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Hesnor Rivera

EN LA RED DE
LOS EXODOS
Poemas
UNIVERSIDAD DEL ZULIA

CONSEJO UNIVERSITARIO

Dr. Antonio Borjas Romero


R.cror-P<c»!donfe

Dr. Hercolino Adrianza Alvarcz


Vicerrector-Secretarlo

Dr. Humberto J. La Rocho


5«cr.lado do la Universidad

Dr. Nectario Andradc Labarca


Oecono de lo facultad de Derecho

Dr. Enrique Molina


Decano de lo Facultad de Medicina

Dr. Lino Cadenas


Decono de la Focuhad do Ingeniería

Dr. Jesús A. Reverol Montero


Decono de la Facultad de Odontología

Dr. Edgar V. Nava


Decono de lo Focultod de Economía

Dr. J. A. Borjas Sánchez


Decano de la Facultad de Humanidades
y Educación

Dr. J. J. González Mathcus


Decano de la Facultad de Agronomía

Br. Jesús Bernardonl


’*prw>en!ante Elludlontll

Br. Jesús Aranguren C.


Representante Eitudlontll

Br. Armando Chumaceiro


»ef>r «temante Et»udlontll
EN LA RED DE LOS ÉXODOS
ARTE Y LETRAS, III
Hesnor Rivera
EN LA RED DE
LOS EXODOS
Poemas

Universidad del Zulia


Facultad de Humanidades
PRÓLOGO
En la Red de los Exodos. . . ¡Cuántos libros
inéditos, apenas entrevistos —Persistencia del
Desvelo.) El Retorno de la Bella, Texto de las Des­
apariciones— y cuántos poemas sueltos de la é-
poca de Apocalipsis!
Sin embargo, el libro se resuelve en unidad.
Proviene de esa concepción poética en que se
cruzan los caminos de Santiago a París, de esa
residencia en la tierra compartida con Neruda y
Bretón.
Chile —1949— representa punto de partida
en la poesía de Hesnor Rivera, ruptura con los
cánones tradicionales, intento por crear de nue­
vo el mundo desde la trasparencia del Diluvio:
Siempre el espacio empieza por una lluvia
que lo apaga todo.
Es su época de relación con Mandragoras,
que ha de enlazar con la de Apocalipsis, en su
empeño por inventar o inventariar el mundo
desde la nada, recomenzando siempre como el
mar de Paul Valery.
La piedra en el comienzo era el ojo. La
[piedra
se movía suavemente sobre un césped alado.

La piedra en el comienzo era el sol de las


[noches
y había cabelleras abiertas como naipes de
[seda
señalando en las sombras sus tesoros sagrados.

Pero el ojo era el sueño. Lo que trasponía


los límites distantes para acercar las cosas disí­
miles y al colocarlas, unas junto a las otras, en
esa tensión de relaciones —“y orinó burbujas de
color para las flores”— arrancar, como por obra
de magia, el hecho de la poesía. Un demonio, o
demiurgo, que en la borrachera de las destruc­
ciones, da a luz

La llama que mastican los asnos debajos de


[los árboles,
La llama que los pájaros buscan dentro de
[los frutos.
Im llama que apacigua la canción del
[vampiro.

La llama antepasada del insecto.


El sonido. El perfume: lo demás era el agua.
Mandragoras, Apocalipsis, 4O9 A. L. S. Iti­
nerario de grupos. Y en doce poemas, catorce a-
ños de intensa labor artística, de esfuerzo diario
por revelar “la historia de la zona que se desco­
noce”,
La zona donde el agua es el fuego. Donde
el amor se bebe corno un vaso de perdidos
[relámpagos.

En esta presentación de conjunto, sólo la ex­


clusión de un libro: Apuntes de un Resucitado,
que, con los ya citados, integra la obra inédita
de Hesnor Rivera.

Poesía, en Silvia o en el Poema de la Amiga,


más directa o cercana a la realidad cuotidiana de
la anécdota, aunque siempre “en la magia silen­
ciosa del espejo”.

Distorsión en los elementos que construyen


las imágenes. Pero “allí la cicatriz es más noble
que un rabo de lagarto”. Gran riqueza de len­
guaje y de inventiva. Savia romántica. Poesía de
Hesnor Rivera, que busca lo universal desde cier­
tas corrientes del super-realismo francés:
En sus pliegues desovaron los ángeles
tenebrosos y timidos-contradictorios
como las fecundas frustraciones.
Empollaban la memoria del trópico.

