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Coordinadora de Literatura: Karina Echevarria Editor: Alejandro Palermo Autor de secciones especiales: Alejandro Palermo Corrector: Mariano Sanz Coordinadora de Arte: Natalia Otranto Diagramacién: Laura Barrios Vaccarini, Franco Un artista sobrenatural : y otros casos de Emilio Alterno / Franco: \Vaccarini ; ilustrado por Leonardo Arias. - 1a ed. - Boulogne : Estrada, 2017. Libro digital, POF - (Azulejos. serie roja ; 69) Archivo Digital descarga y online ISBN 978-950-01-2193-4 1, Narrativa Infantil Argentina. | Arias, Leonardo, ilus. I. Titulo. COD A863.9282 ime Colec ‘© Editorial Estrada 5. A., 2017. Editorial Estrada S. A. forma parte del Grupo Macmillan. ‘Avda, Blanco Encalada 104, San Isidro, provincia de Buenos Aires, Argentina, Internet: www.editorialestrada.comar ‘Queda hecho el depésito que marca la Ley 11723 Impreso en Argentina. / Printed in Argentina, ISBN 978-950-01-2193-4 n Azulejos - Serie Roja No se permite la reproduccién parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmision la transformacion de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrénico o mecénico, mediante fotocopias, digitalizacidn y otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracci6n esta penada por las leyes 1.723 y 25.446, EL AUTOR Y LA OBRA Franco VACCARINI nacié en una zona rural de Lincoln (provincia de Buenos Aires) en 1963; es el séptimo de ocho hermanos. Cuando tenia seis afios, su fa- milia se radicé en Chacabuco, también en el cam- po. Desde los trece afios, vivid en un caserén que alquilaban sus hermanas y, luego, en pensiones de la ciudad de Lincoln, donde comenzé a escribir. Radicado en Buenos Aires desde 1983, estudié periodismo y asistié, en- tre otros, a los talleres literarios de los escritores José Murillo y Hebe Uhart. En 2006 recibié el premio de la coleccién El Barco de Vapor, con la novela La noche def meteorito. Obtuvo menciones del Fondo Nacional de las Artes por el libro de poemas El culto de fos puentes y la novela La pasajera encantada (inédita), y fue seleccionado, en el género de poesia, para la Primera Bienal de Arte Joven (1989, ciudad de Buenos Aires). Entre sus libros de cuentos y novelas para jévenes, se destacan los si- guientes: La mecedora del fantasma. Y otros misterios sin resolver (cuento, en esta editorial); E/ muelle de fa niebla. Y otras historias de miedo (cuento, en esta editorial); Algo mds que un tesoro (novela, en esta editorial); Los cri- menes def mago Infierno (novela); Eneas, ef tiftimo troyano (versién novelada de la Eneida, de Virgilio); Odisea (versién novelada del poema homérico); Los ajos de la iguana (novela); Ef hombre que barria fa estacién (cuento); Ganas de tener miedo (cuento); “El maestro del terror” (cuento, para la antologia Patagonia, tres viajes al misterio); “Las leyendas del rey Artura” y “El oro de los nibelungos” (relatos, para el volumen Héroes medievales). En esta misma editorial ha publicado ademas Un misterio pasajero y otros cuentos policiales, una serie de relatos protagonizados por el detective Emilio Alterno. Un artista sobrenatural |S | La fascinacién del relato policial El género policial ejerce una especial fascinacidn sobre los lectores, que deben actuar un poco como detectives y poner todo lo que leen bajo el ana- lisis y la sospecha. A medida que avanzan en el relato, van uniendo las pistas que les permitirdn llegar al desenlace. Las primeras narraciones policiales pertenecen al tipo denominado “de enigma” o “clasico”. En ellas, el protagonista suele ser un detective que inte- rroga a los sospechosos y busca pistas para resolver el misterio de un crimen por medio del razonamiento légico y la deduccién. El fundador del género po- licial de enigma fue el escritor estadounidense Edgar Allan Poe, con su cuento “Los crimenes de la calle Morgue”, publicado en 1841. Tiempo después, el es- critor inglés Arthur Conan Doyle popularizé el género con las novelas y cuen- tos protagonizados por Sherlock Holmes: la primera novela con este famoso detective fue Estudio en rojo, de 1887. Como explica el propio Franco Vaccarini en el “Prologo”, las historias del detective Emilio Alterno corresponden a otra de las vertientes del relato po- licial, que se desarrollé en los Estados Unidos a partir de la década de 1920: la que se conoce como “novela negra” o “novela criminal”. Algunos de los au- tores més representativos de esta corriente son Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Jim Thompson. En este tipo de policial, la investigacién lleva al detective por ambitos sociales diversos y lo enfrenta a engafios que ponen en peligro su propia vida. Mas que centrarse en el delito propiamente dicho, el policial negro pone el foco en una sociedad corrupta y en la compleja trama de intereses que funciona detrés del delito. En este tipo de relatos, aumenta el suspenso y la incertidumbre: el lector no sabe qué ocurrird con el detective al dar vuelta la pagina, ya que este se sumerge en una atmésfera donde no siempre funcionan las reglas del razonamiento légico. 6 | Franco Vaccarini Un artista sobrenatural Y otros casos de Emilio Alterno Franco Vaccarini Prdlogo A Emilio Alterno lo conozco bastante bien. Se parece a muchos hombres de esos que abundan en las novelas po- liciales. Su vida esta inspirada en las criaturas de Raymond Chandler, de Dashiell Hammett, de Jim Thompson... autores estadounidenses que se enrolan en la “novela negra” o “no- vela criminal”. Uno de los aspectos sobresalientes de este subgénero es que sus personajes suelen sentirse derrota- dos, cultivan una ironia aspera y no esperan mucho de nada. El misterio que se proponen resolver es una excusa para re- flexionar sobre el lado oscuro del sistema. Las lecturas de esos autores me impulsaron a pergehar historias con un poco mas de humor y un poco menos de violencia. Para que chicos y grandes puedan —es mi inten- cién— divertirse y pensar. Emilio sabe que, si un cliente se le acerca, es porque esta desesperado o lo quiere engafar por algtin motivo miste- rioso. Es ingenuo, pero sospecha que ese atributo no con- viene a su oficio; por lo tanto, es también desconfiado. Incluso desconfia de si mismo. Lo obsesionan las polillas y los insectos nocturnos —teme que lo ataquen mientras duerme, aunque él jamas lo admitiria abiertamente— y sue- le mudarse seguido, ya que es un inquilino siempre a la caza de un departamento mas conveniente en precio y comodi- dades. No tiene auto, se mantiene soltero, aunque le agra- daria estabilizarse en una relacion. Conoce lo suficiente a la Un artista sobrenatural | 9 especie humana como para torturarse con reproches, sin llegar a la autoindulgencia. Vive con austeridad. Le disgustaria no tener dinero para ir a comer afuera o comprarse un saco, pero, por lo demas, su ambicién no es monetaria, sino que se limita a la reso- lucién de sus casos. Sabe que no es un deductivo brillante, pero compensa esa carencia con su voluntad inclaudicable. Y esa es su @tica: cumplir con los encargos, resolver, no de- jar a su cliente y a la justicia con las manos vacias. Es, a su modo, precisamente eso: un defensor de la justicia. Fv. 10 | Franco Vaccarini Un artista sobrenatural 1! El gran senor Policastro Vestia ropa de buena calidad, pero olia a perro mojado —no lo culpo, llovia a cantaros—, tenia las gafas torcidas, ja- deaba como un maratonista al final de la competencia y, sin embargo, entré a mi modesta oficina dandose aires de gran sefhor. Miraba con desconfianza la enclenque silla de pino que le ofreci como asiento y adiviné sus ganas de irse en busca de otro investigador con sillas mas confortables. Un trueno de esos que hacen vibrar las paredes lo impulsé a sentarse. Tomo un pafiuelo descartable y seco con esmero sus gafas. Como si me perdonara la vida, dijo: —Disculpe la demora. El clima no acompajia. Tal vez us- ted tenga otra cita, seré breve. —Tranquilo. Por la tormenta, han llamado para avisar que se cancelan todas las dems citas. Acababa de mentir soberanamente. El era la Unica cita que tenia agendada para ese dia. La tnica de la semana, a decir verdad. No me quejo, la escasez de clientes solo pue- de significar que el crimen retrocede. jVivan las buenas noticias! — Usted es, entonces, el senior Emilio Alterno? —si. —éEl detective privado? Un artista sobrenatural | 13 —si. —éSabe quién soy yo? —Si. —éEs miope? —No. —Lo sabia, porque no usa anteojos. Solo queria probar si sabia decir “no”, ja ja. Se llamaba Damian Policastro. Era un exitoso critico de arte y un humorista fracasado, rezumaba pedanteria por todos los poros. Un hombre delgado, mojado —pero eso era temporal—, de aspecto enfermizo, mas bien bajo, con camisa beige, pantalén beige, unos zapatos imperdonables de color caqui y una sonrisa de hombre que lo ha visto todo y amino me la vana contar. Es una caracteristica tipica de los especialistas en cualquier cosa: viven instalados en su zona de confort y creen controlar el mundo desde alli. Basta con que un pequefo tembladeral los haga moverse un poco de su centro de comando, y comienzan a pedir socorro, en- tran en panico y Iloriquean llamando a padre, madre, tutor © encargado. Mi padre, justamente, me ilustraba con una teoria al res- pecto. La teoria de los esparragos. El decia que todo el mun- do deberia pasar una temporada cosechando esparragos de sola sol. Es un trabajo que nadie quiere. Hay que ensuciarse las ufas enterrando las mamos en la Madre Tierra, la cintu- ra padece, se trabaja sin descanso, y uno termina feliz por el simple hecho de poder ir a comer un sandwich de carne 14 | Franco Vaccarini y dos manzanas a la sombra de un eucalipto. De golpe, la feli- cidad es algo simple: sombra y alimento, descanso de la fatiga. Damian Policastro probablemente ni siquiera sabia qué aspec- to tenia un esparrago, por mas que él se les parecia bastante: era flaco —lo dije— y palido, como si nunca hubiera salido de la sombra. Y un detalle mas que lo emparentaba a los esparragos es que al dia siguiente estaria debajo de la tierra. —Emilio: muy pronto, en el Palacio de las Artes, se pro- pondra al ptiblico una exposicion de la obra de Mason Dumi- tru, artista nacido en los Estados Unidos, mas precisamente en Providence, una de las ciudades mas grandes de Nueva Inglaterra. ¢Conoce? —No tengo el gusto. —Bien, lo sospechaba. Pero eso no es relevante, Emi- lio. Para serle franco, este artista se encuentra en nuestro pais y es un maniatico de primera categoria. No quiere te- ner contacto con nadie y detesta a los criticos. Obligado a elevar su perfil y a mostrarse un poco, consegui hacerle un par de preguntas el dia que llevaron sus cuadros al Palacio. jCuanto resentimiento es capaz de albergar el corazén de un hombre! Y el de un artista fracasado, ni