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{DICE kn cubis Ted Seroe Fotografia del pen de febrero de 166 a isn ipa, Bice peg nbn ll lv ee Los sueiios y la historia El suefo y lo sagrado 69 El espacio onirico 19 Sueiio y tiempo 189 CCualguie forms de teprodccién, dstribucia, comunicacién pabliss 1 sransformacién de esa obra slo puede ser reaizada con la Shela y smueste sutorizacin de sus titles, salvo excep prevsta por la ley ce Dissase a cenno (Centra Espaol de Derechos Reprogrlicos, Bibliografia 309 slgin fragmento de esta obe. indice de ilustraciones Seguadda edicién corregida 8 Tados los derechos reservados. indice onoméstico | 37 © Jacobo Siruela, 2010 (© EDICIONES ATALANTA, 8. L Mas Pou. Vilair 17483. Girona. Espata 5805 Fax: 972 79 5834 atalantaweb.com ‘Telefono: 97 ISBN 9 Depésito Legal B-9 884-2011 778453 A Inka, por todos los suefios que he eseuchado de sus labios. Y a mi padre in memoriam El mundo bajo los parpados ‘Toda nuestra historia es nieamente lade los hombres des” | piertos; nadie hasta ahora ha pensado en wna historia de los | \ G.C. Lichtenberg, Cuaderno K, 86 hombres que duermen. Los suefios y la Sonar participa de la historia. ‘Walter Benjamin, Obras IL/ 2 La historia de los suefios nunca ha sido escrita. Nadie hasta el momento ha emprendido una tarea tan inabarca- ble, tan insdlita y, en cierta manera, tan insondable. Esta idea puede resultar a primera vista extraia, incluso ab- surda, y sin embargo la conciencia de la historicidad del suefio no es una hipétesis nueva ni aislada ya que grandes fildsofos y ensayistas se han sentido intrigados por ella. George Steiner, por ejemplo, asume intelectualmente en 5. un articulo -recogido en Pasién intacta (1997)- que los suefios «se convierten en materia de la historia», y enu- mera varios casos que fueron tratados en su momento como sucesos hist6ricos dignos de todo crédito: los suefios biblicos, los suefios de las Vidas paralelas de Plutarco, los, suefios archivados con celo por los astrélogos de las cor- tes medievales y renacentistas. Para Steiner, cada uno de estos jirones secretos arrancados de la vida onirica secular dejan de pertenecer a la esfera privada una vez. que se re- gistran por escrito, una vez que se interpretan y comien- zan a filtrarse por los finos y sutiles conductos del lenguaje B y pasan a formar parte de los eédigos particulares de cada cultura, En efecto,a menudo el onirismo aparece teftido de sus tancia histérica. A veces de un modo puramente formal, a través de la cambiante variedad de personajes y escenarios que el sofiante toma prestados de su tiempo —pues cada siglo, cada cultura tiene su propio estilo de sofiar-; otras de un modo colectivo, cada vez que un mensaje onfrico res- ponde-a-una-problemética general de la sociedad, y tam- bien (como recuerda Steiner) porque catia época emplea su forma caracteristica de narrar e interpretar los argu- mentos oniticos; de modo que si cualquier persona, mie tras duerme, vive su propio mundo particular, tal como dijo Heréclito, al mismo tiempo, tanto el fenémeno oni- rico como su interpretacién siempre se encuentran bajo el influjo hist6rico y cultural de cada sofiador: el suefio no ¢s tinicamente un fenémeno espontaneo y privado de la mente, forma también parte de una experiencia més vasta dela historia cultural humana. Por muy fantasmales o ar- bitrarias que nos parezcan estas tacitas vivencias noctu nas, algunas de ellas poseen una historicidad conereta, una cualidad particular que las hace pertenecer con todo dere- cho a la memoria hist6rica. Es una listima que asf como existe una abundante bibliografia sobre la historia de nues: tro mundo diurno, con sus acontecimientos mas notables, no exista también otra historia sobre los hechos mas sin- gulares del mundo de los durmientes, pues como dijo una vex Hegel: «si reuniéramos los sueiios de un momento his- térico determinado yeriamos surgir una exactisima ima- gen del espiritu de ese periodo». Un claro ejemplo de esta sugestiva hipétesis es la obra peculiar de la periodista judfo-alemana Charlotte Beradt, The Third Reich of Dreams (1966). Su libro desarrolla una %4 idea nada frecuente en el mundo del periodismo: entre 1933 (fecha del ascenso al poder de Hitler) y 1938, un afio antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, Ia joven Charlotte se dedieé a recolectar los suefios de la gente mas dispar de Alemania. Su objetivo era demostrar el devasta- dor efecto emocional que estaba produciendo el nazismo sobre la poblacién alemana. Y, como suele ocurrir cuando se fija la atencién en algo preciso, los suefios acudian a ella de la forma més insospechada y natural, ya fuera en plena calle, en boca de un tendero ocasional que peroraba més de Ja cuenta, o cuando algiin miembro de la familia se ponia a contar su tiltima pesadilla durante el almuerzo; 0 bien a través de confidencias nos. En ciertas ocasiones, Charlotte se vefa obligada a re- currir a los mAs astutos retruécanos del estilo indirecto para sonsacar la informacién deseada de su sastre o de un eventual lechero, pero siempre mantuvo este sutil «tra- bajo» en total secretos pues, como es facil de suponer, esta actividad clandestina podia resultar fatalmente sospechosa para un régimen paranoico, que conocia ala perfecci6n las mds inmundas posibilidades de la manipulacién propa- gandistica cercambiadas en cfrculos cerca- Durante seis aftos, Beradt logré reunir més de trescien- tos relatos oniricos, que respondian perfectamente al tema * No menos paranoides ni eruentos fueron sus iguales de la Unién Sovistica, cuya costumbre era internar en hospitales psiquidtricos a todos aquellos que no comulgaban con su ideologia y atiborratlos con derivados de la fenotiazina para neutralizar su actividad onirica, tras haber averiguado que todos aquellos que tomaban estos firmacos para dejar de softar se adaptaban mucho mejor al sustrato idealégicn del co ‘munismo, Habian desea erto el papel netamence subversivo de la pe sadilla como alarma interior de un contlicwo no advertido por la con- 5 de su investigacién, y ninguno de ellos tenia nada que ver con complejos freudianos, ni con ninguna de las tortuo- sas miserias humanas que normalmente se escuchan en las, sesiones de psicoanilisis. Mas bien revelaban algo muy distinto y explicito: ninguno de estos suefios habia sido causado por depresiones personales, ni conflictos fami es, ni problemas sexuales o conyugales; todos ellos tenian algo inequivoco, una sefia distintiva comin: la herida psi- colégica que dejaba en los sofiantes el clima social de la ‘Alemania del Tercer Reich. Charlotte denominé a estas pesadillayswertos politicos} pero también podriamos califi- carlos delswerios historicos} desde el momento en que esce- nifican perfectamente la dlienacién vivida por los alemanes durante esos largos y tormentosos afios de oscuridad. ‘Asi, una mujer suefia repetidamente con una insidiosa y taladrante proclama, Proviene de la vor chillona de un miembro del partido que con un megéfono en Ia boca no cesa de gritar desde un coche la misma alocucién: «|En nombre del Fahrer! jEn nombre del Fihrer! ;En nombre del Fikhrer!...» Un médico contempla en suefios la vista panorémica de una perversa arquitectura sin intimidad. Aunque en su conversacién con Charlotte habia asegurado no sentir demasiado interés por la politica, su inconsciente si habia percibido lo que ocurria en el pais. En su sueiio, son las nueve de la noche, la hora en que suele terminar su con- sulta. El doctor se encuentra en su cuarto, relajado, ho- jeando un libro con reproducciones del pintor Matthias Griinewald, cuando repara en que las paredes de su habi- tacién han desaparecido. Extrafiado, se levanta para echar un vistazo, y descubre estupefacto que ninguna casa del vecindario conserva sus paredes. Una voz lejana, que se aproxima, atilla desde un altavoz: «De acuerdo con el de- 16 creto del 17 de este mes sobre la abolicién de las paredes!», y los gritos prosiguen con una interminable retahila de prohibiciones. Algunos suefian que esta prohibido sofiar, pero a pesar de todo contintian sofiando lo mismo. Un ama de casa de mediana edad tiene el siguiente suefio: su cocina ha sido ocupada por un agente de la Ges- tapo, que se pasea con rudeza de un lado a otro y lo in pecciona todo. De pronto se detiene frente a su vieja c cina holandesa, alrededor de Ia cual se retinen cada noche la familia y los amigos para charlar. El guardia observa el aparato con un extrafio interés; se acerca y abre la tapa del horno; entonces la cocina deja de ser una discreta presen- cia inanimada y, para horror de toda la familia, comienza a repetir obedientemente todos los chistes y agravios que alli se han dicho contra el gobierno. La historia onirica esta lena de visiones grotescas como éta, inducidas por el agobiante peso subliminal que ejer- cen los sucesos histéricos y sociales sobre la porosa vida, nocturna de los durmientes. Mas adelante tendremos la oportunidad de examinar algunas de las més notables fe- nomenologias del suefio; de momento, nos conformare- ‘mos en este capitulo con dibujar los perfiles de una nueva categoria histérica: la onirica. Los suefios no son sélo la consecuencia de una determinada causa hist6rica, como 7 sucede en los casos registrados por Beradt, sino que a ve- ces siguen caminos tan inesperados y contundentes que in cluso llegan a desempefiar un papel realmente activo en el curso del acontecer hist6rico. En el afio 219 antes de nuestra era, refiere Cicerén (De div. 1, 24, 49) que Anibal sofé con Jipiter después de tomar Sagunto. Este lo habfa convocado a asamblea con los demas dioses y le ordené extender la guerra a Italia. Japiter le dio como guia a un miembro del consejo, a Mer~ ‘curio, que segtin Silio Itélico le pidié que lo acompafiara con la advertencia de no mirar atras en todo el trayecto, Pero Anibal no pudo resistir la tentacion, y gité la cabeza. Frente a él vio a una gigantesca bestia salvaje. Su cuerpo estaba hecho de serpientes que se enroscaban en todos sus miembros y érganos. El monstruo lo devastaba todo a su