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Textos para meditar ante el Sagrario

¡NO TEMÍAS, SOY YO!


¿QUÉ HACE Y QUÉ DICE
EL CORAZÓN DE JESÚS
EN EL SAGRARIO?
SAN MANUEL GONZÁLEZ, OBISPO DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS

Lectura del santo evangelio según San Juan 6, 16-27

En aquel tiempo, dijo Jesús:


Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y
empezaron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía
Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba
encrespando. Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando
vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se
asustaron. Pero él les dijo: «Soy yo, no temáis». Querían recogerlo a bordo,
pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban. Al día
siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí
no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus
discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto,
unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el
pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni
Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en
busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en
verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque
comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino
por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del
hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
NO TEMÁIS, SOY YO
(Jn 6,20)

Vuelvo a vosotras, almas doloridas, a daros nuevos alientos, a


traeros nuevos aires del Sagrario.

¡Es tan humano el miedo!


¡Nos visita con tanta frecuencia el dolor y nos acostumbramos tan
poco a su visita!
Pudiera decirse que nuestro corazón anda siempre entre el dolor
del mal que se va y el miedo del mal que viene.
Es el Evangelio, el feliz descubridor de los secretos del Corazón
de Jesús, el que va a darte, pobre corazoncillo obligado a andar ese
triste camino, una nueva lección de valor, digo más, de alegría en el
padecer.

El por qué de nuestros miedos


¿Sabes a qué atribuye el Evangelio muchos de tus miedos y de tus
angustias?
A tu falta de vista y de oído.
No te extrañes de esta aparente incoherencia entre los males del
corazón y los de la vista y oído.
Créeme. El sufrir es irremediable, somos hijos del pecado y el
dolor es su necesario e imprescindible redentor; pero el turbarse en el
sufrir, el vivir muriendo por el miedo a sufrir, el sentirse desgraciado
porque se sufre, en una palabra, el tenerse por esclavo del dolor y no
como su señor, eso es y debe ser remediable para un cristiano.

El remedio del miedo

¿Cómo?
Como te decía antes, abriendo los ojos y los oídos para ver y oír.
¿A quién?
Hojea el Evangelio y verás qué escena de grandes sufrimientos
por no querer ver ni oír a Jesucristo.
Era la noche que había seguido al gran día de la multiplicación de
los panes y de los peces; el Maestro se había quedado solo en la tierra
buscando su descanso en la oración; sus discípulos dedicaron la noche
a la pesca; sabían muy bien que las multiplicaciones milagrosas de
Aquél no les eximían de trabajar y trabajar rudamente como en aquella
ocasión en que el viento les era contrario; por la madrugada, a eso de
las tres, Jesús, andando sobre las aguas, se llega hasta ellos,
quedándose fuera de la barca.
Sus discípulos se alarman, se asustan y gritan tomándolo por un
fantasma.
El buen Maestro sobre las aguas, les habla y les dice:
-Confiad, soy yo, no temed.
A pesar de esas palabras tan reanimantes y tan características de
Él, siguen encogidos por el miedo y no se atreven a responderle.
Jesús lleva más adelante su condescendencia. Entra en la barca y
manda enmudecer al viento, que obedece.
El estupor de los discípulos sube de punto.
Y así callados y encogidos ellos por el miedo y pesaroso El de la
desconfianza de los suyos, pasaron la madrugada en el mar hasta llegar
al ser de día a las orillas de Genesaret, en donde desembarcaron.
Y entonces, dice el santo Evangelio, lo conocieron...
Estudiad esa escena y veréis en ella retratadas muchas escenas de
nuestra vida.
En aquélla había una contrariedad verdadera, real; la del viento
tempestuoso que dificultaba la pesca y ponía en peligro las vidas de los
pescadores.
Y de esa contrariedad ni se quejan ni se preocupan.

El miedo al fantasma
En cambio lo que les preocupa y acobarda y pone fuera de sí hasta
dar gritos, es el fantasma y la voz del fantasma y el poder del fantasma,
que anda por las aguas sin sumergirse y que serena los vientos...
¡Pobre limitación humana!
¡Pobre fe que tan pronto olvidas o que tan poco penetras!
Unas horas no más, hacía que habías visto a Jesús hacer el milagro
de multiplicar panes y peces, mucho tiempo que lo venías oyendo y
sabías además que quería tanto a sus discípulos que su Corazón no le
dejaba pasar una noche entera sin tenerlos a su lado, debías ya conocer
sus trazas de acudir al auxilio de los suyos hasta con milagros cuando
era menester y... ¡te pones a gritar delante de Él, y a taparte la cara con
las manos para defenderte del fantasma!
¿Cómo explicar ese misterio, o, mejor, esa aberración?
El Evangelista apunta con pena que el corazón de aquellos
hombres estaba obcecado.
Corazón que te extrañas y hasta te indignas ante esa cerrazón de
vista y oído de los discípulos acobardados, espera, detén tu extrañeza y
tu indignación y aplícalas a ti mismo.

El miedo a Jesús
¡Se te ha presentado tantas veces en medio de la noche de tus
dolores y padeceres el Médico divino para curártelos y lo has tomado
como fantasma, obstinándote en no dejarlo ejercer su caritativo
oficio...!
¡Te ha dicho tantas veces el confía, soy Yo... queriendo serenar
las tempestades de tu espíritu y tú le has respondido con gritos de
protestas y de miedo...!
¿No has hecho eso cuando te ha visitado en forma de dolor o de
contrariedad?
¿Y no te parece que es tener a Jesucristo por un fantasma, creerlo
tan cerquita de nosotros en el Sagrario y dejarnos devorar y consumir
por nuestras penillas, como si éstas fueran más fuertes y poderosas que
Él?
¿No te parece ofuscación funestísima del corazón, saber que con
sólo aplicar un poquito el oído al Sagrario y quedarse allí en paz y
silencio un ratito se oye el «Confía, soy Yo, no temas» y dejarse
envolver y ahogar por las olas de la tribulación?
Almas obligadas a surcar los mares del dolor, no imitéis a los
discípulos que necesitan la luz del día para conocer al Maestro, imitad
a los que, buscándolo con humildad, limpieza y paz del corazón en el
Sagrario, acaban por verlo y oírlo de día y de noche, y en todas
partes...
Madre Inmaculada, ten mis ojos y mis oídos abiertos para que
cuando tu Jesús me visite, sea con vestiduras moradas de Pasión, sea
con vestiduras blancas de Transfiguración, mi alma lo vea, lo oiga y se
dé cuenta de que es Él...

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