hablar. Me result6 raro que llamara fracasado a un artista que se daba el gusto de exponer sus obras por el mundo, y se lo dije. Policastro puso una sonrisa sobradora y dijo: —éPor el mundo? Buenos Aires no es el mundo. Este hombre hace décadas que no expone nada. No sé qué lo une a esta ciudad, pero llego a mis oidos que él mismo propuso Un artista sobrenatural | 15 la exposicion y que se hizo cargo de algunos gastos. Nadie lo quiere. Sus obras son revulsivas. Es bueno, pero hay muchos artistas buenos. Como decimos aqui, es un biza- rro, un artista clase B. Elige temas anacrénicos, antiguos, propios del siglo xix. Canibales, antropofagia, vampiris- mo... jy se lo toma todo en serio! Ni una veta de humor, ni una parodia. Es un asquete, aunque mete un poco de miedo. —éSus cuadros meten miedo? —Para un ptblico desprevenido, si. Aviva un viejo terror de la humanidad. El miedo a ser devorado. Y él, en persona, me amedrents, lo reconozco, Viste trajes viejos que huelen a naftalina, tiene una voz gutural, es malhumorado. Habla el espanol a medias. Yo diria que es un espafiol amenazante, ya que solo lo emplea para proferir amenazas. O quiza yo lo inspire. En ese momento di la razona las teorias de mi padre. Me dije: “Aqui tenemos a este critico color caqui, asustado por- que un artista lo miré feo”. —Pero... gusted qué le dijo? —quise saber. —Le pregunté cémo hacia para elegir sus modelos. gSabe qué me respondi6? “jCuervo!” O mejor, algo asi: “Cuervou". Y enseguida agrego: “Maldito cuervou con gafas”. —Habla bastante bien el idioma. Y es muy observador. —2Y usted es gracioso? Pensé que me habia pasado de la raya, pero el cuervou con gafas no dudo en responder mi siguiente pregunta: 16 | Franco Vaccarini d ® —éY qué le preocupa de este sujeto providencial... digo, este artista? —Una sola cosa, a decir verdad. —¢eCual? —Dijo que iba a matarme. Un artista sobrenatural | 17 2| Una especie de bestia Damian Policastro parecia asustado de veras. Le pre- gunté por el nombre del artista amenazador, que no habia retenido. —Mason Dumitru. Sus abuelos eran rumanos. —No entiendo por qué se enojé con usted. —Ya le dije. Le pregunté por sus modelos y me respon- did con malos modales. Las obras de este senor poseen una caracteristica. Son muy realistas y, a la vez, muy... pertur- badoras. Usted sabra que hoy en dia el arte, mas que cons- trucci6n de sentido, es destruccién de sentido, bien lo dijo Adorno, gcomprende? Pero aqui yo agregaria que... Lo interrumpi. —No me importa comprender, senor Policastro. No es mi 4rea. Construya, destruya, si es adorno o si es arte, el mun- do sigue andando. Lo Unico que me importa es que usted tiene miedo. Quiero saber por qué. Policastro hizo con sus labios un chasquido que me sacé de las casillas. Por mucho menos, yo podia echar de mi ofi- cina a un cliente. No soporto los chasquidos de labios, los castaneteos de los dedos y los gauchos zapateadores. Por alguna razon, pienso que ala gente que se entrega a tales actividades hay que mandarla a cosechar esparragos. Pero Un artista sobrenatural | 19 Policastro era mi Gnica cita de la semana. Y él parecia asus- tado, y soy incapaz de echar a un hombre asustado. Policas- ‘tro estaba en mi oficina como quien se exilia en la embajada de su pais, en una zona de guerra. Yo queria entender, mas alla de mis maliciosos pensamientos, por qué diablos un cri- tico de arte podia temerle a un artista. —Emilio, tengo la sospecha de que Mason Dumitru no es un hombre. —éY qué es, entonces? gUna mujer? ¢O acaso...? —No, por favor, detenga su imaginaci6n ahora. No me re- fiero a eso. El sefor Mason Dumitru no es humano. No es humano. Tres simples palabras que definen a un loco. Policastro, el critico de arte, paso de inmediato ante mis ojos ala orbita de los desclasados de la cordura. Ya ssabemos que el mundo esta al tope de gente que cree en otras vidas y otros mundos, pero hasta el dia de la fecha na- die tiene una sola prueba al respecto. Ni la NASA, ni los ufo- logos que viven en el cerro Uritorco y acampan alli semanas enteras, o incluso afos, sin bafarse. Hasta el dia que no vea un marciano sentado en el noticiero de las siete de la tarde, nadie me va a convencer de que existe vida inteligente no humana en alguna parte. Ya es mucho pedir que haya vida inteligente en los noticieros. —Sabe, estar cerca de él es toda una experiencia. Es ‘como si no emanara nada de su cuerpo. Como si fuera un sapo muerto. Con olor a naftalina. Y sus ojos... Si usted ve una foto, considerara que es un hombre alto, bien parecido, 20 | Franco Vaccarini ni gordo ni flaco. Si esta a su lado, sentira una inquietud que... No hay humanidad en él, Emilio. —Definame “humanidad”. —La humanidad es... ah, ja ja, un critico de arte diciendo lo que voy a decir..., le va a sonar naif. La humanidad es un sentimiento. Es piedad. Es vida en los ojos. Dumitru carece de sentimientos. Ni siquiera se puede decir que es impiado- so, sino que no conoce... No conoce la piedad ni la impiedad, no conoce lo humano. Policastro me impresioné con sus argumentos. Casi me levanto del sillon para aplaudir: clap, clap, clap. Pura fanta- sia intelectual. Ay, ay. Una temporada en los campos de es- Parragos, si. —De acuerdo. Supongamos que no es humano y todo ese blablabla. Pero todavia no sé por qué lo amenazo. —Ahi vamos, y no es blablabla. Le pregunté en qué mo- delos se basaba para crear sus cuadros. Por ejemplo, uno que se llama El cazador. Todo el horror de esa obra se basa en la mirada de la criatura, que se parece mucho a un hom- bre corriente, salvo por una nariz muy aplastada, mas ancha de lo convencional. La palabra “modelos”, ya le comenté, lo enfurecié. Me dijo “cuervou con gafas”, pero no solo eso. Me expulso, literalmente, de su lado y me insulto con frases en esa lengua que hablarian, en la herradura de los Carpatos, sus antepasados rumanos. Y termino con esto: “Yo haré pa- prika a cuervou stregoika”. Que quiere decir que hara papilla al cuervo bruja o brujo. Un artista sobrenatural | 21 Policastro, el poliglota, seguia mas himedo que rana en un aljibe. Yo creo que sudaba espanto, mas alla de la Iluvia que lo habia sorprendido sin paraguas. —En cinco dias sera la presentaci6n de la muestra de Ma- son Dumitru. Solo le pido que lo observe y saque sus con- clusiones. Y no me pierda de vista. A mi oa él. Lo que no quiero es quedarme acorralado por este hombre en algtin Pasillo. No deje que estemos juntos fuera de su vista. Si voy al bafio, le rogaré que me siga. Debo ir a la presentacion de la muestra, si o si por razones laborales, pero le aseguro que este hombre quiere matarme. —Pero... cual seria el movil para tal cosa? ¢Usted quiere un detective o un guardaespaldas? —¢Usted le preguntaria a una bestia por qué mata? En los ojos de Dumitru vi eso: los ojos de una especie de bestia. Y los guardaespaldas carecen de seso. Eso, el seso, a usted parece que le sobra. Me quedé sin palabras. Cuando dijo que Dumitru no era humano, yo habia pensado en un extraterrestre, pero ahora Policastro ubicaba al pintor en una forma de vida terrestre, aunque bestial. Iba a decirle que no podia tomar su caso. Sin xcusas 0 con cualquier excusa. —Sefor Policastro, yo no tengo tanto seso como usted supone. Mire mi oficina, mire los muebles. Alguien con seso tendria mas lujos. —jSay no more! —me interrumpio—. Usted hace afhios que trabaja contra el crimen y todavia los conserva. 22 | Franco Vaccarini —eQué conservo? —Los sesos. Los tiene bien guardados en la sesera. Na- die se los volo, aunque mas de uno habra tenido ganas de hacerlo. Eso significa que sabe cuidarse. Y si sabe cuidarse, sabra cuidarme a mi y, de paso, hacerme un anilisis, luego, de la psicologia de Dumitru. Usted es un ojélogo, sabe ob- servar. Me interesa que alguien como usted me diga qué le parece un tipo como Dumitru. Dicho esto, Damian Policastro me dijo que me abonaria en ese mismo acto un adelanto y me dejé los billetes, algo hamedos, sobre el escritorio. lba a quejarme de la hume- dad, pero recordé que estaba “seco”. Antes de irse, me entreg6 la invitacion a la muestra. El Palacio de las Artes invita a Ud. a la exposicion “Serie de cazadores”, del artista Mason Dumitru. Calle del Molino 240, 3 de agosto, alas 19. Al final, Damian Policastro parecia valorarme a pesar de mi enclenque silla y mi modesta oficina. Me prometi dejarlo conforme, pero ni siquiera pude empezar mi trabajo. Un artista sobrenatural | 23 3 | Un accidente poco natural Me desperté el sonido apremiante del teléfono a las dos de la mafiana. Era el comisario Calabresi, un viejo conocido. Con su vozarrén de calesitero me dio las buenas noches y me pre- gunto si sabia quién era Damian Policastro. Ante mi afirma- cin, me dijo que Policastro estaba en ese mismo momento extendido ante sus pies, en la alfombra de la biblioteca de su casa, en una callecita aledana a las Barrancas de Belgrano. —éY qué hacen juntos? —pregunté, todavia dormido. —Digamos que no estamos exactamente juntos, Emilio. El senor Policastro se fue de gira. Al parecer se le cayé me- dia biblioteca de arte en la nuca. —jNo puede ser! —Le aseguro que si, que puede ser. Vimos en la agen- da de Policastro que ayer mantuvieron una reunion. jCuan- do no, Alterno, usted metido en lios! ¢Podra venir para acd y aver si comenzamos a sacar algo en limpio? Una vecina dice que escuché gritos desgarradores y pedidos de auxilio. Me vesti con lo primero que encontré y tomé un taxi. Me tocé el peor taxista del mundo. Tuve que indicarle las calles como si fuera un chino. No era chino, era chileno. —éDe verdad no sabe donde queda Barrancas de Belgra- no? —pregunté, incrédulo. Un artista sobrenatural | 25 —Es que ayer vine de Santiago de Chile. Soy chileno. Me cansé de los terremotos —dijo el buen chofer. Conmovido, le expresé mi solidaridad. Los movimientos sismicos son un detalle cotidiano en urbes como Santiago, y hay que acostumbrarse 0 cambiar de aire. —Ya no podia seguir teniendo miedo a que temblara el piso. Tengo algunos amigos taxistas aqui y, asi como llegué, asi empecé a trabajar. Le pido disculpas, pero todavia no estoy al tanto de muchos lugares. Cuando llegamos a destino, el hombre me dijo: —éSabe una cosa?, hace un rato dejé a un pasajero por aqui. Conocia la ciudad menos que yo y dimos vueltas a lo loco. Viera qué hombre extrafio. Parecia el conde Dracula. Entre que estaba perdido, que lo corrian los terre- motos, y que habia tenido de pasajero al conde Dracula, el buen hombre no ganaba para sustos. Para mejor, me pregunto: —éY usted qué viene a hacer por aca, a esta hora? —Vine a darle el ltimo saludo a un critico de arte. —éSe va del pais? —No. Lo acaban de asesinar. El buen hombre dijo: —Majfana me vuelvo a Santiago. Esto no es para mi. No sé si lo dijo en serio o en broma. No conozco el