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Introducción

El presente soneto pertenece a Francisco de Quevedo (Madrid, 14 de septiembre de


1580-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1645), poeta barroco, militante en las
filas conceptistas. Su obra poética suele dividirse en tres grupos, poemas amorosos,
filosóficos y satírico-burlescos. Este soneto pertenece al primer grupo.
Los primeros versos que se publican aparecen en 1605. Se tratará de una
antología,Primera parte de las flores de poetas ilustres de España. Como en tantos
casos, la mayor parte de sus composiciones se publicarán póstumamente: El Parnaso
español (1648) y Las Tres Musas Últimas Castellanas (1670)

Tema
El soneto se centra en el tópico conocido como cotidie morimur, cuya traducción podría
ser el morir cotidiano. La idea que se presenta gira en torno al concepto de que nacer es
empezar a morir, que la vida es un caminar inexorable hacia la muerte. Este tópico está
vinculado con la idea de tempus fugit, aunque la diferencia radique en que aporta un
punto considerable de amargura sobre lo efímero de la vida.

Estructura externa

Como todos los sonetos, este también coincide en la estructura: versos endecasílabos de
rima consonante, con la estructura ABBA, ABBA para los cuartetos y, en esta
composición, CDC, DCD, para los tercetos.

Estructura interna

A pesar de que en ocasiones este poema ha sido dividido en dos partes, una para los
cuartetos y otra para los tercetos, indicando que en las dos primeras estrofas el poeta
está vivo y en los tercetos nos habla el alma del autor, creo necesario discrepar
rotundamente. En ningún momento nos habla el alma del poeta, sino que siempre
escuchamos la voz del autor desde la angustia de saber que la vida es un camino veloz
hacia la muerte. El poema mantiene la unidad temática en todos sus versos, y nos
prepara, algo común en Quevedo, para el cambio que se produce en el último terceto,
donde busca reconducir todo lo anterior y llevarlo a la conclusión. Así, los once
primeros versos nos hablan del cotidie morimur, con el trágico movimiento hacia la
tumba, y en los tres finales, con una tremenda imagen plástica, se gana la intensidad
propia de una conclusión que materializa, con una escena cercana, las sensaciones de
los anteriores versos, y que se recoge en el término «monumento», equivalente a
sepultura.
            Importante es destacar, desde el punto de vista de la estructura interna, la
relación que se establece entre el primer cuarteto y el primer terceto, así como entre el
segundo cuarteto y el segundo terceto. En las estrofas impares destaca la alusión al
tiempo, y en las pares, la presencia de plasticidad y dinamismo.

Análisis
La primera estrofa la constituyen tres exclamaciones retóricas que nos aportan la
intensidad propia de quien se ve impotente ante la macabra realidad inexorable de la
muerte. El primer verso aporta la triple antítesis esencial de los once primeros versos:
«¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!». El conceptismo del poeta, la capacidad de
comprimir en ese verso aspectos tan esenciales, nos exige dedicarle algunas líneas. Por
un lado, el juego verbal entre «Fue» y «será». Un tiempo verbal en pasado y un tiempo
en futuro unidos en su oposición, pues las diferencias temporales desaparecen desde la
angustia que muestra el poeta. Todo es tan breve y tan veloz que el pasado y el futuro se
unifican. En el mismo verso observamos la presencia de la oposición entre «sueño», que
adquiere el valor de proyecto, de lo venidero, y de «tierra», término equivalente a
muerte. Los dos términos, obviamente, aportan el valor de la sinécdoque. A la vez, el
mismo verso reúne los vocablos «ayer» y «mañana», con lo cual se presenta la tercera
antítesis. Sin embargo, no acaban todas las posibilidades versales, además, esa
estructura bimembre constituye de por sí un quiasmo, cuya estructura en equis la
observamos al relacionar «mañana» con «ayer» y «sueño» y su opuesto «tierra».
En el segundo verso, también de estructura bimembre, nos topamos de nuevo
con otra antítesis: «Poco antes» y «poco después». Desde el comienzo del poema, queda
patente la confusión o identificación, por parte del poeta, de las nociones temporales. El
ayer y el mañana, pasando por el presente, se aúnan conceptualmente en la idea de
brevedad temporal; es más, el concepto temporal parece dejar de existir, es, en
definitiva, solo un descenso hacia la muerte. La palabra que recoge lo inconsistente que
resulta la vida sería «humo». En ella, tanto podemos entender un valor hiperbólico,
como ver una sinécdoque o, incluso, metafórico, pues se presenta como sinónimo de
nada, sin que haya un paso desde la «nada» hasta el «humo».
Los versos 3 y 4 corroboran lo anterior, acentuando con el polisíndeton, que
empezaba ya en el segundo verso, la intensidad y la angustia que nos muestra el poeta.
Además, se refuerza lo apuntado, en el uso metafórico del término «cerco», que se
utiliza en el sentido de la palabra muerte. De cualquier modo, el cuarto verso («apenas
punto al cerco que me cierra»),se podría entender en el sentido (recogido por la RAE)
de fin a que se dirigen las acciones de quien intenta algo. Por lo tanto, trasladado a una
forma menos poética, nos diría que el autor se dirige a la muerte que le cierra el paso.
            Entrados ya en el segundo cuarteto, debemos decir que se mantiene la idea de la
muerte como destino ineludible para el poeta y, por consiguiente, para todo ser humano.
En estos versos el autor se ha servido del campo semántico bélico. Leemos:
«combate»,  «guerra», «defensa» y «armas». En este contexto, el autor será su propio
enemigo. Dice: «en mi defensa soy peligro sumo», lo cual resulta un oxímoron. Tal
recurso es empleado para acentuar el sentido que domina en todo el soneto, que no es
otro que la idea de proximidad de la muerte, de fatalidad irreversible.