Ignacio de la Cruz.
Realidad
No siempre suele empezar el tiempo
por unas hojas húmedas y unas palabras
recogidas en la soledad de un río inconstante.

Y es así como existen caminos


donde no es posible recordar
hacia dónde se quiso partir.
Y es así como se anhela a veces
retener un pedazo de mar
con que orientarse en medio de la tierra.

Todo podría entenderse alegremente


Todo podría estar frente a su justa sombra.

Pero en las madrugadas donde hay estrellas


[ todavía
y en los inmensos parques donde se queda el
[viento
como un hombre a quien sólo le resta
[esperar

15
no cesan de existir naufragios
oue reparten espectros de ademanes turbios
en torno del fuego y de la rosa mas honda
por donde ansia respirar la memoria.

Es inevitable entonces estar solo.


Permitir que los sueños remonten la sangre
y hagan cantar o llorar continuamente
desde una ventana abierta hacia los árboles
o en una sombra.

Es inevitable sentirse andando lejos.

Hasta que en una tierra


a donde siempre se está llegando tarde
se abra y caiga el cansancio como una fruta
[ ciega.

Siempre el espacio empieza por una lluvia


que lo apaga todo.

Santiago de Chile, 1949.

16
Ciudad
Un lago en cuya superficie roja
bailan las cabezas reblandecidas de las
[naranjas
abandonadas por los navegantes borrachos.

La luna nueva siempre.


Banderas en las mezquitas del mercado.
Sobre los olores del pescado
que retienen al noctámbulo amoroso.
Falta un gallo.
El gendarme ha mirado hacia la costa.
Importa aún. La antigua novia de la frente
[de azabache
se desangra tendida sobre los racimos de
[bananas.

Habrá un día en que el amor


organizará la fiesta de los crímenes

19
en las plazas donde el hombre es ahora
el árbol de las orejas veraniegas.
Allí cae desnuda la virgen fugitiva.
El sol viene y se instala bajo el techo.
Una isla llameante para cada casa.
El barco en la ventana se esponja ante la tarde
y hay sombras suficientes
para huir hacia el convento subterráneo.
Cuando se sale a olfatear el horror.
Cuando se va a poner la mano sobre aquellos
[ senos
hermosamente escritos con valiosos
[ cortaplumas.

La luz ha roto el límite.


Te respiran los muertos
subidos como están en las palmeras dolorosas.

El visitante trae su guitarra.


Su campana de beber.
Su flauta de arrullar a las putas
que duermen bajo los carretones.

Los mercaderes beben de sus propios cuerpos.

Sin embargo hay un cielo para cada mástil.


Faros para la nostalgia de los cocineros
[ trasatlánticos.

20
Pórticos de orinar para el secreto del suicida.

Falta un perro.
El gendarme ha mirado hacia la luna.
No importa ya. La loca enamorada de la
[frente de coral
murió ayer adornada de legumbres.

El alba arrea sus cangrejos devorantes.


Y la noche nos devuelve los sentidos
que perdimos en un golpe de naipes.
Bajo un farol lluvioso de esta tierra
demasiado lejana.

Maracaibo, 1953.

21
Las mujeres que me amaron
de seguro han muerto.
Ellas pertenecían a una raza distinta.
La atmósfera de llama necesaria a sus cuerpos
desapareció una noche con los astros.
Y sólo pueden ahora reposar sus cabelleras
sobre la ilusión de resplandor sagrado
que es la lejanía.

En el tiempo del sol


yo podía reconocerlas
por el solo movimiento de sus sombras.
Entonces me invadía el ímpetu
de correr descalzo sobre el agua transparente.

Y eras tú Silvia
—nada más que tu mirada mágica
quien lograba abrillantar la arena

25
rlnnde me tendía para huir de la noche.
Ems tú quien ai pasar hacia
recobrar su juventud llameante a cada
i u • i i tParque.
Y al abandonarnos al embrujo de las calles
[ tnas altas
frente a las ventanas oscuras
eras tú quien invocaba y ponía a nuestros
j i u tpies
los habitantes de la sombra.

Una noche enterraste en el césped una perla.