humor de los taxistas chilenos, si el de los portefios. Los taxistas portenos no tienen humor. Me bajé del taxi y encaré para la casa. Un viejo caserén con las paredes llenas de musgo, con 26 | Franco Vaccarini dos pisos y una torre a la que los edificios de departamen- tos que la rodeaban no lograban quitarle majestuosidad. Me gustaria vivir en una casa asi, una casa con torre, balaustra- das y fantasmas. Pero ahora solo era la casa de un hombre muerto. Un artista sobrenatural | 27 4|Laescena del crimen A Policastro ya se lo habian llevado en la morguera. El comisario Calabresi me dijo sin preambulos que le contara todo, con pelos y sefales. Le hablé del artista de Providen- ce, Mason Dumitru. Y del miedo que despertaba en Damian Policastro. Me dio pudor mencionarle las palabras textuales del critico acerca de que Mason no era propiamente un ser humano. —A decir verdad, esto parece un accidente... Estas obras son realmente pesadas. Calabresi me senalé los tomos desparramados en el piso, alrededor de la linea blanca que demarcaba el sitio donde habia caido Policastro, victima de la Enciclopedia Global de Arte Contemporaneo. Eran quince tomos, caidos desde un estante a casi tres metros de altura. Entonces el comisario volvié a hablar: —Usted no sabe lo que eran los ojos de este hombre. El puro miedo. Los vecinos escucharon gritos y pedidos de au- xilio. Si no fuera por eso, nadie se hubiera enterado todavia. Entonces escuchamos el timbre y un llanto desgarrador en la puerta. Era un hombre de mediana edad, de bigote fino y largas patillas, canoso, elegante. Fortunato Bonin, un colega de Policastro, que se presento como uno de sus mejores amigos. Un artista sobrenatural | 29 —Con mi esposa le habiamos comprado un regalo para su cumpleanfos. Iba a cumplir sus primeras seis décadas, honrando su profesi6n, difundiendo el arte entre las masas. jQué desgracia, pobre Damiancito! Estos tomos pesan de- masiado. Qué necesidad, si ahora se puede leer la enciclo- pedia por Internet. Me pregunté si se referiria a las masas de la panaderia “La Argentina”, famosa en el barrio, pero el gesto compun- gido que acompano sus palabras me privé de seguir hilan- do fino. El comisario Calabresi lo puso al tanto de todo, y redon- deo el tema con estas palabras: —Cabe la posibilidad de que esto no haya sido un acci- dente doméstico. ¢Me entiende? Bonin deseché la posibilidad, convencido. —Si era un santo, pobre Damiancito. ¢Quién iba a querer hacerle dao? Entonces hablé: —Fortunato... quiero decirle algo que todavia no le dije al comisario. Calabresi me miré torcido. —Policastro me dijo que este artista, Mason Dumitru, no era... Bonin me interrumpié: —...no era bueno. Puede ser. De algtin modo, es un crimi- nal de la estética. Me refiero a cierta estética imperante. El es un artista anacrénico. 30 | Franco Vaccarini —Me importa un comino y dos pepinos el crimen de la estética, Fortunato. Estoy mas atento al crimen de Policas- tro. El, retomo, me dijo que Dumitru no era humano. —En cierto sentido, es un extraterrestre. Su obra esta llena de dioses y demonios, pero no son de otro mundo. No hay mas dioses y demonios que los imaginados por la psi- quis humana. —Comprendo, pero... —Si usted ha comprendido, es porque se ha equivocado —me freno Fortunato. Era un pedante, como el difunto. Suspiré. Calabresi me miraba con picardia. Me conoce lo suficiente para saber cuando estoy a punto de mandar aun sujeto alos campos de esparragos. Pero no era lugar ni mo- mento para enojarse, y Fortunato, pedante y todo, estaba sufriendo. Quedamos en que nos veriamos en la presentacion de la obra del artista de Providence, tal como él mismo, algo pomposamente, definiéd a Mason Dumitru. —Eso si, lo tengo que prevenir de algo —me dijo Fortunato. —Digame. —El Palacio de las Artes no es un sitio ideal para interro- gar gente. Lo mas probable es que se lleve una coleccién de sonrisas sardonicas a su casa. —Gracias, pero mi idea no es interrogar a nadie. Creo que para muestra basta un boton —dije. Un artista sobrenatural | 31 Fortunato se quedo mirandome. Estaba dilucidando si acababa de recibir un insulto de mi parte. Calabresi me guifié un ojo, como diciendo: “Le pusiste la tapa al pedante”. Yo me consideraba contratado por Damian Policastro, y una manera de ser fiel a su confianza era ave- riguar cémo habia muerto. Todas las sospechas apuntaban a Dumitru. 32 | Franco Vaccarini 5 | La exposicion El Palacio de las Artes parece un edificio hecho de arena, de un color amarillo intenso. Esférico, con grandes colum- nas que custodian la entrada principal y con una gigantes- ca puerta de cedro digna de un templo sumerio. Poco sé del mundillo del arte, pero nada de lo humano me es ajeno. Unos parecen limones, otros bananas, pero a fin de cuentas, todos somos fruta. Fortunato Bonin se alegro al verme y enseguida me presento al hombre que estaba conversando con él: —El senor Daniel Flottin, el mejor marchand de Suda- mérica. Acaba de llegar de Londres, de la galeria Christie’s, donde subasto dos obras de sus representados. Daniel Flottin dejo de fregarse la barbilla para estirar su mano con displicencia y apenas tocar mi palma. Comenzo a hablar de las maravillas de Londres y de la galeria que ven- dia “los cuadros mas caros del mundo”. —éY usted a qué se dedica? —me pregunto Daniel Flottin, como si oliera los sulfuros de unos repollitos de Bruselas en pleno hervor. Iba a contestarle con una vaguedad, pero Fortunato se sintio obligado a intervenir. —El senor es detective. Esta investigando el deceso de nuestro amigo Damian. Un artista sobrenatural | 33 —éUsted es policia? Perdon. Y yo hablandole de arte —dijo con sorna. —No soy policia. Soy investigador privado y el mismo Po- licastro quiso contratarme. Por otra parte, sé distinguir una batea de un bate y muchos policias también. —éUna batea de un bate? Quedé en suspenso con mi juego de palabras. Yo me sentia cada vez mas comodo: nadie es mas facil de atacar que un egocéntrico. Daniel Flottin se sinceré: —Yo, amigo, le diré la verdad: no sé distinguir una batea de un bate, pero sé vender. De eso vivo, a esto me dedico. Hay pintores geniales que no logran vender una obra. Y hay otros, mediocres, que venden mucho. Cuando ofrezco mis servicios como marchand, les digo a todos lo mismo: “De nada sirve ha- cer la mejor ratonera si los ratones no entran en ella”. —O sea... —Que mi galeria de arte es una ratonera donde entran ratones. Daniel Flottin me guifié un ojo y provocé mi risa. Casi es- taba por caerme simpatico. —éQué piensa de nuestro expositor de hoy? —dije. —Un tipo extrano, un artista interesante, aunque dema- siado revulsivo. Su excesivo realismo conspira contra la venta de sus cuadros, que, por otra parte, hace afios que es- tan fuera del mercado. La obra de este sefior es invendible. Me di cuenta de que era hora de mirar los cuadros. En va- rios paisajes habia lunas inmensas sobre campos sombrios, 34 | Franco Vaccarini estrellas y un frente de tormenta en la lejania. Se podia per- cibir el viento sobre los pinos inclinados, hojas que se arras- traban entre pastizales. Y arriba, promontorios de nubes que parecian formaciones rocosas suspendidas en el cielo, iluminadas en parte por un relampago. Daniel Flottin parecia disfrutar desasnandome. —éUsted sabe el significado literal de “Mason”, el nombre de nuestro Dumitru? Dudé. Las traducciones no son mi fuerte. —Albafil —dijo—. “Mas6n” es albanil. De algun modo, el senor Dumitru construye su obra ladrillo por ladrillo, por asi decir. Nada deja librado a la imaginacion. Todo lo expone. Es casi fotografico... pero, venga, mire este cuadro. El cuadro siguiente era un espanto. De cuatro por cua- tro, ocupaba la mayor parte de una pared. Era el célebre Cazador. Tal definicién, “célebre”, era la que se apuntaba en la gacetilla publicitaria. La criatura parecia a punto de saltar del cuadro y atrapar a cualquier incauto. Me estre- meci. El rostro de aquel ghombre? era un mal trago. Cejas. pobladas, frente con la piel llena de pliegues, nariz acha- tada, casi plana, muy ancha. De tez palida, tenia algunos rubores en las mejillas y el cuello. Dejé de observar al abo- minable cazador. Entonces hubo murmullos en la sala, seguidos de un ex- pectante silencio. —Llegé nuestro hombre. Con su permiso, voy a presen- tarlo a la amable audiencia —dijo Daniel Flottin. Un artista sobrenatural | 35 Me apresuré para no perderme detalle. Una sefora me dijo un insulto muy calificado, creo que le pisé un pie; pero logré adelantarme. Muchos de los que estaban en primera fila decidieron retroceder: la presencia fisica del artista los habia cohibido. Asi que alli estaba, con un selecto grupo de pintores, cri- ticos, galeristas, aficionados. Se paré a mi lado una conocida dama de negocios, célebre por sus mecenazgos y su excen- tricidad: Cayetana Kleim. Una dama refinada, con un vestido refinado, de edad refinada, amiga del refinado Policastro. —gUsted es el detective? Ay, qué oficio tan singular el suyo. Después de que hable nuestro hombre del dia me cuenta, gsi? —me dijo. Todos de pie, alrededor del caballero del pais del norte, alto, macizo, vestido de negro. En la primera fila quedaron solo mujeres y yo. Estaba claro que aquel sujeto asustaba a los hombres, pero crea- ba algtin tipo de encantamiento en la comunidad femeni- na, siempre atenta a las novedades. Bueno, para ser justo, si el tal Dumitru hubiera sido una extraha dama, tal vez la primera fila habria estado compuesta por hombres. El mis- terio siempre atrae al sexo opuesto, y el sefior Mason Du- mitru destilaba misterio. Y un gran vacio. Estaba vacio de algo y lleno de otra cosa que yo no podia dilucidar en ese momento. Daniel Flottin lo presento brevemente y le cedioé la pala- bra. Entonces Mason dio comienzo a un discurso: 36 | Franco Vaccarini —Buenas tardes. Feliz de estar Buenos Aires. Mi espero su atencion para mis cuadros. Cayetana Kleim lanzé un extraho quejido y dejo caer de su mano la copa, que se hizo trizas contra el piso, a centimetros de los zapatos de Dumitru. Y luego se derrumbé, pero no del todo. Alcancé a sostenerla antes de que su nariz se estrellara contra las baldosas, pero uno de sus brazos se apoyé contra las astillas de vidrio. En medio del vértigo, logré que Cayeta- na se pusiera de pie, con ayuda de otra dama y un senor, mien- tras la sangre que fluia de su palma manchaba su vestido y mi pantal6én. Hubo caos, llamadas y en pocos minutos aparecié un Servicio de Emergencias Médicas, mientras Cayetana balbu- ceaba frases incoherentes al estilo: “;Cuanto vale ese cuadro, cuanto vale? ZY el precio de un pasaje a Singapur? Dios... qué papelon... me muero... mejor me voy a China...”