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Sabores del destierro Muerto de hambre camina por la avenida Broadway entre gente apresurada y grupos de muchachos que pasan gritando frases que no entiende, Como animal husmeando una presa, fija la vista en cada uno de los letreros de su acera y la acera del frente en busca de un restaurant donde pueda servirse una verdadera cena. Desde su llegada a la ciudad de Los Angeles, hace ya veinte dias, se ha limitado a comer hot-dogs y hamburguesas pues basta esti- rar la mano frente a un puesto callejero y decir “0” 0 mostrar con el dedo cl dibujo de las diferentes combinaciones que ofece MeDonald’s. Cémo detesta ese negocio y su logo amarillo que, cada cierto trecho, interrumpe el paisaje urbano con una nota chabacana. Pero después de tantos dias comiendo lo mismo, le da repugnancia al estmago s6lo pensar en un hot-dog o en esas papas fritas pasa- das a aceite que van con la carne desabrida de Ia hamburguesa. Mas que eso. Siente que ya es hora de actuar como una persona normal que sale a la calle, entra a un restaurante, lee el meni y pide para comer lo que se le antoje. 101 Tiene que adaptarse a este lugar que le resulta tan ajeno y dejar ser un paria que vive alorando su patria... Es verdad que no def ‘nunca de echar de menos su tierra y ese follaje de los afectos 1 por la familia y los amigos, pero como cl niufrago que lega a isla desconocida, debe incorporarse a este entorno hostil que mutilado los trazos de su identidad. Ya no es el mismo. En cue y alma ha pasado por un remez6n que divide su existencia entre Propio y lo ajeno. Ahora es un trasplantado, una planta sacada dé cuajo ¢ instalada en otro terreno donde hasta algo tan natural como. cl comer se ha transformado en problema. Pero él ha decidido convertir ese problema en desafio, en esa aventura a través de la cual podra probarse a si mismo, Por eso no. dejard de caminar por esta calle hasta que sacie su hambre cena de verdad y no con la chatarra de la comida ripida. con una, Si lo logra, habra dado el primer paso en el largo camino que le permitird dejar de ser un atolondrado pajaro que ha perdido su nido 0 un pez que sobrevive apenas fuera de su propia agua. Debe recuperar la seguridad en s{ mismo, dejar de ser un extranjero y com- Pportarse como cualquier gringo que camina por esta calle tan lena de gente. Hasta ahora ba sido un castigo vivir en este pais. Todo es tan frio € impersonal, Cada vez que entra a uno de esos buses muy limpios ¥ casi vacios tiene la sensacién de estar en medio de un paramo, El chofer no se digna mirar a los pocos pasajeros que suben en silencio, se cierran las puertas automaticas y en silencio, siempre en silencio, el bus se desliza por las calles de la ciudad. Qué diferente a las micros de su patria tan llenas de la, de gente que conver Y echa chistes al chofer quien replica, discute con alga ae ‘echa piropos a las muchachas al son de la cumbia que estin tocando en la radio, La pieza modesta que arrendé como “un estudio amoblado”, Porque tiene un pequefio bafio y en un rincén han instalado un diminuto refrigerador y una cocinilla, hucle demasiado a limpio, 102 como si estuviera desinfectado igual que los hospitales. Y a él le ‘cuesta quedarse dormido pensando que vendrin unos enfermeros y Este es un pais muy raro donde le inyectaran algin virus mortal parte de la mania por la limpieza, todos parecen ser fandticos de lh perfeccion. Por cso, las calles no tienen ni un solo bache cuando lo entretenido es que los vehiculos den un tumbo inesperado 0 que uno camine pendiente de los hoyos y grietas en el pavimento. Fand- ticos de la perfecci6n y la eficiencia... Por eso le cuesta tanto abrit Ja maldita tapa de la Coca-Cola y el envase de los jugos que venden en el puesto de los hot-dogs. Un verdadero castigo porque