Fue en homenaje a los hermosos días de
[ diciembre.
Y cuando percibiste la presencia
de los vagabundos que espiaban nuestra
[ofrenda
postergaste el nacimiento del árbol que nos
[ uniría.
Desvaneciste la posible rosa
cuyo aroma igualaría en peso
y consistencia a nuestra sangre.
Porque a partir de entonces
ró3 Pa[tllí de acluel g^to
kY *eras ayudado a salvar
Este apar^encia que nos aprisiona.
° e llamado que nos requiere a un
[ tiempo
26
y nos deja inmóviles en el mundo
vacío de sus diferencias.

Después vi en tu rostro por primera vez el


[llanto.
Vi en tus manos las piedras que arrojaste a
[la noche:
El mundo estaba solo!
Me hablaste de los seres desaparecidos.
De los mares desaparecidos.
De cierta estrella como única mansión
en donde muerte y vida amor y odio
eran hechos que lograban apenas
amenizar la caída de una tarde.
Y fuimos desde entonces fantasmas
—nada más que fantasmas.

Tú me amaste Silvia. Yo amé en ti el desafío


a la sombra que se antepone al bosque.
El desafío al bosque que se antepone al cielo.
Nos amamos y era allí en el amor donde
[comenzaría
esta desaparición que nos anula.

El amor en mis manos es una fuerza


que distancia las cosas que acaricia.
Tú habrás desaparecido. Estarás en tu raza
en tu astro donde sopla la llama.
27
Sin embargo sé que existes aún. Sé que existes.
He vuelto a contemplar los árboles.
A palpar las flores.
He caminado mucho porque un día
lo sé bien —en un mar que no conozco
en la gran lejanía hecha como está de arena
[azul
de pequeñas piedras y frutos que han caído
—en un amanecer fuera de tiempo he de
[ verte
he de oirte cantar desde tu vida.

Sé que existes. Y un día serás tú Silvia


—nada más que tu mirada mágica
quien logre abrillantar la arena
dolorosa que me hago.
Quien haga recobrar su juventud llameante
al parque más antiguo del mundo que ahora
[soy.

De lo contrario sabrás que soy del mundo


y habré de maldecirte y estaré llorando
porque el odio me entregará a la noche que
[me llama
para nutrir conmigo sus túneles hambrientos.

Bogotá, 1953.
28
En lo sucesivo
nos sería imposible olvidar los golpes
las palmadas y el fulgor sanguíneo
con que parten los trenes.
Nosotros partiríamos bien pronto.

Entonces quise deshacer el cristal


de la ventana que nos separaba.
Fue inútil y a mi lado hallé sólo
la carcajada de la muchacha extraña que no
L [pudo llorar.
El desconocido con el rostro cortado por la
jL. [sombra.
Una mujer sin años que contaba
sus recuerdos de los mares del norte.

Pude verte a lo lejos. Eras ya de otro mundo.


Eras la bandera sin hijos
de un país que destruyó la niebla.
31
El jardín vivo aún de la casa desaparecida
donde hubo un tiempo en que la infancia
ardió como una lámpara
y ahogó a los pájaros y a las mariposas
anhelantes de un resplandor más puro.
Partimos. Quise hablar al anciano
que cargaba una cesta con bebidas
y pequeños objetos de recuerdo
a lo largo de los corredores.
Puso ante mis ojos una copa de vino.
Un paisaje con árboles y nieves muy lejanas.
—Lloras aún y ella no existe. Ella no existe.
Ella fue devorada por el humo que nace de
[los parques.
Por el viento que recorre las casas
y extermina la apariencia de amor
—la magia silenciosa del espejo.
Lloras aún y ni siquiera has sabido que ella
[ha muerto.
Que no ha muerto jamás.
Que la mujer es siempre tu memoria.
Unas gotas del rocío en que consisten
las estrellas a que perteneces.
Lloras por ti y al final morirás en tu distancia.
De inmediato comprendí que me mentía.
Todos los ancianos del mundo vienen sólo a
[ mentirnos.

32
Una vez que llegamos a las nieves
y vimos a los niños recojer ardillas
[ moribundas
para revivirlas en el calor de sus vestidos.
Que oí otra vez la carcajada
de la muchacha extraña que no pudo llorar.
Una vez que todo comenzó de nuevo
supe que los espectros éramos nosotros.
Las sombras dolorosas que danzan
en torno de la llama que tú eres.
Los fantasmas hambrientos que persiguen
[tu vida
—única a lo largo de la inmensa soledad del
[ mundo.

Quise hablar con alguien.


