You are on page 1of 130
BlsesoWy] eZurITy André Breton nacié en Tinchebray (Francia), el 18 de febrero de 1896. Es uno de los escritores mas representativos del surrealismo. En 1919 fund6, junto a Louis Aragon y Philippe Soupault, la revista Littérature, firme exponente del movimiento Dada. En ella aparecié en 1921 el primer texto propiamente surrealista, Los campos magnéticos, escrito en colaboracion con Soupault tres afios antes de que se publicara el primer Manifiesto del surrealismo. Se afilié al Partido Comunista, grupo con el que mantuvo unas relaciones complejas hasta su ruptura, en 1935, por su rechazo al sometimiento del ser humano a las directivas de cualquier formacién politica. En estos aftos publicd sus obras mas significativas como la novela Nadja, Los vasos comunicantes, Antologia del humor negro y El amor loco. Tras la derrota de Francia en 1940, Breton se traslad6 a Estados Unidos. Alli cre6 la revista VVV. Tras su yuelta a Francia en 1946 se mostré muy activo en todas las por la ee de los _ PQ o> neem Ad Aeelda Reservados todos los derechos. El contenido de esta ‘obra estd protegido por la Ley, que establece penas de prison y/o ‘multas, ademds de las correspondientes jones por dafios Y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren 0 comunicaren puiblicamente, en todo o en parte, una obra literaria, erisinggentfcs ‘0 su transformacion, interpretacion o ejecucion artistica fijada cualquier tipo de soporte 0 comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorizacion. lee mar fac Mere y ién: Juan Malpartida Ortega, 2000 Fd. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2000, 2001, 2003, 2005, 2008 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf: 913938888 é www.alianzaeditorial.es pe ISBN: 978-84-206-4770-8 Depésito legal: M. 20.064-2008 Prdlogo André Breton o el triunfo de Eros El amor loco aparecié en 1937. Esta formado por siete ca- pitulos redactados entre el invierno de 1933 y el verano de 1936. Junto con Nadja (1928), aunque con caracteristicas un poco distintas, es una de las obras mds significativas de Breton. Se trata de un texto fuera de género: mezcla de cré- nica, ensayo y poema en prosa. La suerte que ha corrido en espafiol es negativamente sorprendente: en 1967 se publicé en México una traduccién, de dudosa fidelidad, que no cir- culé entre nosotros. Pero esta suerte la comparte con Gérard de Nerval, Mallarmé (;dénde podemos encontrar un volu- men con su correspondencia literaria, indisociable del resto de su obra?), los escritos en prosa de Reverdy y con tantos otros escritores fundamentales. Se deberfa elaborar un ca- tdlogo de las obras realmente importantes de las lenguas eu- ropeas no traducidas al espafiol (este limite es meramente es- tratégico) aunque sdlo fuera para hacer evidente el estado moral de nuestra produccién literaria: muchos novelistas inexistentes en inglés o francés estén casi totalmente tradu- cidos al espafiol, mientras que hay cldsicos que no lo estan 0 catdlogos editoriales. Si he men. rque creo que, JUNTO Con nvilecido su oficio en el si. Ja segunda mitad del mismo: el orrompido a la mayorfa. ¥ creo idad ee de El amor loco, no es aje- lici una yanguardia, y por lo tan- la violencia de a se- | 5 «2. desde ciertos consejos de Leonardo ca ie oe sobre cémo inspirarse en las man- chas y grietas de la paredes hasta autores poco conocidos, ol- vidados 0 mal lefdos en el primer tercio del siglo xx: Rim- baud, Laueréamont, Aloysius Bertrand, Pétrus Borel, Achim dArnim, Kleist, Jean Paul, Novalis, Biichner... Al crear su canon, los surrealistas reaccionaron, a veces con gran violen- cia, contra muchos escritores aceptados. Fueron cualquier cosa menos indiferentes y apaticos. Para André Breton, la bestia negra fue Anatole France, pero no fue el inico. La his- toria del movimiento surrealista es rica, compleja y amplia, y noes este el momento de perdernos en sus vericuetos, peto si cteo necesario recordar que el surrealismo quizds ha sido la e. — moral surgida de las ideas estéticas en el si- ie, aie ath el romanticismo, en el qe se Bein, ea . mente de fechas: es algo vivo Becca reton no inventé el surrealismo: El término ri — y-cormuistigaal a fie que define esta obra es analogta, t tinico: azar, hallaego, pasién pode hee podrian ser otros con mentarios y a veces centrales. en f I . Si los ponemos ct arrojando uno de los rostros més vivos e i | ' imiento signado pot 10 fa de nuestro siglo. Para Bret tay vislumbrar y valer la iden ausencia’no aesiene un mundo oculto, invisible, sin realidad que atin no se ha descubierto y que la i deren ne, precisamente, a la vista. El famoso mét eden jura aucomatica no pretendfa otra cosa que anular one rencias entre un lado oscuro y un lado luminoso, sus yi Jas barreras morales y psicolégicas que nos impiden spender a nosotros mismos. Breton enfrenta la analogfa a la légi #8 incapaz ésta de dar el salto y ver en lo distinto el yan ica, identifica lo aparentemente opuesto, aunque sea sélo eva instante. Basta un instante para revelar lo ausente como pre- sente, ya que, una vez abiertas las puertas de la visién, podre- mos recordar, hacer despertar nuevamente la analopla rdi- da, el salto no previsto que une lo que, asistido nat légica enjuta, crefamos separado o aquello en lo que ni si- quiera sospechébamos un vinculo. Hay que sefialar que El amor loco es un libro de vagabundeo, de flanerie, actitud muy propia de los surrealistas. Lo mismo ocurre con el otro libro de Breton ya citado, Nadja; en ambas obras vemos a su autor vagabundear por las calles, entrar en los cafés, tomar un autobus al azar, recoger desechos y piedras en una playa, siempre en una actitud entre alerta y distrafda. Esos vaga- bundeos son, en cierto sentido, un doble de la escritura au- tomatica. Pero si bien son una forma de provocar el azar, también es cierto que hay una buisqueda de algo, aunque este algo sea radicalmente lo que no se espera, la sorpresa, belleza, lo maravilloso, el amor. Breton cité siempre un con- cepto de Federico Engels para definir el azar: una forma de manifestacion de la necesidad exterior que s° abi camino en el inconsciente humano. No sé si seria licito ver «tiende a ». Esta tructuralismo, aun definicién un antecedente one ST efini 6n que no resistirfa un examen a f fa una compat eae A : ~ FpensiamieD 00 bretoniano: esa necesidad exterior ha - am ere ae “i ” : P ide tina necesidad interior. El azar-objetivo de je ser, tambien, Breton y los demds surtealistas supone 1a vision de la-recoie iliacién, siquiera se momentanea, entre el objeto yeles a Bee Ja naturaleza y la cultura, entre la realidad y el de. feral ‘amor loco cuenta, en sus SIECe ne Pesar de que alguno fue compuesto sin relacion con los otros, varias ange. dotas imantadas aun acontecimiento axial en la vida de Bre- ton que, aunque se dio en varias ocasiones, siempre tuyo la cualidad de ser vinico. Enrique Molina, el gran poeta argen- tino, le deseaba a un amigo suerte con «su nuevo amor eter no»: creo que esta frase de quien estuvo cerca del surrealismo define el espiritu amoroso de Breton. EI descubrimiento del amor, lejos de cerrarse sobre si mismo, opera como un crisol capaz de iluminar correspondencias inéditas. Seguir a André Breton en sus vagabundeos por Paris o Tenerife es asistir al acto mismo de la creacién poética. Breton traté de fundamentar sus ideas centrales sobre estética Y poesta en Hegel. Lo admiré con pasién e hizo un oo Eee de su nocién de dialéctica, cts a es del movimiento». Hegel si- TR haconceocia in ma del resto de las artes, capaz de re- ; ie orogens dela vida espiritual. Natu- fesimasinacién eed pretendié fue descubrir el tice, po ca de las artes (y de todo lo : especialmente en la escultura, la pimtu- otros dos nombres, al menos, en el of tes en el desarrollo aci ae ies ee idea del potencial activo del in . compleja del papel de los suetios en la eo SONeEP Cin tro mundo diurno; por otro lado, wanda ae de nues- to liberador y subversivo del erotismo, pero pi cl aspec- del pesimismo freudiano en relacién a la im eg viet evitar la represién y la sublimacién, inher ii : de ala propia naturaleza cultural de la sexualidad. hee te, en los suefios se libera un lenguaje que Breton quiso ba lar a través del automatismo en el plano de