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Capitulo 1V EI psicoanalista ante la catdstrofe Juan Tubert Oklander El psicoandiisis es, entre todas la psicoterapias, la que mds requicre de un entorno estable para su realizacion satisfactoria, Un psicoanalis- taque no practique otras formas de terapla, suele trabajar con un nui- mero reducido de pacientes, a los que atiende durante afios, con una frecuencia elevada de sesiones (de tres a cinco por semana). Las exi- gencias de tiempo, dinero, esfuerzo y constancia, sucien determinar que ja mayorta de estos pacientes no sean verdaderamente enfermos, en un sentido psiquidtrice; sing que se trate habitualmente, de trastornos del caracter que, si bien interfieren con su capacidad para Ie felicidad y la cteatividad, no los invalidan desde un punto de vista funcional. Por otra parte, la lentitud y extremada duracién de! proceso analitico lo forna poco adecuado para responder a Ins necesidades terapéuticas ur- pentes. Muchos psicoanalistas, conscientes de las timitaciones de su mé- todo, recomiendan a los pacientes no iniciar un andlisis si atraviesan en ese momento por un periodo de crisis vital, 1a] como un embarazo oun divorcio, que requiera de adaptaciones rdpidas a las circunstan- sias cambiantes, Es para dar respuesta a este ultimo tipo de necesida- des por lo. que se crearon las terapias breves. Pero los psicoanalistas no son, con frecuencia los mas idéneos para la practica de este tipo de terapias. Esto se debe a varios factores. En primer lugar, a la deformacién profesional. Cuando uno se pasa bue- 43 parte de su vide trabajando en un ambiente reflexivo, en el cual es fundamental preservar un espacio para pensar y elaborar cuidadosa- mies de tomar decisiones y pasar e la accién, es inevi- la a perder la capacidad de respuesta répida, funda- mental en las terapias breves. Pero, en segundo lugar, es pasible que nunca fa 5 CHES aeapeutey on «as terapias breves y de emergencia -que incluyen un modalidad de participacién activa, con sugerencias, consejos, examen de alternat)- vas y estimulos para que ¢! paciente tome decisiones y las ponga en practica- entran en conflicto con las objetivos mismos del psicoandli- 4i8, tradicionalmente respetuoso de los procesos intrinsecos del desa- rroilo de Ja personalidad del paciente, Por Io amerior, la mayor(a de los psicoanalistas eligen cuidadosa- mente a sus pacientes y organizan su dmbito de trabajo y su vida, de tal forma que les permita preservar fas condiciones de estubilidad y cons- tancia que resulean indispensables para ¢l ejercicio de su profesion. Esto sigue siendo cierto aun en aquellos casos, cada vez mas frecuentes, en los que un psicomnalista dedica una parte significativa de su tiempo a la practica de otras formas de psicoterapia anal {tica, incluyendo el and. lisis grupal. Por ejemplo, es caracteristico que aquellos psicoanalistas ‘intéresados por Ja terapia familiar y de pareja, s¢ sientan més cémo- dos y resulten mds efectivos al enfrentar situaciones familiares créni- cas, que permiten y exigen un abordaje terapéutico mds o mencs pro- longado; que ante las graves crisis familiares, que requieren una técni- ca casi guirdirgica, Pero siendo la vida lo que es, ¢s inevitable que muchos de los pa- cientes atraviesen, en el curso de un anilisis de varios aflos de dura. cidn, por situaciones de crisis. En estas circunstancias, lo primero que un psicoanalista tiene que afrecer a un paciente que ya ha establecido ‘una importante relacién con él, es su capacidad de mantener la calma ¥ preservar un espacio para pensar, aun en medio del caos. Esto tiene, de por si, un efecto terapéutico, ya que ayuda al paciente a tomar cier. ta distancia de sus propias circunstancias y recuperat, por medio de Ja identificacién.con el anallsta, clerto grado de equilibrio, que lo sitta ¢n mejores condiciones para enfrentar la crisis. Existen, stn enibargs simuaciones criticas de tal magnitud, que Ia mayorla de los psicoanal}s- tas coincidirian en reconocer que imposibilitan ¢l trabajo analitica y que obligan a su interrupeién. {Que es lo que corresponde hacer ante esos casos? Algunos psicoanalistas adoptan uma actitud expectante y esperan a que amaine Ja (ormenta, para recomenzar el andlisis o inclu- so consideran {a posibilidad de interrumpir el tratamiento, para dar la oportunidad o que olro profesionista (por ejemplo, un psiquiatra) se haga cargo. Otros, en cambio, conciben su funcién como la de ac. tuar ellos mismos, por medio de otras modalidades terapeuticas (con- sejos, orientacién o medicacién, entre otras) durante los perfodos de rcupcién del trabajo analitico y retomario tan pronto como sea po- Sble, y analizar, en ese momento, las consecuencias de que el analista haya cambiado su papel, ante ta presin de las carcunstancias, Ott finalmeme, conciben estas siluaciones de crisis como una cireunstan- cia que exige la formacién de vn equipo terapéutico (coma ef formado