Con la adolescente que vendía manzanas
y pañuelos de seda para el frío.
Ella me miró un instante y pronunció tu
[nombre.
Entonces yo sonreí con miedo y con nostalgia
y me mentí sobre el cansancio
de la vida para siempre inexistente.

Bogotá, 1953.

33
s timón 10
Teníamos un dios.
Un jefe de la guerra y del alcohol
en las fiestas cuyo nombre olvidamos.
Estaba sobre el sitio del carbón y los leños
—alimentaban a la hoguera en las piedras
los días de escuchar los sollozos
y la tos siempre antigua del fantasma.

El era quien abría las puertas.


Andaba sobre el estiércol de los caballos
—solía pintarles las orejas con ceniza—
y arrojaba a los gallos heridos por sus garras
hacia el viento y el mar.

El era quien corría sobre el techo.


Hacía crujir las tablas hasta despertarnos
y lanzaba al centro de nuestro delirio
sus escarabajos y sus lagartijas
de mirada a tal hora llameante.
El era quien llegaba de los cerros
37
donde residía la dama de la piel de oruga.
El era quien llegaba de las cuevas sagradas
que resonaban con los gritos ardientes
de la anciana de cabellos untados de
[ demencia.
El era el de los pies siniestros.
Las uñas y los dedos de ébano
nacían por debajo de las ventosas
abiertas a nivel de las rótulas.

Un día se quebraron las nieves


de las cordilleras.
Y él fue quien descendió de los volcanes.
A su paso abrió zanjas luminosas en la noche
y caminos oscuros en el seno
fulgurante del maíz y del trigo.

Un día empezó el cielo


a desprenderse de los valles.
Y él fue quien se sentó sobre el polvo.
Sobre el barro. Sobre las esponjas.
Y orinó burbujas de color para las flores
y dio a luz a la llama que adoran los lagartos.
La llama que despiden los carneros
cuando vienen de espaldas a la tarde.
La llama que mastican los asnos debajo de
[los árboles.
La llama que los pájaros buscan dentro de
[los frutos.
38
La llama que apacigua la canción del
[ vampiro.
La llama antepasada del insecto.

El sonido. El perfume: lo demás era el agua.

Entonces teníamos un dios.


Un jefe cuyo nombre olvidamos.
Un mártir elegante que nos enseñaba
el rito de manchar de sangre nuestra sábana.
El rito de quemar el semen para iluminarnos
y danzar alrededor de la agonía
de la mujer cuya mejilla es honda de
[ inocencia.

Estaba solo el sitio del espejo.


Estaba detrás de las cortinas
y en el armario que guardaba los restos
de los ancianos muertos en nosotros.

Estaba en nuestra casa.

Caracas, 1954.

39
Transeúntes del fuego
Tengo todos tus terribles nombres.
Gira todavía la fiera como eclipse sin freno.
No es el bosque tu sexo. No es el mundo
tu pecho de manzano brillante como las islas.
Oh! tú que has sido por ti sola la ciudad de
[la noche.
Tomo el pan bajo el amparo fantasmal de
[tus ojos
y entonces la oscuridad devora las grandes
[ antorchas.
Tomo el sueño por tu cuerpo que de
[inmediato crece
como un lago de rostros habituados al caos.
Porque no acercas tus muslos de serpiente
[ acuática
y tus hombros han perdido su hermandad
[estelar
creo en la espantosa soledad de la tierra.
43
Creo en el sueño que me insulta como un
[águila roja.

Ahí cómo tu sombra muerde ferozmente los


[ soles.
Cómo queman en la noche tus ojos de dios
[ náufrago.

Sólo ese nombre oh! limbo cruel trae el


[ descanso.
Trae la pequeña lluvia sobre los desiertos
donde todo lo que cae es ternura.

Caracas, 1955.
Reportaje de la zona de los espantapájaros
La serpiente se desenvuelve como el grito de
•. [un río
devorado por el ojo de las momias errantes.
La serpiente saca un ala de sus fauces de
[helécho.
Y es entonces cuando la tierra describe lentas
JL , [ órbitas
como un pájaro profundamente herido en la
[piedra del canto.