la lengua (tam- bién de las imdgenes plésticas). El automatismo evitaria la censura y la intencionalidad mostrando el verdadero curso de nuestro pensamiento, entendiendo el término «pensa- miento» en un sentido muy amplio. Esta idea, defendida hasta el final por Breton, guarda relacién con la creencia en una lengua adanica y con la critica de Rousseau a la cultura y la civilizacién como suscitadoras del mal en oposicién al mundo auténtico del «hombre natural» o el de la infancia. Pero las teorias de Freud le llegaron a Breton, en un princi- pio, de manera un poco indirecta, especialmente a través del resumen de sus ideas que se encuentra en la obra del doctor Régis Précis de psychiatrie (1916). Hay que recordar que Freud comenzé a ser traducido al francés (y lentamente) a partir de 1921. Es cierto que algunos surrealistas lefan en alemdn (Hans Arp, Max Ernst) y que, en esa misma fecha, Breton visité en Viena al célebre psicdlogo, visita de la que hizo una crénica un poco burlona de la cual mds tarde se arrepentirfa; pero de cualquier forma, Breton capt6 pine! namente, de manera algo intuitiva, apoyado en sus lecturis de los romdnticos alemanes, ciertas ideas ie le iluminaron, Freud no se propuso cambiar el mun’ (no radicalmente), tampoco al hombre, aunque si le Si 5 al menos asta el punto de ie de sus represiones al shi 1 te 7 , d : sl ourosiss Breton quiso cam! tirlo, ’ efio de su neurosis; biar |; en bre (Rimbaud). 2 , mbt fue una gran rebelién que abarcé lo ideal ral y lo estético. Fue, sin duda, : na es a ética, una postica, una etética y, mas cert despues de 1926, una politica cercana contra. SS aoenite al Partido Comunista y ~ ajena a él, aun. que no a ciertos rxistas. Freud, el gran tedrj. presupuestos ma: co del pansexualismo, no pod rial y lo espiricual, | : tética: un {a aportar a Breton una visi6n cabal del erotimo; s{ Fourier, de quien reivindicé sus ideas Beeadela vatraccion apasionada, su vision del erotismo sub- versivo contra todas las convenciones de las premisas de la sociedad burguesa y, no menos importante, su duda absoly- taen relacion a las formas de conocimiento. No el erotismo como una idea politica, ni siquiera como un arma politica, sino como algo mas: vislumbre de una armonia regida por un principio analégico, matematico y musical. Hay que re- cordar que Breton dedicé un gran poema a Fourier: Oda a Charles Fourier. No obstante, Breton siempre vio en el ero- tismo (unido al amor) su lado de sombra, aunque no para explorar esa vertiente. No fue un Bataille, que vivio i 2 el erotismo desde la verti fale, e la vertiente sddica, tandtica y religi sino que, sin i 1 ye , sin ignorar el lado oscuro, exalté su aspecto lumi noso. El Sade de Bataille no es el d Pee Te cael es el de Breton: ante la lava pe tificada * . e sand V de El amor loco, Breton Miike cies dence ine on acerca de la fascinacién sa-_ aie Breton actian como reactivos imaginar) tros fortuitos entre la mencionada NArIOS, Como, naturaleza y una inclinacién ice ee exterior de la samente, en el momento del hallasgo. Es se descubre, Preci- lava son, en realidad, simbolos de una; En Sade, minerales perimenté una irrenunciable canta Pasion fria. Breton at cuya imagen central es la del amor a lotto i toda idea o sentimiento hacia una tini 5 sustituibles y desalmadas bajo la im ica persona: todas son Te Sine periosa demanda de deseo que ni siquiera ha de someterse a ee ee furia critica de Sade, que encuentra weg eee : ene €co en el surrealismo, pero no como libertinaje sino como idea, tiene algt i de correspondencia con el pesimismo dee or. aL . ot USseall FeSpecto a las formas represivas de la civilizacién, en oposicién al hombre natural, no tocado por la ergéstula de la cultura. La fascinacién de Breton por lo primitivo engarza admirable- mente con el buen salvaje roussoniano (el nifio y el hombre natural saben algo que las convenciones de la cultura han per- vertido). Rousseau cree en ese hombre natural; Freud. pensd que el hombre es un ser neurdtico por naturaleza; Breton sos- pecha que la poesia, entendida como la entiende el surrealis- mo, es capaz de liberar al hombre de la oposicién entre Eros y ‘T4natos. En una entrevista concedida en 1941 (cuando vivia en Nueva York) afirmé lo siguiente: «Como ocurte siempre en las épocas en que socialmente la vida humana cast no tiene precio, creo que es preciso saber leer y ver por medio ae ies ojos de Eros; de Eros, a quien incumbe restablecer, en et tem= A ilibrio roto en rovecho de la muet- po que esté al llegar, el equili rio roto €n. P fr slo esto €n te». Liicidas palabras a las que podemos fi ee relacién a nuestro presente: la vida no es que N© pinay sino que casi no tiene otra cos que precio, valor Sedecas Sobagts so, pues, al automatismo, alos suefios, : tud oii Hos hallazgos * oe * lam — : izan en sus SUS acti Oe dene al hombre total, en el cual ra lian suefo y vigilia, y» por lo tanto, la poesia se conyj, un acto cotidiano, en un acto socializado: la Poesfa querfa Lautréamont, poeta tutelar del surrealismo— hy finalmente, por todos. En cuanto a su idea del amor, como manifiesta en este libro, encontré, expresada de mane. ra memorable en el filme de Bufuel LAge dior, tiene sus op}. genes en los trovadores de los siglos xi al xm, en el llamado amor cortés, al que Rougemont se acercé confusamente es su célebre obra El amor y Occidente. En aquellos poetas se encuentra la idea del amor a una tinica persona y varias de las caracterfsticas que podemos rastrear en Breton. Quien quiera comprender con més profundidad esta idea y sus im- plicaciones filosdficas y metafisicas encontrard en La llama do- ble, de Octavio Paz, paginas de inusitada profundidad y belle za. El propio Paz retom6 las huellas del surrealismo y lev un poco més lejos si cabe las ideas bretonianas de inspiracién, poesfa, revelacién, rebelién y amor. Pero sin la fuerza funda- dora de André Breton, Paz no habria podido llegar tan lejos. No por casualidad los uno al final de estas paginas: sobre ambos sdlo es posible hablar con el lenguaje de la pasién. is: = en Pee Danzantes de lo severo, intérpretes anénimos, enlazados y brillantes de la revista de espectaculo que durante toda una vida, sin esperanza de cambio, dominard el teatro mental, han evolucionado siempre, misteriosamente para mf, estos seres tedricos que conceptiio como los portadores de Ilaves: ellos llevan las /laves de las situaciones, lo que significa que de- tentan el secreto de las actitudes mds significativas que habré de adoptar ante los extrafios acontecimientos que me ha- bran perseguido con su signo. Lo propio de esos personajes es que se me aparezcan vestidos de negro —de traje, sin duda: sus rostros se me escapan; creo que son siete 0 nue- ve— y, sentados los unos junto a Jos otros en un banco, dia- loguen con la cabeza totalmente erguida. Es asf como habrfa querido llevarlos a la escena, al comienzo de una obra; su pa- pel serfa desvelar cinicamente los miéviles de la sosinels la cafda del dia y a menudo mucho mds tarde (no se me st que aqui el psicoandlisis tendrfa algo que decit), como sf i silenciosos, metieran a un rito, los vuelvo a encontrar errantes, cr tls eb cian ening, onregnco Saati a: ese silencio SO ime at €N tealj Ps = . co me han parecido siem, ’ conversion es les buscara en la liceratuta ph aged Pad detendria seguramente en el Ha a _ 1 que se evidencia un lenguaje litigiosg como gf a sin valor de cambio inmediato, un Haldernabloy ademds, se desenvuelve sobre una evocacin muy parecida a, mia: «en el bosque triangular, después del creptisculo», ;Por qué es necesario que a este fantasma le suceda ings vitablemente otro que, de manera clara, se sittia en las anti. jas del primero? Tiende, en efecto, en la construccién de la pieza ideal de la que hablaba, a dejar caer el telén del thi. mo acto sobre un episodio que se pierde tras la escena, 9 que al menos se representa sobre esta escena a una profundidad inusitada. Un deseo imperioso de equilibrio lo determina y, de un dia a otro, se opone, en lo que le concierne, a todo ; cambio. El resto de la pieza es un asunto de capricho, es de- it, como me lo doy a entender en seguida, que casi no vale la pena concebirlo. Me complazco en imaginar todas las lu- ees de las que ha gozado el espectador