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V. Teología, Fe y Magisterio
Autor: René Latourelle

Sin ser ella misma la fe ni el Magisterio, la Teología mantiene múltiples y vitales relaciones con la una y con el otro. No
hay Teología sin Magisterio y fe, y por otra parte la fe y el Magisterio no pueden prescindir de la Teología. Vamos a
aclarar a continuación estas mútuas relaciones.

1. Teología y Fe.

Lo que hasta ahora se ha dicho es suficiente para demostrar cómo la fe y la Teología, aun estando íntimamente unidas,
son dos realidades distintas.

La Teología presupone la fe por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios. La fe tiene por objeto aquello que
ha sido atestiguado formalmente por Dios, pero el objeto de la Teología se extiende no solamente a las verdades
reveladas, sino también a las conclusiones y deducciones que de ellas se obtiene. Motivo de nuestro asentimiento en la
fe es la autoridad de Dios que se revela, pero en Teología cuenta también la calidad de la demostración; por
consiguiente, la certeza variará según el valor de los argumentos y estará incluso sujeta a error, en la fe, por el
contrario, la certeza es siempre firme, absoluta e irrevocable, porque está apoyada en la Palabra de Dios.

La fe y la Teología son dos actitudes distintas, porque mientras que la fe resulta de un compromiso existencial de todo
el hombre ante una opción que brota de su propio ser, la Teología, como ciencia, es ante todo el entendimiento de esa
fe. Creer y reflexionar sobre la fe se distinguen tanto como vivir y reflexionar sobre la vida; se trata en ambos casos de
actitudes necesarias, pero distintas. Lo mismo que la vida humana es inteligencia que piensa para descubrir su propio
sentido, la fe supone una reflexión sobre sí misma, por tanto la Teología no pretenderá eliminar la fe para quedarse
sólo con su elemento inteligible, sino que querrá servirla intentando profundizar en el conocimiento inicial que de ella
tenemos.

La fe alcanza a Dios por medio de la unión y comunión, pero la Teología también es conocimiento de Dios por el
camino de la inteligencia y de la reflexión, y esta reflexión, aun gozando de la iluminación superior de la fe, sigue siendo
un caminar de la ciencia y de la razón; por eso, según el testimonio de la Iglesia, la inteligencia teológica, aunque
imperfecta, oscura y lenta en sus adquisiciones, no por ello es menos fructuosa y fecunda.

2. Teología y Magisterio.

La Teología y el Magisterio se parecen entre sí; ambos, en efecto, tienen una raíz común que es la revelación confiada
a la Iglesia, y ambos persiguen la misma finalidad, que es conservar, penetrar cada vez más, proponer y defender el
depósito de la fe, orientando de este modo a la humanidad hacia su salvación. Por otra parte, la Teología y el
Magisterio tienen funciones y dones diferentes.

El Magisterio, en virtud del mandato que ha recibido de Cristo y por un don peculiar del Espíritu —don de asistencia—
tiene la misión de conservar el depósito de la fe en toda su integridad protegiéndolo de error y contaminación, juzgando
con autoridad las diversas interpretaciones de la revelación que propone la Teología, y presentando además por sí
mismo nuevas consideraciones de la fe. La Teología también recibe un carisma del Espíritu de acuerdo con su función
en la Iglesia; esta función consiste en profundizar en la revelación bajo la guía del Espíritu Santo, y en llevar al
conocimiento de la comunidad cristiana, en particular del Magisterio, los frutos de su investigación, a fin de que por la
doctrina que enseña la Jerarquía eclesiástica sean luz de todo el pueblo. La Teología tiene además la tarea de
colaborar con el Magisterio en la enseñanza y defensa de la fe.

En la determinación de las relaciones entre el carisma del Magisterio y el carisma de la Teología es preciso subrayar
dos puntos: Por un lado, el don del Espíritu otorgado al teólogo no le dispensa de su sumisión al Magisterio; pero por el
otro, la fidelidad al Magisterio no significa pasividad y falta de iniciativa del teólogo, como si todo el impulso tuviera que
venir del Magisterio.

La Teología ejerce una función de mediación entre el Magisterio y la comunidad cristiana, sobre todo en el sentido de
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que procura discernir los signos de los tiempos; por eso se mantiene a la escucha de la comunidad para conocer sus
postulaciones y sus problemas, y también para captar las orientaciones que genera el Espíritu Santo en el pueblo de
Dios.