Nunca el viento semejante a las lunas de la


[selva
deja de arrastrar pedazos de eternidad en
[ llamas.
Nunca en la ventana muere ese fantasma
de savia transpirante que se asfixia y se asfixia
Y hace fulgurar sus quejas como banderas
. , [ebrias,
etras del rojo y el azul de sus garras
47
la estrella no termina de caer en el agua.
La estrella no derrama sus payasos de arena
y vuelve y la contemplo —no es mi muerte esa
[ estrella.
La órbita cruza por el lecho de los
[ espantapájaros.
No es el océano ni el cielo de las sirenas
[ árticas.
Allí el sexo combate como un piano de
[alondras.
Allí la esponja canta como el fruto de un
[ gallo.
Allí la cicatriz es más noble que un rabo de
[ lagarto.
He aquí la historia de la zona que se deseo-
[ noce.
La zona donde el agua es el fuego. Donde
el amor se bebe como un vaso de perdidos
[ relámpagos.
La piedra en el comienzo era el ojo. La piedra
se movía suavemente sobre un césped alado.
La piedra en el comienzo era el sol de las
| noches
y había cabelleras abiertas como naipes de
[seda
señalando en las sombras sus tesoros sagrados.
El río se desenvuelve como el grito de una
[ serpiente.
48
Lo devora la reina de los ojos nocturnos.

Pero nunca por la ventana entra la eternidad


con el viento de llamas. Nunca ese fantasma
termina de beberse con sus garras la estrella
que da vueltas y es roja y es azul y no cae.
Vuelve y la contemplo —no es mi muerte este
[ sueño.

Maracaibo, 1957.

49
Maniobras del odio
Cierta vez el corazón
—siempre me obsesiona este comienzo
| trágico—
solicitó las tempestades tórridas del combate
para vencer la multiplicación milagrosa
de su bondad antigua como el cielo del reino.

La tierra era luminosa como el primer huevo


[de un pájaro.
La tierra daba saltos como un oso de feria
bajo la grata transparencia de los diluvios.

En la ciudad corría una vez más el tiempo


lleno de rostros bajo el impacto de la
[primavera reciente.
Los parques abastecían de guirnaldas al
B [mundo
y las madrugadas cabeceaban su majestad de
[nave
53
anunciando en las torres la aparición del
l fantasma.
Pudimos permanecer despiertos hasta el día
[del hambre.
__ nos alucinaba el giro de la música negra
__ nutría de furor al enano de las fuentes de
[ soda.
Pudimos raptar por turnos a las bestias
[ maternas
flotantes como estábamos en la luz naranja
[de la fiebre.

(Porque Simón odiaba al tango como un


[lagarto asiático.
y amaba a las trompadas en los barrios
[distantes.
Miguel se complacía en remedar el vuelo
de los pájaros paraguayos que conoció de vista
junto a mujeres tristes.
Alguien más bebía solamente para
[ maldecirse).

Los trenes y los altos caballos


han iniciado el fuego contra la inocencia.
No hay un solo espejo para mi semblante
[misterioso.
No
v marcho con mi sombra por
, ------------ -- uzv* las avenidas
protege la paciencia nocturna
54
de ciertos mercaderes de flores en las zonas
[lúgubres.

Tú puedes figurar todavía


en la cartelera del “Dragón Rojo”.
Puedes recorrer en ómnibus la ciudad
[dormida.
Puedes aún descubrir la casa de las luces
[terribles
donde le servían un plato de mariscos
[picantes
a tus aficiones íntimas que compartían los
[ músicos.

El combate se desarrolla bajo el signo del asco.


A mediodía el sol entroniza la fuerza del
[ fantasma
y yo estoy repartido como un pastel de fiesta.
Mientras la nostalgia se afana en reunir mi
[miseria
silbando a sus elementos a lo largo del año.

La tregua comenzó con una carta


caída del amor o el infierno:
“El caballo caerá de bruces en el pavimento
cuando sople la niebla en la estación del norte.
Le pondrán girasoles sobre las orejas
y morirá con el alba de sus ojos de fuego.
Ese es tu rostro.
55
Un día te olfateará y se agitará tu sombra
y entonces se habrán fijado todos los viajes
[ últimos”.

La tierra crece ahora sobre su lado izquierdo.


Tiembla indecorosamente como una novia
[ nueva
y en las otras ciudades la noche abre los ojos
mientras se gestionan los dos tonos del odio.

Cierta vez el corazón era todo en el mundo.

(El fantasma reapareció tres años más


tarde en un balcón de Bogotá. Estaba re­
vestido con el cadáver de la duquesa que
tocaba el piano frente a la chimenea. Fue
durante un pequeño baile donde muje­
res de diferentes naciones me hicieron
dialogar con la sombra que me arranca­
ban las llamas). I

Maracaibo, 1957.