. En medio de ese torbellino durante el cual, obviamente, Dumitru interrum- pid su trabajoso discurso en espafiol, vi sus ojos clavados en la murieca de Kleim. Le faltaba relamerse los labios. En un instante pavoroso, entreabrio los labios, como un novio a punto de besar a su amada. No pensé que fue- ra a besar ala sefora Cayetana o a mi, Dios no lo permitie- ra. Toda su atencién estaba puesta en la mufieca herida. En cuanto llegaron los médicos algo en sus ojos expresé una evidente decepcién y poco a poco se apagaron hasta ser otra vez un par de ojos vacios. Un artista sobrenatural | 37 61 En los jardines del Palacio La sefhora Cayetana no se fue a China ni a Singapur, ni siquiera al Hospital Aleman. Le hicieron las curaciones, la vendaron y ella misma despaché al médico y los enferme- ros con un “au revoir, chicos, ya estoy super”. Luego me buscé para invitarme a un café en el bar, en los jardines del Palacio. Pérgolas con plantas trepadoras, un ombd antiqui- simo en el centro y un cortejo de platanos y ceibos. El bar era pequeno, y ella era hermosa, con sus bucles morenos, los ojos oscuros de ardilla inquieta. Dijo que necesitaba algo fuerte porque le habia bajado la presion. Estabamos en la parte externa del bar, un largo corredor de mobiliario rusti- co que le daba un beatifico aire campestre. Las mesas eran troncos de robles y quebrachos colorados. Cayetana, con su mufieca vendada, estaba relajada y algo palida. —No sé qué me paso. Usted esta investigando a Mason? —No diria eso. Pero digamos que habia amenazado de muerte a Damian Policastro. Y, vaya coincidencia, esa noche Policastro muri6. Sus terribles pedidos de auxilio alertaron a los vecinos, lo cual contradice la idea de un accidente ca- sero. Nadie grita asi porque se le haya caido un libro en la cabeza. Un artista sobrenatural | 39 —éEn serio? Ay, cuando yo me perdi, me... la copa... no sé, senti como una ola de hielo que me atravesaba el cuer- po. Algo polar, que lastimaba de frio... Y Mason estaba alli, enfrente. Claramente senti que me... decia algo. Como pala- bras de otro dentro de mi mente. Como sus pensamientos en lugar de los mios. —Eso es extraordinario. Usted es duefia de una gran ima- ginacién —dije. Noté que las manchas de sangre habian desaparecido del vestido de Cayetana. Me pregunté si en su cartera llevaria algin poderoso quitamanchas. —Su presencia me tranquiliza, Emilio. Pero no sea irdni- co. No fue imaginacion. Dumitru bien puede ser un mago —dijo Cayetana. —No es mi intencién —refuté. —éNo es su intencién tranquilizarme? Ay, mire si sera malo. —No, no, qué absurdo. Me alegro de que esté mas tran- quila. Quiero decir que fui contratado para nada. Para ob- servar. Pero yo tenia que proteger a una persona que ya no esta entre nosotros: Policastro. No me dio tiempo a prote- gerlo. A la vez, es ridiculo pensar que alguien mataria a otro solo porque le pregunté sobre los modelos. —No lo puedo seguir, Emilio. gComparte un poco de in- formacion conmigo? —Claro. Dumitru se enfurecié cuando Damian Policastro lo entrevist6 y quiso saber sobre los modelos que utilizaba para sus cuadros. 40 | Franco Vaccarini —Entiendo. Son cuadros tan verosimiles, de un realismo casi cientifico, que uno presupone que se basa en alguien existente. —Y eso quiso saber Policastro. ¢Y qué logro? Que Dumi- tru lo insultara y lo amenazara de muerte. —Es unser muy extrafio. —Sin embargo, no pude dejar de advertir que las damas estan muy interesadas en él. Ejem... —Ningun ejem, Emilio. Los forasteros son siempre un balsamo. Usted es detective, asi que le comento una sospe- cha que tengo. —<¢Una sola? —Si, pero contundente. Los hombres nos aburren. Son como un pantalon de jean: durables, practicos, pero final- mente basicos. Aburridos. Tuve la sensacion de que Cayetana estaba probandome. Como si yo pudiera ser un jean para su talle. Y no. Por mi, Cayetana también podria pasar una temporada en los cam- pos de esparragos. Pero, agradecida al fin, no me dejo pa- gar ni su trago ni mi café. —No se atreva —me dijo—. O me obligara a invitarlo a cenar. Dios me libre. Dejé que pagara ella. —Aburrirse es una de las mejores cosas de la vida. Mirar un gorrion en la rama de un arbol. Escuchar un zorzal. Co- leccionar estampillas. Cuanto lo siento —dije. —Sin embargo, su profesion es de riesgo. Un artista sobrenatural | 41 —No se deje llevar por las apariencias. No todos los dias se desmaya una mujer hermosa en mis brazos. Cayetana no llego a sonreir. Aunque me dio la impresion de que se estaba divirtiendo conmigo. El problema de las mujeres como Cayetana es que lo tienen todo y, sin embar- go, les falta de todo. Es la paradoja de la “vida resuelta”. Di- nero, salud, prestigio social. Todo. Y entonces entendemos que, aun teniéndolo todo, no tenemos nada. Es maravilloso poder aburrirse, poder tener lo que necesitamos y, ademas, que nos sobre tiempo. Pero solo podemos disfrutar de eso si aceptamos con humildad que nada nos salvara del paso del tiempo, de sufrir y de irnos al otro mundo como cual- quier vecino, Iba a decir algo, pero entonces el senior Dumi- tru se acercé a nosotros. 42 | Franco Vaccarini 7 | El malvado Dumitru Su porte altanero y su mirada penetrante me recorda- ron al conde Dracula. Entonces, caprichos de las asociacio- nes mentales, me vino a la memoria el taxista chileno que huia de los terremotos. Sus palabras habian sido: “;Sabe una cosa?: hace un rato tomé a un pasajero aqui. Viera qué hombre extrafio. Parecia el conde Dracula”. jEra Dumitru! En la escena del crimen. Al menos, en las cercanias de la casa donde vivia el infortunado Policastro. Dumitru se dirigié a Cayetana, ignorandome olimpi- camente. —gComo se siente usted? —jMaravillosamente bien, Mister Dumitru! —Por favor, Cayetana. Llameme Meison. —¢Su nombre de pila? No quisiera ser tan atrevida. —Se lo ruego. Sea atrevida. —jOh, ja ja! Qué atrevido, Meison. Alli estaban los dos, muy atrevidos. Cayetana también parecia haberse olvidado de mi. Era toda ojos y agitacién de manos y gestos, como una palo- ma que deseara llamar la atencion del palomo. jAqui estoy! iAqui estoy para usted, Mister Dumitru! Menos mal que no soy celoso, ni deseo llamar la atencién de nadie; pero con Un artista sobrenatural | 43 Cayetana estabamos teniendo una charla de lo mas gentil y de pronto parecia que yo me habia vuelto invisible. Claro, enseguida comenzaron a hablar de artistas, de pintura. Me senti fuera de lugar y decidi retirarme. Creo que no se dieron cuenta. Aproveché para mirar los cuadros, uno por uno. Eran ho- rripilantes. Me asombré comprobar lo bajo que habia caido el arte moderno y lo inmundo que era el arte de Dumitru. ‘Una porqueria. El hecho de ser estadounidense, de prove- nir de la remota Providence, seguramente le dio cabida en el Palacio de las Artes y, por lo visto, en el corazén de Ca- yetana. En sus cuadros habia canibales en accion. Un hom- bre de aspecto monstruoso y mirada maliciosamente dulce tomaba una luna apenas mas grande que su cabeza como si fuera una fruta, lo que le daba un tinte poético ala escena. Todo parecia tratarse de eso. De comer. Pero en algunos cuadros era mejor ni ver lo que se comia. Algunas personas emitian comentarios indignados. Otros guardaban silencio, indecisos. Yo solo soy esclavo de mis gustos. Aunque no haya hecho un curso de arte en mi vida, sé lo que esta bien y lo que esta mal y lo que me gusta y no. Los cuadros de Mason Dumitru pertenecian al reino del mal. Eran cuadros para provocar miedo, para intimidar. Las caras de los modelos, los cielos nocturnos, el antiguo ce- menterio erguido sobre la colina de un pueblo desconocido, las visceras de un animal muerto en la ruta, rodeado de ojos 44 | Franco Vaccarini amarillos y bocas abiertas que al parecer planeaban comer- lo, todo eso era técnicamente impecable. Tal vez era un ge- nio, pero incluso eso no era importante en su caso. Lo que habia de verdaderamente importante en los cuadros era el odio. Habia hombres en un corral y un ciclope gigantesco y sombrio eligiendo entre ellos al mas apetecible. Todo espanto ha sido visto ya por el hombre en el siglo xxi, Lo que antes era reservado, ahora esta en las redes so- ciales, en los diarios, que no pueden quedarse atras. Aun asi, sospecho que el mundo es menos cruel, que la huma- nidad es menos cruel que otrora. Soy optimista, creo en el bien. De a poco, la humanidad se dirige hacia la bondad. Fal- ta mucho, pero el bien es una fuerza imparable. Por eso estaba asombrado ante el nivel de maldad de la exposicion de Dumitru. Otro cuadro. Habia un grupo de nifos rodeados por lobos en un bosque... Fortunato Bonin se acercé y me dijo: —Este nivel de crueldad es solo comparable con aquella escena del Dracula de Bram Stoker. —éA qué escena se refiere? —A cuando el abogaducho Jonathan Harker, su incémo- do huésped, ingresa en un cuarto que el conde le ha pro- hibido expresamente y tiene un encuentro inquietante con tres vampiras. Son paginas de alto vuelo poético, cargadas de luna y de misterio. Las vampiras estan a punto de hin- carle los colmillos a Harker cuando llega Dracula, se enoja, pega cuatro gritos y pone orden en la sala. No quiere que Un artista sobrenatural | 45 toquen a ese hombre, que le resulta util para comprar pro- piedades, mejorar su inglés y preparar su futura incursion en Londres. Dracula tiene una bolsa en la mano, una bol- sa con algo que se remueve dentro, y que se queja, gime. “ZEso que traes ahi es para nosotras?”, dice una vampira. “Si, es para ustedes. Pero ya mismo se van de aca. Este hombre me pertenece”. Las mujeres desaparecen con la bolsa. Poco después, una mujer viene a reclamar por su hijito. Lo ve al pobre Harker asomado a una ventana y lo confunde con el conde, entonces le grita: “Monstruo, de- vuélveme a mi hijo". Enseguida se escucha la voz de Dra- cula, aspera, que llama a los lobos. Una manada rodea a la mujer, que ni siquiera grita. Una escena muy cruel. Del tipo de crueldad que le gus- taba a nuestro pintor. Con la diferencia de que el autor de Dracula escribié una larga novela donde aquel conde era a todas luces un vampiro que recibiria su castigo tarde o temprano. En las pinturas de Dumitru, la maldad se elevaba a otra categoria, se la ensalzaba. Los héroes eran los malos y los demas, comida. En estas cosas meditaba, cuando Cayetana, muy suelta de cuerpo, se acercé a mi: —jMeison quiere invitarnos a cenar! —élnvitarnos? —Por cierto, le conté quién eras y qué hacias y dijo que si hubiera sospechado que eras un detective, te habria invita- do con un trago. No es genial? 