por el psicoanalista, el psiquiatra, y el terapeuta familiar). Cualquiera que sea la actitud habitual que adopte un psicoanalista ante fa crisis de sus pacientes, ésta es diferente de !a que sz aplica ante sus propias crisis vitales. En general, los psicoanalistas estan convenci- dos de que no deben cargar a sus pacientes con problemas que sélo acllos atatien, Por lo tanto, hacen lo posible para evitar que los pa- cientes conozcan las circunstancirs de ta vida de! analista y, cuando deben enfrentar una situacién de crisis personal pugnan por preservar sus condiciones de trabajo, para no afectar cl iratamiento de sus pa- cientes. En la mayoria de los casos, lo logran. Cuando la magnitud de {a crisis personal impide al analista preservar su actitud profesional {co- mo podria suceder ante una enfermedad o un duelo importante), pre- fieren interrumpir su trabajo, hasta que se encuentre nuevamente en condiciones de reanudarlo. Pero, gqué ocurre cuando ja situacidn que es critica para el paciente Joes tambign para el analista? Me reliero 2 aquellas situaciones que, como las guerras, las revoluciones o las caldstrofes naturales, afectan atoda la comunidad por igual. Esta es una circunstancia poco estudia- daen ta literatura especializada a pesar de que Ia realided ha obligado a muchos psicoanalistas y pacientes, en varios palses del mundo, a tra- bajar en condiciones francamente criticas para ambos. En ese sentido, Jos sismos ocurridos en la ciudad de México nos han brindado una apor- tunidad de vivir y reflexionar acerca de lo que ocurre con ambas partes de la relacin psicoanalitica, cuando se ven repentinamente inmersas en una situaciGn de caldstrofe. Estd claro que no me refiero al trata- miento d¢ emergencia de las personas directamente afectadas por los sismas, sino a la repercusién que tuvieron sobre los tratamientos psi- coanaliticos iniciados tiempo atrds. ‘Un punto que quisiera aclarar, antes de pasar a comentar los hallaz- gos clinicos que me Ilevaron a estas reflexiones, es el de la posicién del psicoanatista ante situaciones de catastrofe. A! enfrentatlas, un psicoa- nalista debe reaccionar en tres niveles diferentes: como persona, como terapeuta y como micmbro de Ia comunidad. Si bien ¢s dificit valorar cémo reaccionaron ante los sismos los psicoanalistas en general, miim- presiOn es que tardamos més que otras personas, en valorar lo que es- taba pasando y qué, una vez que nos dimos cuenta de la magnitud del desastre, tardamos mas en reaccionar ante el mismo. Me baso, para afirmario, no sélo en mis propias experiencias, sino también en las de aquellos colegas mds cercanos, que compartieron conmigo sus vivencias. Si la impresién que tengo es cierta, creo que debemos atribuir esta reaccién, en primer lugar, a las condiciones en las que se realiza nues- tro trabajo. Si bien todos sentimos miedo del sismo del jueves 19 de septiembre, una vez que éste pasé y después de comprobar que nues- tras casas estaban en pie, reaccionamos como lo suelen hacer fos habi- tantes de las zonas sismicas, es decir, regresamos a la vida cotidiana. Desde e} aislamiento de nuestros consultorios, paco a poco nos fuimos enterando de la gravedad de lo ocurrido por boca de nuestros pacien- tes. Una vez que algunas llamadas telefénicas apresuradas nos asegu- raron que nuestros familiares estaban bien, s6lo quedaba cumplir con ¢l compromiso de estar a disposicidn de los pacientes, en las horas que tienen asignadas. En la mayorfa de los casos, gracias a la television, tuvimos una imagen mds realista de la gravedad de la situacién, E] segundo sismo, el viernes 20, por la noche, fue mas traumatico para toda la poblacién que no habia sido afectada directamente por el primero, ya que, para entonces todos tenfamos una idea bastante clara de lo que habia pasado el dia anterior y de lo que podria volver a suceder. Ademas, el segundo movimiento nos sorprendié trabajan- do en nuestros consultorios, Esta circunstancia agreg6, tanto para no- sotros, coma para los pacientes de ese momento, Ja angustia de no sa- ber qué habria pasado en nuestras casas. Crea que la mayoria, pensa- Mos que esta situacidn ameritaba interrumpir el trabajo analitico para Hamar a nuestras familias, antes de considerar siquicra, la posibilidad de continuar con la sesién. Tengo la impresién de que, durante esos primeros dias (que incluye- ron el angustioso fin de semana, en el que nos enterdbamos de un nu- mero cada vez mayor de personas afectadas por la catdstrofe -en don- de se incluia también a gente conocida- que por la radio se pedia, entre otras cosas, donativos de hielo y sal para conservar los cadaveres, la mayorfa de los psicoanalistas nos limitamos.a prestar ayude propios pacientes y a nuestras familias, y que, fuera de alg. de solidaridad personales, como ofrecer donativos diversos a las orga- nizaciones espontdéneas que comenzaron a centralizar él auxilio a los damnificados, no hicimos gran cosa por brindar