            En el quinto verso destaca la presencia de dos adjetivos: «breve» (combate) e


«importuna» (guerra). Son parte de dos metáforas que nos indican, por un lado («breve»
combate), la alusión a la fugacidad y a la crueldad de la vida, y por otro («importuna»
guerra), al sinsentido de esta, pues, como ya se ha dicho, la vida abocada a su destino
adquiere tales significados metafóricos.
            El segundo cuarteto se cierra con una hipérbole que refuerza el tema del soneto.
Leemos: «el cuerpo, que me entierra». La hipérbole alcanza pleno sentido, pues si desde
que nacemos caminamos hacia la muerte, y si vivir es también ir muriendo, nuestra
parte muerta queda enterrada en el cuerpo en vida, adelantándose al acontecimiento
definitivo.
            El primer terceto retoma los conceptos que encontrábamos en el primer cuarteto.
Volvemos a leer las referencias al pasado y al futuro, entendidas en la confusión
temporal que iguala a ambas significaciones. Sí podemos decir que en este terceto se
añaden las referencias temporales también para el presente, tiempo que el poeta incluye
en la vorágine arrolladora del tránsito de los días. Así, de la misma manera que en el
primer cuarteto, también aquí podemos hablar de antítesis. Aquí son dos, y ambas de
carácter temporal. Dice Fco de Quevedo: «Ya no es ayer; mañana no ha llegado», con lo
cual nos presenta dos oposiciones, una de carácter adverbial: «ayer» / «mañana», y la
otra de carácter verbal: «Ya no es» / «no ha llegado». Siguiendo en esa tendencia,
debemos apuntar que en el verso: «hoy pasa, y es, y fue, con movimiento», nos
reencontramos con el juego habitual donde se eliminan las diferencias temporales de los
verbos, es decir, se igualan en significado. Sin dejar de mencionar por nuestra parte la
creación de un nuevo quiasmo (9 y 10),el poeta incide en la idea del morir cotidiano.
            Una vez más nos encontramos, al final de la estrofa, con una hipérbole: «que a la
muerte me lleva despeñado», que utiliza el autor para reincidir otra vez en la
imposibilidad de luchar contra ese enemigo. Valga decir que dentro del recurso
apuntado, observamos la presencia de la personificación del sujeto de la acción, que es,
«hoy».
            En el segundo terceto llama la atención la acumulación matafórica que emplea el
poeta. Se abre con la rotundidad figurada que identifica a «hora» y «momento» con
«azada». En estos versos comprobamos la presencia de otra metáfora, «jornal», que a la
vez refuerza la idea de la personificación que aparecerá más adelante. En el último
verso, nos encontramos con otra metáfora esencial, «monumento», cuyo equivalente, en
el plano real, es tumba, idea que queda reforzada con la aliteración de la /m/, que en el
segundo terceto aparece en ocho ocasiones, y que pretende aproximarnos, a través del
fonema, la presencia de la muerte. Todos estos recursos aceleran el final del poema, que
no será otro que el esperado, pero habiendo ganado intensidad respecto a lo anunciado
desde el inicio.
También observamos, por el uso del verbo «cavar», que tanto «hora» como
«momento» son palabras que quedan personificadas en la función de sujeto, con lo cual
se crea una plasticidad que nos conduce a la visión de quien cava en la tierra para
después ser enterrado en ella. Es decir, los conceptos anteriores pasan de lo inmaterial a
lo real de la imagen plástica.

Conclusión

El poema, de carácter filosófico, incide en la idea del cotidie morimur. A través de una
serie de elementos opuestos, así como de hipérboles y metáforas fundamentales, junto a
la personificación, Francisco de Quevedo nos muestra la angustia de conocer que el
final es la muerte, pero, además, se añade el dolor de saber que ya se ha empezado a
morir desde el nacimiento. Hasta el verso once asistimos a una sucesión de sensaciones
que se elevan a la categoría de lo real al finalizar el soneto; por consiguiente, la
estructura del poema, podemos afirmar, sigue un orden ascendente

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