46 | Franco Vaccarini éQué podia haber de genial? ;Que habia empezado a tu- tearme? Cayetana estaba ciega por ese loco. Y yo, mal que me pese, no me perderia la oportunidad de conocer su casa. Un artista sobrenatural | 47 8 | Dali y los esparragos Le avisé por celular al comisario Calabresi de mis sospe- chas. A esa altura, me costaba creer que la muerte de Po- licastro hubiera sido un accidente fatal en su biblioteca. Me escuché mas bien incrédulo. —Averiguamos un par de datos: Policastro sufria del co- razon. Creo que tuvo un infarto masivo en el preciso mo- mento en que subié por la escalera para consultar un tomo de la enciclopedia. —Pero el taxista chileno... —El taxista chileno, nada. Averiguamos sobre él. Parece que decidié volver a Santiago. Por otro lado, el amigo Ma- son esta alojado en una mansion de Barrancas, muy cerca de donde vivia Policastro. —¢Y los gritos que alertaron a los vecinos? —Pudo ser que se veia caer de la escalera, o pudo ser que algo lo asusto. Aun asi, no se puede mandar preso a al- guien por “asustar”, Emilio. Calabresi no veia un movil. Y tenia toda la razon del mundo. Era una locura pensar que un pintor mataria a un critico. No por falta de ganas, seguramente, pero los crimenes de los artistas se llevana cabo en sus obras. Subliman. No lo digo yo, me lo de- cia Fortunato Bonin, uno de los Ultimos en irse de la exposici6n: Un artista sobrenatural | 49 —Mire a Dali, era un aparato. Ya mayor de edad, ingres6 en la Residencia de Estudiantes en Madrid, una especie de colegio universitario con alojamiento y comida. Sus compa- eros eran gente como Federico Garcia Lorca y Luis Bufuel, que lo adoptaron como si fuera la mascota de la clase. Dali era un inadaptado y hasta podia confundirse con alguien cuya inteligencia no habia despegado, digamos, de cierta edad. No sabia leer la hora en un reloj, no se atrevia a cru- zar solo la calle, no podia ejecutar actos tan triviales como sacar una entrada de teatro o comprar un kilo de arroz enel almacén; en fin, la vida cotidiana era agobio para él. Pero un dia sus amigos se dieron cuenta, al ver sus primeros cua- dros, de que habia talento, sentido del humor, que detras de esa apariencia se escondia toda una inteligencia. No pude evitar acordarme de la teoria de mi padre. A Dali le hubiera venido bien cultivar y desenterrar esparra- gos con sus huesudas manos. No dije nada y segui escu- chando a Fortunato: —Necesitaba vivir en una burbuja, pero era Dali. Si ese hombre no hubiera canalizado su energia creadora en el arte, quién sabe. El no comprendia a la sociedad, y la socie- dad no hubiera comprendido a alguien como él. Esas cosas no terminan bien. Podrian haberlo confundido con un loco y haberlo encerrado en un manicomio. O él se podria ha- ber enojado y decidido vivir al margen de todas las leyes. El arte es una burbuja que protege a criaturas extremadamen- te vulnerables. 50 | Franco Vaccarini Fortunato hablaba con pasion y yo lo escuchaba, aunque no estaba del todo de acuerdo. {Sensible era Dali y yo no? éNo abusa un artista de...? El adivind mis pensamientos y continué su sermé6n: —A pesar de las inequidades, el mundo moderno guarda admiraci6n para los artistas. Todavia se los ve como sacer- dotes paganos. Es mejor asi. Hay menos crimen en las ca- lles y mas crimenes en las galerias de arte, pero eso es otro tema. —Mas crimenes en las galerias? —Quiero decir: hay cada desastre y mucho mediocre dando vueltas. Pero incluso eso es mejor que la nada. El me- diocre, lo que no perdurara, la obra mala o menor, sera el magma, seran las hojas caidas que fertilizaran el suelo. De la cantidad surge la calidad. En suma, mi amigo, un hombre que es capaz de pintar una obra como esta no es un asesino. De algtin modo, ya asesind aqui. Fortunato me senalé una obra pintada con dos tonos do- minantes: el negro y el rojo. Se llamaba La cena del canibal y no creo que sea necesario describir el contenido del cuadro. —El arte es una bendicién para la sociedad. Tuve un escalofrio. Recordé que Mason Dumitru me ha- bia invitado a cenar. Un artista sobrenatural | 51 9 | Noticia sorpresa Tuve un suefo extrafo. Mas que extrafo, horroroso. Yo tenia una novia de la que estaba muy enamorado y, esa no- che, ibamos a salir juntos; pero hacia la tardecita me dijo que no podia. Le pregunté por qué. —Porque me voy al taller del pintor. Me propuso un proyecto. —Bueno, después de la propuesta vamos a cenar —le dije. —No, voy a cenar con él, vamos a comer arroz. —Es una propuesta de trabajo o es una propuesta de casamiento? —No seas posesivo, no me gusta. Si voy a su taller de no- che a cenar es, justamente, porque no me interesa como. hombre. —éY qué harias si te interesara como hombre? —Asi no, Pichu, no me gusta que seas celoso. Que me llamara Pichu me generé tanto odio que me des- perté; pero, incluso medio despierto, segui sofando para decirle todo lo que se merecia. Le dije a la mujer de la que me habia enamorado que se guardara mi amor en el bolsillo, o algo parecido. Enton- ces me fui del sueho-pesadilla y la mujer también se fue, y Un artista sobrenatural | 53 solo qued6 un desierto nocturno, el frio y mi sensacion de extraneza. Por la mafana, me desperto el telefono. Era Cayetana. La mujer del sueno. —gComo estas? gNo me digas que te desperté? —Para nada. —éSeguro? —Casi —emiti un bostezo que ella capto. —Ay, perdon. Es que yo soy madrugadora y no me aguanto la ansiedad. Quiero decirte que le segui un poco la corriente a Dumitru para ayudarte. —éAyudarme? ¢A mi? —Claro, tonto. Es obvio que le habias caido antipatico o que no le habias caido, bah. Ni te registr6. Me caés bien, me salvaste de un porrazo y sé que lo tenés en la mira, por eso te hice interesante a sus ojos, para que él quisiera ver- te. Por poco no le dije que eras James Bond, ja ja. Decime: “Gracias, bebé”. —éQuée? —No te rias. Agradeceme. Estoy esperando. —Gracias, bebé. Cayetana comenzo a reirse sin freno. Por un par de lar- gos minutos no pudo decir nada coherente. Enseguida me informo6 que la cena no tendria lugar en algin restauran- te de Las Cafitas 0 la Recoleta, sino en la casa de Mason Dumitru. 54 | Franco Vaccarini —Hace afios que viene a la Argentina en visitas privadas, solo porque descubrid6, segtn él, un ambito propicio para crear aqui. Te sorprenderas si te digo algo. —éQué cosa? —Mason Dumitru nunca tuvo que traer sus cuadros en avion, ni pagar costosos seguros. Toda la serie “Cazadores” la pinté en Buenos Aires. Un artista sobrenatural | 55 10 | gQuién es la cena? Seguin me dijo alguna vez un amigo, el idioma mas utili- zado en el mundo es “el inglés mal hablado”. Y yo agregaria “mal leido”, ya que los traductores de Internet son espan- tosos. A pesar de eso, me las arreglé para enterarme de la biografia del gran Mason Dumitru. El tipo habia sido una es- pecie de promesa en su juventud, pero poco a poco su es- trella se habia ido apagando. Su caracter irascible, su escasa tolerancia a las criticas, y en general su extravagancia lo ha- bian confinado durante un tiempo a la marginalidad y era considerado un lunatico por aquellos que todavia no lo ha- bian olvidado. Un director de cine ambienté algunas esce- nas con sus cuadros mas revulsivos y renacié cierto interés —por cierto que moderado— sobre su obra. En esa época, alguien lo compar6 con Goya. Vi algunos cuadros de Goya que hubiera preferido no ver, claro que no. El suefio de la razén produce monstruos es alarmante, pero Las resultas lo supera: es el espanto mismo. Como sea, la figura del pintor se revaloriz6 y, ya en su ma- durez, luego de afios de oscuridad, volvié a tener cierta fama y prestigio. Pero Dumitru decidié irse de su pais y es ahi don- de, para mi sorpresa, se menciona a Buenos Aires como su probable destino. En realidad, el propio Dumitru, en una Un artista sobrenatural | 57 entrevista en la que parecia gozar de un humor desacostum- brado —por lo alegre—, cuenta que habia comprado una vieja mansion en el barrio de Belgrano, en la capital sudamericana. Asi es como el artista de Providence se habia exiliado en nuestro pais. Me extrando que en las gacetillas que difundian la muestra en el Palacio de las Artes no hicieran menciéna la “argentinidad” de Dumitru. Pero eso era facil de explicar: sin duda, Dumitru gozaba con ser considerado un artista se- creto y habria puesto esa condicién. Cayetana me paso a buscar poco antes de las nueve de la noche, en un auto rojo. —éSabés una cosa, Emilio? Hace mucho que no tenia una cena tan interesante. —Todavia no la tuvimos. —Bueno, entonces te digo asi: hace mucho que no tenia la promesa de una cena tan interesante. ;Te pasa algo? —No, no me pasa nada. ¢Por qué? —Parecés chinchudo. Y, si. Estaba un poco “chinchudo”. Después de todo, ha- bia sofado que ella se habia ido a cenar con un pintor en su taller. Para comer arroz. Se nota que el ment no importa- ba mucho. Claro que habia atenuantes: eso habia ocurrido nun sueno, ella no era mi novia y yo no estaba enamorado. Punto. El amor a primera vista es un concepto tan romanti- co como equivocado. Cerca de las Barrancas de Belgrano, permanecen de pie bellas casonas antiguas, apretadas entre edificios de 58 | Franco Vaccarini departamentos. Me asombro la mansion que Cayetana me senald como nuestro destino. Yo habia pasado infinidad de veces frente a esa fachada de majestad inolvidable. Habia pensado que estaba deshabitada. Jamas vi una persiana abierta 0 una luz encendida. Dumitru nos recibid con un gesto amable, pero parco. Al parecer, no habia nadie que ayudara en la cocina ni servicio doméstico. El gran artista vivia solo en una casa... ¢c6mo de- cir? Llena de polvo, que olia a humedad y a, lamento decir- lo, excremento de rata. La planta baja estaba dominada por una sala cuyo Unico mobiliario eran un piano de cola y una mesita con un candelabro. En su esforzado castellano, Dumitru nos explicé que habia pagado una cifra “maravillosamente baja” por la propiedad. Y que le habia costado mucho encontrarla. Para él, era fundamental que tuviera un sdtano, ya que siempre trabajé sin luz del sol. Necesitaba la sombra, el silencio y otras cosas que no quiso especificar. Cayetana habia decidido escucharlo arrobada, como era de esperar. Me pregunté cual seria el ment de la cena, qué diablos se estaba cocinando en esta cita. Con Cayetana sentia el calor de una familiaridad espontanea. Pasa con las personas con las que nos entendemos demasiado rapido. Es un momen- to genial. A pesar de que vivimos en la era del entreteni- miento, todavia no hay espectaculo mas atractivo que ir descubriendo la personalidad de una amiga o de un ami- go nuevos. Un artista sobrenatural | 59 éY si Cayetana no era lo que yo pensaba? Después de todo, se habia desmayado de admiracion por un artista que vivia como un demente 0, con suerte, como un ermitano. ¢Y si estaba de acuerdo con Dumitru? ¢Y si era una vampira? Mucho Dracula habia en mi cabeza. Mucho arroz. Fuimos al taller, abajo. Muy abajo. Una escalera larga. Ha- bia unas pobres lamparas, una tela a medio pintar y un gran cuadro que ocupaba casi toda una pared. La tela se titula- ba Mas alld de las