nunca planed 0 desed venir a este pais. Esta aqui por culpa de circunstancias muy injustas y no tiene otra alternativa que seguir caminando por esta avenida Broadway hasta saciar cl hambre y tranquilizar su cuerpo siempre aftorando la comida de su patria. “Seria tan lindo servirse una sopita bien caliente yun trozo de carne al horno acompafiado de una ensalada de habas ‘con harta cebolla y cilantro”, piensa mientras se le hace agua la boca. ero ya al final de la primera cuadra, empieza a perder el impetu de dar ese primer paso porque no se atreve a entrar a ninguno de esos restaurantes que exhiben en un pequefo y discreto espacio de la en- trada, un complicado y elegante mend que para él semeja la pagina ctiptica de un endiablado jeroglifico. “jCémo voy a entrar si no pue- do hablar inglés! {Si no entiendo ni una sola palabra cuando estos gtingos abren la boca”, se repite sintiéndose cada vez mas inhibido. jE una verdadera desgracia tener que estar en este pais! —pro- testa evocando el aroma de los camarones de rio que su madre pre- paraba a la parrilla con orégano fresco y ajo macerado. Algo muy especial tenian esos camarones y de sélo recordarlos siente mis hambre y el estémago le esta reclamando fuerte. Mien- tras lee el letrera de otro restaurante, se acuerda del amigo italiano de su padre. No perdia ocasién para contar que habia llegado a Chile con una maleta destartalada y la mente llena de suefios. “Nadie que me ve hoy dia, duefio de tantas propiedades, podria creer que llegué 103 @ este pais en un estado de absoluta miseria”, comentaba en tono. orgulloso. La imagen romantica del inmigrante que llega en un bats co ala tierra nueva y lena de oportunidades nada tiene que ver con lo que él esta viviendo, A diferencia de don Giovanni, quien contaba que allé en su pe quefio pueblo al norte de Milin se hablaba de América como un lugar mas prédigo que el mismo paraiso al que todos deseaban emi- grar, él jams habia pensado abandonar su patria, Al contrario, ély toda su familia eran un arbol frondoso con sus raices hundidas en el terrufto chileno y, muchas veces, se imaginé a si mismo ya anciano y a la cabeza del numeroso clan familiar pues sabia que le estaba destinado ser la prolongacién de su padre, de su abuelo y de todos sus antepasados. “Como los canelos y los rosales que crecen en esta ciudad de la Iluvia, envejeceré y moriré en esta tierra que me vio nacer”, se dijo una noche cuando la luna llena alumbraba el patio de su casa y las flores del aromo centenario creaban una atmésfera de armonia y misterio. Siguiendo una ya larga tradicién, habfa empezado a ayudarle a su padre en el almacén al que llegaban los clientes mapuches montados 4 caballo para comprar el azicar, la harina y los fideos para todo un invierno, Con el paso de los afios, terminaria haciéndose cargo de ese negocio que le aseguraba un futuro tranquilo, un céimulo de dias en un sosiego tan natural como el mismo paso de la primavera y el silbato del tren a medianoche. I “Sélo estoy aqui porque el destino injustamente se ensafia con la gente inocente” —reflexiona y empieza a recordar mientras sigue caminando por esa calle de Los Angeles donde se siente tan extraiio. Acababa de cumplit los veinte afios cuando empezaron las cam- Pais presidenciales de 1970 y a ‘Temuco Ilegaron los lemas del Frente Popular que proponian un Chile Nuevo, En su mente quedé grahada Ia Fgura de Salvador Allende quien, de paso por la ciudad, dio en la plaza un vigoroso discurso prometiendo igualdad y justicia Para todos. En medio de la multitud, él lo aplaudié con entusiasmo 108 porque, aunque nunca habia tenido gran interés en la politica, desde nifio habia sentido compasidn por la gente que vivia en la pobreza. Por esa raz6n humanitaria y no politica, sintié alegria cuando vio en la pantalla del televisor