56
Poema de la amiga.
Mi amiga está enferma a mi lado
Por la ventana puede adivinarse
que la luna seguramente brilla
porque comienza la primavera ahora.

Hay un silencio enorme alrededor de sus


[ labios
que respiran con mucha fuerza.

Advierto que debo verme más opaco que de


[costumbre
en este sitio donde escribo y vigilo
—donde veo articularse esta única realidad
como un organismo de mil patas que borra
[lo restante:
Mi amiga está enferma a mi lado
y la luna brilla porque la primavera
seguramente comenzó hace unas horas.
59
Uno sabe que las cosas no han desaparecido
[del todo.
Que afuera París es múltiple y ambiental
[ todavía
como un monstruoso trasatlántico
siempre iluminado para que nadie piense
con seriedad en su propio destino.

Es más que probable que ahora mismo


otros oscuros transeúntes beban bajo ciertas
[ lámparas
mientras siguen la longitud tempestuosa
del Trópico de Cáncer —o mientras danzan
hasta el vómito frente al saco del
[ Mediterráneo.

Con toda seguridad en mi casa


aprovechan las 5 horas de diferencia con que
[ vivimos
para pensar en mí sin descanso
—para leer alguno de mis antiguos poemas
que en este instante no me importan
como no me importa si se han muerto las
[ palmeras
ni si hay menos o más plátanos
amarillando la sordidez de los malecones
donde se comercia desde cierto límite de ho-
[nesta borrachera.

60
Mi amiga está enferma a mi lado
cuando comienza la primavera para que la
[luna brille.
Respira fuerte por los labios ardientes
para abrirse paso en el silencio que me
[mortifica
—en el silencio contra cuyas dimensiones
enormes como el destino que nos hemos
[ propuesto
no pueden nada las campanas de La
[ Sorbonne.
No pueden nada esos ríos estrepitosamente
[ humanos
que arrastran su continuidad de amantes
f [ solitarios
y todas las seducciones y los vestigios de razas
a lo largo de Saint-Michel hacia el Sena
más que nunca tranquilo alrededor
del acuarium santísimo de Notre-Oame.

No puede nada la esperanza


de perder el tiempo bebiendo vino
mientras se discute sobre el tiempo perdido.
Ni la pequeña música que sale incomprensi-
| blemente
por los intersticios de algún cuarto vecino
donde otra realidad articula sus órganos
más o menos siniestros e independientes de
[ todo
61
—como los que contemplo trabajar en torno
de mi amiga que está enferma a mi lado
mientras se presiente por la ventana
que la luna brilla porque comienza la prima-
[vera ahora.

París, 1959.
Texto integral de las desapariciones
Un campo brilla frente a los ojos
como una lámpara derramada sobre la sed
[del césped.
Un bosque pone en marcha el misterio
de su velocidad perfumada.
Los campanarios del océano en llamas
desencadenan por orden de elegancia
las tempestades y los mediodías.

Hemos partido dando saltos


por encima de la piedad que nos une.
Hemos partido dando gritos
por encima de las casas donde se nos ama
y del amor que nos destruye.

Repitamos definitivamente las señas


que nos identifican por separado en el
[tiempo:
—somos horribles como la bondad lamentable
65
con que quisimos doblegar las alternativas
de la naturaleza ordinaria
—somos hermosos como el rencor y el miedo
con que hacíamos entrechocar en la sombra
la transparencia de nuestras memorias.

Más objetivamente:
—tú me amabas cuando la desolación
multiplicaba en mi rostro
la furiosa necesidad de permanecer para
[ siempre
—yo te amaba cuando todo tu cuerpo
se cubría con el resplandor sagrado
de la necesidad de ternura.

Más objetivamente: —tú eras bella


—significativa como un lago que se desorga-
[niza
para echar a volar sobre la ciudad amada
Como los bosques de pelambre suave
que bajan de lo alto de sus propios árboles
para tenderse a orillas de los huéspedes.

Más objetivamente: L
—tú no has muerto ni morirás de nuevo
por más que mi desaparición progresiva
pretenda lo contrario.

París, 1959.
66
En la red de los éxodos
—“Has crecido como un gato salvaje”

Era lo que proclamaba el viejo


guerrillero de oriente.
El majestuoso abuelo desde lo alto
de los taburetes rojos
como sus nostalgias oceánicas.