paso. Horrorizado, Anibal pregunté al dios por el signifi- cado de semejante aberracion. ¥ el dios le respondié que simbolizaba la devastacién que él causaria en Italia, pero su recomendacién fue la de seguir adelante sin preocuparse de lo que pudiera ocurrir a sus espaldas. Anibal expuso este suefio a sus generales que dieron su interpretacion y ‘obraron en consecuencia. ‘No nos detendremos en la sugerente literatura psico- Iégica que ha suscitado este relato, s6lo vamos a resaltar el 8 alto grado de influencia que ejercfan entonces los mensa- jes oniricos en el tortuoso curso de las guerras. Hecho que también confirma Pausanias (III, 18, 3) y Estrabén (XV, a7). ‘Amén, mientras tenia sitiada la ciudad de Afitis: el dios le ordené levantar el cerco de la ciudad, porque, segiin le dijo, el fin de la guerra seria bueno para todos; y Lisan- dro, comprendiendo que en efecto era lo mejor, levanté el cerco y se marché con sus tropas. En aquel tiempo, un suceso de esta indole no era algo extraordinario: cualquier estratega se hacia acompaftar por sus propios intérpretes cuando acudia a las contiendas, y prestaba gran atencién a sus dictémenes; de modo que era algo perfectamente nor~ ‘mal que el onirismo interviniera directamente en los su- cesos bélicos, hasta el punto de cambiar el curso de lad guerras. La sorpresa viene después, al enterarnos de que esta vieja costumbre oracular no es privativa de la Anti- ste itimo refiere un suefio que tuvo Lisandro con giiedad, sino que ha seguido perpetuandose a lo largo d Ios siglos. Como ocurre con el general estadounidens George S. Patton, que tenia la piadosa costumbre de llamar por teléfono asu secretario personal a cualquier hora de la noche, cuando un suefio le sugeria una nueva estrategia de guerra, pata dictar sus nuevas disposiciones técticas. Sin- gular costumbre que también puede hacerse extensiva a otros conocidos militares de la historia. Asi, una carta en- viada por Otto von Bismarck al emperador Guillermo I, el 18 de diciembre de 1881, nos confirma que un suefio fue el detonante definitivo para que el mariscal prusiano to- mara la decisién de emprender la conquista de Austria. El documento dice textualmente: La confianza de Su Majestad me anima a relatar un suefio que tuve en la primavera de 1863, durante los dias ‘més arduos del conflicto, cuando nadie vefa una salida po- » sible. Soaé (como le conté a la mafiana siguiente 2 mi mujer y a otro testigo) que iba cabalgando por una estre- cha vereda en los Alpes, con un precipicio a la derecha y rocas a la izquierda. La senda se hacia cada vez més an- gosta, el caballo se negaba a seguir, y era imposible dar la vuelta y desmontar, por la falta de espacio. Entonces, con mi fusta en la mano izquierda, golpeé en la roca implo- rando a Dios. La fusta crecié de una forma inusitada y la lisa pared de roca se derrumbé como si fuera un decorado, abriendo un ancho camino que dejaba ver bosques y mon- tafias, como un paisaje de Bohemia; de alli venian las tro- pas con sus banderas, e incluso en el suefio me vino la idea de contirselo a Su Majestad». Probablemente la huella més temprana que conserva- mos de esta especie de patrén onirico se encuentre regis- trada en escritura cuneiforme sobre una tablilla sumeria de la época de Asurbanipal. Se trata de un hermoso frag- mento épico que glorifica una de las gestas bélicas de aquel gran monarca. Dice asi: «E] oército sumerio se detuvo ante el rio Idid’e. El rio bajaba caudaloso, rugiendo como un mar encrespados por lo que todos sinticron miedo de vadearlo y decidieron de- tenerse y acampar esa noche alli mismo». Y dice Asurba- nipal que «la diosa Ishtar, que mora en Arbelas, envi6 un suefio en mitad de la noche a (sus) soldados para animar- los: “Marcharé delante de Asurbanipal, el rey que yo he creado”. Y (sus) huestes obedecieron el suefio y cruzaron el rio sin obstaculos». El mundo en que vivié Asurbanipal era tan distinto al nuestro que hoy nos cuesta aceptar la veracidad de unos hechos que resultan demasiado ajenos al rasero por el cual se mide nuestro mundo. Por otro lado, tampoco nos muc- ve ningiin interés especial por resaltar un «modelo bélico» en Ia historia del onirismo; en realidad, su periddica apa- ricién no ratifica ningtin patrén especffico, solamente deja constancia de un hecho psicol6gico cuya recurrencia hace inapelable: que en los momentos de graves conflictos his t6ricos (y las guerras lo son en sumo grado), ciertos sue- fios operan como alarmas, como ayudas interiores para que el sofiante tome una decisién capaz de variar unos gra dos el curso de la Historia. Pero atin queda por comentar otra peculiaridad més singular del suefio de Asurbanipal: su ins6lita capacidad de trascender el cardcter individual que el onirismo tiene habitualmente y convertirse en una simultanea experiencia colectiva. Se trata de un extrafio fenémeno que no sélo se puede rastrear en fuentes remotas, sino que también aparece en periodos tan cercanos como en la Primera Guerra Mundial en la que un considerable mimero de sol- dados sufrié terribles pesadillas con argumentos muy si- milares. El llamado sxefio mutno ~cuando dos o mas personas suefian simulténeamente las mismas escenas, con més 0 menos variantes- es un curioso fendmeno onirico cuyas huellas se pueden rastrear en documentos médicos, histéricos y literarios de todas las épocas. Se relaciona es- trechamente con situaciones de histeria colectiva. Por ejemplo, cuando un grupo mas o menos numeroso de per- sonas es poseido de pronto por una poderosa y undnime tensién psiquica, al ser atacado al mismo tiempo por la misma visién, que a veces denominan terror panico. Una buena muestra de ello nos la brinda el fildlogo aleman Wil- helm Heinrich Roscher (1845-1923) en su Tratado mitico- -patolégico sobre la pesadilla en la Antigitedad cldsica. En medio del mas impecable tono académico, Roscher nos sorprende con la extraordinaria historia de un batall6n de soldados franceses que fueron a dormir a una abadia en ‘Tropea y a media noche se vieron «atacados» por la misma pesadilla. Al parecer, todos se levantaron de golpe, presos del pénico, y mientras gritaban enloquecidos salieron al exterior en estampida. Al ser preguntados por el motivo de su comportamiento, todos respondieron lo mismo: un enorme perro negro y peludo habia entrado dando saltos por la puerta y se les habia arrojado al pecho. Curiosa- mente, el estupor volvié a estallar en el campamento la noche siguiente, repitiéndose la misma escena a pesar de que varios oficiales de alto rango se habfan distribuido en Ja sala para hacer guardia contra esa formidable figura dia- bélica.* A tenor de estos ejemplos, podria pensarse que las hue- las de la bistoricidad onirica slo se imprimen en las gran- des narraciones colectivas: guerras, convulsiones politicas © cualquier tipo de crisis social que produzca estados de histeria. Sin embargo, la historia del onirismo también se escribe con letra pequefia; en la célida intimidad de los cuartos cerrados, donde el ser humano ealienta con su pro- * En un tono mas pop tenemos el libro de Linda Lane Magallén Mutual Dreaming. Esta obra registra un aiimero de insdlitos casos de- nominados por su autora «meeting dreams» (cuando dos 0 mis perso- nas coinciden en un suefio) y «meshing dreams», cuando dos o varias personas no tienen literalmente el mismo suefio pera comparten los Insoos lugares, simbolos siuaciones, gin explieenta ara ext clase de suefios suelen tenerlos aquelas personas que se encuentran uni- das por fuertes lazos afectivos y emocionales ~padees e hijos, amigos, amantes~ ante la proximidad de una desgracia, una gran dificultad o tuna muerte, Aunque se ha prestada poca atencign a este fendmeno on rico, en los ditimos afos parece haberse despertado un ereciente inte- rés por lo que el parapsicélogo estadounidense Hornell Hart ha deno- minado «suefos reciprocos», Por atro lado, la literatura también recoge pio fuego interior sus largos y dificiles procesos creatives. Este es el caso de un joven poeta inglés que, tras haber ba- tallado toda una tarde con un ensayo de critica literaria, se sentia en ese insidioso punto muerto en el que todo lo es- crito parece artificial y deplorable. Esa noche se fue a dor- mir con el énimo muy bajo: sofé que estaba en su cuarto de trabajo y se le apareeia un gran zorro con aspecto de lobo. Sus ojos lo miraban fijamentes el leve temblor de su hocico, un poco abierto y jadeante, dejaba asomar la punta de la lengua e indicaba cierta ansiedad. El zorro levanté su pata derecha, No era la garra de un animal, era una mano humana abierta con Ia palma y los dedos empapados de sangre. El zorro le hablé: «Deja lo que haces, nos estds destryendo>. Y poss su mano sobre el papel que habia en su escritorio, dejando una hiimeda huella de sangre que quedé impresa sobre la hoja en blanco, parecida a un em- blema magico de épocas remotas. El joven se despert6 trastornado por las imagenes del suefio, que no se le bo- rraban de la cabeza, y se puso a cavilar en su lecho revuelto sobre el significado que podia tener el que el zorro fuera una especie de amigo o aliado en su mundo onirico. Veni sin duda, desde la zona oscura a comunicarle algo impor- algunos ejemplos estilizados de esta curiosa tipologia onirica, proba blemente recreados a partir de relatos orales. Desde India nos llega, con toda su exuberancia asistica, la bella historia recogida en el siglo xt por Somadeva sobre el rey Vikramaditya y la princes Kipling tomaré siglos después como base para su r. Dreams. Asimisma, en Ricardo IIT de Shakespeare, el rey Ricardo dduerme en su lecho y se le aparecen en suefios os fantasmas de las per~ sonas que habia mandado asesinar vilmente. Esa noche, vispera de la batalla, su rival sueia com los mismos fancasmas; pero mientras que para Richmond el suefo es favorable, para el rey seri nefasto. ;De dénde extrajo Shakespeare este argumento? Probablemente, del pasaje de la Biblia en donde Daniel comparte la visién onfrica con Nabucodonosor (UL, 26-45), 3 tante de si mismo que se negaba a ver y que se le estaba mostrando con toda crudeza. Y al fin lo entendié: el dolor del zorro significaba su propio dolor, todo el sufrimiento imdtil al que debia poner término. Ya no tenia que seguir obligandose a actuar en contra de su naturaleza. El zorro representaba su verdadera naturaleza, aquilla que vivia en su interior y estaba violentando, La que acabaria por destruir si continuaba actuando de aquel modo. Asi pues, este joven abandoné sus estudios académicos para dedi- carse integramente a la literatura; y a mano ensangrentada fue la seffal que le indicé el camino que debia seguir su vida, y legé a ser un gran poeta, el poeta ‘Ted Hughes. 