resultas, una clara referencia a Goya. Me ahorro la descripcién. Entonces Dumitru apoyo una mano en mi hombro. Con- fieso que casi doy un salto hacia atras, quedé impresiona- do por el sibito contacto. Con voz pausada, como si hubiera ensayado aquellas palabras para pronunciarlas con toda co- rreccién, me dijo: —Emilio, yo fui a visitar al senior Policastro el dia de su muerte. Me parece importante que usted lo sepa. 60 | Franco Vaccarini 11| La confesion Me quedé helado. gDumitru confesaba el asesinato del critico? Nada mas lejos que eso. ¢Confesaba haber estado en la escena del crimen? Algo asi. —Le toqué el timbre y me asomé por la ventana. Queria congraciarme con él, iba a regalarle unos bocetos. Yo sabia que éramos vecinos. Ese dia, mas temprano, sali a dar un Paseo y me cansé porque salgo poco, asi que tomé un taxi. El taxista era tan inutil que no sabia ni donde estaba para- do. Pasé por aqui, tomé los bocetos y caminé hasta la casa de Policastro. Como tenia un gran ventanal a la calle con la cortina descorrida, me asomé, le di unos golpecitos con los nudillos en el vidrio y levanté la mano con una sonrisa. Bue- no, no sé si se dio cuenta de que no soy un experto en son- risas. Hice lo que pude; en todo caso, fue un gesto amistoso. Policastro estaba subido a una escalera, para alcanzar un li- bro. Cuando me vio comenzo a gritar como loco. Compren- di que no era bien recibido y me fui. La verdad es que no sé qué paso después. —Paso que se murié. Corazon débil —dije. Cayetana no paraba de lanzar exclamaciones. Dumitru agrego: Un artista sobrenatural | 61 —Mire, che. Yo me diverti mucho con Policastro. En primer lugar le decia cuervou. Le aseguro que ya aprendi el lunfardo portenho. Puedo hablar bien, a ve- ces me hago el que hablo mal, nomas. Mire, che. Si le puedo cantar tangou: Adiés, muchachos, compafieros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos. Me toca a mi hoy emprender la retirada, debo alejarme de mi buena muchachada. Cayetana solo atin6 a decir: —Maestro, qué bien entona. Y yo tenia ganas de... de no sé qué. éQué podia re- procharle? Sobre todo por lo que yo mismo dije a continuacién: —Usted hace todo genial. Es un pintor genial. Es un cantor genial. Comencé a sentirme mareado. El sotano era un lu- gar agradable para una rata, para un pichiciego, para un topo. Hacia un frio de heladera en aquella estan- cia jamas tocada por un rayo de sol. Los ojos de Mason Dumitru eran demasiado penetrantes. —Hablo bien el argentino, le aseguro. Llevo muchos afios como vecino de Belgrano. Ahora voy a contarle quién soy. gUsted quiere saber todo? ¢Esta preparado? 62 | Franco Vaccarini 12 | La segunda confesion Dumitru entré en una especie de estado alterado. Los ojos se le inyectaron en sangre, y durante el resto de la charla agitaria los brazos cada tanto como si algo en el aire lo perturbara, como si un titiritero lo obligara a moverse mediante hilos que las penumbras ocultaban. —Yo podria decirle que todo el espanto de mi vida cabe en una bolsa muy pequefia. De pronto, el poderoso artista parecia desinflarse, co- brar la voz de una victima, humanizarse. Ser un hombre. Un pobre hombre. Cayetana me pregunté si me sentia bien. —Nunca estuve mejor —dije, como si dijera: “me muero y no te molesto mas’, y elevé la voz para preguntarle a Du- mitru—: gDe qué esta hablando? {Qué es lo que cabe en una bolsa tan pequefia? —El espanto mismo, Emilio. Un canibal bonsai. Al frio y al mareo se les unia ahora el simple miedo a la locura. Mason Dumitru nos habia invitado a comer y el pan era su locura. —éY dénde vamos a comer? Perdon, no... Qué es un humano bonsai? —Bonsai es una palabra japonesa cuya traduccion aproxi- mada seria “naturaleza en bandeja”, o “cultivar en bandeja”. Un artista sobrenatural | 63 Usted tan preocupado por la cena, mire, y yo hablando de bandejas. El arte del bonsai consiste en mantener reduci- do el tamano de los arboles mediante técnicas tortuosas como el pinzado, la poda, el trasplante, el uso de alambres. Si esos arboles pudieran moverse y hablar, tendrian un ca- racter horrible. Cayetana se habia aferrado a mi antebrazo y yo al Espi- ritu Santo. En pocos minutos Dumitru habia cantado tango, habia estado de buen humor, habia confesado ser el autor del susto que llevé de gira al otro mundo a Damian Policas- tro, y de pronto parecia fuera de control. Mis dientes, ay, chocaban unos con otros, como si estu- viera desnudo en el Artico. Dumitru continué: —El sefior Policastro me hizo la pregunta molesta, la que nunca soporté. De donde sacaba yo los modelos para mis cuadros. Esa pregunta es un fastidio... ;Acaso es necesario pintar con modelos? Pero, bueno, ya que estaba tan curioso, le envié un modelo a su casa. Hace un rato le menti. Lo que le dije antes fue una versi6n “cuento de hadas”. Yo no fui ala casa. Fue mi modelo. Senti que el aire del sotano estaba cargado de oscuridad envenenada. Cayetana seguia inmovil, junto a mi. Dumitru continud hablando: —No exactamente a su casa, sino al ventanal de su casa. Mi modelo le habra golpeado el vidrio para anunciarse. Poli- castro, que estaria subido a la escalera, lo habra visto, lo ha- bra reconocido y murié de susto. Es asi. Soy culpable y no 64 | Franco Vaccarini soy culpable. Solo deseaba darle una leccion. A lo largo de mi carrera no quise ser otra cosa que un artista en retiro perpetuo. Busqué hacer esta exposici6n en el Palacio de las Artes porque siento que mi partida se aproxima. Debo irme, Emilio. Yo no maté a nadie. Yo soy un artista excéntrico, se- gtn el canon imperante. Mis modelos, los pequefios caniba- les de narices chata estan aqui en este momento. De muy chico me eligieron como su guia en el mundo “de arriba”, porque ellos se alojan en los tuineles, viven debajo del mun- do. Comen cosas vivas. Soy su amo, pero también su escla- vo. Me ensefaron sus gustos. Oh, amigo, la miel no es tan dulce como la sangre, le aseguro. Pero hago un esfuerzo por seguir siendo un hombre como usted. En estas viejas man- siones con sdtanos, en Providence, en Buenos Aires 0 en Madrid, mi amigo, estas criaturas se hacen fuertes. Cuando eligen un anfitrion, ya no lo dejan. Me pueden hipnotizar a voluntad. Tienen una extrafia fuerza en sus mentes. Yo mis- mo puedo hipnotizar, lo aprendi, claro que no podria hipno- tizarlos a ellos. No son muchos. Son tres. No se diferencian de nosotros, salvo por su pequefiez y su total falta de sen- timientos. Por fortuna, los gigantes canibales se extinguie- ron, como se extinguieron los dinosaurios, los grandes herbivoros, los mastodontes... Las especies mas exitosas son las mas pequefias, mire a las hormigas... Las leyendas de gigantes canibales estan en todos los pueblos del mun- do... Ahora solo quedan estos seres pequefios... los que yo pinto, en un inutil gesto. Quiero alertar, avisar, sin que me Un artista sobrenatural | 65 tomen por loco. Pero nada logro. Y, ademas, igual me toman por loco. Por suerte, al menos no me internan. Y con los cuadros que vendi, mas alguna herencia, pude ocultarme en este pais austral. Ocultarme de la gente, de los criticos y de ellos. Pero me siguieron hasta aqui, por supuesto. Viajana gran velocidad por tuneles a través de todo el planeta. Y me detectan, esté donde esté. De algin modo, estoy radarizado por sus mentes. No sé como. Por eso me molest6 que Po- licastro me preguntara por mis modelos. Le mandé uno. Y quedo frito. Que se embrome. Quise hacer mi Ultima expo- sicién, porque es la sefial que dejo antes de irme, el aviso: cuidado con los pequefios canibales. Miré hacia arriba: habia unas vigas de madera que cru- zaban el sétano de pared a pared. Entre el techo y las vi- gas quedaba un espacio de unos treinta centimetros. Vi que algo se movia alli y no tenia el aspecto de una rata. —Las casas como esta no han sido construidas porque si. Aca hay un sotano y tuneles. Poca gente puede soportar la existencia de estos huéspedes. Le aconsejaria que ahora nos retiremos. Solo al principio son timidos. Luego, su ins- tinto los domina. Les encanta comer seres vivos. Esa es mi mision. Conseguirles comida, cada tanto. Cayetana me dijo: —Yo me voy —y, enseguida—: Vamos, vamos, vamos. —Entonces gritd. Dijo que algo le tiraba del pantalon. Dumi- tru se habia quedado quieto, mirando hacia el suelo. Senti un sonido extraho, que recordaba al timbre de una voz humana. 66 | Franco Vaccarini Tardé mucho en comprender que estabamos en peligro real, que no era un juego ni una fantasia extravagante. Por un instante, una criatura paso frente a la débil lampa- ra y pude ver que sus rasgos eran los del canibal que habia inspirado el cuadro de Dumitru que ocupaba la pared. Entonces Dumitru grit6, con una ferocidad inaudita, pala- bras que no provenian del inglés, cortantes, secas, como si fuera un adiestrador de fieras. Hubo pequefos murmullos en diferentes rincones y enseguida sobrevino el silencio. Dumitru entonces habl6 para nosotros, como haciéndonos el favor de traducirnos lo que habia dicho: —jComo se atreven a tocar a estas visitas! Ni ella ni él les pertenecen. jHUndanse en sus tneles a comer ratas! Admito que me hubiera quedado un rato mas, ante se- mejante prueba de hospitalidad. Tal vez porque mi educa- cién no ha sido del todo refinada, decidi irme. Cayetana, que sin duda si tenia una educaci6n refinada, accedié a acompa- farme hacia la puerta de salida. Y lo hicimos con tanto en- tusiasmo que no llegamos a despedirnos de nuestro amable anfitrion. Un artista sobrenatural | 67 13 | Un amor sin memoria Si bien yo estaba muy afectado por lo que habia visto, Cayetana me superaba. Se habia entregado a un éxtasis de horror. Tardamos en reponernos y no nos atrevimos a ha- cer otra cosa que entrar en un bar y pedir un café, yo, y un trago fuerte, ella. —Para subir la presién —dijo. Mas tranquila, reconocié que al fin le habia pasado algo. Que podria contarles una gran aventura a sus amigas. Ha- blamos hasta que salié el sol. Recién entonces cada uno se fue a su casa, a dormir. Dos dias después, volvié a llamarme el comisario Cala- bresi. Me dijo que iban a allanar la casona de Dumitru por- que la camara de seguridad de un edificio lo habia captado moviéndose a pocos metros del domicilio de Damian Poli- castro la noche de su muerte. Que tal vez yo tenia razon. Que tal vez no habia sido un accidente. —Murié de susto, yo no tenia razon —aclaré. Calabresi me dijo que yo decia cualquier cosa con tal de llevar “la contrari: Lo cierto es que lo de la camara me confundio mas. De acuerdo a la primera confesion de Dumitru, él habia gol- peado el vidrio de la ventana del critico. La camara de Un artista sobrenatural | 69 seguridad confirmaba sus dichos. ¢Y en qué lugar debia po- ner, entonces, lo que dijo en la segunda confesion? En los hechos, en ambas versiones, Policastro