Del lado adentro de la casa


—ah! el rito memorial de los cirios
suculentos para el ciempiés en acecho.
Del lado adentro de la ventana
allá en los barrios hacia el sur
donde nunca amanece --- y es mentira
porque amanece ahora esta vez para siempre:
Del lado adentro la penumbra
de las calamidades cada vez más extrañas
era la piel viva de la red de los éxodos.
69
¿De dónde aquellas tazas y esos trastos
oliendo todavía a tentaciones íntimas
a pesar de tanta travesía en el tiempo?
¿’De dónde estos trofeos y esos ramos
de novia nacida por lo visto extinta
sobre un paisaje que desconozco
y que descubro sin embargo a diario?

Esta ciudad nos llama —nos arrastra


con sus torbellinos que dan vueltas
alrededor de los meses ardientes.
Con sus cañadas de apariencias angélicas.
Las vimos espolear a los niños
—cabalgaban dormidos el cadáver
de la casa al trote hacia las bocas del Lago.

Esta ciudad nos lleva —nos confunde


con la rueda de avanzar ella misma.
Y quien nunca ha partido o no ha querido
partir nunca siente de improviso
que ya está de regreso.

—“En la red de los éxodos creciste


como la bestia de algún dios resurrecto”.

70
Texto integral de las desapariciones
Un campo brilla frente a los ojos
como una lámpara derramada sobre la sed
[del césped.
Un bosque pone en marcha el misterio
de su velocidad perfumada.
Los campanarios del océano en llamas
desencadenan por orden de elegancia
las tempestades y los mediodías.

Hemos partido dando saltos


por encima de la piedad que nos une.
Hemos partido dando gritos
por encima de las casas donde se nos ama
y del amor que nos destruye.

Repitamos definitivamente las señas


que nos identifican por separado en el
[tiempo:
—somos horribles como la bondad lamentable
65
con que quisimos doblegar las alternativas
de la naturaleza ordinaria
—somos hermosos como el rencor y el miedo
con que hacíamos entrechocar en la sombra
la transparencia de nuestras memorias.

Más objetivamente: J
—tú me amabas cuando la desolación
multiplicaba en mi rostro
la furiosa necesidad de permanecer para
l siempre
—yo te amaba cuando todo tu cuerpo
se cubría con el resplandor sagrado
de la necesidad de ternura.

Más objetivamente: —tú eras bella


—significativa como un lago que se desorga-
[niza
para echar a volar sobre la ciudad amada
Como los bosques de pelambre suave ■
que bajan de lo alto de sus propios árboles
para tenderse a orillas de los huéspedes. j

Más objetivamente: I
—tú no has muerto ni morirás de nuevo
por más que mi desaparición progresiva
pretenda lo contrario.

París, 1959.
66
En la red de los éxodos
—“Has crecido como un gato salvaje”

Era lo que proclamaba el viejo


guerrillero de oriente.
El majestuoso abuelo desde lo alto
de los taburetes rojos
como sus nostalgias oceánicas.

Del lado adentro de la casa


—ah! el rito memorial de los cirios
suculentos para el ciempiés en acecho.
Del lado adentro de la ventana
allá en los barrios hacia el sur
donde nunca amanece —y es mentira
porque amanece ahora esta vez para siempre:
Del lado adentro la penumbra
de las calamidades cada vez más extrañas
era la piel viva de la red de los éxodos.

69
¿De dónde aquellas tazas y esos trastos
oliendo todavía a tentaciones íntimas
a pesar de tanta travesía en el tiempo?
¿De dónde estos trofeos y esos ramos
de novia nacida por lo visto extinta
sobre un paisaje que desconozco
y que descubro sin embargo a diario?

Esta ciudad nos llama —nos arrastra


con sus torbellinos que dan vueltas
alrededor de los meses ardientes.
Con sus cañadas de apariencias angélicas.
Las vimos espolear a los niños
—cabalgaban dormidos el cadáver
de la casa al trote hacia las bocas del Lago.

Esta ciudad nos lleva —nos confunde


con la rueda de avanzar ella misma.
Y quien nunca ha partido o no ha querido
partir nunca siente de improviso
que ya está de regreso.

En la red de los éxodos creciste


como a es ti a de algún dios resurrecto”.

70
Puedo verte en las sombras
casi convertidas en antorchas húmedas
por el giro contradictorio
de la soledad y el deseo.

Puedo verte al solo resplandor


de los cetáceos rojos que alucinan
a mis sentidos demasiado solemnes.