Sensible a los problemas del pueblo, la Teología se esfuerza en responder a ellos profundizando en la revelación, y a la
vez presenta sus soluciones al Magisterio para ayudarle en la tarea de conducir a la Iglesia. Sin la Teología, el
Magisterio podría sin duda enseñar y conservar la fe cristiana, pero difícilmente llegaría a la penetración de la fe
requerida para responder a las necesidades del pueblo de Dios, porque el carisma del Magisterio no es una infusión de
conocimientos nuevos, una revelación, sino una asistencia en la utilización de los medios naturales y sobrenaturales
puestos a su disposición.

Otra función de la Teología en relación con el Magisterio consiste en trabajar por la formación de la fe y de la vida moral
del pueblo cristiano. El Magisterio podrá impedir que la comunidad cristiana se deje arrastrar por cualquier viento de
doctrina, pero sin la Teología no le sería posible impedir que se marchitara su fe, o que se adormeciera en cierta
inmovilidad de pensamiento. Por eso la Teología tiene la misión de vivificar constantemente la fe cristiana, de iluminarla
y darle profundidad; y al hacerlo, la Teología se convierte en un servicio dado a la Iglesia, a la comunidad, al Magisterio
y a la fe.

3. Fidelidad y libertad del teólogo.

Al ser un servicio, la Teología tiene que ejercer su tarea en comunión con el Magisterio, con el pueblo cristiano y con
todos los teólogos comprometidos en ese mismo esfuerzo de enseñanza y de investigación. El teólogo, por tanto, es
algo muy distinto de un hombre que trabaja en la edificación de su gloria personal, sin preocuparse de la turbación que
su palabra pueda sembrar en las conciencias cristianas. El teólogo es ante todo un servidor responsable de la Palabra
de Dios, que está obligado por una doble fidelidad, a Cristo y la Iglesia.

Si el teólogo es el profeta del porvenir, el que prepara para el Magisterio las soluciones del mañana, le es indispensable
disponer de libertad. En las materias nuevas y difíciles entre las que se mueve es compatible que haya cierta diversidad
de opiniones, no graves, con la unidad de la fe y la fidelidad al Magisterio, ya que la historia demuestra que siempre ha
habido lugar en la Iglesia para una gran diversidad de teólogos y de teologías. La fe es una, sí, pero ¡qué diferencia
existe entre las teologías de Justino, Cipriano, Orígenes, San Agustín o Santo Tomás de Aquino! Y esta diversidad
también trae ventajas para la Iglesia y ha sido fuente de progreso teológico.

Más todavía, en ese trabajo de investigación al servicio del Magisterio y de la comunidad cristiana, en ese continuo
enfrentamiento con los problemas del mundo actual, es evidente que el teólogo también estará expuesto al error. En su
trabajo de interpretación y actualización de los datos de la fe, ¿cómo concebir que no se engañe a veces? Ante nuevos
acontecimientos puede verse en la necesidad de corregirse, de cambiar de postura. Puede ser también que algunas de
sus opiniones, largo tiempo combatidas por la Iglesia, sean luego reconocidas como verdad, como ya ha sucedido, y
esas oscilaciones del pensamiento, esos riesgos de error, son la consecuencia necesaria de una teología que desea
estar en diálogo con el mundo; forman parte de una Teología sometida a las condiciones de la historia.

En un decreto del 21 de abril de 1954, la Comisión Bíblica ha pedido para el exégeta comprensión e indulgencia, ya
que éste tiene que enfrentarse con cuestiones difíciles que incluso algunos expertos de gran renombre no han sabido
resolver. ¿No tiene razón el teólogo para pedir un trato semejante, ya que los riesgos que corre no son menos
considerables?

Es verdad que el teólogo, como hijo de la Iglesia, tiene que aceptar el juicio de esa suprema instancia que es el
Magisterio instituido por Cristo como intérprete infalible de su palabra. Pero entre el teólogo y esta suprema instancia
existe otra intermedia, constituida por el conjunto de teólogos comprometidos en los mismos caminos de la
investigación, por eso es normal que el caso se resuelva en ese nivel, mediante el intercambio fraternal de opiniones.

Si el teólogo se sintiera siempre bajo la amenaza de un juicio sin apelación, ¿cómo podría trabajar con toda su alma,
con todo su corazón, con todas sus fuerzas, al servicio de la Iglesia que es todo en su vida? En Teología, como en
todas partes, la alegría y el amor son el clima normal de un trabajo verdaderamente fecundo; de no ser así, sucedería
lo que demuestra la historia de un pasado reciente: que la Teología católica, para librarse del riesgo de la condenación,
se refugiaría en el estudio de temas fútiles, dejándose superar en los puntos de importancia capital por la investigación
de la Iglesia Protestante.

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Nota:

*Texto condensado del libro titulado “La Teología, Ciencia de la Salvación”, escrito por René Latourelle.

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