a Allende triunfador saludando desde el bal- con de La Moneda mientras era aclamado por cientos de personas con vitores y banderas tricolores. Sélo unas semanas después, Temuco se transformé en un pue- blo diferente porque ahora llegaban compafifas de teatro, poctas y miisicos que, en nombre del gobierno de Allende, se proponian ha- cer llegar la cultura a todos los rincones del pais y en el viejo Club Social, los sibados se organizaban eventos para la juventud. En una de esas fiestas, hablé un diputado que venia de Osorno. “Todos, absolutamente todos podemos cooperar con nuestro camarada pre- sidente y aportar nuestro valioso granito de arena, Les pido que se inscriban para participar en nuestra Campatia de Alfabetizacién, ‘compafieros. Junto con enseftar a leer y escribir a sus compatriotas, estarin dandoles una valiosa hertamienta para superarse en la vida”. Y , entusiasmado con la idea de ayudar a los pobres, empe76 air los fines de semana a las aldeas cerca de la cordillera para contribuir ena campaiia. Inclinado sobre el silabario, iba mostrando a aquellos hombres y mujeres las silabas que, combinadas, daban a luz frases sélidas y luminosas, “amo a mi mamd’ ee “pasa a la casa”, “pon el pan cen la mesa”. Lefan cada palabra con esa mezcla de temor y curiosi- dad que producen las cosas nuevas y él sentia que, por unas horas, era para ellos una especie de mago que los hacia poseedores de un milagro verdadero. “Toda esa experiencia fue increible... Pero si yo hubiera sabido {que por ensefiar a leer, los milicos me agatrarian preso, jamais lo ha- bria hecho”, siente ganas de decirle a una sefiora de tez muy blanca que lo mira con desconfianza y apresura el paso, Los movimientos de oposicién al gobierno de Allende se habfan venido como un vendaval. De un dia para otro, surgié un odio pro- fando entre los chilenos de izquierda y los de derecha. En los deba- tes transmitidos por televisidn, se decian insultos de grueso calibre yen las calles era cortiente presenciar disputas politicas que termi« naban a golpes. “(El pueblo unido, jams sera vencido!” gritaban los de izquierda en sus mitines casi diarios mientras en sus cuarteles, los militares preparaban el golpe que impondria la dictadura. FI 11 de septiembre de 1973 amanecié como un dia cualquiera, pero yaaa las diez de la mafiana, todo el pais sabia que el presidente seria derrocado. Til estaba ordenando la nueva mercaderia cuando por la radio anunciaron que los militares estaban bombardeando La Moneda. “Los van a liquidar a todos”, dijo su padre, “éste es solo el principio de la hecatombe”. “Mi viejo tenia toda la razén”, piensa deteniéndose frente a la vitrina de una elegante tienda de antigtiedades y vuelve a sentir los escalofrios que sentia frente a los soldados y los civiles que lo tortie aban. Hasta hoy dia, tiene en los brazos las cicattices de las sogas que lo ataban a un somier donde recibia las descargas eléctricas, “Confiesa de una vez, maricén!”, insistian vociferantes y él, casi sin habla y con la garganta seca, s6lo atinaba a decir, “Juro que no sé nada... Lo tinico que hacfa era ensefiarle a la gente a leer...”, Pero seguian exigiéndole que diera todos los detalles del grupo mirista que, segiin ellos, estaba detras de la campatia de alfabetizacién. “El famoso silabario era la chiva que utilizaban todos ustedes, puercos subversivos, para enmascararse. jHabla de una ver, concha de tu ma- drel”, repetian y él, con los nervios acalambrados, bajaba la cabeza para recibir otra cuota de golpes. Una madrugada, lo hicieron subir con otros prisioneros aun ca- ‘min militar y a todos les cubrieron la cabeza con un saco. Sin saber adénde los llevaban, con las manos atadas y en absoluto silencio por temor a los guardias armados, permanecieron de pie durante horas hasta que el camién se detuvo. “jAhora