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López, E - PS y Movimientos Sociales
López, E - PS y Movimientos Sociales
Toda gestión supone una política social, ya que “la gestión es concebida como un espacio
privilegiado de reproducción/transformación de la política social” (Chiara;11). Para Claudia
Danani, la política social comprende una fracción del ancho campo de las intervenciones
sociales estatales que tienen en común el actuar sobre las condiciones de vida y de
reproducción de la vida de la población. A diferencia de otras intervenciones, la política
social actúa “sobre” el entramado de relaciones y procesos constituyendo relaciones y
procesos al mismo tiempo que los interviene: los moldea, los produce. Esta perspectiva
guarda relación con la economía política porque incide en alguna medida en la relación
fundamental que estructura a la sociedad de mercado que es la relación laboral porque se
entiende que ella organiza la vida colectiva e individual en su sentido más amplio
(Danani;21).
La matriz de las condiciones de vida se encuentra en el trabajo, por lo que es en el ámbito
laboral que se definen las posibilidades de satisfacción de necesidades, de participación en
la distribución, el acceso al consumo, la producción de identidad y el reconocimiento
social (Danani;22). Pero las condiciones de vida no se agotan ni mucho menos en la
compra-venta de fuerza de la fuerza de trabajo, aunque ésta sea necesaria para
comprender la vida. Así, las intervenciones sociales del Estado tienen un eje en la política
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personas en las cuales familias y comunidades son sus actores centrales (Danani; 32).
Siguiendo a Oszlack, “…las políticas sociales se configuran en una polifonía de actores que
intervienen sobre la compleja y problemática agenda estatal. Organizaciones,
movimientos sociales, municipios, universidades, medios de comunicación, redes, actores
territoriales y del mercado (productores, proveedores, cadenas de comercialización)
participan de manera más o menos directa en la gestación y ejecución de estas políticas”
(Bráncoli; 2021:9). Así, la gestión se define también por operar en un campo multiactuado
por tal motivo, la relación entre actores (en tanto mediadores de recursos) y entre éstos y
las personas beneficiarias es también motivo de análisis y preocupación. Entre los
fenómenos más problemáticos se destaca el de la clientelización.
La clientelización es un proceso relevante en la gestión de
política social dado que puede constituir el eje de la
relación de desigualdad entre los decisores de la política
social y los sectores pobres pudiendo llegar a constituir un
programa (Danani; 2008:34). La clientelización es una
relación fundada a su vez en relaciones de desigualdad
social en sentido amplio (de medios y de poder). El
concepto clave para analizar la clientelización es la
desigualdad y la reproducción social de la misma en el
tiempo ya que la clientelización es posible, y sustentable
en todas las circunstancias en que haya personas con la
capacidad de dominar a los demás a partir de monopolizar
recursos, y decisiones vitales para una persona o un grupo.
Así, la clientelización puede ser una tendencia de cualquier
gestión de ajuste económico dado que la desarticulación
de la voluntad de protesta y de demanda puede ofrecer un punto de equilibrio a la gestión
a partir de ajustar la demanda a la oferta de recursos. Por el contrario, la clientelización
puede comenzar a desarticularse si disminuye la desigualdad estructural entre patrón y
cliente adquiriendo éste paulatinamente grados de autonomía. La desclientelización
conlleva un cambio cultural/identitario desde el estatuto social de “asistido” hacia el
estatuto de “sujeto de derechos”.
La experiencia política nacional reciente correspondiente a los gobiernos del Frente para
la Victoria de Néstor Kirchner y Cristina Fernández (2003-2015) y el gobierno de
Cambiemos de Mauricio Macri (2015-2019) nos ofrece dos estilos o perfiles de gestión
claramente identificables y modelizables. En este texto no aspiramos a un análisis
exhaustivo de la gestión el cual que abarcaría también la articulación de recursos, el
régimen de implementación, la división intergubernamental del trabajo y las capacidades
estatales. Dada las limitaciones de este texto no enfocaremos en modelos basados en la
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El modelo reprivatizador
sectores populares en una lucha contra “los otros”: trabajadores contra desempleados;
blancos pobres contra indígenas y negros, mestizos contra indígenas, negros contra
blancos, argentinos contra senegaleses, chilenos contra bolivianos, hondureños contra
guatemaltecos... (Ciappina; 2019:41).