una ayuda directa. Esta actitud, que no fue, por cierto, la de todos los psicoterapeutas, tenia una base racional: nuestra capacidad profesional no era, cierta- mente, la que més se requeria ni la mas util en esos primeros momen- tos. Sin embargo, creo que nuestra caraclerologia personal y nuestra deformacién profesional, incuban una tendencia a evitar la accién y a las que hiciera referencia anteriormente, tuvieron un papel muy im- portante para determinar este tipo de reaccidn. Fue hasta el lunes 23 cuando la Asociacién Psicoanalitica Mexicana (institucién de fa que soy miembro) cité a una junta de emergencia pa- raconsiderar cud! habria de ser nuestra participacién en el esfuerz0 colectivo para responder a las urgentes necesidades de le comunidad. Simultdneamente, la Asociacién Mexicana de Psicoterapia Analftica de Grupo, también se ponia en movimiento. (Es interesante destacar que el Instituto Mexicano de Psicoterapia Psicoanalftica de Ja Adoles- cencia, que forma terapeutas de la adolescencia, ya habla iniciado su programa el viernes; al igual que fos adolescentes, los terapeutas de la adolescencia fueron los primeros en reaccionar, y muchos de ellos abordaron la casi imposible tarea de brindar sus servicios como tera- peutas, a los familiares de las personas atrapadas, junto a loa propios edificios derrumbados.) De esta reunién en la A.P.M., ala que asistie- ron no solamente los miembros de Ia asociaclén y los candidatos del instituto, sino también Jos alumnos y egresados de los cursos de exten- sin académica y otras personas vinculadas con la institucion, surgié un plan de accién que pretendia cumplir con nuestra responsabilidad social. Una cosa quedé bien clara en esa discusi6n: nuestra contribu- én no podria ser la de atender personalmente a aquellos damnifica- dos con la urgente necesidad de psicoterapia; sino que deberfamos olre- cer nuestros servicios para informar, orientar y supervisar a todas aque- as personas (médicos, enfermeras, psicdlogos, maestros y voluntarios, entre otros) que trabajan directamente con los damnificados, Esta de- cision sobre el papel que habriamos de cumplir (que no fue la misma que tomaran gtros grupos de psicoterapeutas analiticos; tanto la AM.P.A.G., como el I.M.P.P.A., por ejemplo, si ofrecieron alen- cidn directa a lot damnificados)! tenia, también motives racionales. En primer lugar, éramos pocos y todos tenfamos Ia mayor parte del tiempo comprometido con nuestros pacientes, a quienes lampoco po- diamos abandonar, por lo que nuestra aportacién seria infima, a me- nos que pudiéramos contar con el efecto multiplicador que cabfa espe- rar del trabajo con personas que, @ su vez, trabajaran con otras. En segundo lugar, él tipo de técnica psicoterapéutica que mas conociamos requeria de un compromiso a largo plazo, que la mayoria de nosotros 1 Otra factor de importancia, ademds de la personalidad caracteristica de quie- nes ptactican las diversas formas de psicoterapia y de las diferentes ideologias institucionales, fue el que tanto la A.M.P.A.G. como cl 1.M.P.P.A. contaran con sendas clinicas de atencién a la comunidad, ambas con [a infraesiructura indispensable para poder brindar asistencia directa. (Dr. Mario Campuano, comunicacién personal.) no podriamos sustentar, y que, ademd4s no correspondia a las necesi- dades urgentes de los pacientes traumatizadas. Sin embargo, creo que también intervino otro factor relacionado con la psicologfa del psicoa- nalista. En psicoandlisis, a diferencia de la terapia analitica - incluyen- do el anilisis grupal- mds centradas en los fenémenos interpersonales, se interesa casi exclusivamente por los fenédmenos intrapsiquicos. Esto requiere que el psicoanalista desarrolle una sensibilidad muy especial para llegar a “‘ver lo invisible” (Freud escribié una vez: ‘He debido cegarme artificialmente, para sensibilizarme a los fenémenos mas os- curos del inconsciente’’). Esto exige,-a los que practicamos esta disci- plina, que nos privemos de una serie de defensas mentales habituales jor asi decirlo, quedarnos ‘‘en carne viva’’, con una sensibslidad ita ante los menores y casi imperceptibles estimulos nacidos en a relacién que se establece con nuestros pacientes. Es induda- ble que las transformaciones que esta practica genera en nuestro fun- cionamiento mental, nos vuelven practicamente inermes y sumamente vulnerables ante los estimulos brutales, derivados del sufrimiento fisi- co y emocional extremo y frente a las desgarradoras pérdidas genera- das por una catdstrofe como Ja que habfan vivido los damnificados. Esta consecuencia inevitable de nuestro entrenamiento y de nuestra préc- tica hace que tengamos, ante los graves impactos de la vida, una hiper- sensibilidad parecida a la que los albinos tienen frente a la luz del sol. Para evitar que esto nos dafie, la mayorfa hemos acoptado, en nues- tras vidas privadas, una serie de defensas externas con el propésito de protegernos de este tipo