado hoy putsch, un término alemán introducido en


las demás lenguas. Como la insurrección el putsch es de origen privado. Una fuerza trata de tomar
el poder por la violencia.

La diferencia reside en que en la insurrección se agitan fuerzas difusas y anónimas, mientras


que el putsch es ejecutado por un hombre o por un grupo de hombres que asumen su dirección de
acuerdo con un plan preparado metódicamente en sus menores detalles. Para triunfar, el putsch
debe ser breve, brutal y corto.

A dife e ia de los i su e tos, los puts histas de e esta u idos o sola e te po


animosidades, sino por una disciplina común. La homogeneidad intelectual puede faltar en vigor,
pero es indispensable que el jefe disponga de poder de maniobra. Los ajecutantes son
cuidadosamente elegidos, agrupados en formaciones generalmente restringidas y deben plegarse
con método y precisión a todos las directivas que se les da. En consecuencia, el golpe es
frecuentemente de origen militar. Se opera bajo el mando de oficiales generales o superiores.

En Rusia, Lenin y sobre todo Trotzky acentuaron el carácter técnico del golpe de fuerza. Lo
esencial es paralizar los medios de acción del adversario, volverse dueño de los puntos neurálgicos
de la actividad estatal, especialmente de las redes de comunicaciones.

Por eso, los putschs de los últimos años han tenido casi siempre como epicentro las estaciones
de radio o de televisión, porque en el Estado moderno es uno de los puntos esenciales de mando y
de propaganda. Desprovistos de sus órganos de información y de acción, los gobiernos en vigencia
quedan aislados en la cima del Estado, se agitan en el vacío y ya no mandan. Son barridos sin
dificultades, a menos que ellos mismos abandonen la partida. Fue así como después de la
ocupación de las centrales telefónicas teleg áfi as se desa olla o e Pet og ado los diez días
ue o ovie o al u do .

Cabe destacar también otra modalidad consistente en la acción extranjera. Esta es susceptible
de hacer triunfar una revolución que ha sido iniciada en el interior de un país pero que, sin ese
apoyo, estaría condenada al fracaso. Este caso se produce generalmente al término de un
conflicto armado. El estado vencido no es eliminado del mapa, pero se le impones otro príncipe, o
un orden constitucional nuevo o, incluso, un nuevo orden social.

DESVIACIONES DE LOS COMPORTAMIENTOS POLITICOS


Las desviaciones de los comportamientos políticos pueden dividirse en debilidades políticas y
en rupturas políticas. Entre las primeras se encuentran la corrupción, el sectarismo y el incivismo.
Entre las segundas figuran la traición, la resistencia, la rebeldía y finalmente al revolución.

LA CORRUPCIÓN
En su forma banal, es la obtención de decisiones favorables de parte de hombres públicos,
otorgándoles ventajas materiales.

Entre las formas de corrupción hay que distinguir el prevaricato, que es el abuso directo de sus
funciones y el tráfico de influencia, que es el abuso de autoridad pero fuera de sus propias
funciones.

Ciertas circunstancias favorecen la corrupción tales como la inflación que desvaloriza los
sueldos, la economía de penuria en que se necesita obtener licencias y exenciones.

En general la corrupción directa es bastante rara y cuando se estudian más de cerca los
escándalos de este género, se nota que estos afectan más que a los parlamentarios o a los agentes
de la función pública, a los medios parapolíticos, bastantes abigarrados, que gravitan alrededor de
aquellos, existe cierto número de hombres dudosos, de solicitantes y de intermediarios que
circulan alrededor de los hombres políticos en búsqueda de actos que serán provechosos para
ellos. Más que la corrupción directa en dinero, existen cadenas de complacencia

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