Las aguas del diluvio acababan de retirarse, y el sol derramaba sobre el mundo
su luz servicial de rayos de oro. Animadas por el ealor, las semilles ocultas bajo
1 barto empezazon a germinay igual que el nifio en el vientre de la mujer
mada, De ese modo brotaron otra ver, desde las hsimedas entraiias de la Tice
1a, las bestias las plantas que el dilwio habia exterminado. La corrente im-
parable de la vida invadis el mundo, y lo lend de nuevo de bellezas y peligros:
Alppie de una montaa, el Himo* caentado por los rayos del sol dio origen a una
seepiente descomunal de trrbles fees y poderosos misculos. Se Hamaba Pi-
+6n, y tenia la piel de color del fuego y unos colmillos despiadados que inocu-
labaa un veneno mortal, Durante meses, Pitén sembr6 el terror en la eampina:
devoraba rebafios de ovejas y manadas de vacas,y entraba en los poblados du-
ante Ia noche para atacar ala gente indefensa. Los hombres, desesperedos,
dieron ayuda a los cielo, y el dios Apolo acudié a socorrerlos. Era mediodia
cuando acribillé a Pitén con una devastadora luvia de lechas. La serpiente se
defendis con unos cuantos coletazos brutales, pero Apolo supo esquivarlos, y
itn acabé por agonizar sobre el charco encendido de su sangre.
Fue una victoria formidable, pro que tuvo consecuencis draméticas. Cre~
cido por su hazafta, Apolo empeas a despreciar alos otros dioses. «No estin &
‘mi altura», pensaba, Una mafiana, se eraz6 con Cupido, que revoloteaba entre
Jos deboles con sus alas zzulzdas. Apolo reparé en su cara de nfo en su cuer
‘po mindsculo, en sus ojos inocentes de cachorro, yse sinti6 tan poderoso a su
Jado que lanzs una risotada de superiorided. Luego, se fjé en el arma que Cur
pido Hlevaba en las manos, el pequefo arco de oro con que dispar sus flechas
de amos, y dijo en tono de burla:
APOLO ¥ DAFNE 59
—gAdénde vas, Cupide, con un arma tan ridicula? Deja las hazafas para
los dioses aguerridos como yo, que matamos 2 las sexpientes en un abc y cerrar
de ojos. No juegues a hacerte el héroe, porque te faltan brios para ser.
Aloit aquello, Cupido sintié que un torrente de célera le subia a la cara.
No sabes lo que dices! —respondié—. Este arco que te parece tan poca
cosa ha destronado reyes y destruido imperis. ;Pobre Apolo, todavia no sabes
fo Icjos que puede legar el amor, pero te aseguro que muy pronto lo vas a com-
probar en tu propia carne!
Cupido cumplié su amenaza. Aquella misma tarde, dispar6 dos flechas des-
de el cielo: una contra Apolo y otra contra una hermosa ninfs" Uamada Dafne,
que jugsbe entre los juncos a Ia orilla de ro, La fecha que atravess el corazdn
de Apolo tenfa It punta de oro, y servia para encender el fuego del amor. En.
‘cambio, la que aleaneé a Dafne era de plomo y despertaba ls pasiones contra~
tas: el odio y el desdén. Apolo, enamorado por vez primera, comenzé a seguir
«4 Dafne pot los bosques. Se sentia hechizado por la transparencia de su piel y
por el impetu fluvial de su melena, po el brillo de sus ojos y por In mansedum-
bre de sus manos. Lo que Apolo encontraba en Dafne era la promesa de una
felicidad sin limites. Ells, en cambio, solo sentia por Apolo un profimdo des-
precio, En cuanto lo veia en el bosque, corns a esconderse entre los drboles 0
se zambullia en el rio, Le desagradaba su arroganci, y pensaba que en el cora-
‘én orgulloso de aquel dios no cabia el amor verdadero.
Un dia, Apolo logr6 sorprendes a Dafne cn el bosque. Se acereé a la ninfa
con tanto sigilo que ella no percibié el rumor de sus pasos. Lo primero
que oy6 fue una voz-muy cercana que devia:
—Césate conmigo, Dafne, y no te aztepentivis,
Nadie puede hacerte mds feliz. que yo.