habia muerto de un susto, debido a su corazon debilitado. ¢Podia decirle a Calabresi que un diminuto canibal se paseaba por una viga del sotano de Dumitru? ¢Que el mismo ser repug- nante, u otro, habia tocado el pantalon de Cayetana? ¢Que Dumitru les dio ordenes en un idioma indescifrable? ;Que eran tres los pequefios canibales? No, no podia. Calabresi me contaria, mas tarde, lo que ocurrié en el allanamiento. Dumitru, el hombre secreto, no estaba y tuvieron que derribar la puerta a patadas. Revisaron cada pared, los sue- los, los techos, el sotano, algunos tuneles que, segtin Cala- bresi, no conducian mas que a ninguna parte. En concreto, nunca existié una acusaci6n formal con- tra Mason Dumitru. No se encontré una sola prueba que lo vinculara a la desgraciada muerte del critico Damian Po- licastro, El caso quedo cerrado y la desaparicién del ar- tista caus6 cierto revuelo en el submundo de artistas, marchands, coleccionistas... Nadie, sin embargo, compré un cuadro de Dumitru. Daniel Flottin, al que encontré por casualidad en otra tar- de Iluviosa, en pleno centro de la ciudad, me dijo que el tipo era de veras un chiflado y que sus cuadros no servian para adornar el living de nadie. gQuién pondria una tumba en su jardin? Para eso estan los cementerios, dijo. Y me parecié 70 | Franco Vaccarini correcto: los cuadros de Dumitru eran para una feria del horror, y eran en si un sinsentido. No buscaban mejorar el mundo, y si el arte no sirve para mejorar el mundo, no sir- ve para nada. —Sin embargo, hay que admitir que tenia su estilo —dijo, de pronto, poniéndose muy serio. —Ya lo creo. Un estilo tenebroso —dije. —Me refiero a otra cosa. Poco después de que se toma- ra las de Villadiego, llegé una caja al Palacio de las Artes. No tenia direcci6n, pero si el nombre del remitente: Mason Du- mitru. Adentro habia tres titeres de un realismo pasmoso. Parecian vivos. Una nota escrita de pufio y letra por el pin- tor decia que esos “modelos” eran una demorada respuesta para el infortunado Damian Policastro. No sabe lo contento que se puso Fortunato Bonin. Consideré el envio de los tite- res como un acto reparador, aunque tardio. Mas que asombrado pregunté: —éTiteres? ZY eraniguales a las figuras de los cuadros? —Eran, si, absolutamente similares. Los modelos de Du- mitru eran titeres muy realistas. Un detalle muy interesan- te, gverdad? ¢Por qué pone esa cara, Alterno? jEh! gAdonde va? ¢Se va? Bueno, que le garde finito... Me fui, por supuesto. Solo una persona podia compren- der lo que yo sentia en ese momento: Cayetana. Dumitru me habia enganado con unos titeres mientras me hablaba de canibales minimalistas y todo eso. {La segunda confe- sion habia resultado una gran broma? Un artista sobrenatural | 71 Dumitru no parecia albergar sentimientos, aunque por momentos en su sotano percibi en él cierta angustia. Dijo que debia partir. Pensé que hablaba como un hombre que siente proximo el fin de su vida. Pero quién sabe. éHacia donde partio? Yo no sé. Pero ahora tenia un hermoso pretexto para compartir una cena verdadera con Cayetana Kleim y contar- le las novedades. Una mujer como ella adora las novedades. Y eso bastaba, por ahora, para tener un buen d 72 | Franco Vaccarini Todo el mundo cae Uno Cuando quise renovar mi contrato de alquiler sobre la avenida Triunvirato, en Villa Urquiza, el duefio preten- dié aumentarlo muy por encima de la inflacién. Me senti tan molesto que de inmediato empecé a hacer circular la noticia de que necesitaba un nuevo lugar para vivir. Se lo comenté a gente variada: amigos, periodistas, policias y, también, a algunos contactos que tenia en el mundo de la delincuencia. Gente que estaba sentada entre dos sillas, que era amiga de recibir favores y regalos. A cambio de dar alguna infor- maci6n sensible. Gente que camina sobre una vara muy delgada y casi nunca cae. Gente como Tito Berzotti, un hombre de aspecto angeli- cal, pecoso y palido, que me dijo: —éMe viste cara de qué, ahora? ¢Cara de que tengo pro- piedades para alquilar? ¢Por qué no vas a una inmobiliaria? —Vamos, Tito, les huyo como la peste. Piden dos meses de garantia, mas dos meses de adelanto, mas dos meses de comisi6n. Son ladrones. —gLadrones como nosotros, querés decir? —Yo no soy precisamente un ladrén. Un artista sobrenatural | 75 —Y yo si, pero no importa, me reformé. Mantengo mis cualidades de ladron, pero para hacer el bien y atraparlos. —Hummm... —Dudas, no me importa. {Qué querés, entonces? —Duerio directo, sin letra chica, sin tramoyas. Soy el me- jor inquilino del mundo. —éY por qué? —Porque pago el alquiler todos los principios de mes. —Buena respuesta. Veré si te consigo algo. Y no te voy a cobrar una comisién de dos meses, pero nada es gratis, mi amigo. —No quiero nada gratis, pero ando flojo de efectivo. De hecho, en mi Ultimo caso no cobré un peso, ya te habras enterado. —No lo sé. Tan famoso te creés? £0 sos el centro del mundo? Tito se hacia el modesto, pero estaba enterado de todo; conocia el ambiente de la policia y los investigadores priva- dos como nadie. Me guifé un ojo y me dijo: —éTe referis al caso del tonico de la memoria? ¢Cémo era que se llamaba? Uy, me olvi Y empez6 a reirse a carcajadas. El caso del tonico trucho Memoretodo, del laborato- rio Funes, me dejé en la ruina. Todo empezé por el abuelo de una ex clienta: Debora. Débora Dora. Débora Dora Fere- trus, siempre me inquieta decir su nombre completo. Débo- ra tuvo un problema con su abuelo, que tomé Memoretodo 76 | Franco Vaccarini con la esperanza de vigorizar su debilitada memoria, pero ocurrié lo inverso: se olvidé de lo poco que recordaba. Asi empecé una investigacion que derivo en el segui- miento de una banda que contrabandeaba medicamentos truchos, por los que se ofrecia una recompensa millonaria. Pero, si bien gracias a mi investigacion sus productos de- jaron de comercializarse, los responsables de Funes nunca fueron encontrados. Huyeron. Por lo tanto, jamas cobré la recompensa. Débora Dora, mas amiga que clienta, me pago poco mas que algunos viaticos, y tenia su logica: yo habia tomado el caso por mi interés en la recompensa que ofre- cia la justicia. Tito me llamo al dia siguiente, con voz apenas agitada: —Edificio a estrenar, solo cinco pisos, en Belgrano R. Mu- chos departamentos todavia estan vacios, fueron compra- dos por inversores que no tienen apuro en ocuparlos con inquilinos. El alquiler no es lo mas barato del mercado, pero solo tenés que pagar un mes por adelantado, Una ganga, papi. Qué mas querés. Me debés una. —La verdad, te lo agradezco. —No. Me debes una, dije. Una comisién. —De acuerdo. Y vos me debés unas cuantas. Pero, igual, prometo resarcirte. —No esperaba menos de Emilio Alterno. El departamen- to tiene un solo problema. El edificio se hizo sobre un ce- menterio de gliptodontes y dicen que esta maldito. —gUn cementerio de gliptodontes en pleno Belgrano R? Un artista sobrenatural | 77 —Si, querido. Una inundaci6n los arrastré y los amonto- nd, cuando Belgrano R no existia, hace unos diez mil anos, ponele. Pero no pasa nada. No creeras en brujerias. Me rei. Tito podia ser gracioso cuando se le antojaba. 78 | Franco Vaccarini Dos El alquiler tal vez estaba un poco por encima de mis po- sibilidades, pero las expensas eran bajisimas, las paredes eran blancas, la luz entraba a raudales por las ventanas, no tuve que pagar depdsito, todo estaba nuevo: el bario, la co- cina, impecables. Aunque mi situacién econémica era precaria, me habia acostumbrado y sabia moverme en el mar de la escasez. Cada tanto, un buen trabajo me permitia poner las cuentas al dia, incluyendo mis siete tarjetas de crédito, herramien- ta fundamental para un monotributista sin goce de suel- do fijo. Y asi empez6 todo. A los pocos dias estaba firmando el contrato con el dueno, el senor Torvacorvo, un hombre gi- boso, de mirada patibularia, que era el dueno de varios de- partamentos en el edificio y el Unico que los alquilaba. Al parecer, el resto pertenecia a propietarios ansiosos por re- venderlos y sacar una diferencia importante a favor, segtin palabras del propio Torvacorvo, que no avalaba esa politica: —El propietario de Buenos Aires es, con sus matices, un angurriento. Esta el angurriento avido, que quiere toda la plata posible ya; y el angurriento estratégico, que prefie- re pensar y tener todo parado antes de tomar una decision. Un artista sobrenatural | 79 Desde ya, ambos tipos de angurrientos se delectan con el pecado capital de avaricia. Yo, por mi parte, mantengo una tercera posicion: tengo bienes para vivir tranquilo, con la esperanza de que nunca necesitaré venderlos para sobre- llevar alguna carga imprevista. Yo no objetaba a nadie. A mi lo que me importaba era que habia evitado onerosas comisiones y gastos; y me en- contraba feliz de la vida, habitando un tres ambientes sobre la calle Sucre, en el barrio de Belgrano. Las mudanzas le hacen a uno olvidar las cosas, por ejem- plo, comer. Observé, en el espejo del ascensor, que estaba palido y flaco. La cara huesuda, el pelo opaco, perdido el bri- Ilo, deslustrado, mal afeitado, algo desolado, pero muy es- peranzado. El saco negro tenia hombreras y me hacia mas fortachon de lo que era. A mis treinta y tres afios, gen qué tenia esperanzas? En no perder las esperanzas. La esperan- za es la felicidad por un tiempo que no existe, pero que lle- gara. La edad dorada de nuestra vida. Algo que sucedera de un momento a otro. Un angel que baja y nos envuelve con los colores del cielo. Entretanto, tenia un rayo de sol en la cara. Y esperanza. Pensé en bajar a comprar algo para comer, pero el sol daba sobre el sofa del living y ya habia metido todas mis va- lijas en el departamento. Faltaba acomodar la ropa y las co- sas del bafo, pero podia regalarme ese minuto inolvidable, que es como volver a ser chico y dejarse adormilar en la luz. El hambre podia esperar. 80 | Franco Vaccarini Si llegaba algun cliente a la oficina, también deberia es- perar o buscar otro investigador. Habia dejado un cartelito de “cerrado por vacaciones”. Las mudanzas generan estrés, como pelearse con la no- via, 0 el instante de la muerte. Pero la muerte es un estrés momentaneo, que enseguida desaparece. éPero qué sabemos de la muerte? Salvo que nosotros, los de entonces, ya no seremos los mismos. Neruda tam- poco es el mismo ahora que el que fue a mis quince anos, pero tal vez su poema 20 siga siendo el mismo... 