convergiendo en este punto de sombra. Loable comprensién del problema, buena voluntad de tisa y de Iégrimas, humano gusto de desear dar m taz6n 0 quitarla: ;climas templados! Pero de pronto, quiz ; iy ose de hace un rato, no importa, o alguna ban- iiices Sanne vuelve a ser interrumpida. En esta I tajesclatos. jon Por una fila de mujeres sentadas, fi mds conmovedores que hayan Ilevado “xige que sean siete o nueve. Entra un FSconoce: {a una tras otra o a todas a la ve? ue ha amado, que le han amado, 8S un dia. ;Qué oscuridad! Por su parte, Si no conozco nada mas ‘ me est4 formalmente piohiiids Chate mundo es porque cunstancia, el comportamiento de comlgsicntiaa ae cir tal de que no sea cobarde—, de este pe ri iombre —con me he puesto a menudo. Apenas es, este hie lugar que intentarfa, que intenta ese restablecimiento eee nero trapecio del tiempo. El serfa incapaz de contar ae vido, sin la bestia feroz de cabeza de larva. El sin el ol- patito de espejuelos se iba en diversas direcciones Oso za- Queda deslizarse sin demasiada prisa entre hot dos im: sibles tribunales que se enfrentan: el de los hombres a hubiera sido, por ejemplo, como amante, y el de las chic las que siempre evoco con trajes claros. El mismo rio se arre- molina asf, arafia, se endereza y pasa, atrafdo por las piedras suaves, las sombras y las hierbas. El agua, enloquecida en sus volutas, como una verdadera cabellera de fuego. Para deslizar- se como el agua en el centelleo puro habria sido necesario per- der la nocién del tiempo. ;Pero cémo protegerse de él? (Quién nos ensefiard a depurar la alegrfa del recuerdo? La historia no dice que los poetas roménticos, que sin embargo parecfan poseer del amor una concepcién menos dramatica que la nuestra, lograran mantener la cabeza en la tormenta. Los ejemplos de Shelley, de Nerval ° d’Arnim ilustran, de una manera sobrecogedora, contrariamente, el conflicto que ir4 agravandose hasta nosotros: el espiritu se las ingenia para otorgar el objeto del amor a un ser vi : pesar de que en numerosos casos las condiciones ~ aa la vida enjuician implacablemente tal eager . a ne en gran parte, creo, el sentimiento de mal an : hoy dfa sobre el hombre y que S° expresa con una apr” a acter{sticas de los tilti obras mas car : extrema en las afios. Sin perjuicio del empleo de los medios que la call cién del mundo necesite ys €n este sentido, especialmen, ma le los obstaculos sociales, quizd no seq a te, la supresion _ que esta idea del amor tinico procede de ica, lo que no impide que sea mantenida por al con fines equivocos. No obstante, creg entrever una posible sintesis de esta idea y de su negacién, No es solamente, en efecto, el simple paralelismo de esas dos hile- ras de hombres y mujeres que hace poco he fingido igualar arbitrariamente lo que me incita a admitir que el interesado —en todos esos rostros de hombres acaba por no reconocer sino a él mismo— no descubrird en todos los rostros de mu- jer sino a un “nico rostro: el #é/timo rostro amado. ;Cudntas veces, por otra parte, he podido constatar que bajo las apariencias extremadamente disimiles trataba de definirse, en cadauno de esos rostros, un rasgo comtin realmente ex- cepcional, de precisarse una actitud que yo habrifa crefdo que me hab(a sido sustrafda para siempre! Por turbadora que pue- da ser para m{ una hipétesis semejante, podria ser que, en este dominio, el juego de sustitucién de una persona por otra, incluso por muchas otras, tienda a una legitimaci6n cada vez més fuerte del aspecto fisico del ser amado, y ello precisa: mente a causa de la subjetivacién siempre creciente del deseo. El ser amado serfa entonces aquel en quien vendrfa a concen trarse un cierto niimero de cualidades particulares consideradas ‘més atractivas que las otras y apreciadas por separado sucesiva- nte, en los seres que han sido amados con anterioridad ena- til convencerse una actitud mist : : bajo un aspecto dogmitico, la noci . mujer o de hombre de tal indies dc *tipowide aisladamente. Afirmo que tanto aqui como en i Se ocién, fruto de um julelo-eolelade pune ae a corregir otra, resultado de una de esas jnnieabes : siones idealistas que, a la larga, se han revelado inicdeialies Es alld, en lo mas profundo del crisol human’ gidn paraddjica donde la fusién de dos seres eae = mente escogido restituye a todas las cosas los colores perdi- dos del tiempo de los antiguos soles, y donde no obstante la soledad también causa estragos a causa de una de esas fanta- sfas de la naturaleza que, alrededor de los crateres de Alaska, permite que la nieve perdure bajo las cenizas, es alld donde hace afios pedi que se fuese a buscar la belleza nueva, la belleza «con- siderada exclusivamente con fines pasionales». Confieso sin la menor confusién mi profunda insensibilidad ante los espec- téculos naturales y obras de arte que, de entrada, no me provo- can una turbacién fisica caracterizada por la sensacién de un gol- pe de viento en las stenes susceptible de ocasionar un verdadero escalofrio. Nunca he podido evitar establecer una relacin entre esta sensacién y la del placer erdtico, y sélo descubro entre ellas una diferencia de grado, Aunque jamds he llegado a agotar por medio del andlisis los elementos constitutivos de esta turbacié —que en efecto debe alimentarse de mis mas ciones—, lo que de ella sé me a eae Scwualided. Helga decir que, en estas concicont emocién que concita meet eee imprevisto y ser suscitada por : dlara- git ee ci ente querido. Se a mente de este tipo de emocién : ible equivocarse al respecto: es hecho de Be caaieak vedi y alguien viniera oti mente a noticias acerca de m{ mismo. En el t wea a ie visita que le hice, cuando yo tenfa diecisiete so de la ‘isle do que Paul Valéry, que insistfa en conocer Jas afios, on ue me llevaban a consagratme a la poesia, obtuvo toa oe respuesta ya orientada tinicamente en's Seiad no aspiro, le dije, sino a procurar (procurarme?) estados equivalentes a los que ciertos move poéticos muy marginales habian provocado en mf. Es sorprendente y ad- mirable que tales estados de excelente receptividad no sufran ninguna degradacién en el tiempo, ya que, entre los ejem- plos que hoy estoy tentado de ofrecer de estas breves férmu- las cuyo efecto sobre mi se revela md4gico, me acuerdo de va- tios de los que propuse a Valéry hace mds de veinte afios. Se trataba, estoy completamente seguro, del «Qué salubre es el viento!», de «El rio de Cassis», de Rimbaud, del «Entonces, cuando la noche envejecia», de Mallarmé traduciendo a Poe, y por encima de todo tal vez este consejo de una madre a su hija, perteneciente a un cuento de Louys: hay que descon- fiar, cteo, de los jévenes que van por los caminos «con el viento del atardecer y el polvo alado». 3Es necesario afiadir que esta extrema rareza, con el descubrimiento, un poco después, de Los cantos de Maldoror y Poestas de Isidore Du- : etme una inesperada profusién? Los «bello i, t axe Constituyen el propio manifiesto de la _ i. cr ojos claros, alba o albura, bastém Bele; q whe it bellas oot dea fs ch oan mo las flores estallan abriéndose para elise ar del aire. Esos ojos, que sélo e » el éxtasis, el furor, el espanto, son los ‘os de Isis («Y el ardor de entonces...»), los oj s oneregadss alos leones, los ojos de Justine y ae — Matilde de Lewis, los de muchos rostros de Gane dela de algunas de las mds modernas cabezas de cera, pind Lautréamont reina indiscutiblemente sobre la regién j jue de donde me llega hoy la mayor parte de esas inmensa bles, no dejo por ello de homologar todas las an irresisti- profundamente un dia, de una vez. para siempre, quae bfan puesto entonces bajo el poder deBaudelai Ge flores...»), de Cros, de Nouveau, de Vaché, mds ee Apollinaire, o incluso de un poeta més que olvi detde, Féiine («Y las virgenes postulantes... Tregua para sus —— La palabra «convulsivay, que he utilizado para calificar la inica belleza que, segtin creo, debe ser atendida, perderia a mis ojos todo sentido si estuviera concebida en el movimien- to y no en la expiracién exacta de ese mismo movimiento. Creo que sélo puede haber belleza —belleza convulsiva— al precio de afirmar la relacién reciproca que enlaza el objeto considerado en su movimiento y en su reposo. Me lamento de no haber podido adjuntar como complemento para