de estimulos, tales como organizar wna vida relativamente recluide y estable. Crea que Ia modalidad de participa. cién que elegimos, como grupo profesional, obedecié, en gran medi- da, a la necesidad de preservar estas defensas. No creo que debamos sentirnos cufpables por nuestra limitacién. A nadie se le ocurriria ulili- zar un instrumento de precisién para remover los escombros de un edi- ficio derrumbado, de hacerlo asi, sélo se conseguiria arruinar el ins- trumento, sin lograr el objetivo. Asi fue come muchos psicoanalistas se dedicaron, como to relata ct doctor Dupont en su trabajo, a capacitar y supervisar alos grupos de voluntarios que asistian en albergucs, Por mi parte, participé a nivel institucional, en un programa de trabaja, con maestros y orientadores de las escuelas preparatorias, Personalmente colaboré con algunas es- cuclas primarias y secundarias con las que estaba vinculado, trabajan- do con grupos-de maestros y padres de familia. Es interesante destacar que los maestros y orientadores de las preparatorias (que en México constituyen el tercer ciclo de ensehanza, después de scis alos de escuc- la primaria y tres de secundaria) constitufan un grupo profesional su- mamente angustiado, ya que deblan trabajar con uno de los sectores de la poblacién mas afectado: los adalescentes entre quince y diecio- cho afios de edad. Aun sin considerar a quienes fueron directamente afeclados por los sismos cuyas casas, escuclas o instituciones de edu- cacién se derrumbaron), Jos adolescentes de la ciudad de México fue- ron un grupo particularmente dahado, en e} sentido emocional. Esto se debié a su especial etapa de vida: no eran tan pequefios como para cobijarse en los brazos de sus padres, ni lo suficientemente grandes co- mo para controlar su angustia a través de las exigencias del cuidado de las diversas zonas a su cargo, por lo que se encontraban particular- mente desprategidos. Si a esto sumamos la exacerbada sensibilidad del adolescente y su renuencla para aceplar cualquier tipo de proteccién o ayuda de los mayores, podremos comprender la angustia que envid a bandas de adolescentes a las calles en un esfuerzo por colaborar, por sentirse titiles por encontrar a alguien a quien ayudar, rescatar o prote- ger, con el fin de evitar a toda costa un sentimiento de impotencia y desproteccién que no se encontraban en condiciones de contener 0 el: borar. Asi fue como muchos de ellos cumplieron inapreciables funcio- nes de set i social, al coordinar la recoleccién de donativos espon- ldneos de la poblacién, ayudar con el transporte de heridos o brindar apoyo por medio de labores fisicas en fos lugares mas afectados, du- rante esos primeros dias en los que las instituciones pilblicas se vieron tolalmente rebasadas por las exigencias de la situacién. Sin embargo, muchos otros debieron enfrentarse nuevamente a su impotencia, des- trozandose las ufias en el vano intento de remover con tas manos des- nudas, enormes planchas de concreto, que requerian gnias u otro equipo especializado para desplazarias, mientras escuchaban los gritos deses- perados de las personas atrapadas, Finalmente. todos se enfrentaron al insulto de verse expulsados de Ias zonas de desastre por las autorida- des, cuando éstas retomaron el control de la situacion y ante la eviden- cia de que las tareas de rescate necesilaban personal y equipo especiali- zados, en circunstancias en fas que el entusiasmo desesperada de los voluntarios adolescentes ora mds un estorbc que una ayuda. Ademds, para la mayorfa de ellos, esta cat4strofe represent su primer contacto con la muerte y con Ia inevitable vulnerabilidad de! ser humano, preci- samente en aquella etapa de Ia vida en la que todos hemos tenido que lidiar con buestra propia fragilidad. Las consecuencias de estas viven- cias traumdticas fueron terribles, y todav(a pueden observarse en mu- chos de los jévenes que trabajaron en tareas de rescate. Sin embargo, no es a estos fendmenos sociales a los que quiero refe- rirme en este trabajo. Mi interés s¢ centra en las observaciones que pu- ce hacer en el curso del tratamiento de pacientes que llevaban conmigo cierto tiempo asi como también en las observaciones de algunos cole- gas en situaciones semejantes. Expondré aqui a los pacientes que se encuentran en psicoandlisis, en psicoterapia analitica a largo plazo o en analisis grupal, puesto que estas tres formas de tratamiento consti- tuyen la mayor parte de mi consulta. Creo que este tipo de observacio- nes pueden contribuir a una mayor comprensién sobre cudl puede ser nuestra labor, en el ejercicio de nuestra profesién, al enfrentarnos a situaciones de catdstrofe colectiva. Una primera observacion importante [ve la de que todos mis pacientes de terapia individual que tenian sesién el jueves 19 concurticran a su cita. Esto se debid, en parte, a la afortunada circunstancia de que nin- guno de ellos se vio alectado directamente por el sismo. Varios cole g28, por