Dafne perdié de pronto el color de la
cara, Cuando volvie Ia cabeza, Apolo
estaba aun palmo de sus ojos.60 METAMORFOSIS
Yo no creo en el amor —contesté Dafne—. Naci virgen y moriré virgen.
Apolo se incomods, pues su corazén endiosado no estaba preparado para el
desdén, Pero no se dio por vencido, Al contrasio: adelanté la mano para acari-
cir Ia mejila de Dafne. Sabia que el camino del amor no suele ser fil, y e3-
tuba decidido a aleanzar su meta aunque fuese a través de un atajo. Dafne, al
verlo tan ansioso, se asusté, Reconocié en ls ojos de Apolo el brillo demencial
de quien no sabe reprimi sus instntos, y sinti6 tanto miedo que eché a correr
para ponerse a salvo. Apolo, contrariado, empezé a perseguirlay, mien
tras ella, su amor no dejaba de crecer. En plena castera, I ninfa le parecié mis
hhetmoss todavia que en reposo, pues el viento ondulaba su mielena y desnuda
boa la blanea redondez de sus hombros. Apolo, loco de pasién, habria dado
cualquier cosa por estrechar las manos de Dafne, por ecarciar su cara, por eux
briria de besos. Pero saltaba a la vista que no era correspondido. Lo que Dafne
sentia no era amor sino pénico: su corazén no ensiaba la carica, sino que tra-
taba de eseapar del peligro. Mientras corria através del bosque, los guijerros se
clavaban en sus pies y as zarzas le herian los tobillos, pero ni siquiera sent el
dolor, pues su alma se encontraba a merced del miedo. Cada ver que Dafne
volvia la eabeza, Apolo se hallaba algo més cerca, Era tenaz como el lobo cuan-
do sigue a su press, odioso como la serpiente que nunca se rinde. Lleg un
momento en que Dafne nots que le faltaba el aliento. Su corazén latia a toda
psa, y las piernas empezaban a fllarle, Cuando giré la cabeza por ultima vez,
vio que Apolo estaba a punto de rozarlacon los dedos. Entonces deses ser aire
para desvanecerse, deses ser roea para librarse del abrazo de Apolo, quiso ser
‘agua para empapar el suelo y hundirse en lo més hondo de la tierra. Dane se
dio cuenta de que el nico que podia ayudarla era su padre, y su grito despavo-
rido rezamb6 en todos lo rincones del bosque:
Ivame, padee, por picdad!
Dafie era hija del io Penco, que cossia muy cerca de ali, formando sono-
ros saltos de agua que silpicaban los troncos de los bole. Al of el grito de
Dafae, Peneo no vacil6, Como todos los ris, poscia poderes divinos, y decidié
cemplearios para salvar a su hija, De repente, Dafne se detuvo en el sire como
un pijro aleanzado por un dardo certero, y su cuerpo empez6 a transformarse
a toda prisa, De la yera de sus dedos brotaron hojas, sus pies echaron rafces
‘que se hundieron en la tierra, su vientre y su pecho se endurecieron, sus brazos
se estraron hacia las alturas y su large cabellera se transformé
“en una copa de espesas hojas. Por obra de Peneo, Dafne se ha-
a
iba
ee
ae
APOLO Y DANE. 61
bia convertido cn un alto laurel, y su bello rostro quedé petrificado en una os-
ccura corteza de arbusto. Apolo, trastornado por aquella pérdida inespersda, se
afer 2 as ramas del laurel y bess con pasién el duro troneo, Comprendié que
ya nunea podria gozar del amor de Dafne, y sus ojos se lenaron de lagrimas.
‘Cuando volvi6 a abrazar el érbol le parecié que temblaba entre ,
sus manos. Entonces, con vor. tristisima, empea6 a decir
—Nanea te olvidaré, Dafne querida. Ya no pods see mi
csposa, pero siempre seris mi frbol
‘Asi fue. Desde aquel dia, Apolo colgé su alba" de cezador y su lrat
de oro en las ramas del laurel, y decidi6 que las hojas de aquel érbol serian
un simbolo eterno de gloria, Por so es costumbre coronar con laurel 2S 3
dos generales que regresan victoriosos de la guerra y alos poetas que nos
‘emocionan con la dulaura de sus versos.