ilus- trar este texto la fotografia de una locomotora de gran po- tencia que hubiera sido abandonada durante afios al delirio de la selva virgen. Ademas de que el deseo de ver esto, va acompafiado en mi desde hace mucho tiempo de una exal- que el aspecto sin duda — de este monumento a la victoria y al desastre hubiese si ; i tural para fijar las ideas... Pasan- mejor que cualquier otro, lo natural par i ccsimaiinbe do de la fuerza a la fragili idad, vuelvo a verme ahora Bs ién ante una ta de Vaucluse en contemplacion ¢ imitando cidn calcd4rea apoyada sobre un suelo muy oscuro tacién particular, me parece » ‘ ; de un huevo en la huevera. Las hasta ee del techo de la gruta venfan q a tas que cafan superior, MUy fina y de una blancura su re Pi a este resplandor residfa la apoteosis del wa rics TA sith bardvicas. Exa casi inquietante asistir a la for adorables ae ua de una maravilla semejante. Siempre en ung macién contn' Hadas cerca de Montpellier, donde se cir. 2 las ta, la Gruta de ee , oh entre muros de cuarzo, el corazon se detiene algunos se. spectaculo de ese manto mineral gigantesco, = ee pile cuyo drapeado desaffa siempre a la estatuaria y al que la luz de un proyector cubre de 0sas, como para que no tenga nada que envidiar, ni siquiera bajo ese aspec- to, al sin embargo espléndido y convulsivo manto que llevaban los antiguos jefes hawaianos, compuesto por la repeticidn infi- nita de la tinica plumilla roja de un extrafio pdjaro. Pero es algo del todo ajeno a estas figuraciones acciden- tales lo que me ha llevado a hacer aquf el elogio del cristal, Creo que la més alta ensefianza artistica slo puede ser reci- bida del cristal. La obra de arte, con el mismo derecho, por tra parte, que un determinado fragmento de la vida huma- na considerada en su significacién més grave, me parece des- Provista de valor si no ostenta la dureza, la rigidez, la regula- tidad y el lustre de todas las caras exteriores e interiores del ristal. Entiéndase bien que para mi esta afirmacién se opo- ‘ne, de la Manera mds categérica y constante, a todo lo que, €stética como moralmente, trata de sustentar la belleza 1 €n un trabajo de perfeccionamiento voluntario al my abandonarse. Por el contrario, 00 ‘1a apologta de la creacién, de la accién e* ‘0 en la medida misma en que el cristal, inme- ‘scable por definicin, es su perfecta expresién. La casa oe vivo, mi vida, lo que escribo: suefio con que todo rte : rerca de lejos lo que estos cubos de sal gema p a pa- Esta realeza sensible que se extiende por todos los domi- nios de mi alma y que se contiene en una gavilla de rayos al alcance de la mano sdlo es, creo, compartida plenamente, de vez en cuando, por los ramos absolutos ofrendados dente d fondo de los mares por los alcionarios y las madréporas. Lo inanimado toca aqui tan de cerca lo animado que la imagi- nacidn es libre de representarse hasta el infinito con estas formas de apariencia totalmente mineral, de reproducir con este objeto el tramite que consiste en reconocer un nido o un racimo extraidos de una fuente petrificante. Tras las to- rres de castillos derrumbados en sus tres cuartas partes, las torres de cristal de roca en la cima celeste y a los pies de la niebla, de una de cuyas ventanas, azules y dorados, caen los cabellos de Venus, tras estas torres, digo, todo el jardin: las resedas gigantes, los espinos cuyo tallo, hojas y espinas son de la misma sustancia de las flores, los abanicos de escarcha. Si el lugar mismo donde la «figuray —en el sentido hegelia- no de mecanismo material de la individualidad—, més all del magnetismo, alcanza su realidad es por excelencia el cris- tal, el lugar donde idealmente pierde esta realidad todopo- derosa es, a mi entender, en los corales, a poco que Jos rein- tegre como es debido a la vida, en la deslumbrante reverbe- racién del mar. Me parece que para el ojo humano fa en la constancia de su proceso de formacién y de Sea cién, no puede estar mejor cerrada que entre las a ' herrerillos del aragonito y el puente de resoros de | ee barrera» australiana. re i condici las que debe resp, dos primeras condiciones @ Se ameserccavulsive en el sentido profundo dd oe A io y suficiente afadir una tercera que 2m ja tse, Una eller as{ no podra on sino del sentimiento punzante de-laron ae “4 Pie. certi- dumbre integral procurada Pe lane Ate i solucién tue, a causa de su propia naturaleza, oe ey a llegarnos por es sites légicas ordinarias. En tales circunstancias se trata, en efecto, de una solucion siempre excesiva, de una solucién sin duda rigurosamente adaptada y sin embargo muy SUPEEIGIE lo necesario. La imagen, tal como se produce en la escritura automatica, siempre ha constituido para mi el ejemplo per- fecto de ello. Igualmente, he podido desear ver construir un objeto muy especial, respondiendo a una fantasia poética cualquiera. Este objeto, en su materia, en su forma, lo pre- vefa en alguna medida. Ahora bien, he tenido que descubrir- ) lo sin duda alguna como tinico entre otros objetos fabrica- dos, Era evidentemente él, aunque difiriera totalmente de mis previsiones. Podria decirse que, en su simplicidad extre- ‘ma, que no exclufa la preocupacién por responder a las exi- cias mas especiosas del problema, me hacfa avergonzar- 1¢ del sesgo elemental de mis previsiones. Volveré sobre Ocurre que aqui el placer siempre esta en funcién dela mejanza misma que existe entre el objeto deseado y el Este hallazgo, sea artistico, cientifico, filoséfico o en su utilidad como se quiera, aparta de mis belleza que no sea el hallazgo mismo. Sdlo en él 9 reconocer el maravilloso precipitado del placer. ne el poder de ensanchar el universo, de volverlo Jes necesidades del espfritu. See jbunda, Por lo demas, en eee — cotidiana : esta indole, en los que con frecuencia predomina un de ae mento aparentemente gratuitos efecto imiuy probable z i nuestra provisional incomprensién, y que por lo tanto me parecen nada desdefiables. Estoy intimamente = ms : do de que toda percepcién registrada de la forma mas in 4 untaria, como, Por ejemplo, la de palabras pronunci vO- la ligera, contiene en sf misma la solucién, simbélica 0 ae otro tipo, de una dificultad en la que topamos con isoune mismos. Sdlo es preciso saber orientarse en el dédalo, El de- lirio de interpretacién no comienza sino allf donde el hom- 3 bre mal preparado se atemoriza ante esta selva de indicios, ) Pero sostengo que la atencién antes se dejarfa cortar las ie nos que prestarse un segundo, por un ser, a aquello alo que el deseo de dicho ser permanece ajeno. : Lo que me seduce de una manera de ver como ésta es 2 que es interminablemente recreadora de deseo. ;Cémo no esperar hacer surgir voluntariamente la bestia con ojos de prodigios? ;Cémo soportar la idea de que, en ocasiones por mucho tiempo, no puede ser forzada en su retirada? Es todo el problema de los sefiuelos. Asi, para hacer aparecer una mu- jet, me he visto abrir una puerta, cerrarla, volverla a abrir —después de haber constatado que era insuficiente deslizar una cuchilla en un libro elegido al azar, tras haber postulado_ que tal linea de la pagina de la izquierda o de la derecha de- berfa informarme de una manera mds © menos indirecta nente o su no llegada—, buscar unos en relacidn a 0! ace insdlitas, etc. Esta mujer no venia comprender la causa de que no yj r mejor que no viniera. Otros dias, ae ue la cuestién de la ausencias de la carencia invencible es. i jada, era de las cartas, interrogadas sin tener en ta es del juego aunque segin un — ea ala tante preciso € invariable, de las que tra . a ca tener peg el presente, para el futuro, una visién clara de mi gracia e afios me he servido para este fin de i desgracia. Durant . Bo eisite que ostenta al dorso el pabellén de |g Hamburg-America Linie y su magnifica divisa: «Mein Feld ist die Welt, sin duda también porque en esta bara ja la dama de picas es mas bella ane la dama de Corazones, El método de consulta que era y aun €s mt favorito supuso casi de golpe la disposici6n en cruz de las cartas (en el centro lo que pregunto: yo, ella, el amor, el peligro, la muerte, el misterio; arriba lo que domina, a la izquierda lo que es- panta 0 perjudica, a la derecha lo que es cierto y abajo lo que es superado). La impaciencia quiso que, ante demasia- das