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El ensayo en ciencias

sociales / Horacio González


(2000)
El ensayo en ciencias sociales: una forma antropológica de la crítica

El ensayo, si podemos definirlo sucintamente, es el movimiento de la escritura


moderna y social. Corresponde al ciclo político de las inquietudes
revolucionarias en la esfera de las naciones y al estilo de la investigación moral
en la esfera de la cultura subjetiva. Su fuerza irremplazable consiste en poner
en primer plano la pertinencia de las impresiones personales, sea bajo el modo
del discurso argumentado (Rousseau) o de la compulsión dramática
(Nietzsche). Es "impresionista" como modo eminente de presentar una queja
doliente contra un mundo de cárceles espirituales, contra la infausta y difundida
"jaula de hierro". El ensayo surge de la cuerda imaginaria que vincula el yo
personal al sujeto colectivo que desea hacer visibles unos gestos de
emancipación. En cambio, el informe sería la escritura del Estado y de la
institución, la forma instrumental con la que un reino dispone su palabra
ordenadora. El informe parte de una encomienda de los poderes,
confirmándolos y protegiéndolos de preguntas nuevas. La postulación del
informe es inmemorial y certera: el poder no está en la letra (como cree el
ensayo) sino antes de la letra que sólo debe confirmarlo y preservarlo de
examinaciones litigantes. Para el informe, lo esencial habría ocurrido antes de
la escritura y ésta debe inhibirse del juego de la convocatoria social para
entusiasmar apáticos. Es que visto desde el informe, el saber consiste en
preservarse de los obstáculos que lo ciñen, antes que en develarlos como
componentes del conocimiento. Pero, si estas fueran las únicas alternativas de
escritura social, sería fácil optar por el ensayo. Apenas restaría saber
resguardarse del uso de ese abusivo sello personal que en su momento
Habermas, entre otros, ha llamado a evitar. Pero en verdad el ensayo "sin
Estado" y sin "hechos fehacientes" no quiere estar reñido con el rigor que suele
proclamar el informe ligado a "verificaciones fácticas" como a "estados de la
cuestión". Porque si el ensayo debe cultivar el rigor y la economía monográfica,
lo hace como severo sinónimo de belleza. Se trata de una belleza oculta,
incluso enigmática, no declarada. Y algo más: la efectividad pública buscada,
inspirada en la preocupación por las injusticias y abdicaciones en el mundo
histórico-social, no obsta para que el ensayo ejerza su pudor, su ascetismo y
en último análisis, su intento de redescubrimiento de la perfección conceptual.
Su eficacia social es homóloga a su eficacia artística.

Frente a eso, el informe sería rápido candidato al denuesto o al desprestigio.


Permite suponerlo así el hecho de que es la prosa de las burocracias, de la
circulación de órdenes. El informe mantendría entonces el juego ajustado de un
ritual que controla la disciplina del lenguaje. Sería ese el modo de homologarse
con la disciplina social. Pero este lenguaje que goza de su punto de honra
mostrando su culpable estilo instrumental, también tiene algo sugestivo. Porque
cuando renuncia a decir por sus propios medios, cuando exhibe orgulloso su
servilismo hacia un sentido que estaría lejos suyo y no le pertenecería, enseña
más de lo que parece. Muchas formas novelísticas lo han tomado como
personaje lingüístico, por ejemplo, las de Puig o Fögwill, en el sentido de un
"habla natural" forjada en las utilidades de la vida práctica, con sus secretos
simbolismos. Y allí se ve que en el ritual o en el misario cerrado del informe (o
del hablar "real") yacen atrapadas formas vivas anteriores que podrán ser
liberadas, como acontece en los autores antes mencionados o - otro ejemplo
posible - en el poema "Siglas" de Néstor Perlongher. El mundo del "papeleo"
trafica conocimientos muertos pero allí hay una densa batalla que promete
rescatar osamentas de la lengua para un nuevo ciclo vital. Por eso, hay una
paradoja a resolver: el lenguaje "encantador" del ensayo, si ese sólo fuera su
carácter, no puede trascender un juego personal de vanidad y engreimiento
que desea decir mostrando su "arte" cuando en verdad el arte del ensayo debe
permanecer soterrado. Es enérgico cuando se oculta o cuando se hace mero
texto necesario. Así, mientras el lenguaje instrumental puede decir mucho en
su voluntaria renuncia a remover napas fijas de significados, el ensayo puede
arruinar su punto de partida emancipado si hace del arte un lucimiento
voluntario, concediendo a lo bello en tanto fútil. En esta paradoja, lo inerte del
informe puede hacerse "bello" y lo "bello" del ensayo se torna inanimado.
¿Cómo proceder entonces? La ciencia creyó resolver el problema escindiendo
escritura e informe (dando lugar a veces al "escritor secreto científico") y el
ensayo se creyó llamado al capricho frenético de la subjetividad. Lo cierto es
que las ciencias humanas se desarrollaron como víctimas propicias de esta
irresolución, pues en no pocos momentos la convocatoria a eludir el ensayo
inhibió las obras, pero la fuga hacia la liberación escritural tampoco dejó mucho
más que testimonios que poetizan desde el exterior de las cosas. La negativa a
tratar la cuestión del ensayo no fue entonces un habilidoso avance de
científicos exorcizando "intuicionismos", sino la renuncia misma a considerar
las posiciones de escritura consustanciales a toda expresión de saber, a todo
conocimiento, a toda ciencia. Porque el ensayo, bien entendido, no existe como
concreción palmaria sino como fundamental imposibilidad. De ahí que su última
ratio es la expresión personal como drama de lenguaje y respuesta singular,
nunca generalizable, a la incerteza de los valores.

El ensayo consiste en la comprensión del dilema de esa imposibilidad. Y ella es


lo contrario a pensar una forma de escritura canónicamente establecida "antes"
del ejercicio reflexivo o de la pregunta por el ser social. Así, el ensayo es una
actividad autocrítica de índole moral e intelectual antes que un "escribir suelto".
Por eso encierra el núcleo de comprensión de todos los problemas que hoy
paralizan a las ciencias sociales. Sólo considerando las promesas allí
engarzadas y no barajando nuevos organigramas institucionales se podrá
avanzar en reformas universitarias. Entonces serían reformas inspiradas en la
trama interna de la praxis del conocer. Desde el discurso estadístico hasta el
"tratado general", desde el informe hasta el discurso interpretativo, desde el
pensar "more geométrico" hasta las retóricas perceptivas del fenomenólogo,
tales serían las tramas por cuyos escalones habría que atravesar
necesariamente para sentirse involucrado en una experiencia efectiva de
conocimiento. Un "Tratado" puede ser caótico en su forma pero luminoso en
sus descubrimientos conceptuales y en la densa frugalidad de su exposición
(como Economía y sociedad). Como un informe puede ser un alegato repleto
de insinuaciones morales (tal, el Informe Bialet Massé). Habrán sido tocados
por el ensayo como forma textual de la crítica, como antropología radical del
conocer.
Fuente: Boletín de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Número 43. Agosto
2000.

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