fo contrario, mencianaron que muchos de sus pacientes falta- ron ese dfa. Sin embargo, creo que en esto intervenia otro factor, Al fin y al cabo, el 19 de septiembre fa ciudad era un caos, El suministro de energia eléctrica estaba suspendido en muchas zonas, los semaforos no funcionaban, el transito se hallaba irremediablemente embotellado y los locutores de Ja radio instaban a ta poblacién una y otra vez, a permanecer en sus hogares, a menos que tuvieran alguna larea impor- tante que desempefiar y qué no asisti¢ran a sus lugares de trabajo. Yo mismo cancelé una actividad que hubiera requerido un desplazamien- to importante en mi automévil, ~Por qué, entonces, concurrian los pa- cientes mi consultorio, que a muchos de ellos les queda bastante aleja- do de su casa? Era evidente que, en medio del cags, la angustia y la incertidumbre, el consultorio de su analista se representaba, para aque- los pacientes que se encontraban en condiciones ffsicas de llegar a dl, un refugio; un verdaderg santuario al cual arrastrarse, con tados sus sentimientos de impotencia ¢ indefensién. Uno de mis pacientes me fla- m6 pos teléfono antes de su sesidn, para asegurarse de que me encon- traria, Se trataba precisamente de un profesional de [a construccién, cuya neurosis obsesiva lo habia llevado a depositar und confianza casi religiosa én laseguridad-de las estructuras rigidas, tanto fisicas como. mentales, y que se estaba enfrentado en ese momento a un verdadero colapso de su visidn del mundo, Si hasta los edificios se venian abajo cen qué se podria confiar en esta vida? Para este paciente, el haber Megado a mi consultorig y no encontrarme hubiera representado wn tray- ma mayor de lo que podria haber tolerado en ese momento En todas Ins sesiones, mi mayor contribucion fue la de acompafiar y contener la angustia de mis pacientes, brinddndoles, con mi propia presencia, la conformacién de que habla cosas que se mantenian en pic y de que exitian todavia lugares y personas a donde recurrir, Es evidente que en todo esto intervenia también un factor de suerte. Yo no hubiera podido, por ejempla, brindar este servicio si mi casa se hu- biera derrumbada, o si no hubiera tenida la certeza de que mis fami- liares mas cercanos s¢ encontraban bien. Pero el hecho fue que las co- sas se dieron as{, y que yo me encontré en condiciones de ofrecer a mis pacientes la tranquilidad que tanto necesitaban. Hubo un episodio, sin embargo, que me demostré los limites de mi capacidad para cargar con mi angustia y con {a ajena. La oitima paciente de tratamiento indivi- dual de esa tarde, fue una joven, de quien volveré a hablar mas ade- lante, ¥ que no menciond en ningin momento el sismo. En ¢sa sesidn, contrariamente a mi prdctica habitual, que hubiera sida sefalarle que estaba omitienda un aspecto innegable de la realidad, trabajé con ella con fos temas habituales de su neurosis, como si nada extraordinario estuviera ocurriendo, Era evidente que también me encontraba en ef limite de mis fuerzas, y acepté agradecido su negacién, ya que asi me brindaba la oportunidad de olvidar, durante un rato, a} menos, lo que sucedia alrededor. Hubo también otros factores, derivados de la psi- copatolagia de la paciente, de los que luego hablaré, que favorecieron esta negacién compartida. Sin embargo, una hora mds tarde, debf enfrentarme nuevamente a ja angustia de los sismos, Me encontraba en ef consultorio de una colega?, con quien realizo coterapia en grupos. En ese grupo, que fun- cionaba en las primeras horas de Ja noche, faltaron varios pacientes, pero todos menos uno hablaron por teléfono para avisar su imposibili- dad de asistir y expresar su vehemente deseo de hacerlo. Las tres cientes que acudieron a la sesién, Hegaron en un estado de extrem: gustia. Las tres dudaron si habria sesién, pero decidieron venir de to- dos modos, pensanda que, sino nos Ilegaban a encontrar al menos po- drian hablar con los compaferos de grupo. En esa consulta, nueva- mente, nuestra principal funcién fue la de existir, estar alli y contener. la angustia que elias trafan, También fue de gran !mportancia no ne- gar que nosotros también nos habiamos asustado ante fa conmocién, ya que eso les alivié Ia culpa que les generaba su propio miedo (‘Una persona madura no deberia sentirse asi") Practicamente no fue nece sario realizar labor analitica alguna, salvo el caso, que luego especifi- caré, al analizar la reaccién de los diversos tipos de pacientes ante ¢l sismo. Los grupos teraptuticos constituyeron, en general, un émbito ade- cundo para observar ef tipo de defensas que los pacientes pontan en juego para evitar fa angustia generada por el sismo. El viernes por la 2La Dra. Rita Zepeda Gorostizg, e quien agradezco su gentil autorizacién para publicar este mate tarde, mi colega y yo estAbamos trabajando con un grupo de personas sumamente perturbadas, Nadie mencionaba el sismo del dia anterior. Varios de los miembros del grupo intentaron