respuestas evasivas, recurriese rapidamente a la interpo- sicién, en esta figura, de un objeto central muy personaliza- 9, como una carta o una fotografia, con el que me patecié ener resultados mejores y luego, electivamente, por no, de dos pequefios personajes muy inquietantes que itado a residir conmigo: una rafz de mandragora va- e desbastada (imagen, para mf, de Eneas llevando su padre) y la estatuilla, de caucho en bruto, de extrafio ser, escuchando, y al menor rasgufo m0 he podido comprobar, con una sangre Savia oscura; ser que me conmueve particu- misma en que no conozco su ori n taz6n o sin ella he tomado la resolu- esto me ayudaba a me permitfa acepta ean dei tenenlonCOMmeseess objeto ‘ : a el cdlculo de probabilidades y BME i a ja hora de anticipar semejante testimonio, nada me imp; declarar que este ultimo objeto, por medio de las i impide me ha hablado nunca sino de mf, me ha llevado cartas, no tro vivo de mi vida. siempre al El 10 de abril de 1934, en plena «ocultacién» d jor la luna (este fendmeno sdlo debfa pro: ducer Venus afi), YO desayunaba en un pequefio restaurante as sagradablemente muy cerca de la entrada de un coments Para llegar es necesario pasar sin entusiasmo ante al . uestos de flores. Aquel dfa el espectéculo, en un ae zi un reloj desprovisto de su cuadrante no me parecfa Re mente de muy buen gusto. Pero yo observaba, no teniendo nada mejor que hacer, la encantadora vida de aquel lugar. Por la noche, el duefio, «que se ocupa de la cocina», ‘aula su domicilio en motocicleta. Los obreros parecen disfrutar de la comida. El mozo, realmente bello y de aspecto inteli- gente, deja a veces la cocina para discutir con los clientes, con el codo apoyado en el mostrador, sobre asuntos aparen- temente serios. La criada es bastante bonita: mds bien poéti- ca. El 10 de abril por la mahana ella Ilevaba, sobre un cuello blanco con espaciados lunares rojos muy en armonfa con su yestido negro, una finfsima cadena de la que colgaban tres gotas claras como de piedra lunar, gotas redondas sobre cuya hase destacaba una medialuna del mismo material e de forma parecida. Una vez més aprecié, nin coincidencia de esta joya el eclipse. Mie Oe situar a esta muchacha en la circunstancia tan bien inspira da, stibitamente se oy6 la voz del moz0: “% la exquisita respuesta, infantil, apenas Us cen : pra de John Ford. , | La belleza convulsiva sera erético-velada, explosi a . cial o no sera. explosivo-fijas | piel I «Puede usted decir cual ha sido el encuentro capital de su vida? Hasta qué punto este encuentro le ha dado, le da la impresion de ser fortuito 0 necesario?» En estos términos inicidbamos, Paul Eluard y yo, hace al- gin tiempo, una encuesta cuyos resultados se dieron a conocer en Ia revista Minotaure. En el momento de publicar las respuestas obtenidas, sentt la necesidad de precisar el sentido de estas dos preguntas y al mismo tiempo de establecer conclusiones provisio- nales sobre la totalidad de las opiniones emitidas: Si, escribfa yo, la acogida que ha tenido esta encuesta (ciento cuarenta respuestas por alrededor de trescientos cuestionarios distribuidos) puede considerarse cuantitativa- mente muy satisfactoria, seria abusivo pretender que todos los objetivos han sido alcanzados y que en particular el con- cepto de encuentro haya sido brillantemente elucidado. No obstante, la propia naturaleza de las opiniones que nos han sido remitidas, la manifiesta insuficiencia de la mayorfa de ellas y el car4cter mds 0 menos reticente o vacilante de una ura y simplemente ede las a, de que Pod ei eal para hacer un sondeo intere. ento contemporanco. El malestar resultan. pntinua y un poco arenta de las Tespuestas estacan sin embargo diversos testi. Jos por breves _ de luz— es ie on la cual el sentido es much parece . in de admitir el comuin de sue occas Dicha inquietud traduce, en efecto, se- todas las probabilidades, el problema actual, Paroxisti- co, del pensamiento ldgico impelido a tener que explicarse sobre el hecho de que el orden, la finalidad, etc., en la natu- raleza no se confundan objetivamente con lo que son en el espiritu del hombre; sucede, sin embargo, que la necesidad natural concuerda con la necesidad humana de una manera tan extraordinaria y excitante que las dos determinaciones se revelan indiscernibles. Habiendo sido definido el azar como «el encuentro de una causalidad externa y de una finalidad interna, se trata de saber si un cierto tipo de «encuentro» —el encuentro capital, es decir, por definicién el encuentro subjetivado al extremo— puede ser contemplado desde el Angulo del azar sin que esto entrafie inmediatamente una peticién de principio. Tal era la mds cautivadora de las tram- pas tendidas en el interior de nuestro cuestionario. Lo me- Nos que se puede decir es que rara vez ha sido evitada. ee habia malicia por nuestra parte al calcular baa ios de cada cada uno de los solicitados una Say atime nmin eo ecto supi acta 0: mds {ntimo. En este as- : pimos halagar violento de confidencias y buena parte oC lado», nos ratific en cierta medida te de una lectura c¢ : obrenidas —de las que s¢ ¢ monios muy valiosos salpicac a Werke See catisfaccion no podia de} or at humor, a un comienzo < ee de puer > mera pregunta tendfa esencialmente a movi sifica, Nucst? F civo, un cierto numero de espfritus que a plane unta debfa por naturaleza hacer pou nda P eet que recayesen en el yor de la objetividad total y del mayor desinterés, y de ahi f marcadisimo laconismo de las dos frases. Si se quiere, nos maba0S propuesto, con este tipo de formulacién, extender slo mental el procedimiento de la ducha escocesa. La reac- a jn que esperdbamos esta lejos de haber sido defraudada: una de las preguntas ha sido, en efecto, capaz en cierto ni- mero de casos de excluir a la otra; la sensibilidad supera al ri- sor 0 le cede el paso, tal 0 cual abstencién evidencia un de- rerminado valor. El problema que suscitébamos, despertan- do de su vida abstracta en el fondo de los libros, se cargaba asi de pasion. Sin perjuicio de uno de los escollos presentes en toda encuesta, a saber, que casi exclusivamente toman parte en dllas escritores profesionales y algunos artistas, lo que supo- ne despojarlas de todo valor estadistico tratindose de un tema como el que nos ocupa, €s necesario reconacer que el principio metodolégico de nuestra intervenci6n implicaba ciertos riesgos. Muy especialmente, el temor que tenfamos de paralizar a un buen ntimero de nuestros interlocutores tratando de convenir con ellos en que la acepcién precisa de las palabras «necesario» y «fortuito» era la nuestra (lo que nos habria obligado a justificar ys POF Jo tanto, sostenet nuestra teorfa) no podia dejar de alimentar un cierto equ Co. Quizds este equivoco lo habfamos St oT que algunos de nuestros corresponsales han crefdo poet ducr la «necesidad» del encuentro del eardetet capital ave i nosotros de nii : habia sido dado por bis neces e ninguna : -ontem| tal manera habia constatacioD se basa, por lo demas, en ae Prag ja de elevado gusto- ores en situar el debate sensibl Nos habiamos fF o debe irlo de una VeZ> en mis alto ys POF eee da espiritu cuando trata de definir —— os oe habiamos considerado la evolucién, alg . este concepto hasta nuestros dias, para ee oye jgua idea que lo definfa como una «causa les Me : on excepcionales © accesorios que reviste la pean! ts finalidad» (Aristoteles), pasando por la de un I ecimiento determinado por la combinacién ° den- cuentro de fenédmenos que pertenecen a series independien- tes en el orden de la causalidad» (Cournot), la de un «acontecimiento rigurosamente determinado pero de tal in- dole que una diferencia extremadamente sutil en sus causas habria producido una diferencia considerable en los hechos» (Poincaré) y llegar a la de los materialistas modernos, segin la cual ef azar seria la forma de manifestacién de la necesidad "exterior que se abre camino en el inconsciente /umano (pata in- " tentar osadamente interpretar y conciliar en este punto a Engels y Freud). Es tanto como decir que nuestra pregunta s6lo tenfa sentido en la medida en que se nos pudiera atri- buir la intencidn de poner el acento sobre el lado ultraobje- tivo (respondiendo tinicamente a la admisién de la realidad del mundo exterior) que tiende a