4 A pesar de yacer sepultadas bajo un desdeftoso manto de olvido, todas estas oportunas y sutiles irrupciones del onirismo han dejado una huella secreta y sustancial en el rumbo de la historia humana. Si bien es verdad que para tener una idea més amplia y clara del alcance de su inci- dencia histérica, necesitarfamos clasificar una ingente suma de documentos dispares, reunir un sélido y contras~ tado corpus que no sélo iluminase la fenomenologia del, suefio en su infinidad de variantes, sino que fuera también capaz de medir la influencia que ha ejercido la historia nocturna en las sociedades humanas. Sabemos que esto nnunea se hard, y que s6lo nos queda el parco ¢irtisorio co- bijo de imaginar lo que habria pasado si hubiésemos hecho acopio de todo ese extraordinario material de la intimidad humana. ;Qué habriamos descubierto si se hubiesen con- trastado y analizado convenientemente una considerable cantidad de datos hist6rico-oniricos de la misma forma que se han clasificado y estudiado de modo sistemético las distintas materias de las especialidades académicas? Nunca Jo sabremos. Pero, al menos, hemos tomado conciencia, aunque de forma fugaz y perecedera: que a la historia de los hombres despiertos le falta, como clamaba Lichten- berg, una historia de los hombres que duermen. 0 ‘Un suetio es como un ceatroen el que el sofiante es escenario, actor, apuntador, director de escena, autor, pablico y critic. C.G, Jung, Puntos de vista generales acerca de los sues (1916) O.C.¥.8, pig. 509 En De divinatione (I, 24, 49-5), narra Cicerén cémo Amilear Barca, antes de asediar la ciudad de los siracusa- nos, oyé en suefios una voz que pronunciaba esta escueta y enigmédtica sentencia: «Mafana cenards en Siracusa». Probablemente aquella noche el general volvié a dor- mirse sin més problemas, quiz4 complacido por el buen augurio que parecia presagiar este suefio, pero al dia si- guiente sucedié algo totalmente imprevisto: nada més amanecer estall6 en el campamento una necia disputa entre soldados piinicos y siculos. La burda soldadesca, acaso en- vilecida por las carencias y rigores de su situacién, llegé a formar tal griterio que los siracusanos acabaron perca- tandose de ello y, sin pensarlo dos veces, aprovecharon la insensata confusién de su enemigo para irrumpir por sor- presa en el campamento cartaginés y capturar vivo al ge- neral Amilear. {Quién lo hubiera imaginado unas horas antes! En cambio, el suefio silo habia captado y se lo habia transmitido al general cartaginés en una sola frase la noche anterior, sin que éste llegara a comprender su sentido. No deja de ser irénico que sea precisamente Cicerén —el més preclaro detractor de las supersticiones de su tiempo— 26 quien relate en su libro esta inaudita aventura onfrica, para subrayar al final de su relato que «la historia esté lena de ejemplos como éste, como repleta lo esté la vida corrien- te>. Lo cual es un claro indicio del arraigo y prestigio de que gozaban los suefios en aquellos tiempos. En otro momento de su obra, Cicerén recuerda los pa- sajes oniricos que recoge el sus sibditos, en realidad el emperador creia profunda- mente en el valor espiritual de estos mensajes oniticos, lo cual ya es una condicién suficiente para que se produjera este sueio sin que mediara ninguna causa sobrenatural. En aquellos tiempos esta reaccién pertenecfa alo mas normal y natural de las costumbres; prueba de ello es que otro suefio impulsé la construccién de Constantinopla. En sus comienzos, la religién cristiana requeria mode- los que sirvieran de estimulo a sus fieles, y los sueiios eran los perfectos depositarios de lo divino. Lo mas usual es encontrar chispas estentéreas en este género literario pero a veces hay sorpresas notables, y en lugar de redundar en sus acostumbrados artificios, las hagiografias nos ofrecen el desnudo y dramético testimonio de una joven cuya pa- sién y muerte corresponden, sin ningGn género de hipér- bole, alo que entendemos por heroico. Los hechos sucedieron en el afio 203 de nuestra era. ‘Vibia Perpetua, una mujer de veintidés afios, ciudadana de Cartago, «de noble alcurnia, culta y esposa respetable>, fue detenida en compaaia de otros cristianos catectimenos, acu- sados de una grave desobediencia a la autoridad romana. En 20r, el emperador Lucio Septimio Severo habia pro- mulgado un edicto que prohibfa tajantemente a todos los siibditos del Imperio la conversién al judaismo y ala reli- gién cristiana. A principios del 203, el procurador Hlila- tiano sustituyé en las funciones de juez supremo de Car- tago al difunto procénsul, y su primera decisién politica fue aplicar con todo rigor la normativa del edieto. Sus ra~ zones no eran, evidentemente, de caracter religioso. Que- Hia agradar al emperador, y necesitaba victimas propicias para celebrar en su honor, el dia del cumpleafios de su hijo Geta, un buen especticulo de ejecuciones en el circo. El editor original del diario de Perpetua nos presenta 3 los hechos de su detenci6n sin dar a conocer las cireuns- tancias que lo envolvieron. S6lo cita apresuradamente los nombres de cinco catectimenos (entre ellos Perpetua), y deja que sea la joven quien tome desde ese momento las riendas del relato: «Al cabo de pocos dias me metieron en la cércel; sentt pavor porque nunca habia experimentado tinieblas seme- jantes. ;Qué dia mas horrible! El calor ha sido sofocante por el amontonamiento de la gente; los soldados nos tra- tan con brutalidad; y yo estoy angustiada por mi hij Por el relato de otro mértir, Pionio, sabemos que las mazmorras estaban bajo tierra y eran «totalmente oscu~ ras», pues unas piedras taponaban las ventanas para privar de luz a los reos. Perpetua pasa unos dias en este térrido subterréneo, lébrego y maloliente, consumiéndose en las brasas de su propia angustia, que cesa automaticamente cuando vuelve a tener a su hijo en brazos. Todo esto ocu- rre en el mundo de fuera; en su interior sucede algo muy diferente: descendié hasta él para ins- truirle... Como dice Jacques Maritain, se trata del «Pen- tecostés del racionalismo». Por eso no es de extrafiar que algunos doctos humanistas hayan tomado este asunto con la mayor reserva, diagnosticando el suceso como «crisis mistica» del fil6sofo, 0 pasajero desliz de juventud sin ‘mayor importaneia. Incluso se ha llegado a decir que estos suefios no constituyen una experiencia objetiva, sino que proceden del género alegérico, atin en boga en aquellos dias. Hay quien, como Malebranche, decide rasgarse las vestiduras y tildar el episodio de grotesco, de mancha para 46 la memoria de Descartes y su filosofia. Aunque, en reali- dad, la tinica sospecha legitima sobre este incidente bio grafico tendria que venir refrendada por un argumento serio como es el de la autenticidad documental de estos suefios, que no es de primera mano. Pero antes de emitir un juicio apresurado debemos conocer primero Ia acciden tada historia del manuscrito. El cuaderno de notas de Descartes figura inscrito en el inventario de la Biblioteca Real de Estocolmo, Cuando murié el filésofo en 1650, se encontraba hospedado en casa de su amigo el embajador Hector-Pierre Chanut, quien, debido al poco interés que mostré la familia en el reclamo de los papeles cartesianos, decidié hacerse cargo de ellos y catalogarlos antes de retornar con los documen- tos a Francia, Esta catalogacién ain existe, pero por des- gracia el manuscrito autégrafo desapareci6 en aquellos dias, Desde entonces, el documento que se conoce es la obra de su primer bidgrafo, Adrien Baillet, publicada en Paris en 1691, El libro de este aplicado clérigo no serfa por simismo una prueba definitiva de la supuesta fidelidad del texto, si no fuera porque posteriormente aparecieron las cuartillas que copié directamente Leibniz. del volumen manuscrito de Descartes en su viaje a Paris de 1676. Estos documentos ofrecieron una valiosa pista para verificar la autenticidad de los suefios. Al morir Leibniz. en 1716, sus anotaciones se depositaron en la Biblioteca Real de Ha- néver, pero cuando en 1894 Charles Adam quiso consul- tarlos para su monumental trabajo biogréfico sobre el filésofo, éstos también habian desaparecido misteriosa- mente, Por fortuna, el conde Alexander Foucher de C: reil, que fue quien los habia descubierto en 1859, habia traducido al francés los textos de Descartes en latin, trans- critos por Leibniz, y éstos confirman la versién Ballet. En v7 suma, a pesar de su azarosa historia, hoy disponemos de la informacién necesaria para afirmar la veracidad de estos sueiios y poder reconstruir con fiabilidad este episodio de- cisivo en la vida del fil6sofo. La noche del 10 al 11 de noviembre de 1619, el joven soldado René Descartes se encuentra en los alrededores de Ulm, hospedado en Neuburg, una aldea en el suroes- te de Alemania. Poco tiempo antes habia abandonado el ejército del gobernador de los Paises Bajos, el principe Maurice de Nassau, encmigo de Espaiia y aliado de Fran- cia en la guerra de los Treinta Afios. Su participacién en la contienda de Breda no se habia distinguido por el ejerci- cio de las armas sino por el de las mateméticas, al resolver en pocas horas un dificil problema cuya solucién dejé cla- vada en una de las tiendas del campamento. Durante ese breve intervalo de paz, Descartes ha compuesto un tratado sobre miisica, y en agosto asiste en Frincfort a la corona~ cién del emperador Fernando II de Habsburgo. L: duran hasta septiembre y los iltimos dias de otofio lo