plantear temas vinculay dos con la problematica habitual, pero sin obtener respuesta alguna de sus compafieros. Proliferaban los silencios, Una paciente Ilegé tar- ce y se sumié en su asiento, Otra, que intentaba hablar, se callé. EI silencio se tornd angustioso. Finalmente, los terapeutas sealamos que habia algo que no se mencionaba, que impedia hablar de cualquier otra cosa, y era lo ocurrido el dia anterior en nuestra ciudad. La paciente que llegé tarde, y que habla permanecido muda hasta ese momento, comenzé a hablar con dificultad. Ei dfa anterior, nos relat, iba a su trabajo en el Centro Médico, cuando el autobuis en el que viajaba co- menzé 2 oscilar. Ella pensd que ¢} conductor ‘se estaba haciendo el gracioso"’. Se bajd en la misma esquina de siempre y caminé ensimis- mada hacia su trabajo. Mucho después, al regresar por el mismo cami- no, se dio cuenta de que debja haber pasado por enfrente de uno de Jos hospitales derrumbados, pero en ese momento nada vio. Liegd a 1a entrada del Centro Médico, sin percibir en absoluto el desorden que la rodeaba, compré una revista y, al volverse para entrar, se enfrenté con la catdstrofe. El edificio en donde se encontraba el reloj checador no s¢ habla derrumbado aun, pero estaba muy dafiado y no se permi- tia entrar a nadie, Sin embargo, ella slo pensaba que tenia que entrar para checar su hora de llegada, y no tener problemas en el trabajo. Intenté hacerlo, pero unos compafieros la retuvieron por Ja fuerza. “Es. taba coma loca”, decfa, “‘pero después me asusté mucho mas cuando, ya calmada, regresé y descubri que habia pasado junto a uno de los derrumbes sin verlo. Con esto me di cucnta de que estoy loca. Si soy capaz de ignorar un edificio derrumbado coma Si no existiera, iqué ‘otras cosas no seré capaz de borrar?"” A partir dé ese angustioso rela- to, los demds pacientes comenzaron a contar sus vivencias ante el sis- mo, Finalmente, sélo quedaba en silencio una paciente, Al preguntar- le edmo le habia ido a ella. nos chterdmos que también presensié, por motivos profesionales, especticulos muy dolorosos de muerte y deso- lacién. Esta ultima es una persona esquizaide, es decir, desconectada de sus sentimientos. La sesién termind cuando le mostramos cémo, una vez mas, ella habia tenido que negar sus emociones (que la asustan te- rriblemente) pero también habla expresado el temor de todos sus com- pafteros, en la primera parte de la sesion. Al terminar esta dificil sesién, cont4bamos con quince minutos de intervala, antes de recibir otro grupo, Nos encontrabamos platicando con un compaitero de consultorio, que también estaba libre en ese mo- mento, tomando un café y tratando de descomprimirnos, cuando se produjo el segundo sismo, el del 20 de septiembre, el visjo edificio en ¢! que nos encontrdbamas oscilaba y crujia. Los segundos se valvieron interminables, hasta que, finalmente, pasd. Apenas recuperados de! sus- to, nos valcamos a los teléfonos, para averiguar cémo estaban nues- tras familias. Afortunadamente, todos estaban bien. Mientras tanto, legaron dos pacientes muy alarmados. Les facilitamos él teléfono y, ya un poco mds tranquilos, comenzamps Ia sesién. Nadie mds legs. Evidentemente, toda la sesidn gird alrededor de [os sismos, de fas emo- ciones que hablan generado, del temor a ja muerte y de las diferentes maniobras que cada uno utilizaba para cvilar la angustia y aminorar ei impacto de fa aterrorizante realidad. Nada hicimos por desconocer el hecho de que nosotros también habiamos pasado por un momento de gran angustia, ya que acababamos de compartirlo con los pacien- tes. Tampoca ignoramos el hecho de que, una vez pasado el temor, nos enfrentdbamos a la necesidad de convivir con fa angustia perdura- ble de habernos visto brutalmente enfrentados con nuestra propia irre- mediable fragilidad, y que esto nos tocaba @ nosotros tanto como # los pacientes. Nos limitamos, sin embargo, a nuestro papel como tera- peutas, y asi fue como, poco & poco, a medida que avanzaba la sesién,, Ie impensable se fue 1ornando real. Y pudimos entonces acabar con ‘un toque humorlstico, comentando sobre el relato de uno de los pa- cientes que, al sentir el sismoa de las 7:19, comenzd a moverse de la ca- ma, Para que su esposa no se diera cuenta de que estaba iemblando y no se asustara. Era evidente que la preacupacidn por su esposa era una forma de evitar asustarse 41. Sin embargo, cacaso fue sdlo In prea- cupacién por nuestros familiares la que nos impulsd a Hamar por telé- fono tan pronto como el edi dejd de moverse? Si algo quedé de- mostrado en esta sesj6n fue que, ante este tipo de desastre colectivos, ““odos estamos en un mismo barca’’, pero que esto no impide que po- damos acompaharnos en el momento, y aprovecharlo para pensar (al menos, mientras las condiciones fisicas lo permiten). Ese, al fin y al cabo, e¢ el compromiso que todos asumimos cuando nos embarcamos juntos en la dificil tarea de ta terapia, Contrariamente