tomar, histéricamente, la ___ Para nosotros se trataba de saber si un encuentro, elegi- todos los de nuestro recuerdo y cuyas circunstan- lente adquieren a la luz del afecto un relieve 1 habfa sido situado originalmente, para quien quisi “| bajo el signo de lo espontineo, de lo indeterminad mba posible © incluso de lo inverosimil yen tal caso, de yé manera Se habfa efectuado consiguientemente la reduccién _ ics datos. Contdbamos con todas las observaciones, incluso con [as efectuadas distraidamente o en apariencia irracionales, ue hubiesen podido contemplarse sobre el ciimulo de circuns- rancias que ha presidido dicho encuentro, para resaltar que tal cimulo no €s de ningtin modo inextricable y poner en eviden- cia los lazos de dependencia que unen las dos series casuales (na- rly humana), lazos sutiles, fugaces, inquietantes en el estado actual del conocimiento pero que, bajo los pasos mis inciertos del hombre, hacen surgir en ocasiones vivos resplandores. f Con cierta perspectiva afiadiré que sin duda nada mejor se podia haber esperado de una consulta publica con seme- jante tema. Lo «mégico-circunstancialy que tratdbamos aqui de experimentar con amplitud y llegar a tomar objetivamen- te conciencia de sf mismo, sdlo puede, por definicién, mani- festarse gracias a un andlisis rigutoso y profundo de las cir- cunstancias del juego de las cuales ha surgido. No olvidemos que ello depende del grado de credibilidad de un hecho 0 de un conjunto de hechos en apariencia mds 0 menos ilagro sos. Se entiende que las dimensiones de semejante exceden el marco de las reacciones a una encuesta: Quizds también resultaba imprudente por nuestra parte insistir SO- bre el cardcter capital del encuentro, lo que debfa tener como consecuencia asignarle un coeficiente emotive ajeno! < al verdadero problema y mds © menos perjudictal pee eae comprensién de los datos. A lo largo de este libro he tenido la oportunidad de precisar el sesgo que am! &P Creo que sélo he podido realizarlo gra. cias a mi voluntad de acomodacion progresiva a esa luz dela anomalfa cuyas huellas se evidencian en mis obras anterio- res. Mi mas perdurable ambicién habré sido despejar a esta desconocida tanto de algunos de los hechos mas humildes, 3 primera vista, como de los més significativos de mi vida, reo haber conseguido establecer que unos y otros admiten un comtin denominador situado en el espfritu del hombre y que no es otro que su deseo. En nada me he esforzado tanto como en mostrar qué preocupaciones y qué astucias arguye el deseo, en la busqueda de su objeto, zigzagueando en las aguas preconscientes, y; descubierto este objeto, de qué me- dios, estupefacientes hasta nueva orden, dispone para darlo a conocer a la conciencia. mado tal encuentro. e Il En el umbral del descubrimiento, desde el ara los primeros navegantes una nueva tierra. | momento de poner el pie sobre la co instante en que tal sabio pudo convencerse de que acaba- bade ser testigo de un fenédmeno desconocido hasta la fecha, hasta que comienza a valorar el alcance de su observacion _ abolido todo sentimiento de duracién en la embriaguez de la swerte—, un finisimo pincel de fuego desprende 0 com- — pleta de manera tinica el sentido de la vida. El surrealismo ha aspirado siempre a la recreacion de este peculiar estado del espiritu, desdefiando en ultima instancia el més vale pé- jaro en mano que ciento volando por algo que ya no es vue loy no es atin la presa: lo que vuela y la presa un resplandor tinico*. Se trata de no dejar que, dewrds de que Pp ada hasta ¢ _* Enel original, juego de palabras basado en los lombre («presa» y «sombray), del refran II ne faut, ‘ombre: més vale pdjaro en mano que ciento fol. (N, del T,) aes enmaranien Jos caminos del deseo. Nada esté mas lejos de n las artes como en las ciencias, que la volun cad Je borin, de cosecha. ;Maldito sea todo cautive. bre de la utilidad universal o en los jardines de Moctezuma! Todavfa hoy sélo espero algo nibilidad, de mi sed de errar al encuentro de todo, confiando en que me mantenga en comunicacié; »sa con los otros seres disponibles, como si fuésemos tle bicamente. Desearfa que mi vida no dej : lo que el de una cancién de continall la espera. Independientemente de | se, lo magnifico es la espera a uno, s¢ esto, tanto ef de aplicacion, ¢ rio, sea en nom! piedras preciosas de de mi propia dispor misteric mados a reunirnos sti se tras ella otro murmu! una cancién para engafar que se logre o deje de lograr: Habia conversado de ello la vispera y |: fs b 1 f y la antevis berto Giacometti cuando un bello dfa de la vaiceeleal ae nos sm a dirigir nuestros pasos hasta el «mercado de las ir om que ya aludi en Nadja (perdén por la repetici6n delde lo, que se excusa por la transformacién profunda ; tante de dicho lugar). Giacometti trabajaba en esta época otal construccién del personaje femenino E/ objeto invisi et: personaje, aunque se le habfa revelad eet — re nas semanas antes y habfa tom: 4 ae ae a horas, estaba sujeto en su confi saab soctee ne ions las, iguracion a ciertas variaciones. a anos y el apoyo de las pi , no habfan suscitado jamds Tae ojos ct jamds la menor duda, y los es presentado por una rueda intacta i : lo por una tueda rota), subsisti. psi abe Da eradon ce | . sistfan sin modificacién en e.. 4 a figura, la longitud d aa gi le los brazos, el lacion de las é Cae manos con los senos, y habla deat ret Saban del todo deci , a, a todo decididos. Yo no teresar n el progreso de esta estatua 38 desde su inicio, habia tenido por la emanacién mi a wo de amar Y de ser amado a\a busqueda de su veda Giacometti: «;Qué es el violeta’». Breton: «Es una mosca doble», Bre- = 6s el arte?» Giacometti: «Es una concha blanca en una palangana eno todo lo omitido habia sido . Retomando con él una de las PN ‘ ido en nuestro paseo, a saber: la incapacidadtes hab encontraba de justificar plenamente, a co; en la renimiento de la censura, la necesidad, ara dan hara, recordé 6 ‘ » en mento, de ee ruscamente que mo- una de las BG jciones que habfa descartado (por : fivamente pintoresca, a tai SP a de naturaleza, a primera vista, disparatada: cucharas — 4 tos 2 «grandes» cucharas— de coloquintidas «mo —indu- a que otra cosa que no puedo recordar, Can ee mentos conocidos podrfan bastar para hacerme oe de- encontraba en presencia de una representacién smibseeae érgano sexual masculino, en la cual la cuchara ocupaba el | gar del pene. Pero el recurso al manuscrito, con la mania de colmar la laguna que quedaba, borré de mi cualquier aso- mo de dudas a este respecto: «Qué es el automatismo?», me habfan preguntado. «Son grandes cucharas, coloquintidas monstruosas, brillos de pompas de jabén.» (Se puede advertir quea través de la persistencia de la idea delirante de la grande- za, el esperma era lo que habfa tratado de esconderse, durante mds tiempo, a mi reconocimiento.) Parecfa claro, en estas condiciones, que todo el curso de mi pensamiento anterior habfa tenido como punto de partida la equivalencia objeti- va: zapatilla=cuchara=pene=molde perfecto de este pene. Como consecuencia, muchos otros datos del enigma se ilumi- naban: la opcién del vidrio gris come materia en la que ad ser concebida electivamente la zapatilla se explicaba por seo de conciliar dos sustancias tan distintas como S00 dvi [verre] (propuesto por Perrault) y fa marta palabra homédfona, cuya sustitucion por . si de uns co el wo. de romperse, creando una ambi. taria favorable @ la tesis que defiendo aqui, . — Me ademas, que a la piel de marta, cuando sélo ae confeccionada con lomos de ardillas, se la llamaba lomo rrault Cucendron). ind sivo insistir en el hecho de que la zapa- “ie Cancion aqui en nuestro folclore, por exce- cia, la significacion de objeto perdido, de manera que retro- avéndome al momento en que concebi el deseo de su reali- én artistica y de su posesin, no tengo dificultad alguna en der que la zapatilla simbolizaba para m( una mujer desconocida, magnificada y dramatizada por mi senti- to de soledad y por la necesidad imperiosa de desterrar - mf ciertos recuerdos. La necesidad de amar, con todo lo 1¢ comporta de exigencia turbadora desde el punto de vista Ja unidad (de la unidad-limite) de su objeto, se limita aqui ni mas ni menos que a reproducir las gestiones del hijo del rey, dd io, haciendo probar la zapatilla «més bonita del do» a todas las mujeres del reino. El contenido latente, resulta bastante transparente en las frases: «A ver, dice Cenicienta, si no me estard bien»... «Vio que entraba erzo y que se ajustaba como si fuese cera.» 4P S, (1936). «De Eros y de la lucha contra Eros!» En yecto enigmatico, esta exclamacién de Freud‘, me ob- ciertos dfas como sdélo pueden hacerlo algunos ver- ificativa (remediada en todo ae deja de recordar que la mayor de las herma- a es sos. Al releer dos — — lo que pre e que aunque logré de inmedi ” lida al hallazgo de la oa ae or el contrario, me mostré bastante reticent al de la mascara: 1.