sor- prenden ocasionalmente en un apartado refugio solitario donde ninguna conversacién, ni entretenimiento lo dis- traen de su concentrado aislamiento. Pero esto es lo que busca, pues le agrada pasar todo el dia encerrado en si mismo, al calor de una estufa, dedicado enteramente al cjercicio de su pensamiento. Es una solitaria costumbre que ha adoptado desde su época escolar. Su padre lo habia enviado alos ocho aftos al prestigioso colegio de jesuitas de La Fléche, que acababa de fundar Enrique IV, para que recibiera una educacién digna de su clase. Descartes era un chico pilido, de aspecto enfermizo, con una tos seca heredada de su madre, que murié durante el parto de su segundo hijo, al aio de cum- s fastos a plir René su primer afio de vida. Gracias a esta tos, el colegio le concedié el privi- legio de permanecer buena parte de las mafianas ten- dido en su lecho, evitando asi cl fastidio de tener que madrugar en compafiia de sus compafieros, especial- mente en los frfos dias de in- vierno. En estas inhéspitas mafianas, impregnadas de vaho y escarcha, le chambriste (como lo apodaban sus compa- fieros) se quedaba tumbado tranquilamente en su lecho bajo el calor de las mantas, sumido en sus soliloquios. Cada mafiana, aprovechaba esta favorable cireunstancia para ejercitar el pensamiento, costumbre que conservars el resto de su vida. Segiin su Discours, habia pasado toda aquella mafiana y parte de la tarde cavilando junto a la estufa de su cuarto. En su largo y concentrado mondlogo, comparaba las obras humanas con esas viejas ciudades mal trazadas que en un principio habian sido aldess pero que, poco a poco, habian ido creciendo desordenadamente construidas por distin- tos arquitectos hasta tener ese aspecto detestable, arbitra- rio y poco armonioso que poseen ciertas urbes europeas faltas de sentido urbanistico. ;Qué distintas le parecian a las plazas regulares disefiadas a su gusto por una sola per- sonal Sirviéndose de ese simil, reflexionaba sobre la di- versidad de ciencias expuestas en los libros que, sin de- ‘mostracién alguna, forman parte del conjunto del saber en el que han participado tantas personas respetables, y que, sin embargo, «no se acercan tanto a la verdad como los sencillos razonamientos de un hombre de buen sentido». 9 De este modo cavilaba, pensando en la conveniencia de tirar abajo esas viejas y desordenadas construeciones del intelecto humano para reconstruir de forma més hermosa «las calles del saber», Lo mismo sucedia con las opiniones que habia heredado: debja abandonarlas por completo si deseaba erigir un edifi nuevo, que tuviera una base fiable y pudiera unificar y dar verdadero fundamento a todas las ciencias. En su interior crecia una rebelidn cada vez mayor hacia la ciencia esta- blecida: todo el saber le parecia viejo y errado, y una tre~ menda certeza interna le empujaba con fuerza a buscar la verdad de las cosas por sé mismo, con independencia de los postulados que sostenta la tradicién sobre el conocimiento de las cosas. Aquella noche se acosté «rebosante de entu- siasmo», completamente poseido por la idea de haber en- contrado «los fundamentos de una ciencia maravillosa» que por fin someteria todo el saber a una sola «matemitica universal». Este largo y continuado ardor intelectual le dejé exhausto; y como era su costumbre en aquellos dias, se acosté pronto. En el curso de esa noche, tuvo tres sue- fios que nunca olvidaria. io enteramente propio, distinto y Primer suefio Descartes ve acercarse a varios fantasmas y huye ate- rrado por unas callejuelas. Camina répido, con pasos lar- {g05, pero siente una terrible debilidad en el lado derecho de su cuerpo, que apenas le permite sostenerse y le fuerza a inclinarse sobre su lado izquierdo para poder andar mejor. Es un signo de flaqueza que le abochorna, al caminar de un modo ridiculo y tambaleante a pesar de todo su empeiio en mantener su cuerpo erguido. De pronto, sopla el viento, Es un viento fuerte y poderoso que lo zarandea con fuerza se deun lado a otro, haciéndole girar tres 0 cuatro veces sobre cl pie izquierdo. Apenas puede avanzar, pero sigue an- dando a duras penas hasta llegar aun colegio en donde de- cide refugiarse. Una vez al resguardo, se dirige a la capilla de la escuela y reza para mitigar su angustia, cuando una absurda obcecaci6n le hace cambiar de idea: mientras ca- minaba por la calle, se habja olvidado de saludar a un co: nocido y habia pasado de largo sin decirle nada, lo cual, piensa, ha debido de causarle una pésima impresién, asf que decide volver sobre sus pasos para presentarle sus respe- tos. Sin embargo, nada més sali, el viento vuelve a zaran- dearle como a un guifiapo. Al fondo del patio, descubre a un hombre; parece llamarle por su nombre, pero las fuer- tes corrientes de aire deforman su voz. El hombre se acerca con actitud deferente y le comunica que Monsieur N tiene algo para él. Se trata de un mel6n traido de un lugar le- jano... Todo parece discurrir con normalidad, aunque un deualle le llama especialmente la atencién, y es lo derechos que andan los dems en comparacién con él, que sigue con el paso vacilante, a pesar de haberse calmado el viento. ‘Al despertar, siente un dolor punzante en la misma zona del cuerpo que le molestaba durante el suefio. Toda- via bajo la impresi6n de su vivencia onirica, cambia de postura para calmar su dolencia. Las imagenes siguen re- voloteando muy vivas en su mente; el miedo no lo aban- dona... Segiin Baillet, se puso a rezar pidiendo a Dios que lo protegiera de la mala influencia del suefio. Aunque a los ‘ojos de los hombres parecia haberse comportado correc- tamente, en su fuero interno se sentia muy culpable, Esta ansiedad moral lo mantendré despierto dos horas mis, du- rante las cuales sigue meditando sobre el problema del bien y del mal hasta quedarse otra vez. dormido. st Segundo suefio Un fuerte y repentino sonido parecido a un trueno lo « de los, poetas, que permite sembrar la sabiduria existente en todas Jas mentes humanas con mucha mayor facilidad y brillan- tez que la prestigiosa «razén de los filésofos>. Y continia interpretando su suefio, y piensa que aquel verso que habla del tipo de vida que hemos de elegir es una buena adver tencia de una persona sabia. Después, despierta con una calma especial; enciende las velas de su cuarto y contintia interpretando el tiltimo de sus suefios de la misma manera que habia hecho antes, mientras dormia. Pero sus iluminaciones no pueden ser més erradas: ve simbolizado su futuro en el sltimo de sus tres suefios, mientras que los dos primeros le parecen ad- vertencias sobre su vida pasada. El desconcertante melén (que mis tarde haré las delicias de los psicoanalistas freu- dianos) lo interpretaré caprichosamente como un simbo- lo de los encantos que tiene la soledad; el viento que trataba de empujarlo, representa para él un «Espiritu ma- 54 léfico» (malo Spiritu); y cl trueno y las chispas es jel «E: piritu de la Verdad>, que ha descendido para tomar pose- sién de él! Llegados a este punto, tanto entusiasmo parece alarmar incluso a su devoto bi6grafo, y Baillet se atreve a sugerir la posibilidad de que el maestro tal vez bebiera un poco mas de la cuenta durante aquella festiva y bulliciosa noche de San Martin en la que tantos franceses y alemanes bailan borrachos hasta altas horas de la madrugada.* © Mas allé de las optimistas interpretaciones de Descartes, estos sueBios contienen tn buen niimero de simbolos arquetipicos que han sido interpretados por la psicologia analitica. Los fantasmas que acosan al joven flésofo serfan «complejos auténamos de lo inconsciente» que ‘rastornan su sentido de la realidad, El temor que siente hacia ellos in- dicarfa Ia existencia de un conflicco latente en su alma; hecho que re- fuerza esa excrafa debilidad que siente en la parte derecha de su cuerpo, 2Qué simbolizan la derecha y Ia izquierda? La derecha se asocia a lo ‘consciente, la iaquierda a lo inconsciente. Descartes es un joven petu- Iante que, extasiado por su reciente descubrimiento, otorga un poder y libertad sin limites a su yo racional, Si en su suefo el viento y su fli- {queza corporal tratan de inclinaelo hacia su lado izquierdo y To empu- jan hacia la tierra, lo femenino, ance codo para compensar su tendencia tinica de apoyarse en su lado racional. Descartes se siente avergonzado cde caminar asi y se refugia en un colegio en busca de una iglesia. No hay aque olvidar que a pesar de haberse desmarcado como fildsofo de toda la retorica escolistica de su época, nunca dejé de ser un ferviente cat6- lico. En consecuencia, el colegio tendria para él un sentido de orden y la mater ecclesia de sustituto simbélico de su madre perdida. Segin Ia pricologia junguiana, su conflicto radica en la total identificacion de la funcién del pensamiento con el yor de ahi el aviso aterrador de los fantasmas. Para escapar de ellos, Descartes se efugia en la fe, como si fuera el bilsamo maternal que necesita, Sin embargo, e30 no sera suli- cicnte para romper la peligrosa identificacién psicoligiea que siente con su nuevo descubrimiento, cuyo pathos tomar més tarde proporciones universales en nuestra cultura. Pero gy el melon? Al ser preguntado Freud por el significado de estos suefios, se negé a dar cualquier tipo de interpretacin, salvo con el melén, al que obviamente atribuy6 un sim- bolismo sexual. No deja de ser curioso que Freud viera una variedad de meldn en forma alargida y filics, mientras que la psicologia junguiana ve un cantaloup que, debido a su forma redonds, viene a ser la expre- sin del arquetipo del -mizmo... Segin esta segunda interprecacion, 55 Tales son las turbulencias que iniciaron el proceloso ca- mino al pensamiento moderno. Queda por ver si existe un vinculo claro entre los suefios olfmpicos de aquella noche memorable y el «maravilloso descubrimiento» de nuestro joven filésofo. Cronolégicamente, los suefios se produje~ ron la noche que siguié a la iluminadora intuicién sobre la nueva ciencia unificada a través de las mateméticas. Pero aunque Descartes no tuviera ninguna idea sobre la exis- tencia de lo