a lo que habfa afirmado algun colega, quitn decia que “una semana después, todos los pacientes se encontraban nueva- mente hablando de los temas de siempre’, mi experiencia y la de la mayaria de los terapeutas con los que he hablado, fue que el asunto del sismo aparecié durante varias semanas y, en algunos pacientes, du- rante mds tiempo. Lo que si es cierto, ¢s que todos los pacientes reac- cionaron ante esta situacién traumatica colectiva en funicién de sy per- sonalidad y de su historja; de sus conflictos y sus defensas, Esto cons- tituyd una oportunidad privilegiada para profundizar en sus andlisis, una vez superado el primer momento traumético, en donde la ce be cere! capancis pe rons. oe} faite tet dnausa Fe Dueae mas uci, cesce a1 punte ce vista terapeu- . que la interpretacidn. Quisiera dar ahora ejemplos de cémo reac. aaron los diversos pacientes ante un estimulo traumético semejan- La primera paciente del jueves diecinueve lieg6 a Ia sesién, apenas Aora despues de ocurrido el sismo. En ese momento, ni ella ni yo ‘2mos todavia idea de la magnitud del desastre, pero ambos habia- mos vivido antes e] mismo susto, Ella me comenté que, mientras tem- blaba, se le ocurrié Ia idea obsesiva de que era un castigo de Dias por su mala conducta, Yo le respond!, bromeando, que debia sentirse muy importante, si pensaba que Dios habia sacudido a teda una ciudad de diecisicte millones de habitantes, sdlo para castigaria. Sin embargo, y ya pasada is broma, pudimos analizar una vez mds sus Intensos senti- mientos de culpa, que constituyen el tema central de st vida entera y que la Hevan a su rigida conciencia a vivir precisamente como a ese Dics omnipotente y crue! que todo lo destruye para castigaria. Es interesante comparar esta reaccién, Upicamente neurética, con ‘la reaccién psicdtica de un paciente esquizofrénico, que me fuera rela- tada por un terapeuta, Esta persona, que vive alucinando una multi- plicidad de voces, cuya naturaleza real pocas veces pone en duda, se encontraba en la sesién del viernes, cuando se oyeron las sirenas de unas ambulancias que pasaban, “‘Debo estar mucho peor, -dijo, con un gesto de suprema arrogancia-, porque estoy escuchando sirenas’’. Su terapeuta Je respondié que lamentaba informarle que esas sirenas no eran alucinaciones, sino una estricta realidad, pero que se trataba de una realided dolorosa y aterradora que 4 preferia interpretarla co- mo una alucinacién, para poder considerarla como un producto de su mente, y, por tanto, bajo su control. Otra reaccién semejante fue la de una paciente que “pasé junto a los derrumbes sin yerlos’’. Si bien cila no es realmente una psicdiica, su reaccién sf lo fue, ya que negd activamente lo que estaba ocurriendo en una verdadera ‘‘alucinacién negativa'’. En su observacién posterior, al darse cuenta de que “‘esta- ba loca’’, lo que nos lleva a afirmar que, aunque se trata de una perso- na gravemente perturbada, no estd face en el sentido en que lo estd el joven esquizofrénico. ‘Otra reaccién de omnipotencia casi psicdtica, fue In de una paciente quien relaté cémo, durante el sismo, ordené a su marido y 2 sus hijos que se acercaran a ella, él cual ella consideraba “el sitio més seguto dela casa’. Una y otra vez los tranquilizaba, diciéndoles “*no pasa na- da'’, Sin embargo, a medida que pasaban los segundos y el edificio segula sacudiéndose (el sismo del jueves 19 duré ures minutos), comen- lo no puede ser! | Ya tiene que parar!”’. Esta paciente fue la uni- ca salvedad como ya se dijo en aquella sesién (en Ia que nos limitamos aacompafar y a contener la angustia de los pacientes, sin interpretar), ys que este material exigia indudablemente una interpretacion. Fue en- tonces cuando le ensefiamos a esta mujer (es una persona que ha com- pensado una profunda desorganizacién interna, al adoptar actitudes de superioridad, grandiosided y desprecio como ta que acabamos de relatar) cOmo, ante una angustia que le resultaba intolerable, puesto qve no podia mantenerta dentro de si, tuvo que buscar un culpable afue- ray rafirmar su sentimiento (ilusorio) de omalpotencis. Asi fue como acabé “‘regafiando a Dios”. A Muy distinta fue tm reaccién de otra paciente, quien habla vivido en el pasado situaciones de desorganizacién mental y emotiva tan inten- sas como las de su compatiera, pero sin Iegaar nunca a defenderse de ellas por medio de actitudes omnlpotentes y despreciativas, con ten- dencia # apuntalar un sentimiento de superioridad. Esta mujer, quien se encontrabs mds avanzada en su tratamiento, se hallaba sola en su departamento cuando empezé a temblar. Al principio, sintié que ¢! pé- nico Ja invadia, pero Inmediatamente comenzé # hablarse a s{ misma entérminos tranquilizantes, se acosté en el suelo y logré esperar a que todo pasara, y guardé dentro de si su angustia hasta el momento de Iegar a Ja sesién. Con ella pudimos ver cémo, al prescindir del mayor o menor valor de supervivencia de la canducta que