° hay que sefialar que, a ‘one aridad, yo no ansio su posesién, sino an Pesar de ; cierto placer en que Giacometti se la apropie sa 2 justificar su adquisicién; 2.° la publieiae pea 1934 de las paginas que preceden con el ti cae Junio de del objeto hallado» en la revista belga Dee « una inmediata carta, muy inquietante, d tos me valid : » de Joe Boi quien reconoce formalmente esa mascara como oe que distribuy6 entre su compafifa en Argonne, una — de fango de la guerra, en la vispera de un ace nl i curso del cual muchos de sus hombres encontrarian la muerte y él mismo seria alcanzado en la columna vertebral por una bala que lo inmovilizaria. Lamento no poder citar aqui fragmentos de esta carta que desgraciadamente y sin duda sintomdticamente he perdido, pero recuerdo que insis- tia, de la forma més trdgica, en el cardcter maléfico de esa mascara, no sélo por su proteccién ilusoria sino embarazosa, pesada, alucinante, de otro tiempo, y que fue desechada tras esta experiencia; 3.° he sabido recientemente por ellas mis- mas que, mientras Giacometti y yo examindbamos este ob- jeto, éramos observados, sin advertirlo, pot dos personas que habfan estado, unos segundos antes, manipulandgJa mésca- ra: una de estas personas, ausente para mf durante afios, nO es otra que aquella a quien van dirigidas las tiltimas paginas de Nadja y que es designada por la letra X el nicantes; la otra era su amigo. Aunque in ra, la habfa vuelto a dejar, come hice yo. y de la lucha contra Eros!» Mi malestar, quizs anteriorme, te el suyo ante esa mascara —sobre cuyo uso tendrfa ge después penosas aclaraciones— la extrafia figura (en ee de X, mitad oscura, mitad clara) que forma este halla norado por mi pero no por ella, hallazgo centrado ie _ mente en tal objeto, me llevan a pensar que en ese Bite | retine en si el «instinto de muerte» que me ha d ae durante mucho tiempo a causa de la pérdida de gee ido, por oposici6n al instinto sexual que, al; nee oe 4, habfa encontrado satisfaccién en el dese oe ‘cuchara, De este modo se verifica de la mani oe fe ta la proposicién de Freud: «Los idostinsel eee to sexual como el instinto de muerte, intos, tanto el ~ como instintos de conservacién, en el ce comportan de la palabra, ya que uno y otro vnanire sentido mis estricto tado que ha sido turbado por la apari me restablecer nienees se trataba de poder volver a amar paricién de la vida». ;Pero Por esto mismo, los dos instini — - seguir viviendo! ie como puede obs 0 no han sido nunca mejor terial de la mdscara y la un re en pe eenenne:a prueba, medi: ister See “135 otro, , medir sobre mi su fuerza uno 267114 Vacilo, lo confieso, en dar este salto, tengo miedo de caer enlo desconocido sin limites. Toda suerte de sombras se api- flan en torno a mi para retenerme, para oponerme altos mu- ros que a duras penas golpeo intitilmente. Se podria pensar ue nada se puede asociar a estas sombras que tenga que ver con el desvelamiento de un episodio singularmente emotivo de mi vida: en varias ocasiones? me he visto obligado a si- tuar, respecto a diversas circunstancias {ntimas de esta i una serie de hechos que me parecian encaminados a retener la atencin psicoldégica en razon de su caracter insélito. Sélo la referencia precisa y absolutamente concien: s emocional del sujeto en el momento €h que se produjeron tales hechos puede proporcionar una base cién, El surrealismo siempre ha propuest© el model 7 servacién médica como punto de partida ier ; ningdin relacién, Ninguin incidente puede ser om i 5 Véase Nadja (ed. N. R. F) (eens. Nadi Bone Madrid, 1997] y Les Vases in volverse inmediatamente arbitrario, La puesta en evidencia de la irracionalidad inmediata, des- ncertante, de ciertos acontecimientos €xige la estricta au- fndcided del documento humano qb® los ae mento en el que ha podido inscribiise UNe Pa punzante ¢s demasiado bello como para que sea permitido afiadirle o sustraerle nada. La tinica forma de hacerle justicia es pensar 0 hacer pensar que verdaderamente ha ocurrido, Pero la distincién entre lo plausible y lo no plausible se me impone como a todos los demas. Tampoco yo escapo a a la necesidad de considerar el desarrollo de la vida exterior como independiente, lo que constituye espiritualmente mi propia individualidad, y si acepto a cada minuto reflejar se- gin mis facultades particulares el espectaculo que se repre- senta fuera de mi, me resulta, por el contrario, sorprenden- ‘temente dificil admitir que tal espectaculo se organiza de re- pente como para mi solo, que aparentemente no tiende sino aconformarse a la representacién anterior que yo me he he- cho de él, Esta dificultad se acrecienta debido a que la repre- sentacin en cuestidn se ofrecié a m{ plenamente fantéstica, y, dado el cardcter claramente caprichoso de su desarrollo, no habfa ninguna posibilidad de que jamés hallase corrobo- raci6n en el plano real: una mayor necesidad de corrobora- cién continua, que implicase un incesante paralelismo, entre = acontecimientos que el espiritu se hubiese complacido en quirir, y los acontecimientos reales. Por rara y quizd arbi- oo sora parecer, tal conjuncién es lo suficiente- En efecto, de nada atts 8 oe a es susceptible, por si ices ie aa a de hoy, a todo el ee ene eas hasta el dia Pensamiento racionalista. Ademés, para si nombre modificado s aC Ee ey Pe 52 obviada, serfa necesario que no turb éritu que ha tomado conciencia de ella. E dicho espiritu no obtenga de esta conjun ‘ento de felicidad y de inquietud extraordinarios, exla de terror y de alegria pdnicos. Es como si de golpe la ie profunda de la existencia humana estuviese agujerea- smo si la necesidad natural, al consentir ser sélo una , necesidad légica, dispusiese a todas las cosas a la trans- parencia total, unidas por una cadena de cristal de la que no - faltase ningtin eslabén. Si esto es una simple ilusién, yo es- toy dispuesto a abandonarla, pero que se demuestre primero que se trata de una ilusién. En el caso contrario, si, como creo, es el comienzo de un contacto, resplandeciente entre todos, del hombre con el mundo de las cosas, me inclino e porque se trate de determinar lo que puede haber de mas ca- : ei ; ee : __ tacteristico en tal fendmeno y también porque se intente cE provocar el mayor ntimero posible de comunicaciones del _ tipo quese hard seguidamente. Sdlo cuando estas comunica- __ ciones hayan sido reunidas y confrontadas podra tratarse de ex- —traer la ley de produccién de esos intercambios misteriosos en- tre lo material y lo mental. Yo sdlo he querido por ahora llamar laatencién sobre ellos consider4ndolos menos excepcionales de Toque hoy dia se quiere creer, debido a la sospecha que despier- tal cardcter netamente revelador que los distingue a pri- mera vista. En nuestro tiempo, hablar de revelacién es expo- -nerse, desgraciadamente, a ser tildado de tendencias regrestvas: aclaro pues que no tomo aqui de ninguna manera esta gee acepcién metafisica sino que; pot s{ misma, me parece mntemente fuerce para traducir la” inigualable moc 1 este sentido me ha sido dado ne dad del pensamiento contempordneo parece imaci te de lo conocido respecto a lo atin ee pe aedeiii en esto, de no obedecer sino a aa fundamental al esfuerzo, es mas titil que nunca apelar ” testimonio de Hegel: «El espfritu sdlo se mantiene alerta y yj. yamente solicito por la necesidad de desplegarse en presencia de los objetos en tanto que permanezca en éstos algo de mists rio que todavia no haya sido revelado». Es licito deducir de lo anterior que la extrafieza total, siempre que resulte de constata- ciones verificables, no puede bajo ningtin pretexto ser revelada, Aquella joven que acababa de entrar parecfa como ro- deada de un vapor —vestida de fuego?