inconsciente, esta claro que tanto sus ¢ tancias animicas como onfricas no pueden separarse ni aislarse de todo el proceso de gestacién del nuevo camino filoséfico que ha emprendido en busca de la plena auto nomia del yo racional; hasta el mismo Descartes es cons- ciente de ello al pensar que sus suefios han sido enviados por Dios para ayudarle en su biisqueda filoséfica de la verdad, lo cual indica que tuvieron para él una importan- cia trascendental uns- Es evidente que la voleénica explosién de contenidos simbolicos experimentada por Descartes en noviembre de 1619 no ¢s un caso aislado. El suefio inspirador (por lla- marlo de alguna manera) parece ser una forma especifica Descartes fue consciente de esta profunda necesidad psicolégica, sin reconacer su verdadera dimensién anfmica. Con respecto al segundo suefo, Jung sugiere que tanto el trueno coma la Iluvia de chispas son ‘motivos asocitdos a una subitailuminacién o transformaci6n psig En un estado primitivo, la consciencia atin no formaba una unidad, ddavia no estaba firmemente estructurada en torno al yo y resplandecia dde aqui para alls, sega era requerida para iluminar cualquier expe riencia exterior o interior. Estas pequetas luminosidades reprerentan cl desarrollo de la conciencia del yo. En el caso de Descartes, una nueva consciencia esté naciendo y tomando forma en su psiquismo: de ahi que el lumen naturalis, que en aquella época se consideraba consustancial toda la navursleza, se manifieste en su propia mente, Sobre el tercer suefio, puede consultarse el libro de Marie-Louise von Franz, Dreams, Shambhala, Boston, 199r, pigs. 151 56 de onirismo, un modelo de expresién psiquica que fre- cuenta los siglos. Antes se ha sugerido la repeticién tem- poral de ciertos «patrones» fenomenolégicos durante el transcurso de la historia onirica: suefios auxiliadores en momentos dificiles; suefios colectivos que pasan de una mente a otras, como si se tratara de una corriente eléctrica; sueios premonitorios cuyas vividas secuencias se adelan- tan a los hechos reales. La psique es un mar sin orillas Pero el patrén del suerio inspirador no plantea ningiin pro- blema epistemolégico, no constituye ninguna paradoja ni quiebra en nuestro mundo racional; al contrario, es un fe- ndmeno perfectamente comprensible que se da en todos los campos de la cultura, ya que la imaginacién es esen- cialmente creadora y brota en todos los terrenos en los que el hombre inventa. Ejemplos no nos faltan, y no s6lo en aquellos casos que se refieren al arte sino a todas las disci- plinas que a pesar de encontrarse en las antipodas de la imaginacién creadora, deben parte de sus descubrimien- tos alla: el astrénomo Johannes Kepler (1571-1630), que descubrié las érbitas elipticas de los planetas gracias a un suefio; el premio Nobel de Medicina, Otto Loewie (1873- 1961), inventor de la ceorfa quimica de la transmisi6n ner- viosa a partir de un experimento efectuado en medio de una visin onirica; o también como el fisiélogo estado- unidense Walter Bradford Cannon, quien solia resolver complejos problemas algebraicos mientras sofiaba. Curiosa operacién de la mente, confirmada también por Voltaire en su Diccionario filoséfico: «He conocido abogados que han hecho alegatos en suefios, mateméticos que han resuelto problemas, y poetas que han compuesto versos. (...)¢s in- discutible que del suefo surgen ideas tan constructive) como cuando estamos despiertos», Un caso muy revelador es el del ingeniero norteameri- 7 cano D. B. Parkinson. En la primavera de 1940, trabajaba con un equipo de los Laboratorios Bell en el desarrollo de un registrador automético capaz de mejorar la precision de Ia transmisi6n telefénica. Eran los dfas de la invasion nazi en Holanda, Bélgica y Francia, y muy preocupado por las noticias que llegaban de Europa, Parkinson tuvo el siguiente suefio: estaba en medio de una guerra, for- mando parte de una cuadrilla de soldados que manejaban un caiién antiaéreo. El primer disparo dio en el blanco, pero lo increfble era que cada vez que disparaban abatian un avi6n. Después de abrir fuego tres 0 cuatro veces, uno de los hombres de la cuadrilla antiaérea le hizo una sefia, sonriente, para que se acercara al cafidn; y al llegar le in- dicé con el dedo una parte donde vio acoplado su poten- ciémetro: era un objeto idéntico, engastado en la maqui- naria. Al despertarse, comenz6 a pensar en ello, dandose cuenta de que el mismo potenciémetro, debidamente di- sefiado, también podfa valer para un cafi6n antiaéreo. Su suefio le habia dado la clave para la fabricacién de unos orientadores eléctricos para cafiones que, ademas de bara- tos y ficiles de producir, serian sumamente efectivos. Este computador eléctrico analgico conocido como M-9 de- rribé en una sola semana ochenta y nueve cohetes-bomba Vi de los noventa que lanzaron en agosto de 1944 los ale- manes desde Amberes para destruir Londres. Otro ejemplo notable de inspiracién onirica fue el que sirvié al quimico aleman Friedrich August von Kekulé (1829-1896) para descubrir una nucva estructura molecu- lar. Segiin explicé en una conferencia ante la Sociedad Quimica Alemana, una noche se quedé dormido en la si- Ila de su Laboratorio junto a Ia chimenea. Fue entonces cuando una masa de étomos comenzé a hacer cabriolas de- lante suyo, adoptando diferentes estructuras. Los grupos 58 mas pequefios se mantenfan modestamente en segundo plano. Pero, acostumbrado como estaba a visiones repeti- das y similares, los ojos de su mente le mostraban ahora formaciones de mayor tamafio que adoptaban formas di- versas. Varias de estas hileras mis densas empezaron a re- torcerse y enroscarse al unisono, como serpientes, hasta que una de ellas sobresalié entre las demés, se mordié la cola y comenz6 a girar burlonamente delante de sus ojos, Se despert6 en un estado alterado de conciencia y, atin bajo los efectos del suefio, se puso a desarrollar sus f6rmulas hasta altas horas de la madrugada. Esa noche descubrié la estructura molecular del benceno, que revolucioné la qui- i cién, «aprendamos de los suefios, quiz4 entonces encon- tremos la verdad». mica orgénica, «Caballeros», dijo al terminar su diserta- La literatura también tiene contraida una deuda mucho mayor con las visiones nocturnas, pues no son pocas las escenas de la literatura que provienen de una secreta se- cuencia onirica; si bien, también es cierto que las visiones nocturnas registradas por los escritores son las menos fia~ bles de todas ya que a menudo quedan enredados en las posibilidades literarias que abre el onirismo, y caen con 9 suma facilidad en la manipulacién artistica de las secuen- cias sofiadas en perjuicio de la exactitud del recuerdo. Uno de los primeros testimonios de la literatura —acaso inspirado en el mismo motivo literario de Hesfodo (Teo- ‘gona, 22-24) cuando recibe de las Musas «la voz divina» en el monte Helicén- Io tenemos en el libro TV de la His- toria Eclesiastica de Beda, monje benedictino del siglo vil, quien refiere las inciertas circunstancias que llevaron al poeta Caedmon a componer sus primeros cantos poticos. Segiin Beda, este hombre habia legado a una edad avan- zada sin haber aprendido a componer ni a cantar versos. Durante una de las fiestas en las que se solia cantar poemas acompafiados de un arpa, se retiré a un establo a dormir apaciblemente: «En su suefio», escribe Borges «vio a un hombre que le ordenaba: “Caedmon, cantame alguna cosa”. ¥ Caedmon contest6: “No sé cantar; por eso he de- jado el festin y he venido a acostarme”. El que le hablé le dijo: “Cantards”. Entonces dijo Caedmon: “;Qué can- taré?”. La respuesta fue: “CAntame el origen de todas las cosas”. Caedmon en seguida canté versos y palabras que no habia oido nunca (...). ¥, al despertar, Caedmon guar- daba en a memoria todo lo que habia cantado en suefios. A estas palabras agregé muchas otras, en el mismo estilo, dignas de Dios». Como es natural, la inspiracién onirica de este poeta medieval ha sido puesta en duda, pero su hipérbole litera- ria no invalida nuestro argumento. La literatura abunda a su vez.en ejemplos veraces. Segiin R. L. Stevenson, de un suefio proviene todo el argumento de la escena en la cual Mr. Hyde ingiere la pécima para escapar de sus persegui- dores; y también de un suefo procede la gigantesca mano de hierro que irrumpe de la escalinata del castillo de Otranto en el artificio gético de Horace Walpole; y a un & suefio pertenecen los muros y las torres del palacio de Ku- bla Khan, con sus jardines radiantes, sus laberintos de agua fresca y todas las melodiosas cadencias posticas del poema de Coleridge.