Puedo verte a la orilla


de mis antepasados marinos
-—tenían ramas en los ojos marchitos
-—tenían alas en los dientes heridos
—tenían garras en la muerte tatuada.

Puedo verte en el centro


de mis sucesiones oscuras.

71
Ahora de seguro saltas
en el mar hasta donde
te persigue la noche.

72
Amanece ahora esta vez por el vientre
sideral del fogón. Lo recuerdo.

Junto a las brasas las mujeres fingen


enfermedades misteriosas y antiguas.

Pretenden retardar el viaje


desolado de los seres queridos:

'—La muerte o la evasión repentina


o la desaparición por hambre o por amor
concebidas bajo el techo caliente.
Por encima de su lomo gramíneo
batían palmas la tempestad y el trueno.

73
Paseos mutuos
El lago recién descubierto engordaba.
El lago extrañamente ordinario
como la geografía de una guitarra hombruna
o la de un navio de caderas anchas.

La centella era entonces —como ahora


imaginas— una piedra bienaventurada
y sin embargo siniestra.
Se colgaba por las alas del vientre
en el techo de la sala sombría.

Bajo su luz casi infernal comimos


y era excitante ver desaparecer al perro
silbando por la punta del rabo
rígido como el odio de las serpientes.

Bajo su voz fácil de oler llegamos


todos para advertir sin pena
—verdaderamente sin siquiera el asco
77
de las mortificaciones aprendidas en vano—
que la sala fluía mantecosa
incondicional brillante. Y la cama
no era goleta anclada para esperar la muerte.
Ni las goletas eran una simple trampa
disparada hacia las tribulaciones
estables de llegar al regreso.

Porque la muerte en fin —la puerta abierta


a las enfermedades echadas
como gallinas jóvenes bajo el sol del patio—
andaba a prisa y lejos como dando saltos.
Lejos incluso de su propio recuerdo
mantenido en todas sus apariencias ardientes
con las manos del hambre.

El lago recién parido hablaba


de paseos mutuos. De itinerarios
divergentes y todavía mutuos
como las patas y los ojos bífidos
de la hierba donde brillan las moscas.
Como el corazón partido de la basura
que nos llama a grandes voces. —Nos gritaba
que eramos unos cochinos transeúntes
más que nadie incapaces de tumbarse
patas arriba en el barro.
En sus pliegues desovaron los ángeles
tenebrosos y tímidos —contradictorios
78
como las fecundas frustraciones.
Empollaban la memoria del trópico.

La ciudad no era entonces —no existía.


Nos daba a luz y no era como ahora imaginas
un juego de muchachos pobres
a merced de tentaciones heroicas
bajo la luna de los barrios enormes.

Maracaibo, 1961.
ÍNDICE

Prólogo, por Ignacio de la Cruz .................................................. 7

Realidad ............................................................................................................. 13

Ciudad .................................................................................................................. j7

Silvia ...................................................................................................................... 23

Paisaje................................................................................................................... 29

Testimonio ......................................................................................................... 35

Transeúntes del fuego........................................................................... 41

Reportaje de la zona de los espantapájaros ....................... 45

Maniobras del odio.................................................................................... 51

Poema de la amiga...................................................................................... 57

Texto integral de las desapariciones...................................... 6$


En la red de los éxodos....................................................................

Paseos mutuos ..................................................................................


EN LA RED DE LOS ÉXODOS,
de Hesnor Rivera, fue diseñado por
Carlos López Gómez. Se terminó de
imprimir el día 30 de mayo de 1963
en los Talleres de la Editorial Uni­
versitaria bajo la dirección de Ángel
R. Delgado Ocando. Se tiraron 1000
ejemplares.
CONSEJO DE LA FACULTAD DE
HUMANIDADES Y EDUCACIÓN

Dr. José A. Borjas Sánchez,


Decano-Presidente

Lie. Imelda Rincón


Secretaria

Dr. Raúl Osorio


Dr. José Pascual Buxó
Dr. Ramón Avila Girón
Dr. Jorge Núñez
Dr. Mario Lizarzábal
Dr. Pedro Barboza de la Torre
Lie. Doris López

Delegados estudiantiles'.
Br. Francisco Zavala
Br. Jesús Ma. Morales.

COMISIÓN DE PUBLICACIONES
Agustín Millares Cario
Sergio Antillano
José Pascual Buxó
Secretario
Universidad del Zulia
Facultad de Humanidades

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