—. Todo se decolo- raba, se helaba junto a esta tez sofiada en un acorde perfecto de herrumbre y de verde: el antiguo Egipto, un pequefio he- lecho inolvidable trepando por el muro interior de un pozo muy viejo, el mds vasto, el més profundo, el mds negro de to- dos a los que me he asomado, en Villeneuve-les-Avignon, en las ruinas de una espléndida villa del siglo x1v francés, aban- donado hoy a los bohemios. Esa tez oscilaba, oscureciéndose del rostro a las manos, en un abanico de tonos fascinantes en- tre el sol extraordinariamente pdlido de los cabellos en ramo de madreselva —bajaba y alzaba la cabeza, distraida— y el pa- pel que habfa pedido para escribir, en el intervalo de un ves- _ tido que ahora me resulta tan conmovedor quiza porque ya no la veo. Era una persona muy joven, pero este signo dis- tintivo no se imponfa sin embargo a primera vista debido a la impresién que producfa de desplazarse en pleno dia bajo la luz de una l4mpara. Ya la habia visto entrar dos 0 tres ve- ces en aquel lugar: en cada ocasién se me habfa anunciado, antes de ofrecerse a mi mirada, por no sé qué sensacién de estremecimiento de hombro a hombro que llegaba ondu- A » hasta mi atravesando aquella sala del café des ta. Ese movimiento, en la medida misma y Ei ndose de una presencia vulgar, adquiere vdpidatteaae ik icter hostil, sea en la vida o en el arte, me ha advertido siempre de la presencia de lo bello. Y puedo decir que en este r, el 29 de mayo de 1934, esta mujer estaba escandalosa- ie bella. Tal certidumbre, para mf bastante exaltante por misma en aquella época, corria el riesgo por otra parte de obsesionarme durante el tiempo que transcurrfa entre sus apariciones reales, ya que una intuicién muy vaga, desde los _ primeros instantes, me habfa permitido considerar que el destino de esta muchacha pudiese un dia, por muy débil- mente que fuera, establecer algiin vinculo con el mio. Yo acababa de escribir algunos dias antes el texto inicial de este libro, texto que informa bastante bien acerca de mis disposi- ciones mentales y afectivas de entonces: necesidad de conci- liar la idea del amor tinico y de su negacién mds 0 menos fatal en el marco social actual, afén de probar que una solu- cién més que suficiente, netamente excedente de los proble- mas vitales, puede ser siempre esperada del abandono de las vias Iégicas ordinarias. Nunca he dejado de creer que el amor, entre todos los estados por los que el hombre puede ‘pasar, es el mayor proveedor en materia de soluciones de este género, siendo él mismo el lugar ideal de reunion y de fu- sién de estas soluciones. Los hombres desesperan estiipida- mente por amor —yo mismo lo he hecho—, viven domina- por la idea de que el amor estd siempre detris de ellos, delante: \os siglos pasados, Ja mentira del oe alos e afios. Soportan y s€ acostumbran a — sobre t e el amor no es para ellos, con su cortejo ae a al mundo que esta hecha de todos los ojos 55 i oj recuerdos falaces a los cuales llegan incluso a — de una caida inmemorial para no sentirse de- masiado culpables. Y sin embargo para ar la promesa a cualquier instante yenidero contiene todo el secreto de la vida, con la posibilidad de revelarse un dfa azarosamente en otro ser, Asf pues, aquella mujer que acababa de entrar escribfa —habja igualmente escrito la vispera ys de nuevo, yo me habia puesto a pensar de manera inmediata que ella me esctibfa, sor- prendido seguidamente de esperar su carta—. Naturalmente, nada. A las siete y media, el 29 de mayo, su vuelta a la misma actitud —de nuevo el techo, la pluma, un muro, el techo, nun- ca su mirada se encontraba con la mfa—, me causaba una lige- ra impaciencia. Por poco que yo me desplazase, los ojos levan- tados desde hacia tiempo no parpadeaban o apenas lo hacfan: a algunos metros de mi, Janzaba su largo fuego ausente de hierbas secas y el busto mds gracioso que pueda imaginarse comenzaba a reinar sobre la inmovilidad. Me sentia poco a poco posefdo por el tormento de una pregunta que se avenia mal con el silen- cio. {Qué cercano siento aquel momento! Apenas s¢ lo que me guiaba. Pero aquella sala, plenamente iluminada, habia queda- do desprovista de cualquier otra presencia: una Uiltima ola habfa arrastrado a los amigos con quienes continuaba hablando. Aquella mujer que acababa de entrar pronto se encontta- rfa en la calle, donde yo la aguardaba sin hacerme visible. En la calle... La admirable corriente de la noche hacfa espejeat como ninguna otra esta zona, la mds viva y por momentos la mds tumultuosa de Montmartre. Y delante de mi, aquella si- lueta que huja, interceptada sin cesar por méviles matorrales negros. La esperanza —finalmente qué esperanza?— sdlo. =: fa revolotear a mi lado una pequefia llama mortecir poeras bifurcaban inexplicablemente una tras otra, un itinerario tan caprichoso como posible. Contr; ‘ evidencia, me preguntaba si no habja sido yo descubierto para ‘arrastrado asf por el més largo y maravilloso de los cami- nos. Sin embargo acabé por conducirme a cualquier parte, a ‘un estacionamiento cualquiera de automéviles. Un paso més "9 un paso menos y para mi sorpresa el rostro que yo tonta- mente habia temido no volver a ver se habfa vuelto hacia m{, tan cerca que su sonrisa de aquel instante me trae hoy el re- cuerdo de una ardilla sosteniendo una avellana verde. Los ca- bellos, de Iluvia clara sobre los castafios en flor... Me dijo que me habfa escrito —la carta de hacfa un rato iba destinada a m{—, sorprendiéndose de que no me la hubiesen entregado y, como yo estaba lejos de pensar entonces en retenerla, se despi- dié répidamente citéndome a media noche. Paso con rapidez por las horas tumultuosas que siguie- ron. Son las dos de la mafiana cuando salimos del Café de os Péjaros. La confianza en mf mismo sufrié una crisis tan especial y grave que me parece necesario dar aqui una idea si persisto en rendir cuenta de las consecuencias inmediatas de aquel encuentro en lo que tiene de aparentemente casi nor- _ maly, al reflexionar sobre ello, totalmente inexplicable debi- do, en otro orden de cosas, a su cardcter rigurosamente con- certado. En la medida misma en que he podido abando- narme durante varios dfas a la idea, a priori puramente seductora, de que de alguna manera puedo haber sido espe- ado, incluso buscado, por un ser a quien yo atribuyo tantos encantos, el hecho de que esta idea acaba de revelarse cand bases reales no puede dejar de precipitarme en un aa ‘egaciones. {De qué soy capaz a fin de cuentas y qué 57 : e? Voy por delante de mj, : porno denen me eas ruido de rejas que se cie- cdnicamente, at rar la gracia perdida del primer instante rran, Amar, rec vas tipo de defensas se dibujan a mi alre. enique oo estallan desde los aftos pasados para acabar or gee el gran batir de alas grises de una noche a oe de primavera. Poco segura: se trata, en efecto, de toda coe ridad que me domina desde aquella noche en la ue yuelvo a leer en el porvenir lo que podria, lo que debe- - ser si el corazon dispusiera, La libertad TesPECtO a OtFOs se- res, la libertad respecto a aquel que uno ha sido, Parece en- tonces mostrarse tan tentadora sélo para agobiarme mejor ‘con sus retos. {Quién me acompafia a esta hora en Paris sin iarme y a quien, por lo demas, yo tampoco gufo? No re- cuerdo haber experimentado en mi vida mayor desfallecimien- Me pierdo casi de vista, me parece que he sido arrastrado a mi vez como los figurantes de la primera escena. La conyersa- cién que —mientras mi bellisima interlocutora permanecia sentada frente a mi— se deslizaba sin obstaculo de un tema a apenas roza ahora la mdscara de las cosas. Siento con es- to que la conduzco a mi pesar a naufragar en lo artificial. tengo mds remedio que detenerme de vez en cuando para __ fijar ante mi el rostro que no soporto ver por més tiempo ofte- de perfil, pero este recurso infantil sdlo me proporciona, lente, una efimera seguridad. Quizd de repente me resul- posible dar un paso sin la ayuda de un brazo que se une io y me devuelve a la vida real iluminando deliciosamente su presién el contorno de un seno, ientras que una hora mds tarde nos entretenemos ¢! as del barrio de Les Halles, siento més duramente el

You might also like