si que van a saber lo que es tortural”, exclamé un soldado antes de despojarlos de la capucha. Los hicieron entrar en fila a un galp6n y un oficial saludando al que sostenia un grueso cuademo, le informé: “Sargento, estos prisione- 106 ros estén condenados por traicién a la patria. Ponerlos a todos en el pabellon de los fusilados”, Al oir esto, cerré sus ojos amoratados por tanto golpe y se encomend6 a Di Da un salto atemorizado por el ruido que acaba de hacer un bus en Ia acera del frente y se pone ambas manos en el pecho para apaciguar el coraz6n. Eso habia hecho muchas noches cuando lo despertaban los ruidos de botas y fusiles alli en el patio de la Villa Grimaldi y ahora, en esta ciudad de Los Angeles que le es tan ajena, vuelve a sentir ese vahido que le nubla la vista, como si se fuera a caet muerto, Le tiembla el cuerpo y se apoya en la muralla tratando de mantenetse en pie... Pierde la noci6n del tiempo y la gente que pasa cea ln coreografia de una pesadilla: piernas que avanzan talo- rneando en zapatos de diversos estilos, blue-jeans sueltos y ajustados, manos sosteniendo carteras y bolsos de diversas hechuras, escotes de diferentes formas, torsos y brazos tatuados, un hombre que lleva una culebra negra enrollada al cuello... De pronto, se fija en un nifto que le hace un mobin geacioso al pasar a su lado y luego vuelve la cabeza para sonreitle. Toma aliento y se queda mirindolo, el sol del atardecer que ilumina sus cabellos tan rubios, le hace evocar los trigales en las afueras de Temuco... “Hay que seguir haciéndole ‘empeiio a la vida”, se dice arreglindose la camisa y reemprende su caminata. Un par de cuadras mis alla divisa un letrero que anuncia “pizza” en grandes letras de imprenta, “Pizza! jPizzal”, exclama en voz alta. “No sabia que en inglés se dice pizza igual que en castellano. ;Si hubiera sabido antes!”. Y frotindose las manos, empieza a sentir en el paladar, el sabor de la masa tibia recubierta de queso y salsa de tomate. “(Siglos que no como pizza!"... Alli en el campo de detencién, la merienda diaria cera una espesa mazamorra y un pedazo de pan que un soldado de cefio adusto arrojaba en el plato de los prisioneros con un ademén de profundo desprecio. “-Sabe, compatiero, lo que mis me duele?”, le habia dicho una vez don Pepe, un seiior de edad que habia sido profesor en la universidad. “Mis que las descargas cléctricas, los 107 puietazos y el alambre en los cocos, lo que realmente me duele ue este milico de mierda me tire el pan, como si yo fuera un sarnoso... Odio y humillacién es ahora lo que fue nuestra que, después de todo, era buena y generosa... {Cuando fbamos @ imaginarnos que se vendria este infierno! y no son sélo los milicos, compafiero, a mi me delaté un vecino, El mismo andaba des contando que habia llamado por teléfono para denunciarme porque tenia libros comunistas. Y este hombre parecia tan bueno e inofene sivo... Como tantos otros que ahora aprovechan de sacar las garras para matar y torturar”. El pais estaba en guerra, asi afirmaban los militares aunque ellos eran los tinicos que tenfan armas y cuando a su celda legaban los gritos de otros torturados, los antiguos lemas dle su patria le parecian un cruel sarcasmo, Chile nunca habfa sido la copia feliz del Edén, como decfa el himno nacional. De eso se habia dado cuenta hacia ya muchos afios, pero, por lo menos, no existian las persecuciones y los golpes, ni mucho menos merecer la muerte por tener ideas diferentes. Entre bandos militares, toques de queda, prohibiciones y una aaneereiens su patria era otra y cuando, gracias a la ayuda de manistia Internacional, lo llevaron uerto, vi Spee lace eu llevaron al aeropuerto, vio que sus padres En los dias de la patria buena, en su casa se hacia una fiesta para

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