0 me diga lo mismo que me dijo entonces, cuando yo no era el mis- mo. Supe leer poesia, en otros tiempos, pero ahora solo leo los diarios, los folletos de los negocios, los carteles de pu- blicidad, los subtitulos de las peliculas y los informes que puedan depararme datos sobre estafadores, corruptos y criminales, gente que no me quiere demasiado aunque, sin embargo, permite que me gane la vida. Me arrojé sobre el sofa tras descalzarme. Bostecé y me disponia a una dulce duermevela cuando golpearon la puerta. —Soy Hugo, el encargado del edificio. Un artista sobrenatural | 81 Tres Abri la puerta y me encontré con Hugo. Un hombre de mediana edad, atlético, de rostro oscuro, que antes de saludarme me dijo: —Tiene un agujero. —éUn cafio roto? —No, la media. En el dedo gordo. Miré mi dedo y estaba todo bien: la media sana, nueva. Me senti avergonzado: no esta bien atender a la gente des- calzo. El hombre se rio. —Disculpe, suelo hacer esta broma. Todo el mundo cae. Conque me las tenia que ver con un portero bromista. Sonrei automaticamente: —No, todo bien. —éEs verdad que usted es investigador? —Eso dicen. —Ah... Y digame... gcOmo es? —eComo es qué? —éEs como en las peliculas? —Nada es como es en las peliculas. —éNo? —No. Por eso son peliculas. Después de las peliculas hay otra cosa, que se llama vida real. Y yo trabajo ahi. A pleno. Un artista sobrenatural | 83 —Emilio Alterno. Lo googleé, disculpeme. Es bastante conocido. —Depende. —éDe qué depende? —De la dependencia que tenga usted de los famosos. {A usted le parece que soy famoso? gQue tengo un club de fans? —No, quiero dec los medios periodisticos. —Hugo, casualmente estaba por dormir una sie... —Disculpe, Emilio. Voy al grano. No vine por la broma ni por ser un cholulo. Vine por otra cosa. Por algo que vi. Algo muy raro que vi. su trabajo a veces se hizo visible en Ahora, el hombre no me quitaba los ojos de encima. Pa- recia aferrarse a algo. A alguien. A mi. —Estoy de vacaciones —me excusé. —Permitame que se lo cuente. Solo un minuto. —Se puede escuchar incluso en vacaciones, pero le ad- vierto: que lo escuche no me compromete a nada. Yo no tra- bajo de vigilar maridos infieles, por ejemplo. —Ojala fuera eso. Y yo no tengo ningtin marido. Ni siquie- ra tengo esposa. A pesar del chiste, la cara de Hugo demostro qué era lo que lo habia movilizado hacia mi puerta: el miedo. Estaba tan asustado que al intentar explicarme, la lengua se le tra- bé, empezo a toser, como si se hubiera tragado una espina de pescado. Finalmente, logré decirme un par de palabras: 84 | Franco Vaccarini —Mire, anoche paso algo... Un hombre cayo desde la te- rraza al vacio, —eCcomo? —Subi, como todas las tardes, a verificar que la puerta que da a la terraza estuviera con la llave puesta. Los vecinos vana tender ropa oa tomar sol y no siempre cumplen con el pedi- do de mantenerla con llave. Detras de las paredes que sostie- nen el tanque de agua escuché un ruido, asi que fui a ver. Me detuve sin que me vieran, cuando adverti que eran dos per- sonas que discutian. Protegido por la pared, vi a un hombre alto, con sobretodo gris, de espaldas, con las manos en los bolsillos y a Valeria. La reconoci por la voz. Es una vecina que también es nueva, aunque no tanto como usted. Lleva casi un mes en el edificio. Tal vez ese hombre era su pareja. El asun- to es que antes de que yo pudiera pestanear, ella lanz6 un grito y lo empujé con las dos manos. El hombre golpeé con- tra la reja, que le llegaba hasta la cintura, y luego se doblé y cayo al vacio. gEntiende lo que le digo? Vi un crimen. Un ase- sinato. Valeria empujo a ese hombre y él cay6. Aterrado, no me escondi, simplemente volvi a entrar y llamé a la policia. Hugo tenia el pelo negro, corto, y acababa de confesar ante mi que habia sido testigo de un crimen. Habia hecho lo correcto: llamar a la policia. —éValeria lo vio? —No, ella nunca se enteré de mi presencia. Estaba de es- paldas, aunque le vi claramente el perfil; a su victima, en cambio, nunca le vi la cara. Un artista sobrenatural | 85 —éLa policia identificd el cuerpo? —Bueno, ese es el detalle. —éQué detalle? —El cuerpo nunca aparecié. Fue como si me hubieran dado un mazazo de lucidez. Hugo era bromista, indiscreto y mitémano. —Usted tampoco me cree. Como la policia. Lo Gnico que hizo la policia fue ponerme en evidencia ante Valeria, que se enterd de que la denuncié. Ahora me odia. Como si yo no supiera. —Como si no supiera qué. —Que ella es una asesina. Que maté a un hombre. —Eh... No sabia como seguir la conversacion, desvié los ojos, él se dio cuenta, y se enojd. —El tiempo me dara la razon. Yo vi como Valeria maté a un hombre. No sé por qué desaparecié el cuerpo, no me lo puedo explicar, pero si sé que no estoy loco ni alucino, sefor Alterno. Vi como los ojos se le humedecian. Decidid irse, luego de cerrar la puerta con una brusquedad contenida. Era un comienzo horrible con el encargado. Casi como empezar un matrimonio a los portazos. Faltaba un sillon para el cuarto que haria las veces de es- critorio, Ya sea en la oficina o en mi casa, me gustaba tener “el sillon de pensar”. Alli deberia cavilar sobre mi futuro, aunque si algo apren- di con los afos es que el futuro resulta ser siempre una 86 | Franco Vaccarini continuidad del presente, es decir: no es un espacio magico del tiempo que nos espera con perfumes, cascabeles, tor- tas de vainilla recién horneadas, amores nuevos, una cuen- ta bancaria llena de pesos; no. Ese futuro pertenece al reino de lo imaginario; el futuro que llega de la mano del presente es igual que el presente, pero un poco mas adelante. El pensamiento no dejaba de ser decepcionante, pero te- nia la virtud de su realismo salvaje. ¢Y qué tenia yo para de- cir de mi presente? Que no me conformaba, eso era obvio. Que debia llevar a cabo acciones que me condujeran a otro tipo de futuro. Cuando estuve en la vereda, no pude evitar mirar arriba; y pensar en el “crimen” que habia visto Hugo. Era un edificio angosto, de unos quince pisos. No habia for- ma de que el cuerpo no cayera al piso; incluso si la victi- ma se hubiera agarrado de las barandas de un balcon, el hombre tendria que haber caido en el departamento de un vecino, con todo lo que eso implicaba. La policia habria re- gistrado cada piso. No habia solucion 0, mejor dicho: no ha- bia ningun caso. Pensar en el asunto era perder el tiempo, pero... gpor qué me costaba tanto no hacerlo? Tenia que admitirlo: era por la sinceridad que habia visto en el rostro de Hugo. Una sinceridad tehida de desesperacion. De pronto tenia ganas de irme de vacaciones a un lugar remoto, para estar con el sol en la cara, disfrutando la eter- nidad de un dia ocioso, sin pensamiento alguno, sin otra Preocupaci6n que no fuera respirar. Los dias que me habia Un artista sobrenatural | 87 tomado me estaban dando una idea falsa de mi propia vida. Me sentia un hombre disponible: ahora queria tomarme va- caciones, pronto iba a pretender quién sabe qué, 0 si: es- tar contento, ser feliz. Asi se empieza, uno le va tomando el gusto a lo bueno. Y la verdad es que mi departamento me gustaba, lo mismo que el barrio. Habia sido muy senci- Ilo conseguirlo, el duefio estuvo de acuerdo de inmediato en que yo fuera su inquilino; al parecer, los investigadores pri- vados le despertaban confianza. Solo me faltaba conseguir un sillon. 88 | Franco Vaccarini Cuatro Por la tarde, el sol fue neutralizado por un ejército de nu- bes. Sali ala calle para ir hasta el Mercado de Pulgas, don- de tras muchas wueltas y regateos consegui un sillén usado. Al salir de alli, llevando a los trompicones el mueble has- ta la vereda, una mujer aparecié de improviso sobre mi ca- mino y la choqué. Se quejé de un dolor en la pierna donde supuestamente mi sillon habia hecho contacto. Era una linda mujer, con pantalones tipo chupines, de color rojo. Turbado, le pedi disculpas. —Las acepto, pero mire por donde camina. —Es que no la vi venir, le vuelvo a pedir disculpas. —Ahora que lo miro, me parece conocerlo de algun lado. —A cuantos les dira lo mismo —le respondi. Lo dije de forma automatica, como para abrirme paso y dar por terminada la conversaci6n. Me sentia incémodo, cansado por el esfuerzo de llevar el maldito sill6n y con la mala suerte de chocar a una mujer. —Se lo digo a usted y a nadie mas. Hasta luego —dijo. Me tomé un taxi lo suficientemente grande como para que el sillon entrara. El chofer resoplo un poco, pero acep- to. No sin dificultad, logramos colocar la flamante adquisi- cién en la parte trasera. Cuando estaba cerrando la puerta, Un artista sobrenatural | 89 comprobé que la mujer de chupines rojos me seguia obser- vando y, a decir verdad, a mi también me resultaba conoci- da. Escarbé en mi memoria, pero no encontré nada. gDonde la habia visto? El auto arranco y el sonido del motor se confundié con un trueno que provocé el susto de muchos transetntes. Un viento feroz gemia como un ejército de locos y la oscuridad gano las calles. —Es un ciclén que viene del Uruguay —dijo el chofer, que escuchaba la radio. Viniera de donde viniera, la ventolina transformaba el Paisaje tranquilo de las calles. Hojas, papeles, bolsas de plastico, todo volaba. El parabrisas era azotado por particu- las de diferentes tamafos: arena de una obra en construc- cion, polvo, piedritas. El taxista empezo a soltar improperios en voz alta. —No voy a poder seguir, sefior —dijo un par de veces. Lo enti como una amenaza, un abandono de persona. Donde iba a guarecerme, en la vereda y con un sillén. —Tiene que seguir —dije. —éQuée? —jQue tiene que seguir! —éY usted me va a pagar a mi los gastos? En realidad, el hombre estaba preocupado por la po- sibilidad de que un proyectil cualquiera, transportado por el viento, rompiera su parabrisas; y yo estaba preocupado por no quedar a la deriva. Queria llegar al departamento y 90 | Franco Vaccarini observar la tormenta por la ventana, sentado en mi sillon de pensar. éComo no me habia dado cuenta antes de que se ve- nia semejante tormenta? Estaba demasiado aislado en mi mudanza, en mis cosas, y no percibia el clima, la realidad exterior... En eso estabamos cuando el mundo estalld. Algo cayo sobre un arbol, y produjo un estrépito que incluso desde el auto y con el desastre de la tormenta pude escuchar. —jSe mato! —eQué? —jAlguien cayo... en el arbol, adelante, ahi! El chofer avanz6 unos metros mas, como protegiéndose de cosas que siguieran cayendo del cielo, y luego frend. Yo bajé para ver. Sobre el cantero, alrededor del tronco, habia infinidad de hojas, ramas y ramitas quebradas. También me parecid que caian unas gotas de sangre. —Aay... El hombre estaba todavia vivo, entre las ramas. Se que- jaba como un coro de almas en pena en el infierno. Llamé a emergencias de inmediato. Al parecer, una rama peque- fia se le habia incrustado en la espalda. Cuando Ilegaron los camilleros y el médico, tras diez horrorosos minutos, lo ba- jaron con una escalera, lo inmovilizaron en una camilla, le pusieron un cuello ortopédico y lo invitaron a darme las gracias. Al fin y al cabo, habian actuado rapido gracias a mi Un artista sobrenatural | 91

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