El modelo de gestión se caracterizó, entre otros factores, por el fuerte trastocamiento del
sentido de la acción social. La universalización de las concepciones meritócratas sobre el
deber ser individual y familiar horadaron el ethos solidario emergente en la etapa anterior
y tendieron a consolidar una cultura masiva de carácter individualista del poseer bienes de
consumo grandes o pequeños, pero bienes de consumos al fin que permean y constituyen
un sentido común en amplios sectores populares. El neoliberalismo demostró su potencia
civilizatoria unificando al que tiene un country con el que tiene un par de zapatillas de
marca. Todos sienten que tienen algo de perder por lo que resultan atractivos los
discursos hobbesianos de seguridad, pérdida de derechos y represión (Ciappina;2029:50).
El cambio de sentido de la acción social fue viabilizando un achicamiento progresivo
en las coberturas y la accesibilidad a bienes y servicios. La mercantilización de las
personas y la universalización del período anterior fueron dejando paso a la
mercantilización de recursos en un contexto de desmercantilización de las personas
por avance de la desocupación.
En términos de valores y principios hubo una pérdida de autonomía debido al
agravamiento de las condiciones que restringieron los grados de libertad de personas y
actores sociales. Estos condicionamientos fueron de orden material por el ajuste e
inaccesibilidad a servicios sociales y simbólicos por el accionar mediático de cambio de
sentido de la acción social. Este accionar horadó la autoestima de las personas asistidas y
deterioró la construcción identitaria de organizaciones comunitarias y territoriales
basadas en la reciprocidad bajo la presión de la acción estigmatizante. La percepción de
un plan social pasó a estar asociada a un estigma social de “planero” infundiendo cierto
sentimiento de culpa asociada al mismo (Arias; 2018:1).
La lógica de la “convención colectiva” se convirtió en un mecanismo ilegítimo de
“apriete” al Estado. La multiplicidad de espacios y escenarios participativos que
nutrieron y enriquecieron la gestión de la política social anterior fueron vaciados de
sentido y sus organizaciones se vieron compelidas a resistir el vaciamiento de la política
social resguardándose en la comunidad. Las estrategias de resistencia podrían
representarse a partir del caso típico de “reconversión de un taller en un comedor”
simbolizando al modelo de gestión. De esta forma, la gestión de la política social fue
reorientando la acción social de los actores tanto a nivel local como meso-social. La
participación de las organizaciones sociales cambió cualitativamente sin dejar de estar
presente en el modelo de gestión.
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afirma más en las motivaciones y el modo en que piensan la política social, que en
importantes modificaciones en materia presupuestaria y procedimental” (Arias; 2018:1).
La asistencia social no sufrió grandes cambios en cuanto a despliegue y cobertura de
planes sociales, pero fue asociada a un nuevo discurso de “…reinterpretación del pasado
de la gestión de la asistencia estatal y la construcción del adversario cultural como
coextensión del adversario político” (Zúccaro; 2021; 53) que cambió sustancialmente el
sentido de la acción social y repercutió fuertemente en la producción identitaria de los
actores.
A nivel territorial, la gestión de la política social, si bien no cambió
sustancialmente en sus instrumentos, al jugar en otro contexto generó arreglos
totalmente diferentes con los actores. La asistencia social, que antes permitía
desplegar el consumo, en un contexto de aumento de la desocupación, baja de
planes, y achicamiento de presupuestos, reorientó a los actores territoriales a
un esquema de resistencia propiciando estrategias de sobrevivencia casi
exclusivamente. Las organizaciones territoriales que habían asumido el desafío
de acompañar a las familias pobres frente a la crisis lograron salir,
parcialmente, de la agenda de la emergencia.
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