* Segiin Borges, el plano de aquel palacio también le fue revelado al emperador Kubla Khan mien- tras éste dormia. Y de un suefio procede asimismo la 16- brega imagen de la ciudad de Perla, en donde, como es cribe Alfred Kubin, «nunca brilla el sol»; asi como la primera y pavorosa imagen de Frankenstein, nuestro mo- derno (y profético) Prometeos y también, probablemente, algunas de las visiones mas numinosas y sobrecogedoras de Dante o William Blake. Freud dedica un excelente capitulo de literatura com- parada a la poesia y el onirismo en su primer apéndice de © Ein el verano de 1797», refiere el poeta en su prélogo a Kubla Khan, el autor, aquejado entonces por su mala salud, se habia retirado 41una granja apartada. A consecuencia de una ligera indisposicién, se le habia recetado un calmante (opio), por efecto del cual se qued6 dor- sida en su sillén, mientras estaba leyendo la siguiente frase... "Aqui ‘mand6 Kubla Khan que se edifiara un palacio, con un soberbio jardin adjunto. ¥ asf se amurallaron diez millas de suelo féri”. El autor per ‘manecié al menos tres horas aislado de sus sentidos externos, sumi~ do en un profundo suefo, iempa durante el cual mancuvo la mas viva fen que podia haber compuesto no menos de doscientos 0 trescientos ‘versos; si pudiera Ilamarse composicin a aquello en que todas las imd~ genes remontabaa ante él como cosas, acompaiiadas por la produccidn fen paralelo de las expresiones correspondientes sin la menor sensacién fo conciencia de haber realizado un esfuerzo. Al despertar, le parecié tener memoria exacta de todo aquello y, armindose de plum, tinta y papel, de inmediato y con avider escribié los versos que aqut se con- servan, Por desgracia, en ese instante llamé ala puerta alguien que venta, con un recado desde Porlock, y que lo entretuvo mas de una hora, y al volver el autor a su cuarto se encontr6, con gran sorpresa y mortifica ci6n, que, si bien retenia algin recuerdo vago y velado de la general sustancia de su visién, a excepcién de unos ocho o diez versos e imi- genes, todo lo dems se habia desvanecido como las imagenes en la su perficie de una corriente en la cual se ha aerojado una piedra, pero que, jayl, ya no se pueden restaurar» 61 La interpretacion de los sueiios. Para Freud, hay una clata analogia de forma, contenido y efecto entre la creacién postica y las obras de la imaginacién nocturna. Le parece obvio que la poesia se haya servido con frecuencia del re- cuerdo onirico para describir ciertos paisajes o estados del alma, tal como demuestran las incontables epopeyas, dra- mas y poemas que desde la Antigiiedad hasta el surrea- lismo han tenido en el sueiio su principal impulso creativo. «Creo en los suefios porque mi cercbro trabaja con mayor agudeza cuando estoy dormido», dijo en una entrevista el dramaturgo sueco August Strindberg. ¥ Federico Fellini, Ingmar Bergman, Claude Lelouch y Robert Altman han revelado haber tomado de sus propios suefios no pocas es- conas de sus peliculas. Con la miisica ocurre algo semejante, aunque de una forma mucho mas depurada: Georg Friedrich Haendel es- cuché por primera vez en un suefio los tiltimos movimien- tos de su célebre oratorio E! Mesias; Tartini recibié las notas de su més famosa partitura de violin, La Sonata del Diablo, en las mismas circunstancias.* La idea central del Concierto para piano n.° 1 también le vino a Johannes Brahms mientras estaba sofiando. Y, segtin Lévi-Strauss, * , dice Nietzsche; y aiade, «pero también a la En efecto, no sélo lo soiado puede ser una con- tinuacién de los acontecimientos, pensamientos y emo- ciones del dia, también todo lo vivido en estado onirico puede terminar alojéndose en nuestra alma, y tomar parte de la vida de vigilia como cualquier otra de sus vivencias: aunque no nos acordemos de lo sofiado, dice el auror del Zaratustra, «somos llevados tun poco en andaderas por los habitos contraidos en nuestros suefios>. Las tinieblas actdan en la luz, la Iuz en las tinieblas. Son inversa.» vasos comunicantes. Todo lo contrario de lo que crefamos, Dormirse «aqui» es, pues, despertarse ealli»: un mundo se disuelve para que brote otro. Pero la puerta abatible que los separa siempre esté en movimiento, de tal manera que no hay dos procesos, sino dos aspectos de un mismo proceso: el caudal de la mente es uno, y nunca cesa. En este sentido, siempre nos bafiamos en el mismo rio. Y, sin embargo, nuestra cultura extrovertida vuelve la espalda a este hecho y deja que la inmensa riqueza que atesora la noche se pierda en la intempestiva sombra del olvido. 6 La historia de los suefios atin no ha sido escrita, y pro- bablemente nunca lo sera. No deja de ser sorprendente que, después de tanta experiencia onirica acumulada a lo largo del tiempo, tan digna de recuerdo, el ser humano to- davia no haya asumido la importancia que tiene el oni- rismo en Ia historia humana y simplemente continde viviendo al margen de su «segunda vida», como si no tw viese ningiin valor, ni formase parte de si mismo. Asi, en vez de iltiminar lo que yace oculto en la penumbra, en vez de procurar comprender los mensajes que cada noche cru zan e iluminan su mente, insista en seguir siendo ciego a todo ello, y permanezca voluntariamente sometido al burdo convencimiento de que la roma planicie de cada dia sea la tinica realidad posible de todo cuanto somos y puede acontecer en el mundo. Imbuido, pues, en esta seca visién de las cosas, el ser humano resulta perfectamente irrisorio, pues a pesar de toda su hiperconciencia a cuestas y su Ia brada coraza de escepticismo, suele estar dispuesto a creer ) en cualquier cosa, salvo en la verdad. 65 Alli, una vex que el sacerdote ofrece sus dones ‘yenla noche silente se tiende a descansar sobre las piles de las ovejas que han sacificado, con que cubren el suelo, y solicta que le legue el sueiio, ve, revoloteando en corno, un singin de fantasmas de forma sorprendente y oye voces diversas y goza hablando con los dioses y conversa con el mismo Aqueronte en las profundas simas del Averno. Virgilio, eid (VI, 86-92) El suefio y lo sagrado ‘Te curari de la enfermedad y ce sanard(..) Elio Aristides, Diseursos sagrados (IT, 12) Los primeros documentos oniricos de la humanidad fueron descubiertos en(i839) cuando, al ser excavadas las ruinas del palacio de Asurbanipal et{ Ninive, aparecieron bajo los escombros de la biblioteca real cerca de veinti- cinco mil tablillas con mas de tres mil afios de historia Entre los restos de este prodigioso tesoro (meticulosa- mente enviado al Museo Briténico), se encontraron nume- rosos fragmentos de la epopeya de Gilgame8. Gracias a este valioso hallazgo, y a la transcripcién de las distintas versiones sumerias, acadias, hititas y paleobabilénicas del texto, que se hallaron posteriormente, hoy conocemos todos los suefios y pesadillas del mitico rey de Uruk y su compafiero Enkidu, asi como las primeras interpretacio- nes oniricas de la historia conocida. La cuarta tablilla de esta remota y melancélica epope narra la Iegada de sus dos héroes al monte Libano ~mon- tafia sagrada rodeada de grandes y olorosos cedros-, donde se disponen a preparar un ritual, Primero cavan un ozo, luego lo llenan de agua, después ascienden a la cima 6 de la montafta para derramar una ofrendade harina y re- cibir de la montaiia un «suefio favorable» Alli en lo alto, «Enkidu construy6 para su amigo Gilgame una Casa del Suefio; fijé una puerta en el portal y lo tumbé en medio de un circulo que habia trazado en el suelo. Acostado junto al umbral, GilgameS apoyé su barbilla en las rodillas (en posicidn fetal) y el suefio cay6 sobre éb> Este episodio muestra hasta qué punto el rito articula- ba la vida en las sociedades antiguas, al conceder a deter- minados actos rituales una cualidad simbélica que confe- ria ala accién una dimensién metafisica. En este clima en el que el mito sustentaba todos los asuntos humanos, no es de extraiiar que los suefios fueran considerados como vi- siones verdaderas 0 actos efectuados en dimensiones pa- ralelas. En lugar de ser entendidos como vivencias iluso- rias y subjetivas, se les asignaba una condicién real y sagrada a través de la cual las divinidades se comunicaban con los seres humanos por medio de ciertos mensajes onf- ricos codificados cuyo lenguaje oscuro sélo podia inter- pretar un especialista, un bara. La firme creencia en el valor de estos mensajes divinos, implicaba la existencia de un dios rector de este fendmeno y de determinados luga- res de culto, El dios del suefio se llamaba Mamu y tenia templo crigido en su honor en Balawat al que acudian los fieles a dormir en su témenos para obtener de la divinidad un sweiFo propicio. Otras fuentes nombran como divinida- des rectoras del onirismo a Sisig, Za/iqiqu y Anzagar. La accién simbélica de construir una pequefia casa- -templo en honor del dios del sued, trazar un gran cfreu- lo magico de color blanco en el suelo (en sefial de protec- ci6n), y acostarse alli para aguardar la legada de un suefio especifico que debia ser interpretado de un modo correcto 7 era probablemente un ceremonial psicoterapéutico bas- tante frecuente en aquella época. Otros textos hablan de ciertos rituales que imponfan a los oficiantes comenzar la cetemonia de noche, orientados hacia una determinada constelacién. 4 Esta clase de rituales onfricos también existié en Egip- to, La mayor parte de los estudiosos no se han atrevido a afirmarlo de forma concluyente, al no existir evidencias, hasta la época ptolemaica, pero dos descubrimientos ar- queolégicos recientes sugieren la existencia de ciertos «sa- natorios» de incubacién onirica en épocas muy anteriores a la ptolemaica. El primero de ellos se refiere-a-una ins- cripcién del Imperio Nuevo (1550-1069 a.C.), cincelada en una gruta cercana al templo de Hatshepsut en Deir el- Bahri. El texto, obra de un sacerdote del templo de Thut- mosis, dice explicitamente que el propésito de su visita es Ia curacién. No especifica haber solicitado ningtin suefio sanador, pero es obvio que una apreciaci6n asi era innece- saria para cualquier egipcio de aquella época, que sabia perfectamente lo que ocurria en el interior de aquellos san- tuarios. Ms explicita es la otra inscripcién del mismo periodo de un tal Quenherkhopshef, cuyo relato habla de su visita al Valle de las Reinas. En la estela, el oficiante refiere que después de andar alrededor del Lugar de la Belleza, dete- nerse en la antesala del templo, beber agua del manantial y realizar sus purificaciones, rindié sus ofrendas a la diosa Hator para después tumbarse a dormir en aquella antesala. «Mi cuerpo pasé la noche a la sombra de tu rostro; dormi, en tu eémenos. Y realicé las estelas junto a los sefiores de Deir el-Bahri, cerca del Sinai.» No se sabe con certeza qué sucedfa exactamente en nm aquellos grandes santuarios, salvo que gozaban de una enorme aceptacin en el mundo egipcio; prueba de ello es su gran niimero. Los templos incubatorios mis conoci- dos fueron el del dios egipcio de los suefios, Serapis, en Mentfis; el templo de Thot, en Tebas; y el de Isis, en File. Durante siglos, estos rituales migicos consagrados a la induccién onirica se desarrollaron en todo el Antiguo Egipto, pero sélo hemos Ilegado a conocer mejor su sig- nificado a través de posteriores testimonios griegos, here- deros en buena medida de la antigua cultura onirica egipcia Los primeros indicios que tenemos de estas précticas en la civilizacion griega se refieren al legendario Epiméni- des (siglo V1 a.C.). Nacido en Cnosos, de él se cuenta que fue un gran ayunador, experto en viajes astrales, Su Gnico