adopté al acostarse enel piso (y fue, precisamente, este sismo el que demostré la vacuidad de todas las consejas populares respecto de *‘que hacer en caso de tem- blor’’, ya que algunos s¢ salvaron por huir, y otros por quedarse don- deestaban), lo que ella habria fogrado era comportarse consigo misma tomo una buena madre lo haria hacia una nifiita aterrada, y esta nue- va habilidad Tue Ia que le permitié conservar la calma, en vez de que d Larned Ja dominara como fe habfa ocurrido muchas veces en el pasado, Otra redccién de particular interés, puesto que Inicié un proceso que habria de durar varios meses, fue 1a de un hombre cuyo departamen- to, si bien, no fue afectado, se encontraba en una de las.zonas mas da- fiadas de la ciudad. El me relaté en fa mafana del viernes cémo, al salir de su casa, pudo ver entre nubes de polvo varios edificios de su cuadra que se habian derrumbado. A partir de ese instante no pudo regresar mds a su departamento, y se fue a vivir con unos amigos, con Jos que establecié un vinculo primitivo ¢ infantil, como si él fuera nue- vamente nifio y ellos fueran sus padres. Con €! pudimos ver, poco a poco, que su vivienda habia tenido el significado de ‘‘un lugar seguro ¢ impenetrable", un verdadero sanivario, parecido a un cascarén de huevo o al vientre oles Drazos de una buena madre. Lo que le impedia volver a casa, no era el temor a sitvaciones de peligro, sino el senti- miento de que el santuario habia sido profanado y que ya no queda- ban lugares seguros en el mundo. Por otra parte, este hombre, que era un deportista que siempre habia depositado una gran confianza ¢n sus propias fuerzas y en su capacidad de hacer las cosas, comenzé a sentir ina enorme inseguridad en todas !as situaciones de !a vida, Fus a par- tir de esta crisis desencadenada por el terremota, como pudimos co- menzar el andlisis de sus antiguos sentimientos de inseguridad y desva- fidez que yacian ocultos detrés de su aparente confianza en sf mismo, Finalmente quisiera volver al caso de Ja paciente que no mencioné para nada, en su sesidn del jueves 19, lo que habia sucedido alrededor. £n Ja primera sesion de la semana siguiente comenzé contandome que el jueves no se habla dado cuenta todavia de la magnitud de fo ocurri- do y que por eso no lo habia mencionado. Lyego agregs que, durante ¢i fin de semana, habfa plancado ir con unas compaiieras al sitio de los pringipales derrumbes, a ofrecer su ayuda. pudo hacerlo, sin embargo, porque se lo impidié una sensacién intolerable de terror y vertigo. Le recordé, entonces, que una sensacién semejante le habla impedido asistir a la primera consulta de su andlisis, y Je sugeri que, en esta nucva oportunidad, el posible enfrentamiento con los derrum- bes te habla reavivado e! panico ante la visién de sus derrumbes inter- nos (refiriéndose a Iz reviviscencia de antiguas caléstrofes emocionales olvidadas hacia largo tiempo), que surgieran al comienzo de su andli- sis, La paciente acepté mi interpretacién y continuamos trabajando so- bre esa linea. Par mi parte, refiexioné que, ademas de mi agobio emo- cional del jueves 19, habia intervenido en mi silencio, fa omision, por su parte, de !a realidad. Como un factor mds, refacionada con, {4 gra- vedad de las vivencias personales de la paciente que se ocultaban de- tris de la realidad omitida, Es muy posible que, ese dia ni ella ni yo estuviéramos en condiciones emocionales de enfrentar los contenidos profundos y analizarlos. Cabe sefialar que mi cansancio y mi agobio fueron factores importantes en esa postergacién. Pudo verse con clari- dad cuando, algunes meses mas tarde, ella volvié a tracr la sensacion de vértigo, por motivo de la noticia de un accidente de aviacién y yo Ppude tomar esa linea de andlisis inmediatamente. Lo que ocurria era que, en este nuevo episodio, yo no era parte de Ia vivencia traumatica y¥ me encontraba en el pleno uso de mis facultades mentales y profesionaies, Esta ditima obvservacién me obliga a considerar lo dificil que es tra- bajar como analista frente a situaciones de desastre que afectan al te- rapeuta y a Jos pacientes por igual. La necesidad de cargar con fas an- gustias ajenas, en un momento en el que uno mismo desearfa, inevita- blemente, que otro se hiciera cargo de las propias, no puede ser algo inoguo. Personalmente, sufri algunos sintomas psicosomdticas meno- tes (cefaleas y nduseas) In noche del miércoles siguiente (hasta una se- mana después de! primer sismo) y algunos otros colegas me refirieron episodios semejantes. Es dificil saber en qué medide estas sintomas ¢s- taban relacionados con nuestro trabajo o si se derivaban exclusivamente de la tensién que compartiamos con la comunidad en general, pero lo que quiero destacar en este momento es una parte del precio que hay que pagar y de la responsabilidad implicita de ser (y de continuar sien- do) un psicoanalista ante ta catdstrofe.

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