alimento era un preparado vegetal que almacenaba en una pezuiia de buey. Al morir, se descubrié que tenia todo el cuerpo tatuado con extrafios signos geométricos, algo que en Grecia se asociaba con las costumbres chaménicas prac- ticadas por los tracios. La leyenda afirma que Epiménides durmié durante cincuenta y siete afios en la cueva del dios, cretense de los misterios. Naturalmente, estamos bajo el hechizo mitico; pero, como sugiere Dodds, el hecho de que este largo retiro encabece su leyenda es sefial de que los griegos ya eran buenos conocedores de esta clase de iniciaciones, que en su mayor parte transcurrian en estados de suefio o trance. Los testimonios acerca de Pitégoras vuelven a corro- borar la existencia de estas practicas oniricas. Cuando el fil6sofo de Samos tuvo que abandonar su isla natal en el si- slo va.C. para asentar su escuela en el sur de Italia, se levé consigo todas las técnicas de incubacién aprendidas en n Anatolia, y ordené construir una sala subterranea en Cro- tona en la cual permanecia solo durante largos espacios de tiempo. Estas informaciones también deseriben sus expe- riencias inicidticas de «muerte», renacimiento y regreso del inframundo en calidad de «mensajero de los dioses», Se- ™ gin Jamblico (ca. 250-ca. 325), Pitégoras permanecié vein- tidés afios en Egipto estudiando astronomia y geometria en diversos centros religiosos, «iniciéndose en todos los rituales de los dioses», hasta que fue apresado por el rey Cambises de Persia y conducido a Babilonia; alli entr6 en contacto con ciertos tetirgos persas que, ademas de ins: truirle en el culto de sus dioses, le ensefiaron aritmética, mésica y otras materias que posteriormente formaron parte de las ensefianzas que impartié en su escuela. A éstas posiblemente se refiere Didgenes cuando dice que Pité- goras perfeccioné su conocimiento de los suefios con los egipcios, arabes, persas y hebreas. ;Acaso se alude a los uusos incubatorios? Muy probablemente, pues en ningiin momento hace referencia explicita a la interpretacién oni- rrica, y sf en cambio a ciertas prdcticas inductivas de reposo nocturno, que también menciona Jémblico. Hablamos de la costumbre muy implantada en la escuela pitagérica de cjecutar antes de dormir determinadas melodias acom- pafiadas de cantos, con el fin de purificar la mente y pro- curarse un suefio tranguilo y reparador; algo muy comin en los santuarios de incubacion griegos. En el siglo 1 a.C,, el historiador y gedgrafo Estrabén nos deja un testimonio bastante més explicico sobre estas practicas rituales. Habla de una cueva sagrada en Asia Menor a Ja que llaman Plutonium, porque la entrada pa- rece llevar al inframundo. En ese escarpado y oscuro lugar habja un templo dedicado a Plutén y a «la doncella» (Per a séfone). La caverna se encontraba situada justo encima del templo, y a ella acudian un buen mimero de enfermos dis- puestos a someterse con fervor a los estrictos métodos de curacién que imponia este culto, Antes de entrar, los pere- grinos debian quedarse un tiempo a vivir en el pueblo en compaiifa de los sacerdotes, responsables de prescribir los tratamientos dependiendo de lo sofiado por cada uno. Después, los enfermos eran conducidos ala cueva y dis- tribuidos en ella, y permanecian alli varios dias, en ayuno y total quietud, «yaciendo como animales en su madri- guera>. Si los pacientes tenfan suefios significativos cra obligado confiarlos a los sacerdotes, porque eran sus «te~ rapeutas» durante toda su estancia en la caverna. El hecho de que en las plazas griegas y romanas los sue~ jios acabaran siendo una vulgar mercancia manoseada por astutos embaucadores no quiere decir que la actitud origi- nal en los templos no continuara siendo profundamente religiosa; toda esta cultura onirica proviene de una larga memoria secular: los cultos prehelénicos de la tierra y los muertos. Segiin la tradicién, el santuario primigenio de Delfos habia sido un oraculo de suefios; y en muchos tem- plos del mundo helénico el vaticinio era otorgado en sue- jios por el dios del Ingar. Las incubaciones nocturnas tam- bién se practicaban en decerminados santuarios dedicados a los héroes, y su objeto era recibir visiones 0 efectos cu- rativos, como era usual en el chamanismo arcaico. Estos santuarios se encontraban en ciertas cuevas sagradas, siem- pre asociadas a la oscura entrada del Hades; en este sen tido, los héroes compartian la cualidad simbélica del in- framundo. Para acceder al oréculo de Anfiarao, en Oropos, habia que ayunar la vispera de la consulta y sacrificar un ca 74 nero, cuya piel debia extenderse en el suelo. Los devotos se acostaban sobre ella y recibian durante la noche la res~ puesta oracular por medio de un sueiio, Del oraculo de ‘Trofonio conocemos mis detalles. Este personaje legen- dario estaba intimamente vinculado con Apolo. Algunos mitos lo consideraban como uno de los arquitectos de su templo en Delfos, incluso como a un hijo del dios. Plu- tarco refiere la historia de un joven a quien conocié per- sonalmente. Se lamaba Timarco, «un muchacho nada vulgar»: bajé a la geuta de Trofonio y permanecié en las centrafias de la tierra durante dos largos dias con sus no- ches, en el mas profundo y oscuro silencio. Sus familiares, preocupados por lo mucho que se demoraba en regresar, acudieron a la cueva ala mafana siguiente y, segiin con- taron, Timarco aparecié con aire «resplandeciente>, tras haber permanecido mas de cuarenta horas bajo tierra, y les conté su visién del mundo de ultratumba, Pero Plutarco prefiere guardar el secreto. En su testimonio, Pausanias relata mds detalles de aquel santuario subterraneo del bosque. La cueva de Trofonio, que se encuentra en la ciudad de Lebadea, en Beocia, era una gruta sagrada en cuyo interior surgia el manantial del rio Hercina. Si alguien tomaba la decisién de descender al santuario, primero debfa pasar una temporada en un edificio colindante, llevando a cabo las purificaciones pres- critas a los peregrinos, y vivir apartado de los baiios ca- lientes -pertenecientes al mundo profano— para sélo la- varse en las aguas sagradas del rio Hercina. Quien bajaba al corazén de la cueva debfa sacrificar un animal a Trofo- nio, a sus hijos y a otras divinidades del inframundo y ali- mentarse de la carne sobrante de los sacrificios oficiados. En cada sacrificio estaba presente un adivino para exami- 7 nar las entratias de las victimas y predecir al aspirante si el dios era propicio o éste atin debia esperar. ‘Todo se dejaba ‘en manos de los auspicios. Si se daba el caso de que los sa- ctificios no propiciaban el resultado esperado, los sacer- dotes sactificaban otro carnero en honor de Agamedes, padre de Trofonio. Si estas ofrendas tampoco eran propi- cias, habia que seguir intenténdolo; slo cuando los aus- picios aparecidos en las entraiias del carnero coincidfan con los de aquél euyo deseo era descender, el oréculo era propicio para el descenso, Si se daba esta circunstancia, los sacerdotes conducian al visicante hasta el rio; alli dos mu- chachos lo bafiaban y después ungian todo su cuerpo con accite; luego lo vestian de lino blanco, y a continuacién los hierofantes lo acompafiaban hasta las fuentes subterréneas del rio Hercina para que bebiera del rio Leteo (rio del of- vido), procedente del Hades, cuyas aguas hacfan olvidar todo lo que esa persona habia sido hasta entonces. Des- pués, el visitante tenfa que beber del otro rfo que surcaba el Hades, Mnemosine (rio de la memoria), esta vez para poder recordar las visiones de su experiencia onirica. Segiin la tradici6n, las almas de los muertos bebian del Leteo para olvidar sus vidas anteriores cuando se reencar- naban; en cambio, los iniciados bebian del Mnemosine: Memoria.* Después, los sacerdotes le mostraban ritual- mente al que bajaba la estatua de Trofonio que esculpié Dédalo para rezar y venerar al dios antes de emprender su viaje. En época de Pausanias, el ordculo no se encontraba en También Platén describe en el mito de Er e6mo todo aguel que baja al oréculo de Trofonio tiene que beber de las dos fuentes: de la pri- mera para olvidar todo lo que ha sido la vida hasta ese momento, y de la segunda para recordar con detalle todo lo que ha visto durante su descenso ad infers. el bosque sagrado sino en la cima de una colina, situado en el centro de un zécalo circular de marmol blanco. En medio de dos gruesas barras de bronce, unidas a unos tra- vesafios de algo mas de un metro de alto, estaban las puer tas de la cueva, siempre abiertas. La entrada era oscura pero no natural (como la de muchas cuevas sagradas): ¢5- taba construida segtin las proporciones que establece el canon griego. Algo mas abajo se abria un lobrego espacio subterraneo de dos metros de ancho y cuatro de alto al que se accedia por unos escalones. Pero éstos no Ilegaban hasta el fondo: quien deseaba descender tenia que hacerlo a duras penas por una estrecha escalera a través de un hueco por el que apenas cabia un cuerpo humano. Aquél que se aventuraba a descender por ese largo y angosto pasaje, to- talmente oscuro, debia sostener en una mano su ofrenda de dos panes de cebada con miel, mientras que con la otra se sujetaba a Ia escala de nudos. Una vez aleanzado lo més profundo de la gruta, tenfa que encajar como pudiese los miembros y el resto del torso en ese htimedo y escaso agu- jero, en donde tendrfa que permanecer toda una noche y un dia en la més absoluta oscuridad y silencio, para expe- rimentar en cuerpo y alma la experiencia de yacer como un cadaver en el inframundo. El objetivo de esta prueba era tener determinados suefios o visiones iluminadoras, que convirtieran la muerte simbélica del cuerpo enterrado en vida en un renacimiento: un resucitar del alma en las o- / curas entraiias de la Madre Tierra. Al volver de la cueva, quien habia descendido era sentado en el trono de Mne- mosine, donde los sacerdotes le preguntaban acerca de lo que habia «visto» y «escuchado>. La experiencia era terti- ble, pero ya no se temfa més a la muerte. Pausanias con fiesa al final de su relato no haber escrito estas cosas de ofdas, sino después de haber descendido él mismo a la 7 cueva para consultar el orculo, aunque no desvela nada al respecto. Durante toda la Antigtiedad, la incubatio fue una pric- tica habitual que no parecia tener fronteras: Tertuliano la menciona entre los celtas; Herédoto, entre los nasamones de Libia, y lo mismo sugiere Isaias cuando hablaba de «aquellos que habitan en tumbas y en antros hacen noche» (65:4). Encontramos vestigios de estas ceremonias oniri- cas a lo largo de toda la geografia del Mundo Antiguo: Egipto, Grecia, Asia Menor, casi todo el Imperio Romano, India, China, Japon... Sin embargo, todos estos cultos dejan de ser nebulosos y empiezan a eobrar contornos mis claros y precisos en los templos del mundo griego. Su mayor cercania cronolégica y una larga continuidad cere- monial que abarca casi diez siglos han dejado un rastro mucho més nitido y detallado de su paso por este mundo, Pero antes de internarnos en los meandros del fend- meno religioso de las ineubaciones, es necesario conocer la naturaleza del dios al cual se rendia culto en aquellos tem- plos, pues aunque el contacto de los griegos con sus divi- nidades cristalizara durante sus vibrantes ceremonias, ya comenzaba a cobrar forma en la mente a través de la cos- tumbre ancestral de escuchar mitos, ya que estos relatos contenian todo lo que un griego debia saber acerca de sus dioses. I seme aparecié bajo esta apariencia. Era Asclepio y ala vez Apolo (..), Bajo aquella figura se colocé delante de mi cama, estiré los dedos ys teas pensar un tiempo, dij: «Tienes diez afios de mi parte y wes de Serapis» Elio Aristides, Discursos sagrados (I, 18) Segiin cuentan los mitégrafos, una mafiana Corénide (la hermosa hija del rey Flegias de Tesalia) se enjuagaba los pies en las aguas del lago Bebiade, mientras oculto en la espesura del bosque, Apolo la observaba de lejos. Eros an- daba cerca, y jugando entre los Arboles le habia lanzado uno de sus invisibles dardos, pues Apolo, enardecido por su vision, no tardé en acercarse a ella... Nadie ha contado nunca el tiempo que pasaron juntos, prolongando en el lecho sus juegos amorosos; lo tinico que sabemos es que Hegé un momento en el que Apolo tuvo que dirigirse a Delfos y dejar a su joven amante al cuidado de su fiel sir- viente, un astuto cuervo de blanco plumaje. Poco después de la marcha, el sagaz vigilante deseu- brio el secreto amor que habia ocultado Cordnide. Era un joven llamado Isquis. Vino un dia a pie desde Arcadia, con i blaron y decidié darle cobijo en su casa, siguiendo las nor- mas de la hospitalidad tesalia. Y como era guapo, y sabia desplegar sus encantos, no transcurrié mucho tiempo sin que Corénide lo aceptara en el mismo lecho en donde poco antes habia morado un dios. Nada mis advertir la traicién, el cuervo partié de in- ‘mediato para informar a su amo del penoso incidente. El desgraciado volé sin descanso hasta Delfos, Ilegando ex- 10 de probar fortuna, Ella lo encontré en la calle; ha- 9 hausto al mismo que tiempo ilusionado de poder mostrar a su duefio su fidelidad y eficacia. Pero Apolo lo recibié seco, frio y distante; como si ya supiera lo sucedido. Es- cuché en silencio sus vanas palabras y sélo hablé para mostrarle su desprecio por no haberle arrancado los ojos al intruso que habfa tenido la osadia de deshonrar su lecho. Después maldijo al cuervo, y las maldiciones de un dios nunca caen en saco roto, y en pocos instantes su blanco plumaje se torné de un negro tornasolado, tal como ates- tigua toda su descendencia, Esa noche, mientras Corénide se peinaba tranquila- mente en su alcoba frente a su espejo de bronce, ajena a cualquier agitacién externa, de pronto, sintié una aguda y dolorosa punzada en el pecho: un borbotén de sangre manché su vestido blanco, y su cuerpo se desplomé sobre el suelo, perforado por varias flechas «gimientes» que habia lanzado Artemis, para vengar la afrenta sufrida por su hermano. Satisfecha, la diosa de los bosques contemplé c6mo el alma de Cor6nide descendfa para siempre al reino de los muertos Del hermoso cuerpo que todos recordaban derrochan- do vida y belleza a su paso, slo quedaba un yerto cadaver vestido de blanco depositado sobre la pira funeraria. El coro entonaba los titimos cantos finebres. Las llamas co- menzaron a erecer y crepitar cada vez con mayor fuerza alrededor del cadaver. Fue entonces cuando Apolo, que contemplaba la escena desde lejos, se sobrepuso a su dolor y decidis volar hacia su amante. Los presentes apenas pu- dieron reparar en su presencia. Una luz instanténea, se- mejante a.un rayo, los ceg6; aunque algunos alcanzaron a ver entre las densas bocanadas de humo que subfan al cielo 8 a una imponente figura arrancar al nifio de las entrafias muertas de su madre, y ascender hacia las nubes con su hijo en brazos, Otra fuente asegura que fue Hermes, y no Apolo, quien sacé a su hijo del vientre materno, berrean- do entre las llamas. Ninguno de estos relatos mitol6gicos fue formulado por ningtin profeta o sacerdote, celosos de preservar la pa- labra sageada de las escrituras. En Ja cultura griega, los mitos brotan de labios de los poetas: su inspiracién pro- viene de la Musa, diosa que los impulsa a cantar «las ver- dades eternas». Por eso estos bardos se Ilamaban a si mis- mos «servidores de Ia verdad>. Su realidad es poética, su sentimiento mitico, y resaltan a nuestros ojos por su ele- gante forma de asumir que no son nada més que simples mediadores de la diosa que canta lo eterno. Siempre que una cultura mitolégica esta viva, va cons truyendo la estructura de un gran relato abierto en cuyo fértil caudal narrativo se van depositando todos los mito- logemas: empezando por Homero y los Himnos homéri- cos, después a través de Hesiodo, Pindaro, los grandes tragicos, Platén, Apolodoro... La mitologia nunca se cie- rra en si misma, aingiin mito esta concluido. Su memoria a narrativa siempre respira, siempre tiende a ramificarse en nuevas escenas, con sus distintos significados simbélicos que en lugar de excluirse unos a otros, van superponién- dose como capas geolégicas de un tinico texto de innume- rables variantes. Incluso cuando el desarrollo de un mito se ha agotado y no se conocen mas mitologemas, su campo de significacién continéa abierto gracias ala pluralidad de interpretaciones que suscita; a ello se debe su inagotable poder de sugerencia. Esta apertura y diversidad de signi ficados simbélicos es lo contrario de lo que caracteriza al dogma religioso: en lugar de elevar una cosa para malde- cir y degradar a otra, todas sus variantes permanecen in= tegradas, incluso las mas arcaicas, pues cada una de ellas desvela un aspecto diferente de lo divino. Asien el flujo de este interminable relato literario, nada se destruye, ni queda fuera de contexto; al contrario, todo se mantiene dentro de esta gran corriente caudalosa de literatura inter- activa.* Pero sigamos con el desarrollo central del mito. Des~ pués de salvar de las llamas a su hijo, Apolo lo puso al cui- dado de Quirén, un centauro que vivia en una cueva solitaria del bosque en el monte Pelién. Quirén es una de * La versién del mito asclepiano que solfan cantar los aedos de Epi- dauro cuenta otra versién, que recoge Pausanias en el sigho it de nue tra era. Segain este autor, Flegias fue al Peloponeso can el propésito de ealibrarel valor de sus eultivos y cabezas de ganado y planear una cer tera estrategia de conquista. Una vez que tuvo conocimiento del botia, corganiz6 una expedici6n para apoderarse de varias ciudades. Con él traia a su hija, Corénide, que por entonces estaba temerosa de que su padre descubriera su embarszo. Pero logré burlar la vigilancia paterna, y su hijo nacié en Epidauro, en un monte que entonces lamaban Mir tio, Su madre lo abandoné en aquel agreste paraje y huyé sin mis con. templaciones. Cuando el niio comenzé a llorar, una de las cabras que pacia en el bosque se acered a él y empez6 a amamantarlo: poco des S & las figuras mas sugerentes y ambiguas de toda la mitologia gtiega. Hijo de Cronos y de una de las hijas de Océano, la ninfa Filira, era, por su doble ascendencia divina, un ser inmortal perteneciente a la misma generacién de los dioses olimpicos. Cronos habia tomado la forma impetuosa de un caballo para unirse a ella, de abi su doble naturaleza. Pero Quirén no era bestial como la mayoria de los cen- tauros, sino prudente, generoso y amigo de los seres hu- manos. Protegié a Peleo de la burda brutalidad de su raza. ¥ no sélo transmitié a Asclepio los secretos medicinales mis preciados de la naturaleza, sino que también lo hizo con Jas6n, el pélida Aquiles y el dios Apolo. Ademés de la medicina, su cnsefianza comprendia campos tan heterogé- rneos como la miisica, la lucha, la caza y los valores mora- les. Pero de poco le sirvié haber acumulado todo este saber, incluida la cirugia y la fitoterapia, porque ninguna de estas artes curativas pudieron sanar la dolorosa herida que Quir6n sufrié en la rodilla. Se la habfa ocasionado ac cidentalmente Heracles en su lucha contra los centauros con una flecha emponzofiada con sangre de la Hidra de Lerna. Heracles intent6 curar su herida, pero todos los medios resultaron vanos. El dolor queds incrustado en su carne, y le resultaba tan insoportable el continuo sufri- pués, el perro guardifn de la manada se puso a su lado para dacle pro- teccién, Cuando el pastor de aquel rebafio (Arestanas, se Ilamaba) eché en falta a su perto y a una de las cabras,salié en su busca. Después de rastrear el terreno durante horas, los encontré en un lugar apacible, Conmovido con la escena, quiso adoptar al nifo reciéa nacido, pero cuando se aproximé a él para levarlo a su eas, justo antes de rocarlo, percibi6 un extratio resplandor que emanaba del nif. Arestanas tuvo pinico y huy6 a toda prisa con su rebafio. Una ver que se paso al res- guardo de la lumbre de un grupo de pastores y se sinti6 reconfortado con la conversacién humana, empez6 a hablar sobre el nacimiento de este nuevo dios, que, como se supo més tarde, curatia alos enfermos y resucitariaa los muertos. 83

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